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Antes de pasar a la segunda línea metodológica de la corriente analítica que nos habíamos propuesto exponer, el análisis como elucidación conceptual, dedicaremos unos párrafos a situar metodológicamente, en lo que tiene que ver con la teoría del conocimiento, una obra que ha ejercido una gran influencia en la corriente analítica, el Tractutus Logico-philosophicus de Wittgenstein.
El Tractatus, que constituye un original planteamiento de los problemas lógicos, ontológicos y epistemológicos de la modernidad, ha sido objeto de muy diversas interpretaciones. Buena parte de lo dicho acerca del positivismo lógico, hace referencia a tesis enunciadas en el Tractatus. En realidad, reducir el texto de Wittgenstein a la diferencia entre el discurso epistémico con sentido y el lenguaje sin sentido cognitivo, a la teoría de la forma lógica como punto de contacto entre lenguaje y realidad, y especialmente a la actitud negativa frente a toda especulación filosófica que vaya más allá del análisis sintáctico del lenguaje científico, no hace justicia al sentido de la filosofía y la teoría del conocimiento en el Tractatus.
Wittgenstein afirma explícitamente que la teoría del conocimiento es filosofía de la psicología,10 y en este sentido no sería más que el análisis de aquellos enunciados de la psicología que estudian los procesos cognitivos; sin embargo, esta tesis coexiste con la afirmación de que la filosofía consta de lógica y meta-física, con la lógica como base. Estas tesis tienen otra lectura, sin embargo: para estudiar las relaciones entre pensamiento y realidad bastan la lógica y la metafísica, el análisis de los procesos psicológicos del conocimiento es irrelevante. Wittgenstein es heredero del anti-psicologismo de Frege, sin que eso implique que los problemas epistemológicos queden fuera de la labor filosófica; más bien al contrario, el análisis de la relación entre pensamiento y realidad, que implica la relación entre lógica y ontología, por mucho que se presente como un análisis de la relación entre lenguaje y hechos, cae dentro de la tradición trascendental inaugurada por Kant. La lógica es la lógica del mundo, y la lógica es trascendental: son tesis del Tractatus que plantean los problemas epistemológicos, no como problemas psicológicos ni como problemas formales, sino como un análisis de la relación entre la estructura lógica del conocimiento y la estructura lógica de la realidad.
En el Tractatus, este problema se concreta en la cuestión del valor de verdad de las proposiciones elementales (o atómicas), y esa cuestión tiene un aspecto psicológico, cómo se llega a formular un enunciado que se corresponda con (o «figure» un) hecho, y un aspecto filosófico, qué papel juega este enunciado en la construcción del conocimiento. En esa obra, la función de la lógica en la epistemología no puede reducirse a mera sintaxis, como han hecho los neopositivistas; en la concepción wittgensteiniana, la lógica es lógica del conocimiento, de la realidad, y por tanto lógica trascendental: a la lógica sólo le interesa la realidad, es decir, sólo le interesan las proposiciones en la medida en que son «figuras» de la realidad. «La lógica no es una teoría sino una imagen especular del mundo. La lógica es trascendental».11 Así que, para Wittgenstein, la teoría del conocimiento, entendida a la manera del proyecto naturalista, como filosofía de la psicología, no tiene ningún interés filosófico; la verdadera teoría filosófica (que no sintáctica ni psicológica) del conocimiento versará sobre la conexión entre lenguaje y mundo.
