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Daniel Parodi Revoredo

Lima, 8 de agosto del 2018

Primera parte

La república frustrada y el enemigo perverso: la Guerra del Pacífico en la Historia de la República del Perú de Jorge Basadre
INTRODUCCIÓN

La primera parte de esta compilación no se explica sin mi libro Lo que dicen de nosotros: La Guerra del Pacífico en la historiografía y manuales escolares chilenos (2010), del que “La Guerra del Pacífico vista desde el Perú” es su continuación o contraparte1. Originalmente pensamos difundir ambas obras en una sola publicación, pero los avatares propios de una trayectoria académica han querido que esta última aparezca después de la otra, y que incorpore dos importantes trabajos de mi amigo y colega José Chaupis, cuya presencia en el derrotero de los estudios históricos peruano-chilenobolivianos, y de aquellos que analizan las representaciones e imaginarios que de ellos se desprenden, es una referencia obligada en esta área del conocimiento académico.

Asimismo, el presente artículo, “La república frustrada y el enemigo perverso: la Guerra del Pacífico en la Historia de la República del Perú de Jorge Basadre” es la segunda edición, corregida y aumentada, de otra previa, la que hemos potenciado y ampliado con nuevos soportes teóricos y bibliográficos (Parodi, 2010b). Conforma, asimismo, parte de un conjunto de trabajos en los que he desarrollado una metodología de acercamiento al pasado sobre la base de una serie de influencias teóricas, marcadas por los estudios sobre la memoria histórica, los imaginarios colectivos, la alteridad y el análisis crítico del discurso. Más recientemente, le he sumado a este marco conceptual los aportes de la teoría sobre la reconciliación internacional y de la moderna geopolítica crítica, que supera su versión clásica y coloca a la subjetividad, y a la percepción sobre el yo y el otro, en una posición sustantiva, inclusive en la definición de la política internacional de los estados (Cabrera, 2014).

Este conjunto de trabajos persigue la finalidad de deconstruir y desentrañar los discursos históricos oficiales que en ambos países, Perú y Chile, se vierten en la colectividad a través de sus respectivas historiografías tradicionales y sus manuales escolares. Para el caso que nos ocupa —las corrientes historiográficas— hemos seleccionado la obra Historia de la República del Perú de Jorge Basadre como objeto de estudio, pues contiene los tópicos principales de la historiografía peruana acerca del Perú republicano y la Guerra del Pacífico.

Tras seleccionar la colección de Basadre, por considerarla la obra desde la que brota la periodificación oficial de la historia de buena parte del devenir del Perú independiente, y bajo el enfoque del análisis crítico del discurso histórico, indagamos las influencias ideológicas, de contexto espacial-temporal, así como las bases sobre las cuales se escriben estos relatos. Estos, a su vez, diseminan una serie de ideas-fuerza que es preciso identificar y clasificar, pues son ellas, finalmente, las que se vierten en la sociedad y se transforman en representación social, memoria e imaginarios colectivos.

Somos conscientes de las limitaciones de esta apuesta metodológica, pues se centra en lo cualitativo y porque una sola tradición historiográfica puede contar, y de hecho cuenta, con representantes que defienden puntos de vista distintos sobre uno o varios temas. Por ello sostenemos que los resultados de esta investigación, como los de las anteriores que hemos publicado, y que se construyen sobre un enfoque similar, que paulatinamente hemos enriquecido, persiguen el objetivo de establecer los ejes ideológicos y temáticos centrales de una corriente, escuela o historiografía determinada. Esto no niega la atingencia ni la circulación de otros discursos paralelos que pudiesen contradecirlos.

Nuestro objetivo es mostrar cómo se organiza la estructura del discurso oficial o tradicional en su generalidad; luego, la historia en tanto que disciplina, trata siempre de la interpretación y explicación del pasado, por lo que siempre producirá versiones diversas y atingentes, las que pueden ubicarse en tiempos ya remotos, así como en las publicaciones más recientes. Nosotros sostenemos que en eso consiste precisamente la dialéctica de la historia y que de ella se desprende su constante e interminable renovación, no solo sobre la base de nuevos hallazgos, sino, principalmente, de nuevos enfoques.

La problemática que anima este trabajo es la constatación de que la ideología nacionalista, que encontró su máxima difusión y desarrollo en el siglo XIX, y las narrativas históricas que produjo, mantienen una importante presencia en los tiempos actuales. Esta situación parece imponerse como una cuña sobre el paradigma posmoderno vigente y contradice las teorías que proponen el fin del Estadonación y de los proyectos de construcción nacionales (Beltrán, 2001; Dussel, 1995; Innerarity, 1989).

