Читать книгу: «Raíces de Sentido», страница 3
C. El mito de Osiris, Isis y Horus
De Osiris e Isis nacerá Horus, dios que se encarna en el faraón y que tiene como misión preservar el orden, la justicia y la verdad, atributos que se identifican con la gran diosa Maat, como está dicho. Es también tarea del faraón garantizar “la unidad de las dos tierras”. El faraón, por lo tanto, es considerado el representante de los dioses en la tierra, pues él mismo es un dios (Horus).
HORUS
La figura de Horus –con la que se representa al faraón– representa el décimo elemento (piramideón), constituyéndose así la sagrada década del orden, que en la concepción de Heliópolis regirá tanto el cielo (a través de la Enéada de nueve dioses) como la tierra (residencia del Faraón).
OSIRIS
Por su parte, la convivencia de los cuatro dioses hermanos Osiris, Isis, Seth y Nephtys no será fácil. Se indica que el nacimiento de Osiris estuvo acompañado por señales positivas. Antes de su aparición predominaban la guerra y el canibalismo, en un estado de gran barbarismo y desorden. Muy pronto, Osiris llegará a ser el dios de la región del Delta –región donde fue siempre venerado–y luego rey de todo el Egipto. Ello le permite restablecer el orden y enseñarle a su pueblo el arte del trabajo agrícola, el respeto por la ley y por los dioses. Todo ello produce un fuerte resentimiento en su hermano Seth quién lo convence de que entre en un cajón mortuorio para luego encerrarlo y matarlo. Desde ese momento Osiris se convierte en el dios de la otra vida, del más allá donde van todos los muertos. Seth, en cambio, pasa a representar la maldad. El cuerpo de Osiris será posteriormente cortado en 14 pedazos por el mismo Seth, que serán dispersados en distintos lugares. Isis, su hermana y esposa, inicia entonces la búsqueda de todos esos pedazos. Con la excepción del pene, que había sido tragado por un pez (lo que quizás habla del gran poder fertilizante de las aguas del Nilo), logra reunir el resto de los pedazos y, luego de construirle un pene artificial, logra darle sepultura. Una segunda tradición sostiene que el pene de Osiris fue posteriormente recuperado y guardado en la ciudad de Menfis, el principal centro de poder político del Imperio. Es posible que este mito sea también la razón por la cual los sacerdotes egipcios no comían pescado.
ISIS Y NEPHTYS
Luego de la muerte de Osiris, que dejaba vacante el trono de Egipto, se produce una gran lucha entre Seth y Horus, hijo de Osiris y de Isis, que buscaba la ocasión para vengar a su padre. Con la ayuda de Isis, Seth será finalmente derrotado y obligado a retirarse al desierto, donde habita desde entonces, aunque suele sin embargo aparecer inesperadamente en Egipto para hacer el mal. Durante la lucha, Seth logra arrancarle el ojo a Horus y lo lanza al océano, donde será encontrado por Thot, dios de la sabiduría y la palabra. Más adelante, el ojo de Horus será identificado con la Luna, y se convertirá en un símbolo popular de protección, portado por muchos como amuleto. Luego de derrotar a Seth, Horus se hace del trono de Egipto, trono que en su nombre ocuparán todos los faraones, como su personificación.
Egipto produce otros mitos de la creación de menor influencia, en los cuales no profundizaremos. Uno de ellos, según nos relata Michael Rice, involucra directamente a la diosa Maat. Según este mito, “cuando el creador decidió iniciar el proceso de creación, su primer acto fue acercar a Maat a sus labios y besarla”. No nos indica Rice cual fue este dios creador. ¿Fue acaso el propio Atum en el momento anterior a su masturbación? No hemos logrado determinarlo. Nos señala también Rice un mito “según el cual el proceso de la creación había comenzado con el grito solitario de las aves acuáticas en los pantanos”. ¿Se refiere acaso a una parte de los mitos de Hermópolis Magna que hace que la creación se inicie a partir del agua? Tampoco hemos podido precisarlo. Ambos relatos, se caracterizan sin embargo por su gran fuerza poética.
