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CAPÍTULO DOS

A pesar de que Mackenzie había programado su alarma para las ocho de la mañana, la vibración de su teléfono móvil a las 6:45 le sacó de su sueño de manera abrupta. Gruñó al despertarse. Si es Harry, disculpándose por algo que ni siquiera ha hecho, le voy a matar, pensó. Todavía adormilada, cogió su teléfono y leyó la pantalla con la mirada borrosa.

Se sintió aliviada al ver que no se trataba de Harry, sino de Colby.

Confundida, respondió al teléfono. Colby no era en principio de las que se levantaba temprano y no habían hablado durante más de una semana. Siendo anal retentiva hasta la médula, seguramente Colby estaba entrando en pánico por la graduación y la incertidumbre del futuro. Colby era la única amiga del mismo sexo que Mackenzie tenía en Quantico, así que había hecho todo lo posible para que la amistad entre ellas prosperara—incluso aunque eso significara responder al teléfono la mañana de la graduación, después de que solo hubiera conseguido cuatro horas y media de sueño agitado la noche anterior.

“Hola, Colby,” dijo. “¿Qué pasa?”

“¿Estabas dormida?” preguntó Colby.

“Sí.”

“Oh Dios mío. Lo siento. Me imaginé que te levantarías al amanecer esta mañana, con todo lo que tenemos previsto.”

“Solo se trata de una graduación,” dijo Mackenzie.

“¡Ya! Ojalá se tratara solo de eso,” dijo Colby con una voz ligeramente histérica.

“¿Te encuentras bien?” preguntó Mackenzie, sentándose lentamente en la cama.

“Lo estaré,” dijo Colby. “Oye… ¿crees que podríamos vernos en el Starbucks de la Quinta?

“¿Cuándo?”

“En cuanto puedas llegar allí. Yo ya salgo hacia allá.”

Mackenzie no quería ir—lo cierto es que ni siquiera quería salir de la cama. Pero nunca había escuchado a Colby así antes. Y en un día tan importante, se imaginó que debía estar disponible para su amiga.

“Dame unos veinte minutos,” dijo Mackenzie.

Con un suspiro, Mackenzie salió de la cama y se ocupó de lo mínimo en cuestión de preparativos. Se cepilló los dientes, se puso una sudadera con capucha y unos pantalones de entrenar, colocó su melena en una cola de caballo improvisada, y salió de casa.

Mientras caminaba las seis manzanas hasta la Quinta, comenzó a caer en la cuenta de la importancia del día. Hoy se graduaba de la academia del FBI, justo antes del mediodía, entre el mejor cinco por ciento de su promoción. A diferencia de la mayoría de los graduados que había conocido a lo largo de las últimas veinte semanas más o menos, ella no esperaba nadie de su familia entre los presentes para ayudarle a celebrar este logro. Ella estaría sola, como lo había estado la mayor parte de su vida, desde los dieciséis años. Estaba haciendo todo lo posible para convencerse a sí misma de que no le importaba, pero no era cierto. No es que creara tristeza en ella, sino una extraña clase de angustia que era ya tan antigua que sus bordes estaban desgastados.

Cuando llegó al Starbucks, hasta notó que el tráfico era algo más intenso de lo habitual—probablemente debido a los familiares y amigos de los demás graduados. Dejó que eso le resbalara completamente. Se había pasado los últimos diez años de su vida tratando de que no le importara un bledo lo que su madre y su hermana pensaban acerca de ella, así que ¿por qué empezar ahora?

Cuando entró al Starbucks, vio que Colby ya estaba allí. Tomaba sorbitos de una taza y miraba a través de la ventana, contemplativa. Había otra taza delante suyo; Mackenzie asumió que era para ella. Se sentó al otro lado de Colby, dramatizando sobre lo cansada que estaba, achinando los ojos de manera malhumorada mientras tomaba asiento.

“¿Esto es para mí?” preguntó Mackenzie, agarrando la segunda taza.

“Sí,” dijo Colby. Tenía aspecto cansado, triste y en general malhumorado.

