Читать книгу: «Una Razón Para Aterrarse », страница 2

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CAPÍTULO DOS

Avery llegó a la puerta de Rose pasada la una de la tarde. Ella vivía en un apartamento en planta baja en una zona decente de la ciudad. Tenía como pagar el apartamento debido a las propinas que recibía como barwoman en un bar de clase alta, un trabajo que había encontrado poco después de la mudanza de Avery a la cabaña. Su trabajo antes de ese había sido un poco menos glamoroso. Había sido mesera en un restaurante y trabajó editando para empresas publicitarias en su apartamento. Avery deseaba que Rose terminara la universidad, pero también sabía que, entre más la presionaba, Rose se sentiría menos inclinada a elegir ese camino.

Avery llamó a la puerta, sabiendo que Rose estaba en casa porque su auto estaba estacionado al lado de la calle. Incluso si eso no la hubiera hecho saber que estaba en casa, desde que se había mudado sola, Rose había optado por aceptar trabajos donde entraba en la noche para poder dormir hasta tarde y pasar todo el día echada en casa. Tocó con más fuerza cuando Rose no respondió y pensó en gritar su nombre. Ella decidió no hacerlo, pensando que su voz sería aún menos bienvenida que la del arrendador que Rose estaba tratando de evitar.

«Probablemente sabe que soy yo porque llamé antes de venir», pensó.

Dado eso, supuso que lo mejor era recurrir a lo que mejor sabía hacer: negociar.

—Rose —dijo, tocando otra vez—. Abre la puerta. Es tu madre. Y hay frío.

Ella esperó un momento, pero no escuchó respuesta. En lugar de tocar otra vez, se acercó a la puerta con calma, parándose lo más cerca de ella posible. Cuando volvió a hablar, levantó la voz lo suficiente como para ser escuchada adentro, pero no lo suficiente como para hacer una escena en la calle.

—Puedes seguir ignorándome si quieres, Rose, pero no me voy a ir. Y si quiero volverme obsesiva al respecto, recuerda lo que solía hacer para ganarme la vida. Créeme que tengo formas de enterarme dónde te encuentras en cualquier momento dado. O puedes hacer todo más fácil y simplemente abrir la maldita puerta.

Volvió a tocar después de decir eso. Esta vez, Rose abrió la puerta en cuestión de segundos. Se asomó como una mujer que no confiaba en la persona que estaba al otro lado de la puerta.

—¿Qué quieres, mamá?

—Pasar.

Rose lo consideró por un momento y luego abrió la puerta del todo. Avery hizo lo posible por no darle demasiada importancia al hecho de que Rose había perdido algo de peso. Bastante peso, en realidad. También se había teñido el cabello color negro azabache y se lo había alisado.

Avery entró y encontró el apartamento muy limpio. Había un ukelele en el sofá que se veía muy fuera de lugar. Avery lo señaló y le dio una mirada interrogante.

—Solo quería aprender a tocar algo —dijo Rose—. La guitarra toma demasiado tiempo y los pianos son muy costosos.

—¿Eres buena? —preguntó Avery.

—Puedo tocar cinco acordes. Casi puedo tocar toda una canción.

Avery asintió, impresionada. Estuvo a punto de pedirle que tocara la canción, pero lo pensó mejor. Luego pensó en sentarse en el sofá, pero no quería parecer como si estuviera abusando de su hospitalidad. Estaba bastante segura de que Rose no la invitaría a sentarse de todos modos.

—Estoy bien, mamá —dijo Rose—. Si estás aquí por eso…

—Sí, estoy aquí por eso —dijo Avery—. Y llevo tiempo queriendo hablar contigo. Sé que me odias y me culpas por todo lo que pasó. Eso apesta, pero puedo lidiar con eso. Pero hoy me llamó tu arrendador…

—Dios mío —dijo Rose—. Ese idiota codicioso no me deja en paz y…

—Quiere su renta, Rose. ¿La tienes? ¿Necesitas dinero?

Rose hizo una mueca ante la pregunta y dijo: —Me gané trescientos dólares en propinas anoche. Y hago casi el doble de eso en propinas los sábados por la noche. Así que no… No necesito dinero.

—Excelente. Pero… bueno, también me dijo que está preocupado por ti. Que se enteró de algunas cosas que dijiste. No me mientas, Rose. ¿Cómo estás de verdad?

