Читать книгу: «Las andanzas de Lara», страница 2

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—Avenida Puerto Seco, 21 —informó Elena.

—¿Has oído? —dijo David a la voz del otro lado del teléfono.

—Sí, tío, pero, ¿qué pasa? ¿No estás currando? —las chicas y yo ya habíamos escuchado toda la conversación hasta entonces. El pizzero se levantó y salió del salón y continuó hablando.

—Vente y te cuento, que no veas lo que hay aquí. ¡Ah y traeros algo de bebida!, ¿vale?

—Joder, tío, cómo te lo montas. ¡Estoy flipando! ¡Qué cierto es que todos los tontos tienen suerte!

—¡Eh! ¡Sin faltar! Esto es la Moraleja, Alcobendas.

—Venga, va, en media hora o así estamos por allí.

Mientras tanto, en el salón, Laura se iba poniendo cada vez más roja y más nerviosa. Vicky intentaba calmarla, diciéndole que no iba a pasar nada. Que estuviera tranquila. Que allí nadie iba a hacer nada que no quisiera. Laura se levantó y se fue al aseo a echarse agua en la cara.

—Elena, ¿tú te acuerdas que mañana salimos de viaje, no? —pregunté.

—Sí, ¿por? —contestó Elena.

—¿Cómo que por qué? Son las diez y media de la noche. El vuelo sale a las 8:15 de la mañana. Tenemos a un desconocido en la cocina llamando a sus amigos. Llevamos copas de más...

—Es mi casa y la que no quiera estar que se largue. Y yo no pongo ninguna pistola en la cabeza para que bebáis. Aquí alguna, y no miro a nadie, no debería estar haciéndolo y no he dicho nada —no dije nada a Elena, me levanté y me largué a la cocina, donde estaba el pizzero, que ya había colgado el teléfono y buscaba en la nevera algo para comer.

—Las cosas no son así —le dijo Vicky, que era la única que quedaba en el salón—. Laura está fatal, en el baño, y mañana tenemos un vuelo.

—¡Venga, tía! Nos tomamos unas copas más con estos y luego que se larguen —dijo Elena sin hacer ni caso del drama de Laura, mientras se preparaba otro gin-tonic. Vicky se acercó al baño donde estaba Laura y desde fuera se oían los sollozos.

—Laura, ¿estás bien? —preguntó Vicky.

—Sí, ya salgo —dijo Laura mientras se limpiaba los mocos. Se oyó cómo bajaba la tapa del baño y se acercó a la puerta—. Venga, Laura, abre —pidió Vicky.

—No puedo.

—Venga va...

—Que no puedo, que no se abre...

—Déjate de bromitas, coño...

—¡Que no, tía! ¡Que no se abre! —Laura comenzó a dar puñetazos a la puerta y gritó— ¡que no se abre, joder!

—¿Qué pasa? ¿Qué es este escándalo? —preguntó Elena mientras se acercaba al baño.

—Que no se abre la puerta de tu baño —le contestó Vicky.

Elena rompió en una carcajada sin fin, derramando un poco de su gin-tonic en la tarima.

—¡Todo esto es por tu culpa! —dijo Laura, dando una patada a la puerta.

—¡Eh! ¡Quietita, guapa! Que como la jodas la pagas. Y a mí no me culpes de nada que nadie te ha obligado a venir a mi casa. ¡Remilgada! Que no das un paso sin que tu novio Edu te dé permiso.

—Y tú eres una zorra egoísta que desde que has visto al pizzero solo has pensado en zumbártelo como a tantos. No piensas en que mañana salimos de viaje, no, solo te dejas guiar por el GPS de tu entrepierna. ¡Egoísta!

—¡Virgen!

—¡PUTA! —un silencio sepulcral se hizo en la casa. Laura apoyó su espalda en la puerta y se deslizó hasta quedarse sentada en el suelo del baño—. Lo siento, lo siento, Elena. Solo quiero que pasemos una noche relajada las cuatro. Mañana madrugamos mucho...

Elena movió la manilla hacia arriba y tiró de la puerta hacia ella. Algún mecanismo se movió por dentro.

—Si te levantas del suelo ya puedes salir —dijo Elena secamente.