“¿Y qué es lo que pasa?” preguntó Mackenzie, saltándose cualquier intento por parte de Colby de andarse por las ramas.

“Que no me gradúo,” dijo Colby.

“¿Qué?” preguntó Mackenzie, genuinamente sorprendida. “Pensé que habías aprobado todo con buenas notas.”

“Así es. Es solo… no lo sé. Estar en la Academia acabó con mi motivación.”

“Colby… no puedes hablar en serio.”

Le había salido un tono algo intenso pero le daba igual. Esto no era típico de Colby en absoluto. Una decisión como esta tenía que ser consecuencia de alguna reflexión interior. No era un capricho, ni el último aliento lleno de drama de una mujer atacada de los nervios.

¿Cómo podía dejarlo sin más?

“Sí que hablo en serio,” dijo Colby. “No me he sentido realmente motivada al respecto durante las últimas tres semanas más o menos. Algunos días me iba a casa y lloraba en soledad porque me sentía atrapada. Es que ya no quiero hacerlo.”

Mackenzie se había quedado de piedra; apenas sabía qué decir.

“En fin, el día de la graduación es un día muy apropiado para tomar esta decisión.”

Colby se encogió de hombros y volvió a mirar a través de la ventana. Parecía abatida. Derrotada.

“Colby…no puedes dejarlo. No lo hagas.” Lo que tenía en la punta de la lengua pero no le dijo era: Si lo dejas ahora, estas últimas veinte semanas no significan nada. También te convierte en una de esas personas que abandonan.

“Ah, pero no lo voy a dejar realmente,” dijo Colby. “Iré a la graduación hoy. Tengo que hacerlo, la verdad. Mis padres han venido de Florida así que tengo que ir. Pero después de hoy, se acabó.”

Cuando Mackenzie había empezado en la academia, los instructores le habían advertido de que la tasa de abandono entre los agentes potenciales durante la sesión de clases de veinte semanas era de un veinte por ciento—y que había alcanzado hasta el treinta por ciento en el pasado. Pero pensar que Colby iba a formar parte de esos números no tenía ningún sentido.

Colby era demasiado fuerte—demasiado decidida. ¿Cómo diablos podía estar tomando una decisión como esta con tanta facilidad?

“¿Qué vas a hacer?” preguntó Mackenzie. “Si de veras dejas todo esto, ¿qué piensas hacer para ganarte la vida?”

“No lo sé,” dijo ella. “Quizá algo relativo a la prevención de la trata de blancas. Investigación y recursos o algo parecido. Quiero decir, no tengo por qué ser una agente, ¿verdad? Hay muchas otras opciones. Solo sé que no quiero ser una agente.”

“Realmente lo dices en serio,” dijo Mackenzie con sequedad.

“Sí. Solo quería decírtelo ahora porque después de la graduación, mis padres estarán babeando conmigo.”

Oh, pobre de ti, pensó Mackenzie, sarcásticamente. Eso debe de ser terrible.

“No lo entiendo,” dijo Mackenzie.

“No espero que lo hagas. A ti se te da genial todo esto. Te encanta. Creo que fuiste hecha para ello, ¿sabes? Pero yo… no lo sé. Supongo que me he quemado.”

“Dios, Colby… lo siento.”

“No tienes por qué,” dijo ella. “Cuando envíe de vuelta a mis padres a Florida, se habrá terminado la presión. Les diré que no estaba a la altura de la tarea de mierda que me iban a asignar para empezar. Y después haré lo que yo quiera, supongo.

“En fin… buena suerte, supongo” dijo Mackenzie.

“Nada de eso, por favor,” dijo Colby. “Hoy te vas a graduar dentro del mejor cinco por ciento. Ni se te ocurra dejar que mi drama te desaliente. Has sido una buena amiga, Mac. Quería que escucharas esto de mí ahora en vez de caer en la cuenta de que ya no andaba por aquí en unas cuantas semanas.”

