Divina Comedia

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Из серии: Colección Oro
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Cuando estuvieron algo más tranquilos, a aquel que todavía contemplaba sus heridas le preguntó mi guía sin rodeos: «¿Y quién es ese a quien enhoramala dejaste, has dicho, por salir a flote?». Y aquel contestó: «Fue el fraile Gomita, el de Gallura, vaso de mil fraudes; que apresó a los rivales de su amo, consiguiendo que todos lo alabasen142.

Cogió el dinero, y les soltó de plano, como dice; y fue en otros menesteres, no chico, mas eximio vendedor de empleos.

Trata con él maese Miguel Zanque de Logodoro; y hablan Cerdeña sin que sus lenguas nunca se fatiguen143.

¡Ay de mí! ved que aquel aprieta los dientes: más te diría pero tengo miedo que a rascarme la tina se aparezcan».

Y vuelto hacia el Tartaja el gran preboste, cuyos ojos herirle amenazaban, dijo: «Hazte a un lado, pajarraco». «Si queréis conocerles o escucharles —volvió a empezar el desgraciado pecador— haré venir toscanos o lombardos; pero quietos estén los Malasgarras para que estos no teman su venganza, y yo, siguiendo en este mismo sitio, por uno que soy yo, haré venir siete cuando les silbe, como acostumbramos hacer cuando del fondo sale alguno y no hay reflejo». Malchucho en ese instante alzó el hocico, moviendo la cabeza, y dijo: «Ved qué malicia pensó para escaparse». Pero él, que muchos trucos sabía contestó: «¿Malicioso soy acaso, cuando busco a los míos más tristeza?». No se aguantó Aligacho, y, al contrario de los otros, le dijo: «Si te tiras, yo no iré tras de ti con buen galope, mas batiré sobre la pez las alas; deja la orilla y corre tras la roca; ya veremos si tú nos ganas».

Oh tú que lees, oirás un nuevo juego: todos al otro lado se volvieron, y el primero aquel que era más reacio. Aprovechó su tiempo el de Navarra; fijó la planta en tierra, y en un punto dio un salto y se escapó de su preboste. Y por esto, contrariados se sintieron, más aquel que fue el culpable del desastre, que se marchó gritando: «Ya te tengo». Pero de poco valió, pues que al miedoso no alcanzaron las alas: se hundió este, y aquel alzó volando arriba el pecho.


No de otro modo el ánade de golpe, cuando el halcón se aproxima, se sumerge, y este, roto y cansado, se remonta.

Airado Patasfrías por el engaño, volando atrás, lo cogió, deseando que aquel huyese para armar camorra; y al desaparecer el prevaricador, volvió las garras a su camarada, tal que con él se enzarzó sobre el foso. Fue el otro gavilán bien amaestrado, sujetándole bien, y ambos cayeron en la mitad de aquel pantano hirviente. Los separó el calor a toda prisa, pero era en vano remontarse, pues tenían las alas pegajosas. Barbatiesa, enfadado cual los otros, a cuatro hizo volar a la otra parte, todos con grafios y muy rápidamente. Por un lado y por otro descendieron: echaron garfios a los atrapados, que cocidos estaban en la costra, y así enredados los dejamos.


Canto XXIII: Octavo Círculo - Sexto Foso

Callados, solos y sin compañía caminábamos uno tras del otro, lo mismo que los frailes franciscanos. Vuelto había a la fábula de Esopo mi pensamiento la presente riña, donde él habló del ratón y la rana, porque igual que «enseguida» y «al instante», se parecen las dos si se compara el principio y el fin atentamente. Y, cual de un pensamiento el otro sale, así nació de aquel otro después, que mi primer espanto redoblaba. Yo así pensaba: «Si estos por nosotros quedan burlados con daño y con burla, supongo que estarán muy resentidos. Si sobre el mal la ira se acrecienta, ellos vendrán detrás con más crueldad que el perro lleva una liebre con los dientes».

