Читать книгу: «La ética en Wittgenstein y el problema del relativismo», страница 2

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Como se puede notar, el valor de verdad resultante de la combinación es siempre verdadero (el resultado aparece en negrita). Por eso, esa tabla muestra que estamos frente a una pseudoproposición, una tautología, que es siempre verdadera pero nada dice. Nada sabemos sobre el estado meteorológico del mundo cuando alguien afirma que llueve o no llueve.

Si se toma el signo proposicional como simple, se requiere que los nombres estén relacionados de un determinado modo. Caso contrario, no habría sentido. Por ejemplo (y solamente para fines ilustrativos, pues Wittgenstein negaría que estemos en ese caso frente a nombres propios refiriéndose a objetos simples en el mundo), los nombres «Aristóteles» y «Platón» en sí nada significan. Pero en un contexto proposicional, cuando alguien dice «Platón está a la izquierda de Aristóteles» (que podemos simbolizar con «aRb») tenemos una proposición legítima cuyos nombres se refieren a algo determinado y que posee sentido, esto es, puede ser verdadera o falsa.

La identidad entre la forma de combinación de los nombres en la proposición y la forma de la realidad es otra condición para que la proposición tenga sentido. Así, una proposición de la forma relacional, por ejemplo, la citada anteriormente «aRb», muestra cómo debe ser el mundo para que ella sea verdadera: manteniendo el mismo caso, que el «objeto» denotado por «a» esté a la izquierda del objeto referido por «b». Sabemos, entonces, que en el mundo hay ciertas relaciones espaciales.

Si el proceso de análisis pasa de la proposición simple hasta lo que la constituye, nada encontraremos sino nombres en el sentido propio. Esto quiere decir, los nombres se refieren a objetos, tal como pensaba Frege. Sin embargo, Wittgenstein niega que los nombres propios tengan sentido, así como que las proposiciones tengan referencia, pues estas solamente poseen sentido, es decir, valor de verdad. La estructura de una proposición es la combinación efectiva de los nombres, y la forma es la posibilidad de la estructura de tener nuevas combinaciones.

De la presentación de las condiciones de sentido podemos también extraer algunas implicaciones «ontológicas». Se trata, en realidad, de una ontología meramente formal. Dado que el lenguaje significativo es la totalidad de las proposiciones con sentido, entonces el espacio lógico es el reino de las puras posibilidades. Siendo la totalidad de las proposiciones verdaderas lo que constituye el discurso de las ciencias naturales, entonces el mundo es la totalidad de los hechos. Finalmente, estando una proposición elemental compuesta por nombres, los hechos están constituidos por objetos, que también son simples y forman la substancia del mundo. Como vemos, el orden de presentación del Tractatus no es ni su orden de argumentación (que, en realidad, comienza en la observación 2.1) ni el orden de la realidad (descrita a partir de la observación 1). Sin embargo, se debe tener cuidado al atribuir a Wittgenstein la llamada «filosofía del atomismo lógico», que fue en realidad elaborada por Russell bajo su influencia.

También es necesario destacar que la presentación de los límites de lo decible mostró que hay algo indecible. Por ejemplo, la referencialidad de los nombres o la identidad entre forma lógica y forma del mundo no se deja expresar por proposiciones significativas. De este modo, afirmar «El nombre “Platón” se refiere a Platón» es emitir un sinsentido. De la misma manera, no es posible decir significativamente que la forma lógica es idéntica a la de la realidad, pues eso se muestra en cada proposición bien construida. Se completa así la tarea crítica del Tractatus: al mostrar que hay algo indecible.

La proposición como figuración

Para comprender ese resultado aparentemente paradójico de Wittgenstein, es necesario aclarar mejor la naturaleza figurativa de la proposición. Se cuenta que el autor del Tractatus tuvo la idea de comparar una proposición con una figuración cuando supo que en París, en los tribunales, se representaban accidentes de tráfico con miniaturas de automóviles. Independientemente de que ese haya sido realmente el caso, parece claro que mapas geográficos, partituras musicales, dibujos, etc., son representaciones de posibles estados de cosas, así como el lenguaje escrito u oral. Para Wittgenstein, una proposición es esencialmente pictórica: ella figura un estado de cosas. Por consiguiente, se puede resaltar la naturaleza pictórica del lenguaje proposicional sin reconstruir el origen efectivo del lenguaje (por ejemplo, el supuesto pasaje de los jeroglíficos hacia la creación del alfabeto).