Mackenzie no trató de ocultar su decepción. Odiaba sentir que estaba utilizando tácticas infantiles, pero guardó silencio por un momento, tomando sorbitos a su café.

“¿Qué hay de ti?” preguntó Colby. “¿Tienes familiares o amigos que vayan a venir?”

“Nadie,” dijo Mackenzie.

“Oh,” dijo Colby, un tanto avergonzada. “Lo siento. No lo sabía—”

“No hay por qué disculparse,” dijo Mackenzie. Ahora le tocaba a ella mirar al vacío a través de la ventana cuando añadió: “Lo cierto es que me gusta que sea así.”

***

Mackenzie se sentía muy poco impresionada con la graduación. Lo cierto es que no se trataba más que de una versión formalizada de su graduación de la secundaria y no era tan elegante y formal como su graduación de la universidad. Mientras esperaba a que dijeran su nombre, tuvo mucho tiempo para reflexionar sobre aquellas graduaciones y sobre cómo su familia parecía haberse ido desvaneciendo a un segundo plano poco a poco con cada una de ellas.

Podía recordar cómo casi había llorado mientras subía al escenario en la graduación de secundaria, entristecida por el hecho de que su padre no la vería crecer. Había sido consciente de ello durante sus años adolescentes pero era una verdad que le golpeaba como una piedra entre los ojos mientras ascendía al escenario a recibir su diploma. No fue algo que le revolviera tanto en la universidad. Cuando ascendió al pódium durante la graduación de la universidad, lo hizo sin ningún familiar entre la multitud. Ese fue, cayó en la cuenta durante la ceremonia en la academia, el momento crítico en su vida en que decidió de una vez por todas que prefería estar sola en la mayoría de los asuntos de la vida. Si su familia no tenía interés por ella, entonces ella no sentía interés por ellos.

La ceremonia terminó sin muchos bríos y cuando concluyó, divisó a Colby haciéndose fotos con su madre y su padre al otro lado de la amplia recepción que los graduados y sus invitados pasaron a llenar a continuación. Por lo que Mackenzie podía ver, Colby estaba consiguiendo esconder su disgusto de sus padres a la perfección. Y mientras tanto, sus padres resplandecían de orgullo.

Sintiéndose como un bicho raro y sin nada que hacer, Mackenzie empezó a preguntarse cuando sería lo más pronto que podría salir de la reunión, ir a casa y quitarse las ropas de graduación, y abrir la primera de las que acabarían siendo unas cuantas cervezas esa tarde. Cuando empezó a caminar hacia las puertas, escuchó una voz familiar detrás de ella, pronunciando su nombre.

“Hola, Mackenzie,” dijo la voz masculina. Supo de quién se trataba de inmediato—no solo por la voz, sino porque había poca gente que le llamara Mackenzie en este entorno en vez de simplemente White.

Era Ellington. Llevaba puesto un traje y parecía tan incómodo como Mackenzie se sentía. Aun así, la sonrisa que él le lanzó parecía demasiado cómoda. Aunque en ese preciso momento, no le importaba.

“Hola, Agente Ellington.”

“Creo que en una situación como esta, puedes llamarme Jared.”

“Prefiero llamarte Ellington,” dijo ella con su propia sonrisa fugaz.

“¿Cómo te sientes?” preguntó él.

Ella se encogió de hombros, cayendo en la cuenta de las muchas ganas que tenía de largarse de allí. Podía contarse a sí misma todas las mentiras que quisiera, pero el hecho de que no tuviera familia, amigos, o seres queridos presentes en la ceremonia estaba empezando a resultarle pesado.

“¿Solo eso?” preguntó Ellington.

“En fin, ¿y cómo debería sentirme?”

“Satisfecha. Orgullosa. Emocionada. Por decir unas pocas cosas.”

“Y siento todas esas cosas,” dijo ella. “Es solo que… no sé. Todo el aspecto ceremonioso del asunto me resulta demasiado.”

“Puedo entender eso,” dijo Ellington. “Dios, cómo odio llevar traje.”