Esta conexión entre lenguaje y mundo, entre conocimiento y realidad, tiene lugar a través de las proposiciones elementales, lo que da lugar a una teoría fundamentalista del conocimiento: estas proposiciones constituyen el fundamento del edificio cognitivo, tanto respecto de su sentido como de su verdad. Con todo, el fundamentalismo wittgensteiniano es de naturaleza bien diferente al de los neopositivistas. Mientras que éstos, al menos alguno de ellos, conciben de forma anti-psicologista el vínculo entre proposiciones elementales y actos de experiencia, Wittgenstein piensa que las proposiciones elementales fundamentan el conocimiento en la medida en que son las unidades lógicas mínimas, los átomos lógicos, y su función epistemológica radica en la tesis del significadofigura: «una proposición es una figura de la realidad tal como nos la imaginamos».12 Lo que la proposición y la realidad (el hecho) tienen en común, es la forma lógica de la figura: la proposición y el hecho tienen la misma estructura (forma) lógica, «lo que la figura tiene en común con la realidad [...] es su forma de figuración».13
Ninguna concesión al psicologismo. La lógica es el puente entre conocimiento y realidad, pero no la lógica como sintaxis del lenguaje, sino la lógica como forma del lenguaje y del mundo: por eso es trascendental. Pensamiento y mundo están sometidos a la lógica, el pensamiento no puede sobrepasar la lógica,14 y en sus estructuras lógicas se manifiesta cómo es el mundo; otra cuestión es por qué hay mundo, pero esta cuestión no pertenece al ámbito del conocimiento, es una cuestión «mística».15
Así, conocer es comparar la proposición con la realidad, con el hecho: la verdad o falsedad de una figura, de una proposición, resulta de su comparación con el hecho, y esta comparación no es más que una superposición, como un dibujo en papel transparente puesto sobre el modelo dibujado, para ver si coinciden. La verdad sería una especie de adaequatio propositonis ad rem. Ésta sin embargo es una exigencia lógica del conocimiento y la realidad, de la epistemología y la ontología, no un resultado empírico. No le corresponde a la teoría del conocimiento, ni entendida como filosofía del conocimiento, ni como lógica trascendental, determinar cuales son las proposiciones elementales: eso dependerá de cada lenguaje y en definitiva de cada teoría. Lo que sí corresponde a la teoría del conocimiento, es determinar cuál es la función epistémica de las proposiciones elementales y cuál es su conexión con la realidad: «...a partir de puros fundamentos lógicos, sabemos que tiene que haber proposiciones elementales...»,16 podemos decir a priori que el conocimiento es posible porque las proposiciones elementales figuran los hechos. Pero así como el positivismo lógico caracterizó estas proposiciones elementales basándose en propiedades psico-epistémicas, como aquellas proposiciones empíricas que se nos presentan como «necesariamente» verdaderas, para Wittgenstein la propiedad definitoria de las proposiciones elementales es puramente lógica: aquellas proposiciones cuya verdad es independiente de la de cualquier otra proposición.
Esa exigencia de independencia lógica de las proposiciones resulta difícil de mantener: un viejo principio filosófico dice «Omnis determinatio negatio est» y como, por descontado, atribuir un predicado a un sujeto es determinarlo, resulta que toda predicación implica la negación de predicados incompatibles. Así, si «A es azul», entonces «A no es rojo» es cierto, y viceversa (si «es rojo», «no es azul»); en consecuencia, la verdad de ambas proposiciones (supongamos que sean elementales) no es independiente: la verdad de una implica la falsedad de la otra. Por esta y otras muchas razones que no vienen al caso, Wittgenstein modificó profundamente, no sólo sus tesis en el Tractatus, sino también su estilo filosófico. Esta nueva forma de pensar, estos pensamientos «...nuevos [que] sólo podían recibir su correcta iluminación con el contraste y en el trasfondo de mi viejo modo de pensar»17 han influido poderosamente en esta segunda corriente analítica, denominada filosofía analítica del lenguaje ordinario, que hemos caracterizado como análisis (elucidación) conceptual.
La nueva manera wittgensteiniana de pensar consiste en considerar, por una parte, las expresiones lingüísticas como si formasen parte de un complejo sistema que incluye no sólo estructuras sintácticas sino también condiciones sociales que delimitan reglas de comprensión de estas expresiones, y por la otra, en proponer que el significado de las expresiones lingüísticas está determinado por su uso en estas estructuras. Analicemos ahora estas dos cuestiones.
Este complejo sistema, que incluye tanto estructuras sintácticas como condiciones extra-lingüísticas (sociales, pragmáticas, propósitos, acciones...), recibe en Wittgenstein el nombre de «juegos de lenguaje». Así, un juego de lenguaje es un «sistema completo de comunicación humana», y se determina teniendo en cuenta todos los factores que intervienen en un sistema de comunicación: el juego de lenguaje es una actividad, una forma de vida en la que el lenguaje es sólo una parte. Entre los juegos de lenguaje podemos contar actividades como ordenar, seguir ordenes, informar de un suceso, establecer y probar una hipótesis, solucionar un problema de cálculo, traducir una lengua a otra, etcétera.18 Es importante darse cuenta de que probar una hipótesis (actividad científica indiscutible) es un juego, pero también ordenar o seguir ordenes: se trata en todo caso de actividades humanas en las que interviene el lenguaje, que sólo resulta inteligible en el seno de ese complejo de propósitos, actividades, reglas establecidas... La estructura de comunicación lingüística entre el albañil y el peón, entre una cuadrilla de jugadores de cartas o un equipo de físicos que discuten una hipótesis, constituye una situación vital completa, una forma de vida que Wittgenstein denomina «juego de lenguaje», y que consiste en un complejo entramado de propósitos, instrumentos (ladrillos, cartas o material de laboratorio), conductas, saber jugar, reacciones... El lenguaje no puede analizarse fuera del contexto en que se utiliza: es una herramienta que se utiliza en contextos concretos y con propósitos concretos.