—La puerta se entreabrió y apareció Laura sofocada, despeinada y con unos chorretones de la máscara de pestañas corriéndole por ambos lados de la cara. Se acercó a Elena, que permanecía inmóvil al lado de la puerta, y la abrazó. Elena al principio se quedó más tiesa que un palo, pero al oír a Laura susurrándole perdón ella también le abrazó y comenzaron las dos a llorar sin consuelo.

—Te quiero, tía.

—Y yo a ti.

—Ale, guapo —le dije al pizzero en la cocina—, largo, aquí la fiesta se ha acabado.

—¡Pero qué dices, niña! ¡Mis amigos están en camino! ¡Yo de aquí no me muevo!

—Pues les llamas y les dices lo que te dé la gana, pero tú de aquí te largas ya o llamamos a la policía y les decimos que has intentado pasarte.

—Eso no se lo cree nadie. Sois cuatro y yo uno —dijo todo digno él.

—¿Quieres probarme, chato? —dije, chasqueando los dedos como una auténtica choni.

—¡Estáis locas, tías! ¡Estáis muy locas! Yo me largo de aquí —el pizzero fue corriendo al salón, cogió su cazadora y el casco. Salió de la casa tropezándose con todo por el camino, incluido ese felpudo tan hortera que tiene la madre de Elena en la puerta que pone Wellcome.

—¡Dios! ¡Estáis muy buenas, pero muy locas! ¡Malditas Evas! —dijo, girándose hacia nosotras mientras iba a por su moto, que había dejado aparcada enfrente de la casa.

Por fin, cerramos la puerta y rompimos en una carcajada imposible de parar.

—¿Sabéis lo mejor? —dijo Elena entre risas— ¡Que no le hemos pagado la pizza al filósofo! —continuamos riendo como si no hubiera mañana—. Así que esa noche, con el pedo y tal, se aliviaron tensiones y cenamos gratis.

Me llevé las manos a la frente, yo ya sabía lo zumbadas que estaban mis amigas, pero lo del pizzero ya me parecía la ostia en verso.

—¡Aiba, diez! Si soy yo no salís con vida —dije descojonándome.

—Espera, espera —me dijo Carla, tocándome en el hombro— que todavía te queda lo mejor —Laura, totalmente roja se levantó del asiento y sin decir palabra se marchó hacia el baño.

—Qué valiente eres —le espetó Elena y Carla siguió contándome.

—Al día siguiente, sonó el móvil a las seis de la mañana. Poco a poco nos fuimos despertando e íbamos pasando por chapa y pintura a turnos. A las 7:30 ya estábamos todas monísimas de la muerte, esperando a que llegara el taxi que habíamos llamado para que nos acercara al aeropuerto. Aunque el pobre taxista puso todo de su parte y pisó el acelerador de tal manera que para las ocho menos cuarto llegábamos al aeropuerto, era más que tarde. Corrimos como alma que lleva el diablo. Llegamos al primer control policial y piiiiiii, el arco comenzó a pitar.

—Señorita, por favor, deposite todos los objetos metálicos que lleva en la bandeja. Y pase de nuevo —ordenó la policía a Vicky.

—Eso he hecho.

—Le repito que por favor deje todos los objetos metálicos en la bandeja —Vicky revisó los enormes bolsillos de su pantalón hippie y ahí encontró una argollita de esas que usa para hacerse sus propias joyas.

—Disculpe, tenía esto, no lo había visto —la policía no dijo nada, solo señaló de nuevo la bandeja mientras se dirigía a Vicky con una mirada de perra.

—Joder, Vicky, ya te vale —le dije yo mientras pasaba el arco, que el muy maldito volvía a pitarme a mí.

—¿Y ahora qué, Carla? —se burló Vicky.

—Señorita, por favor, deposite todos los objetos metálicos en la bandeja —volví a revisar mis bolsillos, pero yo sin embargo no encontré nada de metal, tan solo una goma para el pelo, la cual deposité porque llevaba una chapita, aunque estaba segura que eso no podía pitar.

Piiiiiiiii.

—Señorita, por favor, retírese del arco y venga conmigo —la policía comenzó a sobetearme de una manera digamos que poco profesional. Volvió a pasar un detector de mano y no encontró nada.

