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Predicar en América
Herman Melville habla del mundo como un barco en un viaje con el púlpito como su proa.97 En su paso a través de la historia latinoamericana, esta proa se ha lanzado directamente al abismo del genocidio una y otra vez. Y sin embargo, desde el vientre del gran pez del imperio, un coro de voces siempre ha predicado una palabra diferente.
En el cuarto domingo de Adviento, el 21 de diciembre de 1511, el padre Antonio de Montesinos predicó desde el púlpito de la iglesia en Santo Domingo.98 Era la voz que gritaba en el desierto a una congregación de conquistadores: “Todos estáis en pecado mortal y en él vivís y morís, por la crueldad y tiranía que usáis con estas inocentes gentes”. Cuestionó la empresa colonial de esclavitud indígena con una serie de preguntas pesadas: “¿Con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre aquestos indios? ¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacíficas; donde tan infinitas dellas, con muertes y estragos nunca oídos, habéis consumido? … Estos, ¿no son hombres? ¿No tienen ánimas racionales? ¿No sois obligados a amallos como a vosotros mismos? ¿Esto no entendéis? ¿Esto no sentís? ¿Cómo estáis en tanta profundidad de sueño tan letárgico dormidos?”.99
Montesinos no fue un caso aislado. En la carta pastoral presentada en la Fiesta de la Transfiguración de 1978, La Iglesia y las organizaciones políticas populares, Romero escribe que en América la misión profética de Cristo en nombre de los pobres también contó con apóstoles como “Fray Antonio de Montesinos, Fray Bartolomé de las Casas, el Obispo Juan del Valle y el Obispo Valdivieso asesinado en Nicaragua por oponerse al terrateniente y gobernado Contreras” (Voz, 94).100 Hay una línea que conecta el evangelio luminoso del monte Tabor con la predicación en Centroamérica. Sin embargo, esta línea no es brillante y sólida sino que es discontinua, punteada y rota.
Desde el principio la Iglesia en América tuvo dos caras, dos voces: la dominante, representada por soldados y clérigos que justificaron la violencia en favor de la evangelización y la colonización; y otra en gran parte representada por religiosos que protestaron por estos abusos. Las dos caras no son simplemente un signo de hipocresía:101 no todas las personas equivocadas son hipócritas, ni todas las personas sinceras son buenas. Más bien las dos caras son un signo del drama de la redención que se desarrolla en la iglesia, que recorre la historia como un cuerpo mixto (corpus per myxtum) de personas que son santas y pecadoras (simul justus et peccator), son trigo y son cizaña. Las dos caras de la Iglesia han estado presentes a lo largo de la historia de América Latina, desde las guerras de conquista en el siglo XVI hasta las guerras de independencia del XIX, hasta las guerras civiles del XX. En un aspecto, la iglesia publicó Inter caetera (1493), una bula papal que dividía el mundo entre los españoles y los portugueses para que la religión cristiana se ampliara “y las naciones bárbaras fueran sometidas y llevadas a la fe”.102
En otro aspecto, la iglesia publicó Sublimis Deus (1537), una encíclica que declara que “dichos indios y todas las demás personas que luego puedan ser descubiertas por los cristianos, no deben ser privados de su libertad o de la posesión de sus bienes, incluso aunque estén fuera de la fe de Jesucristo”.103 Un aspecto de la iglesia se muestra en Pedro de Córdoba, que en 1510 predicó el primer sermón conocido a los indígenas, y el otro se muestra en Pedro de Alvarado, quien en la Fiesta de la Transfiguración en 1526 conquistó a la gente de Cuscatlán en lo que hoy es San Salvador.104 Estas son las dos caras de la misma iglesia, y fue en este púlpito precariamente sostenido que Romero predicó y llamó a la gente a “escucharlo a Él”.
