Teorías del Imperialismo y la Dependencia desde el Sur Global

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El más activo —y último— de los numerosos grupos populistas revolucionarios fue la ya mencionada organización Narodnaia Volia. Karl Marx había leído sus programas políticos (Marx y Engels 1980: 14; Wada [1975], en Shanin 1990: 85-86); se carteaba con ellos e incluso sintió gran simpatía por ciertos planteos que destacaban la posibilidad de un camino no capitalista para la revolución rusa. Su carta a la redacción del periódico ruso Otiéchestviennie Zapiski [“Anales de la patria”] de fines de 1877 y su correspondencia del 8 de marzo de 1881 con Vera Zasulich —incluyendo sus varios borradores manuscritos de la misma— constituyen una contundente evidencia al respecto (Marx y Engels 1980: 31-65). Marx incluso vio con buenos ojos el atentado que estos populistas revolucionarios realizaron el 1 de marzo de 1881 contra el zar Alejandro II, según le confiesa a su hija mayor Jenny Marx Longuet, a quien le escribe el 11 de abril de 1881: “¿Has seguido el juicio de San Petersburgo contra los autores del atentado? Son gente que vale mucho, sin actitudes melodramáticas, sencillas, serias y heroicas [subrayado N. K.]. Gritar y hacer son contrarios inconciliables. El Comité Ejecutivo de San Petersburgo, que actúa tan enérgicamente, lanza manifiestos de «moderación» refinada. Esto está muy lejos de la forma pueril en que Most y otros llorones infantiles predican el tiranicidio como «teoría» y como «panacea»” (Carta de Karl Marx a Jenny Marx Longuet, 11/4/1881, Marx y Engels 1980: 14; Marx y Engels 1973a: 316-319).

Pero aquel antiguo populismo más tarde se cristalizó, entró en crisis (tras la represión que siguió al ajusticiamiento en 1881 del zar Alejandro II) y se empecinó, contra toda evidencia empírica, en negar: (a) que el “empobrecimiento del pueblo” (en especial del campesinado) no invalidaba la transformación de la economía natural en economía mercantil y esta en economía capitalista, que necesita, precisamente, dicho empobrecimiento para transformar a los productores directos —empobrecidos y expropiados— en fuerza de trabajo, es decir, en mercancía disponible en el mercado; y (b) que la formación social rusa, a pesar de su evidente desarrollo desigual interno, había comenzado a ser incorporada al sistema capitalista mundial en plena expansión. Por eso el populismo de la década de 1890 en adelante adopta un carácter notoriamente diferente al populismo revolucionario de décadas anteriores (Tvardovskaia [1969] 1978: 82-87). Contra este otro populismo, en el cual se van diluyendo los círculos vinculados a la lucha armada y adquieren mayor peso los escritores “legales” ya desvinculados de las organizaciones clandestinas de antaño, discute y polemiza el joven Lenin en sus escritos, desde 1893 en adelante. Recordemos que Lenin, después de leer con pasión a Chernishevski (muy admirado, reiteramos, por Alexander Ulianov), comienza a estudiar seriamente El Capital en 1888, al año siguiente de la ejecución de su hermano. Un lustro después, en 1893, ya maneja con fluidez incluso el libro segundo de El Capital, publicado por Engels en 1884.

La tesis teórica de los populistas legales, que a partir de la década de 1890 publicaban en periódicos y también en libros (dejando atrás la etapa de clandestinidad y confrontación armada), insistía con que era lógicamente “imposible” que el capitalismo mundial avanzara sobre Rusia debido a que, en una interpretación forzada de los esquemas de reproducción del libro segundo de El Capital, la burguesía rusa, supuestamente, “no podía realizar el plusvalor”, por la debilidad de su mercado interno (y la pobreza campesina), en ausencia de un sólido mercado externo.

