Читать книгу: «El Nuevo Testamento paso a paso», страница 2

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Después de los Macabeos surgió otra dinastía; esta comenzó con Herodes el Grande, uno de los hombres más destacados de la historia antigua. Herodes fue un noble de la región al sur de Israel. Se casó en la familia macabea y viajó a Roma, donde convenció al Senado romano para que le nombrase rey de Israel. Al volver a Jerusalén con un ejército romano, suprimió fácilmente cualquier oposición y se estableció como gobernante del país. Reinó desde el 37 a. C. hasta el 4 a. C., y sus descendientes reinaron hasta el 66 d. C.

Al menos dos veces durante la dinastía herodiana, las fronteras de Israel se expandieron casi hasta los límites del reino de David y Salomón, y Jerusalén se hizo extremadamente rica. El gran número de judíos que llegaban como peregrinos de todo el Mediterráneo para celebrar las grandes fiestas en el Templo reconstruido por Herodes proporcionaba a la ciudad una gran riqueza. Una vez más, parecía que las visiones proféticas podrían cumplirse.

Pero había un problema: Herodes tenía la genealogía equivocada. No era un hijo de David. Incluso no era del todo judío: su padre era un edomita, un descendiente de Esaú, un tradicional enemigo de Israel. Ni él ni sus hijos podían dar cumplimiento a las profecías. Por supuesto, muchos judíos podrían haber soñado con asesinar al impopular Herodes y remplazarlo por un descendiente de David. Por esa razón, Herodes tenía manía persecutoria sobre intentos de asesinato y también perseguía a quienes tuvieran sangre davídica. Pero a pesar de sus esfuerzos y los de sus hijos, la dinastía herodiana declinó. Los romanos depusieron al último descendiente de Herodes en 66 d. C.

Cuando Jesús nació, hacia el final del reinado de este Herodes, los judíos estaban en plena exaltación de sus esperanzas y lamentaban por segunda vez tener como gobernantes a una dinastía que no presentaba la sangre correcta para cumplir las profecías. Eso puede explicar por qué el Nuevo Testamento comienza como lo hace, como veremos en el próximo capítulo.

Aquí están nuestros dibujos que resumen los seis “episodios” de alianzas que preceden al Nuevo Testamento:


Alianza Adámica


Alianza Noética


Alianza Abrahámica


Alianza Mosaica


Alianza Davídica


Nueva Mosaica

[1] Plegaria eucarística IV.

PARTE I

¡HA LLEGADO EL REINO DE DIOS!


Mateo

2.

El Evangelio de Mateo

A LA MAYORÍA DE LOS AMERICANOS no nos importan mucho las genealogías. Nos movemos demasiado de una parte a otra y no ponemos mucho énfasis en los lazos familiares. De hecho, muchos de nosotros tendríamos dificultad para recordar los nombres de antepasados más allá de nuestros abuelos.

En otras muchas partes del mundo, la actitud es diferente. Hice una peregrinación a Israel hace algunos años. Nuestro guía resultó ser un árabe católico. Como yo no sabía nada sobre los árabes cristianos, pensé que debía ser un recién convertido del islam. «¿Cuánto tiempo hace que eres católico?», le pregunté. «Oh —dijo—, unos ochocientos años». El clan de su familia se había convertido en el tiempo de las Cruzadas (1200) y desde entonces había vivido en Israel, cerca de Nazaret. Las genealogías suelen ser muy importantes para las familias en Oriente Medio, donde historia y cultura son profundas.

Mateo comenzó su evangelio con una genealogía. Ese puede no ser el modo de captar la atención de los americanos, pero ciertamente captó la atención de antiguos judíos que estaban esperando un rey que tuviera una genealogía correcta. Después de dos fracasadas dinastías (los Macabeos y los Herodianos) de reyes de linaje familiar inadecuado, los judíos estarían muy interesados en alguien que pudiera probar su descendencia del hombre correcto: el Rey David.

Entraremos con Mateo 1 en la genealogía de Jesús, dentro de un minuto. Antes, vamos a echar un vistazo a su evangelio.

