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I

Los geopaisajes Arqueológicos

El espacio y la arqueología del paisaje

La arqueología es una disciplina dinámica, una disciplina en construcción constante, la cual explora distintos caminos en la ciencia, buscando cómplices teórico-metodológicos en otras disciplinas, con el propósito de explicar los procesos de construcción social del espacio en épocas pretéritas a partir del registro material de los grupos humanos, considerando que el espacio existe por las relaciones sociales, objetos naturales y culturales (Tilley, 1994: 22-25).

La arqueología teje sus hilos con influencias de otras disciplinas, principalmente la geografía; esta, como ciencia del espacio, fue una de las primeras en teorizar conceptos como espacio y paisaje para que después la arqueología los fuera incorporando a su ámbito.

Su pasado común más reciente inicia en la ruptura ocurrida en los años cincuenta entre la geografía física y la geografía humana en Europa, que propicia una “nueva geografía”, una renovada geografía más estadística en el análisis de la organización del espacio, por lo que hizo un cambio significativo en la manera en que estos nuevos elementos cambiarían el concepto más integral del paisaje.

Este cambio en la “nueva geografía” se vería reflejado en la arqueología de los años sesenta y setenta —primero, en la arqueología espacial, y después, en la “nueva arqueología”—; la repercusión la podemos percibir en el uso de modelos geográficos provenientes de la geografía británica que, más tarde, conoceríamos en la arqueología espacial encabezada por David Clarke (1968, 1972, 1977). Esta nueva forma de espacializar las problemáticas sociales permitiría concebir a la arqueología espacial como la “recuperación de información relativa a las relaciones espaciales arqueológicas y estudio de las consecuencias espaciales de las pautas de actividad homínida del pasado dentro y entre los contextos y estructuras, así como su articulación dentro de asentamientos, sistemas de asentamientos y sus entornos naturales” (Clarke, 1977: 47).

Este nuevo giro en la arqueología, principalmente en la “nueva arqueología”, sienta las bases para el uso de procesos más complejos y metodologías más robustas con técnicas matemáticas y estadísticas en el análisis espacial de los datos. De esta manera, es posible elaborar interesantes análisis espaciales en los que se rastrea, minuciosamente, la dimensión económica del espacio y también es factible diseñar novedosos métodos para hacerlo, conceptualizando los procesos socioculturales como fenómenos multifactoriales complejos (Sánchez, 2010).

Durante la gestación de la nueva Arqueología, los arqueólogos americanistas reconocieron que las modificaciones antropogénicas del paisaje conllevan algo más que modificaciones físicas del entorno; también implican pautas relacionadas con “dimensiones sociales e ideológicas” (Deetz, 1990: 2).

Esta tendencia para explicar las huellas que dejan las acciones humanas en el entorno físico da pauta a la denominada arqueología del paisaje. Se trata de una arqueología caracterizada por el estudio de las sociedades antiguas desde su espacialidad (orejas et al., 2002: 306), en la que relaciona la base cultural de los paisajes y los papeles de actores humanos para formar y construir los significados de los lugares; cabe mencionar que estos estudios toman grandes préstamos de la geografía humanista (Cosgrove y Daniels, 1988) y de la arqueología posprocesual (Hodder, 1987, 1991; Tilley, 1994).

A este respecto, el paisaje, como producto social, se encuentra en realidad conformado por la conjunción de diferentes elementos, lo cual produce una nueva manera de ver el mundo que nos rodea:

 Un paisaje no es sinónimo de medio ambiente. Son los sistemas culturales quienes organizan y estructuran las interacciones entre la gente y el medio ambiente.

 El paisaje es una construcción cultural. Son las comunidades quienes transforman los lugares físicos en espacios llenos de contenido.

 El paisaje, al formar parte de las actividades de una comunidad, no solo es un escenario construido por ellos, sino el lugar donde viven y se sustentan.

 Los paisajes son construcciones dinámicas en las cuales cada comunidad y generación imponen su propio mapa cognitivo, y establecen principios organizativos para la forma y estructura de cada sociedad (Anschuetz et al., 2001; Hu, 2012).

Se podría decir que el paisaje es el reflejo del grado de asociación entre la sociedad y su medio natural; estos pueden dividirse en unidades paisajísticas que proveen espacios explicativos de la dinámica cultural que tuvo lugar; pero antes de conocer dichas unidades se debe definir los elementos que caracterizan determinados paisajes y la manera en que se analizan.

