Estereotipos interculturales germano-españoles

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Estereotipos interculturales germano-españoles
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© De los textos: los autores, 2011

© De esta edición: Universitat de València, 2011

Coordinación editorial: Maite Simón (PUV) y Josep Cerdà (MuVIM)

Fotocomposición y maquetación: Communico, C. B.

Diseño de cubierta: Celso Hernández de la Figuera

Corrección: Communico C.B.

ISBN: 978-84-370-8025-3

Depósito legal: SE-4240-2011

ePub: Publidisa

INTRODUCCIÓN

Desde un punto de vista intercultural, la construcción y la transmisión de estereotipos, clichés, lugares comunes y tópicos nacionales, sociales, literarios y lingüísticos constituyen un fascinante y complejo proceso de acercamiento y, al mismo tiempo, distanciación entre culturas y países. Los orígenes literarios de este proceso, los autoestereotipos y autoimágenes, los heteroestereotipos bidireccionales surgidos a lo largo de la historia de las relaciones entre España y los países de habla alemana son los campos temáticos que nuestro grupo de investigación del Departament de Filologia Anglesa i Alemanya de la Universitat de València propuso al MuVIM para organizar un congreso internacional que tuvo lugar del 26 al 28 de abril del 2010, continuando la fructífera colaboración entre ambas instituciones comenzada hace ya varios años gracias al generoso apoyo del profesor Romà de la Calle. En el presente volumen se recogen las versiones reelaboradas de las ponencias y comunicaciones allí presentadas.

Abre el volumen un artículo de Ismael Saz que, utilizando varios ejemplos de miradas europeas sobre España y los españoles en diversas épocas, reflexiona sobre el modo en que los estereotipos culturales se han construido históricamente. Pese a que, por su propia naturaleza, se presenten como inmutables e inalterables en el tiempo, por otro lado muestran una gran versatilidad, pues están basados en un juego de espejos que dice tanto del que observa como del que es observado. Además de un carácter multidireccional, también tienen la cualidad de crear realidad, produciendo un efecto identitario en el país afectado.

Por otra parte, como muestra Berta Raposo, mucho antes de que existieran las naciones como instituciones políticas, ya desde Homero se registran testimonios literarios con caracterizaciones esquemáticas de los pueblos extranjeros, pero también del propio. De esos orígenes relacionados con la retórica y con la literatura etnográfico-naturalista de la Antigüedad, arranca una larga historia que encuentra su punto culminante en las llamadas «Tablas etnográficas» del siglo XVIII, resumen y quintaesencia de muchos siglos de creación de estereotipos.

A estos dos artículos programáticos les sigue una serie de contribuciones sobre estereotipos e imágenes de España y de los españoles en la literatura de expresión alemana.

Empezando en el paso del siglo XVI al XVII, Lorena Silos selecciona de los cuadernos del viaje a España del humanista suizo Thomas Platter algunos pasajes característicos sobre la extrañeza que le causa la observación de las costumbres españolas, y muestra cómo Platter se esfuerza por fundamentar su representación de España a través de la mirada del científico, construyendo paulatinamente una nueva imagen que pueda servir de herramienta ideológica contra la fe católica y la Contrarreforma.

En el siglo XVIII, Albrecht Classen analiza la correspondencia privada de jesuitas alemanes y suizos que se encontraban de paso en España a la espera de continuar viaje a las misiones de América; esta situación, a pesar de su provisionalidad, a veces se alargaba considerablemente y les permitía conocer la vida y la cultura españolas, desarrollando una visión propia, aunque en la mayoría de los casos no consiguieran adaptarse al país.

Margit Raders rastrea en libros de viaje, enciclopedias, manuales y otras obras de carácter geográfico e histórico de los siglos XVIII y XIX las imágenes contradictorias y cambiantes de España entre la llamada leyenda negra y la «leyenda rosa»; en todo caso, suele ser una imagen distorsionada, estereotipada y abundante en clichés, tópicos y lugares comunes.

