Читать книгу: «¡No te enamores del jefe!», страница 6

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CAPÍTULO 6

“El caballero con armadura blanca recorre los campos

con lanza y yelmo en mano. Se frena ante su dama

que le espera junto a un lago lleno de tiburones y le dice:

Salta si me quieres. Quédate a mi lado si no sientes por mí nada.

Y el buen hombre saltó, porque entre el amor y la

locura sólo hay una fina línea que distingue al

verdadero loco y al loco enamorado”

Son las nueve y diez cuando aparco mi Mustang en mi plaza de garaje y voy corriendo hacia el ascensor. Nadie sabe cuánto me alegra pasar por delante del lugar dónde debería estar el Ferrari de Logan y no verlo allí.

No ha llegado aún.

Lanzo una plegaria de agradecimiento al cielo porque no tenga que verme llegar tarde en mi segundo día. Se me hubiera caído el pelo en ese caso, y mucho.

Pulso el botón que marca la séptima planta y el cristal del ascensor me coloco mejor el pañuelo y me peino con los dedos mi cabello. Se ha alborotado mucho al dejarlo suelto.

Camino con relativa tranquilidad cuando llego a mi puesto de trabajo y vuelvo a sentirme a salvo a girar la vista hacia el fondo y ver que el despacho de Logan está cerrado. Sí, sin duda no ha llegado todavía. ¿Puede ser maravilloso el mundo?

Entro en mi despacho, enciendo la luz y noto que la respiración se me acelera al ver una figura sentada en mi silla de escritorio leyendo mis papeles. Su mirada se clava en mí cuando doy un par de pasos y se queda fija observando todos mis movimientos.

El Titán está en mi despacho y sin lugar a dudas, ya sabe que estoy llegando tarde. ¡Estupendo!

Abro y cierro la boca tratando de buscar una excusa que explique mi retraso, pero el hecho de ver en vivo y en directo —y no en sueños—, a Logan Ross enfadado me hace temblar. Y no es de miedo precisamente.

—¿Otra vez se le cruzó un coche en el camino y por eso llega tarde en su segundo día de trabajo, señorita Harper? —hace la pregunta con voz fría.

—Hoy no ha traído su Ferrari rojo —es lo único que se me ocurre decir, mirándole con enfurruñamiento.

Creo que se queda sorprendido, porque alza las cejas a oír mi pobre comentario.

—¿Perdone?

Me quito la chaqueta con lentitud y sin decir nada me dedico a colgarla en el perchero, junto con mi bolso.

—Ayer salí tarde de la oficina, señor Ross. Entendí que si un trabajador se queda más tiempo en su puesto de trabajo, puede compensar esas horas de más al día siguiente si le surge una urgencia —le respondo, improvisando la primera excusa que se me ocurre.

—¿De verdad?

Se levanta cuán alto es de mi silla de escritorio y con las manos en los bolsillos se planta enfrente mío. Observa casi con altanería mi vestimenta y me avergüenza mucho cuando posa su mirada en mi pelo alborotado y en el pañuelo que cubre mi cuello. Sus preciosos ojos grises se endurecen acto seguido.

—¿Y qué clase de emergencia le sucedió a usted? —pregunta con sorna—. ¿Alguna de tipo sexual, tal vez?

Palidezco al notar el tono de desprecio que sale de sus labios. Me dedico durante un instante al observar yo misma mi propio aspecto y evidentemente parece que vengo de pasar una noche “loca” por lo desarreglado de mi aspecto. Quiero disculparme y él no me lo permite.

—Señorita Harper, es usted mayor de edad, puede hacer lo que quiera con sus amiguitos en plena calle si lo desea —dice sin apartar su mirada de mí—. Pero le doy un consejo. No permita que le hagan chupetones en el cuello. Es de mal gusto, en primer lugar. Y ya no sólo eso, sino que provocan que tenga usted que ponerse ese pañuelo que le hace tener aspecto de fulana más que de una mujer profesional.

