Mujercitas

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—Mamá, quiero confesar algo.

—Lo suponía. ¿De qué se trata, querida?

—¿Quieres que me vaya? —preguntó Jo por ser discreta.

—No, claro que no; ¿acaso no te cuento siempre todo? No quería decir nada delante de las niñas, pero necesito contaros las cosas horribles que he hecho en casa de los Moffat.

—Te escuchamos —dijo la señora March con una sonrisa, pero algo preocupada.

—Os he contado que me vistieron a su gusto, pero no os he dicho que me empolvaron, me pusieron un corsé apretado, me rizaron el cabello y me dejaron hecha un figurín. A Laurie no le pareció bien, lo sé, pero no dijo nada y un hombre me llamó «muñeca». Yo sabía que aquello no estaba bien, pero todos me dedicaban elogios, me decían que estaba muy guapa y otras tonterías que no vienen a cuento. Así que dejé que me pusieran en ridículo.

—¿Eso es todo? —preguntó Jo, mientras la señora March miraba en silencio el rostro abatido de su preciosa hija sin verse con ánimos de reñirla por su insensatez.

—No. También bebí champán, salté, estuve coqueteando y me comporté fatal —añadió Meg en tono acusador.

—Sospecho que hay algo más —dijo la señora March acariciándole la mejilla.

Meg se sonrojó y dijo enseguida:

—Sí, lo hay. Es una tontería, pero quiero contártelo porque detesto que la gente diga o piense cosas así sobre Laude y nosotras.

A continuación, relató los cotilleos oídos en casa de los Moffat. Jo observó que su madre apretaba los labios al escucharla, como si le molestase sobremanera que alguien pusiese en la mente de su inocente hija tales ideas.

—Bueno, ¡en la vida he oído mayor insensatez! —exclamó Jo, indignada—. ¿Por qué no saltaste y se lo dijiste en el acto?

—No podía, me resultaba demasiado embarazoso. Al principio, no pude evitar oírlas y, luego, estaba tan furiosa y avergonzada que no pensé en alejarme.

—Espera a que vea a Annie Moffat. Te enseñaré cómo poner fin a chismes ridículos. ¿De modo que piensan que tenemos un plan y somos amables con Laurie porque es rico y podría casarse con una de nosotras? ¡Lo que se va a reír en cuanto le explique lo que esas tontas dicen de nosotros! —Jo se echó a reír como si, bien mirado, todo aquello fuese un chiste de lo más ocurrente.

—¡Si se lo cuentas a Laurie, no te perdonaré jamás! Mamá, ¿verdad que no debe hacerlo bajo ningún concepto? —dijo Meg visiblemente alterada.

—Claro que no. No repitáis nunca ese necio comentario y olvidad el asunto lo antes posible —declaró la señora March, muy seria—. No fue muy inteligente por mi parte dejarte ir a casa de personas que conozco tan poco. Seguro que son amables pero, por lo que veo, son afectadas, maleducadas y tienen toda suerte de ideas vulgares acerca de la juventud. No sé cómo expresar lo mucho que lamento el daño que te haya podido provocar esta visita, Meg.

—No lo lamentes, mamá, no dejaré que esto me afecte. Olvidaré lo malo y recordaré lo bueno. De hecho, pasé muy buenos ratos y te agradezco que me dejaras ir. No me pondré melancólica ni me mostraré insatisfecha, mamá. Sé que soy una jovencita boba y me quedaré a tu lado hasta que sea capaz de cuidar de mí misma. Sin embargo, es muy agradable que te dediquen elogios y te admiren. Mentiría si dijera lo contrario —afirmó Meg, que se sintió algo avergonzada por sus palabras.

—Eso es natural y totalmente inofensivo, siempre y cuando no permitas que tu inclinación se convierta en necesidad y cometas estupideces y actos impropios de una dama. Aprende a reconocer y valorar los elogios que mereces y busca la admiración de personas que valgan la pena siendo modesta además de bonita, Meg.

Margaret se quedó pensativa, mientras Jo, de pie y con las manos en la espalda, la observaba con interés y cierta perplejidad. Era toda una novedad ver a Meg ruborizarse y hablar con pasión sobre pretendientes y asuntos de ese tipo. Jo tenía la impresión de que, en aquellos quince días, su hermana se había hecho mayor y se había distanciado de su mundo para adentrarse en otro al que no la podía acompañar.