Ya sentía erizados los cabellos por el terror y atrás atento estaba cuando dije: «Maestro, si escondite no encuentras enseguida, me amedrentan los Malasgarras: vienen tras nosotros: tanto los imagino que los siento». Y él: «Si yo fuese de azogado vidrio, tu imagen exterior no copiaría tan pronto en mí, cual la de dentro descubro; tras mi pensar el tuyo ahora venía, por lo mismo y con la misma cara, que un único consejo hago de entrambos. Si hacia el lado derecho existe una cuesta, para poder bajar a la otra fosa, huiremos de la caza imaginada».

Tras este consejo apenas mencionado, los vi venir con las alas extendidas, no muy de lejos, para capturarnos. De pronto mi guía me cogió cual la madre que al ruido se despierta y ve cerca de sí la llama ardiente, que coge al hijo y huye y no se para, teniendo, más que de ella, de él cuidado, aunque tan solo vista una camisa por los hombros y desde lo alto de la dura margen, de espaldas resbaló por la pendiente, que cierra el otro foso por un lado.

No corre por la acequia del molino agua tan veloz, para mover la rueda, cuando más a las paletas se aproxima, cual mi maestro por aquella pendiente, sosteniéndome encima de su pecho, como a su hijo, y no cual compañero. Y llegaron sus pies al lecho apenas del fondo, cuando aquellos a la cima sobre nosotros; pero no temíamos, pues la alta providencia que los quiso hacer ministros de la quinta fosa, no les permite poder salir de allí.


Allí abajo encontramos a gente pintada144 que alrededor marchaba a lentos pasos, llorando fatigados y abatidos.

Tenían capas con capuchas bajas hasta los ojos, hechas del tamaño que se hacen en Cluny para los monjes: por fuera son de oro y deslumbrantes, pero por dentro de plomo, y tan pesadas que Federico de paja las puso145. ¡Oh eternamente fatigoso manto! Nosotros aún seguimos por la izquierda a su lado, escuchando el triste llanto; pero cansados aquellos por el peso, venían tan despacio, que con nuevos compañeros nos encontrábamos a cada paso.

En vista de ello le dije a mi guía: «Ve si encuentras a quien de nombre o de hechos se conozca, y los ojos, andando, mueve entorno». Uno entonces que oyó mi hablar toscano, de detrás nos gritó: «Parad los pasos, los que corréis por entre el aire oscuro. Tal vez tendrás de mí lo que solicitas». Y el guía se volvió y me dijo: «Espera, y después anda conforme con sus pasos». Me detuve, y vi a dos que una gran ansia mostraban, en el rostro, de ir conmigo, mas la carga pesaba y obstruía el sendero.


Cuando estuvieron cerca, me remiraron con torvos ojos sin decir palabra; después se volvieron y se dijeron entre ambos: «Ese parece vivo en la garganta; y, si están muertos ¿por qué privilegio van descubiertos de la gran estola?». Me confesaron: «Oh Toscano, que al colegio de los tristes hipócritas viniste, dinos quién eres sin tener reparo». «He nacido y crecido —y yo les contesté— en la gran villa sobre el Arno bello, y con el cuerpo estoy que siempre tuve. ¿Quién sois vosotros, que tanto os destila el dolor, que así veo por el rostro, y cuál es vuestra pena que reluce?». «Estas doradas capas —uno dijo— son de plomo, tan gruesas, que los pesos hacen así chirriar a sus balanzas. Frailes gozosos fuimos, boloñeses; yo Catalano y este Loderingo llamados146, y elegidos en tu tierra, como suele nombrarse a un imparcial por conservar la paz; y fuimos tales que en torno del Gardingo todavía puede verse».

Yo comencé: «Oh hermanos, vuestros males». No dije más, porque vi por el suelo a uno crucificado con tres palos.


Al verme, por entero se agitaba, soplándose en la barba con suspiros; y el fraile Catalano que lo advirtió, me dijo: «El condenado que tú miras, dijo a los fariseos que era justo ajusticiar a un hombre por el pueblo. Desnudo está y clavado en el camino como ves, y que sienta es necesario el peso del que pasa por encima; y en tal modo se encuentra aquí su suegro en este foso, y los de aquel consejo que a los judíos fue mala semilla».