—Disculpe, será un error, pase... —diciendo esto, la policía volvió al arco de seguridad, agarró el walkie y dio el parte a su superior. Yo, mientras tanto, recogía mis pertenencias al otro lado del escáner.

—Señorita, por favor, abra la maleta —dijo el policía sentado al otro lado del escáner a Laura. Laura se puso roja como un tomate.

—Pero... —Laura empezó a hiperventilar y nosotras con ella porque quedaban tan solo diez minutos para que cerraran la puerta de embarque a nuestro avión.

—¡Laura, ábrela, venga, que vamos a perder el vuelo! —le gritó Elena.

—Señorita, por favor, abra la maleta —Laura abrió su maleta y en ella aparecieron toda clase de botes con pastillas y líquidos, ropa y un vibrador. Nosotras comenzamos a descojonarnos, ya que ella predicaba el celibato y la abstinencia sexual a los cuatro vientos.

—¡Mira la mosquita muerta! Jajajajajajaja.

—¡Por favor, silencio! Señorita, ¿sabía usted que no puede viajar con líquidos en cabina?

—¡La madre que te parió! —escupió Elena cada vez más cabreada.

—Disculpe, con las prisas lo he metido sin querer... —el policía cogió los botes y los tiró inmediatamente sin preguntar nada más. Laura solo quería que la tierra la tragara, su amiguito Pepe había salido a la luz y su mayor objetivo era cerrar la maleta cuanto antes.

—Señorita... —el policía tenía en ese momento los botes con pastillas en las manos... Laura es muy dada a automedicarse, pero como no le gusta que los demás sepamos que se está metiendo para el cuerpo lo lleva en botecitos blancos, de estos que usan los americanos para sus medicaciones. Sin etiquetas, ni símbolos— ¿y esto?

—Nada, es mi medicación —el policía abrió uno aleatoriamente y comprobó que se trataba de ibuprofeno... Los botecitos eran pequeños y supervisó finalmente uno por uno. Al ver que se trataba de medicación, los dejó en la desordenada maleta.

—Señorita, ya puede cerrarla.

—Muchas gracias —dijo Laura para el cuello de su camisa. Recogió como pudo su maleta y la apoyó en el suelo. Justo cuando se disponía a organizarla de nuevo milimétricamente, Elena se la cerró de golpe y se sentó encima.

—¡Vamos, lo que faltaba! Echa los seguros. Venga. Nos toca correr y mucho, que perdemos el vuelo —llegamos a nuestra puerta de embarque y estaba siendo medida la maleta de la última persona.

—Han llegado justo, señoritas. Por favor, metan de una en una las maletas por aquí —dijo una azafata muy amable, señalando una especie de jaula donde teníamos que encajar el equipaje.

—¿Y esto? Pregunté.

—Si no entran en esta estructura deberán facturarlas o comprar una maleta de las nuestras. 85 euros cada una. Son estas que tenemos aquí —todas las maletas pasaron por la jaula menos la de Laura, que Elena había forzado sentándose encima de ella, quedando un bulto en el medio de la maleta. Así que viendo lo que pasaba, Elena se volvió a sentar empujando la maleta hacia abajo de esa jaula y la maleta pasó.

—Ale, ya ve que todas entran ahí —mientras tanto, Laura se angustiaba porque la maleta si había pasado, pero ahora no podía sacarla y su maleta comenzaba a vibrar. El traqueteo en la jaula fue evidente para todos.

—Tu amiguito parece que protesta ahí dentro. Jajajajaja —le dijo Elena descojonándose. La señorita, muy amablemente, le ayudo a liberarla. Parecía que tenía mucha práctica en ese menester. Laura abrió su maleta de nuevo y pudo comprobar cómo su Pepe se movía. Lo apagó sin mediar palabra y lo escondió entre una chaquetilla que se llevaba por si con el frío de la isla se cogía algún constipado. Cerró la maleta, caminó cabizbaja, sin mirar a nadie y temblándole la mano, hacia la puerta de embarque.

—Ya pueden pasar, señoritas. Que tengan un buen viaje —nos dijo la azafata, que no quitaba la vista de la maleta de Laura.

