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El Segundo Gran Despertar
Lo mismo se puede decir del Segundo Gran Despertar. Fue «el más influyente avivamiento del cristianismo en la historia de los Estados Unidos. Su mismo tamaño y sus múltiples expresiones han llevado a algunos historiadores a cuestionar si es posible identificar solo un Segundo Gran Despertar como tal. Sin embargo, entre 1795 y 1810 hubo un amplio y general reavivamiento del interés por el cristianismo en todo el país».22 Francis Asbury y Charles Finney fueron los líderes principales de este Despertar. Ambos eran controversiales, pero ambos vieron un crecimiento asombroso.
Cuando Francis Asbury llegó a América en 1771, había cuatro ministros metodistas que atendían a unos trescientos laicos. Cuando murió en 1816, había dos mil ministros y más de doscientos mil metodistas en los Estados Unidos y varios miles más en Canadá.23 Pero su apego al inglés John Wesley y sus métodos poco ortodoxos de ministerio llevaron a Asbury a la controversia con los patriotas americanos y los líderes de la iglesia. Por ejemplo, fue desterrado de Maryland porque no quiso firmar un juramento de lealtad al nuevo gobierno estatal.24 La bendición de Dios sobre su ministerio durante cuarenta y cinco años no se vio interrumpida por la controversia que se produjo a su alrededor.
Finney, que abandonó su origen presbiteriano, era poco ortodoxo tanto en su método como en su teología. Él adoptó el controversial uso de la «banca de la ansiedad» y convirtió eso en la norma del avivamiento posterior.25 Él era más arminiano que John Wesley:
Wesley afirmaba que la voluntad humana es incapaz de elegir a Dios sin la gracia preparatoria de Dios, pero Finney rechazaba tal afirmación. Él era un perfeccionista que creía que era posible alcanzar una etapa permanente de vida espiritual elevada, si se buscaba con todo el corazón. Siguiendo a los teólogos de Nueva Inglaterra, proponía una concepción gubernamental de la expiación, según la cual la muerte de Cristo era una demostración pública de la voluntad de Dios de perdonar los pecados, en lugar de ser un pago por el pecado como tal.26
Ese tipo de teología está destinada a enfrentarse a la oposición. Un ejemplo de esa controversia puede verse al observar la relación que Finney tenía con sus contemporáneos Asahel Nettleton y Lyman Beecher. «Finney fue el portavoz de la religión fronteriza emergente que era tanto especulativa como emocional. Nettleton fue el defensor de la vieja ortodoxia de Nueva Inglaterra que se negaba a separarse de las amarras del pasado».27 Lyman Beecher era un pastor congregacional en Boston y compartía las opiniones calvinistas históricas de Nettleton. Ambos hombres tuvieron ministerios fructíferos, y el evangelismo itinerante de Nettleton fue bendecido con tantas conversiones que, Francis Wayland (1796–1865), uno de los primeros presidentes de la Universidad de Brown, dijo: «Supongo que ningún ministro de su tiempo fue el medio de tantas conversiones (…) Él (…) hacía oscilar al público del mismo modo en el que los árboles del bosque son movidos por un viento poderoso».28
Pero la controversia entre Finney, por un lado, y Nettleton y Beecher, por el otro, era tan intensa que se convocó una reunión en New Lebanon, Nueva York, en 1827 para resolver las diferencias. Muchos clérigos preocupados vinieron tanto del lado de Finney como del lado de Beecher. La disputa terminó sin reconciliación, y Beecher le dijo a Finney: «Finney, conozco tu plan, y tú sabes que lo conozco; tú quieres venir a Connecticut y llevar una racha de fuego a Boston. Pero si lo intentas, vive el Señor, te veré en la entrada del Estado, y convocaré a toda una artillería de hombres, y pelearé por cada centímetro del camino hacia Boston, y combatiré contigo allí».29
La controversia, la vitalidad, y el crecimiento son compatibles
El objetivo de estas ilustraciones de la historia de la Iglesia es dejar de lado la idea de que el poderoso despertar espiritual sólo puede llegar cuando se deja a un lado la controversia. Aunque no quisiera insistir en ello como si fuera una estrategia, la historia parece sugerir lo contrario. Cuando hay un gran movimiento de Dios para traer avivamiento y reforma a Su iglesia, la controversia se convierte en parte del proceso humano. No sería descabellado decir como Parker Williamson que, al menos en algunos casos, la controversia no fue sólo un resultado sino un medio para la revitalización de la Iglesia.