D. La piedra Shabaka
Uno de los mitos de la creación más sobresalientes, no obstante, proviene de otro centro religioso, quizás el más antiguo e importante durante la historia del Egipto Antiguo. Se trata del centro religioso y de gobierno de Menfis, ciudad supuestamente fundada por Menes, creador de la Primera Dinastía y primer unificador de los dos reinos de Egipto. Como hemos dicho, Menfis se encuentra al sur del Delta, 24 kms al sur de la actual ciudad de El Cairo.
El mito de la creación de Menfis ha sido descubierto no hace mucho, pues aparece inscrito en un gran trozo negro de granito conocido como la Piedra Shabaka. Aunque no tan famosa como la piedra Rosetta, célebre por cuanto nos entregó las llaves para descifrar el mundo egipcio, la Piedra Shabaka destaca por la importancia de lo que en ella se relata. Esta es una piedra rectangular de 93 por 138,5 cms, que tiene una cavidad en el centro y varias ranuras que salen desde ahí a la periferia, pues fue usada como instrumento para moler granos en el período posfaraónico. Esta piedra fue regalada al Museo Británico por el conde Spencer en 1805.
A ambos extremos de la piedra encontramos una columna de jeroglíficos en las que aparece escrito un relato. El centro de la piedra lamentablemente se ha perdido debido a la cavidad y a las ranuras que salen de ella. Inmediatamente después que este texto comenzara a ser descifrado se consideró que nos entregaba “la más antigua formulación de una weltanschauung filosófica que conocemos”, al decir de James Henry Breasted en 1901. Los visitantes al Museo Británico difícilmente dejan de rendirle homenaje a la Piedra Roseta; pocos, sin embargo, logran apreciar el inmenso valor de la Piedra Shabaka.
PIEDRA SHABAKA
En la columna del extremo izquierdo de la piedra se nos indica que el faraón Shabaka –perteneciente a la Vigésimo quinta Dinastía, correspondiente al Período Tardío– habría encontrado en “la Casa de su padre Ptah” (refiriéndose al Templo del dios Ptah) un antiguo texto proveniente de sus antepasados, el cual, comido por los gusanos como estaba, debió ser copiado en esta piedra para asegurarle vida eterna a su contenido.
Los diferentes centros religiosos de Egipto estaban conscientes de sus diferencias y sus distintos relatos competían entre sí. Una de las modalidades que asumía esa competencia consistía en hacer que los relatos propios fueran más comprehensivos que aquellos de sus centros rivales, relatos que fueran capaces de absorber dentro de sí lo que los otros contaban. Para entender adecuadamente la mitología egipcia es muy importante relacionarla con los acontecimientos históricos que tenían lugar en el momento cuando determinados relatos emergen. La mitología egipcia no es algo estático (como en rigor no es ninguna mitología, ni ninguna teología); se trata de relatos en permanente evolución, marcados por la historia.
El mundo mitológico politeísta egipcio no sólo es expresión del reconocimiento de la existencia de las múltiples fuerzas que ellos perciben en el mundo, sino también expresión de muchos otros factores. Entre ellos cabe destacar, por ejemplo, los esfuerzos de integrar en narrativas comprehensivas los mitos locales de muy diversas regiones al interior de un amplio territorio. Muchas veces la evolución que exhiben determinados mitos y la emergencia de mitos nuevos guarda relación con cambios políticos importantes, según los cuales el poder cambia de manos y determinadas regiones ganan preeminencia sobre otras. Lo que acontece en la arena política se refleja en la esfera mitológica o simplemente religiosa. Otras veces, determinados cambios en los relatos mitológicos apuntan a desplazamientos o reestructuraciones sociales importantes. Por ejemplo, el desarrollo en el tiempo de sectores medios urbanos como resultado de la expansión de la burocracia estatal, del crecimiento de las estructuras militares, de la expansión del comercio y de las actividades productivas, así como el mismo crecimiento de las castas sacerdotales, da lugar a la emergencia de nuevas inquietudes que, a su vez, se expresan en importantes alteraciones en la topografía mitológica, ya sea mediante la aparición de nuevos mitos y la progresiva desaparición de otros, ya sea por la integración de mitos que antes estaban separados o por el cambio en la supremacía que se establecía entre ellos.