Se da la vuelta tras soltar su “bomba dialéctica” y me impide poder contestarle cómo él se merece. ¡Será maleducado! Comienzo a pensar mientras la rabia fluye por mi cuerpo. ¿Cómo que fulana? El hecho de que sea mi jefe no le da derecho a decir en voz alta esa clase de chorradas.

Doy un paso para ir hacia él y cantarle las cuarenta, cuando recuerdo que necesito ese trabajo para poder ayudar a mi madre con los gastos. Y me quedo quietecita.

—Por cierto, señorita Harper —añade Logan regresando al despacho—. Quiero que todas las mañanas a las nueve en punto me sirva una taza de café encima de mi escritorio. Tómelo como una de las funciones más de su puesto de trabajo.

¿Qué?

Sé que debo contenerme, y realmente iba a hacerlo, pero la mirada de sorna que se ve en su rostro, me saca de quicio.

—Pensé que usted ya tenía a alguien que satisfacía esas necesidades durante las mañanas, señor Ross.

No sé quién se sorprende más por mi contestación si él o yo, porque no se mueve del sitio. Permanece inmóvil mirándome con una expresión curiosa en el rostro. No sé decir qué pasa por su cabeza, pero no debe ser nada bueno. No por el carácter tan volátil del cual hace gala en el día de hoy.

—Sé que fui yo quién ayer le pidió que dejara salir su pasión— comienza a decir mientras camina hacia donde estoy yo de nuevo—. Y eso me gusta. Prefiero mil veces que las mujeres sean directas conmigo, y no que escondan sus sentimientos. Eso no va conmigo.

—¿No?

—No —repite ya a escasos centímetros de mí.

Puedo oler su aroma emanando de él y me quedo como boba mirándole fijamente. El pensamiento de acercarme ahora yo más a su lado se instala en mi cerebro y me deja avergonzada. Realmente las palmas de mi mano comienzan a hormiguear deseosas de acariciar su pecho, de dónde más se desprende su olor a hombre.

Viene a mi recuerdo el momento fugaz en mi sueño cuando me abrazaba para bailar, y mis piernas se convierten en flan tambaleante recién horneado.

—Pero también le digo una cosa —murmura Logan sacando sus manos del bolsillo por primera vez para acercarla a mi pelo alborotado. Toca un mechón para colocarlo en su sitio y a mí se me escapa un suspiro de ensoñación—. Y quiero que lo recuerde muy bien, señorita Harper. Aquí el Jefe soy yo. Usted tiene que acatar mis órdenes, sobre todo mientras yo pague por sus servicios laborales. Sin protesta. ¿Quedó claro?

Le digo que sí con la cabeza y con el movimiento el pañuelo de mi cuello se mueve. Yo llevo mi mano a él para evitar que se caiga, y los ojos de mi Titán se empañan de nuevo con la ira.

—Espero ese café en menos de cinco minutos si sabe lo que le conviene.

Se gira como un huracán y sale de mi despacho, dando un gran portazo a la puerta. Yo por mi parte me quedo allí quieta, como una estatua, tratando de respirar el máximo posible el olor que su aroma ha dejando en la estancia.

Bajo a la planta sexta buscando una máquina de café y resoplo al no poder encontrarla. Sólo veo filas y filas de mesas y ordenadores dónde muchos trabajadores se encuentran hablando por teléfono y tecleando a velocidad exorbitante las consultas y respuestas de los clientes. Imagino que estoy en Call Center, el departamento de atención al cliente que trata en primera línea las consultas y las quejas de los clientes de la empresa.

—Perdona —murmuro a una mujer mayor que pasa con un carrito de limpieza—. ¿Puedo hacerle una pregunta?

—Claro, cariño.

—¿Una máquina para hacer café? Soy la nueva ayudante de Logan Ross y aún no conozco mucho de dónde están las cosas en el edificio.

—Pregúntele a la recepcionista —me responde la mujer, que al oír el nombre del Titán se pone pálida—. Ella le dirá.

Se da la vuelta y se marcha sin decir nada más.