Esta persistencia del nacionalismo en un contexto posnacional, que Jürgen Habermas delinea con maestría en su ya clásico Más allá del Estado nacional (1998), es evidente en América Latina, espacio geográfico que, sin darle la espalda a los cambios paradigmáticos advenidos desde el fin de la Guerra Fría, parece adherido a la topografía de un archipiélago de estadosnacionales, en el que cada isla se aferra a su pequeña historia y en el que los puentes e intersecciones entre sus relatos son aún escasos y ocupan posiciones muy periféricas frente a la narración central o dominante.

Recientemente algunos de estos países han potenciado la recíproca integración económica, pero, al mismo tiempo, no han dejado de friccionar entre sí por cuestiones fronterizo-territoriales. Estas tensiones se definen y vivencian desde intensas experiencias patrióticas, alojadas dentro de una definición decimonónica del concepto de soberanía que requiere una urgente revisión. Al respecto, en una reciente publicación, el historiador Eduardo Cavieres Figueroa advierte, en lo referente a la relación chilenoboliviana, que también aplica a su símil peruano-chileno, lo siguiente:

Nuestras relaciones con Bolivia están muy determinadas por estos conceptos de historia oficial del siglo XIX, que en este caso, además, tiene que ver con la plena aplicación por parte de ambos Estados, en diversos sentidos, del concepto decimonónico de soberanía. (Cavieres, 2016, p. 52)

Para el caso que nos ocupa, proponemos la permanencia de la utopía liberal-nacionalista decimonónica en el discurso histórico peruano. Esta se cimienta sobre políticas estatales orientadas hacia la conformación del ciudadano moderno, plenamente identificado con la causa patriótica, con el proceso de construcción de la nación y con la sociabilidad política republicana, que se basa en el apego a la ley, las instituciones, la virtud cívica, etcétera (Anderson, 1997; Hobsbawm y Ranger, 2002; Neira, 2012).

Sin embargo, una característica particular de la historiografía tradicional peruana es que no presenta un relato homogéneo, ni mucho menos celebratorio sobre el periodo histórico que recrea. Por el contrario, un tópico fundamental en el discurso oficial acerca de esta etapa, en específico respecto del siglo XIX, es el planteamiento del fracaso de la referida utopía liberal-nacionalista.

Esta particularidad remite al diálogo que existe entre la historia — entendida como narración del pasado— y la realidad que busca reconstruir y explicar. Sobre este punto, Hayden White sostiene, refiriéndose al positivismo histórico del siglo XIX, que el relato historiográfico construye su universo de sentido dentro de su propia textualidad, de acuerdo con el estilo, modalidad argumentativa o bagaje ideológico de su autor, desgarrándolo bruscamente de los acontecimientos que supuestamente expone y explica (White, 1992, pp. 9-12).

A la perspectiva de White se opone Julio Aróstegui, quien afirma que existe una relación dialéctica entre el discurso histórico y el pasado que evoca. Por consiguiente, vincula la teoría con la realidad y sugiere que los acontecimientos y personajes que cobran vida en el relato provienen del mundo real que se encuentra extramuros del texto y que se entrelaza de manera compleja con aquella otra realidad que la narración produce. En tal sentido, aunque el texto histórico es incapaz de reproducir con exactitud los eventos del pasado, sí desarrolla un intenso vínculo con ellos, por lo que presenta niveles muy discutibles, pero al mismo tiempo aceptables, de verdad y de verosimilitud (Aróstegui, 1995, pp. 261-268).

La postura de Aróstegui ha sido recientemente refrendada por Heraclio Bonilla, quien sostiene, refiriendo a la disciplina histórica, que “el establecimiento de estas relaciones de causalidad implica el despliegue de un conjunto de procedimientos que vinculan la teoría con la realidad y que constituyen la metodología de una ciencia” (Bonilla, 2017, pp. 25-26).

Respecto de la memoria colectiva, Michael Pollack sostiene que la enmarcación de la memoria —entendida como un esfuerzo de los grupos dominantes en una colectividad dada, por dejar sentada una narración homogénea acerca del pasado grupal— no puede elaborarse de manera arbitraria. Por ello, la difusión de una historia oficial que no cumpla con mínimos requisitos de justificación y que consista en la falsificación pura y dura del pasado será rechazada por la colectividad de destino, al carecer de vinculaciones suficientes con el pasado que se intenta recrear (Pollack, 1993, p. 35).