Dos de los principales exponentes de esta unilateral interpretación fueron Vasili Pavlovich Vorontsov (su seudónimo era V. V.) y Nikolái Frántsevich Danielsón (sus seudónimos eran varios: N.-on; Nikolái-on y On). Este último no solo se había carteado con Marx desde 1868 hasta la muerte del maestro (Marx, Danielsón y Engels 1981), sino que había traducido El Capital al ruso, completando la traducción de Germán Lopatin, otro populista de la primera época revolucionaria.

El joven Lenin, sumergido hasta el cuello en estas primeras polémicas, aunque a lo largo de toda su vida y su obra nunca abandona el antietapismo de los populistas radicales (Díez del Corral 1999: 68-69) —como quedará en claro los meses clave, desde abril a octubre, de 1917—, comienza a reflexionar sobre la subordinación que el sistema mundial capitalista en expansión ejercía sobre la formación social rusa, cuya burguesía dejaba caer lágrimas de cocodrilos por “la pobreza del pueblo” pero al mismo tiempo desarrollaba el capitalismo cada vez más en distintas ramas de la industria.

Más allá de los deseos y el imaginario “anti-occidentalista” de la cultura populista de antaño, empíricamente se podía demostrar que las relaciones sociales capitalistas estaban desarrollándose en extensión y en profundidad en distintas ramas y sectores fundamentales de la economía de la vieja Rusia de los zares, transformando “la economía natural” en economía mercantil y esta en economía capitalista (Lenin [1893] 1958, T. 1: 104-105). Desde esos materiales encontramos las primeras búsquedas, bases y reflexiones de su teoría madura sobre la economía mundial y el imperialismo, con su ya inocultable influencia en las sociedades coloniales, semicoloniales, periféricas y dependientes y su predominio sobre las formaciones sociales hasta poco tiempo atrás con débiles vínculos hacia el mercado mundial.

El análisis de esta problemática y las polémicas que la acompañaron, recorrerá varias obras del joven Lenin, por lo menos hasta 1899, cuando tras pasar años recluido en Siberia, publica El desarrollo del capitalismo en Rusia. En la mayor parte de esos textos, Lenin cuestiona a los populistas de la década del 90 del siglo XIX, principalmente a Vorontsov y Danielsón, aunque en ¿Quiénes son los «amigos del pueblo» y cómo luchan contra los socialdémocratas [1894] también somete a crítica la obra del sociólogo populista N. K. Mijailovsky, quien defendía una perspectiva subjetivista en el campo sociológico.

El núcleo de la argumentación de Lenin frente a la supuesta “imposibilidad lógica” del capitalismo para Rusia, sostiene que el problema de la realización del plusvalor (y la reposición ampliada de todas las partes del producto social, sea en su forma valor —subdividido en capital constante, capital variable y plusvalor—, sea en su forma material —sector dedicado a la producción de medios de producción y sector dedicado a la producción de medios de consumo—), no depende del comercio exterior (Lenin [1897] 1958, T. 2: 152-154 y [1899b] 1957, T. 3: 36-37, 42-43). Además, agrega, que “la desproporcionalidad de sectores de la producción capitalista no deja fuera de su accionar al subconsumo” (Lenin [1897] 1958, T. 2: 158; Lenin [1898] 1958, T. 4: 56; Sweezy [1942] 1973: 206; Marini 1979a).

En síntesis, casi pedagógica, Lenin remata sus polémicas juveniles desarrolladas durante seis años, concluyendo que el desarrollo del capitalismo en una sociedad periférica (como la rusa de aquellos tiempos; y dejamos expresamente de lado cualquier previsible analogía con las formaciones sociales latinoamericanas para no forzar los textos originales) resulta irremediablemente contradictorio, desigual y polarizante, acorde a las enseñanzas de Marx sobre la acumulación capitalista y las crisis expuestas en los diversos libros de El Capital, pero de ningún modo... “imposible” (Lenin [1899b] 1957, T. 3: 48).

En paralelo a sus prolongadas polémicas con los populistas liberales de la década de 1890, Lenin también cuestiona a los denominados marxistas legales, entre los que sobresalían Pyotr B. Struve, Nikolái A. Berdiáev, Sergei N. Bulgákov, Mijaíl Ivanovich Tugán-Baranovsky y Semyon L. Frank, quienes por oposición a la supuesta “imposibilidad” lógico-histórica del capitalismo en Rusia, terminaban de manera apologética atenuando los “desequilibrios” endógenos hasta volver eterno el régimen capitalista.