Resulta obvio que, dados estos presupuestos, el significado de las expresiones lingüísticas no es una relación aislada entre palabras y objetos, o entre enunciados y hechos:
Para una gran clase de casos de utilización de la palabra significado –aunque no para todos los casos de su utilización– puede expresarse esta palabra así: El «significado» de una palabra es su uso en el lenguaje.19
Es importante extraer dos ideas de este texto. En primer lugar que, como consecuencia de esa concepción pragmática del lenguaje, el significado (la semántica) depende del contexto global: el significado de una expresión lingüística es su uso en contextos de comunicación –un uso regulado, claro, pero no sólo por reglas sintácticas o la correspondencia con los hechos. En segundo lugar, que la palabra significado también debe elucidarse según los juegos de lenguaje en que se utiliza, es decir, como cualquier expresión lingüística, ella misma está sometida a los contextos en que se utiliza: la palabra significado puede tener diversos usos (diversos significados).
Es fácil entender intuitivamente esta pluralidad: no se está usando significado en el mismo sentido cuando se pregunta qué significa substancia en Descartes, pregunta que puede comportar una investigación sobre el uso que Descartes hace de este término en su obra, que cuando se pregunta qué significa jaquemate en el ajedrez, pregunta que sólo admite una breve respuesta según las reglas del juego de ajedrez.
Este giro metodológico, basado en los cambios en la concepción del significado de las expresiones lingüísticas, resulta relevante para los problemas epistemológicos, ya que representa importantes cambios de perspectiva:
1. La concepción global del lenguaje en acción, en uso, implica un predominio de la pragmática sobre la semántica. En el análisis clásico, el valor epistémico de un enunciado consistía exclusivamente en su relación con los hechos, en su estructura sintáctica interna. En esta nueva perspectiva, las consideraciones epistémicas de los enunciados han de tener en cuenta intenciones, contextos, situaciones extra-lingüísticas, etcétera. Si la semántica es una relación entre signos y significados, la pragmática es una relación triádica entre signo, significado y usuarios, y la presencia del usuario comporta numerosos aspectos que la semántica no considera.
2. Esta perspectiva pragmática implica que los términos epistemológicos han de ser analizados desde la misma perspectiva que cualquier otra expresión: son expresiones lingüísticas que se utilizan para propósitos determinados. Un texto de Wittgenstein ilustra este cambio:
El pensamiento está rodeado de una aureola. –Su esencia, la lógica, presenta un orden, y precisamente el orden a priori del mundo, esto es, el orden de las posibilidades que tienen que ser comunes a mundo y pensamiento. Pero este orden, al parecer, tiene que ser sumamente simple. Es anterior a toda experiencia; tiene que atravesar toda la experiencia; no puede adherírsele ninguna opacidad o inseguridad empírica.– Tiene que ser más bien de cristal purísimo. Pero este cristal no aparece como una abstracción; sino como algo concreto, incluso como lo más concreto y en cierto modo lo más duro. (T. 5.5563) Estamos bajo la ilusión de lo peculiar, lo profundo, lo que es esencial en nuestra investigación reside en que se trata de captar la incomparable esencia del lenguaje. Esto es, el orden existente entre los conceptos de proposición, palabra, deducción, de verdad, de experiencia, etc. Este orden es un super-orden entre –por así decirlo– super-conceptos. Mientras que por cierto las palabras «lenguaje», «experiencia», «mundo», si es que tienen un empleo, han de tenerlo tan bajo como las palabras «mesa», «lampara», «puerta».20
De este texto se desprende que los términos filosóficos no disfrutan de ningún estatus privilegiado en el análisis del lenguaje. No hay que malinterpretar esta tesis, sin embargo: Wittgenstein pretende decir que no hay ningún tipo específico de problemas filosóficos, en el sentido en que hay problemas físicos o matemáticos, que admiten una solución. Según el filósofo vienés, los problemas filosóficos no se resuelven, sino que se disuelven, y el método para esa disolución consiste en considerar los términos en que se plantean esos problemas (verdad, mundo, conclusión, experiencia...), no como términos sustantivados, que enuncian problemas específicos, sino como términos del lenguaje natural, que admiten el mismo tratamiento analítico que cualquier otra expresión lingüística.