No puedo evitar echarme a reír al ver que es evidente que el señor Logan Ross tiene atemorizado a todo el personal. Joder con el hombre, ni que fuera un Dios de verdad. Rememoro la sensación de tembleque que me causa su mirada cuando posa su vista en mí, y niego con pesar, mientras regreso al ascensor.

Quiera o no tengo que hablar con Grace Amato.

Pulso el botón de planta baja y salgo con decisión hacia recepción. Estoy caminando de forma tan obcecada que no me doy cuenta, y me choco con Alan Payne. Vaya conmigo. Tengo que mirar por dónde voy.

—Perdón —me disculpo cabizbaja.

—No pasa nada —dice él, que me ha cogido por los hombros para evitar que me caiga de culo contra el sueño—. ¿Estás bien?

Asiento, aunque interiormente no es así del todo. Nada está saliendo como tenía previsto.

—¿Necesitas algo?

—El señor Ross quiere un café —murmuro a desgana—. Y aún no conozco mucho las cosas. Quería ir a preguntarle a Grace dónde puedo conseguirle uno.

—¿Te ha pedido un café?

Alan me suelta como si mi piel de repente le quemase y me quedo boquiabierta mirándole sin saber qué decir.

—Sí —respondo lentamente.

—¡Joder!

Camina rápidamente hacia el ascensor y sin prestarme más atención, se mete en el ascensor. No sé porqué, pero intuyo que se dirige directamente hacia la planta séptima para hablar con el Titán.

—¿Roselyn? —murmura Grace desde la recepción—. ¿Estás bien?

Entiendo que estoy haciendo el ridículo allí parada sin moverme y me pongo en acción. Voy a su lado, con una sonrisa falsa grabada en el rostro.

—Buenos días, Grace. Me gustaría saber dónde puedo prepararle un café al señor Ross. Está esperándolo en su despacho.

—¿Un café?

¡Otra!

Mi yo interior se frustra y deseo coger los papeles de Grace y dedicarme a romperlos como forma de expulsar mi ira. ¡Por qué nadie me hace caso!

—Sí, café. Logan Ross quiere café. ¡CAFÉ!

Grace abre mucho los ojos y yo me pongo roja al sentir miradas en mi nuca de los presentes en la recepción. Me giro lentamente, y me encuentro con varios hombres trajeados que esperan detrás de mí para hablar con Grace. Por su aspecto ninguno de ellos es estadounidense.

Madre mía.

Alyssa De Luca sale de la nada y tras fulminarme a mí con la mirada, comienza a hablar algún idioma asiático, que entiendo que será mandarín o algo así, y se lleva a los hombres hacia el ascensor.

—Tierra trágame —murmuro apoyándome en el mostrador.

Grace me acerca un vaso de agua y me pide que lo beba.

—Imagino que hoy tu día está siendo muy malo —dice ella aparentando amabilidad.

Acepto su vaso y de un trago me bebo el agua. Inspiro hondo y repito la misma pregunta a Grace con respecto al café. Estoy deseando encerrarme en mi despacho y comenzar a contestar a autores para denegar sus propuestas.

—Disculpa la sorpresa. No es habitual que el señor Ross pida café —me dice con voz compungida—. En realidad no ha necesitado ninguna ayudante en los últimos tres años, así que imagino que todo es nuevo a día de hoy.

—¿Tres años?

—Sí. Nuestro Director es un poco ermitaño, ¿sabes? Aprecia la soledad y estar fuera del escenario público. Sus gustos personales no ayudan la verdad a que la vida social fuera del trabajo sea su fuerte, querida.

Gustos personales. Mi mente quiere taladrarla a preguntas al ver que está contando cosas de Logan con pelos y señales, pero me dedico a frenarla. No quiero saber nada de él. No ahora. Estoy perdiendo el tiempo.

—¿Dónde puedo hacer ese café?

—En tu planta, más allá del despacho del señor Ross, hay una habitación cerrada con llave. Y un cuarto de baño. Pues buen, junto a esas dos habitaciones, hay otra que está habilitado como un Office. Normalmente está cerrado con llave. Tiene una máquina de café, una expendedora de refrescos y demás. Imagino que si te ha pedido un café, habrá abierto esa habitación. Allí puedes ir.

