Casi Perdida

Текст
Из серии: La Niñera #2
0
Отзывы
Читать фрагмент
Отметить прочитанной
Как читать книгу после покупки
Шрифт:Меньше АаБольше Аа

CAPÍTULO CUATRO

—Así, tranquila. Solo respira. Inhala, exhala, inhala, exhala.

Cassie abrió los ojos y se encontró mirando a los sólidos tablones de madera de la plataforma.

Estaba sentada sobre el suave almohadón de una de las sillas de hierro forjado, con la cabeza sobre las rodillas. Unas manos firmes le sujetaban los hombros, dándole apoyo.

Era Ryan, su nuevo jefe. Sus manos, su voz.

¿Qué había hecho? Había entrado en pánico y había hecho el ridículo. Rápidamente, se esforzó para erguirse.

–Con calma, lentamente.

Cassie respiró con dificultad. La cabeza le daba vueltas y sentía como si estuviera teniendo una experiencia extracorporal.

–Acabas de tener un importante ataque de vértigo. Por un momento, pensé que te caerías de la baranda —dijo Ryan—. Logré atraparte antes de que te desmayaras. ¿Cómo te sientes?

¿Cómo se sentía?

Helada, aturdida y avergonzada por lo que había ocurrido. Había estado desesperada por causar una buena impresión y por estar a la altura de los halagos de Ryan. En cambio, lo había arruinado y tendría que explicar por qué.

Aunque, ¿cómo podría hacerlo? Si él supiera los horrores por los que había pasado, y que su exjefe estaba por a ir a juicio por homicidio en este preciso momento, quizás él cambiara de opinión acerca de ella y creyera que era demasiado inestable para cuidar de sus hijos, en un momento en el que ellos necesitan estabilidad. Incluso un ataque de pánico podía ser causa de preocupación.

Era mejor seguirle la corriente con lo que él había asumido: que había tenido un ataque de vértigo.

–Me siento mucho mejor —le respondió—. Lo siento mucho. Debí haber recordado que tengo vértigo severo luego de pasar un tiempo sin estar en las alturas. Suele mejorar. En un día o dos estaré bien aquí afuera.

–Es bueno saberlo, pero mientras tanto debes tener cuidado. ¿Estás bien como para ponerte de pie ahora? Mantente aferrada a mi brazo.

Cassie se levantó, apoyándose en Ryan hasta que estuvo segura de que sus piernas la sostendrían, y luego él la guió lentamente hacia la sala de estar.

–Ahora estoy bien.

–¿Estás segura?

Sostuvo su brazo por un tiempo más antes de soltarlo.

–Ahora tómate un tiempo para desempacar, descansar, instalarte, y tendré la cena pronta antes de las seis y media.

*

Cassie se tomó su tiempo para desempacar, asegurándose de guardar sus pertenencias de forma ordenada en el singular armario, y de que su medicación estuviese escondida al fondo del cajón del escritorio. No creía que la familia fuese a revisar sus cosas cuando ella no estuviese allí, pero no quería responder preguntas incómodas acerca de la medicación que tomaba para la ansiedad, especialmente después del ataque de pánico que había tenido más temprano.

Al menos se había recuperado del ataque rápidamente y eso debía ser una señal de que su ansiedad estaba bajo control. Hizo una nota mental para tomar las pastillas de la noche antes de ir a cenar con la familia, por si acaso.

El delicioso aroma a ajo y carne cocida flotaba por la casa mucho antes de las seis y media. Cassie esperó hasta las seis y cuarto, y luego se puso una de sus blusas más bonitas, con cuentas en el cuello, brillo labial y un poco de máscara de pestañas. Quería que Ryan la viera en su mejor versión. Se dijo a sí misma que era importante dar una buena impresión por el ataque de pánico de más temprano, pero cuando recordó el momento en el porche, se dio cuenta de que lo que recordaba más claramente era la sensación de los brazos tonificados y musculosos de Ryan cuando la sostenían.

Se volvió a marear al recordar lo fuerte, pero también amable, que había sido con ella.

Al salir de su habitación, Cassie se topó con Madison, quien se dirigía a la cocina con entusiasmo.