3. Esta posición pone de manifiesto que el análisis de la estructura del conocimiento científico deja de ser el paradigma para los análisis epistemológicos. El conocimiento científico es una actividad cognitiva que tiene sus propias reglas, prácticas y finalidades, pero que no agota el significado del término conocimiento, ni de términos emparentados con él, como razón, justificación, verdad... Estos términos tienen multitud de usos en diversos contextos pragmáticos, y a lo más que se puede llegar es a establecer ciertos «aires de familia», no una teoría general. Wittgenstein expone esta posición mientras rechaza confusiones filosóficas que él denomina «ansia de generalidad»,21 que en general consiste en adoptar como método la búsqueda de notas o estructuras generales, comunes a todas las entidades que caen bajo un término:
La idea de que un concepto general es una propiedad común de sus casos particulares está conectada con otras ideas primitivas y demasiado simples de la estructura del lenguaje. Es comparable con la idea de que las propiedades son ingredientes de las cosas que tienen las propiedades; por ejemplo, que la belleza es un ingrediente de todas las cosas bellas como el alcohol lo es de la cerveza y el vino, y que, por tanto, podríamos conseguir la pura belleza, no adulterada por ninguna cosa bella.22
Esta tendencia metodológica hace que consideremos los términos generales, los más relevantes en filosofía, como nombres de la característica común a los individuos que caen dentro de la extensión del término general.
Ese ansia de generalidad también nos lleva a pensar que a un término general le corresponde una imagen general; dice Wittgenstein que es como si al término general hoja le correspondiese una imagen general de hoja, distinta a las hojas concretas (hojas de árbol, hojas de afeitar...), y eso nos indujese a creer que el significado de hoja es esa imagen general (aquello que tienen en común todas las hojas), algo que implica un grave error semántico:
Esto vuelve a estar conectado con la idea de que el significado de una palabra es una imagen, o una cosa, correlacionadas con la palabra. (Esto quiere decir en pocas palabras que consideramos las palabras como si todas ellas fuesen nombres propios, y así confundimos el portador de un nombre con el significado del nombre.)23
Esta confusión conduce a la tesis, errónea para Wittgenstein, aunque defendida por otras corrientes, de que el significado está conectado con determinado estado de un hipotético mecanismo mental.
El origen de ese ansia de generalidad no es ni más ni menos que nuestra preocupación por el método de la ciencia, que postula reducir la diversidad a la unidad, explicar el mayor número de fenómenos con el menor número de leyes naturales primitivas. La explicación científica es reductiva, busca las leyes más generales posibles para explicar los fenómenos, mientras que la filosofía, en tanto que clarificación conceptual, no está comprometida con explicaciones generalistas, sino por el contrario, con clarificar la diferencia, la pluralidad, la diversidad de significados, de usos:
Los filósofos tienen constantemente ante los ojos el método de la ciencia y sienten una tentación irresistible a plantear y a contestar las preguntas del mismo modo que lo hace la ciencia. Esta tendencia es la verdadera fuente de la metafísica y lleva al filósofo a la oscuridad más completa. Quiero afirmar en este momento que nuestra tarea no puede ser nunca reducir algo a algo, o explicar algo. En realidad la filosofía es «puramente descriptiva».24
Frente al ansia de generalidad, Wittgenstein propone que los diferentes usos de un término general tienen «aires de familia»: todos los distintos usos guardan semejanza, pero no necesariamente todos guardan la misma semejanza. En otras palabras, los conceptos generales no tienen una definición cerrada, sino, como ha dicho algún filósofo wittgensteiniano, una textura abierta: son conceptos flexibles de contornos difusos. Esta tesis substituye la precisión cognitiva de nuestros conceptos generales, por la capacidad de adopción y descripción de situaciones diversas, nuevas incluso. Si queremos estudiar la gramática de palabras como pensar y comprender, podemos describir diversos casos de pensamiento y de comprensión, y evidentemente nunca agotaríamos el significado de estos términos, ya que «no hay una clase definida de características»25 que caracterice los casos de pensamiento y comprensión. La elucidación conceptual que propugna este método analítico, es la descripción de los diversos usos de los conceptos en las diversas situaciones pragmáticas.