—¡Gracias! —le digo dándome la vuelta para regresar por dónde he venido.

—Espera, Roselyn —susurra Grace agarrándome del brazo casi con brusquedad—. Quiero pedirte perdón por el numerito de ayer. No fue mi intención hacerte sentir mal.

—No te preocupes.

—Enserio. Yo no soy así. Siento el comportamiento de mi prima, y el mío propio. No debimos presuponer nada de tu contratación. Fue de mal gusto. Y lo siento.

Acepto sus disculpas y le muestro la primera sonrisa sincera de día que le dedico a ella. Regreso al ascensor y omito un gemido al llegar a la sexta planta montada en el aparato y ver a Alyssa hablando con los hombres trajeados en el despacho ovalado.

Parecen estar hablando de negocios importantes, ¡y vengo yo a gritar casi en su cara! ¡Qué vergüenza!

Camino por delante del despacho de Logan y me estremezco al oír gritos provenientes de su interior. Son voces masculinas las que puedo oír. Trato de que no me gane la curiosidad y camino hacia el fondo del pasillo para buscar el Office que Grace me ha mencionado.

Voy a girar el pomo de una de las puertas y no se abre. Entiendo que esa es la habitación que ayer Logan me mencionó, dónde está el cuarto de baño de especial uso para él. Me dirijo hacia la habitación contigua y respiro aliviada al ver que se abre sin dificultad. Enciendo la luz y suelto un silbido de impresión al ver lo grande que es.

No pierdo el tiempo en quedarme con la boca abierta mirando la cantidad de máquinas de comida rápida, expendedoras de bebidas y demás cosas chulas que la sala tiene. Voy hacia la máquina de café y miro las opciones que hay. Café cargado. Con leche y avena. Chocolate caliente. Café solo. Café cubano. Café con vainilla. Y leche.

Doy al botón de café bien cargado, con mucha azúcar, y me muevo por la sala esperando que salga. Enseguida el líquido oscuro comienza a caer en un vaso y me doy cuenta que ha salido sin necesidad de echar monedita.

Me acerco a las máquinas expendedoras de alimentación y elevo las manos al cielo en señal de victoria al ver que allí tampoco hay que echar moneditas. ¡Bien! Pienso en el gran descubierto de la tarjeta de empresa que llevo hecho, y saber que puedo comer poco y gratis en la misma oficina, me pone feliz. ¡Y a mi estómago más aún!

Más alegre que antes, salgo de allí con el café en la mano y me acerco al despacho del Titán. Voy a llamar a la puerta para pedir permiso antes de entrar y al escuchar que allí dentro siguen discutiendo y mi nombre sale a la palestra, no me lo pienso. Pongo el oído cual cotilla.

—¡Roselyn Harper va a estropearlo todo!

Escucho a Logan que trata de calmarle y yo me acerco más escuchar.

—¡Le has pedido café!

—Alan, cualquiera que te oiga.

—¡Yo sé lo que eso significa para ti, Logan, por Dios! No soy idiota. ¡Supe que era un error acceder a contratarla y aún así lo hice en contra de mi voluntad! Sólo te pedí que fueras discreto. ¡Vamos a perder todo por lo que hemos luchado por nada!

Quiero seguir escuchando más, pero escucho el ruido del ascensor sonando, y antes de que me vean cotilleando una conversación privada, llamo a la puerta y sin esperar el respectivo acceso, entro en la estancia con el café en la mano.

Logan me mira con expresión enigmática, mientras que Alan eleva su nariz y sus gafas de ver y me taladra con su vista. Guau. Está muy enojado. Y mucho me temo que su enfado es conmigo.

—Su café, señor Ross.

Me acerco a su mesa y con manos temblorosas que hacen tintinear el vaso con la cuchara, se lo dejo encima. Él ni corto ni perezoso lo toma y bebe un sorbito sin quitarme ni un minuto la mirada de encima.