Cuando abordamos el mito de la creación de Menfis tenemos que hacernos algunas preguntas que ligan el relato mitológico con la historia política. Cabe preguntarse, por ejemplo, sobre las inquietudes que pueden haber conducido al faraón Shabaka a requerir que ese antiguo texto fuera copiado para asegurarle mayor vida. Cabe preguntarse también por el origen del texto que el faraón ordena copiar, y por las circunstancias históricas que acompañaban lo que allí se relata. Sobre todo esto se han realizado abundantes investigaciones.
El faraón Shabaka era un faraón kushita proveniente de Nubia, zona ubicada al sur de Egipto, que gobierna en el período que va de 712 a 698 a.C. Se le ha descrito como un faraón negro de la africana Etiopía. Shabaka participó en el proceso de reunificación de las dos tierras, proceso que da inicio al Período Tardío. Para afirmar su autoridad, fija su residencia en Menfis, la ciudad imperial de las murallas o de la muralla blanca, y origen del Egipto imperial. En su intento por ser percibido como expresión de una línea de sucesión con la gran historia imperial, para así asegurar su legitimidad, Shabaka busca modelar su reino a la usanza de los faraones del Reino Antiguo. El presentarse como defensor del antiguo mito de Menfis le ayuda a Shabaka en esta tarea.
¿Cuál era el origen de aquel texto que Shabaka ordena copiar? Es difícil precisarlo, y ha habido una amplia especulación al respecto. En un momento se pensó que dicho texto pertenecía al Reino Antiguo. Esa interpretación ha sido actualmente descartada y existe un elevado consenso en situar ese texto en el Reino Medio, más concretamente en el período que corresponde con la Vigésima Dinastía, el cual oscila entre los años 1186 y 1069 a.C.
Luego de la derrota de la iniciativa de Akenatón (Amenofis IV) para instaurar el monoteísmo en torno al dios Atón, la capital del imperio es trasladada por Tutankhamón desde Amarna, la capital inaugurada por Akenatón, a Menfis, centro religioso del dios Ptah. El mito de la creación de Menfis representa un esfuerzo de adecuación mitológica (religiosa) a las nuevas condiciones políticas. Sin embargo ello no se realiza reafirmando la mitología pasada, sino generando un nuevo relato interpretativo. Todo esto hace pensar que el mito de la creación de Menfis es posterior al de Heliópolis. En el mito de la creación de Menfis vemos que el concepto de la creación desarrollado por Heliópolis es absorbido y colocado en un lugar subordinado al dios Ptah, venerado en Menfis.
Aunque la presencia de Ptah en los relatos mitológicos ha sido confirmada, en el Reino Antiguo predominaban las interpretaciones mitológicas desarrolladas en Heliópolis; como nos señala Win van den Dungen, Ptah, dios venerado en Menfis, era concebido como el guardián de la unión de las dos tierras. Menfis, la ciudad de las murallas, era la ciudad dinástica por excelencia; allí habitualmente los faraones eran coronados y esta frecuentemente hacía las veces de capital del imperio, cuando los faraones instalaban en ella la residencia imperial. Se reconocía de igual forma que a través de su Gran Palabra el faraón garantizaba la preservación del orden y su lengua –encarnada normalmente en la figura del dios Thot– conducía la barca de la rectitud y de la verdad, identificados estos atributos con la diosa Maat. Hasta entonces sólo se reconocía la autoridad conferida a la palabra del faraón. Con todo, Heliópolis ya se erigía como un centro religioso de gran importancia.
E. El mito de la creación de Menfis (Men-Nefer)
Como apreciamos anteriormente, en el mito de Heliópolis, el gran dios creador es Atum, quien genera el proceso creativo a través del placer que con sus manos se proporciona a sí mismo.
Lo que postula el relato de la creación de Menfis es que, siendo válido el relato de Heliópolis, sin embargo se desconocía que el dios Atum había sido a su vez creado por el gran dios Ptah. Para Menfis, el dios creador supremo es Ptah, dios que es proclamado como “el padre de los dioses y de quien emergiera toda forma de vida”. La supremacía de Ptah sobre Atum es el núcleo de la teología de Menfis.
En la columna derecha de la Piedra Shabaka se nos relata el proceso de la creación según la teología de Menfis. Allí se indica que Ptah genera el universo a través de un doble proceso.
