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Electra

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ESCENA XII

Cuesta, Don Urbano, Evarista, Pantoja.

Evarista (con tristeza y desaliento). Ya ve usted, Leonardo…

Cuesta. La tranquilidad con que se ha dejado sorprender sus secretos revela que hay en todo ello poca o ninguna malicia.

Evarista. ¡Ay! no opino lo mismo, no, no…

Pantoja (por el foro algo sofocado). Aquí están… y también Cuesta, para que no pueda uno hablar con libertad…

Evarista (gozosa de verle). Al fin parece usted… (Se forman dos grupos: a la izquierda, Cuesta sentado, Don Urbano en pie; a la derecha, Pantoja y Evarista sentados.)

Pantoja. Vengo a contar a usted cosas de la mayor gravedad.

Evarista (asustada). ¡Ay de mí! Sea lo que Dios quiera.

Pantoja (repitiendo la frase con reservas). Sea lo que Dios quiera… sí… Pero queramos lo que quiere Dios, y apliquemos nuestra voluntad a producir el bien, cueste lo que cueste.

Evarista. La energía de usted fortifica mi ánimo… Bueno…¿y qué…?

Pantoja. Hoy en casa de Requesens, han hablado de la chiquilla en los términos más desvergonzados. Contaban que acosada indecorosamente del enjambre de novios, se deleita recibiendo y mandando cartitas a todas horas del día.

Evarista. Desgraciadamente, Salvador, las frivolidades de la niña son tales, que aun queriéndola tanto, no puedo salir a su defensa.

Pantoja (angustiado). Pues oiga usted más, y entérese de que la malicia humana no tiene límites. Anoche el Marqués de Ronda, en la tertulia de su casa, delante de Virginia, su santa esposa, y de otras personas de grandísimo respeto, no cesaba de encomiar las gracias de Electra en términos harto mundanos, repugnantes.

Evarista. Tengamos paciencia, amigo mío…

Pantoja. Paciencia… sí, paciencia; virtud que vale muy poco si no se avalora con la resolución. Determinémonos, amiga del alma, a poner a Electra donde no vea ejemplos de liviandad, ni oiga ninguna palabra con dejos maliciosos…

Evarista. Donde respire el ambiente de la virtud austera…

Pantoja. Donde no la trastorne el zumbido de los venenosos pretendientes sin pudor… En la crítica edad de la formación del carácter, debemos preservarla del mayor peligro, señora, del inmenso peligro…

Evarista. ¿Cuál es?

Pantoja. El hombre. No hay nada más malo que el hombre, el hombre… cuando no es bueno. Lo sé por mí mismo: he sido mi propio maestro. Mi desvarío, de que curé con la gracia de Dios, y después mi triste convalecencia, me enseñaron la medicina de las almas… Déjeme, déjeme usted… Yo salvaré a la niña… (Le interrumpe Don Urbano, que pasa al grupo de la derecha.)

Don Urbano (dando interés a sus palabras). ¿Saben lo que me dice Cuesta? Pues que entre la cáfila de novios hay un preferido. Electra misma se lo ha confesado.

Evarista. ¿Y quién es? (Pasa de la derecha a la izquierda, quedando a la derecha Pantoja y Urbano.)

Don Urbano (a Pantoja). Esto podría cambiar los términos del problema.

Pantoja (malhumorado). ¿Pero esa preferencia qué significa? ¿Es un afecto puro, o una pasioncilla inmoderada, febril, de éstas que son el síntoma más grave de la locura del siglo? (Muy excitado, alzando el tono.) Porque hay que saberlo, Urbano, hay que saberlo.

Don Urbano. Lo sabremos…

Pantoja (pasando junto a Cuesta). Y usted, amigo Cuesta, ¿no la interrogó?…

Evarista (en el centro a Don Urbano). Tú procura enterarte…

Cuesta (algo molesto ya, contestando a Pantoja). Paréceme que despliegan ustedes un celo extremado y contraproducente.

Pantoja (con suavidad que no oculta su altanería). El celo mío, queridísimo Leonardo, es lo que debe ser.