Vi que Virgilio entonces se asombraba por quien se hallaba allí crucificado, en el eterno exilio tan vilmente147.

Después se dirigió al fraile con estos términos: «No os desagrade, si podéis, decirnos si existe alguna abertura a la derecha, por la cual los dos salir podamos, sin obligar a los ángeles negros, a que nos saquen de este triste abismo». Repuso entonces: «Antes que lo esperes, hay un peñasco, que de la gran roca sale, y que cruza los terribles valles, salvo aquí que está roto y no lo salva.

Subir podréis arriba por la ruina que yace al lado y el fondo recubre». El guía inclinó un poco la cabeza: dijo después: «Contaba mal el caso quien a los pecadores allí ensarta». Y el fraile: «Ya en Bolonia oí contar muchos vicios del diablo, y entre otros que es mentiroso y padre del embuste». Apresuradamente el guía se marchó, con el rostro descompuesto por la ira; y yo me separé de los cargados, detrás siguiendo a mi maestro.

Canto XXIV: Octavo Círculo - Séptimo Foso

En ese tiempo en el que el año todavía es joven y el Sol sus crines bajo Acuario templa, y las noches se igualan con los días, cuando la escarcha en tierra se asemeja a aquella imagen de su blanca hermana, pero poco dura el temple de su pluma; el campesino falto de forraje, se levanta y contempla la campiña toda blanca, y el muslo se golpea, vuelve a casa, y aquí y allá se lamenta, tal mezquino que no sabe qué hacerse; sale de nuevo, y cobra la esperanza, viendo que al monte ya le cambió el rostro en pocas horas, toma su cayado, y saca a apacentar fuera las ovejas. De igual manera me sobresaltó el maestro cuando vi que su frente se nublaba, pero pronto al mal siguió el remedio; pues, al llegar al derruido puente, el guía se volvió a mí con el rostro dulce que vi al principio al pie del monte; abrió los brazos, tras de haber tomado una resolución, mirando antes la ruina bien, y me cogió en vilo.

 

Y como el que trabaja y que calcula, que parece que todo lo prevea, igual, encaramándome a la cima de un peñasco, otra roca examinaba, diciendo: «Agárrate después de aquella; pero antes prueba si puede sostenerte».

No era un camino para alguien con capa, pues apenas, él leve, yo sujeto, podíamos subir de piedra en piedra. Y si no fuese que en aquel recinto más breve era el camino que en los otros, no sé de él, pero yo vencido fuera. Mas como hacia la Fosa Maldita del pozo más profundo toda pende, la situación de cada valle hace que se eleve un costado y otro baje; y así llegamos a la punta extrema, donde la última piedra se destaca. Tan falto el pulmón estaba de mi aliento en la subida, que sin fuerzas busqué un asiento en cuanto llegamos.

«Ahora es preciso que te sacudas la pereza —dijo el maestro—, pues que andando en plumas no se consigue fama, ni entre colchas; el que la vida sin ella malgasta tal vestigio en la tierra de sí deja, cual humo en aire o en agua la espuma. Así que arriba: vence la pereza con ánimo que vence cualquier lucha, si con el peso del cuerpo no lo impide. Hay que subir una escala mucho más larga; haber huido de estos no es bastante: si me entiendes, procura que te sirva mi consejo».

Alcé entonces, mostrándome provisto de un ánimo mayor del que tenía, «Vamos —dije—. Estoy fuerte y animoso». Por la escollera empezamos a andar, que era escarpada y rocosa y estrecha, y mucho más pendiente que la anterior. Hablando andaba para hacerme el fuerte; cuando una voz salió del otro foso, que incomprensibles voces profería.

No le entendí, por más que estuviese sobre la parte más alta del arco que cruzaba: mas el que hablaba parecía airado.

Miraba al fondo, mas mis ojos vivos, por lo tenebroso, hasta el fondo no llegaban, por lo que yo: «Maestro alcanza el otro recinto, y descendamos por el muro; pues, como escucho a alguno que no entiendo, miro así al abismo y nada reconozco».