Romero era por naturaleza un hombre tranquilo y se transfiguraba al predicar.105 Sus palabras fluían con una confianza y una belleza que aún tienen poder para cautivar el oído, iluminar la mente y cautivar el corazón. Tenía dotes para la retórica que fueron obvias desde los primeros años de su vida como sacerdote. De hecho, fue al menos en parte en reconocimiento de estos dones que Romero fue elegido entre sus compañeros de seminario para continuar sus estudios teológicos en la Universidad Gregoriana de Roma.106 Y estos dones crecieron durante su época como arzobispo. A menudo predicaba durante horas los domingos y muchas veces durante la semana.107
Romero solía dedicar los sábados a preparar sus sermones.108 A partir de agosto de 1977, incluye una sección de noticias de eventos eclesiales y nacionales que sirven para enmarcar la homilía. En algunas ocasiones se refiere a ellos con un título específico (“El boletín sobre la vida de nuestra iglesia”, “Mi diario de esta semana”), pero con mayor frecuencia los eventos se presentan como la realidad que necesita ser iluminada por la Palabra de Dios. Me refiero a este estilo como “el carácter díptico” de la predicación de Romero, la que consideraremos más adelante. Él insiste en que la exposición de la palabra de Dios es la parte más importante de la homilía.109 Pero es la narración de los eventos semanales lo que más distinguió y provocó las reacciones más fuertes (positivas o negativas).
Los sábados por la mañana, se reunía con colegas para discutir los textos del leccionario y los eventos de la semana.110 En las tardes, Romero continuaba su preparación de sermones leyendo textos bíblicos y otros textos teológicos. Los signos de desgaste en los libros de la pequeña biblioteca personal de Romero muestran su aprecio por el Comentario Bíblico San Jerónimo y también por la obra en tres volúmenes de Maximiliano García Cordero Teología de las Escrituras.111 Por sobre estos, Romero se basa en la tradición magisterial. Cualquier persona que lea o escuche los sermones de Romero se sorprenderá de la frecuencia y el tiempo que cita de los documentos oficiales de la Iglesia Católica. Hay más referencias a las enseñanzas de los concilios y los papas que a todos los padres de la iglesia, escolásticos y liberacionistas combinados. La mayor parte de los sábados por la noche y las madrugadas del domingo los pasaba en oración.
Durante sus años como arzobispo, Romero vivió en los terrenos del Hospital de la Divina Providencia, un centro de cuidados paliativos para el cáncer dirigido por monjas carmelitas. El Hospitalito, como se le conoce comúnmente, es un contexto necesario para entender a Romero como un predicador.112
Cuando predicaba en la catedral, Romero declaró: Ipsum audite (¡Escúchenlo! ¡escuchen a Él!). Cuando rezaba en el Hospitalito, escuchó a Dios decir: Ipsos audite (¡Escúchenlos! ¡escuchen el grito de los enfermos!). El Hospitalito era otro lugar donde Romero encontraba sufrimiento. En los cuerpos con cáncer de los pacientes veía la agonía de las madres de los desaparecidos y la esperanza de toda una nación. Fue tanto su hogar como el Getsemaní, un lugar solitario donde conoció a Dios. Todas sus homilías fueron preparadas en el Hospitalito, donde se dice que se mantenía despierto en oración hasta altas horas de la noche. Fue allí donde se predicó su homilía final. “En el Hospitalito, se encuentra la raíz de monseñor. En la catedral, se ven los frutos. En ambos lugares, monseñor vivió con Dios y con el pueblo. Pero se puede decir que en el Hospitalito vivió más íntimamente con Dios y en la catedral, más públicamente con su pueblo”.113
No era su costumbre escribir manuscritos completos de sermones, y usualmente se acercaba al micrófono con solo un puñado de notas. Miguel Cavada Diez, el editor general de la edición crítica de las homilías de Romero, subraya el carácter oral de la predicación de Romero.114 Al pasar al púlpito, el arzobispo “no llevaba por escrito previamente sus homilías, solamente se auxiliaba de un guion y algunos documentos que leía en el momento oportuno”.115 Un estudio de los bosquejos de sus sermones, muchos de los cuales se conservan, muestra el serio cuidado con que Romero preparó sus somilías. No hay nada apresurado o enlatado en el desarrollo de su sermón.116
Los dos polos temáticos de los sermones de Romero eran Dios y el pueblo, y estos dos estaban relacionados a través de la iglesia, que era el tema más constante y común de su predicación. Cincuenta de las 193 homilías en la edición crítica tienen la palabra iglesia en el título del sermón.117 Muchos más tienen la palabra iglesia o términos similares (pueblo, comunión) en los subtítulos. A través de su predicación, Romero procuró consolar a los afligidos, denunciar al criminal, respaldar los reclamos justos del pueblo, dar esperanza y declarar la trascendencia de Dios sobre los planes humanos.118 Los temas de la predicación de Romero surgieron de la intersección del calendario litúrgico y los acontecimientos del día.