Una de las ideas centrales de Wittgenstein en el periodo en que escribió el Tractatus fue comparar una figuración con la proposición. Considérese el siguiente dibujo:


Puede representar un determinado estado de cosas, por ejemplo, que Aristóteles está luchando con Platón. La proposición «Aristóteles está luchando con Platón» muestra ese hecho. Por eso, una proposición con sentido, es decir que puede ser verdadera o falsa, es una representación pictórica de un estado de cosas. Podríamos, en fin, simbolizar esa proposición por aRb, una forma lógica encontrada en la lógica clásica de Frege, Russell y Wittgenstein, y que no era representable en la lógica tradicional aristotélica.

Wittgenstein sostenía que una figuración, por ejemplo, un mapa de Brasil, representa una determinada situación en el espacio lógico. Esta es un modelo de la realidad. Los elementos que la componen pueden ser proyectados en los objetos que representan para saber si es verdadera o no. Si los elementos de la figuración están ordenados de forma tal que correspondan a la realidad, entonces tenemos una representación verdadera del país. Caso contrario, tenemos una figuración falsa, por ejemplo, si quisiéramos figurar Brasil dibujando la «bota» que representa a Italia.

Una proposición, por ejemplo, «Brasil es el mayor país de la América Latina», también figura un estado de cosas. Esa proposición, siendo una figuración, puede ser verdadera o falsa, es decir posee sentido. En otras palabras, la proposición dice algo suficientemente determinado. De esta manera, tal figuración es efectivamente verdadera si corresponde al hecho representado. Para Wittgenstein, todo discurso cotidiano que cumpla las condiciones de sentido y el discurso científico son ambos legítimamente construidos. Ese es el dominio de lo pensable, de lo decible.

Con lo dicho, podemos ahora fijar algunos puntos clave. Llamamos «proposiciones» solamente a las oraciones que pueden ser verdaderas o falsas. Las afirmaciones que no cumplan las condiciones de sentido presentadas anteriormente, que no son figurativas, las llamaremos «pseudoproposiciones». Entre ellas encontramos, según Wittgenstein, las afirmaciones lógicas. Por ejemplo, afirmar «llueve o no llueve» no es presentar un estado de cosas, no es decir algo con sentido. Nada sabemos del estado meteorológico actual a través de ella. Tampoco las contradicciones del tipo «Llueve y no llueve» dicen nada. Por consiguiente, quien expresa una tautología nada informa sobre el mundo, nada dice de significativo.

Las afirmaciones absurdas tampoco obedecen a los límites del sentido y, por consiguiente, no son figuraciones. Por ejemplo, la frase «Cuadrados circulares son verdes» es absurda. Nótese que la forma gramatical de la oración es correcta. Sin embargo, la primera expresión no se refiere a ningún objeto. La afirmación, como un todo, no posee sentido, nada representa. Este es el caso también de las oraciones incompletas. Afirmar, «Platón es idéntico» nada dice.

Juicios morales o artísticos tampoco poseen sentido, es decir, no pueden ser verdaderos o falsos. A pesar de no ser absurdos, claramente no son figuraciones de estados de cosas, esto es, no poseen sentido. Quien afirma «Platón no debe mentir», no representa un estado de cosas que pueda ser comparado con la realidad. Por eso, no puede ser verdadero o falso. Él, entretanto, muestra lo que debe ser hecho. Este punto será aclarado en la próxima sección.

Otro tipo de afirmación es aquella que constituye el propio corpus del Tractatus. Las observaciones de Wittgenstein, y de toda la tradición filosófica, son sinsentidos. En otras palabras, ellas pretenden decir aquello que solamente puede ser mostrado. Por ejemplo, cuando afirmamos algo suficientemente determinado como «Platón fue el maestro de Aristóteles», cada nombre se refiere a algo, pero afirmar todo nombre debe necesariamente tener referencia para que el lenguaje pueda tener sentido es emitir una afirmación que va, ella misma, contra lo que está siendo requerido. Ella es un sinsentido.

