Las mil y una noches personistas

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Las mil y una noches personistas
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Sobre este libro

Treinta y cinco autores reunidos para descifrar un fenómeno que superó hace rato los límites de un movimiento partidario o de una plataforma política para convertirse, claramente, en una clave cultural, en una mitología local e irrepetible. En estas páginas circulan, como dice Luis Gusmán en su prólogo, setenta y cinco años de historia signada por las figuras de Eva Duarte y de Juan D. Perón: la fiesta, la resistencia, la caída, el regreso, el triunfo. A los que deberían sumarse los sueños y utopías que solamente el peronismo logró vestir de realidad.

A esta celebración han sido convocados autores de toda laya, los consagrados y los noveles, los peronistas, los antiperonistas y los neutrales, a fin de amplificar, por así decirlo, la mirada sobre un fenómeno sin el cual sería imposible explicar el devenir de la nación argentina: Rafael Bielsa, Virginia Feinmann, Horacio González, Teodoro Boot, Vicente Battista, Juan Sasturain, Miguel Rep, Ana Arzoumanian, Claudia Cornejo, Jorge Alemán, Alejandro Tarruella, Beatriz Pustilnik, Carlos Piñeiro Iñiguez, Hugo Barcia y Luis Tedesco son algunos de los convocados.

La selección de los textos fue hecha por Gustavo Abrevaya y Leonardo Killian, mientras que prólogo y posfacio corrieron por cuenta de Luis Gusmán y Pedro Saborido.

En síntesis, una suma de historia argentina que es, como dice Pedro Saborido, una realidad paralela, una página que se resiste al análisis objetivo. Pero también, en este caso, una oportunidad: la de escribir sobre el tormento y la bendición de ser argentinos.



Las mil y una noches peronistas: relatos sobre el peronismo del nuevo milenio / Rafael Bielsa ... [et al.];compilado por Gustavo Eduardo Abrevaya; Leonardo L. Killian.–1a ed. -Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Granica, 2019.Libro digital, EPUBArchivo Digital: descarga y onlineISBN 978-950-641-996-71. Antología de Cuentos. I. Bielsa, Rafael II. Abrevaya, Gustavo Eduardo, comp. III. Killian, Leonardo L., comp.CDD A863

Fecha de catalogación: Septiembre de 2019

© 2019 by Ediciones Granica S.A.

Diseño: Diseño: Christian Argiz

Conversión a eBook: Daniel Maldonado

Lavalle 1634, 3º

C1048AAN, Buenos Aires, Argentina

Tel.: +5411-4374-1456 / Fax: +5411-4373-0669

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Tel.: 1158549690

Impreso en Argentina en agosto de 2019.

1a. edición–Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

© 2019 Granica

Hecho el depósito que marca la ley 11.723.

No se permite la reproducción parcial o total, el almacenamiento, el alquiler, la transmisión o la transformación de este libro en cualquier forma o por cualquier medio, sin el permiso previo y escrito del editor. Su infracción está penada por las leyes 11.723 y 25.446.

Las obras reproducidas de Daniel Santoro (1954) son:

Perón cumple, Evita dignifica.

Niños peronistas combatiendo al capital.

Invierno de 1955.

Paseo por Ciudad Evita.

Recuerdo de Plaza de Mayo 1955.

Índice

Sobre este libro

Palabras liminares, por Gustavo Abrevaya y Leonardo Killian

Prólogo, por Luis Gusmán

Noches 1 a 334 (EL ORO)

El mensaje secreto de los inválidos, por Rafael Bielsa

El espíritu de Perón, por Virginia Feinmann

Escuditos, por Jorge Alemán

Cora volvió a trabajar, por Celeste Abrevaya

Relojito, por Ezequiel Bajadish

Gracias a Evita, por Teodoro Boot

Tita votó, por Beatriz Pustilnik

Aquella visita, por Carlos Dámaso Martínez

Cuestión de tiempo, por Miguel Gaya

Sopa de generales, por Osvaldo Contreras Iriarte

La pasión según San Martín, por Mario Goloboff

El regalo de mamá, por Marta San Martín

La única verdad es la realidad, por Vicente Battista

Reyes del cincuenta y uno, por Marcelo Luján

Noches 335 a 668 (EL HIERRO)