—Mamá, ¿tienes algún plan para nosotras, como dice la señora Moffat? —inquirió Meg con timidez.

—Sí, querida, tengo muchos, como todas las madres, pero me temo que no son los que cree la señora Moffat. Te desvelaré algunos porque creo que va siendo hora de poner un poquito de sensatez en esa romántica cabecita tuya y en tu corazón. Aún eres joven, Meg, pero no tanto como para no entender lo que tengo que decirte. Creo que ésta es la clase de conversación que una joven debe tener con su madre. A ti te llegará el turno pronto, Jo, así que escuchad «mis planes» y, si os parecen adecuados, ayudadme a lograrlos.

Jo se sentó en el brazo de la butaca y adoptó el aire de quien ha sido invitado a participar en un acto solemne. La señora March dio una mano a cada una y contempló pensativa sus jóvenes rostros antes de empezar a hablar, a un tiempo seria y animada:


—Quiero que mis hijas sean hermosas, buenas y educadas, que las admiren, aprecien y respeten. Que tengan una juventud dichosa, que se casen con un buen hombre, que lleven una existencia útil y feliz y que Dios les ahorre penas y preocupaciones. Lo mejor que le puede ocurrir a una mujer es encontrar a un buen hombre que la ame y la elija, y confío en que mis hijas conozcan esa dicha. Meg, es normal que pienses en ello; tienes derecho a albergar esperanzas y a desearlo, pero debes prepararte para que, cuando ese momento afortunado llegue, sepas cumplir con tus obligaciones y disfrutes de la experiencia. Queridas niñas, tengo planes ambiciosos para vosotras, pero no tienen que ver con que lleguéis a tener un puesto importante u os caséis con un hombre rico por el mero hecho de serlo o porque tenga una casa estupenda, sobre todo si en esa casa falta el amor y no es un verdadero hogar. El dinero es un bien necesario y valioso y, si se hace buen uso de él, se convierte en algo noble, pero no quiero que creáis que es lo más importante o aquello a lo que debéis aspirar. Prefiero veros convertidas en esposas de hombres pobres pero felices, amadas y satisfechas, a que seáis reinas en su trono, carentes de respeto y de paz.

—Belle dijo que las muchachas pobres no tienen posibilidad de encontrar un buen marido si no hacen por llamar la atención —dijo Meg con un suspiro.

—Entonces, nos quedaremos solteras —sentenció Jo.

—Muy bien, Jo. Más vale ser una solterona feliz que una esposa desgraciada o una jovencita desvergonzada ávida por encontrar marido —dijo la señora March con decisión—. Meg, no te preocupes; la pobreza rara vez aleja al verdadero amor. Algunas de las damas más distinguidas que conozco fueron muchachas pobres pero tan merecedoras de amor que la vida no permitió que se quedasen solteras. Da tiempo al tiempo. Esforzaos para que este sea un hogar feliz; de ese modo estaréis preparadas para formar el vuestro cuando llegue el momento y, si no llega, os sentiréis a gusto en esta casa. Recordad, hijas mías, que vuestra madre está siempre dispuesta a escuchar vuestras confidencias; que vuestro padre es vuestro mejor amigo, y que ambos confiamos y esperamos que nuestras hijas, casadas o solteras, nos hagan sentir orgullosos.

—¡Lo haremos, Marmee, lo haremos! —exclamaron ambas con todo el corazón antes de que su madre les diera las buenas noches.