PTAH
Primero, el universo es concebido en su corazón. El corazón del dios es el origen primero de todo lo existente: para los egipcios el corazón es el órgano de la creatividad, el pensamiento y la voluntad. De la misma manera, el corazón funciona como memoria y sirve como síntesis de todo lo que una persona ha hecho, tal como veremos posteriormente en el mito del juicio final. Pero la participación del corazón en la creación no es suficiente.
Una vez que el corazón de Ptah ha jugado ese primer rol, se requiere que todo aquello que este concibió sea hablado en voz alta por la lengua. Es sólo cuando la lengua dice lo que el corazón ha concebido, cuando el universo es creado. Sin el poder generativo de la palabra no es posible acometer el proceso de la creación. Todo lo que se crea resulta del hecho de que Ptah declara sus nombres. No olvidemos que ya según el mito de Heliópolis era necesario que Atum se colocara su propio semen en la boca y lo escupiera para que el acto creativo pudiera realizarse.
El acto fundamental de creación de Ptah es precisamente la creación de Atum. Una vez creado Atum, a este le corresponderá seguir adelante con el proceso creativo en términos prácticamente idénticos a los señalados por la mitología de Heliópolis. Atum es, a su vez, el creador de los ocho dioses restantes de la Enéada. Pero en la medida que Ptah ha sido el creador de Atum, aquel es visto como el creador de la Enéada. No es extraño, por tanto, que se lo invoque como “Ptah el Grande, corazón y lengua de la Enéada”.
La creación, en el mito de Menfis, requiere por tanto de dos grandes protagonistas en el proceso creativo. Primero se necesita a Ptah, el Gran Creador, quien inicia el proceso a través de la creación de Atum. Pero en seguida el proceso creativo se ha continuado a través de la participación activa del mismo Atum. La idea de dos dioses creadores será retomada posteriormente en otras tradiciones religiosas.
En la línea 53 de la piedra Shabaka leemos:
“El que se ha manifestado como corazón, bajo el aspecto de Atum, el que se ha manifestado como la lengua, bajo el aspecto de Atum, es Ptah, el gran Poderoso, quien ha infundido [la vida a todos los dioses] y a sus kau”.
Y en la línea 54:
“Así se manifestó la supremacía del corazón y de la lengua sobre todos los ‘demás’ miembros, según la enseñanza [que quiere] que el corazón es el elemento dominante de cada cuerpo y que la lengua es el elemento dominante de cada boca; [corazón y boca] pertenecientes a todos los dioses, a todos los hombres, a todos los animales, a todos los reptiles, a todo lo que vive, uno concibiendo y la otra ordenando cuanto aquel desea”.
En la línea 55:
“Su Enéada está en su presencia, bajo la apariencia de dientes y labios; ellos [son el equivalente] del semen y las manos de Atum. Así pues, la Enéada de Atum nació por medio de su semen y de sus dedos; la Enéada [de Ptah], en verdad, son los dientes y los labios de su boca, que pronunció el nombre de todas las cosas, y de la que brotaron Shu y Tefnut”.
En las líneas 58 y 59:
“...es el corazón, por consiguiente, quien permite que todo conocimiento se manifieste; y es la lengua la que repite lo que el corazón ha concebido”.
“Así nacieron todos los dioses y [fue] completada la Enéada. Pues toda palabra divina cobró su ser según lo que había pensado el corazón y había ordenado la lengua. Así fueron creados igualmente los kau y las hemesut, que procuran todas las provisiones y todos los alimentos benéficos, gracias a aquella palabra.”
El mito de la creación de Menfis, tal como es relatado en la Piedra Shabaka, representa la primera manifestación histórica de que disponemos en que se afirma el poder generativo de la palabra. Esta concepción puede ser mucho más antigua, pero en el mito de la creación de Menfis tenemos un registro histórico de ella. Sabemos que este poder de la palabra no era algo que sólo le era asignado a los dioses. El texto nos señala que no sólo los dioses poseen corazón y boca, sino también los hombres y, en rigor, todo lo que vive. El faraón gobernaba haciendo uso de este poder de la palabra. A través de ella aseguraba el orden, la justicia y la verdad, de la que era responsable como representante de los propios dioses en la tierra y encarnación del dios Horus. Esta era su herramienta principal para preservar la unidad de las dos tierras, que le estaba confiada. También sus funcionarios hacían uso del poder de la palabra, según lo atestiguan diversos testimonios históricos.