–La comida tiene un aroma exquisito —le dijo Madison a Cassie.

–¿Es tu comida favorita?

–Bueno, me encantan los espa-bol que hace papá, pero no los de los restaurantes. No los hacen igual. Así que creo que esta es mi comida casera favorita, y la segunda favorita es pollo al horno, y la tercera es pastel de salchichas. Cuando salimos a cenar, me encanta el pescado y papas fritas, que aquí lo hacen en todos lados, y me encanta la pizza, y odio las hamburguesas, que son la comida favorita de Dylan, pero creo que las hamburguesas de restaurante son un asco.

–¿Qué es pastel de salchichas? —preguntó Cassie con curiosidad, adivinando que debía tratarse de un plato tradicional inglés.

–¿Nunca lo probaste? Son salchichas horneadas en una especie de pastel hecho con huevos, harina y leche. Tienes que comerlo con un montón de salsa de carne. O sea, un montón. Y con arvejas y zanahorias.

Conversaron hasta llegar a la cocina. La mesa de madera estaba servida para cuatro y Dylan ya estaba sentado en su lugar, sirviéndose un vaso de jugo de naranja.

–Las hamburguesas no son un asco. Son el alimento de los dioses —argumentó.

–En la escuela, la maestra dice que están hechas más que nada con cereales y partes de animales que no comerías normalmente, finamente triturados.

–Tu maestra está equivocada.

–¿Cómo puede estar equivocada? Eres un estúpido por decirlo.

Cassie estuvo a punto de intervenir al pensar que el insulto de Madison era demasiado personal, pero Dylan replicó primero.

–Oye, Maddie —le advirtió Dylan, apuntándola con el dedo—. Estás conmigo o estás en mi contra.

Cassie no pudo descifrar lo que quería decir con eso, pero Madison puso los ojos en blanco y le sacó la lengua antes de sentarse.

–¿Necesitas ayuda, Ryan?

Cassie se acercó al horno, en donde Ryan estaba retirando del fuego una cacerola de pasta hirviendo.

La miró y sonrió.

–Está todo bajo control, o eso espero. La cena estará lista en treinta segundos. Vamos, niños. Tomen sus platos y comencemos a servir.

–Me gusta tu blusa, Cassie —dijo Madison.

–Gracias. Me la compré en Nueva York.

–Nueva York. Guau, me encantaría ir allí —dijo Madison con los ojos grandes.

–Los estudiantes de bachillerato de economía viajaron en junio en un viaje escolar —dijo Dylan—. Estudia economía y quizás tú también vayas.

–¿Incluye matemáticas? —preguntó Madison.

Dylan asintió.

–Odio las matemáticas. Son aburridas y difíciles.

–Bueno, entonces no irás.

Dylan volvió su atención al plato llenándolo de comida, mientras Ryan enjuagaba los utensilios de cocina en la pileta.

Al ver que Madison parecía soliviantada, Cassie cambió de tema.

–Tu padre me dijo que te encantan los deportes. ¿Cuál es tu preferido?

–Correr y hace gimnasia. Me gusta mucho el tenis, comenzamos este verano.

–¿Y tú eres ciclista? —le preguntó Cassie a Dylan.

Él asintió, agregando queso rallado a su comida.

–Dylan quiere ser profesional y un día ganar el Tour de Francia —dijo Madison.

Ryan se sentó en la mesa.

–Lo más probable es que descubras una complicada fórmula matemática y obtengas una beca completa para la Universidad de Cambridge —dijo él, mirando a su hijo con afecto.

Dylan sacudió la cabeza.

–Tour de Francia hasta el final, papá —insistió.

–Primero la universidad —replicó Ryan con voz firme, y Dylan respondió con un gruñido.

Madison interrumpió y pidió más jugo, y Cassie le sirvió mientras pasaba el breve momento de discordia.

Cassie dejó que la conversación le resbalara y comió su comida que estaba deliciosa. Decidió que nunca había conocido a alguien como Ryan. Era muy hábil y cariñoso. Se preguntó si los niños sabrían lo afortunados que eran al tener a un padre que cocinaba para su familia.

