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Esta es la tierra que pisas


Desde la avenida principal, la Ruta Nacional 43 o carrera 18 de Armero, solo se puede apreciar a ambos lados de la calzada medias casas, medios vanos de ventanas y puertas que, sin la techumbre, parecen cuerpos desnudos tomados por asalto. La tierra deja ver apenas las partes altas de las viviendas que fueron sepultadas por la avalancha de lodo que se desprendió del volcán nevado del Ruiz tras su erupción la noche del 13 de noviembre de 1985. Y bajo esta tierra yacen los cuerpos de 25 000 armeritas. Se ven también landas que se funden en un bosque que se devora de a poco lo que la avalancha dejó, un mosaico de verdes bosque, lima, pino, jade, arce, bambú. Estos restos podrían ser parte de un pueblo enano en el que habitan lémures. La primera vez pensé que podría ser Comala, los muertos del señor Páramo, ahí. Pero no; los muertos sí. En cada visita, veo a estas almas trasegando en sus rutinas, conversando de cosas simples, como de los vientos moteados en septiembre o de la zarigüeya que no dejó dormir en la noche, por ejemplo.


Este paraje donde está la “antigua Armero”, como la llaman ahora, no alcanzó a cumplir los cien años porque fue fundada apenas en 1895; entonces fue aldea y la llamaron San Lorenzo. Pero la historia del territorio se va siglos atrás cuando era habitado por los panches, una comunidad que estaba en pleno desarrollo cuando fueron asaltados por los españoles: los hermanos Quesada, que entraron por el norte bajo las órdenes de Pedro Fernández de Lugo; Sebastián de Belalcázar y sus hombres, que entraron por el sur y eran llamados “peruleros” porque venían de conquistar Perú; y Nicolás de Federmán, por el oriente porque venía de Venezuela. Esta fue la primera vez, en 1538, porque luego se sucederían otras expediciones; unas con la finalidad de saquear el abundante oro que encontraron en sus ríos, sobre todo el Sabandija y el Lagunilla; otras, con la firme intención de doblegarlos y arrebatarles sus tierras. Sin embargo, los panches pasaron a la historia por ser de las pocas comunidades precolombinas en el país que no se rindieron, combatieron hasta el último aliento; prefirieron su extinción antes que el sometimiento.

Su historia es importante hoy, ahora, porque su espíritu altivo, aguerrido y religioso pervive en el alma de los tolimenses, y ello podría explicar a más de su historia reciente, el misticismo y la magia que flamea sobre las estribaciones de la cordillera y el valle del río Guaca-Cayo, como los indios llamaban al río grande de La Magdalena. Y lo llamaban así porque lo consideraban sagrado y el término traduce río de las Tumbas o río de Agua y Tierra,3 según la versión del antropólogo y arqueólogo Ángel Antonio Martínez Trujillo; otra versión la conocí de la voz del mohán David Machado, quien cuenta que Guaca-Cayo, para su pueblo panchigua, traduce río de las islas o río de la región de las islas.

Aunque los españoles pensaron que les sería fácil apropiarse del oro, les costó años de guerras con los panches. Para 1544, los invasores lograron dominarlos; luego, se rebelarían bajo el mando de Yuldama, Pompomá, Guastía, Niquiatepa, Uniguá, Abea, Ondama, y otros caciques quienes fueron el último frente en un levantamiento que los españoles llamaron “la rebelde trama”. Combates que fueron segando la vida de uno tras otro hasta la completa aniquilación; la extinción de este pueblo fue un hecho hacia la primera década de 1700, tiempos del Virreinato de la Nueva Granada. Así, por las crónicas de Indias,4 se infiere que Méndez, hoy corregimiento de Armero, fue el primer caserío donde se acomodaron los españoles por tener una mina en su territorio. Antes de llamarse Méndez, se llamó Paso de Julio Góngora,5 punto donde el Sabandija vierte sus aguas al Magdalena.