Sabine Geck se dedica a analizar, con los medios de la semántica cognitiva, la imagen de la mujer española transmitida por Friedrich Wilhelm Hackländer en su relato de viaje Ein Winter in Spanien de 1855, en la cual se unen y se solapan estereotipos nacionales ajenos con concepciones de lo femenino. En esta interpretación se ponen a prueba las fórmulas semánticas que utilizan las llamadas «primitivas semánticas universales».

Alejandro Casadesús analiza los textos de dos científicos de mediados del siglo XIX (Hermann Pagenstecher) y de principios del XX (Otto Bürger) que visitaron Mallorca mucho antes de la eclosión del turismo de masas para confrontar la realidad con sus visiones del mito insular, una constante en la literatura y en el imaginario universales.

En la primera mitad del siglo XX, tres conocidos escritores y viajeros por España –Rainer M. Rilke, Alfred Kerr y Lion Feuchtwanger– desarrollan una serie de estereotipos motivadores o suasorios, de los cuales Manuel Montesinos analiza en su artículo fundamentalmente dos: la pintura española y las corridas de toros. De este análisis se desprende que ambos fenómenos, aparte de su interés intrínseco, tienen el valor añadido de lo exótico para un extranjero que viaja a España.

En esta misma línea del exotismo, Reinhold Münster resalta el estereotipo de la España oriental imaginaria presente en los escritos de otros viajeros de la misma época (1900 a 1945) pertenecientes a las más variadas profesiones y representantes de posiciones ideológicas muy diferentes. En todos sus textos se muestra cómo se almacenan en la memoria cultural valoraciones positivas o negativas que en este caso se plasman en las distintas connotaciones asociadas al supuesto orientalismo español.

Macià Riutort dedica su artículo a estudiar la creación de una imagen relacionada sólo indirectamente con los alemanes: la de los llamados hombres del norte, que surgió durante el Romanticismo en determinadas obras de la literatura popular europea del siglo XIX y fundamentó un estereotipo perpetuado luego por un gran número de películas del siglo XX de temática normando-vikinga.

Dentro ya del ámbito alemán, Francisco Mariño trata de acercarse a muchos de los estereotipos que rodean a Goethe en el mundo hispánico, concluyendo que un cierto desinterés (marcado por el carácter elitista que rodea a este autor) hace muy difícil hoy en día desterrar la ficción y reintegrar la realidad en torno a su figura y su obra.

A continuación, otros artículos se dedican a analizar las visiones españolas de Alemania y de lo alemán, así como algunos autoestereotipos alemanes y austríacos.

Teresa Vinardell se centra en la visión que tuvo Carles Riba de la Alemania de entreguerras. A través de su discurso epistolar, el poeta catalán da cuenta de sus impresiones acerca de la vida y las costumbres germanas, de sus descubrimientos literarios y artísticos, y de sus encuentros con personas de toda índole. A partir de esa correspondencia pueden esbozarse tanto la imagen que proyecta lo alemán desde la perspectiva de un intelectual catalán, como las reacciones de algunos alemanes ante lo español y, particularmente, ante lo catalán.

Dos modelos contrapuestos de recepción de lo alemán en la cultura hispanoamericana que estudia Miguel Salmerón son José Ortega y Gasset y Rafael Gutiérrez Girardot. Ambos pensadores se fijaron en lo otro (heteroestereotipos) para superar la visión que tenían de sus respectivos países (autoestereotipos) y configurar una nueva identidad nacional: Ortega y Gasset tomó su contacto con Alemania como modelo de una profunda renovación de España y el colombiano Gutiérrez Girardot, para que su nación configurara una modernidad que no pudo desarrollarse en la época poscolonial.

Johann Georg Lughofer se refiere a una mezcla interesante entre autoy heteroestereotipos al analizar los estereotipos alemanes en la obra del escritor y periodista austríaco Joseph Roth, cuya carrera se vio truncada con la llegada de los nazis al poder en 1933. A partir de ahí, es conocido el odio del autor hacia los nazis y los alemanes, que reflejó en su obra periodística y literaria usando muchos estereotipos negativos.

El objeto de análisis de M. Loreto Vilar se centra en torno a visiones autoestereotipadas en la novela de Falko Hennig Trabanten (Trabant, 2002). En esta novela, el coche de marca Trabant, uno de los autoestereotipos por antonomasia del socialismo real, se configurará como una metáfora en forma motorizada de la misma existencia y del aciago final de la RDA.