—Joder, ahora entiendo porque Laura ha salido de estampida —dije mirando hacia la puerta del baño. Carla se limpió las lágrimas de la risa y cogió aliento.

—Espera, espera —repitió—. Pasamos todas al finger que nos conducía al avión y tras nosotras se cerró la puerta. Elena había reservado los vuelos con un extra, es decir, que no teníamos que esperar a que todo el mundo midiera su maleta, sino que éramos una especie de pasajeras VIP, lo cual nos aseguraba unos buenos asientos, ya que no eran numerados. Pero, como habíamos llegado las últimas, tan solo quedaban asientos en la cola del avión. Como todas sabemos ya después de este viaje, son los peores asientos en los que puedas viajar. El avión iba completo. Tan solo quedaban dos asientos en la última fila y dos en la penúltima, pero en el lado opuesto. Elena y Vicky se fueron a la última y Laura y yo nos sentamos en los restantes.

—Carla, por favor, no me dejes en la ventanilla —me dijo Laura con una voz entrecortada.

—Mejor, siempre me ha gustado observar lo que pasa, si se quema un motor o falla algo mejor enterarse de primera mano, ¿verdad?

—¡Calla! No enredes al diablo —dijo Laura, cogiendo con su mano el crucifijo que colgaba de su cuello, y empezó a rezar un padre nuestro.

—Eso, reza, que le estás poniendo los cuernos a tu novio con Pepe —gritó Elena vacilando a Laura desde su asiento—. Laura comenzó a hiperventilar.

“Buenos días, bienvenidos a la compañía de vuelo ChurryanAir, nuestro viaje durará aproximadamente dos horas. En nombre del comandante, en el de la tripulación y en el mío propio, les deseamos un feliz viaje. A continuación, nuestra compañera Gina Jones les informará sobre el uso del chaleco salvavidas y de las salidas de emergencia del avión. En caso de una situación de riesgo, sigan las instrucciones de nuestro personal de vuelo.”

—La azafata, Lara, que te juro que tenía una pierna ortopédica, porque no se sostenía, nos enseñó cómo atarnos y soplar al mismo tiempo en el chaleco. Elena dijo que ella, si había turbulencias, no soplaba, porque decía que iba a dar positivo en alcohol.

“Nuestras azafatas tienen a su entera disposición la lotería Rascagón, con la que un pasajero en nuestro anterior vuelo fue premiado con más de cincuenta millones de euros. También tenemos a su disposición una amplia gama de cigarrillos electrónicos de diferentes sabores y, por supuesto, nuestra exquisita carta de alimentos saludables y nuestras bebidas refrigeradas. Les recordamos que está prohibida la utilización de cualquier sistema electrónico durante el despegue y el aterrizaje. Gracias por su atención. Juegue siempre a Rascagón.”

—Y así, Lara, durante dos horas de vuelo. Que si Rascagón, que si un filetito de ternera que parecía la suela del zapato, que Laura rezando para que el avión no se estrellase en el mar por las turbulencias... mil veces le dije que eso era porque viajábamos en cola. Y la otra pesada, que no, que no, que hay una avería. Que no nos lo han dicho. Que la culpa la tiene Elena por coger los billetes tan baratos.

—Tócate los cojones, Mari Pili —dijo Elena, dando golpe con la taza de café en la mesa—. Y yo medio dormida, mira, me tocó tanto la moral que ya no pude menos que saltar.

—Anda, vete al baño con tu amigo Pepe y hazte un favor y así de paso nos lo haces a todas, porque vaya viajecito nos estás dando.

—Después de dos horas infernales en las que al fin conseguimos que Laura se callara, aterrizamos en el aeropuerto del sur de la isla de Tenerife. Muy bonito todo. Aquí las maestras no cayeron en la cuenta de que Vilaflor, que es el pueblo en el que Elena nos había reservado las habitaciones, estaba a tomar por culo del aeropuerto.

—Pero si había un símbolo de autobús en el Google Maps —interrumpió Elena.