Se sabe con certeza que Guayabal fue fundada en 1583 también por la riqueza en oro, y erigida como parroquia en 1794. En ese entonces, Méndez dependía de Guayabal, hasta que —cuenta Hugo Viana Castro en su libro Armero, su verdadera historia— Simón Bolívar la convirtió en parroquia por la importancia comercial que tenía en ese momento. Para 1861, según los estudios de la Comisión Corográfica6 (1850-1859), Guayabal contaba con 4766 habitantes y Méndez con 1043. En 1881, Méndez era distrito, y Guayabal, aldea. Situación que volvió a cambiar en 1886 cuando disolvieron el distrito de Méndez y lo repartieron entre Guayabal y Honda.7 Y, así, Méndez se fue diluyendo hasta ser hoy corregimiento de Armero8 a 21 km de Guayabal, la cabecera municipal, con un acceso difícil a través de una vía destapada que hace de esos escasos kilómetros una digna expedición. Lo que debería recorrerse en veinte minutos se toma una hora… Aunque tienen su propia página en Facebook en la que aparecen pocos datos, por ejemplo, que hay una institución educativa y una iglesia católica en la que se venera a la Virgen Inmaculada —aunque no cuenta con un párroco permanente—, sus aproximados 350 habitantes son hombres que viven del campo y la vaquería.

En esa misma fecha, cuando disolvieron Méndez, hicieron de Guayabal distrito.

La misma historia se repite aquí y allá, y es la siguiente: vivía allí una pudiente señora que se llamaba Dominga Cano Rada, y según el Anuario Estadístico Histórico-Geográfico de los Municipios del Tolima, de 1958, fue en sus tierras donde se fundó San Lorenzo en 1895, a 8 km al sur de Guayabal. La señora era hija de un prestante comerciante muy conocido por ese entonces, llamado Elías Cano. La iniciativa de la creación de un nuevo pueblo fue de la señora Cano —la que donó las tierras— y un grupo de, también, muy prestantes señores de nombre Marco Sanín, Sinforoso Chacón, Raimundo Melo y Aurelio Bejarano. La idea surgió —dicen algunos libros— por la prosperidad y por el desarrollo que hubo gracias al “establecimiento de la hacienda El Santuario de propiedad de Bon Vaughan” y a la fertilidad de los suelos.

En efecto, cuando se fundó, el inglés Vaughan tenía en su poder gran parte de estas tierras, la hacienda El Santuario y la factoría de tabaco que comerciaba local e internacionalmente. Pero también era un hecho que el cultivo, la producción y el comercio de los pitillos ya estaba en decadencia; lo que hacía el inglés era persistir. Además, él mismo había recibido hacienda, tierras y factoría por pago a compromisos que con él tenía el anterior propietario que era nada menos y nada más que la Fruhlig Goscheng & Cía, muy poderosa, con mucho prestigio y mucha carrera. Y esta, a su vez, había recibido tierras, hacienda y factoría como forma de pago —también por deudas— de la fracasada empresa Montoya, Sáenz & Cía,9 la que en su momento se encargó de sacar adelante y llevar prosperidad y riqueza a los lugareños por cuenta del tabaco, y fue ella la que compró desde muy temprano entre 40 000 y 50 000 fanegadas de tierra para el negocio, y fueron sus cargas las que inauguraron y fortalecieron la navegación de los vapores por el Magdalena. Fue a esta empresa a la que le tocó ver el auge y esplendor de la producción de tabaco que exportaban, entre otras, a Londres y Bremen. Pero, por una serie de factores, los señores quebraron y, como dije, tuvieron que entregar tierras y factoría a la empresa inglesa Fruhlig Goscheng & Cía que, por cierto, hizo todo cuanto pudo para mantenerse en pie, pero fracasó también, y al cabo de vender tierras a precios ridículos, terminó por entregar lo que le quedaba al inglés Vaughan, que es quien aparece en los libros recientes que hablan de la historia de Armero.