«Otra respuesta —dijo— no he de darte más que hacerlo; pues que demanda justa se ha de cumplir con obras, y callando».

Desde lo alto del puente descendimos donde se cruza con la octava orilla, después me fue el terrible foso manifiesto; y vi dentro de una espantosa maleza de serpientes, de especies tan distintas, que la sangre aún me hiela el recordarlo.


Pero no se ufane Libia con su arena; que si quelidras, yáculos y faras produce, y cencros con anfisibenas148, ni tantas pestilencias, ni tan malas, mostró jamás con la Etiopía entera, ni en las tierras que están sobre el mar Rojo. Entre el montón tristísimo corrían gentes desnudas y aterrorizadas, sin esperanza de refugio o de ilusión: esposados con sierpes a la espalda; les hincaban la cola y la cabeza en los riñones, encima montadas. De pronto a uno que se hallaba cerca, se lanzó una serpiente y le mordió donde el cuello se anuda con los hombros. Ni la O tan pronto, ni la I, se escribe, cual se encendió y ardió, y todo en cenizas se convirtió desmoronándose todo entero; y después estando así deshecho en tierra se amontonó el polvo por sí solo, y en aquel mismo tornó de pronto su primera forma.

Así los grandes sabios aseguran que muere el Fénix y después renace, cuando a los cinco siglos ya se acerca: no pace en vida cebada ni hierba, solo de incienso lágrimas y amomo149, y nardo y mirra son su último nido. Y como aquel que cae sin saber cómo, porque fuerza diabólica lo derriba, o por otro accidente que paralizan el ánimo, y levantado mira alrededor, muy conturbado por la gran angustia que le ha ocurrido, y suspira al mirar: igual el pecador al levantarse. ¡Oh divina potencia, cuán severa, que tales golpes das en tu venganza!

El guía preguntó después quién era: y él respondió: «Lloví de la Toscana, no ha mucho tiempo, en este fiero abismo.

Vida bestial llevé, no humana, como al mulo que fui: soy Vanni Fucci150 bestia, y Pistoya me fue buena cuadra». Y yo a mi guía: «Dile que no huya, y pregunta qué culpa aquí le arroja; que hombre le vi de maldad y de sangre». Y el pecador, que oyó, no se escondía, mas volvió contra mí el ánimo y rostro, y de triste vergüenza enrojeció; y dijo: «Más me duele que me halles en la miseria en la que me estás viendo, que cuando fui arrancado en la otra vida.

Yo no puedo contener lo que preguntas: aquí estoy porque fui en la sacristía ladrón de los hermosos ornamentos, y acusaron a otro hombre falsamente; mas porque no disfrutes al mirarme, si del lugar oscuro tal vez sales, abre el oído y este anuncio escucha: Pistoya de los negros decae: después en Florencia renovarán gente y modos.

De Val de Magra Marte manda un rayo rodeado de turbios nubarrones; y en agria tempestad impetuosa, sobre el campo Piceno habrá un combate; y de repente rasgará la niebla, de modo que herirá a todos los blancos. ¡Esto te digo para causarte sufrimiento151!».

Canto XXV:

Octavo Círculo - Séptimo Foso

El ladrón al final de sus palabras, alzó las manos con un par de higas, gritando: «Toma, Dios, te las dedico». Desde entonces me agradan las serpientes, pues una le envolvió entonces el cuello, cual si dijese: «No quiero que sigas»; y otra a los brazos, y le sujetó ciñéndose a sí misma por delante, que lo inmovilizó por completo.

¡Ah Pistoya, Pistoya, por qué niegas reducirte a cenizas, así que más no dures, pues superas en mal a tus mayores! En todas las regiones del Infierno no vi a Dios tan soberbio algún espíritu, ni el que cayó de la muralla en Tebas.

Aquel huyó sin decir más palabra; y vi venir a un centauro rabioso, llamando: «¿Dónde, dónde está el soberbio?». No creo que haya marisma que tenga tantas serpientes, cuantas bichas tenía por la grupa, hasta donde comienzan nuestras formas.