Piskasti, por Ana Arzoumanian

Cabecita, por Luis Tedesco

El vendaval y los juncos, por Ezequiel Bajder

La llamada, por Daniel Sorín

Nosotros Los Monos, por Gustavo Abrevaya

De gorilas y pomelos, por Mercedes Pérez Sabbi

El robot argentino, por Leonardo Killian

Carta desde la retaguardia, por Javier Chiabrando

Roxana Capitana, por Carlos Balmaceda

E lucevan le stelle, por Juan P. Csipka

Noches 669 a 1001 (La memoria)

Nell, por Horacio González

Las máscaras del General, por Alejandro C. Tarruella

El General Perón va en coche y vive, por Juan Sasturain

La lluvia en el pasado, por Elizabet Jorge

Los cordones de los borceguíes desatados, por Mariano Abrevaya Dios

El mito de la eternidad, por Hugo Barcia

 

Manos, por Claudia K. Cornejo

Sin pájaros en el cielo, por Pablo Mourier

1 de julio, por Ernesto Gonet

El “ratón alemán”, por María Inés Krimer

Los Reyes Magos peronistas, por Juan Diego Incardona

El peronismo en la nuca, por Miguel Rep

El farmer de Port Howard, por Carlos Piñeiro Iñíguez

Posfacio, por Pedro Saborido

Sobre los autores

Créditos editoriales



A la memoria de Eva Piwowarski.

A Sahia y Ulises, que son el mundo nuevo.

A Susy, siempre.

L. K.

A Alberto Szpunberg.

G. A.

Se diría que las aguas del Riachuelo nunca corren

pero hay botes semihundidos sin embargo en esas aguas;

esos botes semihundidos que en un tiempo navegaron

y esas lanchas que hoy navegan

no navegan –se diría– ni nunca navegaron.

Junto al Riachuelo hay cafés donde hay hombres que beben

y nada pasó –se diría– ni nunca pasa nada,

el olor es pesado como aguas que no corren

y viene de las fábricas

donde estos que beben trabajan,

cuando estos hombres que beben hacen huelga

los puentes sin embargo se levantan

y se diría que el Riachuelo apurara sus aguas;

con los puentes arriba

sería más lindo que por los puentes cruzar en lancha

y hay menos olor y menos humo

el día que estos hombres que beben no trabajan,

hubo un día –eso sí– en que estos hombres que beben

cantaron por las calles, qué muchachos,

y cruzaron con botes que hacían agua.

Alberto Szpunberg

17 de octubre

Perón cumple, Evita dignifica.

Palabras liminares

por Gustavo Abrevaya y Leonardo Killian

Una antología es una selección de autores. De sus relatos, de sus deseos y sus fantasías. Un autor escribe desde lo más hondo de sí; por eso, llevar adelante esta selección supuso un cuidado especial, una responsabilidad que debe verse reflejada en los hechos. Algunos autores ingresan, otros quedan afuera, y a veces hasta es posible dar explicaciones respecto de tal o cual elección. Ocurre también que, a veces, no hay nada que hablar. Calidad literaria, cumplimiento de la consigna, honestidad intelectual, disposición a aceptar la crítica y las eventuales modificaciones que el editor pudiera sugerir fueron condiciones durante la gestación de la colección que hoy presentamos. Sentimos un gran orgullo por la selección final, por los nombres que figuran en este índice. Autores muy conocidos conviven con autores noveles; eso es, de entrada, la puesta en práctica de un concepto presente desde el comienzo: esta antología debía ser democrática o no habría tenido sentido.

El concepto “peronistas” jamás supuso adhesión ideológica, pero sí respeto. “Todos somos peronistas”, decía Perón. Una humorada, acaso, pero no era verdad y nadie lo sabía mejor que el viejo General. Ser peronista es una forma de ser argentino y ser antiperonista, qué duda cabe, también.

“Son incorregibles”, decía Borges, y tal vez no estaba tan equivocado. No sabemos si lo son, pero, le gustara o no, la Argentina contemporánea no podría comprenderse sin el peronismo. El peronismo entra en la historia del país para modificarla definitivamente. Para desconcierto de propios y ajenos basta con ver piropos y ensañamientos como bonapartismo, populismo, fascismo y otros etcéteras con que se intenta vanamente cambiar el nombre de la criatura nacida en 1945.