Todas estas tierras del valle del río grande de La Magdalena, en el norte del Tolima, la que se pisa cuando se quiere penetrar este pueblo de lémures, duendes y hadas, era productora de tabaco desde inicios de 1700.10 Eran tiempos aquellos cuando, como dice J. R. R. Tolkien en su obra maestra, mucha mucha gente practicaba “el arte de fumar”, tanto aquí como en Europa. Ya en 1840 el Gobierno tenía restringida la siembra de tabaco a cuatro factorías —así las llamaba—: Girón, Palmira, Casanare y Ambalema; las tenían incluso demarcadas, y esta última incluía las tierras que van desde Ambalema hasta Mariquita, lo que incluye el territorio que la señora Cano donó para fundar el pueblo de San Lorenzo.

Como un hecho terriblemente paradójico, el éxito del tabaco cultivado aquí y que se veía reflejado en los compradores y los altísimos precios que pagaban por estas hojas, era por la calidad del suelo y la fertilidad se dio por el deslave del Ruiz en 1845, que sepultó alrededor de mil labriegos y, claro, todo el cultivo de tabaco que había en ese momento en esta estancia. Sin embargo, el comercio del tabaco comenzó su declive en 1850, y en los veinte años venideros siguió en caída libre hasta que, ya para muy a finales del siglo XIX, las tierras terminaron de pasto para las vacas.11

Sigamos con San Lorenzo. Cuando el general Rafael Reyes llegó al poder tras la guerra de los Mil días, emprendió un viaje presidencial que lo llevaría a Santa Marta, Barranquilla, Cartagena, y varias ciudades más. Salió en tren de Bogotá, llegó a Girardot, a orillas del Magdalena; siguió en vapor por el río hasta Beltrán, allí tomó el tren y fue en ese trayecto cuando pasó por el joven San Lorenzo. Dice el Anuario ya citado que se detuvo y allí mismo expidió el Decreto 1049 en el que lo erigió como cabecera municipal. No era extraño que lo hiciera, porque fue durante su Gobierno que redefinió el mapa político del país. Poco tiempo después expidió el famoso Decreto 1181/1908, de 30 de octubre en el que, entre muchas otras cosas, marcó los límites del poblado, y contados meses después —en enero de 1909— expidió otro decreto, el 73, en el que estableció los límites con Lérida. En adelante, San Lorenzo emprendió su meteórica carrera hacia la prosperidad agrícola, ahora en cultivos de café, maíz, soya, ajonjolí, maní; pero, sobre todo, de arroz y algodón que, como ocurrió con el tabaco, se debía a la calidad de los suelos. El Ruiz, con sus periódicas erupciones, que siempre han traído el desbordamiento de los ríos Lagunilla y Sabandija, se ha encargado de nutrir la tierra. Veintidós años después la Asamblea del Tolima quiso —en mayo de 1930—hacerle un homenaje al prócer mariquiteño José León Armero, y le dio su apellido a la ciudad, que, hasta ese año, fue San Lorenzo. La primera mitad del siglo XX y hasta su extinción Armero siguió en progreso, ya no solo agrícola, sino industrial, asiento de foráneos —nacionales y extranjeros— que llegaron para quedarse. Ya en 1935 la zona urbana estaba asentada en 500 ha y sus calles estaban en un 90% pavimentadas; y para 1938, los armeritas tenían el respaldo —muy importante— de la Caja de Crédito Agrario y los Almacenes de Depósitos de la Federación Nacional de Cafeteros; y disponían de una Granja Agrícola Experimental en la que se apuntaba al mejoramiento del cultivo de algodón; y numerosas empresas de fumigación y una planta de tratamiento de aguas que ofrecía agua potable a sus habitantes. Con los años, además de la riqueza agrícola e industrial, se sumó la ganadera, y la región se ufanaba de las mejores haciendas de ganado, como la Unión, Montalvo y El Puente, entre muchas otras.