Encima de los hombros, tras la nuca, con las alas abiertas, un dragón tenía; y este quemaba cuanto toca.

Mi maestro me dijo: «Aquel es Caco, que, bajo el muro del monte Aventino, hizo un lago de sangre muchas veces. No va con sus hermanos por la senda, por el hurto que fraudulento hizo del rebaño que fue de su vecino; hasta acabar sus obras tan inicuas bajo la maza de Hércules, que tal vez ciento le dio, mas no sintió el deceno».

Mientras que así me hablaba, se marchó, y a nuestros pies llegaron tres espíritus, sin que ni yo ni mi guía nos diéramos cuenta, hasta que nos gritaron: «¿Quiénes sois?», por lo cual dimos fin a nuestra charla, y entonces nos volvimos hacia ellos.

Yo no les conocí, pero ocurrió, como suele ocurrir en ocasiones, que tuvo el uno que llamar al otro, diciendo: «Cianfa152, ¿dónde te has metido?». Y yo, para que el guía se fijase, del mentón puse el dedo a la nariz.

Si ahora fueras, lector, reacio a creerte lo que diré, no será nada extraño, pues yo lo vi, y apenas me lo creo. A ellos tenía alzada la mirada, y una serpiente con seis pies a uno, se le lanza, y entera se le enrosca. Los pies de en medio le agarraron el vientre, los de delante sus brazos, y después le mordió las dos mejillas. Los delanteros se lanzaron a los muslos y le metió la cola entre los dos, y la trabó detrás de los riñones. Nunca se agarró tan fuerte hiedra alguna a un árbol como la horrible fiera, por otros miembros enroscó los suyos. Se juntaron después, tal si cera ardiente fueran, y mezclaron así sus colores, no parecían ya lo que antes eran, como se extiende a causa del ardor, por el papel, ese color oscuro, que todavía no es negro pero que mata el blanco.


Los otros dos miraban, cada cual gritando: «¡Agnel153, ay, cómo estás cambiando! ¡Mira que ya no sois ni dos ni uno!». Las dos cabezas eran ya una sola, y mezcladas se vieron dos figuras en una cara, donde se confundían.

Cuatro miembros se hicieron dos brazos; los muslos con las piernas, vientre y tronco en miembros nunca vistos se tornaron. Ya no existían las antiguas formas: dos y ninguna la perversa imagen parecía; y se alejó con paso lento.

Como el lagarto bajo el gran flagelo de la canícula, al cambiar de seto, parece un rayo si cruza el camino; tal parecía, yendo a las barrigas de los restantes, una sierpe furiosa, tal grano de pimienta negra y lívida; y en aquel sitio que primero toma nuestro alimento, a uno le golpea; después al suelo cayó a sus pies tendida.

El herido miró, pero nada dijo; antes, con los pies quietos, bostezaba, como si fiebre o sueño le asaltase. Él a la sierpe, y ella a él miraba; él por la llaga, la otra por la boca humeaban, el humo espeso se confundía.

Calle Lucano ahora donde habla del mísero Sabello y de Nasidio, y espere a oír aquello que describo154.

Calle Ovidio de Cadmo y de Aretusa155; que si aquel en serpiente, en fuente a esta convirtió, poetizando, no le envidio; que frente a frente dos naturalezas no trasmutó, de modo que ambas formas a cambiar sus materias estuvieran prontas.

Se respondieron juntos de tal modo, que en dos partió su cola la serpiente, y el herido juntaba las dos hormas.