De todos ellos, probablemente los dos más serios hayan sido Bulgákov y Tugán-Baranovski. Este último, a partir de los esquemas de reproducción del libro segundo de El Capital pretendía defender, desde 1894 en adelante, una visión neoarmonicista de la sociedad regida por el capital, intentando reducir el problema de la realización en la obra de Marx a una mera “teoría de la proporcionalidad”, esforzándose por legitimar el presunto carácter “ilimitado” de la acumulación capitalista (Rosdolsky [1968] 1989: 525; Valier [1971] 1975: 76; Harding 1984: 505; Colletti 1985: 238).

Esta perspectiva neoarmonicista de los marxistas legales rusos (cuya influencia fue muchísimo más corta y acotada que la de los populistas, ya que en escasos años pasaron a integrar orgánicamente los partidos burgueses liberales — “Demócratas Constitucionales”— de Rusia), coincidía a nivel internacional con el revisionismo encabezado por Eduard Bernstein.

Si los populistas rusos de la década de 1890 en adelante pretendían negar la expansión del sistema capitalista mundial refugiándose culturalmente en una “eslavofilia” y una presunta “excepcionalidad rusa” que protegería por arte de magia al campesinado explotado de la nefasta influencia de las relaciones sociales capitalistas (de ahí que fueran paulatinamente abandonando sus métodos clandestinos y de confrontación armada práctica, reemplazándolos por argumentaciones puramente especulativas y “lógicas”); los marxistas legales, en coincidencia con el revisionismo bernsteniano, confiaban ciegamente en el carácter “armónico y pacífico” del régimen capitalista, caracterizándolo como un sistema prácticamente absoluto, estable y eterno, sin limitación alguna en su dinámica de expansión y acumulación. No comprendían que el desarrollo del capitalismo, lejos del equilibrio y la estabilidad, implicaba la reproducción ampliada de sus contradicciones. Por ello Tugán-Baranovski se esforzaba por reducir los desequilibrios estructurales del capitalismo a una simple fluctuación (y reacomodo) de carácter periódico, propia de sus “desproporciones”, sin consecuencia alguna sobre la posibilidad de apertura de una crisis orgánica, sustento de lo que Lenin denominará más tarde “situación revolucionaria”. En última instancia, el gran presupuesto de la obra teórica de Tugán-Baranovski consistía en un “equilibrio metafísico” (Rosdolsky [1968] 1989: 545, 551; Colletti 1985: 239).

 

En aquella polémica contra el armonicismo de los marxistas legales, Lenin insistía en que el desarrollo capitalista socializaba cada vez más sus formas y relaciones de producción, abarcando y expandiéndose sobre nuevas ramas, sin modificar en lo más mínimo la apropiación y el consumo en forma privada (dimensión que explicaba por qué se mantenía en la miseria a los campesinos y su consumo paupérrimo), de donde se derivaban contradicciones antagónicas que derivarían en una crisis del sistema capitalista. Tesis defendida contra viento y marea por el futuro líder bolchevique, inspirada en el estudio de los diversos libros de El Capital de Marx, que recién se corroboraría varios años después, a partir del estallido de la primera guerra mundial (lo cual le permitiría ganar claramente la hegemonía sobre diversas tendencias —y ensayistas de fama y prestigio— del movimiento socialista y comunista no solo de origen ruso sino también internacional).

La principal crítica metodológica de Lenin a los marxistas legales, principalmente a Tugán-Baranovski, sostiene que: “Los esquemas [se trata de los esquemas de reproducción del libro segundo de El Capital de Marx. N. K.] de por sí no pueden probar nada; solo pueden ilustrar un proceso, siempre y cuando los distintos elementos que los forman hayan sido previamente esclarecidos [subrayados de Lenin. N. K.]” (Lenin [1898] 1958, T. 4: 60; Sweezy [1942] 1973: 233).