Juan Manuel Martín, por su parte, toma como punto de partida para su análisis la novela corta de Günter Grass Im Krebsgang, que presenta de manera crítica el Selbstbild alemán en su evolución intergeneracional y trata de redimir lo que considera un grave error en su tratamiento del pasado. A través de las percepciones que tienen de sí mismos y de su pasado los personajes principales, caracterizados como representantes prototípicos de tres generaciones de alemanes, se mostrará cómo se redefine la imagen de la primera generación, recuperando de ese modo rasgos anteriores a la revisión del pasado generada a partir de los sesenta.

La mirada bidireccional entre España y Alemania y viceversa es objeto del artículo de Isabel Gutiérrez, en el que, a través de la película Vente a Alemania, Pepe (1971), se trata la problemática de los emigrantes españoles en Alemania durante la década de los sesenta y se analiza cómo el encuentro entre ambas culturas frecuentemente hizo aflorar diversos prejuicios, estereotipos y autoestereotipos.

 

Al igual que en este artículo se analizan los estereotipos en otro medio distinto a la literatura, en los dos últimos aparecen la fraseología y el lenguaje de la publicidad como vehículos de creación y de expresión de estereotipos.

De esta manera, Ferran Robles hace referencia a lugares comunes nacionales y regionales en la fraseología alemana, española y catalana en busca de referencias locales, regionales o nacionales que permitan descubrir similitudes y diferencias en la forma de percibir y expresar la experiencia vital colectiva de tres distintos grupos humanos. El artículo parte de la convicción de que la mirada estereotipada de una sociedad halla su mejor expresión en estas metáforas fosilizadas, que por su uso repetido han sido sancionadas y fijadas.

Michaela Kührer estudia el aspecto intercultural en el campo de la publicidad, analizando fenómenos verbales y no-verbales de mensajes publicitarios para productos alemanes y españoles que revelan aspectos culturales implícitos en dichos mensajes y que forman parte de la expresión verbal icónica como autoimágenes o heteroimágenes.

La publicación de este libro no hubiera sido posible sin el apoyo económico de la Generalitat Valenciana y del Vicerrectorado de Investigación de la Universitat de València, a los cuales quisiéramos expresar desde aquí nuestro agradecimiento.

BERTA RAPOSO FERNÁNDEZ

ISABEL GUTIÉRREZ KOESTER

DE CARACTERES (NACIONALES) Y ESTEREOTIPOS: LA CONSTRUCCIÓN DEL OTRO

Ismael Saz

Universitat de València

Tal vez debería iniciar mi artículo precisando que su título es, a la vez, extensible y reversible. Quiere decirse que si en todo estereotipo sobre los caracteres nacionales hay algo de construcción, de construcción del otro, hay también, y mucho, de construcción del yo a través del otro, y del yo a través de la mirada del otro. Por decirlo de un modo menos abstracto, y para incidir en las múltiples dimensiones y direcciones de estas construcciones, podríamos decir, a título de ejemplo, que el yo francés se construye en parte a través de la mirada hacia fuera, hacia España, por ejemplo, del mismo modo que tiende a construir el estereotipo de ese otro –España–; pero que, viceversa, el yo español se construye también en parte a través de la mirada de ese otro francés, sea para rebatirlo, sea para asumirlo parcialmente, sea para «negociar» con él. Finalmente, el estereotipo construido desde fuera se nutre casi siempre de las propias miradas internas, utiliza materiales que en el ejemplo que estamos considerando serían, en origen, de construcción española.

Hablamos, por tanto, de construcciones de raíces siempre complejas y siempre profundamente interrelacionadas. Y, desde luego, de construcciones históricas. Ya que, aunque como es bien sabido el estereotipo se presenta siempre como una «esencia» inmutable, atemporal, su característica fundamental es precisamente su extremo presentismo: la visión del presente se proyecta hacia el pasado y hacia el futuro, con la pretensión de haber captado la esencia, lo constante en el carácter de tal o cual pueblo o nación.