En otras palabras: esta clase de arqueología de paisaje no trata el ambiente como el telón pasivo de estudios arqueológicos, como señalaba Knapp y Ashmore (1999: 2), por lo general presentados como “una introducción geográfica” a la cultura tradicional de los trabajos históricos. Esto va también más allá del trato del paisaje y el ambiente como el determinante de cultura tan característica en ecología cultural. Knapp y Ashmore (1999: 20) añaden que, al mediar entre naturaleza y cultura, los paisajes son “una parte integral del habitus de Bourdieu”.

En este aspecto, el paisaje es producto de un sistema que alberga una estructura integral de acciones por parte de los agentes, quienes, a su vez, son limitados por este mismo eje que crean; es, entonces, el reflejo de la relación hombre-naturaleza que nos muestra esa serie de “intercambios que tiñen de significado su espacio habitado” (Marquardt Y Crumley, 1987).

Por tanto, la labor del arqueólogo es reconstruir los mecanismos de estas interrelaciones, tratar de comprender las racionalidades del pasado, y solo así, entender la complejidad de los hechos culturales con el fin, tal vez, de predecir próximas dinámicas culturales.

Enfoques teóricos

Los objetivos que componen esta estrategia de investigación están muy ligados a la naturaleza espacial de la arqueología, pues “se trata de pensar el registro arqueológico y la cultura material desde una matriz espacial y, simultáneamente, de convertir el espacio en objeto de la investigación arqueológica” (Criado, 1999: 6).

Al respecto y de acuerdo con Grau (2002 y 2017), la arqueología del paisaje debe enfocarse como un análisis que busque la descripción amplia y multidireccional de los elementos que integran el paisaje para tratar de comprender la sociedad que configura ese espacio y que se interrelaciona con él, y superar, así, el mero análisis fenomenológico o de carácter funcionalista, basado en análisis locacionales u otro tipo de procedimientos mecanicistas.

Para Criado (1999: 7), el paisaje como producto social está compuesto por tres elementos que configuran una determinada dimensión: el primero es el entorno físico o matriz medioambiental; el segundo, el entorno social o medio construido, y el tercero, el entorno pensado o medio simbólico.

El entorno físico o matriz medioambiental constituye un primer acercamiento al paisaje; su principal tarea es describirlo mediante la colaboración de especialistas de distintas disciplinas con el fin de crear una plataforma de apertura. El entorno social o medio construido explica cómo el ser humano construye su entorno en relación con otros individuos o grupos. Por último, el entorno pensado o medio simbólico sienta las bases para comprender el proceso de apropiación de lo humano sobre la naturaleza.

Por su parte, Parcero (2002: 18) divide el paisaje en cuatro dimensiones, y lo estudia desde lo más evidente a lo más sutil como él lo menciona:

La dimensión ambiental, el paisaje en cuanto espacio físico, “natural”, que preexiste a la acción humana y casi siempre será alterado por ella en distinto grado. Esta primera dimensión es en cierto modo la número 0, pues no es más que la materia prima a partir de la cual se construye un paisaje.

La dimensión económica supone la forma más evidente e inmediata de efecto de la acción humana sobre el espacio, sobre todo desde una perspectiva arqueológica. Esta dimensión es el resultado de la aplicación de las estrategias sociales destinadas a garantizar la producción de los bienes más elementales para la reproducción de una comunidad.

La dimensión socio-política se refiere a los efectos derivados en el paisaje de las formas en las cuales los grupos humanos estructuran sus relaciones interpersonales e intercomunitarias. Su efecto en la construcción material de un paisaje determinado es en general más sutil que el de la dimensión anterior, ya que muchas veces no es necesario que exista este efecto para que determinados principios de relación social y política funcionen.

La dimensión simbólica supone el más complejo de los componentes de cualquier paisaje, pues representa las formas de conceptualizar e imaginar el espacio por parte de una formación social determinada.En el caso de la investigación arqueológica —que trata con objetos puramente materiales— referida a situaciones pasadas —esto es, racionalidades ya inexistentes— y, por añadidura, pre o protohistóricas lo cual implica que no han dejado ningún tipo de registro textual directo— la aproximación a esta dimensión puede parecer totalmente imposible. Esta apariencia no debe impedir, en primer lugar, el reconocimiento de que la reconstrucción de un paisaje dado es siempre incompleta sin esta última dimensión. Pero, en segundo lugar, es posible y gratificante cuando menos el obligarnos a hacer un intento por acceder a ella.