Las piernas con los muslos a sí mismos tal se unieron, que a poco la juntura desapareció. Tomó la cola hendida la figura que perdía aquel otro, y su pellejo se hacía blando y el de aquella, se endurecía. Vi los brazos entrar por las axilas, y los pies de la fiera, que eran cortos, tanto alargar como acortarse aquellos. Después los pies de atrás, torcidos juntos, el miembro hicieron que se oculta el hombre, y el mísero del suyo se partió en dos patas. Mientras el humo al uno y otro empaña de color nuevo, y pelo hace crecer por una parte y por la otra depila, cayó el uno y el otro se levantó, sin desviarse la mirada procaz, bajo la cual cambiaban sus semblantes. El que estaba en pie lo trajo hacia las sienes, y de mucha materia que allí había, salió la oreja del carrillo liso; lo que no fue detrás y se retuvo de aquel sobrante, a la nariz dio forma, y engrosó los dos labios, cual convenía. El que yacía, el rostro adelantaba, y escondió en la cabeza las orejas, como del caracol hacen los cuernos. Y la lengua, que estaba unida y presta para hablar antes, se partió; y la otra partida, se cerró; y cesó ya el humo.

El alma que era en fiera convertida, se echó a correr silbando por el valle, y la otra, en pos de ella, hablaba y le escupía.

Después le volvió las espaldas nuevas, y dijo al otro: «Quiero que ande Buoso156 como hice yo, reptando, su camino».

Así yo vi la séptima fosa mutar y trasmutar; y aquí me excuse la novedad, si oscura fue la pluma. Y aconteció que, aunque mi vista fuese algo borrosa, y encogido el ánimo, no pudieron huir, tan a escondidas que no les viese bien, Puccio Sciancato157 —de los tres compañeros era el único que no cambió de aquellos que vinieron— era el otro a quien tú, Gaville, lloras158.

Canto XXVI:

Octavo Círculo - Octavo Foso

¡Alégrate, Florencia, ya que eres tan grande, que por mar y por tierra bate alas tu fama, y en el Infierno se expande tu nombre! Cinco nobles hallé entre los ladrones de tus vecinos, de donde me vino vergüenza, y para ti no mucha honra159. Pero si el soñar al alba es verdadero, conocerás, de aquí a no mucho tiempo, lo que Prato, no ya otras, te aborrece160. No fuera prematuro, si ya fuese: ¡Ojalá fuera ya, lo que debe ser! que más me pesará, cuanto envejezco161.

Nos marchamos de allí, y por los peldaños que en la bajada nos sirvieron antes, subió mi guía y tiró de mí.

Y siguiendo la ruta solitaria, por los picos y rocas del escollo, sin las manos, el pie no se valía. Entonces me afligí, y me duele ahora, cuando, el recuerdo a lo que vi dirijo, y el ingenio refreno más que nunca, porque sin guía de virtud no corra; tal que, si buena estrella, o mejor cosa, me ha dado el bien, yo mismo no lo enturbie.

Así como el campesino que reposa en la colina, cuando aquel que alumbra el mundo, oculto menos tiene el rostro, cuando a las moscas siguen los mosquitos, luciérnagas contempla allá en el valle, en el lugar tal vez que ara y vendimia; toda resplandecía en llamaradas la fosa octava, tal como advirtiera desde el sitio en que el fondo se veía.


Y como aquel que se vengó con osos162, vio de Elías el carro al remontarse, y erguidos los caballos a los cielos, que con los ojos seguir no podía, ni alguna cosa distinguió salvo la llama, como una nubecilla que subiese; tal se mueven aquellas por la boca del foso, mas ninguna enseña lo que ocultaba, y encierra un pecador cada centella. Yo estaba tan absorto sobre el puente, que si una roca no hubiese agarrado, sin empujarme me hubiera caído.

 

Y viéndome mi guía tan absorto me dijo: «Dentro del fuego están las almas, todas se ocultan en donde se queman». «Maestro —le repuse—, al escucharte estoy más cierto, pero ya he notado que así fuese, y decírtelo quería: ¿quién viene en aquel fuego dividido, que parece surgido de la pira donde Eteocles fue puesto con su hermano163?». Me respondió: «Allí dentro se tortura a Ulises y a Diomedes, y así juntos en la venganza van como en la ira; y dentro de su llama se lamenta del caballo el ardid, que abrió la puerta que fue gentil semilla a los romanos164.