Luego de la cena se ofreció a limpiar, lo que principalmente implicaba llenar el enorme lavavajillas de última generación. Ryan le explicó que los niños tenían permitido una hora de televisión después de la cena si habían terminado sus tareas, y que apagaba el Wi-Fi a la hora de irse a la cama.

–Es perjudicial para estos e-dolescentes estar mandando mensajes de texto toda la noche —dijo él—. Y lo harán si tienen la oportunidad. La hora de irse a la cama es la hora de irse a dormir.

A las ocho treinta, los niños se fueron obedientemente a la cama.

Dylan le dijo brevemente “Buenas noches”, y que se levantaría muy temprano para andar en bicicleta por el pueblo con sus amigos.

–¿Quieres que te despierte? —le preguntó Cassie.

Él sacudió la cabeza.

–No es necesario, gracias —dijo, antes de cerrar la puerta de su dormitorio.

Madison estaba más parlanchina, y Cassie pasó un rato sentada en su cama escuchando sus ideas de lo que podían hacer mañana y de cómo estaría el clima.

–Hay una tienda de dulces en el pueblo, en donde venden los bastones dulces a rayas más deliciosos. Son como pequeños bastones y tienen gusto a menta. Papá no nos deja ir muy seguido, pero quizás nos deje mañana.

–Le preguntaré —prometió Cassie, antes de asegurarse de que la niña estuviese cómoda para dormir, traerle un vaso de agua y apagarle la luz.

Mientras cerraba suavemente la puerta del dormitorio de Madison, recordó la primera noche en su trabajo anterior. El agotamiento la había sumido en un sueño profundo y había tardado en atender a la niña más pequeña cuando esta había tenido una pesadilla. Aún podía sentir el dolor y la sorpresa de la bofetada que había recibido como resultado. Debería haberse marchado inmediatamente, pero no lo hizo.

Cassie estaba segura de que Ryan nunca le haría algo así. Ni siquiera podía imaginarlo dando una reprimenda verbal.

Al pensar en Ryan, recordó la copa de vino en el porche, y titubeó. Estaba tentada a pasar más tiempo con él, pero no sabía si debía.

¿Era verdad lo que él le había dicho, que era bienvenida a acompañarlo? ¿O se lo había ofrecido solo por cortesía?

 

Con la indecisión aún agitándose en su mente, se encontró poniéndose su chaqueta más gruesa. Podría tantear el terreno, ver cómo respondía él. Si parecía que él no quería compañía, se podía quedar a tomar algo rápido y luego irse a la cama.

Se dirigió por el pasillo, aún agonizando por su decisión. Como empleada, no estaba bien tomar una copa de vino con su jefe después del trabajo, ¿o sí? Si quería ser totalmente profesional, debía irse a la cama. Sin embargo, Ryan había sido muy complaciente ante su falta de visa y había prometido pagarle en efectivo, por lo que los límites del profesionalismo ya estaban borrosos.

Ella era una amiga de la familia, era lo que Ryan había dicho. Y tomar una copa de vino después de la cena es exactamente lo que hacen los amigos.

Ryan parecía encantado de verla. Alivio y entusiasmo se desataron en su interior al ver su sonrisa cálida y genuina.

Se levantó, la tomó del brazo y la ayudó a caminar al otro lado del porche, asegurándose de que estuviera cómoda y segura en una silla.

El corazón le dio un vuelco al ver que él había colocado una copa de vino extra sobre la bandeja.

–¿Te gusta el Chardonnay?

Cassie asintió.

–Me encanta.

–A decir verdad, no tengo un buen paladar para el vino y mi preferido es el tinto común y áspero, pero un cliente agradecido me regaló esta caja maravillosa luego de un viaje de pesca exitoso. Lo estoy disfrutando de a poco. Salud.

Se inclinó y tocó su copa con la de él.

–Cuéntame más acerca de tu negocio —dijo Cassie.

–Fundé South Winds Sailing hace doce años, después de que nació Dylan. Que él viniera al mundo hizo que repensara mi propósito y qué podía ofrecerles a mis hijos. Estuve tres años en la Marina Real después de la secundaria y con el tiempo llegué a ser oficial de cubierta de la marina mercante. El mar está en mi sangre y nunca me imaginé viviendo o trabajando tierra adentro.