Es por ese motivo por el que Wittgenstein, en el final del Tractatus, se ve obligado a rechazar su propio libro. En 6.54, escribió: «Mis proposiciones son elucidaciones de este modo: quien me entiende las reconoce al final como sinsentidos, cuando mediante ellas –a hombros de ellas– ha logrado auparse por encima de ellas. (Tiene, por así decirlo, que tirar la escalera una vez que se ha encaramado en ella). Tiene que superar esas proposiciones; entonces verá el mundo correctamente». La superación del Tractatus es una condición para comprender correctamente la posición en él defendida por Wittgenstein. Vamos a desarrollar más este punto a continuación.

Decir y mostrar

La distinción entre lo que puede ser dicho y lo que solamente puede ser mostrado es la más importante de todo el Tractatus. Ya sabemos dos cosas: primero, que lo que una proposición exhibe es su sentido, es decir, la posibilidad de ser verdadera o falsa; segundo, que las condiciones que tornan posible una proposición (la referencialidad de los nombres, la identidad entre forma lógica y forma de la realidad, etc.) son indecibles –no figurables–, pero se muestran en la propia proposición. Ahora, querer decir aquello que se muestra produce sinsentidos. Ese es exactamente el dominio discursivo de la filosofía: ella quiere decir lo que solamente se muestra, por ejemplo, la esencia de la realidad como compuesta por hechos, hechos y solamente hechos.

Podemos, entonces, aclarar mejor las relaciones entre decir y mostrar. Para esto podemos partir de la simple constatación de que hay afirmaciones que nada dicen, aunque muestran algo. Por ejemplo, una tautología, como vimos anteriormente, nada dice. No sabemos nada sobre el actual estado meteorológico cuando alguien dice «llueve o no llueve». La cuestión, entonces, es: ¿qué muestra una tautología? Para Wittgenstein, muestra las propiedades formales del lenguaje. Manteniendo el mismo ejemplo, la mencionada tautología muestra que si una proposición es verdadera, entonces su negación es falsa y no hay una tercera posibilidad. Ese es un principio elemental de la lógica, como vimos anteriormente.

Pero las relaciones entre decir y mostrar no se agotan aquí. Un juicio moral tampoco dice nada. En otras palabras, él no presenta un estado de cosas. En realidad, un juicio moral no satisface las condiciones del decir, por ejemplo, sus nombres no hacen referencia a objetos. Sin embargo, como vimos anteriormente, él no es un absurdo. Podemos, entonces, concluir que un juicio moral del tipo «Debes mantener las promesas» nada dice, pero muestra lo que debe ser hecho.

Esa misma observación vale para los juicios artísticos y los religiosos. Estos no satisfacen las condiciones del decir, pero muestran algo. Wittgenstein recusa, de esta manera, el estatuto de cientificidad para la moral, el arte, la religión, pero, como veremos más adelante, él no quiere abolir esos dominios del discurso humano como querían los positivistas lógicos. Al contrario, quiere salvaguardarlos del cientificismo, esto es, de la tentativa de reducir todo a la ciencia creyendo que solamente ella puede presentarnos una visión adecuada del mundo.

Vamos a intentar aclarar mejor las relaciones entre decir y mostrar. Sabemos que una proposición bien construida dice y muestra al mismo tiempo. Afirmar que «Platón fue el maestro de Aristóteles» representa un estado de cosas que, siendo verdadero, retrata un hecho. Es eso lo que la proposición dice. Al mismo tiempo, muestra a quién cada nombre se refiere y también muestra que hay ciertas relaciones en el mundo, o mejor dicho, muestra la forma del mundo. Si no es posible decir significativamente la forma lógica y la forma del mundo, entonces estamos ante un límite claro del lenguaje.

Una tautología nada dice, pero muestra ciertas propiedades formales del lenguaje y, por consiguiente, del propio mundo. Si el meteorólogo de la televisión nos dijera que hoy va a llover o no va a llover, no sabríamos si debemos coger el paraguas al salir de casa. Pero si pensamos mejor sobre lo que esa tautología muestra, entonces veremos que solamente hay dos posibilidades en el mundo: o lloverá o no. Aquí, se percibe por qué no es posible decir lo que se muestra, pues al intentar hacerlo repetimos exactamente la misma frase. Por consiguiente, los límites del lenguaje son los límites del mundo.

Este es el mejor momento para introducir un tema delicado del Tractatus, a saber, el solipsismo. Wittgenstein escribió en 5.6: «Los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo». Esa afirmación no puede ser tomada en un sentido empírico, esto es, los límites del mundo de una persona no dependen, por ejemplo, del número de palabras que ella conoce, de su competencia lingüística. Tampoco puede ser tomado en el sentido idealista: el «yo» no es lo único existente. Wittgenstein expresamente niega que el «yo pensante» o el «yo representante» exista (5.631).