—Sí, cariño, pero tú sabes que pasan por un barranco, ¿verdad? Y que los horarios son como son. Además, ¡qué coño! Que solo subían autobuses de jubilados allí, al hotelito con encanto de los cojones. Total, que nos tuvimos que coger un taxi en el aeropuerto para que nos acercara, pensando que estaba cinco minutos en coche. Y yo no sé si el taxista nos vio cara de palurdas o es que todos los boletos para tontos nos los habían dado a nosotras, pero nos pegó una clavada que nos dejó temblando.

—Bueno, me vas a negar también que el hotel estaba de puta madre —dijo Elena.

—Si obviamos los quinientos jubilados que subían a bailar el pasodoble y a restregarse la cebolleta con nosotras aprovechando el día del abuelo feliz, sí estaba de puta madre el hotelito. Aunque hubo quien le sacó mucho más provecho que nosotras —Carla miró hacia la puerta del baño y preguntó en general—, ¿y esta valiente?, ¿dónde está?

—Con Pepe —contestó Vicky.

—¡Qué me estás contando! ¿Qué pasa con Laura, tía? —dije, aguantándome la risa.

—Que qué te estoy contando, mira... —Carla se pinzó la nariz—, al llegar al hotel, nos recibió una recepcionista que era la viva reencarnación de Angelina Jolie pero con los ojos negros. Aquí la amiga, que ya sabes que desde el curso pasado le da igual cesta que ballesta —señala a Elena—, puso su caidita de pestañas y le dijo: “Ay, te hemos reservado unas habitaciones a nombre de Elena de la Calle Montera. Soy yo, encantada.” La recepcionista, que en ese momento estaba con sus cosas, le dijo: “señorita Montera, sus habitaciones todavía no están listas”, y siguió a lo suyo. A lo que Laura no pudo evitar añadir: “Ay, por favor, no me digas eso que vengo con ganas de vomitar desde el avión. Que en esta isla no tenéis más que curvas y barrancos. Ahora que hago yo. Estoy con una fatiga...” La recepcionista levantó la vista y dulcemente se dirigió a Laura: “Ay, mi niña, pobrecita, véngase conmigo.” Total, que Elena se quedó con un mosqueo de cojones.

—Si es que... dios da pañuelos a quien no tiene mocos —dijo Elena.

TENERIFE SHORE


Laura se encontraba aún mareada y estaba más blanca que el papel de fumar. Carla y Vicky estaban fuera fumándose un cigarrillo cuando un recepcionista llamó a Elena. Apagaron el cigarrillo que acababan de encender y entraron nada más recibir el WhatsApp de Elena avisándolas.

—Por favor, la señorita De la Montera —dijo amablemente.

—Perdone, De la Calle Montera —contestó Elena al señor que estaba detrás del mostrador. La recepcionista buenorra ya había desaparecido.

—Aquí tienen las llaves de sus habitaciones. Tienen que atravesar la piscina e ir al otro edificio. Suban por la escalera a la cuarta planta y giren a la izquierda. Caminen hacia el fondo y las dos habitaciones últimas son las de ustedes. Si necesitan algo, no tienen más que llamar por el teléfono de las mismas.

—Disculpe, en serio, ¿cuarta planta?, ¿no tienen ascensor? —dijo Elena, que ya comenzaba a enfadarse.

—Lo siento mucho, señoritas. El ascensor se averió hace dos días y estamos esperando a que el servicio técnico pueda venir a repararlo— explicó el recepcionista.

—¿Cómo? ¡Pero qué me está contando! Primero nos hacen esperar más de media hora a que nos den la habitación. Ahora me dice que tenemos que ir hasta otro edificio y no solo eso, que tenemos que subir cuatro plantas con las maletas. ¡Vaya servicio! ¡Esto es una vergüenza! Quiero la hoja de reclamaciones ya... —gritó Elena.

—Señorita, cálmese, por favor. Estamos solucionándolo, ya no está en nuestra mano. Ahora le facilito una hoja de reclamaciones, está en su derecho, por supuesto —el recepcionista salió del mostrador y desapareció de su vista.

—Elena, venga, déjalo, solo quiero tumbarme en una cama, nada más —dijo Laura, cortándose una náusea.

—¡Qué dices! Si te dejas, se aprovechan de ti. Así te va a ti por la vida... ¡No! Voy a poner ahora mismo una reclamación —justo acababa de pronunciar Elena esas palabras cuando apareció la recepcionista.