Cassie asintió mientras él continuaba.

–Cuando nació Dylan, el turismo en la zona estaba en auge, así que presenté mi renuncia. En ese momento era jefe de obra en un astillero en Cornwall. Compré mi primer bote y el segundo poco tiempo después, y hoy soy dueño de una flota de dieciséis botes de varios tamaños y formas. Lanchas, veleros, paddle boards, y el tesoro más valioso es un yate de alquiler nuevo que es muy popular entre los clientes corporativos.

–Eso es sorprendente —dijo Cassie.

–Ha sido un viaje fantástico. El negocio me ha dado mucho. Un buen ingreso, una vida maravillosa y un hermoso hogar que diseñé en base a un sueño que tenía, aunque afortunadamente el arquitecto suavizó los elementos más alocados, si no la casa probablemente ya se hubiera caído por el acantilado.

Cassie se rió.

–Tu negocio debe requerir mucho trabajo —observó ella.

–Ah sí —Ryan dejó su copa y observó el mar—. Como propietario de un negocio, haces sacrificios constantemente. Trabajas muchísimas horas. Pocas veces tengo un fin de semana libre. Hoy le pedí al supervisor que me reemplazara porque venías tú. Creo que esa fue la razón…

Se volvió hacia ella y la miró a los ojos con seriedad.

–Creo que esa fue la razón por la que mi matrimonio finalmente fracasó.

Cassie sintió un cosquilleo ante la expectativa de que él se sincerara con ella. Asintió comprensiva, con la esperanza de que siguiera hablando, y luego de un momento, él continuó.

–Cuando los niños eran más chicos, para Trish, mi esposa, era más fácil entender que yo tenía que priorizar mi trabajo. A medida que fueron creciendo y se volvieron más independientes, ella quiso que yo…bueno, que reemplazara la presencia de ellos en su vida, supongo. Me exigía apoyo emocional, tiempo y atención a un nivel excesivo. Me resultaba agotador, y eso empezó a causar conflicto. Era una mujer fuerte. Eso fue lo primero que me atrajo de ella, pero las personas pueden cambiar, y creo que ella lo hizo.

–Eso parece muy triste —dijo Cassie.

Su copa estaba prácticamente vacía, y Ryan la volvió a llenar antes de colmar la suya.

–Fue devastador. No puedo explicar lo tumultuoso que ha sido todo este tiempo. Cuando amas a alguien, no la dejas ir fácilmente, y cuando el amor se va, lo buscas constantemente. Rogando, rezando poder recuperar lo que valorabas tanto. Lo intenté, Cassie. Intenté con todo lo que tenía, y cuando era evidente que no estaba funcionando, me sentí derrotado.

Cassie se encontró inclinada hacia él.

–Es atemorizante que eso pueda ocurrir.

–Elegiste la palabra correcta. Es aterrador. Terminé sintiéndome un inepto y totalmente a la deriva. No me tomo el compromiso a la ligera. Para mí, es para siempre. Cuando Trish se fue, tuve que redefinir la percepción que tenía de mí mismo.

Cassie pestañeó con fuerza. Podía sentir la angustia en su voz. El dolor que estaba atravesando parecía una herida abierta y reciente. Pensó que había que tener un coraje inmenso para esconderla debajo de un exterior alegre y jocoso.

Estaba a punto de decirle a Ryan cuánto lo admiraba por la fuerza que demostraba ante la adversidad, pero se detuvo justo a tiempo al darse cuenta que ese comentario era demasiado atrevido. Apenas conocía a Ryan y no tenía derecho a hacer esas observaciones tan personales a su jefe, luego de estar solo un par de horas con él.

¿En qué estaba pensando, si es que estaba pensando?

Decidió que el vino se le estaba subiendo a la cabeza y que debía elegir sus palabras con cuidado. Que Ryan fuese guapo, inteligente y atento no era excusa para que ella se comportara como una adolescente deslumbrada frente a él. Eso tenía que terminar, o acabaría avergonzándose terriblemente, o algo aún peor.