¿En qué sentido, entonces, podemos hablar de un sujeto? Para Wittgenstein, el sujeto no es el cuerpo humano que es compuesto por hechos. El sujeto que verdaderamente importa es aquel que está en el límite del mundo. En otras palabras, el sujeto es un límite del lenguaje porque es condición de su existencia y no de su sentido. Ese sujeto es el sujeto volitivo concebido a partir de Schopenhauer y que es, en el Tractatus, el portador de lo ético. Aunque tampoco de él podemos decir nada. Como veremos, la buena o mala voluntad se muestra en las propias acciones. El sujeto volitivo no puede ser figurado, siendo más bien condición de la existencia de toda figuración.

Por esa razón, es necesario leer con atención la observación 6.53 del Tractatus. Wittgenstein escribió:

El método correcto en filosofía consistiría propiamente en esto: no decir nada más que lo que se puede decir, esto es: proposiciones de la ciencia natural –algo, por tanto, que no tiene nada que ver con la filosofía–; y entonces, siempre que alguien quisiese decir algo metafísico, demostrarle que no había dado significado alguno a ciertos signos en sus proposiciones. Este método no sería satisfactorio para la otra persona –no tendría la sensación de que le estábamos enseñando filosofía– pero tal método sería el único estrictamente correcto.

Se ve claramente aquí que Wittgenstein quiere abolir la metafísica, la tentativa de decir aquello que se muestra, pero no el arte ni la moral, esto es, los dominios del lenguaje humano que muestran sin pretensiones de decir algo verdadero o falso.

Lo místico: la lógica y la ética

Wittgenstein llamó «místico» simplemente al mostrar que hay algo indecible (6.522). No hay, por lo tanto, defensa de un misticismo particular, doctrinario, en el Tractatus. Por «místico», Wittgenstein quiere decir que tanto la lógica como la ética forman parte del dominio de lo no figurable. Ya sabemos que la referencialidad de los nombres y la identidad de la forma lógica y de la forma del mundo no se expresan por proposiciones bipolares. En el fondo, esto significa que nada significativo puede ser dicho sobre el Ser. Por consiguiente, la ontología no puede ser ciencia. Tampoco podemos responder significativamente a la pregunta de la metafísica tradicional: ¿por qué hay el ente y no antes nada? Tanto una metafísica materialista como una creacionista intentan decir más de lo que efectivamente puede ser dicho, de lo que puede ser figurable verdadera o falsamente. En el Tractatus se lee: «La “experiencia” que necesitamos para entender la lógica no es la de que algo está de esta o aquella manera, sino la de que algo es; pero precisamente eso no es ninguna experiencia» (5.552). Por consiguiente, al intentar clarificar la esencia de la proposición y de ese modo la esencia del mundo, Wittgenstein transgredió los límites del sentido mostrando que son indecibles. Pero en cada proposición bien construida, aquello que es se muestra.

En la Conferencia sobre ética, que mantiene algunas de las ideas del Tractatus, escrita en el final de la década de los veinte, aunque publicada solamente en 1965, Wittgenstein sostiene que una de las «experiencias» éticas fundamentales es el asombro ante la existencia del mundo. Ahora bien, cualquier tentativa de decir algo significativo sobre el factum del mundo produce sinsentidos. Así, la ética no puede ser ciencia, no puede ser expresada en proposiciones bipolares. Sin embargo, la moralidad se exhibe en las afirmaciones cotidianas, en los juicios morales sobre lo que debemos o no hacer.

Es verdad que en el Tractatus hay una serie de afirmaciones que parecen ser juicios éticos. Y de hecho lo son. Por ejemplo, la última observación del libro, a saber: «de lo que no se puede hablar, se debe guardar silencio» puede ser entendida como una «ley» ética. Además de eso, cuando su autor discute el sentido de la vida, afirmando que debe estar fuera del mundo, que no hay valores en el mundo, que la buena voluntad no muda el mundo, sino solamente a sí misma, etc., está intentando decir algo que se muestra (véanse las últimas páginas del Tractatus). Por eso, también la parte final del Tractatus está constituida por pseudoproposiciones éticas que son sinsentidos.