—Un buen sabor —susurra con voz queda—. Justo mi favorito. No me sorprende.

—¡Logan, por amor a Dios! —exclama Alan, sobresaltándome.

Aparto mis ojos de los labios de Logan que están relamiéndose descaradamente ante mí y bajo la mirada. Entrecruzo mis manos bajo mi regazo.

—¿Necesita algo más? —pregunto casi tartamudeando. Me siento incómoda, y no sólo por lo que he escuchado antes de entrar, sino por la presencia del Titán.

—Puedes irte, Roselyn. Te esperan muchas misivas que enviar.

Les agradezco la atención y rápidamente salgo de allí, veloz como un ave. No me detengo hasta que entro a mi despacho y cierro la puerta con fuerza. Tal vez demasiado bruscamente, pero no me importa.

La lengua de Logan paseando por sus labios ha capturado toda mi atención, ¡y de qué manera! No creo olvidarlo en mucho tiempo.

Mis dedos teclean la veinteava carta de rechazo del día, y cuando tengo lista la firma y el sello correspondiente, cojo con mis manos el auricular y marco el número de recepción.

—Grace al aparato.

—Hola, soy Roselyn —susurro—. Me gustaría pedir un mensajero para enviar unas cartas. No sé si tengo que hacerlo a través tuyo, o puedo llamar yo directamente.

—Se solicitan desde aquí, querida. Bájame las cartas cuando quieras con el sello y el remitente correspondiente y yo me encargo de enviarlas. Después te escaneo el conforme de recepción del paquete y te lo mando a tu correo.

—Ah.

—Somos organizados aquí —sonríe ella.

Quiero colgar tras agradecerle su ayuda, cuándo Grace se adelanta a mi intención.

—¿Quieres venir a comer con nosotras?

Me fijo en la hora que marca el ordenador y lanzo un suspiro de asombro al ver que van a ser las dos y media de la tarde. Imposible. Miro el reloj en mi muñeca y descubro que no estoy teniendo alucinaciones. ¡Casi ha pasado la mañana y no he hecho prácticamente nada!

—Comeré aquí hoy —respondo sintiéndome algo mal por rechazarla—. Gracias igualmente, Grace.

Ella dice que no pasa nada, en voz algo triste y aún así no cambio de opinión. Puede que se haya disculpado conmigo y todo eso, pero yo sé que a Alyssa no le caigo nada bien. Cada vez que me mira lo hace con rechazo y casi con odio y aunque no entiendo el motivo de esa animadversión, de momento prefiero mantener una distancia prudencial.

Ya he tenido bastante con la conversación a hurtadillas que oí en al despacho contiguo al mío.

Un ruido de llamada a la puerta de entrada llama mi atención. Termino de colgar bien el teléfono y le digo a quién sea que pase. Me asombra ver a Alan Payne ante mí con expresión recelosa.

—¿Tienes un minuto, Roselyn?

Afirmo mientras me levanto de la silla.

—¿Pasa algo?

—Quiero ser breve y muy claro contigo —comienza a decir sin acercarse mucho. Se queda parado en la puerta con los brazos cruzados—. Aléjate de Logan Ross.

¿Perdón?

Quiero creer que no acabo de oír eso, pero la mirada acerada del jefe de RR.HH. me dice que no estoy soñando.

—Yo no…

—Sus labores en esta empresa son como ayudante de Dirección, señorita Harper. Revisará manuscritos, responderá a los autores su denegación o su aprobación con respecto a su obra, y examinará la correspondencia de asistencia a eventos. Nada más.

Muevo la boca para decirle que mi intención es precisamente esa, pero no me deja hablar. Continúa hablando.

—He visto cómo mojas las bragas cuando estás delante de Logan —me dice avergonzándome en el acto—. Así que te doy la primera advertencia, Roselyn. Aléjate de él, sino quieres acabar en la calle con una mano delante y otra detrás. No voy a repetirlo más.

Y después se marcha cerrando la puerta con un golpe.