—¿En serio? —preguntó Rose—. ¿Cómo estoy de verdad? Bueno, extraño a mi papá. Y estuve a punto de ser asesinada por el mismo pendejo que lo mató. Y aunque también te extraño, no puedo ni siquiera pensar en ti sin recordar cómo murió. Sé que eso no está bien, pero te odio cada vez que pienso en papá y en cómo murió. Y pensarte también me hace darme cuenta que he sufrido desde que empezaste a trabajar como detective.

Fue difícil escucharlo, pero también sabía que pudo haber sido mucho peor.

—¿Estás durmiendo bien? —preguntó—. ¿Y comiendo bien? Rose… ¿Cuánto peso has perdido?

Rose negó con la cabeza y comenzó a caminar hacia la puerta.

—Me preguntaste cómo estoy y ya te contesté. ¿Estoy feliz? Por supuesto que no. Pero no voy a cometer una estupidez, mamá. Cuando todo esto pase, estaré bien. Y pasará. Yo sé que pasará. Pero no puedo tenerte cerca, sino jamás lo superaré.

—Rose…

—No. Mamá… eres tóxica para mí. Sé que has intentado arreglar las cosas entre nosotras, que llevas varios años intentándolo. Pero no está funcionando y creo que jamás funcionará teniendo en cuenta los acontecimientos recientes. Así que… vete, por favor. Vete y deja de llamarme.

—Pero Rose, esto es…

Rose rompió a llorar, y luego abrió la puerta y gritó: —Maldita sea mamá, ¿podrías dejarme en paz?

Rose luego bajó la mirada al piso, ahogando sus sollozos. Avery contuvo sus propias lágrimas mientras accedió a su petición. Le pasó por al lado, restringiéndose a sí misma para no abrazarla ni responderle. Simplemente salió por la puerta.

Pero la puerta cerrándose de forma violenta tras ella quizá fue lo peor de todo.

***

Avery ya estaba llorando, y ni siquiera había puesto su auto en marcha. Para cuando se encontró de nuevo en la carretera dirigiéndose a su nuevo hogar, estaba haciendo todo lo posible para contener sus sollozos. Lágrimas corrían por sus mejillas, y se dio cuenta de que había llorado más en los últimos cuatro meses que en toda su vida. Primero había sido muerte de Jack, luego la de Ramírez. Y ahora esto.

Tal vez Rose tenía razón. Tal vez ella era tóxica. Porque, a fin de cuentas, ella era la culpable de las muertes de Jack y Ramírez. Su carrera ambiciosa había llevado al asesino a sus seres queridos y, como tal, se habían convertido en sus objetivos.

Y esa misma carrera había alejado a Rose. Por no mencionar el hecho de que esa misma carrera había llegado a su fin. Avery se retiró poco después del funeral de Ramírez y, aunque sabía que Connelly y O'Malley le habían dejado las puertas abiertas, era una invitación que sabía que nunca aceptaría.

Se detuvo en su entrada, estacionó el auto y entró con lágrimas todavía corriendo por sus mejillas. La triste realidad era que su vida estaría completamente vacía si abandonaba su carrera. Su futuro marido había sido asesinado, junto con su ex esposo, y ahora, la única superviviente de su pasado, su hija, no quería tener nada que ver con ella.

«Y en lugar de solucionarlo, ¿qué hiciste?», se preguntó a sí misma.

Casi sonaba como la voz de Ramírez, señalando cómo estaba empeorando las cosas:

—Dejaste la ciudad y huiste al bosque. En lugar de enfrentar el dolor y una vida que se había puesto patas arriba, huiste y pasaste varios días bebiendo para olvidar. ¿Qué vas a hacer ahora? ¿Volver a huir? ¿O tal vez deberías solucionarlo?

Sin embargo, a lo que entró en la cabaña, se sintió más segura de lo que se había sentido parada en la puerta de Rose. Parecía disminuir el dolor que había provocado el hecho que su hija le había tirado la puerta en la cara. Sí, la hacía sentirse como una cobarde, pero simplemente no encontraba otra forma de lidiar con eso.

«Ella tiene razón. Soy tóxica para ella. En los últimos años, lo único que he hecho es dificultarle la vida. Todo comenzó cuando puse mi carrera por encima de su padre y luego se agravó cuando, sin importar lo mucho que lo intentara, mi carrera llegó a ser hasta más importante que ella. Y aquí estamos de nuevo, en conflicto, aunque ya no ejerzo mi carrera. Y es porque me culpa por el asesinato de su padre… y no está exactamente equivocada», pensó.