—¿Qué ocurre, niñas? ¿Les han dado ya las llaves de sus habitaciones? —preguntó dulcemente con ese acento isleño mirando a Laura—. ¿Cómo se encuentra mi niña Laura? —todas se giraron para mirar a Laura, ¿cómo sabía su nombre?

—Algo mejor, muchas gracias, Noa. —contestó Laura. Vicky, Carla y Elena inmediatamente volvieron la vista hacia la recepcionista.

—Disculpe, después de estar esperando un buen rato a que nos dieran las habitaciones, su compañero nos ha informado que el ascensor del otro edificio está averiado. Así que le he pedido una hoja de reclamaciones y ha ido a por ella.

—Sí, mi niña, así es. Uno de nuestros clientes habituales, que tiene más de 70 años, se quedó el pobrecillo encerrado en él. Tardaron bastante en venir del servicio de mantenimiento del hotel, ya que sucedió durante la noche. Cuando se abrieron las puertas, el hombre estaba en el suelo, con una mano en el pecho y semiinconsciente. Pensábamos que le había dado un infarto. Pero finalmente todo quedó en un susto. Los técnicos dijeron que una de las piezas que se había roto del mecanismo había que pedirla a Alemania y que tardaría por lo menos dos días. Ahora, que susto se llevó el anciano... —le informó Noa con gran dulzura, mirándole a los ojos y agarrándole una mano.

—Vaya... bueno, quizá me he precipitado. Dígale a su compañero que no es necesaria la hoja de reclamaciones —contestó Elena, bajando totalmente la guardia al ser derretida por la mirada de Noa—. ¡Vamos, chicas!, ¡qué ganas tengo de darme una ducha!

—Sí, te vendrá bien, con agua fría —dijo riéndose Carla.

Las cuatro chicas cogieron sus maletas. Pasaron por la piscina, que en ese momento estaba abarrotada de personas mayores y algún niño.

—¡Santo dios! —exclamó Carla.

—No blasfemes —contestó una Laura mareada.

—No he blasfemado. Elena, ¿dónde coño nos has traído, tía? —preguntó Carla.

—Ya estamos... —Elena no se giró y siguió andando hasta el otro edificio. El resto la siguió.

—Bueno, ya hemos llegado —Elena abrió la puerta de la entrada dando paso al resto. —Por aquí, chicas —dijo, señalando la escalera. El ascensor efectivamente estaba precintado a la espera de ser reparado.

—Tía, Elena, ¿dónde coño nos has traído? —le recriminó Carla.

—¡Mira, me tenéis más que harta ya! Si no os gusta esto os cogéis el próximo avión y me dejáis en paz —Elena siguió subiendo las escaleras sola.

Comenzaron a subir las escaleras. Laura, en la primera planta, se paró dejando su maleta en el suelo y se apoyó en la pared.

—Chicas, no puedo más...

—Venga, Laura, que ya solo quedan tres plantas —la ánimo Vicky.

—Que no puedo, de verdad —dijo, cortándose una arcada—, necesito un baño o lo que sea.

—¡Vamos, floja! —gritaba Elena desde la segunda planta.

Laura no pudo más y empezó a vomitar a chorro.

—¡Dios! ¡Qué asco! —gritó Carla.

—Pero acércale eso —dijo Vicky, señalando una papelera del edificio. Laura no dejaba de vomitar.

—¡Qué dices! Paso, si quieres hazlo tú —dijo Carla con una arcada. Justo en ese momento bajaba Elena de la segunda planta.

—¡Joder, tías, qué coño hacéis, que es para hoy! ¡Dios, parece la puta niña del exorcista! Jajajajajaja —Elena le acercó la papelera y le agarró la frente—. Si es que no puede ser, tanta ansiedad te va a matar. Anda, échala toda.

Por fin, Laura se recompuso un poco y subieron a las habitaciones. Estaban contiguas, como había dicho el conserje, y se comunicaban por la terraza. Ahí afuera no había límites. Laura y Vicky se hospedaron en la 412. Carla y Elena en la 413. Sacaron las maletas, se ducharon y bajaron a comer. Después se echaron todas una siesta de esas de pijama y orinal. Por fin fueron despertando. La primera en salir fue Carla, que se encendió un cigarrillo y se apoyó en el barandilla de la terraza a observar la piscina. Solo había una mujer o eso parecía desde esa altura. Comenzó a hacer largos sin parar.