MATEO A VISTA DE PÁJARO

Cuando vas a contar una larga historia, tienes que organizarla de algún modo. San Mateo prefirió organizar las enseñanzas de Jesús por temas. Cinco largos sermones de Jesús, cada uno de un tema distinto, constituyen la columna vertebral de su evangelio:

1 El Sermón de la Montaña (Mt 5-7)

2 El Sermón de la Misión (Mt 10)

3 El de las Parábolas del Reino (Mt 13)

4 El Sermón de la Misericordia (Mt 18)

5 El Sermón del Fin de los Tiempos (Mt 24-25)

Mateo aglutina estos cinco sermones mediante los viajes de Jesús, milagros y otros asuntos. Finalmente, pone la narración del Nacimiento al comienzo de su evangelio, y la de Pascua (realmente el Triduo) al final. Eso nos da una biografía de Jesús que comienza con Navidad y termina con Pascua, y tiene cinco bloques principales:

La historia de Navidad (“relatos de la infancia”): Mt 1-2

Libro 1: Jesús anuncia el reino: Mt 3-7

Libro 2: Jesús envía a sus oficiales reales: Mt 8-10

Libro 3: Jesús enseña sobre el reino oculto: Mt 11-13

Libro 4: Jesús enseña sobre el perdón en el reino: Mt 14-18

Libro 5: Jesús enseña sobre el final del reino: Mt 19-25

La historia de la Pascua (Triduo): Mt 26-28

Por supuesto, hace mucho tiempo hubo otro famoso maestro de Israel, un hombre que tuvo una infancia milagrosa, una vida difícil, y se enfrentó con mucha oposición, pero finalmente condujo a Israel a un sagrado banquete de salvación, hizo una alianza entre ellos y Dios, y les enseñó la ley de Dios. Ese fue Moisés:


Alianza Mosaica

De acuerdo con la tradición, Moisés escribió cinco libros, los primeros cinco libros de la Biblia: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio.


¿Estaba Mateo tratando de pintar a Jesús como un nuevo Moisés con cinco nuevos libros? Es posible. Ciertamente retrata a Jesús como un nuevo Moisés en muchos lugares importantes del evangelio. En interés de la memoria y la enseñanza, puede ser útil comparar a Moisés con el retrato que hace Mateo de Jesús:


Esa es nuestra vista previa de Mateo. ¡Comencemos ahora a leer!

HISTORIA DE NAVIDAD DE MATEO: LA GÉNESIS DE JESÚS

Mateo comienza, «Libro de la genealogía de Jesucristo, el hijo de David, el hijo de Abrahán» (1, 1). ¡Reprime ese bostezo! ¡Hay mucho aquí! En una frase, Mateo ha conectado a Jesús con tres de los hombres más importantes de la Biblia: Adán, David y Abrahán.

Primero, comenzando con «libro de la genealogía de Jesucristo», Mateo conecta con el único pasaje de la Biblia donde aparece esa frase: Génesis 5, 1: «Este es el libro de las generaciones de Adán». Mateo está diciendo que Jesús es el Nuevo Adán. Hemos abierto un nuevo capítulo, un libro enteramente nuevo, en la historia humana. ¡Imagina eso!

Segundo, al llamar a Jesús «el Hijo de David», Mateo identifica a Jesús como el que restaurará la alianza y el reino de David. En esos días había muchos descendientes de David en Israel. Algunos expertos piensan que algunas ciudades (como Nazaret) estaban casi exclusivamente pobladas por gente con sangre davídica[1]. Pero Jesús no es solo “un hijo de David”, él es “el Hijo de David”, de quién el profeta Natán había profetizado: «Cuando hayas completado los días de tu vida… suscitaré después de ti tu semilla salida de tus entrañas y consolidaré su reino. Él edificará una casa en honor de mi nombre y yo mantendré el trono de su realeza para siempre. Yo seré para él un padre y él será para mí un hijo» (2 S 7, 12-14).