Conocer esta historia me proporcionó siquiera un vago contexto de esta tierra que piso ahora, a la que vengo uno o dos veces al año en un ejercicio de contrición propia y ajena. De reconocimiento, de exploración, si se quiere íntima. Sé que no soy la única.

“Yo estoy seguro de que ahí hay almas”


Padre José Humberto Rodríguez,

párroco del santuario del Señor de La Salud, Armero-Guayabal

Miércoles, 12 de julio de 2017

Yo estoy seguro de que ahí hay almas que están pegadas todavía, que no se han desprendido. De hecho, la gente siente muchas almas, muchas cosas; claro, eso tienen que haber muchas almas en pena que están necesitando mucha oración; hay que celebrar muchas misas y orar mucho por los fieles difuntos de Armero. Cuántas almas estarán penando, cuánta gente que estaba en pecado y con problemas, por eso no se pudieron desprender nunca; además una muerte tan trágica, ahí tiene que haber de todo, y los niños, como los niños son tan sensibles, los niños son tan puros, ellos captan lo que nosotros no captamos.

Además, tantas cosas que uno escucha y con ese programa Ellos están aquí, que fue como lo que dio el campanazo de alarma para el pueblo. Sí, es reciente, pero desde antes ya se escuchaba que veían almas, que veían muchas cosas, que sentían que a veces que iban en una moto y que alguien se le subía atrás, que tomaban fotos y salían calaveras, salían muertos; hay muchas versiones de esas. Nuestros pueblos normalmente tienden a tener sus creencias, sus cosas, a inventarse, por ejemplo, que iban unas personas en un carro y que se subió un viejito y que el viejito les dijo: “si supieran lo que va a pasar aquí, no sé qué”, y desapareció. La gente saca esos cuentos, son cosas que tiene el pueblo.

Ahora, pues desde la fe, yo sí creo que ahí en Armero hay fenómenos extrasensoriales, fenómenos que están mucho más allá de nuestros sentidos; fenómenos extraños. ¿Por qué? Porque es que después de esta vida terrenal ya continuamos es con una vida espiritual y eso tiene un misterio muy grande. Yo recomiendo leer la Rueda de la vida, de Elisabeth Kübler-Ross, que es un libro científico que trata todo lo que acontece después de la muerte. Aquí debe estar, yo lo tengo en mi biblioteca. Según ese libro, y lógico, según la palabra de Dios, yo puedo decir que ahí tienen que haber fenómenos muy raros por la forma en que las personas fueron sorprendidas por esa avalancha y por como murieron. Es que es distinto que uno se prepare para la muerte, que uno tenga la conciencia tranquila, que uno tenga todo arregladito, que con la familia, que se puso en paz, que se confesó, que le dieron comunión, los santos óleos, estar rodeado de la gente buena, de la familia, experimentando la gracia de Dios. Cuando una persona muere así de una manera tan apacible, entonces se va a descansar; al juicio de Dios, porque tenemos que comparecer ante un juicio frente a Dios que es quien va a determinar si se va para el Cielo o si debe purificarse o si definitivamente se pierde, el Infierno. Eso lo dice la palabra de Dios en Hebreos. Está determinado que el hombre muera una sola vez y después de muerto el juicio. Pero dígame usted, por ejemplo, una persona que tiene muchos negocios, que tiene mucho dinero en el banco, que tiene muchas riquezas, la riqueza apega al ser humano; el ser humano se apega a las cosas del mundo: si tiene un negocio se apega al negocio, si tiene familia se apega a la familia; desafortunadamente, somos seres que nos apegamos a muchas cosas, y ese apego es la causa de mucho sufrimiento. Es el apego. Una persona que estaba tan apegada porque tenía sus riquezas, su familia, y lo sorprende una avalancha, esa persona no estaba preparada para salir. Estaba preparada para seguir viviendo apegada a las cosas de aquí, pero no estaba preparada para emprender un viaje así tan inesperado. Al verse abocado en esa situación, entonces su dimensión espiritual, el alma que es un recipiente con memoria, inteligencia y voluntad, entregada por el espíritu de Dios en el bautismo, esa dimensión espiritual que es como la mariposa que sale del capullo y sale, sale volando; el capullo ha quedado ahí, pero esa mariposa no estaba preparada para ese vuelo, entonces quiere regresar al capullo, quiere regresar a estas cosas y a este mundo, a estar con las criaturas, no quiere volar y, al no querer volar, ahí se queda sin poder volar. Y yo estoy seguro, creo no equivocarme, que hay muchas almas que están como esas mariposas que no pueden volar. Algunas otras volaron; por ejemplo, muchos niños y muchas gentes que me imagino: qué va a saber uno quién estaba preparado y quién no, pero podemos presumir que muchos volaron, se fueron, pero otros no pudieron volar y están ahí.