10
EL CLUB PICKWICK Y EL BUZÓN DE CORREOS

Con la primavera llegaron nuevas formas de diversión y, al prolongarse las horas de luz, las muchachas contaban con tardes más largas para trabajar o entretenerse con toda clase de juegos. El jardín necesitaba un repaso, y cada hermana disponía de un cuarto del pequeño terreno para arreglarlo a su gusto. Hannah solía decir: «Podría decir quién se encarga de cada parcela aunque viera el jardín desde China». Y a buen seguro podría, puesto que el gusto de las hermanas difería tanto como sus caracteres. Meg solía plantar rosas y heliotropos, mirto y un pequeño naranjo. La parcela de Jo nunca estaba igual dos temporadas seguidas porque no dejaba de hacer experimentos; ese año tenía previsto plantar girasoles con idea de que las semillas alimentasen a la Tía Cockle-top y a sus polluelos. A Beth le gustaban las flores fragantes: guisante de olor y reseda, espuela de caballero, clavelinas, pensamientos y artemisa, junto con alpiste para el pájaro y hierba gatera para los mininos. Amy tenía un emparrado —bastante pequeño y desigual, pero muy bonito—, del que colgaban madreselvas e ipomeas de colores, además de azucenas, elegantes helechos y varias plantas brillantes y pintorescas que se adaptaban a las condiciones del jardín.

Dedicaban los días de buen tiempo a cuidar el jardín, pasear, remar en el río y recoger flores silvestres, y los días lluviosos recurrían a entretenimientos caseros más o menos originales. El CP era uno de sus favoritos. Como en esa época las sociedades secretas estaban muy de moda, las muchachas decidieron crear una y, puesto que todas admiraban la obra de Dickens, la llamaron el Club Pickwick, Las sesiones duraban ya un año, aunque había habido varios períodos de abandono, y tenían lugar el sábado por la tarde, en el desván, siguiendo un protocolo bastante rígido. Colocaban tres sillas ante una mesa sobre la que había una lámpara, cuatro distintivos con las siglas CP escritas en diferentes colores y una publicación semanal llamada The Pickwick Portfolio, en cuya confección colaboraban todas y de la que Jo, a la que le gustaban las plumas y la tinta, era editora. A las siete en punto, los cuatro miembros subían a la sala de reuniones, se colocaban los distintivos y tomaban asiento con aire solemne. Como Meg era la mayor, hacía las veces de Samuel Pickwick; por su afición literaria, Jo era Augustus Snodgrass; Beth era Tracy Tupman por su aspecto, y Amy era Nathaniel Winkle porque siempre trataba de hacer lo que no estaba en su mano. El presidente, el señor Pickwick, leía el periódico, en el que aparecían cuentos, poesías y noticias locales, anuncios divertidos y consejos que eran simpáticos recordatorios de faltas que debían superar.

 

En aquella ocasión, el señor Pickwick se colocó unos anteojos sin cristales, golpeó la mesa, carraspeó y, después de lanzar una mirada severa al señor Snodgrass, que estaba repantigado en su silla y se colocó bien de inmediato, empezó la lectura.

The Pickwick Portfolio

20 de mayo de 18—

El rincón del poeta

ODA DE ANIVERSARIO

Una vez más, nos reunimos para celebrar,

con este rito, solemne y solidario,

en una sede que no podemos más que alabar,

nuestro quincuagésimo segundo aniversario.

Nadie nuestro pequeño club ha abandonado,

volvemos a vernos felices las caras;

hallándonos todas en perfecto estado,

nos estrechamos las manos entusiasmadas.

A nuestro querido Pickwick, siempre atento,

le damos la bienvenida con sumo respeto.

Él se pone las gafas y ocupa su puesto

y lee nuestro boletín con contento.

Aunque está resfriado y estornuda,

somos felices al escuchar tan sabia lectura.

La tos intenta volver su voz muda,

pero él siempre está a la altura.

El bueno de Snodgrass, alto y desgarbado,

con gracia elefantina en la sala

saluda a su equipo, tan entregado,

con una alegría que en el alma cala.

El fuego poético ilumina su mirada

y, aunque lucha por resistir,

lleva la ambición en la frente marcada

¡Y en su nariz, una mancha nos va a divertir!

Entra el tranquilo Tupman a continuación,

tan sonrosado, gordete y almibarado.

De risas llena la habitación

y de la silla cae al suelo azorado.

El remilgado de Winkle también acude a la reunión

Es un modelo de buena educación

y acude bien peinado y listo para la actuación

aunque lavarse la cara cada día le parece un tostón.

Ha pasado un año y seguimos funcionando,

y mientras recorremos el camino literario,

que gloria aporta a quienes lo van caminando,

reímos, leemos y compartimos escenario.

Larga vida tenga nuestro club amado,

que nada enturbie su existencia plácida

y que los años por venir sean un dechado

de bienaventuranzas y alegría compartida.