 

Basándonos en estas premisas teóricas, sostenemos que la historiografía tradicional peruana proyecta imágenes complejas y contradictorias acerca del siglo XIX republicano debido a la imposibilidad de soslayar la intermitente pero continua interrupción del orden constitucional perpetrada por erráticos caudillos militares. A esta realidad se le sumará de inmediato otra más aterradora, el hecho maldito, el desastre de la Guerra del Pacífico, con todo lo que supuso la derrota y la ocupación chilena de la mayor parte del territorio del Perú por espacio de cuatro años.

De allí se desprende la idea del fracaso de la utopía liberal-nacionalista, o de la república misma, en tanto que proyecto político. No es casualidad que, en manuales escolares y textos de difusión, el periodo inmediato posterior a la guerra se denomine Reconstrucción Nacional, deslizando así la idea de encontrar un nuevo principio tras la destrucción y colapso de lo avanzado hasta entonces.

Por el contrario, la historia oficial peruana nos ofrece imágenes más coherentes y homogéneas del otro, es decir, de Chile. Este es definido como un sujeto ordenado pero agresivo y dado al expansionismo. La diáfana imagen de Chile en la historiografía tradicional peruana remite a la construcción, en clave nacionalista, de relaciones de alteridad entre la nación propia y las vecinas, con la finalidad de adherir el ciudadano al proyecto nacional en curso, a través de la constatación de la existencia de entidades nacionales análogas que constituyen una amenaza para la propia (Todorov, 1991; Catalani, 2003).

Como hemos ya señalado, la fuente primaria que utilizamos en la presente pesquisa es la Historia de la República del Perú de Jorge Basadre en su reedición del 2005. La elección realizada fue complicada y sencilla al mismo tiempo. Complicada porque, en sentido estricto, Basadre más que representante de la historiografía tradicional es un gran renovador que se distancia de la llamada generación del novecientos, cuyos principales representantes fueron Víctor Andrés Belaúnde y José de la Riva-Agüero, e introduce el marco conceptual de la escuela francesa de Annales a los estudios históricos peruanos, aporte que se expresa en obras tan depuradas como La multitud, la ciudad y el campo en la historia del Perú (1947) o El azar en la historia y sus límites (1973).

Sin embargo, su Historia de la República del Perú, obra monumental compuesta de varios tomos, y que motivó múltiples reediciones en vida del autor hasta la década de 1970, y otras tantas reimpresiones posteriores, se ha convertido en referente obligado al que se recurre incesantemente para periodificar las etapas de las que trata. De hecho, hasta el día de hoy, los nombres con los que el historiador tacneño denominó las fases de la era republicana se reproducen una y otra vez en textos escolares y manuales de difusión, al punto de que podemos animarnos a lanzar la hipótesis de que los imaginarios y representaciones históricas acerca de este periodo, que circulan en la colectividad, se vinculan muy cercanamente al relato que Basadre hizo de este.

Al respecto, es justo comentar la reseña que acerca de la presente temática publicase el historiador chileno Rafael Sagredo, quien sostiene acertadamente que Basadre presenta a la Guerra del Pacífico como la expiación de una serie de desaciertos, de la corrupción y la inestabilidad política peruanas desde la Independencia hasta el estallido de aquella conflagración. Al respecto dice Sagredo que Basadre:

Narra la historia de un Perú asolado por las guerras de Independencia, luego por las luchas intestinas que consumieron recursos, aquejado por lacerantes problemas de definición nacional y sometido a la secuela de trastornos que dejaron profunda huella. (Sagredo, 2004, p. 210)

El presente artículo se divide en dos partes, lo que nos permite analizar por separado los discursos acerca del Perú y de Chile que contiene la obra sujeta a pesquisa. Este procedimiento ha favorecido la comparación, al final, de los imaginarios con los que el autor recrea las características de ambas naciones.

EL PERÚ

La obra de Jorge Basadre denuncia el deficiente manejo de la administración pública por parte de la clase gobernante y cuestiona la eficacia del proyecto liberal-nacionalista decimonónico. Las negativas imágenes iniciales que describen el Perú son luego contrastadas con otras que exaltan el heroísmo demostrado por los militares y la población civil en la Guerra del Pacífico. Esta última proposición sugiere la gestación de una nación incipiente en un contexto caracterizado por la adversidad.