Me dejo caer en mi silla y me llevo las manos a la cabeza. Ahora sí que ya no entiendo nada de lo que sucede allí. Estoy empezando a pensar que están todos locos o que les falta un tornillo.

El primer día fueron Grace y su prima Alyssa con sus comentarios absurdos en la hora de la comida. Y hoy, que es el segundo día, va y viene Alan amenazándome con despedirme si me da por acercarme más de lo debido al Titán.

¿Es para pensar que me he metido en un manicomio o no?

CAPÍTULO 7

“Lo mío es tuyo, así que si quieres

utilízalo como bien te convenga.

Pero ojo cómo te metas con mi corazón.

En ese caso ya puedes poner tierra de por medio,

si no quieres perder tu cabeza”.

Las cinco en punto. Mi estómago protesta mientras termino de clasificar en sus respectivas carpetas los archivos digitales. Haciendo un recuento total, hay pendientes de valorar doscientos manuscritos. Quinientos correos de autores que buscan saber una respuesta. Y cien invitaciones a eventos. Eso uniéndolo a la correspondencia física que tengo encima del escritorio hace una cuenta enorme de tarea pendiente que debo empezar a poner al día a partir del día siguiente.

Me queda media hora para salir.

Si fuera un día normal, me quedaría un rato más a pesar de mi horario de finalización de la jornada termine a las cinco y media. Y no sólo por compensar el tiempo que llegué tarde en la mañana. Sino por dejar todo preparado para empezar al día siguiente.

He pensado que es mejor sacar adelante todo el correo de pendientes, contestando a cada autor y respondiendo la confirmación o la denegación a los eventos, para dejarlo a cero. Y después tranquilamente, dedicar todo mi tiempo a leer los manuscritos y a entregar cada propuesta bien reflexionada a Logan.

Si hago otra cosa, pierdo tiempo y no adelanto trabajo.

Y eso es precisamente lo que hubiera deseado empezar a hacer hoy, pero no puedo, y no por falta de ganas. Ojalá fuera eso. Hoy a la noche tengo que acudir a mi primer evento como ayudante de Dirección de Ross Reserve Edition SL. Y dado que me levanté con la hora pegada al culo como comúnmente se dice, ni planché el vestido, ni preparé nada para la ocasión.

Tengo que regresar a mi casa, adecentarme mejor —el pelo que me caiga en la cara me ha molestado mucho durante todo el día—, y salir hacia el lugar de la presentación enseguida. Según la respuesta a la invitación que envíe el día anterior, se esperaba que todos estuviésemos allí a partir de las ocho de la noche para realizar los actos de promoción correspondientes.

Así que dejo marcado el último correo que archivo correctamente, y voy apagando el ordenador. Quiero ir al baño para ver qué hago con mi pelo, y para realizar mis necesidades básicas. Ya me he aguantado demasiado en todo el día.

De nuevo hoy no salí para nada del despacho. Ni para comer – creo que mi estómago se me va a declarar en guerra—. Y es que la verdad, después del “aviso – amenaza” que el señor Alan Payne me hizo en mi propia cara, me quito todas las ganas que pudiera tener de salir fuera de esas cuatro paredes y de encontrarme con él, o con cualquier otro.

Demasiado mal había ido el día, la verdad, cómo para seguirlo estropeando.

Me acerco a mi bolso y sacando unas toallitas y mi móvil, me encamino hacia el cuarto de baño que está colocado justo por detrás de la salida de emergencia. El servicio que hay junto a la habitación cerrada con llave es exclusivo de Logan Ross y la verdad es que no quiero invadir su espacio.

Debo mantenerme alejado de él. Si quiero mantener mi trabajo a salvo.

Por mi madre.

¡Mamá!

Doy un salto disgustada por no haberme acordado que tenía que haberla llamado antes. Hoy era cuándo iba al oncólogo para ver cuánto era la suma de los gastos totales de su tratamiento. ¡Tonta, tonta, tonta!

Me llevo el móvil al oído y mientras entro en el cuarto de baño, escucho sonar cinco tonos hasta que me lo coge.

—Hola, mami, ¿cómo estás?