–Supongo que ahora es mejor que te deje ir a la cama—dijo Ryan, dejando su copa vacía—. Debes estar exhausta después del viaje y de conocer a mis dos hooligans. Gracias por venir a acompañarme. Significa mucho para mí poder hablar contigo de esta manera.

–Ha sido un final del día placentero y una manera muy agradable de relajarse —asintió Cassie.

No se sentía para nada relajada. Estaba energizada por la intimidad de la conversación. Mientras se levantaban y se dirigían hacia adentro, no podía parar de pensar en lo que él había compartido con ella.

De vuelta en su dormitorio, echó un vistazo a los mensajes, sintiéndose agradecida de que en esta casa hubiese conexión a internet. En el último lugar que había trabajado no tenía señal en el celular, y eso la había llevado a estar completamente aislada. Antes de eso, no se había dado cuenta de lo aterrador que era no poder comunicarse con el mundo exterior cuando lo necesitaba.

En su teléfono, Cassie vio que había un par de saludos, y uno o dos memes de sus amigos en Estados Unidos.

Entonces, vio otro mensaje que había recibido más temprano esa noche. Era de un número de celular desconocido del Reino Unido, lo que hizo que se alarmara al verlo. Cuando lo abrió, sintió que un terror frío le contraía el estómago.

El breve mensaje decía: “Ten cuidado”.

CAPÍTULO CINCO

Cassie pensó que iba a dormir bien en su acogedora habitación, únicamente con el sonido de las olas. Estaba segura de que lo hubiera hecho, de no haber sido por el mensaje desconcertante que le habían enviado de un número desconocido, cuando estaba en el porche con Ryan.

Alarmada, lo primero que pensó fue que estaba relacionado con el juicio por homicidio que tenía que enfrentar su exjefe, que de alguna forma la habían implicado y que la estaban buscando. Intentó leer las últimas noticias, pero comprobó con frustración que Ryan ya había desconectado el Wi-Fi.

Dio vueltas en la cama, preocupada por lo que podía significar y por quién lo habría enviado, e intentando tranquilizarse, pensando que probablemente era número equivocado y estaba dirigido a otra persona.

*

Luego de una noche sin dormir, logró deslizarse en un sueño inquieto, y se despertó con el sonido de su alarma. Tomó su teléfono y comprobó con alivio que tenía señal.

Antes de levantarse, buscó noticias acerca del juicio.

Cassie se enteró de que se había solicitado un aplazamiento y que el juicio se reanudaría en dos semanas. En una búsqueda más minuciosa, descubrió que esto había sido a causa de la defensa, que necesitaba más tiempo para contactar a nuevos testigos.

El miedo le produjo malestar.

Volvió a leer el extraño mensaje, “Ten cuidado”, y se preguntó si debía responderle y preguntar qué quería decir, pero en algún momento durante la noche el remitente debía haberla bloqueado porque no podía responderle.

Con desesperación, intentó llamar a ese número.

Se cortó inmediatamente. Claramente, también había bloqueado sus llamadas.

Cassie suspiró con frustración. Cortar la comunicación parecía más acoso que una verdadera amenaza. Iba a optar por pensar que se trataba de un número equivocado, que el remitente se había dado cuenta demasiado tarde y como resultado la había bloqueado.

Ligeramente reconfortada, se levantó de la cama y fue a despertar a los niños.

Dylan ya se había levantado, y Cassie supuso que debía haberse ido a andar en bicicleta. Con la esperanza de que no lo tomara como una intrusión, entró, puso en orden el cobertor y las almohadas y recogió la ropa que había descartado.

Los estantes estaban atiborrados con una enorme variedad de libros, incluyendo varios de ciclismo. Dos peces dorados nadaban en una pecera arriba de la biblioteca, y en una mesa grande cerca de la ventana había una conejera. Un conejo gris desayunaba lechuga y Cassie lo observó alegremente por un momento.

Dejó la habitación y tocó la puerta del dormitorio de Madison.

–Dame diez minutos —respondió la niña, soñolienta, entonces Cassie se dirigió a la cocina a preparar el desayuno.