La crisis de la nación incipiente: el Perú decimonónico en la obra de Jorge Basadre

Desde mediados del siglo XIX, la situación financiera del Perú mostró una evidente mejoría debido al descubrimiento de las propiedades fertilizantes del guano, el abono que aves migratorias depositan en diversas islas del litoral peruano. La comercialización de este fertilizante natural permitió superar la crisis económica que devino tras la guerra de Independencia y dotó al Estado de abundantes recursos que le permitieron ampliar sustantivamente el gasto público, ensanchar el aparato estatal y realizar diversas obras de infraestructura.

Sin embargo, la historiografía peruana coincide en reconocer que los recursos provenientes del guano no fueron bien utilizados por el Estado. Esta situación, agravada por los compromisos financieros adquiridos tras la firma del Contrato Dreyfus en 1869, y por los efectos de la gran depresión mundial de 1873, habría generado una espiral de endeudamiento que propició la bancarrota fiscal y empobreció al país en los años previos al estallido de la Guerra del Pacífico.

En particular, Basadre sostiene que el Estado aprovechó mal las riquezas obtenidas de la venta del abono y que su presupuesto pasó a depender casi completamente de dichos ingresos. Estos se habrían utilizado fundamentalmente para ampliar las burocracias civil y militar (Basadre, 2005, t. VII, p. 80).

Por lo demás, una medida que adoptó el gobierno de Manuel Pardo para hacer frente a la crisis económica derivada de la gran depresión mundial de 1873 y del agotamiento de los ingresos guaneros, fue la aplicación del estanco y la posterior nacionalización de las industrias salitreras. Basadre también cuestiona esta política estatal y denuncia flagrantes casos de corrupción en su aplicación.

Sostiene el autor que los resultados de las tasaciones de la infraestructura expropiada fueron en muchos casos sobrevaluados para beneficiar a las empresas extranjeras que operaban en Tarapacá, las que habrían ejercido presión para obtener indemnizaciones excesivas (2005, t. VII, p. 270).

Asimismo, señala que el monopolio estatal del salitre resultó ser una medida ineficaz, toda vez que este nitrato también se expendía desde el litoral boliviano de Atacama. Añade que varios inversionistas de Tarapacá lograron colocar su producto en el mercado, perjudicando así el pretendido monopolio y la fijación estatal de los precios del fertilizante. Basadre concluye su reflexión cuestionando la adopción de esta medida y sugiriendo que pudieron aplicarse políticas más eficaces:

En lo que atañe al salitre, hubo que seguir pagando a los antiguos dueños y se generó el despilfarro en generosas comisiones de dinero con este motivo y otros; los consignatarios extranjeros y los bancos limeños no fueron eficaces para que en Europa diera resultados positivos el experimento, pues los intereses de esas entidades chocaban inflexiblemente. La producción salitrera en Bolivia y, en parte, la acción de capitalistas independientes en Tarapacá llegaron también hasta los mercados. Lo que pudo ser espléndido negocio bajo una administración adecuada, se malogró. Mejor que expropiar hubiese sido imponer un impuesto razonable sobre esta industria en la que, al lado de capitales extranjeros hubo, repetimos, un buen porcentaje de peruanos, merecedores de estímulo. (Basadre, 2005, t. VII, p. 273)

Para Basadre, la mala administración estatal del salitre encontró su colofón en la Guerra del Pacífico. Durante el conflicto las fuerzas chilenas ocuparon el departamento de Tarapacá y se apoderaron del nitrato y de la capacidad instalada para explotarlo. Para el autor, esta situación agravó la crisis fiscal e implicó la quiebra de diversas entidades bancarias, las que se declararon en bancarrota cuando dejaron de administrar la comercialización del salitre (Basadre, 2005, t. VII, p. 275).

Asimismo, la política de adquisiciones militares del Estado peruano en la década previa a la Guerra del Pacífico es observada por el historiador tacneño. Basadre cuestiona la negativa del gobierno a adquirir dos blindados en Europa en 1874, cuando inclusive ya se había firmado el contrato que formalizaba la compra de dichos elementos bélicos.