Otros están ahí dentro del barro, seguramente; otros ahí flotando y ahí dentro de todo eso hay espíritus satánicos, porque los hay, hay espíritus satánicos y nosotros sabemos que en los cementerios donde murieron muchas personas hay mucha presencia de espíritus malignos.

Es algo misterioso, pero yo lo sé. Y un mismo espíritu. Como yo soy exorcista a mí una vez un espíritu me dijo eso. “Nosotros, cuando tocan las tumbas, bajamos”. Los diabólicos. Hay espíritus malignos, porque los hay. Dice Pablo que no luchamos contra hombres de carne y hueso, sino contra espíritus malignos que están en los aires. En los aires hay espíritus malos, y esos espíritus, cuando cogen la tabla ouija, cuando los invocan, cuando tocan las tumbas, ellos se acercan, y en los cementerios hay como un imán para ellos. Y, sobre todo, cuando a los cementerios van lo drogadictos a hacer ritos, ahí ellos están actuando de una manera tremenda. Entonces, hay toda una mezcla de espíritus demoniacos, de almas en pena, de almas perdidas, todo un revuelto ahí, es un revoltijo tremendo.

Hace poco, unos jóvenes me trajeron una foto que estuvieron por allá donde la niña Omayra y tomaron una foto al aire y me mostraron. Una cara de un demonio, como una calavera, una cosa horrible y vinieron aquí asustados,

—¡Padre, mire lo que salió en esta foto!

—¡Eso es un demonio! ¡Esa es la cara de un demonio!

—Fue una tardecita, una nochecita le tomamos la foto así a las nubes, así, y mire lo que salió.

Y muchos dicen que sienten, como por allá por el lado de San Jorge hay una escuelita, hay junto a la escuela una fosa común; ahí junto a un mango metieron muchos cadáveres, y yo he ido a celebrar allá con los niños y los niños me dicen que ellos ven.

—Padre, aquí estamos en clase y hablan, y hablan en el salón, y vemos unas sombras blancas que pasan, y aquí, en esta parte, padre, aquí vemos muchas sombras blancas, y escuchamos voces, ellas hablan; padre, aquí esto está lleno —me dicen los niños.

Me dicen que juegan con niños blanquitos que salen de debajo de un mango y salen a jugar con ellos, que no los pueden tocar, pero que los niños son corriendo y vuelven, y cuando terminan se meten allá debajo del mango. Sí, los niños me han contado. Yo voy a celebrarles misa, y cuando les celebro misa, los niños se calman. Dicho por los niños, yo les creo a ellos. Yo les dije: “No puede ser”, y ellos: “Sí padre, allá salen unos niños a jugar con nosotros; son blanquitos muy bonitos, jugamos, cuando suena la campana vuelven y se meten allá.