Cuesta (un poco herido). Yo, como amigo de la familia, creí…

Pantoja (llevándose a Don Urbano hacia la derecha). Cuesta se mete demasiado en lo que no le importa.

Cuesta (a Evarista, sin cuidarse de que le oiga Pantoja.) Nuestro buen Pantoja se introduce con demasiada libertad en el cercado ajeno.

Evarista (sin saber qué explicación darle). Es que… como amigo nuestro muy antiguo y leal…

Cuesta. Yo también lo soy.

Don Urbano (mirando al foro). Ya está aquí el Marqués.

ESCENA XIII

Los mismos; El Marqués.

Marqués. ¡Cuánto bueno por aquí!

Pantoja (aparte). ¡Cuánto malo llega!

Marqués (después de saludar a Evarista). ¿Y Electra?

Evarista. En seguida saldrá.

Marqués (saludando a todos). No nos sobra tiempo.

Don Urbano. Es la hora. (Pantoja, impaciente, espera a Electra en la puerta del cuarto de ésta. Cuesta habla con Don Urbano.)

ESCENA XIV

Los mismos; Electra.

Pantoja (con alegría, anunciándola). Ya está aquí. (Entra Electra por la derecha, vestida con elegantísima sencillez y distinción.)

Marqués (gozoso y encomiástico). ¡Oh, qué elegante!

Electra (satisfecha, volviéndose para que la vean por todos lados.) Caballeros, ¿qué tal?

Cuesta. ¡Divina!

Marqués. ¡Ideal!

Evarista. Muy bien, hija…

Pantoja (displicente por los elogios que tributan a Electra). ¿Nos vamos? (Prepáranse a salir.)

ESCENA XV

Los mismos; Balbina, que interrumpe bruscamente la escena, entrando por la izquierda presurosa y sofocada.

Balbina. ¡Señora, señora! (Alarma general.)

Todos (menos Electra). ¿Qué?

Balbina. ¡Ay, lo que ha hecho la señorita!

Electra (aparte, dando una patadita). Me han descubierto.

Balbina. ¡Jesús, Jesús!… ¡Qué diabluras se le ocurren…! (Riendo.) ¡Vaya que…! En el nombre del Padre…

Evarista (impaciente). Acaba…

Electra. Confesaré si me dejan. Ha sido que…

Balbina. Fue a casa de Don Máximo, y le robó… porque ha sido como un robo… muy salado, eso sí.

Don Urbano. ¿Pero qué…?

Balbina. El niño chiquitín. (Miran todos a Electra, que pronto se repone del susto, y adopta una actitud serena y grave.)

Evarista. ¡Pero, hija…!

Pantoja. ¡Niña, niña!

Balbina. Estaba en su casa dormidito. Entraron de puntillas la señorita y esa loca de Patros… cargaron con él, y acá nos le han traído.

Evarista. Es absurdo.

Pantoja (disimulando su irritación). Además, poco decente.

Electra (con efusión). Tía, ¡le quiero tanto…! ¡y él a mí!

Marqués (entusiasmado). ¡Qué chiquilla!

Cuesta. Merece indulgencia.

Evarista. Máximo estará furioso…

Balbina. José corrió a enterarse. Pronto sabremos…

Don Urbano. ¿Y el crío, dónde está?

Balbina. En el cuarto de Patros le escondió la señorita con el propósito de llevárselo por la noche a su cuarto, y tenerle allí consigo. (Risas de los caballeros, menos Pantoja, que frunce el ceño). Despertó el chiquillo hace poco, y Patros le dio un bizcocho para que se entretuviera… Yo que lo oigo… acudo allá, y me le veo… ¡Virgen…! quiero cogerle, él no se deja… tengo que darle azotes…

Electra (corriendo hacia la izquierda con instintivo impulso). ¡Alma mía!

Pantoja (quiere detenerla). No.

Evarista (la coge por un brazo). Aguarda.

Balbina (en la puerta de la izquierda). Desde aquí se oyen sus chillidos.

Electra. ¡Pobrecito mío!

Evarista. Que le lleven a su casa.

Electra. Nadie le toque… Es mío. (Forcejeando se desprende de Evarista y Pantoja, que quieren sujetarla, y con veloz carrera se va por la izquierda.)