Tercero, al llamar a Jesús «el Hijo de Abrahán», Mateo identifica a Jesús como el que cumplirá todas las promesas de la alianza con Abrahán. Todo judío era “un hijo de Abrahán”. Pero Jesús era “el Hijo de Abrahán”, de quien Dios dijo a Abrahán: «Mantendré mi alianza contigo y con tu semilla futura de generación en generación», y también, «en tu semilla serán bendecidos todos los pueblos de la tierra» (Gn 17, 7 y 22, 18). Como recordaremos del Antiguo Testamento, la alianza de Dios con Abrahán incluía tres promesas importantes: gran nación, gran nombre (realeza), y bendición universal de las naciones. Jesús va a restablecer la gran nación de Abrahán (la Iglesia), recibe el gran nombre (Rey de reyes y Señor de señores), y bendice a todas las naciones (la efusión del Espíritu Santo).

Así que, en una frase, Mateo conecta a Jesús con tres grandes figuras clave de la historia bíblica y sugiere lo que la vida y el ministerio de Jesús significará para el mundo. ¡No está mal!

Avanzando a través de la genealogía de Jesús, nos encontramos con muchos nombres difíciles de pronunciar. Pobre del joven diácono que tenga que leerlos en la vigilia de Navidad... Al final, notamos que Mateo ha dispuesto la genealogía en tres grupos de catorce (Mt 1, 17). ¿Por qué? Catorce es el número de David. El hebreo no tiene vocales, y las consonantes sirven también de numerales. El nombre de David en hebreo será DVD. D es la cuarta letra del alfabeto hebreo (el alefato), y V es la sexta. Sumando esas letras resulta catorce. La genealogía de Jesús es tres veces catorce: un “triple David” o “David al cubo”. Mateo hace esto para que sea fácil memorizar y dar lugar a la conexión davídica.

Ahora, veamos de nuevo la genealogía. Mateo arranca con Abrahán porque Abrahán es el “padre de los judíos”, y Mateo escribe su evangelio para los judíos en particular. Traza el linaje de Jesús a través de David y Salomón, por supuesto, porque es importante mostrar que Jesús es el príncipe heredero del trono de Israel. Pero entonces, dice una canción escolar [2]:

Cuatro de estos nombres no son como los demás,

cuatro de estos nombres no encajan.

¿Puedes decir cuáles son

mientras termino mi canción?

¿Te has dado cuenta? ¡Por supuesto! Cuatro mujeres se mencionan en esta genealogía: Tamar, Rajab, Rut y Betsabé —¡y qué mujeres!—. Si se incluyen mujeres en una antigua genealogía, debe ser por alguna razón especial: quizá fueron reinas o heroínas de la nación. Pero las mujeres de Mateo no son así, no son las santas grandes matronas como Sara, Rebeca o Lía.

Por el contrario, son… bueno, contemos solo sus historias.

¿Te acuerdas de Tamar? Era la nuera de Judá, probablemente una Cananea. Estuvo casada con dos de los hijos de Judá, ambos bribones, a los que Dios castigó. Pero cuando ella enviudó, sin culpa alguna suya, Judá rehusó ocuparse de ella. ¿Qué hizo Tamar entonces? Se puso un vestido provocativo y tacones de aguja (o sus equivalentes antiguos) y se fue al borde del camino para atraer la mirada de Judá (ver Gn 38). Terminó teniendo dos hijos de su suegro: Peres y Zéraj. La gran mayoría de la tribu de Judá, es decir, los judíos, descienden de estos dos muchachos, ambos el producto de esta verdadera, hum… inusual relación.

¿Qué hay de Rajab? Era la cananea “propietaria” de su propio “establecimiento” en el barrio rojo de Jericó. Los espías israelitas se metieron en su casa para esconderse cuando estaban explorando la ciudad (Jos 2). Ella sobrevivió a la toma de la ciudad y resultó bien para ella, pues se casó con Salmón, un noble de la tribu de Judá.

¿Y Rut? Tampoco era judía; era una mujer del país de Moab, que enviudó después de casarse con un hombre de Judá. Era una mujer de fe y lealtad, que acompañó a su suegra a Judá para cuidarla. Sin embargo, hay una escenita en Rut 3 donde ella se prepara para “enganchar” a su novio, Booz, después de una fiesta nocturna, perfumándose y vistiéndose con ropa atractiva. Esa escena es la única razón por la que el Libro de Rut se ha considerado “para mayores”. Pero no sucede nada, y todo acaba bien. Booz se casa con Rut, y siempre fueron felices.