Es difícil sobreestimar la importancia del calendario litúrgico en la predicación de Romero. Para Romero, el año litúrgico es una escuela de teología y espiritualidad cristianas.119 Él compara el comienzo de un año litúrgico con el comienzo de un nuevo año escolar con discípulos graduados a un nuevo evangelio y un conjunto de lecciones bíblicas (Homilías, 4:25). La celebración del año litúrgico no es un acto similar a la celebración de la independencia de El Salvador el 15 de septiembre. A través de la liturgia, los feligreses participan en los misterios de Cristo. “Esta es la misa de cada domingo. Y las fiestas litúrgicas del año, la fiesta del 6 de agosto en nuestra catedral, son presencias del misterio de Cristo” (Homilías, 2:26; 27/11/1977).120 Las tres lecciones asignadas por el leccionario guían el encuentro con la Palabra de Dios y también dan forma al sermón. Es costumbre de Romero predicar sermones que tienen tres puntos. Romero asigna títulos a cada uno de estos encabezados, con la esperanza de dar a sus oyentes puntos de anclaje que puedan captar y mantener. Los tres puntos tienden a estar relacionados entre sí de una manera lógica.121
Romero trata el año litúrgico no como una imposición artificial a la historia de El Salvador, sino como una lente cristológica para leer correctamente los signos de los tiempos en el país.122 Los misterios desplegados por el calendario litúrgico y las fiestas nacionales del calendario secular se superponen, pero no hay que confundirlos. La respuesta de Jesús a la pregunta de los discípulos acerca del tiempo para la restauración del reino de Israel (cf. Hechos 1:6–8) evoca esta distinción. Hay una historia sagrada y una historia secular. “A pesar de las negruras de nuestra historia, Dios tiene su historia y hará resplandecer su gloria sobre la oscuridad de nuestra historia patria” (Homilías, 2:475; 7/5/1978). Dios busca transformar la historia secular de cada nación al energizarla con la historia de la salvación. La lectura de los eventos cotidianos en conjunto con el año litúrgico hace que los evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan se acerquen a la historia de Centroamérica y de El Salvador, y a su vez hace que la historia secular se acerque a la historia de la salvación.123
Jon Sobrino no exagera cuando escribe que “Las homilías de monseñor Romero fueron – y siguen siendo – un fenómeno eclesial y social sin precedentes”.124 Para la situación particular de El Salvador, así como por el método homilético que desarrolló, en los sermones de Romero se relacionan los personajes y eventos bíblicos con los contemporáneos. Cuando predicaba sobre los efectos de la vida vivida en una carne sin Cristo, Romero presenta el ejemplo de Jezabel, “Mujer mala que, cuando vio que Elías luchaba por los derechos de Dios contra los falsos profetas, le mandó un recado como los que manda la UGB hoy: ´Mañana a estas horas, tú estarás también, con los falsos profetas, muerto’ (Homilías, 5:207; 12/8/1979). La UGB era la Unión Guerrera Blanca, un escuadrón de la muerte de extrema derecha. “Y Elías tuvo miedo. ¿Quién no siente miedo ante una amenaza de muerte? Y Elías emprendió la huida porque la UGB le había amenazado, Jezabel, la perversa mujer de Ajab” (Homilías, 5:207). El estallido de aplausos que se escuchó al pronunciar estas líneas es una clara evidencia de que la congregación entendió las capas de significado en las palabras de Romero. Los aplausos se convirtieron en una respuesta cada vez más notable a la predicación de Romero, tanto que a veces Romero hizo comentarios al respecto.125 Rechazó las acusaciones de quienes afirmaban que su predicación tenía como objetivo obtener aplausos. No acalló el aplauso de su congregación. Él lo apreciaba como una expresión de solidaridad y como una respuesta positiva a la dirección pastoral del ministerio de la iglesia. Al final de su vida, Romero se dio cuenta de que sus homilías eran el aspecto más importante de su ministerio episcopal.126 Fue a través de su palabra hablada que tocó a la mayoría de las personas en El Salvador. Fue en el púlpito que se convirtió en un micrófono de Cristo.