ESCENA XVI

Los mismos; José.

Pantoja (airado, retirándose a la derecha). ¡Qué falta de juicio, de dignidad!

José (presuroso, por el jardín). Señora…

Evarista. ¿Qué dice Máximo?

José. No sabía nada. Está con unos señores… Cuando se lo conté se echó a reír… Pues tan tranquilo… Dice que la señorita cuidará de la criatura.

Don Urbano. ¡Vaya una calma!

Evarista (a José). Vas a llevarle a su casa. Así aprenderá esa tontuela…

Marqués. Voto por que se le deje disfrutar de un juguete tan lindo.

ESCENA XVII

Los mismos; Electra, por la izquierda con el niño en brazos. El niño es de dos años, poco más o menos.

Electra. ¡Hijo de mi alma!

Evarista. Niña, por Dios, déjale y vámonos.

Don Urbano (dando prisa). Que llegamos tarde…

Cuesta (al marqués). Es un rasgo de maternidad. Yo lo aplaudo.

Marqués. Y yo lo tengo por divino.

Evarista (queriendo quitarle el niño). Vamos, mujer.

Electra (con paso muy ligero se aparta de los que quieren quitarle el chiquillo. Éste se agarra al cuello de Electra). No: ahora no puedo dejarlo, no, no.

Evarista. Cógelo, Balbina.

Electra. No… que no. (Pasa de un lado a otro, buscando refugio.)

Don Urbano. Dámele a mí.

Electra. No.

Pantoja (imperioso, a José). Usted, recójale.

Electra. Que no… Es mío.

Evarista. ¡Pero, hija, que tenemos que irnos…!

Electra. Váyanse. (Le molesta el sombrero, que tropieza en la frente del niño, al besarle; con rápido movimiento se lo quita y lo arroja lejos. Sigue paseando al niño, huyendo de los que quieren quitárselo.)

Evarista. Basta ya. ¿Vienes o no?

Electra(sin hacer caso, hablando con el pequeñuelo, que le echa los brazos al cuello y la besa). Amor mío, duérmete. No temas, hijo… No te suelto.

 

Evarista. ¿Pero vamos o no?

Electra. Yo no voy… ¿Tienes hambre, sol mío? ¿tienes sed? Ved cómo a mí se agarra el pobrecito pidiéndome que no le abandone. ¡Egoístas! ¿No sabéis que no tiene madre?

Pantoja. Pero alguien tendrá que le cuide…

Evarista (imperiosa, a los criados). Ea, basta. Llevadle pronto a su casa.

Electra (con resolución, sin dejarse quitar el chiquillo). ¡A casa, a casa! (Con paso decidido y sin mirar a nadie, corre hacia el jardín, y sale. Todos la miran suspensos, sin atreverse a dar un paso hacia ella.)

Pantoja. ¡Qué escándalo!

Evarista. ¡Qué falta de sentido!

Marqués (aparte). Sentido le sobra. Ha encontrado su camino.

ACTO TERCERO

Laboratorio de Máximo. Al fondo, ocupando gran parte del muro, rompimiento con un mamparo de madera en la parte inferior, de cristales en la superior, el cual separa la escena de un local grande en que hay aparatos para producir energía eléctrica. La puerta practicable en el zócalo de este mamparo comunica con la calle.

A la derecha, primer término, un pasadizo que comunica con el jardín de García Yuste. En último término, una puerta que comunica con las habitaciones privadas de Máximo y con la cocina. Entre la puerta y pasadizo un estante de libros.

A la izquierda, puerta que conduce a la estancia donde trabajan los ayudantes. Junto a dicha puerta, un estante con aparatos de física y objetos de uso científico.

En el fondo, a los lados del rompimiento y en el zócalo de madera, estanterías con frascos de substancias diversas, y libros. En el ángulo de la derecha un aparador pequeño.

A la izquierda de la escena, la mesa de laboratorio con los objetos que en el diálogo se indican. Formando ángulo con ella, la balanza de precisión en un soporte de fábrica.

En el centro, una mesa pequeña para comer. Cuatro sillas.