Entre el mensaje jacobino y proletario, y la siniestra Triple A, hay un océano de grises y de desafinadas partituras que cantan la misma marcha. En esa sopa se cocinan las contradicciones argentinas más genuinas, y la Historia –esa vieja chismosa que espía tras las puertas– tiene una mirada piadosa y una sonrisa cruel. “En esta mesa comen todos”, parece decir la vieja señora. Estas narraciones, esta muestra azarosa y variopinta que oscila entre el drama y el humor, este mosaico tan nuestro revela que el peronismo puede ser también un género literario. El cine, la literatura y el arte en general parecen comprender mejor que los rígidos tratados sociológicos y políticos, de qué estamos hablando.

Por eso nos propusimos juntar estas voces que nos cuentan viejas y nuevas historias, con gigantes y plebeyas convertidas en princesas, monstruos voladores y las hazañas cotidianas de la gente simple: los cuentos de las mil y una noches peronistas.

Prólogo

por Luis Gusmán

Es posible que una antología temática sobre el peronismo sea irreductible. Uno de los nombres del peronismo es el de movimiento peronista. Quizás una antología debería responder a esa palabra. Una mitología que siempre se está haciendo. Los tópicos, los lugares y las fechas están, pero quedan trasvasados y atravesados por este movimiento. Ya sea que se cuente la gesta o que se narre la tragedia. Como ocurre con toda antología, esta también incurre en la arbitrariedad. En un juego de inclusiones y exclusiones.

Prefiero mitología porque se sustrae a lo partidario. Y movimiento lo vuelve un libro militante, no por responder a una consigna, sino porque cada cuento ha sido causado por una militancia.

El título está tomado de la clásica versión de Antoine Galland y del libro autóctono de Draghi Lucero: Las mil y una noches argentinas. Es posible que la extensión sea quizás excesiva (Mil y una noches peronistas), pero ¿quién podría negar que el peronismo también lo es? Si hubo gobiernos que repartieron la caja de pan, el peronismo repartía pan dulce, sidra y juguetes. Eso lo cuenta Diego Incardona en su relato “Los Reyes Magos peronistas”, para referir a una epifanía barrial y devolver esa palabra a una ocasión festiva, a la noche en vela de niñas y niños esperando la llegada de los Reyes Magos y, a la vez, arrebatando la epifanía de una circulación poetizante.

Voy a contar la anécdota de un niño peronista. Como en muchos de estos cuentos, hijo de padres antiperonistas. Está con su madre en el velatorio de Evita, en el edificio de la CGT. Ella es profundamente radical como su marido, que ha estado preso por imprimir panfletos contra Perón.

Esa noche fría forman parte de una larga cola. El chico se descompone y lo llevan a una de las ambulancias que estaban estacionadas a lo largo de la calle. Le dan Licor de las Hermanas y el chico se repone. Los hacen sortear la cola y entran con su madre y un señor en una silla de ruedas llevado por su hija. La gente silba. Piensan que se han colado. Entran. En el recinto está el cajón donde yace el cuerpo de Evita. La madre levanta a su hijo para que la pueda ver y besar el vidrio que cubre el cajón. El vidrio está empañado de besos.

Con el tiempo, el niño contará la historia, solo que agregará que quien lo levantó fue el general Perón que estaba al lado del féretro, y no su madre. ¿Quién podría desmentir que fue así? Ni siquiera él mismo. Además, tenía ocho años. En sus sueños, Evita levita, flota. Ese niño era yo. Esos eran mis padres.

Este libro está atravesado por esa ruptura ideológica entre padres e hijos. Como lo cuenta a través de una película tras otra, con ese original recurso, Rafael Bielsa en “El mensaje secreto de los inválidos”. Tal vez, por esas coincidencias, el mismo inválido que acompañó a ese chico de ocho años. Pero también están los hijos de militantes peronistas, o aquel chico con dotes de agente secreto, apuntado por Teodoro Boot, que se aposta en la terraza de su casa a la espera de que el avión negro del General surque el cielo de Buenos Aires.

En el peronismo hay un pasaje del avión a los aviones. Del Pulqui de industria nacional, tan bien mostrado en el documental del director Marcelo Céspedes –con la “mirada codirigida” de Daniel Santoro– al avión negro, a los Glosters que bombardearon la Plaza de Mayo.