A. SNODGRASS

EL MATRIMONIO ENMASCARADO

UN CUENTO VENECIANO

Las góndolas iban llegando, una tras otra, a la escalinata de mármol, y sus elegantes pasajeros se sumaban a la brillante multitud congregada en los suntuosos salones de la residencia del conde de Adelon. Caballeros y damas, elfos y pajes, monjes y jovencitas, todos se mezclaban alegremente en el baile. Dulces voces y armoniosas melodías flotaban en el ambiente y, entre los mirtos y la música, el baile de máscaras continuaba.

—¿Ha visto Su Excelencia a lady Viola esta noche? —preguntó un galante trovador a la reina de las hadas, que atravesaba el salón cogida de su brazo.

—Sí. Está preciosa aunque parece triste. Ha elegido muy bien su vestido. Dentro de una semana, se casará con el conde Antonio, al que detesta con toda su alma.

—¡Por Dios, cómo envidio a ese hombre! Aquí viene, vestido de novio y con una máscara negra. Cuando se la quite, podremos ver cómo mira a la elegante dama cuyo corazón no puede conquistar, aunque su estricto padre le haya concedido la mano —comentó el trovador.

—Se rumorea que ella ama a un joven artista inglés que también la pretende y al que el viejo conde desprecia —apuntó la dama cuando se unieron al baile.

La fiesta estaba en su máximo apogeo cuando llegó un cura que, tras conducir a la pareja a un nicho cubierto de terciopelo púrpura, les pidió que se arrodillaran. La animada multitud guardó silencio de inmediato. No se oía nada, excepto el rumor de las fuentes y el ronquido de los recolectores de nade Adelon habló de este modo:

—Queridas damas y caballeros, disculpen que les haya convocado por medio de un engaño para celebrar la boda de mi hija. Padre, puede empezar con el servicio.

Todas las miradas se dirigieron a la pareja de novios y un murmullo de sorpresa se elevó de los invitados al observar que ni el novio ni la novia se quitaban las máscaras. La curiosidad se apoderó de todos, pero nadie dijo nada por respeto hasta que el rito sagrado hubo terminado. Entonces, algunos de los presentes más curiosos se reunieron en torno al conde y le pidieron una explicación.

—Os la daría con gusto, si pudiera; pero solo sé que éste es el deseo de mi querida y tímida hija Viola, al que me he plegado. Ahora, queridos míos, quitaos las máscaras para recibir mi bendición.

Sin embargo, la pareja no se arrodilló. El novio se quitó la mascara para dejar al descubierto el noble rostro de Ferdinand Devereux, el amante artista, contra cuyo pecho, en el que ahora resplandecía la estrella de un conde inglés, se apoyaba la adorable Viola, bellísima y radiante de felicidad. El joven habló en un tono que dejó perpleja a la concurrencia:

—Mi señor, me negó la mano de su hija aun cuando podía jactarme de poseer tan buen nombre y una fortuna tan vasta como el conde Antonio. Aún puedo hacer más, Estoy seguro de que su ambicioso corazón no podrá rechazar la oferta del conde de Devereux y De Veré, que está dispuesto a renunciar a SU antiguo nombre y a su inmensa riqueza a cambio de la mano de su amada, ahora convertida en su esposa.

El conde se quedó de una pieza. Ferdinand se volvió hacia los asistentes, que estaban pasmados, y añadió:

—En cuanto a ustedes, mis galantes amigos, deseo que vuestros compromisos matrimoniales prosperen como el mío y que conquistéis una novia tan hermosa como la que yo he conseguido en este baile de máscaras.

S. PICKWICK

¿Por qué el Club Pickwick parece la torre de Babel? Está lleno de miembros rebeldes.

HISTORIA DE UNA CALABAZA

Había una vez un granjero que plantó una pequeña semilla en su jardín. Al cabo de un tiempo, creció y dio muchas calabazas, Un día de octubre, cuando ya estaban maduras, escogió una y la llevó al mercado. Un comerciante la adquirió y la puso a la venta en su tienda de comestibles. Aquella misma mañana, una niñita vestida de azul, con sombrero marrón, rostro redondo y nariz respingona, fue a la tienda y compró la calabaza para su madre.