Sostiene Basadre que en aquellas circunstancias solo los diputados Miguel Grau y José Rosendo Carreño se opusieron a la anulación de la transacción. Recuerda además el testimonio de José Antonio de Lavalle, quien al manifestar al presidente Manuel Pardo su preocupación por los dos blindados que Chile compró en 1874, habría obtenido la siguiente respuesta: “Yo también he hecho construir ya dos blindados que se llaman el Buenos Aires y el Bolivia” (Basadre, 2005, t. VIII, p. 243). Finalmente, Basadre asocia la anulación del referido contrato con la crisis hacendaria que por aquel entonces atravesaba el país y que ya hemos referido:

Se ha visto ya en el capítulo correspondiente a la política hacendaria de 1872–1876 cómo se consignó en el Presupuesto de 1874 para la compra de armamento naval, la partida presupuestal específica suprimida al efectuarse, bajo los efectos de la tremenda crisis fiscal, la considerable economía que implicó tan grave decisión. (Basadre, 2005, t. VIII, p. 221)

Por otro lado, Basadre afirma que el Tratado de Alianza Defensiva suscrito con Bolivia en 1873 supuso un evidente riesgo para la nación, pues se asoció la suerte del Perú con la de Bolivia. Indica que, en lugar de aquel, debieron realizarse los esfuerzos necesarios para contrarrestar la superioridad naval adquirida por Chile. Sugiere que, en todo caso, la no adquisición de los blindados debió llevar al Perú a abandonar su alianza con Bolivia y a mejorar sus relaciones con Chile, para de este modo cautelar la seguridad territorial del país (Basadre, 2005, t. VIII, p. 222).

Para Basadre, la desorganización del Estado se expresó también a inicios de la Guerra del Pacífico. En aquel entonces el Perú habría carecido de un sistema tributario eficiente. Por ello se tuvo que recurrir a una política de empréstitos de emergencia, con la que contribuyeron algunos bancos. Sin embargo, la difícil situación de las entidades financieras peruanas obligó al gobierno a ampliar la base tributaria, a aumentar los impuestos y a recurrir a donativos patrióticos. Asimismo, tuvieron que suspenderse los pagos de las deudas externa e interna (Basadre, 2005, t. IX, p. 35).

En suma, Basadre cuestiona la gestión del Estado peruano, de la que se desprendió la aguda crisis financiera de la década de 1870. Denuncia, además, la comisión de una serie de errores políticos y diplomáticos. De ello se colige la situación de desventaja del Perú en la Guerra del Pacífico y, de manera específica, su inferioridad militar frente a Chile.

La crítica de Basadre a las diferentes políticas aplicadas por el Estado peruano en las décadas y años previos al estallido del conflicto configura una imagen negativa de la administración pública del país y cuestiona los resultados del proyecto liberal-nacionalista aplicado desde la Independencia y durante el transcurso del siglo XIX. Desde esa perspectiva, los imaginarios del desorden, el despilfarro y la corrupción configuran las primeras vistas del yo colectivo de la nación embrionaria.

Fuerzas de flaquezas: emerge la nación de sus cenizas

Jorge Basadre matiza sus primeras apreciaciones sobre el Perú, centradas en el desorden administrativo y la corrupción, cuando trata la participación de los peruanos en la Guerra del Pacífico. Para este caso, el autor exalta el patriotismo y vocación de sacrificio tanto de los oficiales, de las fuerzas regulares, como de los soldados y la población civil, constituida en milicias urbanas.

Un ejemplo preclaro de la voluntad combativa de la oficialidad peruana lo constituye el coronel Francisco Bolognesi, quien encontró su muerte en la Batalla de Arica, el 7 de junio de 1880, junto con la mayoría de soldados que defendieron aquel puerto. Basadre comenta el genio organizativo del viejo militar y el empeño con el que dispuso su defensa (Basadre, 2005, t. IX, p. 75).

 

Destaca también la actitud de Bolognesi ante la visita del comisionado chileno Juan de la Cruz Salvo, quien lo conminó a la rendición en el entendido de que la suerte de Arica estaba echada. El autor recuerda la respuesta del célebre coronel, la que constituye un elemento central en la retórica romántico-nacionalista peruana, que proyecta la imagen de la valentía de la oficialidad, siempre dispuesta a alcanzar el martirologio en aras de la causa nacional:

Salvo dijo que tenía el encargo de pedir la rendición de la plaza “cuyos recursos en hombres, víveres y municiones conocemos”.