Mackenzie estaba a punto de responderle con un comentario—quizá acerca del hecho de que el traje le quedaba muy bien—cuando divisó a McGrath acercándoseles por detrás de Ellington. También le sonrió pero, a diferencia de Ellington, su sonrisa parecía casi forzada. Le extendió la mano y ella la estrechó, sorprendida de lo ligero de su apretón.

“Me alegro de que lo consiguieras,” dijo McGrath. “Sé que tienes una carrera profesional brillante y prometedora por delante.”

“¿Sin presiones ni nada, no?” dijo Ellington.

“Dentro del mejor cinco por ciento” dijo McGrath, sin darle oportunidad a Mackenzie de que dijera una palabra. “Muy buen trabajo, White.”

“Gracias, señor,” fue todo lo que se le ocurrió decir.

McGrath se inclinó cerca de ella, pensando solo en trabajo. “Me gustaría que vinieras a mi oficina el lunes por la mañana a las ocho en punto. Quería meterte de lleno en los procedimientos internos tan pronto como sea posible. Ya tengo tu papeleo preparado—la verdad es que me encargué de eso hace mucho tiempo, para que estuviera listo cuando llegara este día. Tengo mucha confianza en ti, así que…no esperemos más. El lunes a las ocho. ¿Suena bien?”

“Desde luego,” dijo ella, sorprendida ante tal muestra de apoyo incondicional.

Él sonrió, le dio otro apretón de manos, y desapareció rápidamente entre la multitud.

Una vez McGrath se hubo ido, Ellington le miró con cara de asombro y una amplia sonrisa.

“Así que está de buen humor. Y puedo asegurarte que eso no sucede a menudo.”

“Bueno, supongo que es un gran día para él,” dijo Mackenzie. “Todo un grupo de talentos entre los que escoger a los mejores.”

“Eso es verdad,” dijo Ellington. “Pero bromas aparte, el hombre es realmente inteligente sobre cómo utiliza a los nuevos agentes. Ten esto en cuenta cuando te veas con él el lunes.”

Un silencio incómodo se cernió entre ellos; era un silencio al que se habían acostumbrado y que se había convertido en uno de los signos habituales de su amistad—o de lo que fuera que había entre ellos.

“En fin, mira,” dijo Ellington. “Solo quería felicitarte. Y quería decirte que siempre eres bienvenida si me quieres llamar cuando las cosas se pongan demasiado reales. Sé que suena a tontería pero en algún momento, hasta la famosa Mackenzie White—va a necesitar alguien con quien desahogarse. Te puede superar bastante rápido.”

“Gracias,” dijo ella.

Entonces, de pronto, quiso pedirle que viniera con ella—no de manera romántica, sino por tener un rostro familiar a su lado. Le conocía relativamente bien, y a pesar de que tuviera sentimientos enfrentados sobre él, le quería tener a su lado. Odiaba admitirlo, pero estaba empezando a sentir que tenía que hacer algo para celebrar este día y este momento de su vida. Incluso aunque solo se tratara de pasar unas cuantas horas incómodas con Ellington, sería mejor (y seguramente más productivo) que quedarse sentada en casa llena de autocompasión y bebiendo a solas.

Sin embargo, no dijo nada. Y hasta si hubiera sido capaz de reunir el valor, no hubiera importado; Ellington le lanzó un gesto fugaz de afirmación y, como McGrath, regresó de vuelta a la multitud.

Mackenzie permaneció allí de pie por un instante, haciendo lo que podía para sacudirse de encima la creciente sensación de que estaba completamente sola.

CAPÍTULO TRES

Cuando Mackenzie se presentó el lunes para su primer día en el trabajo, no podía dejar de escuchar las palabras de Ellington, atravesándole como si fueran un mantra: El hombre es realmente inteligente sobre cómo utiliza a los nuevos agentes. Ten esto en cuenta cuando te veas el lunes con él.