Estas dimensiones, sugeridas por parcero (2002), se inspiran en las propuestas de Criado (1999), pero a diferencia de este último, solo utiliza dos dimensiones (la dimensión económica y sociopolítica). Se mencionan estas dos dimensiones porque cada una tiene distinto análisis en sig, por lo que es más rigurosa metodológicamente de esta forma.

Siguiendo el esquema de Criado (1999), desde un punto de vista metodológico, las dimensiones son estudiadas bajo tres apartados; cada uno cuenta con sus características de aproximación y de análisis (véase tabla 1).

 Las formas del espacio (datos).

 La deconstrucción del espacio (análisis).

 El sentido del espacio (resultados).

Con esta estrategia de investigación se pretende resaltar que la arqueología del paisaje no es solo una nueva versión de la tradicional arqueología, geográficamente inspirada en el estudio espacial de elementos aislados, sino un amplio entendimiento del paisaje como una entidad cultural y conceptual,Que se define como un juego de relaciones entre la gente y los sitios, así como el efecto de estas en lo social, lo político, lo cultural y la vida cotidiana de las personas.

Tabla 1

Síntesis de esquema de trabajo en arqueología del paisaje


Arqueología del paisaje Dimensiones del paisaje (Criado 1999) Dimensiones del paisaje (Parcero 2002) Metodología (Grau 2002, 2017) Análisis
Las formas del Espacio. El entorno físico o matriz medioambiental. 1) La dimensión ambiental. A) creación de cartografía digital especializada para realizar análisis básicos y presentación adecuada de los resultados obtenidos. Bases de datos georreferenciadas de sitios arqueológicos y datos medioambientales. Mapas temáticos de Suelos, ríos, geología, etcétera.
La deconstrucción del espacio. El entorno social o medio construido. 2) La dimensión económica. 3) La dimensión Sociopolítica. B) Realización de análisis de explotación económica. C) Análisis del Dominio visual y la Intervisibilidad entre Los sitios. D) Análisis de Circulación por el territorio. Análisis de captación de sitio. Análisis de visualización y visualización acumulativa. Análisis de movilidad y densidad lineal.
El sentido del espacio. El entorno pensado o medio simbólico. 4) La dimensión simbólica. Comparación de modelos de formación social con resultados de Análisis anteriores.

Fuente: elaboración del autor con base en criado, 1999; parcero, 2002; grau, 2002, 2017.

Así, la presente investigación pretende identificar y explicar los elementos que se distribuyen en esta matriz espacial; el estudio va encaminado a conocer el patrón de asentamiento, la jerarquización de sitios arqueológicos, los niveles de interacción entre sitios y su relación con bienes susceptibles de ser explotados económicamente, con el propósito de conocer la organización social de la tradición Teuchitlán.

El desarrollo del trabajo fue el siguiente: por un lado, recopilamos y sistematizamos información que se obtuvo de investigaciones arqueológicas, informes técnicos y cartografía medioambiental de la región de estudio. en segundo lugar, fue necesario conformar una base de datos digital georreferenciada que incluía la información relacionada con la tradición Teuchitlán y los datos medioambientales. Este proceso de investigación fue muy importante porque se homogeneizaron los datos bajo una misma proyección cartográfica para poder ser analizados y presentados de una forma clara. Para llevar a cabo este paso es fundamental realizar una crítica de fuentes debido a que los datos obtenidos en nuestro estudio son, en su mayoría, bibliográficos, por lo que los métodos de obtención varían de investigador a investigador. El propósito de examinar estas fuentes de información es la de conocer sus límites interpretativos y su validez para nuestro estudio. Posteriormente, se debe desarrollar una metodología que permita aplicar los sig a la investigación arqueológica dirigida a los análisis de exploración económica, de visualización y de movilidad.

Para efectuar los análisis anteriormente citados es preciso crear subcapas (por ejemplo, mapas de pendientes, de dirección de pendientes, de superficie de coste, de superficie de fricción, etc.) que nos ayuden a definir aspectos como el tiempo y/o energía en el desplazamiento sobre el paisaje de la región de estudio. De la misma forma, se busca establecer una caracterización del paisaje que alberga los sitios arqueológicos con la finalidad de definir los elementos significativos culturales y medioambientales que se entrelazan para conocer la configuración de la tradición Teuchitlán.