Históricamente, las controversias que han girado en torno al significado y las implicaciones del Evangelio, lejos de perjudicar a la Iglesia, han contribuido para darle vitalidad. Como el fuego de un refinador, el intenso debate teológico ha dado como resultado una convicción clara, una visión común y un ministerio vigorizado.30
J. Gresham Machen llegó a la misma conclusión al repasar la historia de la Iglesia y la naturaleza de la misión de Cristo en el mundo:
Cada verdadero avivamiento nace en la controversia, y produce más controversia. Eso ha sido una realidad desde que nuestro Señor dijo que no había venido a traer paz a la tierra; sino espada. ¿Y saben lo que creo que sucederá cuando Dios envíe una nueva reforma a la iglesia? No podemos saber cuándo llegará ese bendito día. Pero cuando ese bendito día llegue, creo que podemos estar seguros de que tendrá al menos un resultado. En ese día no escucharemos nada acerca de los males de la controversia en la Iglesia. Todo eso será arrasado como por un poderoso diluvio. Un hombre que está encendido con un mensaje nunca habla de esa manera miserable y débil, sino que proclama la verdad con gozo y sin temor, en presencia de toda cosa elevada que se levanta contra el evangelio de Cristo.31
Probablemente la presencia regular de la controversia en tiempos de avivamiento y reforma se debe a varios factores. En estas temporadas de vida espiritual emergente, las pasiones se elevan muy alto. Y cuando las pasiones están elevadas, la controversia es más probable. Por otra parte, Satanás también alcanza a ver los peligros que el avivamiento levanta en contra de su causa, y seguramente hará lo que pueda para traer desunión y descrédito a los líderes de la iglesia. Pero más esencialmente, el avivamiento y la reforma son causados e impulsados por una percepción más clara de las glorias de Cristo y de la repugnancia del pecado; y cuando éstas se ven más claramente y se habla de ellas con más precisión, la división es más probable que cuando se habla de Cristo en términos vagos y la gente se preocupa poco por Su nombre. Si a esto añadimos que en tiempos de avivamiento la gente ve más claramente que la eternidad está en juego en lo que creemos, esto es algo que afila nuestra doctrina. Las cosas cobran mayor importancia cuando entendemos que «nuestro todo» está en juego.
El testimonio de la Escritura con respecto
al lugar de la controversia
Además del testimonio de la historia de la Iglesia, la Biblia misma testifica que hay un cuerpo de doctrina acerca de Dios y Sus caminos que existe objetivamente fuera de nosotros mismos, y que esa verdad es tan importante que, si es necesario, vale la pena entrar en controversia para preservarla. El apóstol Pablo identifica este cuerpo de doctrina como la «forma de doctrina a la cual fuisteis entregados» (Romanos 6:17). Esa forma de doctrina funciona como un estándar, como una vara de medir, o como un patrón. Podemos medir todas las demás verdades a través de ella. En otra parte se le denomina como «todo el consejo de Dios» (Hechos 20:27), como «la forma de las sanas palabras» y como «el buen depósito (…) que mora en nosotros» (2 Timoteo 1:13–14). En otras palabras, es algo que no cambia.
Está de más poner demasiado énfasis en la importancia de esta verdad revelada acerca de Dios y Sus caminos. Esta revelación aviva y sostiene la fe;32 es la fuente de la obediencia;33 libera del pecado;34 libera de los lazos de Satanás;35 aviva y sostiene al amor;36 salva;37 y es el fundamento del gozo.38 Y, sobre todo, como suma de todo lo demás, este cuerpo de verdad bíblica es el medio para tener a Dios el Padre y a Dios el Hijo: «El que persevera en la doctrina de Cristo, ése sí tiene al Padre y al Hijo» (2 Juan 9).