Es necesario recordar entonces que la ética es entendida, a partir de Moore, como «una investigación general sobre lo bueno» y, por consiguiente, como una disciplina filosófica de estudio de la moralidad. Negar a la ética el estatuto de cientificidad no significa cohibir manifestaciones morales cotidianas. Cabe preguntar: ¿qué se muestra bajo el punto de vista moral? Lo que se muestra por sí misma es la buena voluntad en concordancia con el mundo, con la facticidad, como forma de vivir feliz. Caso contrario, tendremos una vida infeliz. En otras palabras, la moralidad de los actos humanos se muestra por sí misma en el ejercicio de la vida feliz.

Podemos finalmente percibir con claridad lo que Wittgenstein está pretendiendo con su libro, y comprender también su sentido general. Al separar la figuración proposicional, que presenta estados de cosas del mundo, de las enunciaciones filosóficas, él está mostrando que la ética, como disciplina filosófica, no puede estar constituida por proposiciones y, por consiguiente, no puede ser ciencia. Sin embargo, él estaba lejos de querer abolir la moralidad cotidiana. En el día a día, las personas emiten juicios morales y nada hay, en principio, de errado en ellas. Es solamente el discurso filosófico que pretende fundamentar esos juicios el que produce pseudoproblemas. Los sinsentidos éticos, tales como el del propio Tractatus, deben ser silenciados. La moralidad, libre de las confusiones filosóficas, se exhibe en la vida cotidiana de las personas.

Lo mismo puede ser afirmado del arte y de la estética. Esta última, como disciplina filosófica, intenta decir lo que solamente se muestra. Por ejemplo, en una pintura o en una sinfonía musical, la belleza se manifiesta por sí misma. Cuando intentamos decir algo sobre ella, producimos pseudoproposiciones, sinsentidos. Por ejemplo, cuando leemos el Fausto de Goethe, o un poema cualquiera, no debemos estar preocupados por la verdad de aquello que es expresado. Por el contrario, cuando percibimos la musicalidad poética, sentimos placer al reconocer lo bello. No tiene sentido preguntar por la correspondencia de lo que Goethe habla con los hechos mundanos. Así, el arte, libre de las confusiones filosóficas, exhibe lo bello y son solamente las afirmaciones estéticas (en el sentido de una ciencia de lo bello o de una filosofía del arte) las que chocan contra los límites del lenguaje.

Podemos ahora comprender el sentido del Tractatus como un todo. En una carta a von Ficker, Wittgenstein escribió:

El sentido del libro es ético. Una vez quise incluir en el prefacio una frase que no está de hecho allí ahora pero que le transcribiré aquí porque quizá sea para usted una clave. Lo que quise escribir entonces era esto: Mi trabajo consta de dos partes: la que aparece aquí más todo lo que no he escrito. Y justamente esa segunda parte es la importante. Pues lo ético viene limitado por mi libro, en cierta forma, desde dentro, y estoy convencido de que, estrictamente, solo así puede ser limitado.

Lo que Wittgenstein quiso hacer, en el fondo, fue restringir el discurso de la ciencia para dejar lugar a la moralidad.

Se puede concluir que el sentido ético del Tractatus consiste en separar ciencia y moral, y así salvaguardar el dominio de los valores contra el cientificismo. Esto quiere decir, la moralidad tiene más que ver, por ejemplo, con experimentar sentimientos adecuados ante ciertas situaciones que con racionalizaciones. Como veremos, las Investigaciones filosóficas también mantienen una distinción entre los juegos de lenguaje morales y los científicos. La confusión entre uno y otro genera problemas metafísicos que necesitan ser disueltos. Por consiguiente, la función terapéutica del análisis filosófico está presente tanto en el Tractatus como en las Investigaciones. Este punto será examinado después de que investiguemos el periodo intermedio del pensamiento de Wittgenstein.

El abandono y la vuelta a la filosofía

Después de concluir el Tractatus, Wittgenstein abandonó la filosofía, pues creía haber resuelto en lo esencial todos sus problemas, como prueba el prefacio del libro. El Tractatus fue compuesto en plena I Guerra Mundial (1914-1918) en la cual Wittgenstein participó activamente, inclusive siendo condecorado por actos de valor. Acabó el libro cuando aún estaba preso en el norte de Italia, donde hizo la última transcripción de sus observaciones del Diario Filosófico y dio forma final al Tractatus. Liberado, volvió a Viena y después de publicar con muchas dificultades el Tractatus (el libro solo fue aceptado después de tener incluida la introducción de Russell que Wittgenstein, en realidad, desaprobaba y repudiaba como expresión de sus ideas), que él consideraba el libro de su vida, pasó a dedicarse a diversas actividades prácticas.