Todos los niños son buenos. Por eso Jesús dijo: “Si no se hacen como niños no entrarán en el Reino de los Cielos”; los niños son puros. Y los niños que murieron en Armero, pues todos fueron para el Cielo. La única duda sería un niño por ahí sin bautismo; así haya muerto de esa manera, un niño sin bautismo es distinta la situación. Jesús dijo que el que no esté bautizado no entrará en el Reino de los Cielos. Es una situación distinta, pero de todas maneras los niños de por sí están destinados es a la salvación porque no tienen pecado. El pecado original es en los que están sin bautizar. Lo que hay es una mezcla muy grande. Lo que tenemos que hacer es orar, ¿qué más podemos hacer? Entender que cuando uno entra en Armero es un lugar sagrado, y cuando uno entra en Armero —por lo menos yo lo hago—, siempre que llego allá doy la bendición: “dale señor el descanso eterno”, tres veces; un padrenuestro, una avemaría, el gloria; “dale señor el descanso eterno, dale señor el descanso eterno, dale señor el descanso eterno, a los fieles difuntos de Armero por la misericordia infinita de Dios, descansen en paz”. Deberíamos decirlo todos porque ese es un sitio de oración. ¡Pero nooo, pasamos por ahí y haciendo de todo! Pero realmente para que sea un sitio de oración, que es lo que necesitan todas esas almas, porque lo que necesitan es que nosotros oremos y que celebremos misas en Armero por todas las almas para que descansen. Porque ahí, por ejemplo, en la escuela, dicho por la profesora y por todos los niños cuando celebramos la misa ahí, se calman, no van por un tiempo. Pero dejamos de ir a la santa misa y vuelven. Yo celebro normalmente cada mes allá, con los adultos el segundo lunes de mes y en la mañana también los segundos lunes de mes con los niños ahí en la escuela.

Yo respondo por lo que le he dicho. Todo lo que yo he dicho lo respondo aquí y en cualquier lado. Es lo que yo creo y lo que puedo sostener. Y yo soy exorcista y sé lo que estoy diciendo.

Para uno ser exorcista, se necesitan fundamentalmente tres cosas: uno, que tenga el don. Es decir, que haya recibido de Dios la capacidad para contrarrestar los ataques de Satanás. Sin ese don, no hay nada que hacer. Es un poder que Dios da para que uno pueda en nombre de Dios hacer frente a Satanás y reprenderlo. “En nombre de Dios te reprendo y ordeno que salga de esa persona o salga de ese lugar”. El exorcista no es el que expulsa, sino que es Dios a través de él. ¡Que eso quede claro!

Uno llega a darse cuenta por la vida. A uno se lo descubren. Yo no recibí ninguna revelación de lo alto, ni Dios me llamó y me dijo: “Le voy a entregar este don”; no fue en una misa, no no. Simplemente, lo mío fue una vez que empecé a sentir que el Diablo me atacaba mucho: soñaba con el Diablo, peleaba con el Diablo, le daba golpes al Diablo, él me golpeaba. Era una pesadilla dura contra Satanás, y muy frecuente. Entonces, yo acudí, porque me recomendaron, a un sacerdote en Ibagué porque tenía fama de ser muy santo, había sido rector del Seminario y me dijeron: “Él es muy santo, vaya con él y dígale lo que le pasa y que él le diga el porqué de esa pesadilla, si tiene que ir al psiquiatra, a ver qué le recomienda él”. Entonces yo fui, lo busqué y, efectivamente, era un hombre que estaba en oración, lo encontré orando, él ya por edad estaba retiradito, entonces yo le dije, “Monseñor, yo quiero comentarle algo”, y le comenté eso que yo sueño. A él le dio risa, él me miraba y se reía, me miraba y le daba risa y me dijo:

—Eso es un buen signo. Se tiene que preparar porque el Diablo no lo quiere. El Diablo a usted ya lo odia y usted está muy joven. —Yo estaba en el seminario—. El Diablo no lo quiere, ya él se dio cuenta de usted pa dónde va, ya se dio cuenta para qué lo tiene Dios y ya él empezó a atacarlo. Entonces usted va a tener que prepararse, usted va a tener un don muy fuerte contra Satanás, le va a quitar mucha alma y prepárese porque la lucha va a ser muy tenaz. Y me dijo:

—A mí me atacan, a mí me tumba de la cama, a mí me hace la guerra, me golpea, a mí me hace sufrir porque a mí también me ha odiado siempre. —Me regaló una banda morada y me dio un libro de san Juan María Vianney—. Conserve esto como herramienta que usted va a necesitar.

Él era monseñor González. Él no era obispo, era un título honorífico que le dieron, era un sacerdote que fue rector del Seminario de Ibagué; famoso por su santidad, por su sabiduría.

Bueno, eso fue un primer atisbo que tuve desde el Seminario, como un primer anuncio. Las cosas se calmaron, pero después, ya recién ordenado, empezaron a llegarme casos. Por ejemplo, una vez me llegó una gente de por allá de una vereda y me dijo —estaba recién ordenadito—:

—Padre, es que allá en la veredadonde nosotros hay una niña pequeña y está con nosotros y se la llevan, como un viento se la coge y se la lleva por allá, la deja en el monte y hay que salir a buscarla. A la niña se la llevan.

—¡Cómo así que se la llevan!

—Sí, es como un viento que se la lleva, y la niña por allá resulta llorando y luego cogen la casa a pedradas. Y vamos a traerla y después todo se calma y pues nos tienen fregados con eso. Vaya usted a ver qué hace.

Y pues eso no puede ser de Dios. Y yo me acuerdo que nos fuimos y nos tocó bajar a pie un trayecto grande y pasar un río; eso fue por allá en una vereda de Fresno. Les dije: “Pues vamos a ver qué hacemos”. Yo no tenía rituales, ni era exorcista, pero yo voy con el poder de Dios y vamos a bendecir a la niña y bendigamos la casa y agua bendita y rezamos, yo hago lo que pueda. Y yo fui, le hice oración a la niña, bendije la familia, bendije la casa, eché agua bendita, y después me dicen: “Padre, eso se calmó”, ya no más. Ya era un signo del poder de Dios. Eso quedó así.

Ya después con el tiempo yo estaba de párroco en San Antonio, en el Líbano, y yo venía de una vereda con mi morral, mi maleta, venía cansado de por allá del campo cuando había un alboroto ahí en la parroquia, la gente que “no sé qué” y un poco de bulla y un poco de señoras gritando, entonces yo les dije que qué pasó aquí, que por qué tanto alboroto que qué sucedió. Y me contaron que no, que era que estaban en un grupo de oración en el salón y una señora del grupo se alborotó y le pegó al padre Carranza que estaba dirigiendo el grupo, le pegó un manazo por allá y lo tumbó, “y esa señora está ahí que no la controla nadie, está endemoniada”.

—¡Quééé endemoniada, hombre! Pero ¡cómo que le pegó al padre, póngale el control a esa señora!

Entonces, yo descargué la maleta y me le salí al frente, y cuando ella me miró, yo le puse la mano, y “¡en el nombre de Dios se sienta, en el nombre de Dios me obedece, en el nombre de Dios”. Y todo lo que yo le decía lo iba haciendo y se calmó y se estuvo quieta, la llevé y la acostaron y le ordené y me hizo caso. El mismo padre me dijo: “Usted tiene el don de liberación”.

—Qué don de liberación, ni qué nada. Lo que pasa es que hay que hablarles es con autoridad.

Y él me dijo:

—Ese es el don de liberación, padre. Eso que usted tiene es el don de liberación, mire que a usted no le levanta la mano y usted con el poder de Dios le ordenó y le obedeció. Ese es el don de liberación y se lo voy a demostrar: por qué yo le ordené y me pegó y me tumbó y por qué a usted sí le hizo caso y a usted no le da miedo”.