Se llora la traición por la que, muerta, todavía Daidamia se duele por el abandono de Aquiles, y por el Paladión165 se halla el castigo». «Si pueden dentro de aquellas antorchas hablar —le dije— te ruego, maestro, y te suplico, y valga mil mi súplica, que no me impidas que aguardar yo pueda a que la llama cornuda aquí llegue; mira cómo a ellos lleva mi deseo». Y él me contestó: «Es digno lo que pides de mucha loa, y yo te lo concedo; pero procura reprimir tu lengua.

Déjame hablar a mí, pues que comprendo lo que quieres; ya que serán esquivos por ser griegos, tal vez, a tus palabras».

Cuando la llama hubo llegado a donde lugar y tiempo pareció oportuno a mi guía, yo le escuché hablar en estos términos: «¡Oh vosotros que sois dos en un fuego, si os merecí, mientras que estaba vivo, si os merecí, bien fuera poco o mucho, cuando altos versos escribí en el mundo, no os mováis; sino que alguno me diga dónde, por él perdido, halló la muerte». El mayor cuerno de la antigua llama empezó a retorcerse murmurando, tal como aquella que el viento fatiga; después la punta aquí y acá moviendo, cual si fuese una lengua la que hablara, fuera sacó la voz, y dijo: «Cuando me separé de Circe, que me mantuvo preso más de un año allí junto a Gaeta, antes de que así Eneas la llamase, ni la filial dulzura, ni el cariño del viejo padre, ni el amor debido, que debiera alegrar a Penélope, vencer pudieron el ardor interno que tuve yo de conocer el mundo, y el vicio y la virtud de los humanos; mas me arrojé al profundo mar abierto, con una embarcación tan solo, y la pequeña tripulación que nunca me abandonaba.

Un litoral y el otro vi hasta Hispania, y Mauritania, y la isla de los sardos, y las otras que aquel mar baña en torno. Viejos y cansados ya nos encontrábamos, al arribar a aquella boca estrecha donde Hércules plantara sus columnas, para que el hombre más allá no fuera166: a mano diestra ya dejé Sevilla, y la otra mano se quedaba Ceuta. “Oh hermanos —dije—, que tras de cien mil peligros a occidente habéis llegado, ahora que ya es tan breve la vigilia de los pocos sentidos que aún nos quedan, negaros no queráis a la experiencia, siguiendo al Sol, del mundo inhabitado.

Considerar cuál es vuestra progenie: hechos no estáis a vivir como brutos, mas para conseguir virtud y ciencia”. A mis hombres les infundí tanta ansia del camino con esta breve arenga, que no hubiera podido detenerlos; y vuelta nuestra proa a la mañana, alas hicimos de los remos para seguir tan desatinado viaje, inclinándose siempre hacia la izquierda. Del otro polo todas las estrellas vio ya la noche, y el nuestro tan bajo que del suelo marino no surgía. Cinco veces ardiendo y apagada era la luz que nos presta la Luna, desde que al alto paso penetramos, cuando vimos una montaña, oscura por la distancia, y pareció tan alta cual nunca hubiera visto monte alguno.

Nos alegramos, pero se volvió llanto: pues de la nueva tierra se originó un torbellino, y golpeó la proa de la embarcación. La hizo girar tres veces en las aguas; a la cuarta la popa alzó a lo alto, bajó la proa —como Aquel lo quiso— hasta que el mar cerró sobre nosotros».

Canto XXVII: Octavo Círculo - Octavo Foso

Ya estaba la llama inmóvil y derecha para no decir más, y se alejaba con la licencia del dulce poeta, cuando otra, que detrás de ella venía, hizo volver los ojos a su cima, porque salía de ella un son confuso.

Como mugía el toro siciliano que primero mugió, y eso fue justo, con el llanto de aquel que con su lima lo templó167, con la voz del afligido, que, aunque estuviese forjado de bronce, de dolor parecía traspasado; así, por no existir hueco ni vía para salir del fuego, en su lenguaje las palabras amargas se tornaban.