Dos de esas actividades merecen destacarse. La primera, íntimamente relacionada con el ideal ético exhibido por el Tractatus de transformación en la forma de vivir y profundamente influenciada por Tolstoy, a quien Wittgenstein leyó durante el periodo de la guerra, fue la de trabajar como profesor en las escuelas primarias del interior de Austria, particularmente, en las pequeñas villas rurales de Kirchberg y Trattenbach. En esos lugares, Wittgenstein se involucró en proyectos de reforma educacional llegando a componer un diccionario con las palabras más usadas cotidianamente por los habitantes de aquella región remota. Además de eso, procuró enseñar a los niños cambiando los métodos pedagógicos, lo que incluía por ejemplo reconstruir esqueletos de animales, hacer visitas al campo para observar las estrellas y, socráticamente, llevar a través de preguntas a cada alumno a encontrar por sí mismo las respuestas a los problemas. Esas actividades tomaban el tiempo que los padres reservaban al trabajo, y así Wittgenstein se vio envuelto en conflictos que lo hicieron abandonar sus pretensiones tolstoyanas y volver a Viena.

En 1926, juntamente con su amigo el arquitecto Paul Engelmann, Wittgenstein diseñó y participó en la construcción de una casa para su hermana Margarete, que todavía hoy abriga el Instituto de Cultura de Bulgaria, en Viena. La casa posee trazos que recuerdan al Tractatus por la simplicidad y funcionalidad. Quien visita la sede del movimiento La Secesión (que revolucionó la cultura artística vienesa criticando la ornamentación vacía de las casas y los objetos cotidianos), la cual fue proyectada por Adolf Loos y Gustav Klimt, y patrocinada por el padre de Wittgenstein, Karl, y posteriormente va hasta la casa diseñada para su hermana, comprende la radicalización de estilo que el autor del Tractatus llevó a cabo: no hay absolutamente ningún ornamento.

Fue en ese periodo cuando algunos miembros del Círculo de Viena para la Concepción Científica del Mundo, liderados por Moritz Schlick, buscaron a Wittgenstein, quien a esa altura ya se había tornado una celebridad, pues el Tractatus Logico-philosophicus se convirtió en un libro conocido y admirado en toda Europa e, inclusive, estaba influenciando al movimiento que más tarde sería conocido como positivismo lógico. Wittgenstein participó en algunas reuniones con algunos miembros de ese grupo. El resultado de esos diálogos está registrado en el libro Ludwig Wittgenstein y el Círculo de Viena, organizado por Friedrich Waismann.

El principal interés de los miembros del Círculo de Viena por el Tractatus estaba centrado en la crítica que hace a la metafísica y en el aparato lógico que Wittgenstein creó para sostener sus posiciones. Particularmente, los positivistas lógicos interpretaron algunas afirmaciones del Tractatus (por ejemplo, que comprender una proposición significa saber lo que es el caso si ella es verdadera) en términos de sus propios intereses cientificistas. El principio básico del movimiento establece que el sentido de una oración es su modo de verificación y fue concebido en términos empiristas, esto es, como si una oración debiera ser descompuesta hasta que se encuentren proposiciones simples (Prottokolsätzen), cuyo valor de verdad debería ser establecido a partir de los datos de los sentidos. Esa tesis difícilmente puede ser atribuida al primer libro de Wittgenstein, pues las proposiciones elementales son, como vimos en la sección anterior, el resultado del análisis lógico y no necesariamente son obtenidas a partir de datos elementales de la observación empírica del mundo. Por eso, más que influencias genuinas, hubo muchos malentendidos por parte de los miembros del Círculo de Viena de la obra de Wittgenstein.

Las diferencias entre los positivistas lógicos y el autor del Tractatus fueron claramente expresadas por Engelmann:

El positivismo sostiene –y esta es su esencia– que aquello de lo que podemos hablar es todo lo que importa en la vida. Mientras que Wittgenstein cree apasionadamente que todo lo que realmente importa en la vida humana es precisamente aquello sobre lo que, desde su punto de vista, debemos callar. Cuando él, no obstante, dedica inmensos trabajos a delimitar lo que no es importante, no es la línea costera de esa isla lo que se está dedicando a examinar con tan meticulosa exactitud, sino los confines del océano.