La llevó a casa, la cortó en trocitos y la puso a hervir en una olla grande. Luego majó una parte y la aderezó con un poco de mantequilla y sal, para la cena; y añadió al resto medio tazón de leche, dos huevos, cuatro cucharadas de azúcar, nuez moscada y algunas galletas saladas. Puso la masa en una fuente y la horneó hasta que estuvo bien dorada, y al día siguiente una familia llamada March se lo comió.

T. TUPMAN

SEÑOR PICKWICK

Señor:

Me dirijo a usted en referencia a un pecado, el pecador es un hombre llamado Winkle que causa problemas en su club porque se burla y a veces no escribe los artículos, en un papel adecuado bueno confío en que le perdonará sus maldades y le permitirá enviar una fábula francesa porque no es capaz de inventar nada ya que tiene que estudiar mucho y no dispone de suficiente inteligencia para ello pero en un futuro me encargaré de que coja el toro por los cuernos y envíe una contribución comme il fo que para quien no lo sepa significa «como es debido» en francés he de despedirme porque es casi la hora de ir al colegio.

Atentamente,

N. WINKLE

[Lo que precede es un valiente y hermoso reconocimiento de errores pasados. Pero sería de agradecer que nuestra joven amiga repasase las normas de puntuación.]

UN TRISTE ACCIDENTE

El viernes pasado, un estruendo seguido de gritos de angustia procedentes del sótano nos sorprendió a todos. Acudimos a la carrera y encontramos a nuestro querido presidente postrado en el suelo, tras haber resbalado y caído mientras recogía leña para la casa. La escena que presenciaron nuestros ojos era terrible, puesto que en su caída, el señor Pickwick había metido la cabeza y los hombros en una tina de agua, se había derramado un paquete de jabón por encima y tenía varios desgarrones en su indumentaria. Una vez rescatado de tan peligrosa situación, comprobamos que no había sufrido daños de importancia, aunque sí algunos rasguños, y nos alegramos de añadir que ahora se encuentra bien.

LA EDITORA

ANUNCIO DE DUELO

Es nuestro doloroso deber informar de la repentina y misteriosa desaparición de nuestra querida amiga la señorita Snowball PatPaw, La adorable y amada gata contaba con un amplio y entregado círculo de amigos; su belleza atraía todas las miradas, sus gracias y virtudes cautivaban todos los corazones y el barrio entero lamenta profundamente su pérdida.

La última vez que la vieron estaba sentada junto a la verja, observando el carro del carnicero, y se teme que algún malvado, tentado por sus encantos, haya tenido la vileza de robarla. Han transcurrido varias semanas sin que tengamos noticias de ella, por lo que, perdida ya toda esperanza, hemos atado un lazo negro en su canasto, guardado su plato y llorado por ella como si nos hubiera dejado para siempre.

Un admirador ha enviado la siguiente joya:

EN MEMORIA

de S. B. PAT PAW

Lloramos la desaparición de nuestra gatita, a la que un amargo destino impide volver a descansar ante la chimenea o jugar en el jardín, junto a la vieja verja verde.

La pequeña tumba en la que reposan sus crías se encuentra junto al castaño. Pero no podemos llorar sobre su tumba porque no sabemos dónde puede estar.

Ya no verá nunca más su lecho, ahora vacío, ni su pelota. No oiremos más su amoroso ronroneo ni dará golpes en la puerta del salón para que la dejemos entrar.

Ahora, otra gata persigue al que era su ratón. Una gata con la cara sucia que ni caza con la gracia con la que lo hacía nuestra querida mascota ni juega con la misma agilidad.

Sus sigilosas patas dejan marcado el suelo donde Snowball acostumbraba a jugar y, cuando ve un perro, le bufa en lugar de retirarse con elegancia como hacía nuestra mascota.

Es una gata útil y buena, que se esfuerza por mejorar, pero no podernos cederle el lugar que la anterior ocupaba en nuestros corazones ni adorarla como a aquélla.

A. S.

ANUNCIOS

LA SEÑORITA ORANTHY BLUGGAGE, la inteligente y reconocida conferenciante, ofrecerá su célebre charla «LAS MUJERES Y SU POSICIÓN» en la sala Pickwick, el próximo sábado por la tarde, después de las representaciones habituales.