Pero después al encontrar ya su camino por el extremo, con el movimiento que la lengua le diera con su paso, escuchamos: «Oh tú, a quien yo dirijo la voz y que has hablado cual lombardo, diciendo: “Vete ya; más no te detengo”, aunque he llegado acaso un poco tarde, no te pese al permanecer hablando conmigo: ¡Mira que no me pesa a mí, que ardo! Si tú también en este mundo ciego has oído de aquella dulce tierra latina, en que yo fui culpable, dime si tiene la Romaña paz o guerra; pues yo nací en los montes entre Urbino y el yugo del que el Tíber se desata». Inclinado y atento todavía me encontraba, cuando al lado me tocó mi guía, diciéndome: «Habla tú, que este es latino».

Yo, que tenía la respuesta pronta, comencé a hablarle sin demora alguna: «Oh alma que te escondes allá abajo, tu Romaña no está, no estuvo nunca, sin guerra en el corazón de sus tiranos; mas palpable ninguna dejé ahora.

Rávena está como está hace muchos años: el águila de Polenta anida allí, al que a Cervia recubre con sus alas. La tierra que sufrió la larga prueba hizo de los francos168 un montón sangriento, bajo las garras verdes169 permanece. El mastín viejo y joven de Verruchio170, que mala guardia dieron a Montaña171, clavan, donde solían, sus colmillos. Las villas del Santerno y del Lamone172 manda el leoncito que campea en blanco, que de verano a invierno173 el bando muda; y aquella cuyo flanco el Savio174 baña, como entre llano y monte se sitúa, vive entre el estado libre y la tiranía.

Ahora quién eres, pido que me cuentes: no seas más duro que lo fueron otros; tu nombre así en el mundo tenga fama».

Después que el fuego crepitó un instante a su modo, movió la aguda punta de aquí, de allí, y después lanzó este soplo: «Si creyera que diese mi respuesta a persona que al mundo regresara, dejaría esta llama de agitarse; pero, como jamás desde este abismo nadie vivo volvió, si bien escucho, sin temer a la infamia, te respondió: Guerrero fui, y después fui cordelero, creyendo, así ceñido, hacer enmienda, y hubiera mi deseo realizado, si a las primeras culpas, el gran Preste175, que mal haya, tornado no me hubiese; y el cómo y el porqué, quiero que escuches: Mientras que forma fui de carne y huesos que mi madre me dio, fueron mis obras no leoninas sino de zorra; las acechanzas, las ocultas sendas todas las supe, y tal llevé su arte, que iba su fama hasta el confín del mundo.

Cuando me vi cercano a aquella parte de mi vida, en la que cualquiera debe arriar las velas y lanzar amarras, lo que antes me agradaba, me pesó entonces, y arrepentido me volví y confesé, ¡ah miserable!, y me hubiera salvado retirándome al claustro.

El príncipe de nuevos fariseos, haciendo guerra cerca de Letrán (y no con sarracenos ni judíos, que sus enemigos todos eran cristianos, y en la toma de Acre nadie estuvo ni comerciando en tierras del Sultán). Ni el sumo oficio ni las sacras órdenes en sí guardó, ni en mí el cordón aquel que suele hacer delgado a quien lo ciñe.

Pero, como Silvestre fue llamado por Constantino, allí en Sirati para curarle de lepra176, así que como doctor me llamó este para curarle su fiebre de soberbia: me pidió mi consejo, y yo callaba, pues sus palabras delirantes parecían.

Después volvió a decir: “Tu alma no tema; de antemano te absuelvo; enséñame la forma de abatir los muros de Prenestre177.

El cielo puedo abrir y cerrar puedo, porque son dos las llaves, como sabes, que mi predecesor no tuvo aprecio178”. Los graves argumentos me impresionaron y, pues callar peor me parecía, le dije: “Padre, ya que tú me lavas de aquel pecado en el que caigo ahora, larga promesa de cumplir escaso hará que triunfes en el alto solio”.

Después cuando morí, vino Francisco179, mas uno de los negros querubines le dijo: “No lo lleves: no me enfades. Ha de venirse con mis condenados, puesto que dio un consejo fraudulento, y le agarro del pelo desde entonces; que a quien no se arrepiente no se absuelve, ni se puede querer y arrepentirse, pues la contradicción no lo consiente”.

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