Caminó lentamente hacia la cama que aún no había terminado de armar. Su caja fuerte personal estaba allí, entre la cabecera y el somier. Mientras la abría, se le vino a la mente el momento en el que entró en la sala de estar de Jack y encontró su cuerpo. Pensó en Ramírez en el hospital, ya gravemente herido antes de su asesinato.

Era la culpable de todo. Y jamás se perdonaría a sí misma.

Metió la mano en la caja fuerte y sacó su Glock. Se sentía familiar en sus manos, como un viejo amigo.

Seguía llorando mientras apoyaba su espalda en la cabecera. Miró la pistola, estudiándola. Había estado en su cadera o espalda durante casi dos décadas, más cercana a ella que cualquier ser humano. Así que se sintió demasiado natural cuando se la colocó debajo de la barbilla. Se sentía fría, pero firme.

Soltó un sollozo mientras la acomodó, asegurándose de que la bala atravesaría en el mejor ángulo. Su dedo encontró el gatillo y se estremeció.

Se preguntó si siquiera escucharía la explosión y, si lo hacía, si sonaría tan fuerte como Rose tirando la puerta detrás de ella.

Su dedo se curvó alrededor del gatillo y cerró los ojos.

En ese momento sonó el timbre, sobresaltándola.

Su dedo se aflojó y todo su cuerpo quedó inerte. La Glock cayó al suelo.

«Casi —pensó mientras su corazón bombeaba adrenalina en su torrente sanguíneo—. Otro cuarto de segundo, y mis sesos estarían salpicados por toda la pared.»

Miró la Glock y la pateó con fuerza, como si fuera una serpiente venenosa. Sujetó su cabeza con sus manos y se secó las lágrimas.

«Estuviste a punto de suicidarte —dijo en su mente la voz que podría o no ser Ramírez—. ¿Eso no te hace sentir como una cobarde?»

Echó el pensamiento a un lado mientras se puso de pie y se dirigió a la puerta principal. No tenía idea de quién podría ser. Se atrevió a esperar que fuera Rose, pero sabía que no lo era. Rose se parecía mucho a su madre en ese sentido, terca a más no poder.

Abrió la puerta y no encontró a nadie. Sin embargo, vio la parte trasera de un camión de UPS saliendo de su entrada. Bajó la mirada y vio una pequeña caja. La cogió y leyó su propio nombre y nueva dirección, escritas en una letra muy bonita. La dirección del remitente no mostraba ningún nombre, solo una dirección de Nueva York.

Entró en la cabaña con la caja y la abrió lentamente. La caja no pesaba nada y, cuando la abrió, se encontró con una bola de periódico. Rompió todo el periódico y encontró una sola cosa esperándola abajo.

Era una sola hoja de papel, doblada por la mitad. La desdobló, y cuando leyó el mensaje adentro, su corazón se detuvo por un momento.

Y, en un abrir y cerrar de ojos, Avery ya no sintió la necesidad de suicidarse.

Ella leyó el mensaje una y otra vez, tratando de darle sentido. Su mente estaba trabajando para buscar una respuesta. Y con algo como esto para averiguar, el mero pensamiento de morir antes de resolverlo la hacía estremecerse.

Se sentó en el sofá y se quedó mirándolo, leyéndolo una y otra vez.

¿quién eres tú, Avery?

Atentamente,

Howard.

CAPÍTULO TRES

En los próximos días, Avery siguió tocando el área debajo de su barbilla donde se había colocado el cañón de la pistola. Se sentía irritada, como una picadura de insecto. Cada vez que se acostaba a dormir y su cuello se extendía cuando su cabeza tocaba su almohada, esa zona se sentía expuesta y vulnerable.

Tenía que enfrentar el hecho de que había ido a un lugar muy oscuro. Aunque se había acobardado en el último instante, había ido allí. Jamás lo olvidaría y parecía que los nervios dentro de su carne querían asegurarse de que no lo hiciera.

Durante los tres días siguientes a su casi-suicidio, se sintió más deprimida que nunca. Pasó esos días acurrucada en el sofá. Trató de leer, pero no podía concentrarse. Trató de motivarse a sí misma para salir a correr, pero se sentía muy cansada. Seguía pegada a la carta de Howard, tocándola tanto que el papel estaba empezando a arrugarse.