Los micrófonos de Cristo
El 23 de enero de 1980, una bomba hizo estallar el equipo de transmisión del YSAX, la estación de radio conocida como La Voz Panamericana. La bomba fue colocada por un grupo paramilitar de derecha que intentaba silenciar el mensaje de la iglesia. Los técnicos trabajaron arduamente para hacer reparaciones y pudieron terminar justo a tiempo para la homilía dominical de monseñor Romero del 27 de enero. Cuando la voz de Romero fluía por los aires esa mañana gracias a YSAX, no estaba predicando desde la catedral. Miembros de los sindicatos habían ocupado la catedral para protestar por el cierre de sus fábricas. Mientras continuaban las negociaciones con el sindicato y los dueños de las fábricas, el arzobispo trasladó sus misas dominicales a la Basílica del Sagrado Corazón. Si algunos vieron esta reubicación como un acto de temor y cobardía, estaban equivocados. La Basílica no era una fortaleza poderosa que protegiera a Romero de los problemas. El 9 de marzo, una bomba puesta para detonar durante la misa se colocó junto al altar de la Basílica. Por razones desconocidas la bomba no explotó; esto muestra que cuando Romero predicaba exponía su vida. No fue diferente en la mañana del 27 de enero, cuando predicó “La homilía, actualización de la palabra de Dios” (Homilías, 6:223–46). La lección del evangelio del Leccionario era Lucas 4, 14–21. Es el pasaje donde a Jesús en la sinagoga de Nazaret le es dado el rollo de Isaías y predicó “el Espíritu del Señor está sobre mí…”.
Romero entendió que algunos esperaban que él hablara solo sobre política y economía. Fue acusado de ser un polemista partidista. Sin embargo, Romero siempre insistió en que él era ante todo un predicador del evangelio. Su propósito principal en la predicación no era pedirle al gobierno que rindiera cuentas por sus políticas fallidas y fatales (un objetivo lo suficientemente importante), sino desplegar el misterio pascual de la pasión, muerte y resurrección de Cristo.127 En este sentido, la predicación de Romero puede bien ser descripta como catequesis mistagógica.128 En el caso del sermón del 27 de enero, las lecturas del leccionario del día son Nehemías 8; 1 Corintios 12 y Lucas 4. El Antiguo Testamento y las lecturas del Evangelio contienen un sermón dentro del texto. Esta feliz convergencia le brinda a Romero la oportunidad de dirigir a la congregación un sermón sobre el misterio de la predicación. La elucidación del misterio se divide en tres secciones.
Primero, Jesús es el sermón viviente del Padre. Romero abre con una cristología de la predicación. En Jesús, la revelación de Dios alcanza su culminación: el plan de salvación de Dios literalmente se encarna. La Encarnación es el sermón más elocuente del Padre. Romero cita un párrafo de uno de los documentos del Vaticano II, la Constitución sobre la Divina Revelación, Dei Verbum 4: “Jesucristo –verlo a él es ver al Padre-, con su total presencia y manifestación personal”.129 Romero modela una apropiación homilética de tradición magisterial.130 Anima a los oyentes a saborear estas palabras y las que los conducen a la acción de gracias porque en Jesús tenemos el privilegio de intimar con Dios. Jesús predica cuando se sienta a hablar en la sinagoga en Jerusalén y Romero se refiere a este hecho como el sermón más sublime jamás predicado. Pero Jesús también predica a través de sus milagros, sus obras y su muerte. Jesús predica cuando echa fuera demonios y cuando sana a los enfermos. La multiplicación del pan es un sermón. La resurrección es una homilía. Predica en la vida y en la muerte; y en la vida más allá de la muerte envía el Espíritu, otro sermón. Cristo no solo predica, él mismo es un sermón.
“El mejor micrófono de Dios es Cristo y el mejor micrófono de Cristo es la Iglesia y la Iglesia son todos ustedes”. Cada uno de ustedes, desde su propio puesto, desde su propia vocación –la religiosa, el casado, el obispo, el sacerdote, el estudiante, el universitario, el jornalero, el obrero, la señora de mercado–, cada uno en su puesto viva intensamente la fe y siéntase, en su ambiente, verdadero micrófono de Dios nuestro Señor. Así, la Iglesia tendrá siempre una predicación, será siempre homilía, aun cuando no tengamos la feliz oportunidad, que yo siento cada domingo, de entrar en comunión con tantas comunidades que, durante esta semana, me han manifestado el deseo de volver a oír esta emisora que casi se ha hecho pan de nuestro pueblo. Pero el día en que las fuerzas del mal nos dejaran sin esta maravilla, de que ellos disponen en abundancia y a la Iglesia se la regatean hasta lo último, sepamos que nada malo nos han hecho; al contrario, seremos entonces más vivientes micrófonos del Señor y pronunciaremos por todas partes su palabra”. (Homilías, 6:231–22; 27/1/1980).