Como ejemplo de lo anterior, examinemos un trozo de una inscripción grabada en las rocas de Uadi Hammamat, que recoge el relato de la expedición al país de Punt que realizó Henu, funcionario y Amigo Único del rey Mentuhotep III (2010-1998 a.C., según algunos, 2004-1992 a.C., según otros) durante el Reino Medio. El texto, mandado a escribir por el propio Henu, es pródigo en autoalabanzas en las que este se describe en los siguientes términos:
“Alguien que ha sido estimado por el que le ha hecho, de quien se dice que es útil, según la opinión de su señor; alguien que obra con autoridad en su presencia, que no presta atención a los descontentos, que pronunciando una palabra las cosas se realizan, como si fuera un dios”.
En efecto, el faraón y sus funcionarios operan como lo hicieran los dioses. Pero cada ser humano revela hacerlo de la misma manera en el ámbito particular de su dominio y autoridad, sea este el hogar, el trabajo, su propia vida. Todos somos soberanos en determinados ámbitos. Cabe sin embargo preguntarse si así como pareciéramos descubrir que operamos como si fuéramos dioses, ¿no será acaso que hemos construido a nuestros dioses a imagen y semejanza del faraón, de sus funcionarios y de nosotros mismos?
4. EL PODER DE LOS NOMBRES
En Egipto el Estado y la religión aparecen fusionados, formando un bloque compacto que resultaba esencial para preservar el orden social y garantizar la supervivencia del reino. El faraón es considerado un dios y recibe el apoyo de una poderosa casta de sacerdotes, los que a su vez cuentan con el servicio de una legión de escribas. Los sacerdotes son los guardianes del conocimiento, de los textos sagrados. Son ellos los que administran el poder mágico de la escritura y tienen acceso a los procedimientos secretos que permiten predecir las crecidas del Nilo y anticipar las sequías, una de las mayores calamidades con las que la naturaleza azota a Egipto, expresando con ello la voluntad de los dioses.
El acceso a la palabra es visto, por tanto, como un factor fundamental en la preservación del orden. Es importante destacar que los que tienen acceso al misterioso poder de la escritura son menos del uno por ciento de la sociedad egipcia. Ligados a lo anterior existen factores adicionales que le conceden a la palabra un poder particular. Ya hemos visto el papel creador, generativo, que los mitos de la creación (y muy particularmente el de Menfis) le conceden al verbo, a la palabra en su expresión activa. En ellos vemos cómo la acción de nombrar constituye las cosas y les confiere su fuerza vital.
Pero hay un aspecto adicional que refuerza el mismo sentido. El nombre es considerado la esencia del poder de la propia divinidad. No se trata tan sólo de que esta, con su palabra, manifieste el inmenso poder de que dispone. Ese mismo poder está a su vez asociado al nombre mismo de la divinidad. Los dioses egipcios son usualmente llamados por distintos nombres pero, además de esos nombres, ellos tienen un nombre oculto que mantienen en misterio. De llegar a conocerse ese nombre, quien lo conozca estará en condiciones de ejercer su propio poder sobre la divinidad. Es fundamental, por lo tanto, para un dios mantener en secreto su verdadero nombre. El nombre del dios Amun, recordémoslo, significa “el oculto”. Se trata de un nombre que hace explícito el hecho de que el nombre que se usa para nombrarlo no es su propio nombre.
El mito de Isis y del nombre secreto del dios sol (Ra) es expresivo de lo anterior. Tal mito nos relata que el dios Ra tenía muchos nombres, pero que sólo él conocía su nombre auténtico, en el cual residía la llave de su poder supremo. Cualquiera que descubriera ese nombre sería capaz de reivindicar el derecho a compartir con Ra el lugar supremo en el panteón de todos los dioses. Isis, que era muy inteligente –al punto que se decía de ella “que poseía más discernimiento que un millón de dioses”–, resolvió emplear una estratagema para hacerse del nombre de Ra.