Dado que mi exposición girará en lo fundamental en torno a estos problemas –carácter multidireccional y presentista en la construcción de los estereotipos sobre los caracteres nacionales–, espero se me disculpe que empiece por recurrir a algunos textos, a veces un tanto extensos, que nos ayudarán en nuestras ulteriores reflexiones.

El primero de ellos es de 1575, de Jean Bodin, en Los seis libros de la República:

Lo mismo podemos dezir de los españoles, que todos los tratados y capitulaciones que han hecho con franceses, al menos de cien años a esta parte, ha sido con grandissimas ventajas (...) De creer en los que tenían el cargo de capitular por parte de Francia emplearon toda la discreción, fe y lealtad que podían; más yo supe de buen parte que se determinó en el consejo de los españoles que se lleuasen los negocios con flema, porque el natural de los franceses era tan precipitoso y actiuo que consintiría fácilmente lo que se le pidiese, passada aquella primera furia, cansándolos con el sosiego de los españoles... Y aunque ponían espias a los españoles para entrar también alguna vez los postreros, no salieron con ello, sino que siempre fueron burlados de la astucia de los españoles e impaciencia de los franceses, que dauan muestras, con estas apariencias, de ser ellos los que pedían la paz. Este defecto no se ha de atribuyr a los que tenían cargo de tratar de ella, sino a la natura que es difícil de vencer... De esto y de otras muchas señales se puede juzgar el natural del español, que, por ser, mucho más meridional, es más templado y melancólico, más firme y contemplativo, y por consiguiente, más ingenioso que el francés, que de su natural no se puede parar a contemplar y estar sosegado por ser inquieto y colérico (Bodin, 1992, II: 806-807).1

El segundo texto, de casi siglo y medio después –en torno a 1721–, corresponde a las celebérrimas Cartas persas de Montesquieu. Entresacamos las siguientes citas referidas a españoles y portugueses:

La gravedad es el carácter más llamativo de ambas naciones, y se manifiesta principalmente de dos maneras: por las gafas y los bigotes (...) Es fácil adivinar que unos pueblos tan circunspectos y flemáticos como éstos, tienen que ser orgullosos y, por supuesto, lo son. Ambos fundan su orgullo en dos cosas de mucho peso. Los que viven en el continente de España y Portugal sienten una gran satisfacción cuando son lo que llaman cristianos viejos (...) Los que viven en las Indias no son menos orgullosos cuando consideran que poseen el sublime mérito de ser, como dicen, de piel blanca. Jamás hubo en el serrallo del Gran Señor sultana más orgullosa de su belleza de lo que está el más viejo y más feo tunante con la blancura aceitunada de su cara, cuando en una ciudad de Méjico se sienta a la puerta de su casa con las manos cruzadas (...) Pues conviene saber que cuando alguien tiene cierto mérito en España, como por ejemplo, cuando puede añadir a las cualidades que acabo de mencionar ser propietario de una gran espada, o haber aprendido de su padre el arte de tocar una desafinada guitarra, ya no trabaja, porque su honor reside en el reposo de sus miembros (...) Pero aunque esos invencibles enemigos del trabajo hagan alarde de una tranquilidad filosófica, sin embargo no la tienen en su corazón, porque siempre están enamorados (...) Los españoles tienen sentido común y saben razonar, pero no busque nada de eso en sus libros (...) Dicen que el sol sale y se pone en su país, pero hay que decir que en su recorrido solo encuentra campos asolados y regiones desérticas (Montesquieu, 1997: 195-197).

El tercer texto, escrito otro siglo más tarde, nos aproxima ya a la España del mito romántico. De la mano, ahora, de un célebre libo de viajeros, el Handbook for Travellers in Spain, de Richard Ford, publicado en 1845:

La mula representa en España el mismo papel que el camello en Oriente y tiene en su moral (junto con su acomodamiento al país) algo de común con el carácter de sus dueños: es voluntariosa y terca como ellos, tiene la misma resignación por la carga y sufre con el mismo estoicismo el trabajo, la fatiga y las privaciones.2