¡Ojalá la historia de Betsabé fuese tan feliz! La suya es una de las más penosas de la Biblia. Mateo incluso ni menciona el nombre de Betsabé; solo dice, «David engendró a Salomón de la que fue mujer de Urías» (Mt 1, 6). ¡Uf!, Mateo, ¿tenías que traer a esta? David y Salomón eran los dos mayores reyes de Israel, pero el vínculo entre ellos implica un sórdido asunto de adulterio y asesinato. Urías era un gentil, un hitita (del territorio de la actual Turquía) y un devoto converso a la fe de Israel. Su mujer, Betsabé (no conocemos su nación), era una de las mujeres más guapas en el reino de David, y Urías era un mandamás del ejército de David, un héroe de guerra. David se encaprichó de Betsabé un día en que Urías estaba fuera de la ciudad, y cuando resultó que Betsabé estaba embarazada de David, el rey decidió echar tierra sobre el asunto consiguiendo que Urías muriese en combate. Luego, se casó con la viuda de Urías. El episodio marca el punto moral más bajo en toda la vida de David (2 S 11), un desastre personal que dejó a su familia fuera de control y condujo a posteriores abusos, asesinatos, traiciones, y guerras.

Así que Mateo, ¿por qué traes a colación esto? De hecho, ¿por qué mencionar algo de estas cuatro mujeres, todas ellas gentiles (o al menos casadas con un gentil) y que no eran, podemos decir, trigo limpio? ¡Por muchas buenas razones!

1 A Jesús le reprocharían después juntarse con “publicanos y prostitutas”, esto es, hombres asociados con gentiles y mujeres de mala reputación. Mateo señala que los grandes reyes judíos David y Salomón descendían de gente así.

2 Jesús y sus apóstoles serían criticados por invitar a la Nueva Alianza a pecadores, mujeres de esa clase y gentiles. Mateo muestra que Dios había incluido tales personas en la Antigua Alianza.

3 Se extendió una calumnia contra la Santa Madre. Algunos dijeron que no era virgen antes del nacimiento de Jesús. Mateo contrasta la pureza del nacimiento de Jesús con algunas de las impuras uniones en los ancestros de David y Salomón. Mateo dice: Si vosotros, judíos, queréis acusar a alguien de impureza, hablemos de los ancestros de Salomón, ¡vuestro mayor rey!

Dios es misericordioso. Realiza su salvación a pesar de nuestros pecados y defectos. Incluso en la Antigua Alianza, Dios incluye a personas imperfectas, con caídas, en el centro de su alianza familiar. Y todavía lo hace más en la Nueva Alianza, donde personas de toda raza, al margen de sus pecados, errores, o cargas, son bienvenidos para acercarse a Dios.

EL NACIMIENTO E INFANCIA DE JESÚS (Mateo 1, 18-2, 23)

En contraste con las cuestionables relaciones que forman el linaje de los grandes reyes de Israel, Jesús nace de un padre y una madre en una relación completamente pura. Es concebido en el vientre de su madre María, una virgen prometida a un hombre virtuoso, José, heredero del trono de David. Dios explica a José en un sueño que el niño ha sido concebido por el Espíritu Santo, en cumplimiento de una famosa profecía: «Mirad, la virgen está encinta y dará a luz un hijo, a quien pondrán por nombre Enmanuel» (Is 7, 14). Se ha dicho a veces que se interpreta mal Isaías 7, 14 aquí, porque el original hebreo de Isaías no usa la palabra “virgen” (en hebreo, betheulah) sino “doncella” (en hebreo, almah). En verdad, es tal el solapamiento entre el significado de estas palabra hebreas que los mismos traductores judíos, cientos de años antes de que escribiese Mateo, eligen la palabra griega “virgen” (parthenos) para traducir Isaías 7, 14. Mateo, escribiendo en griego, cita este versículo en la bien conocida traducción judía-griega (los Setenta), familiar para muchos de sus lectores.