Trató de utilizar eso para calmarse porque si era sincera, lo cierto es que estaba bastante nerviosa. No le había sido de gran ayuda el hecho de que su mañana comenzara con la aparición de uno de los hombres de McGrath, Walter Hasbrook, que era ahora el supervisor de su departamento, y que la hubiera acompañado como si se tratara de una niña a los ascensores. Walter parecía estar cerca de los sesenta y tenía como unos quince kilos de más. Carecía de personalidad y aunque Mackenzie no tuviera nada en contra de él, no le hacía gracia la manera en que él le explicaba las cosas como si fuera estúpida.

Esto no cambió mientras él la llevó hasta el tercer piso, donde un laberinto de cubículos se extendía como un zoo. Había agentes apostados en cada cubículo, algunos ocupados al teléfono y otros escribiendo en sus ordenadores.

“Y aquí está tu sitio,” dijo Hasbrook, señalando un cubículo en el centro de una de las filas exteriores. “Esta es la central de Investigación y Vigilancia. Encontrarás unos cuantos emails esperándote, que te darán acceso a los servidores y a una lista de contactos de todo el Bureau.”

Entró a su cubículo, sintiéndose algo decepcionada pero todavía nerviosa. No, este no era el caso emocionante con el que ella había deseado comenzar su carrera profesional pero aun así, era el primer paso de un viaje hacia todo por lo que había trabajado desde que había salido del instituto. Tiró de la silla con ruedas hacia fuera y se sentó a su nuevo escritorio.

El portátil que había delante de ella le pertenecía a partir de ahora. Era uno de los puntos concretos que Hasbrook había repasado con ella. El escritorio era suyo, el cubículo, todo ese espacio. No era exactamente elegante, pero era su espacio.

“En tu email, encontrarás detalles sobre tu tarea,” dijo Hasbrook. “Si yo fuera tú, empezaría de inmediato. Vas a tener que llamar al agente que supervisa el caso para coordinaros, pero deberías estar metida de lleno en ello para el final del día.”

“Entendido,” dijo ella, encendiendo el ordenador. Una parte de ella seguía enfadada por estar atascada en un trabajo de escritorio. Quería algo en la calle. Después de lo que le había dicho McGrath, eso era lo que se esperaba.

Da igual lo bueno que sea tu historial, se dijo a sí misma, no puedes esperar empezar como toda una estrella. Quizás esta sea tu manera de pagar lo que debes—o la manera que tiene McGrath de enseñarte quién manda aquí y ponerte en tu sitio.

Antes de que Mackenzie pudiera responder nada más a sus secas y monótonas instrucciones, Hasbrook ya se había largado. Se dirigió con rapidez hacia los ascensores, como si le alegrara haber dado por concluida la minúscula tarea del día.

Cuando él ya se había ido y ella se quedó a solas en su cubículo, encendió el ordenador y se preguntó por qué parecía estar tan nerviosa.

Es porque esto es lo que hay, pensó. Trabajé duro para llegar hasta aquí y finalmente lo conseguí. Ahora todas las miradas están posadas en mí así que no puedo hacer nada equivocado—aunque solo sea un trabajo cualquiera de escritorio.

Comprobó su email y envió deprisa las respuestas necesarias para empezar con su tarea. En una hora, tenía todos los documentos y recursos necesarios. Estaba decidida a hacerlo lo mejor que pudiera, a darle a McGrath todas las razones para que viera que estaba desperdiciando su talento al ponerla detrás de un escritorio.

Examinó mapas, registros de teléfonos móviles, y datos de GPS, trabajando para señalar la ubicación de dos potenciales sospechosos implicados en una mafia que traficaba con personas para su explotación sexual. Una hora después de sumergirse de lleno en el asunto, se sintió motivada al respecto. El hecho de que no estuviera en las calles trabajando para atrapar a hombres como estos no le molestaba en ese momento. Estaba concentrada y tenía una meta en mente; eso es todo lo que le hacía falta.