El cristianismo ha sido muy poco agradable para la mentalidad pragmática que se resiste por completo a la controversia, y eso se debe a que el núcleo de la fe cristiana consiste de la historia y la doctrina que no cambian. En ese sentido, Machen, con la claridad que lo caracteriza, afirma lo siguiente:
Desde el principio, el evangelio cristiano, tal como el nombre «evangelio» o «buenas noticias» lo indica, consistía en un relato de algo que había sucedido. Y desde el principio se expuso el significado del suceso; y cuando se expuso el significado del suceso entonces surgió la doctrina cristiana. «Cristo murió», eso es historia; «Cristo murió por nuestros pecados», eso es doctrina. Sin estos dos elementos enlazados en una unión absolutamente indisoluble, no hay cristianismo.39
Es la razón por la que ocurre la controversia. Los intentos por «reinterpretar» el suceso bíblico, o la interpretación bíblica del suceso (la historia o la doctrina) son una amenaza en contra del corazón del cristianismo. El cristianismo no sólo se trata de una vida o de una moralidad. Se trata de Dios obrando de una vez por todas en la historia, y de Dios interpretando el significado de esas acciones en la Escritura.
La magnitud de lo que está en juego al preservar el verdadero significado de las Escrituras es tan grande que la controversia es un precio que los maestros fieles han estado dispuestos a pagar desde el principio. Es un hecho que no tendríamos el Nuevo Testamento si no hubiera habido controversia en la iglesia primitiva. Si, de entre los veintisiete libros del Nuevo Testamento, extraemos los documentos que no abordan la controversia, sólo tendríamos, como máximo, un pequeño puñado de textos.40
El Nuevo Testamento nos llama a la controversia
El Nuevo Testamento no sólo es un ejemplo de controversia, sino que también nos llama a la controversia, cuando ésta es necesaria. Judas, el hermano del Señor, dice: «Me ha sido necesario escribiros exhortándoos que contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos» (Judas 3).
El apóstol Pablo se regocijó porque los Filipenses eran participantes con él «en la defensa y confirmación del evangelio» (Filipenses 1:7). Además, le dio el siguiente encargo a Timoteo: «Que prediques la palabra (…) Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas” (2 Timoteo 4:2–4).
Es importante observar que los que se apartarían de la sana doctrina eran los miembros de las iglesias, no las personas del mundo. «Y de vosotros mismos» advierte Pablo a los ancianos de Éfeso, «se levantarán hombres que hablen cosas perversas para arrastrar tras sí a los discípulos» (Hechos 20:30). Y, como dice el apóstol Pedro, «habrá entre vosotros falsos maestros, que introducirán encubiertamente herejías destructoras» (2 Pedro 2:1). Por lo tanto, Pablo concluye de manera sobria: «Es preciso que entre vosotros haya disensiones, para que se hagan manifiestos entre vosotros los que son aprobados» (1 Corintios 11:19).
Aprendamos, pues, de los que han contendido correctamente
A la luz del testimonio que la historia de la Iglesia y las Escrituras nos dan con respecto a la necesidad de la controversia en este mundo imperfecto, y tomando en cuenta que la controversia es compatible con la revitalización de la Iglesia, haríamos bien en aprender todo lo que podamos de aquellos que han caminado a través de la controversia y han bendecido a la iglesia al hacerlo. Atanasio, Owen y Machen hicieron eso. Las lecciones que podemos aprender de ellos son muchas. Sus vidas nos enseñan cómo el lenguaje puede ser manipulado sutilmente en las controversias; cómo la santidad personal y la comunión con Dios son esenciales para la batalla; cómo, en ocasiones, el amor y la paciencia para con nuestros adversarios puede conquistar con más efectividad que los argumentos; cómo la perseverancia en medio del sufrimiento es esencial para permanecer siendo fieles a la verdad; cómo los problemas culturales más fuertes le dan forma a las disputas de la Iglesia; y cómo es muy importante regocijarnos más que nuestro adversario si pretendemos contender por la buena noticia.
Espero que llegues a amar a estos tres hermanos que nos precedieron. Te ruego que los cuentes entre el número de los que se mencionan en Hebreos 13:7: «Acordaos de vuestros pastores, que os hablaron la palabra de Dios; considerad cuál haya sido el resultado de su conducta, e imitad su fe». Son dignos, por derecho propio, de ser imitados; aunque no sin reservas, pues son meramente hombres. Pero el tiempo los ha probado tanto a ellos como a su obra. Y eso merece nuestra atención. Es una ventaja (una muy grande) que los tres sean de siglos diferentes al nuestro (el IV, el XVII y principios del XX). Porque eso nos lleva a ver la realidad a través de los ojos de una época diferente. Esa es la gran ventaja, pues nos ayuda a librarnos de los peligros del esnobismo cronológico, el cual presupone que en nuestra época hay mayor sabiduría que en las otras.