Esta antología está atravesada por la infancia; no sé si por la inocencia. Miradas que no llegan a dilucidar una realidad que, por secreta, se puede encontrar en un juguete. Un chico no puede esperar un juguete. Lo quiere tener. Quizás sucede lo mismo que con esta antología: no hay tiempo para la promesa. Se hizo.

Las frases de Perón fueron quedando en la historia, no solo del peronismo. Incluso algunas plagiadas, pero que de todos modos eran de Perón. Quién podría dudarlo. Citarlas todas sería hacer un diccionario peronista. Vicente Battista titula su cuento con una de ellas “La única verdad es la realidad”.

En cada velada una historia se va agregando a otra, las cuenta Scherezade para salvar su cabeza. Siguiendo la lógica de la obra de referencia, las historias se fueron agregando, en orden vagamente cronológico, como en un collar de perlas o como las cuentas de un rosario; sí, hay algo de joya y de reliquia en cada historia.

Es posible que este también sea un libro interminable. Solo bastará nombrar algunos tópicos que aparecen en estos cuentos. El 45, el 11 de noviembre de 1951, cuando se instala legalmente el voto femenino; el 55, el 17 de octubre, el 16 de junio, en ocasión del bombardeo de Plaza de Mayo, el regreso de Perón, el 73, Ezeiza.

Pero también, a la noche iluminada le sigue, como muchas veces sucede históricamente, una noche oscura; tales como podrían ser la historia del aprendiz de brujo y por si las tres moscas, como llamó Ramón Alcalde al grupo de tareas conocido como Triple A. Esa iconografía siniestra ha sido reflejada certeramente por Marcia Schvartz en su obra pictórica.

El cuento de Horacio González no es un relato festivo. No existe lo que se llamaba “un día peronista”. No hay sol. Se trata de un sobreviviente que en Ezeiza recibió un balazo que lo dejó paralítico y que un año más tarde se suicidó al borde del Río de la Plata. Aquí la economía narrativa es como un percutor seco, ya que el mismo personaje apoya la pistola sobre su cabeza y gatilla.

Por supuesto, hay una topografía antiperonista que va desde la interpretación de “Casa tomada”, de Cortázar, o de Invasión, con guión de Borges y Bioy, donde el peronismo es un plasma que avanza sobre nuestra ciudad, como esa mancha que se ve en la película de ciencia ficción La mancha voraz.

Hay una apuesta a escritores militantes, en el sentido de que posiblemente su escritura apueste a un corte que no puede ser reducido a su temática ni a su filiación. Corte que Beatriz Guido, en un artículo de los años setenta, llamó “Los negritos de la literatura”, refiriéndose a Enrique Medina, a Jorge Asís y al que escribe este prólogo.

Hay escritores que han marcado lo que no alcanza a ser un período, pero sí un corte. Megafón y la guerra, de Leopoldo Marechal; los hermanos Lamborghini; Leónidas, con “Eva Perón en la hoguera”, Osvaldo, con “El fiord”; “Esa mujer”, de Rodolfo Walsh; “Evita vive”, de Néstor Perlongher; Fredi, de Héctor Lastra; “Cabecita negra”, de Germán Rozenmacher; El señor Galíndez, de Tato Pavlovsky.

 

El interior peronista. Me refiero al hogar peronista: un corpiño y un retrato de Perón. Bastaría ver un solo cuadro de Daniel Santoro para entrar en una casa peronista. En el interior de esa casa, cuando la voz del locutor dice “Son las 20.25, hora en que Eva Perón entró en la inmortalidad”. Abundan en estos relatos los pequeños ritos de interiores, la comida simple y honesta del hogar proletario, los juguetes anhelados, las veredas como extensiones del hogar, los olores, los sabores, para tratar de cercar con el recuerdo las imágenes de un tiempo ido, un tiempo de regalos peronistas, de lecturas peronistas, de pasiones en conflicto.

En su cuento “El ratón alemán”, María Inés Krimer describe la escena de esta manera: “Además de los corpiños, las medias sobre las sillas y el retrato de Perón en la pared, ahora la menor había conseguido un novio que tocaba el clarinete en La Armonía”.