Finalmente, se contrastan los datos obtenidos del análisis espacial y la configuración del paisaje con modelos de formación social anteriormente utilizados para explicar el desarrollo de esta tradición; estamos interesados en conocer los alcances interpretativos aplicando una metodología diseñada para responder preguntas de investigación concretas, siempre considerando la calidad y el tipo de datos, la escala y los análisis espaciales.

La cuestión de la organización político-social y económica en la tradición Teuchitlán

La tradición Teuchitlán fue una de las sociedades complejas más tempranas en el Occidente De México, específicamente, durante el Preclásico tardío y hasta inicios del Clásico temprano (400 a. C.-450 d. C.). Su ritmo social a escala regional permitió la proliferación de asentamientos con elementos distintivos como el estilo arquitectónico caracterizado por estructuras circulares, la explotación de yacimientos de obsidiana y la utilización de paisajes agrícolas del Valle de Tequila (véase figura 1).

Los primeros reconocimientos en el área de estudio se llevaron a cabo en la década de 1970, cuando el doctor Weigand (1993) realizó estudios pioneros en arqueología. Estos trabajos proporcionaron una gran cantidad de información que permitió definir la tradición Teuchitlán, pero fue solo hasta la década de 1990 que se iniciaron los trabajos sistemáticos de excavación y restauración en algunos sitios arqueológicos.

La tradición Teuchitlán se ubica alrededor del volcán de Tequila, ocupando un área aproximada de 2500 km2; es definida a partir de los trabajos de Phil Weigand (1993), quien registra sitios monumentales y zonas habitacionales gracias a la identificación de los sitios arqueológicos en fotografías aéreas y su corroboración en campo. Su trabajo dio como resultado una serie de mapas con la distribución de los sitios y las zonas habitacionales, además de algunos dibujos detallados de los sitios más importantes.


Figura 1. Mapa ubicación del núcleo de la tradición Teuchitlán. Fuente: elaboración del autor con base en Weigand, 1993.

Estas primeras incursiones por parte de Weigand en la zona del Valle de Tequila permitieron sentar las bases para que la tradición Teuchitlán fuera considerada como una sociedad compleja digna de investigar, lo que propició futuros trabajos de prospección y excavación en lo que se conoce como la zona nuclear de la tradición Teuchitlán (por ejemplo, Anderson et al., 2013; Blanco, 2009, 2018; Cach, 2005; Esparza, 2010; Heredia, 2010, 2015, 2017; Herrejón 2008a, 2008b; Smith y Herrejón, 2004; Smith, 2008a, 2008b; Soto de Arechavaleta, 1990; Weigand, 1996 y ss.).

Como se verá más adelante, la tradición Teuchitlán ha sido explicada desde distintos puntos de vista de acuerdo con las tendencias teóricas y los datos disponibles conforme avanzan las investigaciones (Beekman, 1996a, 2000, 2008a; Heredia, 2010; Smith, 2008b; Weigand, 1996). En este apartado las propuestas son mencionadas brevemente con el objetivo de mostrar un panorama de la problemática, pero serán explicadas con mayor detalle en capítulos subsecuentes.

La primera propuesta de organización social en torno a la tradición Teuchitlán es atribuida a Weigand (1996), quien retoma el concepto de estado segmentario, concebido por southall (1988), para explicar la sociedad Alur (África) dentro de la teoría de la antropología política. Weigand propone que la tradición está organizada bajo un esquema de estado segmentario, el cual consiste en “un conjunto político compuesto de segmentos centrales y periféricos que se dan por alianzas de parentesco, mismos que disponen hasta cierto punto de una autonomía virtual” (Southall, 1999: 33).Para Southall (1988: 52), “el estado segmentario es uno en el cual, las esferas de soberanía ritual y soberanía política no coinciden. La primera se extiende ampliamente hacia una periferia flexible y cambiante. Esta última se limita al dominio central, al núcleo”.

En el análisis de las características de la tradición, Weigand (1996) puede distinguir ciertas similitudes con el modelo de estado segmentario; por ejemplo, menciona la distribución, espacialmente los sitios, su organización a partir de un aparato administrativo y el poder ejercido bajo un ritual compartido.

Beekman (1996a) coincide con la propuesta de Weigand (1996) y la retoma para explicar la periferia de la tradición; realiza un recorrido por el corredor de La Venta, entre Teuchitlán y el Valle de Atemajac al este, donde localiza sitios defensivos que, presuntamente, vigilaban las fronteras de la polity. De acuerdo con estos hallazgos, el núcleo parece haber tomado una forma política unitaria, pero fuera de estos límites su poder político y económico se desvanecía imitando más una administración segmentaria, hegemónica (Beekman 1996b: 143).