Allí vio que Ryan había dejado un fajo de billetes debajo del salero, con una nota escrita a mano: “Me fui a trabajar. ¡Sal con los niños y diviértanse! Vuelvo esta noche”.

Cassie colocó una rebanada de pan en la bonita tostadora con diseño floral y llenó la caldera. Mientras estaba ocupada preparando café entró Madison, envuelta en una bata color rosa y bostezando.

–Buen día —la saludó Cassie.

–Buen día. Me alegra que estés aquí. Todos se levantan tan temprano en esta casa —se quejó.

–¿Quieres café? ¿Té? ¿Jugo?

–Té, por favor.

–¿Tostadas?

Madison sacudió la cabeza.

–No tengo hambre aún, gracias.

–¿Qué te gustaría hacer hoy? Tu padre me dijo que fuéramos a algún lado —dijo Cassie mientras le servía té a Madison como ella se lo había pedido: con un chorrito de leche y sin azúcar.

–Vayamos al pueblo —dijo Madison—. Es divertido los fines de semana. Hay mucho para hacer.

–Buena idea, ¿Sabes cuándo vuelve Dylan?

–Habitualmente sale por una hora.

Madison envolvió el tazón con las manos y sopló el líquido humeante.

Cassie estaba impresionada por lo independientes que parecían ser los niños. Claramente, no estaban acostumbrados a que los sobreprotegieran. Supuso que el pueblo era lo suficientemente pequeño y seguro para que ellos lo consideraran como una extensión de su hogar.

Dylan volvió poco tiempo después, y a las nueve ya estaban vestidos y prontos para salir. Cassie asumió que irían en auto, pero Dylan le aconsejó lo contrario.

–Es difícil encontrar estacionamiento los fines de semana. Habitualmente vamos caminando, son solo dos kilómetros y medio, y volvemos en autobús. Circula cada dos horas así que solo hay que calcular bien el horario.

La caminata al pueblo no podía haber sido más pintoresca. Cassie estaba encantada con las vistas intercaladas al mar y las casas pintorescas a lo largo del camino. Podía escuchar las campanas de una iglesia a la distancia. El aire era puro y fresco, e inhalar el aroma del mar era puro placer.

Madison iba saltando adelante, señalando las casas de la gente que conocía, que parecía ser casi todo el mundo.

Algunas personas que pasaban en auto los saludaban con la mano, y una mujer detuvo su Range Rover y se ofreció a llevarlos.

–No, gracias, señora O’Donoghue, nos gusta caminar —respondió Madison—. ¡Aunque quizás la necesitemos a la vuelta!

–¡Estaré atenta para encontrarlos! —prometió la mujer con una sonrisa antes de alejarse.

Madison le explicó que la mujer y su esposo vivían más en el interior y que tenían una pequeña granja orgánica.

–Hay una tienda que vende sus productos en el pueblo, y a veces también tienen dulce de chocolate casero —dijo Madison.

–Definitivamente la visitaremos —prometió Cassie.

–Sus hijos son afortunados. Van a un internado en Cornwall. Ojalá pudiera hacerlo —dijo Madison.

 

Cassie frunció el ceño, preguntándose por qué Madison querría pasar lejos de una vida tan perfecta. A menos, quizás, que el divorcio la hubiese hecho sentir insegura y quisiera estar rodeada de una comunidad más grande.

–¿Estás contenta con tu escuela actual? —le preguntó, por si acaso.

–Ah sí, es genial, excepto porque tengo que estudiar —dijo Madison.

Cassie sintió alivio de que no hubiera un problema oculto, como acoso escolar.

Las tiendas eran tan singulares como había esperado. Había algunas que vendían aparejos de pesca, ropa abrigada y artículos deportivos. Cassie recordó haber tenido las manos frías cuando tomaban unas copas de vino con Ryan la noche anterior y se probó un lindo par de guantes, pero ante el estado de sus finanzas y la falta de dinero disponible, decidió que sería mejor esperar y comprar un par más barato.

El aroma a pan horneado los atrajo a una pastelería en la vereda de enfrente. Después de discutirlo con los niños, compró un pan de masa madre y un pastel de pacanas para llevarse a casa.

La única desilusión de la mañana fue la tienda de dulces.