RA
Como Ra era entonces anciano y babeaba, Isis recogió saliva que este dejó caer y la mezcló con tierra, de manera de moldear con ello un demonio en forma de culebra. No olvidemos la importancia y capacidad generativa que la mitología egipcia le confería a la saliva. Lo vimos en el mito de la creación de Heliópolis, donde la acción creativa de Atum provenía precisamente de su saliva. La saliva de Ra, en este mito, simboliza por tanto el propio poder creativo del propio dios. Sabiendo Isis que Ra solía salir a caminar todos los días por los alrededores de su palacio, buscó un punto en ese camino donde poner la culebra que acababa de moldear. Cuando Ra pasó por ese lugar, la culebra lo mordió, tal como Isis lo había previsto. El veneno de la culebra hizo de inmediato que Ra sintiera un dolor insoportable. Sin saber como curarse, convocó a todos los demás dioses y les pidió que lo ayudaran a eliminar el dolor.
Ninguno de ellos pudo hacer nada. Entonces se hace presente Isis que, conociendo la fuente del dolor, le ofrece curarlo a condición de que Ra la confíe su nombre. “Dime tu nombre, divino padre mío, pues un hombre revive cuando se le llama por su nombre”. Cuenta el mito que Ra hizo todo lo posible por mantener su nombre en secreto. “Yo soy aquel”, le decía, “que ha hecho el cielo y la tierra, el que ha elevado las montañas ...”, y guardaba para sí su nombre. “Dímelo, pues”, le replicaba Isis, “y el veneno saldrá de tu cuerpo”. Mientras más callaba Ra, más fuerte resultaba su dolor. No pudiendo soportarlo más, le señala: “acerca tu oreja, hija mía Isis, de forma que mi nombre pase de mi cuerpo a tu cuerpo”. Y al hacerlo, quedó liberado del dolor que lo aquejaba. A partir de ese momento, la diosa Isis acompaña a Ra en la cabecera del panteón de los dioses.
ISIS
Es interesante que el mito no le revele a quien lo escucha el nombre secreto de Ra; este queda en el misterio. Aparentemente, la preservación de este misterio era considerada una condición para que los dioses mantuvieran la capacidad de inspirar asombro y reverencia en los creyentes. Pero incluso los demás nombres de los dioses, aquellos por los cuales todos los nombraban proveían de un determinado poder de estos. Sólo en la medida que una fuerza tuviese un nombre a partir del cual pudiese ser nombrada, era posible que se la honrara, se le hiciera ofrendas y se estuviera en condiciones de atraerla a quien las hacía parte de su poder. Para quienes adoraban a una divinidad, saber cómo nombrarla era estar en condiciones de poder ejercer un cierto poder sobre ellas.
El carácter secreto del nombre auténtico de los dioses es reconocido en múltiples otras instancias. Un himno de la época de Amenofis II señala: “Sus nombres son múltiples, no se conoce su número”. Otro himno de la época de Ramsés II canta: “Él es demasiado grande para que se le pregunte, demasiado poderoso para que se le conozca. La muerte se abatirá sobre quien pronuncie su nombre misterioso, inconocible”. La noción del carácter inefable del nombre de Dios tendrá una muy clara influencia posterior en el pueblo hebreo.
Esto que reconocíamos para los dioses se manifiesta también entre los seres humanos. Se consideraba que el hecho de conocer el nombre de un enemigo permitía neutralizar su poder. De allí que los egipcios realizaran diversos rituales en los que escribían el nombre de un enemigo en una tablilla de arcilla o en un muñeco que simbolizaba un prisionero cautivo y, recitando las palabras mágicas que los sacerdotes les entregaban y que eran sólo conocidas por ellos, buscaban que tales personas fueran destruidas o quedaran en la total impotencia.
5. LA MAGIA DE LOS NÚMEROS
No sólo los nombres poseen en Egipto un especial poder simbólico. Lo mismo acontece con los números, que son tratados confiriéndoles dos dimensiones aparentemente opuestas. Por un lado, los números cumplen funciones extremadamente prácticas y se los considera un instrumento al servicio de desafíos concretos; aparecen involucrados en el complejo sistema impositivo egipcio, que permitía al Estado obtener los recursos con los cuales se financiaba tanto el faraón como la nobleza, la elite sacerdotal, la burocracia estatal y los ejércitos. El sistema impositivo egipcio no era uniforme, y algunos pagaban proporcionalmente más impuestos que otros. Uno de los criterios utilizados era la altura de las tierras poseídas con respecto al nivel del Nilo. Pues bien, un sistema impositivo de este nivel de complejidad requería de una capacidad de cálculo importante.