Y a medida que aprendemos de los héroes de nuestra fe, debemos tomar la determinación de renunciar a todo orgullo que ame la controversia y a toda cobardía que le tema a la controversia. Así que, con humildad y valentía (es decir, con fe en el Cristo soberano), hagamos caso a la advertencia de Martín Lutero, quien nos exhorta a que, cuando sea necesario contender por una verdad, no proclamemos únicamente aquello que nos mantendrá seguros:
Si profeso con la voz más fuerte y la exposición más clara cada porción de la verdad de Dios, excepto precisamente ese pequeño punto que el mundo y el diablo están atacando en ese momento, por más que profese audazmente a Cristo, en realidad no estoy confesando a Cristo. La lealtad del soldado es probada justo en el punto en el que se desata la batalla, pero, aunque él se mantenga firme en todo el campo de batalla, si titubea al llegar a ese punto, es comparado a aquel soldado que huye y deshonra a su ejército.41
Y, en pocas palabras, las proezas del Salvador que resultan de Su conversión en hombre son de tal clase y número que, si alguien quisiera enumerarlas, podría compararse con los hombres que contemplan la extensión del mar y desean contar sus olas.
Porque, así como no es posible contemplar todas las olas con los ojos, pues las olas que se aproximan confunden la vista del que lo intenta; de igual manera le ocurre a aquel que intenta contemplar todas las proezas de Cristo con su propio cuerpo, pues le resulta imposible contemplarlas todas, porque, incluso cuando intenta hacer un recuento de ellas, las proezas que se aproximan van más allá de sus pensamientos y se amontonan una detrás de la otra haciéndole perder la cuenta de las anteriores.
Por lo tanto, es mejor no intentar hablar del todo, sabiendo que no podemos hacerle justicia ni siquiera a una parte, pero, después de mencionar una parte más, sólo nos queda seguir maravillándonos del todo. Porque todas las partes son maravillosas, y dondequiera que un hombre dirija su mirada, puede contemplar la divinidad del Verbo, y quedar impresionado con un gran temor.
Atanasio, On the Incarnation of the Word [La encarnación del Verbo], Nicene and Post–Nicene Fathers [Padres nicenos y post nicenos], vol. 4, (Peabody, MA: Hendricksen, 1999), p. 65–66
El obispo más querido
tanasio nació en Egipto en el año 298 d.C. y se convirtió en obispo de Alejandría el 8 de junio de 328 a la edad de treinta años. El pueblo de Egipto lo consideró su obispo hasta el día de su muerte, el 2 de mayo de 373, a la edad de setenta y cinco años.42 Y digo que fue «considerado» obispo del pueblo durante todos esos años porque Atanasio fue expulsado de su iglesia y de su cargo cinco veces por las autoridades del Imperio Romano. Él pasó en el exilio diecisiete de sus cuarenta y cinco años como obispo. Pero el pueblo nunca reconoció la validez de los otros obispos que fueron enviados para tomar su lugar. En la opinión de su congregación, él siempre fue obispo a pesar de su exilio.
Siete años después de la muerte de Atanasio, Gregorio Nacianceno (330–389) dio un sermón conmemorativo en Constantinopla, en el cual describió los afectos que el pueblo egipcio tenía por su obispo. Gregorio nos cuenta que cuando Atanasio regresó de su tercer exilio en el año 364, después de haber estado fuera durante seis años, llegó en medio de tal deleite de la gente de la ciudad y de casi todo Egipto, que corrieron juntos desde todas partes, desde los límites más lejanos del país, simplemente para escuchar la voz de Atanasio, o deleitarse al verlo.43
Desde el punto de vista de ellos, ninguno de los nombramientos extranjeros para el cargo de obispo en Alejandría durante cuarenta y cinco años fue válido sino sólo uno, el de Atanasio. Esta devoción se debía al tipo de hombre que era Atanasio. Gregorio lo recordó de la siguiente manera:
Que uno lo elogie por sus ayunos y oraciones (…) otro, por su diligencia y su celo por las vigilias y la salmodia; otro, por su amparo a los necesitados; otro, por su intrepidez delante de los poderosos y su condescendencia para con los humildes (…) [Para] los desafortunados [él era] su consolación; para los ancianos, su bastón; para los jóvenes, su instructor; para los pobres, su recurso; para los ricos, su administrador. Incluso las viudas (…) elogiarán a su protector; los huérfanos, a su padre; los pobres, a su benefactor; los forasteros, a su hospedador; los hermanos, al hombre de amor fraternal; y los enfermos, a su médico.44
Una de las cosas que hace que ese tipo de elogio sea más creíble para el mundo contemporáneo es que, a diferencia de los antiguos santos, Atanasio no es conocido por haber realizado ningún milagro. Archibald Robertson, quien editó las obras de Atanasio en el libro Nicene and Post–Nicene Fathers [Padres nicenos y post nicenos], dijo: «Él está (…) rodeado por una atmósfera de verdad. No hay ningún tipo de milagro que se le atribuya a él (…) La reputación santa de Atanasio descansaba únicamente en su vida y su carácter, sin la ayuda de ninguna reputación por algún poder milagroso».45 Después, continúa con su propio elogio para Atanasio:
En todo el conocimiento minucioso que tenemos de su vida no encontramos ni un solo indicio de interés por sí mismo. La gloria de Dios y el bienestar de la Iglesia lo absorbían por completo en todo tiempo (…) Los emperadores lo reconocieron como una fuerza política de primer orden (…), pero él en ningún momento cedió a la tentación de confiar en el brazo de carne. Casi inconsciente de su propio poder (…) su humildad es mucho más real porque nunca hizo alarde de sí mismo (…) Su valentía, su abnegación, su firmeza de propósito, su versatilidad, su ingenio, y su amplia empatía armonizaban con la profunda reverencia y la disciplina de un amante fiel de Cristo.46
Atanasio: Padre de la ortodoxia contra mundum
Este amor fiel por Jesucristo se expresó a través de una batalla que sostuvo durante toda su vida, para explicar y defender la deidad de Cristo y para adorar a Cristo como Señor y Dios. Esa es la razón por la que Atanasio es más conocido. Han habido épocas en las que aparentemente el mundo entero abandonó la ortodoxia. Por eso surgió la frase: Athanasius contra mundum (Atanasio contra el mundo). Él se mantuvo firme contra la abrumadora desviación de la ortodoxia, y sólo al final de su vida pudo ver el amanecer del triunfo.
Pero en cierto sentido es anacrónico utilizar la palabra ortodoxia de esta manera, es decir, para afirmar que el mundo abandonó la ortodoxia. ¿Era posible abandonar la ortodoxia en ese momento? Por supuesto, la verdad bíblica puede ser abandonada en cualquier momento. Pero el término ortodoxia generalmente se refiere a una postura histórica o a una postura que se acepta de manera universal, con respecto a lo que es verdad de las Escrituras. Entonces, ¿en ese momento ya existía una ortodoxia que pudiera ser abandonada? La respuesta está implícita en el otro gran nombre que se le ha dado a Atanasio, a saber, «Padre de la Ortodoxia».47 Esa frase nos da a entender que la ortodoxia vino a causa de Atanasio. Y, en un sentido, eso es cierto en lo referente a la doctrina de la Trinidad. Las relaciones entre el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo no habían sido declaradas formalmente en ningún concilio representativo antes de la época de Atanasio.
R. P. C. Hanson escribió: «Todavía no había ninguna doctrina ortodoxa [de la Trinidad], porque si la hubiera habido, la controversia difícilmente habría durado sesenta años antes de resolverse».48 Los sesenta años que tiene en mente son el tiempo que transcurrió entre el Concilio de Nicea en el 325 y el Concilio de Constantinopla49 en el 381. El Concilio de Nicea estableció las líneas de batalla y definió la deidad de Cristo, y el Concilio de Constantinopla confirmó y reiteró el Credo Niceno. En los sesenta años intermedios hubo una guerra doctrinal para determinar si la formulación nicena se mantendría y se convertiría en «ortodoxia».