El cuarto y último texto, escrito ya en el siglo XX, en 1938, en plena Guerra Civil, por el agregado militar británico en España, muestra ya en fin cómo el estereotipo puede funcionar como la gran clave interpretativa de un presente trágico, al tiempo que se muestra a sí mismo como la culminación sedimentada de toda la sucesión de los sucesivos estereotipos:

El español no es un hombre que se guíe por la razón y tampoco valora la sabiduría si ésta aconseja algo que va en contra de lo que dictan sus instintos. Siendo como es por completo un esclavo de sus pasiones, en las circunstancias presentes podemos esperar que prolongue su resistencia hasta el límite máximo de la capacidad humana (...) La guerra civil forma parte de la tradición nacional; al igual que la corrida de toros proporciona un dividendo gratificante en forma de exaltación emocional. Por eso, la perspectiva de una prolongación indefinida de la guerra civil probablemente causa menos consternación entre la tropa y en España en general que la que suscita en el extranjero (cit. en Moradiellos, 1998: 186).

Después de esta rápida, y por supuesto selectiva, visita a algunos estereotipos sobre España en cuatro siglos sucesivos, parece claro que una primera reflexión puede formularse: no es otra que la de que aquí tenemos, por así decirlo, todo y prácticamente lo contrario de todo.3 Y a ésta habría que añadir, por supuesto, otra reflexión a la que ya aludíamos al inicio de la exposición: el «carácter nacional» es siempre un mito y un mito presentista: lo que es hoy es lo que ha sido siempre, y lo que será siempre.

Podría formularse también un claro colofón: no hay un carácter nacional; y cuando se pretende captarlo no se va sino hacia generalizaciones abusivas, imposibles de verificar, casi siempre inexactas, siempre insuficientes y sin ningún «valor real» (Maravall, 1963). Si además añadimos la variante regional o de las distintas nacionalidades que pueden existir dentro del marco «nacional», la «irrealidad» del estereotipo alcanzaría niveles exponenciales: ¿hay un carácter catalán?, ¿o vasco?, ¿o castellano? Y dentro de cada uno de ellos, ¿hay diferencias? ¿Tiene el mismo «carácter» un guipuzcoano que un bilbaíno? Seguramente ellos lo negarían, aunque para ello tendrían que dar dos pasos más. Primero, reconocer la existencia de un «carácter guipuzcoano» o «vizcaitarra» y, segundo, constatar que el mito del carácter, nacional o no, de los vascos está construido en buena parte utilizando los materiales que guipuchis y bizcaitarras han ido sembrando en sus percepciones recíprocas a lo largo del tiempo.4

Con todo esto no estamos, por supuesto, diciendo nada nuevo. Ahora bien, el hecho de que el mito de los caracteres nacionales sea eso, un mito, no quiere decir en absoluto que no cumpla una función social o cultural, por una parte, y que no tenga, por otra, efectos de realidad.

Cumple una función social o cultural, en efecto, en tanto que funciona como marco interpretativo, como mapa orientativo, como un modo de aproximación al conocimiento de fenómenos generales siempre complejos y difícilmente aprehensibles; como guía, en suma, para el conocimiento de un medio y el modo de situarnos ante él, lo que es tanto como decir que tiene efectos identitarios. Y cumple una función social, cultural y personal, claro, si admitimos con Caro Baroja que hay en ellos, en su construcción y difusión, mucho de pereza mental, mucho de una ley del mínimo esfuerzo que simplifica y da por sabido lo que casi siempre se ignora (Caro Baroja, 1991: 104-105). En este sentido, y aunque no sea ésta una cuestión central en nuestra exposición, no está de más recordar que incluso en la literatura más concienzuda, lo sabido previamente se superpone a lo observado y, con más frecuencia aún, a lo no observado.5

En lo que se refiere a los efectos de realidad, debe señalarse, en primer lugar, que los mitos en general, hoy lo sabemos, construyen «realidad», como la construye el lenguaje, colmo la construyen los discursos. Por tanto, son efectivos, para bien (pocas veces) o para mal (las más).