Cuando Madison marchó con expectativa hasta la puerta, se detuvo alicaída.

La tienda estaba cerrada, con una nota escrita a mano y pegada en el vidrio que decía: “Estimados Clientes: este fin de semana no estaremos en el pueblo, ¡tenemos un cumpleaños familiar! Volveremos el martes para servirles sus exquisiteces favoritas”.

Madison suspiró tristemente.

–Habitualmente, la hija es la que se encarga de la tienda cuando ellos no están. Supongo que fueron todos a la estúpida fiesta.

–Supongo que sí. No importa. Podemos volver la semana que viene.

–Falta mucho para eso.

Con la cabeza gacha, Madison se volteó y Cassie se mordió el labio ansiosamente. Estaba desesperada por que esta salida fuese un éxito. Se había estado imaginando cómo se iluminaría el rostro de Ryan mientras hablaban de su alegre día, y cómo quizás la mirara a ella con gratitud, o incluso la halagara.

–Vendremos la semana que viene —repitió, a sabiendas de que era un pequeño consuelo para una niña de nueve años que creía que comería bastones de menta en su futuro inmediato—. Y quizás encontremos dulces en las otras tiendas —agregó.

–Vamos, Maddie —dijo Dylan con impaciencia, y la tomó de la mano, alejándola de la tienda.

Más adelante, Cassie vio la tienda de la que Madison había hablado, que pertenecía a la señora que les había ofrecido llevarlos al pueblo.

–Una última parada aquí y luego decidimos en dónde almorzar —dijo ella.

Pensando en las próximas cenas saludables y en los refrigerios, Cassie eligió algunas bolsas con verduras rebanadas, una bolsa de peras y frutas secas.

–¿Podemos comprar castañas? —Preguntó Madison— Asadas en el fuego son deliciosas. Hicimos eso el invierno pasado, con mi mamá.

Era la primera vez que uno de ellos mencionaba a su madre, y Cassie esperó ansiosamente, observando a Madison para ver si el recuerdo la entristecía o si era una señal de que quería hablar del divorcio. Para su alivio, la niña parecía tranquila.

–Claro que sí. Es una linda idea.

Cassie agregó una bolsa a su canasto.

–Mira, ¡ahí tienen dulce de chocolate!

Madison señalaba con entusiasmo y Cassie supuso que el momento había pasado. Pero al haber mencionado a su madre una vez había roto el hielo, y quizás quisiera hablar de eso más tarde. Cassie se recordó estar atenta a cualquier señal. No quería dejar pasar la oportunidad de ayudar a los niños en ese momento difícil.

Las bolsas estaban en el mostrador que estaba cerca de la caja, junto con otros dulces. Había manzanas acarameladas, dulce de chocolate, caramelos de menta, bolsitas de delicias turcas e incluso bastones en miniatura.

–Dylan y Madison, ¿qué les gustaría? —les preguntó.

–Una manzana acaramelada, por favor. Y dulce de chocolate y uno de esos bastones —dijo Madison.

–Una manzana acaramelada, dos bastones, dulce de chocolate y delicias turcas —agregó Dylan.

–Creo que quizás dos dulces para cada uno es suficiente o les arruinará el almuerzo —dijo Cassie, recordando que en esta familia no se alentaba el exceso de dulces.

Tomó dos manzanas acarameladas y dos paquetes de dulce de chocolate del exhibidor.

–¿Crees que tu padre quiera algo?

Sintió una ráfaga de calor al hablar de Ryan.

–Le gustan los frutos secos —dijo Madison, y señaló unos anacardos asados en exhibición—. Esos son sus favoritos.

Cassie agregó una bolsa al canasto y se dirigió a la caja registradora.

–Buenas tardes —saludó a la vendedora, una joven rubia y regordeta con una etiqueta que decía “Tina”, quien le sonrió y saludó a Madison por el nombre.

–Hola, Madison. ¿Cómo está tu papá? ¿Ya salió del hospital?

Cassie miró con preocupación a Madison. ¿Se trataba de algo que no le habían contado? Pero Madison estaba confundida y con el ceño fruncido.

–No estuvo internado.