Ella se queda en silencio y mi estómago se encoje de temor ante la tristeza que siento emanar de ella.

—¿Mami?

—Cariño, le he dicho al doctor que no voy a realizarme el tratamiento —me dice en voz baja—. Es demasiado caro, hija.

—¿Qué? —exclamo acercándome al lavabo para verme a través del espejo—. ¿Cómo que has rechazado el tratamiento?

—Cuesta millones, mi amor. Más dinero del que tenemos. No puedo arruinarte —dice en sollozos y entiendo que está llorando. Se me rompe una parte de mi corazón al oír llorar a la mujer que me dio la vida—. He intentado volver a hipotecar mi casa, y por mi edad y mi enfermedad el banco ha denegado la solicitud. No les salgo rentable.

Vuelvo a escucharla llorando y siento ganas de ponerme a llorar yo con ella. La tensión vivida en el día de hoy no es nada comparada ante el dolor que siento emanar de mi madre.

—Mi vida, yo tengo ya casi setenta años. Si Dios piensa que es el momento para que me reúna con tu padre y con Él allá arriba, pues yo lo acato.

—Pero yo no —le digo y hablo en serio.

Le cuento mi idea de vender mi casa y ella rompe a llorar más fuerte al oír mis intenciones.

—Pero Roselyn, esa casa siempre fue tu sueño. Por eso la compraste.

—Lo sé, pero tú me importas más que cuatro o cinco ladrillos —afirmo—. Mamá, no me importa cuánto dinero sea, yo voy a ayudarte a pagarlo. Tú me trajiste a este mundo y te has dedicado a ayudarme y a estar conmigo en cada paso de mi camino. Yo no voy a permitir que te pase nada, y menos por no tener algo tan efímero cómo lo es el dinero. Te quiero. ¿Entiendes? Y no voy a dejar que te vayas de este mundo sin intentarlo todo.

Empiezo a llorar ahora yo de la emoción y ella al escucharme parece que se calma un poco.

—Cariño.

—Voy hacia casa —murmuro abriendo el grifo del lavabo para limpiarme la cara, ya que con las lágrimas el maquillaje que llevo se ha ido al garete—. Allí hablamos.

—Hija…

—Hablamos en casa. Tú ya estás llamando a tu doctor para decirle que prepare todo. A partir de hoy tendrás tu medicina. ¿Estamos?

Mi madre asiente y yo cuelgo la llamada, dejando mi móvil encima del lavabo. Voy hacia el sanitario y libero a mi vejiga. Me llevo las manos a la cabeza, intentando encontrar una solución rápida al tema del dinero.

Es evidente que voy a vender la casa para conseguir todo el dinero que necesito, pero ese trámite por desgracia va a tardar tiempo. Y mucho. De por sí, vender un inmueble puede durar hasta años si no sale comprador, pero si se añade el hecho de que la casa también tiene como propietario a Blake y el destrozo que al parecer hay en su interior, el tema se complica.

Necesito saber cuán grave es la situación de los daños por agua que tiene la casa, antes de ir a hablar con el banco y con Blake para contarle mi necesidad de vender la vivienda.

—Y no va a gustarle nada —digo en voz alta con disgusto.

Me limpio bien y tiro de la cadena, y regreso al lavabo para volver a lavarme las manos. Cuando me las seco, me quito el pañuelo del cuello y mis ojos vuelven a llenarse de lágrimas, al ver los restos de su último arranque de ira.

Tiemblo y literalmente ante la posibilidad de tener que estar a solas con él a la hora de contarle mis planes de venta.

Y mucho.

Regreso a mi despacho y tras coger el bolso y mi chaqueta, dejo todo pagado en el lugar. Compruebo que van a ser las cinco y media, y para mi desgracia camino hacia el despacho de Logan. Por mucha amenaza de Alan, él sigue siendo mi jefe, y tengo que saber si necesita algo más antes de irme.

—¿Puedo entrar? —murmuro llamando previamente a la puerta.

—Pase.