—–

ESCENA PRIMERA

Máximo, trabajando en un cálculo, con gran atención en su tarea; Electra en pie ordenando los múltiples objetos que hay sobre la mesa; libros, cápsulas, tubos de ensayo, etc. Viste con sencillez casera y lleva delantal blanco.

Máximo. Para mí, Electra, la doble historia que me has contado, esa supuesta potestad de dos caballeros, es un hecho que carece de valor positivo. (Sin levantar la vista del papel.)

Electra (suspirando). Dios te oiga.

Máximo. Todo se reduce a dos paternidades platónicas sin ningún efecto legal… hasta ahora. Lo peor del caso es la autoridad que quiere tomarse el señor de Pantoja…

Electra. Autoridad que me abruma, que no me deja respirar. Yo te suplico que no hablemos de ese asunto. Se me amarga la alegría que siento en esta casa.

Máximo. ¿De veras?

Electra. Sí. Y hay más: me pongo en ese estado singularísimo de mi cabeza y de mis nervios, que… Ya te conté que en ciertas ocasiones de mi vida se apodera de mí un deseo intenso de ver la imagen de mi pobre madre como la veía en mi niñez… Pues en cuanto arrecia la tiranía de Pantoja, ese anhelo me llena toda el alma, y con él siento la turbación nerviosa y mental que me anuncia…

Máximo. ¿La visión de tu madre? Chiquilla, eso no es propio de un espíritu fuerte. Aprende a dominar tu imaginación… Ea, a trabajar. El ocio es el primer perturbador de nuestra mente.

Electra (muy animada). Sigo lo que me habías encargado. (Coge unos frascos de substancias minerales, y los lleva a uno de los estantes.) Esto a su sitio… Así no pienso en el furor de mi tía cuando sepa…

Máximo (atento a su trabajo). ¡Contenta se pondrá! Como si no fuera bastante la locura de ayer, cuando te llevaste al chiquillo, y al devolvérmelo te estuviste aquí más de lo regular, hoy, para enmendarla, te has venido a mi casa, y aquí te estás tan fresca. Da gracias a Dios por la ausencia de nuestros tíos. Invitados por los de Requesens al reparto de premios y al almuerzo en Santa Clara,52 ignoran el saltito que ha dado la muñeca de su casa a la mía.

Electra. Tú me aconsejaste que me insubordinara.

Máximo. Sí tal: yo he sido el instigador de tu delito, y no me pesa.

Electra. Mi conciencia me dice que en esto no hay nada malo.

Máximo. Estás en la casa y en la compañía de un hombre de bien.

Electra (siempre en su trabajo, hablando sin abandonar la ocupación). Cierto. Y digo más: estando tú abrumado de trabajo, solo, sin servidumbre, y no teniendo yo nada que hacer, es muy natural que…

Máximo. Que vengas a cuidar de mí y de mis hijos… Si eso no es lógica, digamos que la lógica ha desaparecido del mundo.

Electra. ¡Pobrecitos niños! Todo el mundo sabe que les adoro: son mi pasión, mi debilidad… (Máximo, abstraído en una operación, no se entera de lo que ella dice.) Y hasta me parece… (Se acerca a la mesa llevando unos libros que estaban fuera de su sitio.)

Máximo (saliendo de su abstracción). ¿Qué?

Electra. Que su madre no les quería más que yo…

Máximo (satisfecho del resultado de un cálculo, lee en voz alta una cifra). Cero, trescientos diez y ocho… Hazme el favor de alcanzarme las Tablas de resistencias53 aquel libro rojo…

Electra (corriendo al estante de la derecha). ¿Es esto?

Máximo. Más arriba.

Electra. Ya, ya…¡qué tonta! (Cogiendo el libro, se le lleva.)

Máximo. Es maravilloso que en tan poco tiempo conozcas mis libros y el lugar que ocupan.

Electra. No dirás que no lo he puesto todo muy arregladito.

Máximo. ¡Gracias a Dios que veo en mi estudio la limpieza y el orden!

Electra (muy satisfecha). ¿Verdad, Máximo, que no soy absolutamente, absolutamente inútil?