Siguiendo la idea de una administración menos centralizada en la tradición, Beekman (2008a: 176) principalmente, junto con otros investigadores (López y López, 1996; Pickering y Cabrero, 1998), expresan la idea de una organización basada en linajes, es decir, “grupos corporativos de descendencia que reconocen a sus antepasados biológicos mediante la línea masculina, la femenina, o de algún otro conjunto coherente de reglas de descendencia”.

Inicialmente, Beekman (2008a: 171) distingue, en los sitios de Llano Grande Y El Cerro De Las Navajas, la existencia de estos linajes o grupos corporativos,1 y lo demuestra con las diferencias en la construcción de plataformas, ubicadas en torno a los Guachimontones. Señala que existen equipos de construcción independientes con distintos niveles de destrezas, atribuyendo estas diferencias a que los linajes fueron las unidades básicas de construcción en la organización sociopolítica de la tradición Teuchitlán.

En cambio para Smith (2013: 35), la tradición Teuchitlán se puede explicar bajo un esquema de modelo de organización celular (Lockhart, 1999). Smith ofrece una interpretación del patrón de asentamiento utilizando la analogía etnohistórica como fuente para determinar el tipo de organización social y la manera en que los dirigentes ejercían el control de los pobladores.En el análisis del patrón de asentamiento propone una jerarquización de cinco niveles, cada uno con distintas funciones; este aparato administrativo permitía al sitio de guachimontones ejercer un poder hegemónico en la tradición Teuchitlán mediante la ideología.

Recientemente, los trabajos de Heredia Espinoza (2010, 2015) están proporcionando nuevos datos sobre la tradición y su forma de organización. Su investigación enfocada al norte del volcán de Tequila —zona poco explorada— aporta un registro de sitios arqueológicos que asciende a 151 en un área prospectada de 114 km2. Sus datos registrados apuntan a un patrón de asentamiento discontinuo, es decir, un patrón convexo (baja integración);2 estos resultados preliminares no definen el tipo de organización social de la tradición, pero ponen sobre la mesa las evidencias encontradas y los contrastan con los datos que se tienen de la parte sur del volcán de Tequila.

Para Heredia Espinoza (2015, 2017), los resultados obtenidos en su zona de estudio indican un paisaje mucho más descentralizado. Sin embargo, considera al sitio de Los Guachimontones como una capital ritual, aunque respecto a lo económico y político no existan bases seguras y los datos indiquen que, por lo menos, en el norte no existía tal integración.

Las diferentes interpretaciones nos permiten crear lazos en cuanto a las características de la tradición, destaquemos que estas interpretaciones han sido realizadas durante distintos periodos, por lo que el cúmulo de información arqueológica varía para cada una. En años recientes, el Valle de Tequila ha sido un foco de atención en cuanto a investigaciones arqueológicas, por lo que la secretaría de Cultura Del Estado de Jalisco junto con el aval del Instituto Nacional de Antropología e Historia (inah), han apoyado para la realización de más investigaciones arqueológicas. Actualmente, se desarrollan varios proyectos de investigación que contemplan la excavación, la prospección, el análisis cerámico, el análisis de obsidiana, entre otros. Estos pronto darán luz a nuevos datos e interpretaciones sobre la tradición en cuestión.

Para contribuir a la reflexión de la organización político-social, nos aproximaremos siguiendo estos enfoques:

 Conocer la configuración espacial de la tradición Teuchitlán a escala regional, considerando el Valle de Tequila como área de investigación en el estudio del ordenamiento territorial y su relación con los bienes estratégicos.

 Comprender la jerarquización del patrón de asentamiento diferenciando espacios favorables en relación con el acceso a recursos estratégicos y la ubicación privilegiada para realizar actividades de subsistencia agrícola, lacustre, de caza o recolección.

 Examinar el patrón de asentamiento distinguiendo sus elementos característicos para analizarlos mediante modelos geográficos y modelos de formación social, que permitan la clasificación de sitios, niveles de interacción entre sitios y su función en el paisaje.

 Conocer la tendencia de los sitios arqueológicos a determinadas actividades, lo cual nos permitirá buscar evidencias que nos hablen de una economía especializada.

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9786078509713
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