Camino hasta situarme enfrente del Titán, y él se queda mirando mi rostro con la preocupación grabada en el rostro. Quiero preguntarle si se encuentra bien, cuando se adelanta a mis planes y rápidamente se pone de pie y camina hacia mí.

—¿Estás bien?

Ante su extraña actitud temo haberme olvidado de volver a poner mi pañuelo en su lugar en el cuello, pero al notarlo bien colocado en su sitio, respiro tranquila.

—Sí, claro. Sólo venía a ver si precisaba algo antes de irme.

Logan escucha lo que le digo, pero no parece creerse nada de lo que sale de mis labios. Acerca una de sus manos a mi rostro y de nuevo su olor me trastoca. Recuerdo la grosería que Alan dijo antes sobre que yo “mojaba mis bragas” delante de él, y para mi vergüenza reconozco ahora delante del Titán que es cierto.

Para mi desgracia.

Logan Ross me excita. Y mucho.

—Has estado llorando —susurra.

Recuerdo la escena del baño y maldigo no haberme dado cuenta de eso. Me he lavado al cara para quitar los manchurrones, pero no he arreglado el maquillaje. Me llamo tonta en todos los idiomas que conozco.

—¿Un mal día?

—Un día horrendo —confieso.

Cierro los ojos, temblando al seguir sintiendo su roce con mi piel. Inhalo su olor y adoro sentir su respiración tan cerca mía. Me siento una tonta enamoradiza por sentir tantas cosas por una persona que sólo conozco de hace dos días.

—¿Seguro que estás bien, Roselyn? —susurra dulce, tuteándome.

No le digo nada. Aún no sé cómo arreglar el asunto de mi madre y de su medicación. Hasta final de mes no tendré liquidez económica. Pienso en la tarjeta de empresa y se me encoje el corazón al darme cuenta que no tengo otro remedio que usar el dinero de ahí, hasta que pueda reponerlo con la venta de la casa.

Abro los ojos y me quedo muda de impresión al ver que el musculo pecho de Logan está demasiado cerca de mí. Tanto que la tentación se hace imposible de evitar, y termino abrazada a él, con sus fuertes brazos rodeándome protectores.

Suspiro feliz, sintiéndome tranquila y a salvo con él.

—Tranquila. Sea lo que sea, pasará.

Comienza a acariciar mi cabello, pretendiéndome dar consuelo. Su tacto se vuelve algo brusco cuando baja la mano por mi cuello, pero enseguida recupera su toque dulce al volver a subir a mi cabello.

¿Qué tendrá en contra de mi cuello?

Recuerdo esa misma mañana cuando entré al despacho y la discusión que tuvimos, y abro mucho los ojos al entender su rechazo. ¡Piensa que tengo un chupetón! ¿Y eso le molesta?

—Supongo que ser nueva en una empresa siempre ocasiona gran carga emocional… —dice él en voz baja—. Siento mucho la actitud de Alan de esta mañana. Digamos que hay varios asuntos que le tienen alterado.

Noto mucho cariño cuándo habla del director de Recursos Humanos y me tenso en sus brazos. Y Logan lo nota.

—¿Seguro que te encuentras bien? Puedo llevarte a casa si lo necesitas.

—Puedo conducir.

Me alejo de sus brazos a desgana y decido regresar al modo formal y profesional. El hecho de que me haya recordado a Alan, me ha hecho volver a realidad. ¿Qué pasaría su amigo entra justo ahora en el despacho y nos ve abrazados?

Pensaría que estoy tratando de sobrepasarme con el jefe, y me despediría en el acto. Y adiós a la única posibilidad real que tengo de poder ayudar a mi madre con su enfermedad. No. No puedo permitirme cometer error alguno.

—Sólo venía para ver si necesitaba algo antes de marcharme, señor Ross —murmuro bajando la vista.

—No, señorita Harper.

Afirmo y rápidamente me doy la vuelta para marcharme de allí. Al menos llevo su olor conmigo. Rezo porque se haya impregnado en mi propia ropa. ¡Soy capaz de no lavarla en días, con tal de mantener su olor conmigo un par de días más al menos!

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