La expresión es cautivadora. Cristo es el mejor micrófono de Dios. La metáfora del micrófono se usa ampliamente a lo largo de la predicación de Romero.131 La metáfora se basó en una práctica ya que Romero usó micrófonos para extender el alcance de su predicación. De esta práctica surge su reflexión sobre la función del predicador. El micrófono se convierte en un símbolo de la relación y distinción entre el predicador y el predicado, o, como veremos más adelante, entre la voz y la Palabra. La humanidad de Cristo es un instrumento que lleva la Palabra de Dios a través de la distinción entre creador y criatura. Su carne humana modula la voluntad eterna al rango audible. Cristo es el mejor micrófono de Dios porque el Dios que parecía lejano se acerca íntimamente a él, como si estuviera hablando justo al lado del oído. Jesús es ungido por el Espíritu o, en el coloquialismo de Romero, Jesús está empapado en el Espíritu, y por el Espíritu sus micrófonos continúan haciéndolo presente a todos.
La homilía facilita un encuentro con Cristo desde las escrituras. “Toda la Biblia y toda la predicación es en torno del gran misterio salvador de Cristo, que culminó en su muerte y su resurrección” (Homilías, 6:224; 27/1/1980). El leccionario es una forma ordenada de guiar a la Iglesia hacia este misterio. No garantiza una buena predicación, pero ayuda a los predicadores a escuchar lo que el Espíritu le está diciendo a la iglesia universal al reunirse en un lugar particular. El encuentro con Jesús facilitado por la predicación no es un fin en sí mismo. “Lo principal no es la predicación, esto no es más que el camino; lo principal es el momento en que adoramos a Cristo y nuestra fe se entrega a él, iluminados con esa palabra; y, desde allí, vamos a salir al mundo a realizar esa palabra” (Homilías, 6:225).
Segundo, la iglesia es la prolongación viva del sermón de Jesús. De la cristología de la predicación, Romero pasa a ofrecer una eclesiología homilética. “En primer lugar, la verdad de la Iglesia depende de la verdad de Cristo” (Homilías, 6:228). El sermón es más (aunque no menos) que una palabra humana. Esto es lo que hace un sermón: “decir que la palabra de Dios no es lectura de tiempos pasados, sino palabra viva, espíritu, que hoy se está cumpliendo aquí” (Homilías, 6:224). La iglesia puede decir: “El Espíritu del Señor está sobre mí” porque es el micrófono de Cristo. Puede decir: “Esto se cumple aquí hoy” todo el tiempo, incluso el domingo 27 de enero de 1980, en la Basílica del Sagrado Corazón, a las 8:00 a.m. La situación en este momento puede ser de crisis nacional; la catedral ahora está ocupada por guerrilleros marxistas, y las estaciones de radio de la iglesia están siendo bombardeadas por las fuerzas de seguridad del gobierno, pero aun así es el día de la salvación. Una y otra vez, el pastor le recuerda a su rebaño que “ Aquí está presente la palabra de Dios, la Iglesia son ustedes, soy yo, somos la continuación de la homilía viva que es Cristo nuestro Señor” (Homilías, 6:226). La iglesia es tanto el quién como el qué de la predicación. “La iglesia”, anuncia Romero, “es la prolongación de la homilía que Cristo inició allá en Nazaret” (Homilías, 6:226; 27/1/1980).
El micrófono de Cristo que es la iglesia es un micrófono compartido. La predicación es un acto comunitario. Romero reflexiona sobre cómo se compuso cada uno de los cuatro evangelios para y en comunidad. Puede imaginar a Lucas, un discípulo que nunca conoció a Cristo, convenciéndose de la fidelidad del testigo que le narró los hechos de Jesús. Las historias de las fuentes de Lucas se convirtieron en los ladrillos para el relato ordenado del evangelista. Los evangelios no están concebidos por la imaginación inspirada de escritores brillantes, sino en el corazón de las congregaciones. Nadie debe asombrarse por las diferencias entre los diversos relatos del evangelio. Las particularidades del Evangelio de Lucas, la forma en que resalta la misericordia y el perdón de Dios, el amor de Dios por los pobres y su llamado a la abnegación; la centralidad de la oración y el Espíritu Santo en la vida de Jesús y sus seguidores, no son motivo de escepticismo respecto a su autenticidad. Los evangelios no son biografías personales; son sermones comunitarios y, como tales, profundamente contextuales.