Esa fue la guerra en la que Atanasio peleó durante cuarenta y cinco años. La batalla duró todo el resto de su vida, pero el resultado ortodoxo estaba a punto de llegar cuando murió en el 373. Y, con la ayuda de Dios, este resultado se debió al valor, la constancia, el trabajo y los escritos de Atanasio. Durante el tiempo que él vivió, ningún otro alcanzó a tener tanta influencia como la que él tuvo en lo referente a la causa de la verdad bíblica.50
Arrio dispara el cañón que se escuchó
en todo el mundo romano
La guerra se desató en el año 319 d.C. Un diácono de Alejandría llamado Arrio, quien había nacido en Libia en el año 256, presentó una carta al obispo Alejandro en la que argumentaba que, si el Hijo de Dios era realmente un Hijo, debía tener un principio. Por lo tanto, de acuerdo con Arrio, tuvo que haber un momento en el que el Hijo no existía. La mayor parte de lo que sabemos de Arrio proviene de otros hombres. Todo lo que tenemos de la propia pluma de Arrio son tres cartas, un fragmento de una cuarta carta, y un segmento de un cántico, la Talía.51 En realidad, Arrio figuró como un personaje secundario en la controversia que él desató. Murió en el año 336.52
Atanasio tenía poco más de veinte años cuando estalló la controversia, es decir, era unos cuarenta años más joven que Arrio (una lección de cómo la generación más joven puede ser más fiel a la Biblia que la generación anterior53). Atanasio estaba al servicio de Alejandro, el obispo de Alejandría. No se sabe casi nada acerca de su juventud. Gregorio Nacianceno celebra el hecho de que Atanasio haya recibido una formación principalmente bíblica y no filosófica.
Fue educado, desde el principio, en los hábitos y prácticas religiosas, después de un breve estudio de la literatura y la filosofía, para que no fuera completamente inexperto en tales materias, o ignorante de los asuntos que había decidido despreciar. Porque su alma generosa y diligente no podía tolerar ocuparse en vanidades, como los atletas inexpertos que, en lugar de golpear a su antagonista, golpean al aire y pierden el premio. Él meditó en cada libro del Antiguo y el Nuevo Testamento con más profundidad de la que cualquier otro había meditado uno solo de esos libros, y eso enriqueció su contemplación y su esplendor de vida.54
Ese fue el servicio que prestó durante cuarenta y cinco años: Un golpe bíblico tras otro en contra de la fortaleza de la herejía arriana. Robert Letham confirma el resultado de la observación de Gregorio: «La contribución de Atanasio a la teología de la Trinidad difícilmente puede ser sobrestimada (…) Él alejó el debate de la especulación filosófica y lo hizo volver a la base bíblica y teológica».55
En el año 321 se convocó un sínodo en Alejandría, y Arrio fue depuesto de su cargo y sus opiniones fueron declaradas herejía. A la edad de veintitrés años, Atanasio escribió la deposición y se la envió a Alejandro. Esa iba a ser su función durante los siguientes cuarenta y dos años: escribir para declarar las glorias del Hijo de Dios encarnado. La deposición de Arrio desencadenó sesenta años de conflicto eclesiástico y político en todo el imperio.
Eusebio de Nicomedia (la actual Izmit, en Turquía) adoptó la teología de Arrio y se convirtió en «la cabeza y el centro de la causa arriana».56 Durante los siguientes cuarenta años, la parte oriental del Imperio Romano (medida desde la actual Estambul hacia el este) fue principalmente arriana. Y todo eso, a pesar de que el gran Concilio de Nicea se había pronunciado a favor de la plena deidad de Cristo. Cientos de obispos lo firmaron y luego tergiversaron el lenguaje para decir que el arrianismo realmente encajaba en la redacción de Nicea.
El Concilio de Nicea (325)
El emperador Constantino había visto la señal de la cruz durante una batalla decisiva trece años antes del Concilio de Nicea y se convirtió al cristianismo. Él estaba preocupado por el profundo efecto divisivo que la controversia arriana tenía en el imperio. Los obispos tenían una poderosa influencia, y cuando estaban en desacuerdo (como en este caso), la unidad y la armonía del imperio eran más frágiles. El consejero cristiano de Constantino, Osio de Córdoba, había intentado mediar en el conflicto arriano en Alejandría, pero fracasó. Entonces, en el año 325, Constantino convocó el Concilio de Nicea, al otro lado del Bósforo, en Constantinopla (la actual Estambul). Reunió, según la tradición,57 a 318 obispos más otros asistentes como Arrio y Atanasio, ninguno de los cuales era obispo. Él estableció el orden del concilio y aplicó las decisiones del mismo con sanciones civiles.
El Concilio duró de mayo a agosto y terminó con una declaración de ortodoxia que ha definido al cristianismo hasta hoy. La redacción de lo que hoy llamamos el Credo Niceno es, en realidad, el lenguaje ligeramente alterado del Concilio de Constantinopla del año 381. Pero el trabajo decisivo fue hecho en el año 325. El anatema del final del Credo Niceno muestra claramente cuál era el problema en cuestión. El Credo Niceno original fue escrito en griego, pero aquí tenemos una versión en español:
Creemos en un solo Dios, Padre todopoderoso, creador de todo lo visible y lo invisible.