Y por supuesto, hay que incidir en el hecho de que los mitos, y, desde luego, el de los caracteres nacionales, no son nunca neutros. El mito de los caracteres nacionales no refleja la existencia de una «realidad» llamada carácter nacional, pero sí la construye. La mitogenia de los caracteres nacionales se construye, fija, cambia, siempre desde alguna parte, siempre respondiendo a objetivos o necesidades precisas. Los cuales pueden ser, de hecho lo son casi siempre, conflictivos, de donde el carácter poliédrico y mutante del estereotipo, y de donde también la gran paradoja: la extraordinaria versatilidad de los estereotipos nacionales se conjuga siempre con su pretensión esencialista.

 

Veremos todo esto más de cerca observando las construcciones ya vistas, y alguna más, del «carácter nacional» de los españoles. En el siglo XVI –texto de Bodin– España es el Imperio, la gran potencia europea, la dominadora. No es de extrañar, por tanto, que los atributos del carácter nacional –de la naturaleza de los españoles– adopten valores positivos: flemático, sosegado, firme, contemplativo, ingenioso. Aunque dentro de esa visión positiva, no falte una connotación –la de la astucia– que bien puede ser ambivalente, y que, en cierto modo, anticipa un estereotipo que se aplicará hasta la saciedad respecto del gran imperio sucesor, el británico: «la perfidia de Albión». Pero nótese también que en todos los casos los materiales son previos, solo que son reactivados, ordenados o postergados en tanto se buscan pautas explicativas para una realidad histórica dada. Así, en Bodin se apelará a factores geográficos –lo meridional y lo septentrional– haciendo acopio para ello de apuntes de la antigüedad clásica. Más allá del cambio radical que experimentarán en los siglos sucesivos las percepciones sobre lo meridional o septentrional, debe notarse que aquí no estamos todavía en el momento de los Estados-nación, de donde el carácter difuso de los pueblos y las circunstancias referidas en el texto de Bodin.

En el siglo XVIII la situación ha cambiado radicalmente: la España imperial, combatida también desde el plano de la «leyenda negra», se adentra por los caminos de la decadencia. Ya no hay que explicar las causas de sus éxitos, sino la de sus fracasos. Pero, aun con ser importante, éste no es el cambio fundamental desde la perspectiva de la construcción del estereotipo. Lo fundamental radica ahora en el hecho de que el siglo XVIII será el siglo de la Ilustración y aquel en el que empieza a formarse un sujeto nacional, a través de lo que conocemos como «nacionalismo ilustrado». En uno y otro caso, desde la perspectiva de la construcción del sujeto ilustrado y del sujeto nacional, la construcción del otro es absolutamente fundamental. No hay «yo» sin «otro». No es casualidad, por tanto, que de Montesquieu a Rousseau vayan a buscar fuera –a la vez que dentro– el contrapunto, el negativo del propio proyecto. Y, desde luego, nadie mejor situado que la España que parecía arrastrar la leyenda negra hacia los caminos de la propia decadencia.

En este sentido, el texto de Montesquieu es ilustrativo en tanto parece amalgamar materiales que vienen de antes –de la pasada grandeza y de la leyenda negra– con los de otro presente en el que se adivinan ya algunos rasgos que llegarían a constituir materiales clave del «mito romántico». Así, el español es, aún, grave, circunspecto y flemático, incluso tiene sentido común y sabe razonar. Pero ya no consigue llevar esto a los libros, es, además, orgulloso –pero de un orgullo de bases inquisitoriales y orientales–, lo que le hace alérgico al trabajo, lo cual sume al país en la pobreza; aunque, en fin, un resquicio en la flema y gravedad empiece a adivinarse en ese estar siempre enamorados.

Estamos, casi podría deducirse por esa mezcla de materiales, en los inicios de la Ilustración y en la generalización de las percepciones de la decadencia española. Cuando el siglo termina todos los materiales parecen dispuestos para cerrar un estereotipo casi sin fisuras: la Europa ilustrada se reconfirma en el otro español. La decadencia española es casi ya una realidad incuestionada dentro y fuera de las fronteras hispanas. En el auge de los prenacionalismos ilustrados el español brillaría en los dos polos de la expresión, el nacionalista y el ilustrado, por su ausencia. La leyenda negra del imperio y la realidad de la decadencia se combinan para asentar en los anales del nuevo imperio hegemónico –el británico– la famosa caracterización del español como cruel, fanático y fanfarrón (Cruelty, Bigotry, Vanity). Al otro lado del Canal, en la Francia de las luces, Masson de Movilliers ajustaba «definitivamente» las cuentas con el otro español preguntándose en la Enciclopedia metódica acerca de lo que España había aportado a la civilización. Y respondiéndose, claro: nada. España se arrastraba por el atraso y la decadencia como consecuencia del oscurantismo religioso.