Un segundo aspecto que promovía el desarrollo de las matemáticas eran los ciclos naturales. La economía egipcia descansaba muy fuertemente en la agricultura, y ella exigía ciertos ordenamientos cuantitativos. Los egipcios desarrollaron los primeros calendarios y reconocieron el ciclo anual de las estaciones. Para estos efectos no sólo desarrollan un significativo conocimiento sobre los números, sino que impulsan simultáneamente un sofisticado estudio de la astronomía. Esto les permitía no sólo dividir el año en sus cuatro estaciones, sino también en 12 unidades de 30 días cada una, completando 360 días; más adelante añadirán 5 días adicionales. Cada una de estas soluciones era justificada mitológicamente, y existe un mito que nos explica la razón de este cambio de 360 a 365 días en el año.
NUT Y GEB
Según la versión griega de este mito, Nut y Geb gustaban de adherirse el uno al otro, tanto que no dejaban espacio alguno entre ambos. Este hábito molesta al dios Atum, quien ordena a Shu, padre de ambos y dios del aire, que los separe. Shu lo hace colocándose entre Nut y Geb, impidiendo que se tocaran. Nut, sin embargo, ya había quedado embarazada de Geb y así se ve obligada a confesárselo a Atum, quien al saberlo la insulta, aunque le permite dar a luz a su hijo. Sin embargo, le prohíbe hacerlo en cualquiera de los 360 días en los que entonces estaba dividido el año. Nut, desconsolada, pide la ayuda a Thot, dios de la palabra y de la sabiduría, quien logra convencer a Atum de que le añada al año 5 días más. Ello le permite a Nut dar a luz a sus cinco hijos: Osiris, Horus, Seth, Isis y Nephtys (nótese que en este mito Horus aparece como hermano de los otros cuatro, mientras que en otros mitos se le describe como hijo de Osiris e Isis). Durante esos cinco días adicionales, los egipcios harán grandes celebraciones religiosas en honor a estos cinco dioses.
De la misma forma como los egipcios dividían el año en 12 meses, lo hacían con el día y con la noche. Cada uno de estos tenía 12 horas, ambos sumaban 24 horas. Las horas de los egipcios, sin embargo, eran flexibles en la medida que debían mantenerse siendo 12, independientemente de la duración del día y de la noche. Mientras transcurría el año y esta medida cambiaba, era necesario hacer estimaciones diferentes para poder así calcular la misma hora en cualquier estación.
Quizás uno de los aspectos que más estimulaba el desarrollo de las matemáticas eran las crecidas anuales del Nilo. Aunque ocurría en una misma época del año, no lo hacían exactamente el mismo día y a la misma hora. Sucedía incluso que en algunos años la crecida del Nilo era muy reducida, y ello afectaba severamente la agricultura, produciendo hambrunas catastróficas, a partir de las cuales morían muchos. En algunos casos, incluso, la esperada crecida no se producía, con consecuencias incluso más desastrosas. Había otros años en que las crecidas eran inesperadamente mayores de lo habitual, lo que conllevaba otros efectos, no menos negativos. La capacidad de predecir el tipo de crecida del río representaba para los egipcios una importante aspiración, pues ello les permitía precaverse de algunas de estas consecuencias. Para ello el desarrollo de las matemáticas, administradas por sacerdotes y burócratas del Estado, confería un poder no despreciable.
En un orden de cosas diferente, las matemáticas proveían también un conocimiento muy útil para llevar a cabo importantes obras de ingeniería. Entre estas hay que destacar por ejemplo las importantes obras de irrigación desarrolladas por los egipcios. Pero quizás más importante son las grandes obras de arquitectura que nos han legado. Nos referimos a las monumentales pirámides, a los lujosos palacios y cementerios, a los templos y centros religiosos, etcétera. Todas estas obras son el testimonio del extraordinario desarrollo que los egipcios alcanzan en las matemáticas. Sin ellas, ninguna de estas obras hubiera sido posible.