Y yo no había tenido ningún estudio ni nada. Entonces una señora de Cali, una señora que era como vidente, una señora de mucha oración, vino a dar unas conferencias, y el padre le dijo: “Hágame el favor y le impone las manos a este padrecito a ver qué encuentra”, y la señora me impuso las manos ante el Santísimo y ella me dijo: “Hay una cruz muy pesada, hay agua muy cristalina y hay una cruz grande y usted tiene el don, se llama el don de liberación, le tocó enfrentarse con Satanás a como dé lugar, no tiene más que hacer. Tiene el don de liberación, si usted no lo quiere ejercer, ya es cosa suya, pero tiene el don, que eso no se le da a todo el mundo. Y a usted le toca es contrarrestar todo ataque de Satanás”.

Entonces, yo me acordé de lo de la niña, me acordé de lo que me había dicho el padre González, pues aquí están es ratificando. Entonces, ella me dijo: “Yo voy a dar unas conferencias aquí en un colegio”, y se dio el caso, ella me dijo que había una muchacha que estaba como endemoniada y me la llevó para que le hiciera oración, entonces yo le oré y la muchacha se alivió. Eso fue allá mismo, en la parroquia de San Antonio, en el Líbano. Entonces, a causa de eso, ya me fui como convenciendo, después yo empezaba a escuchar los problemas de la gente, a escuchar casos de brujas, escuchaba a la gente con respeto y, luego, yo me iba y donde hacía oración se acababa el problema.

Ya luego, viendo que estaba el don, empecé a prepararme y comencé a conseguir literatura, muchos libros del padre Gabriel Amorth, conseguí libros de José Antonio Fortea, Cándido Amantini, Corrado Balducci, y tengo varios libros de exorcismo.

Bueno, eso es lo primero, el don. Yo tengo que terminar porque esto va pa largo porque yo tengo 27 años de ejercicio, entonces estas son cositas como para empezar.

Ya teniendo certeza de que tengo un don, se va para el segundo paso que es la preparación, que es estudiar documentos serios de la Iglesia, entre ellos, la Sagrada Escritura, el Catecismo de la Iglesia Católica, libros de Corrado Balducci, Gabriel Amorth, Cándido Amantini, José Antonio Fortea, entre otros. Estos son los autores principales. Hacer cursos, actualización, talleres, con el propósito de ir uno conociendo el tema, sobre todo, para tener el discernimiento a fin de saber cuándo es un ataque del maligno o cuándo es uno de esquizofrenia, un problema de histeria, un problema de vacíos emocionales; para tener un discernimiento y saber distinguir una cosa de la otra porque no todo es maligno.

Y luego el tercer paso que es la delegación por parte del obispo de la Diócesis a la cual uno pertenece, entonces él dice: “Padre, yo a usted le delego para atender todos los casos que se presenten en mi diócesis”. En la diócesis, nomás. Yo no me puedo ir a Bogotá a hacer exorcismos. El obispo cuando me delega me entrega un ritual que se llama ritual de exorcismos. Los libros de Gabriel Amorth son los que más utilizo. Y hay que permanentemente estar hablando con el obispo, rendirle cuentas de lo que uno está haciendo, porque él tiene que saber cuántos casos está atendiendo.

Ahora para el viernes tengo un caso. Semanalmente tengo uno; es decir, yo atiendo un promedio de treinta personas con estos problemas, de los cuales, al hacer el discernimiento, algunos requieren oración de liberación, otros requieren exorcismo, otros requieren un tratamiento espiritual, otros requieren una limpieza en los negocios o en las casas. Hay días en los que no se pueden atender porque no me alcanza el tiempo.

Esto que yo le he dicho yo se lo sostengo, yo no voy diciendo cosas. El que no sabe de este campo, pues no sabe, y habla la gente, se meten en temas que no conocen.

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