“Tengo deberes sagrados, repuso Bolognesi, y los cumpliré hasta quemar el último cartucho”. (Basadre, 2005, t. IX, p. 77)

Seguidamente, Basadre exalta el patriotismo del resto de los oficiales peruanos en Arica, a los que Bolognesi reunió para refrendar en ellos su decisión de combatir hasta las últimas consecuencias. Resalta el autor el respaldo unánime que recibió el jefe de la plaza. Refiere como, uno a uno, fueron consultados sus oficiales y destaca que, a pesar de la superioridad de las fuerzas con las que debían batirse, todos aceptaron sin dilación un destino patriótico en ciernes (Basadre, 2005 t. IX, p. 79).

El historiador realza el heroísmo de la oficialidad ariqueña subrayando además la presencia de civiles junto a los militares de profesión, y menciona a acaudalados jóvenes y hombres maduros que, no obstante sus vidas prósperas, no faltaron al llamado de la patria. Entre todos ellos, el autor glorifica particularmente la gesta heroica de Alfonso Ugarte:

La emoción colectiva habría puesto, pues, un ropaje de poesía épica a una realidad esencial. Alfonso Ugarte, el millonario de Tarapacá, el joven apacible, se lanzó simbólicamente con su caballo a la inmensidad mucho antes del 7 de junio. (Basadre, 2005, t. IX, p. 90)

Un aspecto que Basadre subraya con especial énfasis es la participación de la sociedad civil en diversos episodios de la Guerra del Pacífico. Para el caso de la batalla de Arica, sostiene que la mayoría de los defensores del puerto meridional era oriunda de este y que se trataba de civiles que se enrolaron en el Ejército espontáneamente, animados por una incuestionable voluntad combativa (Basadre, 2005, t. IX, p. 89).

Asimismo, Basadre destaca la conformación de las líneas defensivas que tuvieron la misión de proteger Lima de la inminente ocupación chilena. Sostiene el autor que, para la ocasión, llegaron a la capital contingentes de todas partes del país; en algunos casos batallones e incluso pobladores andinos que fueron trasladados a la costa bajo la dirección de los terratenientes serranos. También participaron los miembros de diferentes colegios profesionales y de las oficinas de la administración pública, así como los empleados del Poder Judicial o los miembros de los gremios artesanales como plateros, herreros y fundidores (Basadre, 2005, t. IX, pp. 122-123).

Además, Basadre pone de relieve la actuación de la población indígena en la campaña de la resistencia que el general Andrés Avelino Cáceres levantó en la Sierra Central. Sostiene que se trató de héroes anónimos que pelearon valientemente a pesar de carecer de los recursos bélicos indispensables, los que, por el contrario, el enemigo poseía en abundancia. De esta manera, se destaca el heroísmo mostrado por todos los componentes de la sociedad peruana en la Guerra del Pacífico. Para el autor, la valentía de los peruanos es una singularidad que los caracteriza como colectivo, pues, desde su perspectiva, no abundan los pueblos con tal vocación de sacrificio (Basadre, 2005, t. IX, p. 293).

Basadre extiende la referida virtud a los diversos sectores sociales que componen la nación peruana. Es así como la oficialidad del Ejército, las clases acomodadas, las clases medias urbanas —artesanos, profesionales y funcionarios públicos— y la población indígena rural comparten el atributo común del heroísmo y la abnegación patriótica.

De esta manera, el autor contrapone las imágenes iniciales del caos institucional peruano y de la corrupción administrativa con otras en las que el elemento humano de la sociedad se destaca por sus virtudes. Así, el peruano colectivo parece mostrar una particular fortaleza para enfrentar desafíos. Ciertamente, Basadre enfatiza con reiteración la dispareja correlación de fuerzas militares en los enfrentamientos, la que siempre favoreció al invasor y destaca el valor de los peruanos que en toda circunstancia se sobrepusieron a la adversidad.

Finalmente, la exaltación del heroísmo de los diferentes componentes de la sociedad coadyuva a la proyección de un imaginario nacional inicial, en el que las virtudes antes enunciadas configuran las características del ser nacional. Así pues, en las bambalinas del discurso de Basadre subyace, bajo la crítica a la gestión pública, la afirmación de una nación embrionaria, engendrada sobre sólidas bases morales:

Aquellos hechos y aquellos mártires no envejecerán nunca, cualesquiera que sean los cambios y las alternativas del porvenir. Nosotros, todos nosotros, nos volveremos viejos, moriremos y entraremos en el anonimato, y a ellos, en cambio, los años no los condenarán. Y así como ocurrió, felizmente con otros hechos y con otros personajes históricos, es la de ellos, una primavera sin ocaso en este país donde ha habido y hay tantas noches tenebrosas. (Basadre, 2005, t. IX, p. 89)

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