LA COCINA DEL PALACIO organiza unas sesiones semanales de cocina para muchachas. Dirige el curso Hannah Brown. Estáis todas invitadas.

LA SOCIEDAD ANTISUCIEDAD se reunirá el próximo miércoles y organizará un desfile en la planta alta de la sede del club. Los miembros deben acudir vestidos con el uniforme y con la escoba al hombro. La cita es a las nueve en punto.

LA SEÑORA BETH BOUNCER abrirá una nueva sombrerería para muñecas la semana que viene con lo último en moda parisina. Se aceptan encargos.

EL TEATRO BARNVILLE pondrá en escena, dentro de un par de semanas, una nueva obra que superará todo lo visto hasta ahora en los escenarios norteamericanos. El título de la emocionante obra es El esclavo griego o Constantino el vengador.

COMENTARIOS

Si S. P. no pasase tanto rato enjabonándose las manos, no llegaría siempre tarde al desayuno. Rogamos a A. S. que no silbe en la calle. T. T., por favor, no olvides la servilleta de Amy. N. W. no debería sentirse incómoda porque su vestido no lleve nueve pinzas.

INFORME SEMANAL

Meg: bien.

Jo: mal.

Beth: muy bien.

Amy: regular.

Al terminar la lectura (doy fe de que el ejemplar recogido en estas páginas es una copia fiel de uno que las muchachas escribieron en su momento), el presidente recibió una ovación, tras lo cual el señor Snodgrass se levantó para hacer una propuesta:

 

—Señor presidente, caballeros —comenzó adoptando el tono y la actitud de un parlamento ario—, deseo proponer la admisión de un nuevo miembro, alguien que merece tan alto honor, lo agradecería con toda el alma, aumentaría el interés de nuestro club, mejoraría la calidad literaria del periódico y aportaría alegría y buenos modales. Propongo que el señor Theodore Laurence sea miembro honorario del C. P. Venga, ¡admitámosle!

El repentino cambio de tono de Jo hizo reír a las muchachas, pero todas se mostraron nerviosas y nadie se atrevió a comentar nada mientras Snodgrass volvía a tomar asiento.

—Lo someteremos a votación —anunció el presidente—. Quienes estén a favor que digan «sí».

Snodgrass pronunció un sonoro «sí», al que siguió, para sorpresa de todas, otro más tímido de Beth.

—Los que estén en contra que digan «no».

Meg y Amy estaban en contra, y el señor Winkle se levantó y dijo con suma elegancia:

—No queremos muchachos; solo saben burlarse y molestar. Éste es un club de damas y queremos que siga siéndolo.

—Mucho me temo que se reiría de nuestro periódico y se burlaría de nosotras —apuntó Pickwick estirando el bucle que le caía sobre la frente como hacía siempre que se sentía indecisa.

Snodgrass se puso en pie y afirmó con vehemencia:

—Señor presidente, le doy mi palabra de honor de que Laurie no hará tal cosa. Le gusta escribir y mejorará la calidad de nuestra publicación, además de ayudarnos a no ser tan sentimentales. ¿No lo veis? Él hace tanto por nosotras, y nosotras, tan poco por él, que creo que al menos podemos ofrecerle un lugar en nuestro club y darle la bienvenida si acepta.

La mención a la ayuda recibida convenció a Tupman, que se levantó y dijo:

—Es verdad, se lo debemos, aunque nos asuste. Yo digo que Laurie puede venir y, si quiere, también su abuelo.

El repentino arranque de generosidad de Beth dejó a las demás boquiabiertas y Jo se levantó para aplaudir.

—Está bien, votemos de nuevo. Recordad que se trata de nuestro Laurie. Decid «sí» bien alto —invitó Snodgrass muy animado.

Sonaron tres síes al unísono.

—¡Estupendo! ¡Dios os bendiga! Ahora, sin más dilación o, como dice Winkle, «cogiendo el toro por los cuernos», dejad que os presente a nuestro nuevo miembro. —Y para asombro de los demás miembros del club, Jo abrió la puerta del armario, donde apareció Laurie, sentado sobre un saco de trapos, colorado y tratando de contener la risa.