Tercero, los efectos de la predicación son varios: algunos aceptan a Cristo y otros lo rechazan. Como micrófono de Cristo, la Iglesia predica las buenas nuevas a todos, pero especialmente a aquellos que solo escuchan malas noticias, los pobres. La predicación está prioritariamente dirigida a los pobres; esto es lo que el Consejo Episcopal Latinoamericano refiere como la opción preferencial para los pobres.132 Las raíces de esta postura son más profundas que los concilios eclesiales, la tradición de la enseñanza social católica, o incluso más profunda que el Evangelio de Lucas. Estas raíces crecen desde la tierra misma de la fe de Israel, cuyo pueblo aprendió a través de una experiencia difícil a esperar el año del favor del Señor, el año del jubileo. El Salvador también espera el favor del Señor, no solo en términos de perdón de la deuda sino en términos de una reestructuración social que es la consecuencia de la declaración del Señor de las buenas nuevas: nuevas sociedades, nuevos tiempos. En este sentido, Romero se dirige a las esperanzas de los jóvenes en particular. Romero admira su sensibilidad social y política, pero le preocupa que muchos de ellos estén buscando la liberación por caminos falsos.133 Sólo en Cristo se puede encontrar la verdadera libertad y la justicia. Su enfoque en los jóvenes parece sorprendernos, hasta que recordamos que los obispos que se reunieron en Puebla vincularon la opción preferencial por los pobres a una opción preferencial para los jóvenes.134
La prioridad homilética no es exclusiva de los pobres y los jóvenes. El evangelio ofrece buenas noticias a todos. El arzobispo aclara este último punto al pasar de la lección del evangelio a la primera lección del Antiguo Testamento, que proviene Nehemías 8. En esta lección el pueblo de El Salvador aprende que a la lectura de la ley hecha por Esdras el pueblo de Israel respondió con un cordial amén. Según Romero, esto es lo que todo predicador quiere escuchar. Cada sermón tiene como objetivo obtener un amén de la congregación.
Sin embargo, se trata de alcanzar este objetivo mientras se abandonan las aspiraciones retóricas. El sermón no es una obra de arte de oratoria, sino un vehículo para unir a la gente y a Dios. Un predicador empapado en el Espíritu anuncia el amor de Dios, y el pueblo de Dios, también empapado en el Espíritu, responde con un amén de arrepentimiento, un amén de acción de gracias, un amén por estar maravillado, un amén de compasión.
El amén al sermón no es la respuesta congregacional completa. Romero les recuerda a sus oyentes que después de que la gente escuchó la lectura de la Ley, los sacerdotes les dieron instrucciones: “… comed alimentos grasos, bebed vino dulce y enviad porciones a los que no tienen nada preparado; porque este es día consagrado a nuestro Señor” (Nehemías 8, 10). Este es el tipo de amen que Romero desea escuchar de la gente de El Salvador. ¡Qué hermoso será el día en que una sociedad nueva, en vez de almacenar y guardar egoístamente, se reparta, se comparta y se divida, y se alegren todos porque todos nos sentimos hijos del mismo Dios! ¡Qué otra cosa quiere la palabra de Dios, en este ambiente salvadoreño, sino la conversión de todos para que nos sintamos hermanos! (Homilías 6:235; 27/1/1980). Sin embargo, Romero tiene la experiencia suficiente para saber que este deseo no siempre se cumple. La gente de Nazaret se regocijó cuando escuchaban a Jesús predicar hasta que comenzó a denunciar su incredulidad y falsa piedad. En ese momento, el ambiente de la congregación se volvió amargo y hostil. “¡La suerte de los profetas!”, afirma Romero, “siempre tendrán que decir cosas buenas y, por la felicidad del pueblo, señalarle también sus pecados para que se conviertan; y los que son humildes le atienden y se salvan; pero los que no, se obstinan y se pierden” (Homilías 6:235).