—¡Bu! —alguien la asustaba agarrándole por detrás. Carla se giró y comprobó que era Elena.

—Joder, tía, qué susto me has dado.

—¿Qué haces aquí solita, guapa?

—Vaya, pues sí que te ha renovado la siesta. Pero ya me puedes soltar, ya sabes que yo soy más de ballesta.

—Jajaja. Tenía que intentarlo, tienes un culito... —dijo Elena, soltándola y poniéndose a su lado en la barandilla.

—Hablando de culos, no se le ve bien desde aquí, pero ahí tienes a una pedazo mujer nadando sin descanso.

—¿Cómo sabes que es una mujer?

—Lo es, te lo digo yo. Esa manera de nadar es de una mujer. Lo que pasa es que está fibradilla.

—Ummm. Qué ganas me están dando de bajar. ¿Te vienes?

—Venga, va, vamos. Aunque me da una pereza andando... bueno, así me pillo una Coca-Cola, que estoy atontada perdida —confirmó Carla.

Elena y Carla bajaron a la piscina. Se cogieron dos hamacas y se tumbaron. Carla, al poco, se levantó.

—Ahora vengo, voy a por el refresco, ¿quieres algo?

—Sí, otra coke, please, aquí te espero, admirando el bello paisaje.

Carla fue al bar del hotel. Elena, sin disimulo alguno, se quedó admirando cómo la mujer de la piscina ejercitaba su cuerpo. Las luces de la piscina se encendieron, facilitando el acceso visual al cuerpo de la escultural mujer. Nadó un par de largos más y comenzó a subir por las escaleras. Carla llevaba razón. Era una pedazo mujer con un cuerpazo de escándalo. Fue andando hacia la ducha, se quitó el gorro y comenzó a quitarse el cloro. El agua caía acariciando su cuerpo. Elena se estaba poniendo más que nerviosa, porque justo unos jubilados con un andador estaban pasando en ese preciso momento. Se puso en pie e hizo como que iba hacia el bar, acercándose con disimulo a donde estaba la pedazo morena. Justo la nadadora cerraba el grifo y se daba la vuelta para recoger su toalla.

—¡Eh, mi niña! ¿Qué tal están ustedes? —la nadadora era Noa, la recepcionista buenorra.

—Vaya, no sabía que eras tú —Elena ya se estaba tomando confianzas—. Nadas muy bien —le dijo con una amplia sonrisa.

—Sí, aprovecho un ratito para desestresarme. Después de cenar, continúo pinchando para ustedes.

—¿Para nosotras?

—Sí. Bueno, no. Para todos los huéspedes del hotel, claro. Esta noche hay fiesta ahí —dijo señalando un provisional escenario al otro lado de la piscina mientras se ponía la toalla alrededor del cuerpo a modo de pareo y recogía su neceser—. Tengo que dejarle.

—No me trates de usted, Noa, ya nos conocemos.

—Nosotros hablamos así, pero haré el esfuerzo de hablaros de “tú”. Por cierto, ¿qué tal está mi niña Laura?

—Ahí arriba está durmiendo. Supongo que ya se habrá levantado —dijo Elena, señalando a la cuarta planta.

—Hola, Noa, ¿qué tal? Así que eras tú la sirena... Elena, aquí tienes tu coke.

—Muchas gracias por lo de sirena. Sí. Discúlpenme, tengo algo de prisa. Elena, lo dicho, están invitadas a la fiesta de esta noche. Les espero. Digo, os espero. Lo intento... digo lo de no hablarles de usted.

—Tranquila, habla como quieras... —dijo Elena, totalmente embelesada por esos ojos negros profundos. Noa se dirigió al edificio principal.

—Joder, joder, joder... tenemos que ir a esa fiesta sí o sí —dijo Elena toda ilusionada.

—¡Qué dices! Pero si estará lleno de ancianos —contestó Carla.