La profecía de Isaías 7, 14 fue pronunciada setecientos años antes de que escribiera Mateo, y probablemente predijo el nacimiento del buen rey Ezequías de Judá, en un lenguaje exagerado y poético. Pero las profecías tienen a menudo más de un cumplimiento. Mateo sabe que Jesús es más verdaderamente “Dios con nosotros”, Emmanu-el, en hebreo. Jesús cumple la profecía mejor que Ezequías lo hiciera. Por eso Mateo la cita.

Conforme avanzamos en la infancia de Jesús, Mateo muestra continuamente dos cosas: Jesús es el Rey de Israel, y Jesús es el “Verdadero Israel” o Israel-en-persona.

Cuando aún es un niño en Belén, vienen “sabios” de Oriente buscándolo, y cuando lo encuentran lo adoran con “oro, incienso y mirra”. El último sabio que vino de Oriente a Israel buscando a un rey fue en el reinado de Salomón. Si no me crees, vuelve atrás y lee 1 R 5, 10 y 14, donde «la sabiduría de Salomón sobrepasaba la sabiduría de todos los hijos de oriente […]. De todos los pueblos venían a escuchar la sabiduría de Salomón gentes enviadas por todos los reyes de la tierra». Salomón atrajo a todos estos sabios internacionales cuando estaba en la cima de su carrera, pero Jesús ya los atrajo cuando era niño. Los regalos que traen los magos también nos recuerdan a Salomón. Nadie tenía más oro que Salomón (Cfr. 1 R 10, 14-22), y “el incienso y la mirra” juntos solo se mencionan en otro lugar de la Biblia, en la Canción de Salomón, como perfumes aromáticos usados por el rey y su esposa. La visita de los magos señala a Jesús como el rey-esposo, como Salomón, desde su misma infancia.

El rey Herodes supo por estos sabios del nacimiento de este nuevo rey. Envió soldados para matar a todo niño varón nacido en la región en el tiempo en que los sabios habían visto la estrella profética que anunciaba su nacimiento. El rey Herodes, como hemos dicho antes, no era del linaje de David y ni siquiera del todo judío. Era un impostor. Él y todos los demás lo sabían. Herodes también sabía que muchos judíos se alegrarían si él, Herodes, moría repentinamente en misteriosas circunstancias y era remplazado por un judío del linaje de David.

Así pues, Herodes era terriblemente paranoico y tenía la costumbre de matar a quien pudiese amenazar su trono, incluidas esposas e hijos. La “matanza de los inocentes”, que probablemente supuso la muerte de una docena o veintena de bebés en los alrededores de Belén, era un suceso tan pequeño en comparación con otras masacres de Herodes y asesinatos que otros historiadores contemporáneos ni siquiera se molestan en recordarlo.

San José, como el otro José del mismo nombre, “Príncipe de Egipto”, fue agraciado con sueños sobrenaturales. Los sueños le llevaron a huir con la Sagrada Familia a Egipto, cuya capital —Alejandría— era el “New York” de sus días, un centro de cultura judía, con la mayor población judía fuera de la tierra de Israel. Para los judíos que huían de problemas políticos en Israel, Alejandría era el lugar lógico adonde ir. No solo estaba cerca, sino también era un lugar donde era fácil mezclarse y “perderse” en alguno de los grandes barrios judíos de la ciudad. Pero años después, cuando José oyó que Herodes había muerto, volvió con la familia a Nazaret.

Nazaret era un pequeño pueblo en el norte (Galilea), probablemente poblado por la parentela de David. Habrían llamado a su pueblo “Retoño” (Nezereth), según la famosa profecía de que un “retoño” (en hebreo, nezer) brotaría de la familia de David (Is 11, 1). Mateo se refiere a esta profecía: «Será llamado Nazareno» (Mt 2, 23), es decir, será el retoño que anunciaron los profetas.