Sí, era irrelevante y rayaba en lo aburrido, pero no iba a dejar que eso afectara su trabajo. Se detuvo para ir a comer y regresó a ello, trabajando con pasión y obteniendo resultados. Cuando el día tocaba a su fin, envió un email con sus resultados al supervisor del departamento y salió de allí. Nunca antes había tenido un trabajo de oficina pero esto era lo que le parecía tener entre manos. Lo único que faltaba era el reloj en el que fichar su tarjeta al salir.

Para cuando llegó al coche, se permitió de nuevo regodearse en su decepción. Un trabajo de escritorio. Atascada detrás de un ordenador y atrapada entre paredes de cubículos. Esto no era lo que ella se había imaginado.

A pesar de ello, estaba orgullosa de estar donde estaba. No iba a dejar que su ego o sus elevadas expectativas le desviaran del hecho de que ahora ya era una agente del FBI. Sin embargo, no podía evitar pensar en Colby. Se preguntó donde estaría Colby ahora mismo y qué tendría que decir si descubriera que a Mackenzie le habían asignado un trabajo de escritorio para comenzar su vida profesional.

Y una pequeña parte de Mackenzie no podía evitar preguntarse si Colby, al tomar la decisión de dejarlo, había sido la más inteligente de las dos.

¿Estaría pegada a un escritorio durante años?

***

Mackenzie apareció a la mañana siguiente decidida a tener un buen día. Había hecho grandes progresos en su caso el día anterior y tenía la sensación de que si podía mostrar resultados ágiles y eficientes, McGrath lo acabaría notando.

De inmediato, descubrió que le habían metido en otro caso. Este tenía que ver con la falsificación de permisos de residencia. Los archivos adjuntos a los emails le proporcionaban más de trescientas páginas de testimonios, documentos gubernamentales, y jerga legal para utilizar como recursos. Le parecía increíblemente aburrido.

Echando humo, Mackenzie miró el teléfono. Tenía acceso a los servidores, lo que significaba que podía conseguir el número de McGrath. Se preguntó cómo le respondería si le llamaba y le preguntaba por qué le estaba castigando de esta manera.

Se convenció a sí misma para no hacerlo. En vez de ello, imprimió cada uno de los documentos y creó distintos montones con ellos sobre su escritorio.

Tras veinte minutos realizando esta tarea tan soporífera, escuchó un leve golpe en la entrada a su cubículo. Cuando se dio la vuelta y vio a McGrath allí parado, se quedó congelada por un instante.

McGrath le sonrió de la misma manera que cuando se había acercado a ella después de la graduación. Algo en su sonrisa le dejó claro que sinceramente, el no tenía ni idea de que ella se pudiera sentir despreciada porque le habían puesto en un cubículo.

“Perdona que me haya llevado tanto tiempo hablar contigo,” dijo McGrath. “Quería pasar por aquí y ver cómo te las estás arreglando.”

Ella reprimió las primeras respuestas que le vinieron a la mente. Solo se encogió de hombros sin ánimo y dijo: “Estoy arreglándomelas bien. Es solo… en fin, estoy algo confundida.”

“¿Cómo así?”

“Bueno, en unas cuantas ocasiones diferentes, me dijiste que no podías esperar a tenerme como agente en activo. Supongo que no pensé que eso implicaría estar sentada a un escritorio e imprimir documentos sobre tarjetas de residencia.”

“Ah, lo sé, lo sé, pero confía en mí. Hay razones ocultas para todo ello. Mantén la discreción y sigue hacia delante. Llegará tu hora, White.”

En su mente, ella escuchó la voz de Ellington de nuevo. El hombre es realmente inteligente sobre cómo utilizar a los nuevos agentes.

Si tú lo dices, pensó ella.

“Nos pondremos al día muy pronto,” dijo McGrath. “Hasta entonces, cuídate.”