Máximo (mirándola fijamente). Nada existe en la creación que no sirva para algo. ¿Quién te dice a ti que no te crió Dios para grandes fines? ¿Quién te dice que no eres tú…?

Electra (ansiosa). ¿Qué?

Máximo. ¿Un alma grande, hermosa, nobilísima, que aún está medio ahogada… entre el serrín y la estopa de una muñeca?

Electra (muy gozosa). ¡Ay, Dios mío, si yo fuera eso…! (Máximo se levanta, y en el estante de la izquierda coge unas barras de metal y las examina.) No me lo digas, que me vuelvo loca de alegría… ¿Puedo cantar ahora?

Máximo. Sí, chiquilla, sí. (Tarareando, Electra repite el andante de una sonata.) La buena música es como espuela de las ideas perezosas que no afluyen fácilmente; es también como el gancho que saca las que están muy agarradas al fondo del magín… Canta, hija, canta. (Continúa atento a su ocupación.)

Electra (en el estante del foro). Sigo arreglando esto. Los metaloides van a este lado. Bien los conozco por el color de las etiquetas… ¡Cómo me entretiene este trabajito! Aquí me estaría todo el santo día…

Máximo (jovial). ¡Eh, compañera!

Electra (corriendo a su lado). ¿Qué manda el Mágico prodigioso?54

Máximo. No mando todavía: suplico. (Coge un frasco que contiene un metal en limaduras o virutas.) Pues la juguetona Electra quiere trabajar a mi lado, me hará el favor de pesarme treinta gramos de este metal.

Electra. ¡Oh, sí…!

Máximo. Ayer aprendiste a pesar en la balanza de precisión.

Electra (gozosa, preparándose). Sí, sí… dame, déjame. (Al verter el metal en la cápsula, admira su belleza.) ¡Qué bonito! ¿Qué es esto?

Máximo. Aluminio. Se parece a ti. Pesa poco…

Electra. ¿Que peso poco?

Máximo. Pero es muy tenaz. (Mirándole al rostro.) ¿Eres tú muy tenaz?

Electra. En algunas cosas, que me reservo, soy tenaz hasta la barbarie, y creo que, llegado el caso, lo sería hasta el martirio. (Sigue pesando sin interrumpir la operación.)

Máximo. ¿Qué cosas son esas?

Electra. A ti no te importan.

Máximo (atendiendo al trabajo). Mejor… En seguidita me pesas setenta gramos de cobre. (Presentándole otro frasco.)

Electra. El cobre serás tú… No, no, que es muy feo.

Máximo. Pero muy útil.

Electra. No, no: compárate con el oro, que es el que vale más.

Máximo. Vaya, vaya, no juguemos. Me contagias, Electra; me desmoralizas…

Electra. Déjame que me recree con las cualidades de este metal bonito, que es mi semejante. ¡Soy tenaz… no me rompo…! Pues bien puedes decírselo a Evarista y a Urbano, que en el sermón que me echaron hoy dijéronme como unas cuarenta veces que soy… frágil… ¡Frágil, chico!

Máximo. No saben lo que dicen.

Electra. Claro: ¡qué saben ellos…!

Máximo. Cuidado, Electra: con la conversación no te me equivoques en el peso.

Electra. ¡Equivocarme yo! ¡Qué tonto! Tengo yo mucho tino, más de lo que tú crees.

Máximo. Ya, ya lo voy viendo. (Dirígese a uno de los estantes en busca de un crisol.) Pues tu tía se enojará de veras, y nos costará mucho trabajo convencerla de tu inocencia.

Electra. Dios, que ve los corazones, sabe que en esto no hay ningún mal. ¿Por qué no han de permitirme que esté aquí todo el día, cuidándote, ayudándote…?

Máximo (volviendo con el crisol que ha elegido). Porque eres una señorita, y las señoritas no pueden permanecer solas en la casa de un hombre, por muy decente y honrado que éste sea.

Electra. ¡Pues estamos divertidas, como hay Dios, las pobres señoritas! (Terminado el peso, presenta las dos porciones de metal en cápsulas de porcelana.) Ea, ya está.

Máximo (coge las cápsulas). ¡Y qué bien! ¡Qué primor, qué limpieza de manos…! ¡Qué pulso, chiquilla, y qué serenidad en la atención para no embarullar el trabajo! Estás atinadísima.