Mateo no nos da más información sobre la infancia de Jesús. Lo que sabemos a continuación es que Jesús ya es adulto, y comienza su vida pública en respuesta a la predicación de Juan Bautista. ¿Qué haría Jesús durante unos treinta años en Nazaret? Los cristianos lo llaman la “vida oculta” de Jesús, durante la cuál trabajó, probablemente aprendiendo el oficio de su padre y cuidando de su madre después de la muerte de José, que fallecería cuando Jesús era joven.

Aunque sabemos poco de esos años, son muy importantes para nosotros. ¿Acaso no trabajamos la mayoría de nosotros durante años, ocultos a la vista del público, con días llenos de cosas tan sencillas como ir a la oficina, hacer la compra, limpiar la casa y cuidar de la familia? La vida oculta de Jesús nos recuerda que también él —¡el mismo Dios!— trabajó durante muchos años desconocido para el mundo, en una vida ordinaria. Cuando nosotros vamos a trabajar en nuestra vida corriente, sabemos que Jesús nos entiende y está a nuestro lado.

LIBRO 1 DE MATEO: Jesús anuncia el Reino (Mateo 3–7)


Juan Bautista irrumpe en el escenario de la historia con su grito: «¡Arrepentíos, porque el reino de los cielos está cerca!». Juan era el original predicador de “fuego del infierno y azufre”. Era una figura bastante extraña por su melena, con un cinturón de cuero, miel goteando de su barba, y picaduras de abeja en los brazos. Juan parecía un superviviente del cercano día del juicio de Dios. La gente podría bautizarse solo para evitar terminar pareciéndose a él.


El núcleo del mensaje de Juan era: «Yo bautizo con agua, pero quien viene tras de mí es más poderoso que yo». Ese que viene suena muy intimidatorio. ¿Quién podría ser? ¿Quién podría “bautizar con el Espíritu Santo y fuego”?

Jesús también acudió a Juan para ser bautizado. ¿Por qué se bautizaría Jesús? Él no tenía pecado. Incluso Juan protesta: «Soy yo quien debe ser bautizado por ti». Pero Jesús le dice, «Hemos de cumplir toda justicia». ¿Qué quiere decir eso? En parte, significa que el bautismo de Jesús cumple muchas profecías de la Escritura.

Al salir Jesús del agua, el Espíritu Santo sobrevuela en forma de paloma y habla la voz de Dios Padre. Reconocemos imágenes de la historia de la creación: Habló Dios, y el Espíritu de Dios se cernía sobre la superficie de las aguas (Cfr. Gn 1, 1-2). La creación surge de las aguas. Así el bautismo es como una nueva creación y, de hecho, Jesús es la nueva creación. Eso nos recuerda cómo comienza Mateo: “El libro de la genealogía de Jesús”, comparando a Jesús con Adán.


La voz de Dios Padre dice en el bautismo: «Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo mis complacencias». Aquí la voz de Dios hace eco al antiguo himno de la coronación del reino davídico, lo que se canta cuando un nuevo rey sube al trono. Conocemos este himno como el Salmo 2, y la línea clave dice:

Proclamaré el decreto del Señor.

Él me ha dicho:

«Tú eres mi hijo.

Yo te he engendrado hoy» (v.7).

Es como si Jesús, el Hijo de David, estuviera comenzando su reinado, y su padre celestial cantase un pasaje del himno para la ocasión.


Davídico

Pero hay más. El Padre dice, «mi hijo muy amado», que remite a un famoso incidente, el sacrificio de Isaac en Génesis 22, ese famoso capítulo en que Isaac es llamado (en las antiguas traducciones) el muy amado hijo de Abrahán tres veces. Así que Jesús no solo es el rey Hijo de David que comienza su reinado, sino también él es un Nuevo Isaac, un “hijo muy amado”, que irá a la misma cumbre del monte para ofrecer su vida en sacrificio.


Abrahámico

Dijimos antes que Mateo subraya dos temas: Jesús como Rey de Israel, y Jesús como el Verdadero Israel. Tomemos nota: los israelitas volvieron de Egipto al final del Éxodo; salieron de allí pasando a través de las aguas del Mar Rojo antes de caminar por el desierto durante cuarenta años, enfrentando muchas pruebas y tentaciones. Jesús volvió de Egipto donde vivió, pero ahora pasa a través de las aguas del Jordán antes de entrar en el desierto para permanecer allí durante cuarenta días, donde afronta muchas pruebas y tentaciones. Jesús es el Israel místico, y tiene que experimentar en su propia persona lo que la nación en su conjunto ha soportado.