Y es que desde el principio el peronismo fue una lucha. Una voz que se transformó en voces. “Perón, Perón”, y en la voz de Hugo del Carril. Una voz que atravesó el Riachuelo, cuando cruzar el puente y el Riachuelo era una de las manifestaciones de un pueblo sublevado.

La Marcha Peronista, un cántico de barricada y de conquista y sublevación, y por otro lado un coro extraño que se puede convertir en amenaza, como en el cuento de Ana Arzoumanian. Esa marcha contada con una dureza crudamente bella, en una fábrica donde despiden a un obrero, y conviven un padre antiperonista y su hija.

La Marcha y la marcha en la cabeza del “cabecita negra”, y el fragmento “descamisado”, titulado “El cabecita negra”, de Luis Tedesco, en que la expresión en diminutivo hace del color una forma de la segregación.

Los cuadros, las pintadas y los afiches se multiplican y es de rigor pasar a un plural. En el relato de Gustavo Abrevaya, “Nosotros Los monos”, el hogar se extiende y el espacio peronista se transforma en club: “El club se llamaba ‘Unidos o dominados’ y tenía un cuadro de Evita Montonera, pero alguien había pintado encima de la puerta ‘Nosotros Los monos’”. El motivo se vuelve una zoología selvática de gorilas que combaten con monos. El cuento de Abrevaya habla de esas pintadas que poco a poco invadían la ciudad hasta transformarla en una pintada peronista. Algo parecido ocurre con el relato de Miguel Gaya, pero esta vez lo que invade la ciudad es el fantasma de un viejo camión que ha servido de altavoz del peronismo en todas sus etapas y que vuelve, siempre vuelve, porque jamás se fue. Fantasmas que replican en la narración de Dámaso Martínez. O en la búsqueda de Mario Goloboff entre escombros patrios manchados de lirismo. O en el contrapunto perfecto enhebrado por Marcelo Luján, donde después de la pelea del Mono Gatica con Ike Williams, y de su derrota en el primer round, una noche de Reyes –el 5 de enero de 1951– en el Madison Square Garden, se convertiría en una noche nefasta, ya que Perón, que estaba en la habitación contigua escuchando la pelea, debía comunicarle a su mujer el último parte médico que, evidentemente, no era bueno.

“El peronismo en la nuca” como bien lo dicen las postales de Miguel Rep, va y viene. El peronismo en la nuca y en grafitis es un peronismo en movimiento.

Todavía falta su frase final, como él mismo lo decía: “Estoy descarnado”. Si tomamos una frase del cuento “Las manos”, de Claudia K. Cornejo, “El cuerpo embalsamado de Perón no opuso resistencia”, es posible que el General estuviera en lo cierto.

Pero no solo la muerte de Evita sino la del General, el viejo, el conductor, Perón a secas, el héroe de las mil caras, según el poema de Sasturain parodiando el poema de Borges El general Quiroga va en coche al muere.

El espiritismo es una voz. Es lo que capta el cuento de Alejandro Tarruella: “¡Compañeros! Llamó el General en persona, le escuché la voz y era él”. El peronismo comienza siendo la voz del General.

El espiritismo –lo he visto de chico en alguna reunión espírita– es proclive a una cartografía entre celestial y megalómana. El relato de Virginia Feinmann lo cuenta perfecto. En esa ocasión, bajaron los espíritus de San Martín y de Belgrano. “¡Queremos hablar con Perón!… La copa se movió”. Sí, se trata del Movimiento.

También el peronismo puede ser un velo tenue, un telón de fondo, para relatar las desventuras del muerto que no quería morir, es lo que dice el cuento de Hugo Barcia.

A través de estos relatos pasan setenta y cinco años de historia. La fiesta, la caída, la resistencia, el regreso, el triunfo. Incluso la utopía territorial, cuando Perón recupera las islas Malvinas, como sucede en el fantástico relato de Carlos Piñeiro Iñiguez. El General se transforma en un héroe trágico y hasta se desliza al género de la parodia en el cuento “El robot argentino”, de Leonardo Killian, que inventa el robot de fabricación nacional.

Como ante toda enumeración, el lector dispone de la licencia de leer tanto las presencias como las omisiones. Pero ¿qué escritor argentino de mi generación –e incluyo a los otros autores citados en este prólogo– no ha pasado por ahí?


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