Sin embargo, esta codificación del estereotipo negativo distaba de ser unánime, incluso en los países europeos. No todos pensaban lo mismo que Masson y este mismo estaba lejos de constituir el mejor considerado o más influyente de los que pontificaban sobre España (Caro Baroja, 2004: 104-105). De ahí la importancia de observar el otro lado del espejo. El que iba a marcar en lo sucesivo muchos aspectos de la construcción de la identidad nacional española. Que no era otro que la fijación autóctona en lo peor del estereotipo ajeno, precisamente para construir, por oposición, el propio yo. Dicho de otro modo, Masson iba a adquirir mayor presencia en España que en Francia, precisamente porque fue «elegido» por los apologistas españoles, por los Cavanilles, Denina, Forner o Cadalso, como el contrapunto necesario para construir una identidad española harto más positiva. Reivindicaban España y se reivindicaban en cierto modo ellos mismos (Saz, 1998a: 11). Aunque solo fuera por dejar constancia de que en España también había Ilustración y también «nacionalismo ilustrado». Por más que hayan tenido que pasar más de dos siglos para que ambos aspectos hayan venido a ser reconocidos incluso dentro de nuestras fronteras.6

Pero el naciente siglo XIX iba a introducir toda una dinámica de cambios revolucionarios que afectarían decisivamente a la evolución de los estereotipos sobre España: las guerras napoleónicas y las revoluciones liberales, el Romanticismo y los nacionalismos, la construcción de naciones y la (re)construcción de identidades. En los albores del siglo, la primera «sorpresa» es, por supuesto, la Guerra de la Independencia en España. La nación que empezaba a construirse entre la guerra y la revolución contra el Imperio napoleónico. Algo más que suficiente, desde luego, para que algunos de los materiales del estereotipo se reformularan. Y nadie mejor para hacerlo que la Inglaterra ahora aliada de los españoles contra el imperio rival. Como se ha señalado reiteradamente, la Cruelty se convirtió en valentía indómita, la Bigotry en pasión indomable, y la Vanity en orgullo patriótico e individualista (Moradiellos, 1998: 188).

Se le había dado la vuelta desde el otro al estereotipo. Pero que los materiales de este se reformularan no quiere decir que desaparecieran. Todo lo contrario, se invertían para convertirse en piezas fundamentales del nuevo estereotipo emergente: el mito romántico. Un mito que iba a servir de nuevo en todos los procesos de afirmación nacional e identitaria en España y fuera de ella. Desde una perspectiva, por supuesto, multiforme, porque si la Guerra de la Independencia podía poner en cuestión algunas de las ideas dominantes sobre España, podía hacerlo desde perspectivas distintas e incluso antagónicas. Dependía, desde luego, de a qué lado de la trinchera se había estado en las guerras napoleónicas, pero dependería también en lo sucesivo de en qué lado de las fronteras políticas e ideológicas surgidas a partir de las revoluciones liberales se hallaban los distintos sujetos.

En este sentido, resulta especialmente clarificador el modo en que el estereotipo y las prevenciones ideológicas se articulaban en la mirada sobre España de ese gran padre de la historiografía que fue Ranke. Lejos del entusiasmo romántico por la Guerra de la Independencia, éste veía en España a un pueblo que oscilaba entre la lucha por su ideal católico y su preocupación por «pasar la vida alegremente y sin esfuerzo», un pueblo sin sentido de la laboriosidad, que si no estaba sumido en la decadencia era porque ese era, simplemente, su estado natural, el producto de sus instituciones. Claro que esto no le impediría juzgar muy negativamente a la España liberal, puesta como ejemplo del modo en que los afanes revolucionarios podían llevar a «relajar, atacar y destruir las instituciones heredadas del pasado».7

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