—¡Tramposa! ¡Traidora! ¡Jo! ¿Cómo has podido? —gritaron las tres muchachas mientras Snodgrass conducía triunfalmente a su amigo hacia el centro de la estancia; acercó una silla y le dio un distintivo que le hacía miembro de pleno derecho.

—Vuestra osadía no tiene parangón, par de granujas —dijo el señor Pickwick, que intentaba adoptar una expresión ceñuda y solo consiguió esbozar una amigable sonrisa de reprobación.

El nuevo miembro, que supo estar a la altura de las circunstancias, se levantó, saludó graciosamente al presidente y dijo con su tono más encantador:

—Señor presidente, queridas damas, perdón, caballeros… Permítanme que me presente. Soy Sam Weller, su humilde servidor.

—¡Bien, bien! —exclamó Jo golpeando la mesa con el mango de un viejo calentador de camas en el que se apoyaba.

—Mi fiel amigo y noble patrocinador —prosiguió Laurie tras hacer un gesto con la mano—, cuya presentación me halaga, no merece reprobación alguna por la estrategia utilizada esta noche. Yo la ideé y ella solo accedió después de mucho rogarle.

—Venga, no te eches toda la culpa ahora; sabes que fui yo quien propuso lo del armario —le interrumpió Snodgrass, que había disfrutado mucho con la broma.

—No le hagan caso, yo soy el impresentable, señor —dijo el nuevo miembro al tiempo que inclinaba la cabeza ante el presidente en un gesto acorde con su papel—. No obstante, juro por mi honor no volver a cometer una acción semejante y, a partir de ahora, prometo trabajar por el bien de este club inmortal.

—¡Eso! ¡Eso! —vitoreó Jo mientras hacía sonar la tapa del calentador como si fuera un platillo.

—Prosiga —pidieron Winkle y Tupman, y el presidente asintió con la cabeza.

—Solo quiero decir que, como muestra de mi gratitud por el honor concedido, y con vistas a mejorar las relaciones con las naciones vecinas, he instalado un buzón de correos en el extremo inferior del jardín. Se trata de un espacio amplio y agradable, con candados en las puertas, totalmente acondicionado para el particular. Se trata de una antigua pajarera. He abierto el techo para que quepan toda clase de objetos y nos permita ahorrar nuestro valioso tiempo. Se pueden dejar cartas, manuscritos, libros y paquetes y, puesto que cada nación tendrá una llave, creo que nos será muy útil, o eso espero. Ésta es la llave del club. Ahora tomaré asiento, no sin antes agradecerles una vez más el honor que me conceden.

Se oyó un fuerte aplauso cuando el señor Weller dejó la llave sobre la mesa, el calentador sonó varias veces desconsoladamente y hubo de pasar un buen rato hasta que al fin se restableció el orden. Siguió después una larga conversación en la que todos participaron con sumo interés. La reunión resultó más animada que de costumbre y terminó bastante tarde, tras tres fuertes vítores en honor del nuevo miembro.

Nadie se arrepintió de haber aceptado a Sam Weller, que resultó ser un miembro educado y jovial. Sin duda, su presencia animó las reuniones, y mejoró la calidad del periódico porque tenía el don de elaborar frases impactantes y redactar textos interesantes sobre temas patrióticos, clásicos, cómicos o dramáticos, pero nunca sentimentales. Jo lo consideraba una especie de Bacon, Milton o Shakespeare, y se sintió impulsada a mejorar sus propios escritos, con buenos resultados, o eso pensaba.

El buzón de correos se convirtió en una pequeña institución que funcionó a las mil maravillas, ya que recibía tantas cosas como una verdadera estafeta de correos. Tragedias y corbatas, poesías y fruta confitada, semillas para el jardín y largas cartas, música y pan de jengibre, gomas, invitaciones, reprimendas y cachorros. El viejo señor Laurence celebró la idea y se divertía enviando paquetes raros, mensajes misteriosos y telegramas graciosos. Y el jardinero, que estaba enamorado de Hannah, le mandó una auténtica carta de amor por mediación de Jo. ¡Cómo se rieron todas cuando se descubrió el secreto, sin sospechar las muchas cartas de amor que aquel buzón estaba destinado a recibir en años venideros!

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