Dejó de consumir alcohol excesivamente luego de recibir la carta de Howard. Poco a poco, como una oruga, comenzó a salir de su capullo de autocompasión. Comenzó a hacer ejercicio. También hizo crucigramas y sudoku solo para ejercitar su mente. Sin trabajo, sabiendo que tenía suficiente dinero para todo un año sin tener que preocuparse por nada, fue demasiado fácil caer en la pereza.

Pero el paquete de Howard la había hecho abandonar ese letargo. Ahora tenía un misterio que resolver, y eso le daba algo que hacer. Y cuando Avery Black se le metía algo en la cabeza, no descansaba hasta resolverlo.

Dentro de una semana después de recibir la carta, comenzó a establecer una rutina para sí misma. Todavía era la rutina de una ermitaña, pero al menos la hacía sentirse normal. La hacía sentir que tenía algo por lo que merecía la pena vivir. Estructura. Desafíos mentales. Esas eran las cosas que siempre la habían inspirado, y eso fue lo que hicieron en esas próximas semanas.

Sus mañanas comenzaban a las siete. Salía a correr de inmediato. Hizo carreras de 3 kilómetros por las carreteras secundarias alrededor de la cabaña durante esa la primera semana. Volvía a casa, desayunaba y repasaba viejos expedientes. Tenía más de un centenar en sus propios registros personales, todos los cuales habían sido resueltos. Pero los repasaba solo para mantenerse ocupada y recordarse que, entre los fracasos que se habían producido al final, también había disfrutado de muchos éxitos.

Luego pasaba una hora desempacando y organizando. Después almorzaba y hacía un crucigrama o un rompecabezas de algún tipo. Luego hacía ejercicio en su dormitorio, una sesión rápida de abdominales, planchas y otros ejercicios. Luego pasaba un rato mirando los archivos de su último caso, el caso que acabó con las vidas de Jack y Ramírez. Algunos días los miraba por diez minutos, otros días se quedaba estudiándolos durante dos horas.

¿Qué había salido mal? ¿Qué había pasado por alto? ¿Habría sobrevivido al caso de no haber sido por la interferencia de Howard Randall?

Después Avery cenaba, leía, limpiaba y se iba a la cama. Era una rutina básica.

Le tomó dos meses terminar de limpiar y organizar la cabaña. Para entonces, su carrera de tres kilómetros se había convertido en una carrera de ocho kilómetros. Ya no miraba sus expedientes antiguos ni el de su último caso. En su lugar, leía libros que había comprado en Amazon, dramas criminales de la vida real y libros sobre procedimientos policíacos. También leía libros de las evaluaciones psicológicas de algunos de los asesinos en serie más notorios de la historia.

Solo estaba parcialmente consciente de que esta era su formar de llenar el vacío que su trabajo una vez había llenado. A lo que terminó de caer en cuenta, no pudo evitar preguntarse qué le deparaba el futuro.

Una mañana, mientras se encontraba corriendo alrededor del estanque Walden, el frío quemándole los pulmones de una forma que era más agradable que insoportable, esto la afectó mucho. Estaba pensando en el paquete de Howard Randall.

En primer lugar, ¿cómo sabía dónde vivía? ¿Y cuánto tiempo llevaba sabiéndolo? Había creído que había muerto en la bahía la noche en que ese terrible caso llegó a su fin. Aunque su cuerpo nunca había sido encontrado, se había especulado que efectivamente había sido disparado por un oficial en la escena antes de caer al agua. Mientras daba una vuelta, trató de armar los pasos a seguir para averiguar dónde estaba y por qué le había enviado ese extraño mensaje: ¿Quién eres tú?

«El paquete vino de Nueva York, pero es obvio que él ha estado en Boston. ¿De qué otra forma podría saber que me mudé? ¿De qué otra forma podría saber dónde vivo?», pensó.

Esto, por supuesto, trajo a su mente imágenes de Randall escondido en los árboles, vigilando su cabaña.

«No me extrañaría —pensó—. Todos los demás en mi vida han muerto o me han echado a un lado. Tiene sentido que un asesino convicto fuera el único que se preocupara por mí.»

Ella sabía que el paquete en sí no ofrecería respuestas. Ya sabía cuándo fue enviado y desde dónde. Randall solo estaba burlándose de ella, haciéndole saber que todavía estaba vivo, suelto e interesado en ella de alguna forma u otra.