Y en un solo Señor, Jesucristo, Hijo de Dios, engendrado del Padre, Unigénito; es decir, de la sustancia del Padre(ἐκ τῆς οὐσίας τοῦ πατρὸς): Dios de Dios (θεόν ἐκ θεοῦ),[y] Luz de Luz (καὶ φῶς ἐκ φωτός), Dios verdadero de Dios verdadero (θεόν ἀληθίνόν ἐκ ἀληθίνόῦ), engendrado, no creado (γεννηθέντα οὐ ποιηθέντα ), de la misma naturaleza [sustancia] del Padre (ὁμοούσιον τῷ πατρὶ), por medio del cual todo fue hecho, lo que está en el cielo y lo que está en la tierra; que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó, y se encarnó y se hizo hombre; padeció, y resucitó al tercer día; y subió a los cielos, y vendrá a juzgar a vivos y muertos.
Y en el Espíritu Santo.
Pero a los que dicen: «Hubo un tiempo en que [Cristo] no existía», y «antes de nacer, no existía»; y «fue hecho de lo inexistente», o que dicen que el Hijo de Dios es de otra sustancia o esencia (ἤ ἐξ ἐτερας ὐποστάσεως ἤ οὐσίας), o creado, o convertible, o mudable, a esos los anatematiza la Iglesia católica y apostólica.
La frase clave, ὁμοούσιον τῷ πατρὶ (de la misma sustancia del Padre) fue añadida después debido a la insistencia del emperador. Eso permitió que el punto en cuestión quedara perfectamente claro. El Hijo de Dios no podía haber sido creado, porque Él no sólo tenía una sustancia similar a la del Padre (ὁμοιούσιον τῷ πατρὶ), sino que era de la misma sustancia del Padre (ὁμοούσιον τῷ πατρὶ). No fue creado con una sustancia similar, sino que era eternamente uno con la sustancia divina.
Sorprendentemente, todos los obispos, excepto dos, firmaron el credo, algunos, como dice Robertson, «con total duplicidad».58 Los obispos Secundus y Theonas junto con Arrio (que no era obispo), fueron enviados al exilio. Eusebio de Nicomedia consiguió escabullirse con lo que él llamaba una «reserva mental», y cuatro años más tarde persuadiría al emperador de que Arrio mantenía sustancialmente el Credo de Nicea, lo cual era una mera estrategia política.59
Cuando el mentor de Atanasio, Alejandro, obispo de Alejandría, murió el 17 de abril de 328, tres años después del Concilio de Nicea, la responsabilidad de Egipto y de la causa de la ortodoxia recayó en Atanasio. Fue ordenado obispo el 8 de junio de ese año. Este obispado era el segundo más importante de la cristiandad después del de Roma. Tenía jurisdicción sobre todos los obispos de Egipto y Libia. Con Atanasio, el arrianismo se extinguió por completo en Egipto. Y desde Egipto, Atanasio ejerció su influencia en todo el imperio en lo que respecta a la batalla por la deidad de Cristo.
Atanasio, los monjes del desierto y Antonio
Hemos pasado por alto un acontecimiento crucial y decisivo en su papel de asistente de Alejandro. Él realizó una visita con Alejandro a la Tebaida, un distrito desértico del sur de Egipto donde entró en contacto con los primeros monjes del desierto, los ascetas que vivían en celibato, soledad, disciplina, oración, sencillez y servicio a los pobres. Esta visita afectó profundamente a Atanasio y se sintió «encendido por la santidad de sus vidas».60
Durante el resto de su vida hubo un vínculo inusual entre el obispo de la ciudad y los monjes del desierto. Ellos le tenían respeto, y él los admiraba y los bendecía. Robinson dice: «Él trata (…) a los monjes como iguales o superiores, suplicándoles que corrijan y modifiquen cualquier cosa que esté mal en sus escritos».61 Esa relación se convirtió en una cuestión de vida o muerte, porque cuando Atanasio fue expulsado de su cargo por las fuerzas del imperio, había un grupo al que sabía que podía confiar su protección. «Los solitarios del desierto, como un solo hombre, serían fieles a Atanasio durante los años de prueba».62
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