En otras palabras, los positivistas eran cientificistas, mientras que Wittgenstein pretendía defender la esfera de los valores morales, artísticos, etc., de las racionalizaciones instrumentalizadoras de la ciencia. Los primeros querían abolir la metafísica juntamente con todo aquello que no podría ser considerado ciencia; Wittgenstein quería exactamente proteger el arte, la moral y la religión.

Felizmente, los contactos filosóficos de Wittgenstein en ese periodo no se restringían a los miembros del Círculo de Viena. En realidad, un brillante joven matemático inglés, Frank Ramsey, visitó a Wittgenstein y posteriormente mantuvieron discusiones sobre temas lógicos y filosóficos por intermedio de cartas. Ramsey escribió incluso una reseña del Tractatus para la revista Mind donde criticaba algunas de sus ideas. Probablemente (como demuestra el prefacio de las Investigaciones) la decisión de Wittgenstein de volver a Inglaterra (y a la filosofía) debe mucho al contacto con Ramsey que, trágicamente, falleció muy joven. El ambiente encontrado al retorno de Wittgenstein a Cambridge en 1929 no era muy diferente de aquel dejado algunos años antes. Russell y Moore continuaban dominando la escena filosófica. Este último publicó el artículo «A Defence of Common Sense» en 1925, que sería objeto de atención especial en la obra tardía de Wittgenstein, especialmente en el libro On Certainty, el cual algunos comentadores caracterizan como suficientemente original para distinguir un «III Wittgenstein». Sobre este punto habremos de volver.

Luego que Wittgenstein volvió a la filosofía, reconoció que algunas ideas del Tractatus estaban equivocadas. Para citar un caso: algunas de las presuposiciones lógicas asumidas en aquel libro, particularmente la independencia lógica entre las proposiciones elementales, se reveló equivocada. Cuando tenemos afirmaciones que contienen números en su interior, por ejemplo: «Platón mide 1,80 m», sabemos que, si son verdaderas, entonces muchas otras oraciones son falsas, incluyendo aquella que afirma que Platón mide 2 metros.

En esa fase de reformulación de su pensamiento, Wittgenstein escribió el artículo «Some Remarks on Logical Form», donde, a pesar de percibirse claramente que algunas de las ideas del Tractatus continúan intactas, comienza a cogitar posiciones que son antagónicas a su primer libro. Solamente para ilustrar: él escribe en ese artículo que la forma lógica de las proposiciones no puede ser establecida a priori, sino que debe partir de la observación de los propios fenómenos. Posteriormente, en el inicio de los años treinta, admitirá la posibilidad de un lenguaje fenomenológico, algo intermediario entre la física y el mundo. Después, rechazó esa concepción.

Otro trabajo importante de ese periodo es la ya citada «Conferencia sobre Ética». En ella se percibe claramente la posición asumida en el Tractatus, la de que no hay proposiciones éticas, de que los valores absolutos no forman parte del mundo y, por consiguiente, no son expresables a través de oraciones con sentido. Por ejemplo, algunas de las «experiencias» que Wittgenstein reconoce que poseen valor ético y que exhiben esos valores absolutos son relatadas a partir de símiles. Así, sentirse absolutamente seguro con independencia de lo que acontece en el mundo, o sentirse culpable es como sentirse en las manos de Dios o no contar con su aprobación, «experiencias» estas que no pueden ser expresadas en proposiciones como verdaderas o falsas. En otras palabras, la «Conferencia sobre Ética» continúa con la posición del Tractatus según la cual la ética es una tendencia a expresar lo que no puede ser dicho con sentido. Se perciben, sin embargo, algunas formas de análisis de los usos de las palabras bueno, correcto, deber, etc., que son recursos metodológicos ampliamente explorados en la obra tardía. Solamente a título de ilustración: se diferencia entre un uso absoluto de la palabra correcto (por ejemplo, en el juicio moral «no es correcto inventar calumnias») y los usos relativos de la misma palabra (por ejemplo, «ese es el camino correcto para Roma»). A pesar de ser la ética una tentativa de decir lo que no puede ser dicho, Wittgenstein termina la «Conferencia sobre Ética» afirmando que es una tendencia humana que por nada ridiculizaría.

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