Pero es también su gran rey. Y sabemos que el mayor de los reyes de Israel, Salomón, comenzó su reinado siendo bañado y ungido en una fuente de agua sagrada, el manantial llamado Guijón, en la ciudad de Jerusalén (Cfr. 1 R 1, 38-40). El sacerdote Sadoc y el profeta Natán presidieron esta unción. A Salomón le había encargado su padre David guardar la Ley de Moisés (Cfr. 1 R 2, 1-4) antes de comenzar su reinado (Cfr. 1 R 2, 12).

De modo semejante, Jesús es bañado y ungido en otra fuente de agua sagrada, el Jordán, por Juan Bautista, quien poseía el sacerdocio legítimo de su padre Zacarías (Cfr. Lc 1, 5) y era el profeta de aquellos días. Luego Jesús entra en el desierto, donde guarda la Ley de Moisés contra las tentaciones del diablo, y vuelve para inaugurar su reinado con el grito: «Convertíos, porque está al llegar el Reino de los Cielos» (Mt 4, 17). Así la secuencia bautismo-tentación-predicación sigue el modelo tanto de la historia de Israel como de la historia de la familia real.

LAS TENTACIONES (Mateo 4, 1–11)

Jesús es llevado al desierto, donde ayuna y reza durante cuarenta días. “Después” sintió hambre (Mt 4, 2). ¿Por qué no la siente hasta después de cuarenta días? Quienes ayunan durante largos periodos normalmente sufren de hambre en unos cinco días, cuando el cuerpo empieza a quemar la grasa corporal. Después de eso, el hambre se calma hasta que se consume toda la grasa. Luego el cuerpo comienza a atacar la musculatura, y los dolores se reanudan. En ese punto, uno se está literalmente muriendo de hambre.

Satanás llega para tentarle tres veces: “Convierte estas piedras en pan”; “Lánzate desde el pináculo del Templo” y “Adórame y te daré las riquezas de las naciones”. Conocemos bien esta escena. Hay gente que no se da cuenta, sin embargo, de que Jesús responde tres veces citando el Libro del Deuteronomio, que era la Ley de Moisés. Como un real hijo de David, era responsable de guardar la Ley de Moisés (Cfr. Dt 17, 18-20; y 1 R 2, 1-4), y lo hace.

Las tentaciones siguen un antiguo esquema: Satanás recurre a los deseos físicos de Jesús: “Convierte estas piedras en pan”. También trata de despertar la curiosidad o el agrado de Jesús, cuando le “muestra todos los reinos del mundo y sus riquezas”. Luego hay una llamada al orgullo de Jesús: “Salta desde el pináculo del Templo y los ángeles te recibirán”. Estas tres básicas tentaciones responden a lo llamado la triple concupiscencia, y san Juan las resume como la «concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la arrogancia de los bienes terrenos» (1 Jn 2, 16). Son el monstruo de tres cabezas de la tentación que ya comenzó en el Jardín del Edén, cuando Eva vio que el fruto era bueno para comer, agradable a los ojos, y deseable para hacerlos tan sabios como Dios, esto es, llegar a ser iguales a Dios: una fascinación del egoísmo. Jesús no se rinde como nuestros primeros padres al triple pecado.

Según la Ley de Moisés, el rey de Israel tenía que resistir la concupiscencia de la carne no teniendo varias esposas; la concupiscencia de los ojos, no teniendo mucho oro; y la arrogancia de los bienes terrenos no disponiendo de un gran número de caballos de guerra (es decir, poder militar: Cfr. Dt 17, 16-17). Jesús es el Rey que resiste esta concupiscencia y orgullo, incluso cuando padece hambre en el desierto. Salomón, sin embargo, acumuló esposas, oro y caballos de guerra, y cayó en pecado (1 R 10, 14–11, 13). Jesús es más grande que Salomón.