En este punto, uno podría esperar que Romero concluya el sermón. Ha cumplido su promesa de ofrecer una breve catequesis sobre la predicación. Ha estado predicando cerca de cuarenta y cinco minutos, y sin embargo, Romero va por la mitad. “Ahora es la hora de ver, pues, si nuestra Iglesia de la arquidiócesis, si nuestras comunidades y nuestro trabajo eclesial es verdaderamente como un micrófono de Dios” (Homilías 6:236). El arzobispo dirige su atención a dos tareas. Primero, examina la vida de la iglesia en El Salvador durante la semana anterior. Luego, considera la situación en El Salvador en su conjunto durante esa misma semana. En ambos casos, busca iluminar la situación contemporánea con la luz del evangelio. Lo que sigue es momento de anuncios de la iglesia, de noticias, de lectura profética del signo de los tiempos. Como ya mencioné, esta era una práctica homilética genuinamente novedosa para la predicación católica en El Salvador, y estaba lejos de ser apreciada universalmente.135
En ese tercer domingo después de Epifanía en 1980, Romero predica sobre las celebraciones eclesiales de la semana: una misa por el aniversario del fallecimiento de un sacerdote y cuatro niños, la elección de un nuevo líder para una comunidad religiosa y ceremonias que marcan la semana de oración por la unidad cristiana. Romero ve al Espíritu Santo que emanaba de Jesús en el trabajo de una escuela para vocaciones adultas al sacerdocio y en una parroquia donde las mujeres jóvenes hacen votos religiosos mientras se comprometen a vivir dentro de la comunidad que las rodea. “Felices son”, dice Romero, “si se dejan invadir por el Espíritu Santo” (Homilías, 6:236; 27/1/1980). Estos eventos pueden parecer triviales hasta que uno recuerda que una de las consignas de la derecha militante era: “Haga patria, mate a un sacerdote” (Homilías, 1:82; 15/5/1977).
Romero lee de cartas que recibió durante la semana. Lee una de una monja que ofrece palabras de aliento, esperanza y profecía a Romero: “Dios nos ama, no hay que dudarlo, y espera algo de todo esto, algo grande. A mí no me cabe el que tanto dolor y sangre no germinen un día en una buena cosecha” (Homilías, 6:237: 27/1/1980). Lee de la catequesis de Juan Pablo II sobre la unidad cristiana y de su discurso al cuerpo diplomático. Lee en las palabras del Papa un sermón de Dios alentando a todos los cristianos en El Salvador a tomar el micrófono y hablar en nombre del bien común para todos, en lugar de buscar la aprobación de unos pocos privilegiados. Romero también lee una carta de los campesinos que están siendo amenazados de muerte si no se unen a un sindicato de agricultores cristianos. Como los campesinos ni siquiera podían escribir sus nombres, firmaron la carta con la impresión de sus pulgares.
Uno de los aspectos más llamativos de la narración de Romero sobre la vida de la iglesia y los eventos de la semana es su atención a los nombres de las personas. Pide justicia para José María Murillo, Aníbal Corado Tejada, Emilio Estrada Alegría, Santos Rivas Lemus, Antonio Alas Pocasangre, Fidel Américo González, Efraín Ernesto González, Juan Umaña y un joven no identificado, todos campesinos que fueron arrastrados de sus casas, torturadas, asesinados y dejados a la intemperie por las fuerzas del gobierno en represalia por la muerte de dos guardias nacionales. El gobierno también escucha atentamente esta parte de los sermones porque su campaña de mentiras y desinformación era tan efectiva que incluso algunos funcionarios propios no siempre sabían realmente lo que estaba sucediendo en el país.
Romero se solidariza con aquellos que experimentan la presión de las fuerzas de derecha e izquierda. Pide la liberación del Sr. Dunn, ex embajador de Sudáfrica, secuestrado presuntamente por guerrilleros marxistas. Sabiendo que es posible que los secuestradores escuchen el sermón, dice: “Esta es la orientación de la Iglesia, los derechos del hombre, ante los cuales no hay que encapricharse con cosas imposibles, sino saber subordinar a la dignidad del hombre –sea quien sea, porque es hijo de Dios” (Homilías, 6:241; 27/1/1980). Para Romero, los derechos humanos no son una abstracción; tienen nombres y rostros concretos.