–Ah, lo siento, debe haber sido un malentendido. La última vez que estuvo aquí dijo…—empezó a explicar Tina.

Madison la interrumpió, mirando a la cajera con curiosidad mientras registraba las compras.

–Estás gorda.

Horrorizada por la falta de tacto del comentario, Cassie sintió que se ruborizaba tanto como Tina.

–Lo siento mucho —tartamudeó como disculpa.

–Está bien.

Cassie vio que Tina parecía abatida por el comentario. ¿Qué le había sucedido a Madison? ¿Es que no le habían enseñado a no decir esas cosas? ¿Era demasiado pequeña para darse cuenta de lo dolorosas que eran sus palabras?

Al ver que con más disculpas no rescatarían la situación, tomó su cambio y salió de la tienda a empujones con la niña, antes de que pudiera pensar en otra cosa personal y ofensiva para decir.

–No es amable decir cosas así —le explicó cuando nadie podía escucharlas.

–¿Por qué? —Preguntó Madison— Es la verdad. Está mucho más gorda que cuando la vi en las vacaciones de agosto.

–Siempre es mejor no decir nada cuando notas algo así, sobre todo si hay otras personas escuchando. Podría tener un…un problema glandular o estar tomando medicación que la haga engordar, como la cortisona. O podría estar embarazada y no querer que nadie lo sepa aún.

Echó un vistazo a su izquierda, en donde estaba Dylan, para ver si él estaba escuchando, pero estaba hurgando en sus bolsillos y parecía preocupado.

Madison frunció el ceño mientras pensaba.

–Está bien —dijo—. Lo recordaré la próxima vez.

Cassie soltó un suspiro de alivio al ver que había entendido su razonamiento.

–¿Quieres una manzana acaramelada?

Cassie le alcanzó a Madison su manzana acaramelada, quien la puso en el bolsillo, y le extendió la otra a Dylan. Pero cuando se la ofreció, él la rechazó haciendo un gesto con la mano.

Cassie lo observó incrédula y vio que desenvolvía uno de los bastones de la tienda que acababan de visitar.

–Dylan… —empezó.

–Ay no, yo quería uno de esos —se quejó Madison.

–Te conseguí uno.

Dylan buscó en el bolsillo más profundo de su saco y, para el horror de Cassie, sacó varios más.

–Aquí tienes—dijo él, y le dio uno.

–¡Dylan!

De pronto, Cassie se sintió sin aliento, y su voz era aguda y nerviosa. Tenía la mente acelerada, mientras se esforzaba por entender lo que acababa de ocurrir. ¿Había malinterpretado la situación?

No. No había manera de que Dylan hubiese comprado los dulces. Luego del comentario bochornoso de Madison, los había sacado a empujones de la tienda. No había habido tiempo para que Dylan pagara, y además la vendedora no era muy hábil manejando la anticuada caja registradora.

–¿Sí? —le preguntó él inquisitivamente, y Cassie sintió un escalofrío al ver que no había rastro de emoción en sus pálidos ojos azules.

–Creo…creo que quizás te hayas olvidado de pagar eso.

–No pagué —dijo con indiferencia.

Cassie se lo quedó mirando, conmocionada y sin palabras.

Dylan acababa de admitir fríamente que había robado mercadería.

Nunca se hubiese imaginado que el hijo de Ryan hiciera algo así. Esto superaba el alcance de su experiencia y no sabía cómo debía reaccionar. Estaba conmovida porque su impresión de una familia perfecta, en la que había creído, estaba muy lejos de la realidad. ¿Cómo podía haber estado tan equivocada?

El hijo de Ryan acababa de cometer un delito. Peor aún, no demostraba nada de remordimiento, ni vergüenza, ni siquiera una señal de que entendía la dimensión de sus acciones. Él la observaba con calma, aparentemente despreocupado por lo que había hecho.

Купите 3 книги одновременно и выберите четвёртую в подарок!

Чтобы воспользоваться акцией, добавьте нужные книги в корзину. Сделать это можно на странице каждой книги, либо в общем списке:

  1. Нажмите на многоточие
    рядом с книгой
  2. Выберите пункт
    «Добавить в корзину»