Electra. Y sobre todo, contenta. Cuando hay alegría todo se hace bien.

Máximo. Verdad, clarísima verdad. (Vierte los dos cuerpos en el crisol.)

Electra. ¿Eso es un crisol?

Máximo. Sí, para fundir estos dos metales.

Electra. Nos fundimos tú y yo… Nos pelearemos en medio del fuego, y… (Tararea la sonata.)

Máximo. Hazme el favor de llamar a Mariano.

Electra (corriendo a la puerta de la izquierda). ¡Mariano!

Máximo. Que venga también Gil.

Electra. Gil… pronto… Que os llama el maestro. (Dándoles prisa.) Vamos…

ESCENA II

Electra, Máximo; Mariano, Gil: el primero vestido de operario, con blusa; el segundo con traje usual, manguitos y la pluma en la oreja.

Gil (mostrándole un cálculo). Este es el valor obtenido.

Máximo (lee rápidamente la cifra). 0,158,073… Está equivocado. (Seguro de lo que dice y con cierta severidad.) No es posible que para un diámetro de cable menor de cuatro milímetros obtengamos un circuito mayor, según tu cálculo. La verdadera distancia debe ser inferior a doscientos kilómetros.

Gil. Pues no sé… Señor, yo… (Confuso.)

Máximo. Está mal. Sin duda te has distraído.

Electra. No ponéis la atención debida… una atención serena…

Máximo. Es que mientras hacéis los cálculos, estáis pensando en las musarañas.

Electra (riñéndole). Y hablando de toros, de teatros, de mil tonterías. Así sale ello.

Gil. Rectificaré las operaciones.

Máximo. Mucho tino, Gil.

Electra. Y sobre todo mucha paciencia, aplicando los cinco sentidos… De otro modo, no adelantamos nada.

Gil. Voy…

Electra. Y pronto… No descuidarse… ¡Vaya! (Vase Gil.)

Máximo (a Mariano, entregándole los metales unidos). Aquí tienes.

 

Mariano. Para fundir…

Máximo. ¿Habéis preparado el horno?

Mariano. Sí, señor.

Máximo. Ponlo inmediatamente, y en cuanto esté en punto de fusión, me avisas. Con esta aleación haremos un nuevo ensayo de conductibilidad… Espero llegar a los doscientos kilómetros con pérdida escasísima.

Mariano. ¿Haremos el ensayo esta tarde?

Máximo (atormentado de una idea fija). Sí… No abandono este problema. (A Electra.) Es mi idea fija, que no me deja vivir.

Electra. Idea fija tengo yo también, y por ella vivo. ¡Adelante con ella!

Máximo (a Electra). Adelante. (A Mariano.) Adelante siempre.

Mariano. ¿Manda usted otra cosa?

Máximo. Que actives la fusión.

Electra. Que active usted la fusión, Mariano… que queden los metales bien juntitos.

Mariano. Los dos en uno, señorita. (Vase Mariano llevándose el metal.)

Electra. Dos en uno.

Máximo (como preparándole otra ocupación). Ahora, mi graciosa discípula…

Electra. Perdone usted, señor mágico. Tengo que ver si han despertado los niños.

Máximo. Es verdad. ¿Cuánto hace que comieron?55

Electra. Tres cuartos de hora. Deben dormir media hora más. ¿Está bien dispuesto así?

Máximo. Sí, hija mía. Todo lo que tú determinas, está muy bien.

Electra. ¡Tú mira lo que dices…!

Máximo. Sé lo que digo.

Electra. Que está bien todo lo que yo determino.

Máximo (mirándola cariñoso). Todo, todo…

Electra. Que conste… Ea, voy y vuelvo volando. (Con suma ligereza, cantando, se va por la puerta de la derecha, hacia el interior de la casa. A punto que ella sale entra el Operario por el fondo.)

52Santa Clara: a fictitious name.
53Tablas de resistencias: a catalogue, or tabular list, giving the electrical resistance of metals.
54el Mágico prodigioso: see .
55¿Cuánto (tiempo) hace que comieron?
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