—¿Qué vamos hacer? ¿Quedarnos en la habitación? Pues haced lo que os dé la gana. Yo me bajo sí o sí —contestó con rotundidad Elena—. Vamos a ver si la “Tiquis” y Vicky se han despertado ya.

Elena y Carla subieron a las habitaciones. En la terraza, sentadas, ya estaban Vicky y Laura, que desde allí arriba habían visto que habían estado hablando con alguien.

—¿Qué tal estás, “mi niña”? —dijo Elena burlonamente.

—Estoy mejor, graciosilla —el teléfono móvil de Laura sonaba dentro de la habitación. Laura se levantó de la silla de la terraza y entró a contestar.

—Hola, Edu, cariño. Perdona por no haberte llamado antes —Laura volvió la puerta de la terraza para que las demás no la escucharan.

—¡Puaj! ¡Qué asco me da ese tío! Seguro que la pobre Laura tiene más cuernos que los renos de Papá Noel. A mí no me la dan con eso de “virgen hasta el matrimonio”. Ella con “Pepe el vibrator” y él con alguna profesional para que le guarden el secreto, o con algún profesional. Porque anda que no es fino ni nada el chico. Hipócritas... —dijo Elena.

—Hija, Elena, a ti que más te da, ¿no? De lo suyo gastan —contestó Vicky.

—Sí, de lo suyo gastan, pero que no sean tan hipócritas. Que no digan una cosa y hagan otra. Que parecen el presidente de este país, ¡coño ya! Me ponen enferma... —Elena resopló. Se levantó de la silla de nuevo y agarró su Coca-Cola. Fue al minibar de su habitación y cogió un botellín de whisky.

—Elena, deja eso, que nos van a clavar.

—¡Hala, tía! ¡No me seas tacaña! Que por un mini whisky no te vas a hacer pobre... —Elena ya estaba vaciando el botellín en la media lata que le quedaba de Coca-Cola y salió a la terraza de nuevo—. ¿Habéis visto lo que ha pasado abajo, en recepción? —se sentó con el resto en la mesa de la terraza.

—¿Lo de la hoja de reclamaciones? ¿También vas a poner una hoja por el whisky? ¿Está malo o qué?

—Está cojonudo. Hablaba de lo que ha sucedido con la recepcionista y Laura. Ahí hay tema, estoy segura.

—Elena, estás paranoica, deja el whisky, anda... la virgen con una mujer.

—Os lo digo yo, si queréis hacemos apuestas —Elena abrió un poco más la puerta de la terraza de la habitación de Vicky y Laura.

—No, cariño, no hace falta que vengas ni que me compres un billete on-line. Ya me encuentro mejor. Que no, amor. No te preocupes, las chicas ya sabes que me cuidan mucho. Claro que te esperaré, hasta el matrimonio, pero tú también, ¿eh? No seas malote, además se te nota mucho cuando mientes... —Elena, al oír todo esto, hacía gesto de meterse los dedos para vomitar—. Amor, tengo que dejarte, ¿vale? Luego después de cenar te llamo de nuevo. Te quiero mucho —Elena volvió a colocar la puerta como estaba anteriormente.

—¿Veis? ¡Dan asco! Y esta es una mosquita muerta. ¡Ja!, me río yo de las mosquitas muertas... —dijo Elena, dando un trago a su cubata de lata—. Quiero hacer una porra aquí y ahora —anunció Elena entre mirando por la puerta para comprobar dónde estaba Laura—. Me apuesto trescientos euros a que la “Tikis” se folla a alguien en esta isla.

—¡Tía, estás muy loca! En serio, deja el whisky... —dijo carcajeándose Carla.

—¡Venga, valientes! ¿Quién se atreve?

—Yo digo que no. Laura es muy fiel a su novio. Yo no puedo tanto, pero cien euros a que sale virgen de la isla.

—¡Sí y fiel a su Pepe, no te jode! ¿Virgen? ¿Pero aún crees eso? La virginidad ya la perdió con Pepe. ¿Y tú, Carla?

—Yo apuesto como Vicky, doscientos a que no se lía con nadie.

—¡Hecho, chicas! Si se lía con alguien, me debéis trescientos euros. Si no, os los debo yo a vosotras.

Las chicas se agarraron de una mano para sellar el pacto cuando Laura entró por la puerta...

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