Igual que Hasbrook el día anterior, McGrath parecía tener mucha prisa para alejarse de los cubículos. Ella le observó marcharse, preguntándose qué tipo de lecciones o capacidades se suponía que tenía que estar aprendiendo. Odiaba sentirse especial, pero por Dios…

Lo que Ellington le había dicho sobre McGrath… ¿realmente se suponía que tenía que creerlo? Pensando en Ellington, se preguntó si sabía qué tipo de tarea le habían asignado. Entonces pensó en Harry y se sintió culpable por no llamarle los últimos días. Harry había estado callado porque sabía lo poco que le gustaba sentirse presionada. Era una de las razones por las que continuaba viéndose con él. Ningún hombre había sido así de paciente con ella jamás. Hasta Zack tenía su punto de ebullición y la única razón por la que habían durado tanto tiempo juntos era porque se habían acomodado entre ellos y no querían molestarse con la incomodidad de tener que cambiar.

Mackenzie terminó con la última pila de documentos para cuando llegó el mediodía. Antes de sumergirse en la locura que le aguardaba en los formularios y las notas, pensó en irse a comer y tomar una enorme taza de café.

Caminó por el pasillo hacia los ascensores. Cuando llegó el ascensor y las puertas se abrieron de par en par, le sorprendió encontrarse a Bryers del otro lado. Parecía sorprendido de verla pero le sonrió abiertamente.

“¿Qué estás haciendo aquí?” le preguntó ella.

“La verdad es que venía a verte. Pensé que quizá quisieras salir a comer.”

“A eso iba. Suena genial.”

Bajaron juntos en el ascensor y se sentaron a una mesa de una pequeña delicatessen a una manzana de distancia. Cuando ya estaban sentados con sus bocadillos, Bryers le hizo una pregunta muy cargada.

“¿Cómo va todo?” le preguntó.

“Bueno… pues va sin más. Estar atascada detrás de un escritorio, atrapada en un cubículo, y leyendo un sinfín de hojas de papel no era precisamente lo que tenía en mente.”

“Si eso proviniera de cualquier otro nuevo agente, podría sonar como alguien consentido,” dijo Bryers. “Pero la verdad es que estoy de acuerdo. Te están desperdiciando. Por eso estoy aquí: he venido a rescatarte.”

Ella le miró de frente, tratando de adivinar de qué se trataba.

“¿Qué tipo de rescate?”

“Otro caso,” respondió Bryers. “Claro que si quieres seguir con tu actual grupo de tareas y seguir estudiando el fraude en inmigración, lo entenderé. Pero creo que tengo algo que será de mayor interés para ti.”

El corazón de Mackenzie se empezó a acelerar.

“¿Y puedes sacarme de esto así sin más?” preguntó ella con un aire de desconfianza.

“Sin duda que puedo. A diferencia de la última vez, tienes el apoyo total de todos. Recibí la llamada de McGrath hace media hora. No es que a él le encante la idea de que pases directamente a la acción, pero le retorcí el brazo un poquito.”

“¿De veras?” preguntó ella, sintiéndose aliviada y, como Bryers había indicado, un tanto consentida.

“Te puedo mostrar mi historial de llamadas si quieres. Te iba a llamar para decírtelo él mismo pero le pedí el favor de ser yo el que te lo comunicara. Creo que sabía desde ayer que acabarías en esto pero queríamos asegurarnos de tener un caso sólido.”

“¿Y es así?” preguntó ella. Una pequeña bola de emoción comenzó a crecer en la boca de su estómago.

“Sí, así es. Encontramos un cadáver en un parque en Strasburg, Virginia. Se parece muchísimo a otro cadáver que encontramos en la misma zona hace cerca de dos años.”

“¿Crees que están conectados?”

Él pasó la pregunta por alto y le dio un bocado a su sándwich.

“Te lo contaré por el camino. Por ahora, comamos. Disfruta del silencio mientras puedas.”

Ella asintió y picoteó su sándwich, aunque de repente se le había pasado todo el hambre que tenía.

Sentía emoción, pero también miedo, y tristeza. Alguien había sido asesinado.

Y de ella iba a depender que todo fuera aclarado.

Бесплатно
299 ₽
Возрастное ограничение:
16+
Дата выхода на Литрес:
10 октября 2019
Объем:
241 стр. 3 иллюстрации
ISBN:
9781640296091
Правообладатель:
Lukeman Literary Management Ltd
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