Cuando regresó de correr, aún tenía el paquete en mente. Mientras se quitó los guantes y gorro de lana, sus mejillas rosadas del frío, se dirigió al lugar donde había guardado la caja. La había examinado en busca de pistas o pequeños significados ocultos de Randall, pero no había encontrado ninguno. Tampoco había encontrado nada al examinar el periódico arrugado. Había leído todos los artículos en el papel arrugado, pero nada le había llamado la atención. Solo había sido relleno. Por supuesto, eso no significaba que no había leído cada palabra de esas páginas varias veces.

Estaba tocando la caja con ansiedad cuando su teléfono celular sonó. Lo tomó de la mesa de la cocina y se quedó mirando el número en la pantalla por un momento. Sonrió e intentó ignorar la felicidad que inundó su corazón.

Era Connelly.

Sus dedos se congelaron por un momento porque honestamente no sabía qué hacer. Si hubiera llamado hace dos o tres semanas, simplemente habría ignorado la llamada. Pero ahora… Bueno, ahora las cosas habían cambiado un poco, ¿cierto? Y por mucho que odiaba admitirlo, se suponía que eso se debía a Howard Randall y su carta.

Atendió justo antes de que la llamada pasara a su buzón de voz.

—Hola, Connelly —dijo.

Hubo una pausa en la otra línea antes de que Connelly respondiera:

—Hola, Black. Bueno, seré honesto. Estaba esperando solo tener que hablar con tu buzón de voz.

—Lamento decepcionarte.

—No, para nada. Me alegra oír tu voz. Ha pasado mucho tiempo.

—Sí, es verdad.

—¿Supongo que estás lamentando tu jubilación prematura?

—No, tampoco así. ¿Cómo están las cosas?

—Las cosas están... bien. Digo, hay un vacío que Ramírez y tú solían llenar, pero ahí vamos. Finley realmente está dando la talla. Ha estado trabajando muy de cerca con O'Malley. Creo que Finley lo tomó personal cuando renunciaste. Y decidió que, si alguien va a tener que tomar tu lugar, entonces ¿quién mejor que él?

—Es bueno saberlo. Dile que lo extraño.

—Bueno, yo estaba esperando que vinieras y se lo dijeras en persona —dijo Connelly.

—No creo que estoy lista para visitas.

—Bueno, nunca he sido bueno para la charla trivial —dijo Connelly—. Iré directo al grano.

—Sí, tú eres bueno para eso.

—Mira... tenemos un caso…

—Detente —le dijo Avery—. No voy a volver. No ahora. Probablemente nunca vuelva, aunque no lo descartaría por completo.

—Escúchame, Black. Espera hasta que escuches los detalles. Quizá ya estés enterada. Este caso ha estado en las noticias.

—Yo no veo las noticias. Yo solo uso la computadora para navegar en Amazon. No recuerdo la última vez que leí un titular.

—Bueno, el caso es extraño y no hayamos forma de resolverlo. O'Malley y yo nos tomamos unos tragos anoche y decidimos que teníamos que llamarte. No es porque esté tratando de convencerte… pero tú eres la única persona que creemos puede resolver esto. Si no has visto las noticias, puedo decirte que…

—La respuesta es no, Connelly —dijo ella, interrumpiéndolo—. Agradezco el gesto, pero no. Si estoy dispuesto a discutir mi regreso, te llamaré.

—Un hombre está muerto, Avery, y el asesino seguirá matando.

Por alguna razón, oírlo usar su nombre dolió un poco.

—Lo siento, Connelly. Asegúrate de decirle a Finley que le envió saludos.

Y con eso, colgó. Se preguntaba si acababa de cometer un error. Estaría mintiendo si se dijera a sí misma que la idea de volver al trabajo no la emocionaba un poco. Hasta escuchar la voz de Connelly había hecho anhelar esa parte de su vida anterior.

«No puedes hacerlo —se dijo a sí misma—. Si vuelves a trabajar ahora, básicamente estás diciéndole a Rose que no le importas un comino. Y estarías regresando a los brazos de la criatura que te llevó a dónde estás ahora.»

Ella se puso de pie y miró por la ventana. Miró los árboles, las sombras diurnas entre ellos, y pensó en la carta de Howard Randall.

En la pregunta de Howard Randall.

¿Quién eres tú?