Otras formulaciones del método analítico pueden tener objetivos más sistemáticos, en el sentido de que, sin pretender llegar a leyes generales ni a características comunes, no se quedan en la mera descripción de casos, sino que tratan de dibujar el mapa conceptual de un término general, epistémico o de cualquier otro campo filosófico. Así, John Austin (1911-1960) piensa que el lenguaje ordinario incorpora todo el aparato conceptual que la humanidad ha ido acumulando para referirse al mundo:
[...] nuestro común stock de palabras incorpora todas las distinciones que los hombres han hallado conveniente hacer, y las conexiones que han considerado conveniente establecer durante la vida de muchas generaciones.26
Ese lenguaje, con toda la carga epistemológica que incorpora, ha pasado la prueba de supervivencia a lo largo de la historia, y su análisis puede servir como vía para considerar las realidades, para hablar de ellas usando las palabras. Austin sugiere27 que ese método podría denominarse «fenomenología lingüística» y tendría como objetivo clarificar ordenada y sistemáticamente el campo conceptual inherente al lenguaje: las palabras son nuestras herramientas, y tenemos que tener claros sus significados, qué significan y qué no, tenemos que separarlas del mundo y ver sus inadecuaciones y arbitrariedades. El análisis del lenguaje nos permite, por tanto, clarificar nuestro esquema conceptual; en una de sus obras más conocidas, Cómo hacer cosas con palabras (1962), Austin presenta un mapa conceptual exhaustivo, ordenado y sistemático de las diversas prácticas lingüísticas. Esos análisis han influido en algunas corrientes de la lingüística contemporánea, en la forma en que priman el fenómeno lingüístico frente a posiciones que priman la estructura sintáctica formal.
Como decíamos al principio de esta parte, no se trata de adscribirse a un método u otro: los tres han contribuido al progreso de la teoría del conocimiento, incluso con debates que, desde estas posiciones metodológicas diversas, todavía se producen en torno a problemas epistemológicos concretos. La pluralidad metodológica, siempre que sea compatible con la comunidad de problemas y con la conmensurabilidad de utillajes conceptuales para tratarlos, es una característica de la filosofía que la enriquece: en filosofía no es necesaria la unidad metodológica, como lo es en la ciencia (formal o empírica), aunque sí es necesario que se establezca la posibilidad de diálogo entre los diferentes planteamientos. Al exponer estos métodos, confrontándolos unos con otros, hemos comprobado esa posibilidad de diálogo, esa comunidad de problemas que admite diversas formas de tratarlos y de acercarse a su solución.
1. KrV, B VIII.
2. Schlick, 1959, p. 61.
3. Si bien utiliza esas tesis para enunciar el objeto y metodología de la teoría del conocimiento, algo que Wittgenstein no hace en el Tractatus; las nociones clave de expresión, representación y forma lógica, precisas en el texto de Wittgenstein, son usadas con mayor amplitud en el texto de Schlick.
4. Carnap, 1935, p. 51.
5. Quine, 1969, p. 99.
6. Hempel, 1950, p. 115.
7. Schlick, 1959.
8. Ayer, 1959, pp. 3-28
9. Carnap, 1959, p. 78.
10. Wittgenstein, 1922, 4.1121.
11. Wittgenstein, 1922, 6.13.
12. Wittgenstein, 1922, 4.01.
13. Wittgenstein, 1922, 2.17.
14. Ya que eso implicaría pensar ilógicamente y eso es (lógicamente) imposible.
15. Wittgenstein, 1922, 6.44.
16. Wittgenstein, 1922, 5.5562.
17. Wittgenstein, 1953, p. 13.
18. Wittgenstein, 1953, p. 23.
19. Wittgenstein, 1953, p. 43.
20. Wittgenstein, 1953, p. 117.
21. «craving for generality».
22. Wittgenstein, 1958, p. 45.
23. Wittgenstein, 1958, p. 46.
24. Wittgenstein, 1958, p. 46.
25. Wittgenstein, 1958, p. 47.
26. Austin, 1970, p. 174.
27. Austin, 1970.
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