Después de las tentaciones, Jesús regresó y comenzó a predicar en la región de Galilea. Esta preciosa región del norte de Israel, bien abastecida de agua, está marcada por colinas que rodean el delicioso lago de agua dulce de Genesaret, también llamado “Mar de Galilea”. Fue la primera que destruyeron los enemigos unos setecientos años antes. El profeta Isaías prometió que sería la primera región en ver al Mesías, el ungido Hijo de David (Is 9, 1-2). Mateo cita la profecía al relatar el comienzo del ministerio de Jesús (Mt 4, 16), y Jesús continúa con el mensaje de Juan Bautista: «Convertíos, porque está al llegar el Reino de los Cielos» (v. 17).

Un reino necesita no solo un rey sino también otros oficiales para ayudarle en el gobierno, así que Jesús comienza a llamar a sus primeros discípulos, el círculo íntimo de Pedro, Andrés, Santiago y Juan (Mt 3, 18-22). Después de muchos milagros y mucha predicación en el área de Galilea (4, 23-25), san Mateo relata el primero y principal sermón de Jesús: el Sermón de la Montaña en tres capítulos (Mt 5 a 7).

EL SERMÓN DE LA MONTAÑA (Mateo 5–7)

El Sermón de la Montaña se ha llamado con razón el “mayor sermón predicado nunca”, y difícilmente se puede exagerar su influencia en la historia de la humanidad. Solo en el cielo sabremos cuántos millones de personas han sido confortadas, consoladas, convencidas y convertidas por este sermón. En la Iglesia católica ha tenido siempre un lugar privilegiado, y muchos de los Padres de la Iglesia lo consideran un perfecto resumen del mensaje de Jesús, la Buena Nueva del reino.

Muchos confunden el Sermón de la Montaña con sus bendiciones iniciales o Bienaventuranzas (Mt 5, 1-12). Pero las Bienaventuranzas son solo su introducción. El sermón completo no termina hasta el último versículo del capítulo 7: «Cuando terminó Jesús estos discursos, las multitudes quedaron admiradas de su enseñanza».

El sermón viene a tener cinco partes. Jesús lo abre con bendiciones y dando ánimos (5, 1-16) y luego lo concluye con una serie de advertencias (7, 13-27). En medio, enseña sobre la ley (5, 17-48), la piedad o las buenas obras (6, 1-18), y los principios de vida (6, 19 a 7, 27). El hilo conductor es “el reino”.

1 Bendiciones a los ciudadanos del reino (5, 1-16)

2 Nuevas leyes para el reino (5, 17-48)

3 Piedad en el reino (6, 1-18)

4 Principios de vida del reino (6, 19–7, 27)

5 Advertencias a los ciudadanos del reino (7, 13-27)

No debemos olvidar la comparación entre Moisés y Jesús. Mucho tiempo atrás, Moisés subió al Monte Sinaí y entregó la ley divina para guiar al pueblo de Dios. Ahora Jesús sube al monte de las Bienaventuranzas y entrega un nuevo conjunto de instrucciones al pueblo de Dios.


Con todo, Jesús es mayor que Moisés. De hecho, la segunda sección del sermón de Jesús se compone de seis contrastes en los que Jesús corrige la Ley de Moisés o el modo en que la gente la interpreta:


MOISÉS DICEJESÚS DICE
No matar…¡No ira u odio! (5, 21-26)
No adulterio…No concupiscencia sexual (5, 27-30)
No divorcio sin libelo…No divorcio en absoluto (5, 31-32)
No jurar en falso…No jurar nunca (5, 33-37)
Practicar la justicia…Practicar la misericordia (5, 38-42)
Amar a tu prójimo…Amar a tu enemigo (5, 43-48)

Para el pensamiento judío, Moisés era el gran profeta. Nadie era superior a Moisés salvo el mismo Dios. Cuando Jesús ajusta, añade e incluso corrige la ley de Moisés, una cosa queda clara: Jesús está diciendo que es mayor que Moisés. Jesús está actuando como Dios.

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9788432160127
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