Estaba empezando a pensar que no estaba muy segura de la respuesta. Y tal vez no estar trabajando era el motivo.

***

Ella rompió su rutina esa tarde por primera vez desde haberla establecido. Condujo a South Boston, al cementerio St. Augustine. Era un lugar que había estado evitando desde su mudanza, no solo por lo culpable que se sentía, sino porque parecía que la fuerza cruel que manipulaba el destino le había propinado un gran golpe. Ramírez y Jack estaban enterrados en el cementerio St. Augustine y, aunque estaban bastante separados, a Avery no le importó. En su opinión, el nexo de sus fracasos y dolor se localizaba en esa franja verde de tierra, y no quería ni acercarse a ella.

Es por eso que esta era su primera visita desde los funerales. Se quedó sentada en su auto por un momento, mirando hacia la tumba de Ramírez. Se bajó del auto lentamente y se acercó a donde el hombre con el que estuvo a punto de casarse había sido enterrado. La lápida era modesta. Alguien había colocado un ramo de flores blancas recientemente, probablemente su madre, que se marchitarían dentro de muy poco por el frío.

No sabía qué decir y supuso que eso estaba bien. Si Ramírez estaba consciente de que estaba allí y si pudiera escucharla (y Avery creía que ese era el caso), sabría que a ella le costaba expresar lo que sentía. Probablemente estaba sorprendido, incluso en el lugar etéreo en el que se encontraba, que estaba aquí en absoluto.

Rebuscó en su bolsillo y sacó el anillo que Ramírez había tenido la intención de darle.

—Te extraño —dijo—. Te extraño y estoy tan… tan perdida. Y no tengo porque mentirte… no es solo porque ya no estás. No sé qué hacer conmigo misma. Mi vida se está desmoronando y lo único que sé que podría estabilizarme un poco, el trabajo, es a lo que menos debería recurrir.

Trató de imaginárselo allí con ella. ¿Qué le diría si pudiera? Sonrió al imaginárselo dándole uno de sus ceños sarcásticos. —Deja de ser tan cobarde y hazlo —le diría Ramírez—. Regresa al trabajo y arregla tu vida—.

—No me estás ayudando —dijo ella con su propia expresión sarcástica.

Le asustaba un poco que hablar con él a través de esta tumba se sentía casi natural.

—Me dirías que regresara al trabajo y que arreglara las cosas poco a poco, ¿cierto?

Se quedó mirando la lápida, como si estuviera esperando que le respondiera. De su ojo derecho brotó una lágrima. Se la secó mientras se alejó y se dirigió en la dirección de la tumba de Jack. Había sido enterrado al otro lado del cementerio, que apenas podía ver desde donde se encontraba. Se acercó a la pequeña senda que discurría por el terreno, disfrutando del silencio. No les prestó atención a los otros que estaban allí para rendir homenaje y llorar, permitiéndoles su privacidad.

Sin embargo, a lo que se acercó a la tumba de Jack, vio que alguien estaba allí. Era una mujer bajita, con la cabeza inclinada hacia abajo. A lo que dio unos pasos más, Avery vio que era Rose. Tenía las manos metidas en los bolsillos y llevaba un abrigo con una capucha que le cubría la cabeza.

Avery no quería decir su nombre, esperando poder acercarse lo suficiente para entablar una conversación. Pero, a lo que dio unos pasos más, Rose aparentemente se percató de que alguien se estaba acercando. Se dio la vuelta, vio a Avery y comenzó a alejarse al instante.

—Rose, no seas así —dijo Avery—. ¿No podemos hablar?

—No, mamá. Dios mío, no puedo creer que también hayas arruinado esto para mí.

—¡Rose!

Pero Rose no tenía nada más que decir. Ella aceleró el paso y Avery hizo todo lo posible para no perseguirla. Los ojos de Avery se llenaron de más lágrimas cuando volvió su atención a la tumba de Jack.

—¿Eso lo heredó de ti o de mí? —le preguntó Avery a la lápida.

Al igual que la de Ramírez, la lápida de Jack tampoco respondió. Se volvió hacia su derecha y vio a Rose hacerse más pequeña en la distancia, alejándose de ella hasta que desapareció por completo.

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399 ₽
Возрастное ограничение:
16+
Дата выхода на Литрес:
10 октября 2019
Объем:
221 стр. 3 иллюстрации
ISBN:
9781640299337
Правообладатель:
Lukeman Literary Management Ltd
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