Tomando en cuenta esta crítica leninista a los principales teóricos del marxismo legal, resulta erróneo y sobre todo injustificado el intento de Roman Rosdolsky (a pesar de su enorme y apabullante erudición enciclopédica) por asimilar la reflexión de Lenin sobre la teoría marxista de la crisis capitalista al armonicismo de Tugán-Baranovski (Rosdolsky [1968] 1989: 528). Hipótesis equivocada que repite, sin modificar un solo renglón y sin animarse a problematizarla, Lucio Colletti, aunque este último lo haga, a diferencia de Rosdolsky, con una intención clara y sesgadamente impugnadora de Lenin, ya que la expone en una época en que este pensador italiano había abandonado definitivamente su antigua adscripción al marxismo (Colletti 1985: 282, 334).

Lenin se opuso, entonces, a todas estas corrientes, entablando encendidas polémicas en varias direcciones. Aun simpatizando con los métodos clandestinos, la organización de cuadros compartimentada y la confrontación revolucionaria práctica de los primeros populistas, rechazaba a los populistas liberales de la década de 1890 por su negación especulativa (puramente “lógica”) a reconocer que el sistema capitalista estaba adquiriendo una dimensión realmente mundial, subordinando a la vieja Rusia bajo las fauces del naciente imperialismo dominante en la economía mundial. Y frente al armonicismo de los marxistas legales, impugnaba su teorización sobre los esquemas de reproducción por su carácter “apologético” del capitalismo, según sus propios términos, ya que la misma no permitía profundizar en las tendencias que conducirían a la inminente crisis capitalista internacional.

En esas dos polémicas, diferentes pero complementarias, encontramos las primeras semillas de su inicial reflexión sobre el surgimiento del imperialismo contemporáneo, entendido como sistema mundial. Ese antecedente, en gran medida inexplorado por parte de las historias económicas académicas y por no pocos biógrafos y exégetas, resulta fundamental a la hora de reconstruir la formación de la teoría del imperialismo que su autor expondrá, ya en forma sintética y con un alto grado de sistematicidad dialéctica, en su obra famosa de 1916, en la cual aborda el problema desde una perspectiva epistemológica totalizante y holista, conjugando diversos ángulos. Es decir, negándose a escindir “la economía” (donde se ubica su análisis del capital financiero, la emergencia y predominio de monopolios, trusts y cárteles, así como también la fusión de bancos e industrias a escala multinacional, bajo el presupuesto de la reproducción ampliada del desarrollo desigual de las formaciones sociales); “la política” (atacando el oportunismo reformista de la denominada “aristocracia obrera” de los países centrales que confiaba ciegamente en el carácter “civilizador” de las potencias capitalistas occidentales); la dimensión “militar” (oponiéndose a las guerras imperialistas, defendiendo la legitimidad de las guerras de liberación nacional y la guerra civil revolucionaria) y la “ideología” (criticando los relatos legitimadores de los distintos chovinismos europeos occidentales que se repartían el mundo colonial, prolongando la política mediante otros medios, es decir, a través de la violencia y la guerra).

Casi dos décadas antes de su obra célebre sobre la teoría marxista del imperialismo, en numerosos pasajes de El desarrollo del capitalismo en Rusia que quedaron “en la sombra” o pasaron desapercibidos, Lenin enfatiza el vínculo de la vieja Rusia (aún periférica si se la compara con la Europa capitalista occidental), en sus nexos con... el mercado mundial. Por ejemplo, abordando el problema que quitaba el sueño a populistas liberales y marxistas legales de la década de 1890, Lenin sostiene que las “«dificultades» de la realización, de las crisis [subrayado N. K.] que con este motivo surgen [...] Las dificultades de ese género, dependientes de la falta de proporcionalidad en la distribución de las distintas ramas de la producción, brotan constantemente, no solo al realizar la plusvalía, sino también al realizar el capital variable y el constante; no solo en la realización del producto en artículos de consumo, sino también en medios de producción. Sin «dificultades» de este género y sin crisis en general no puede existir la producción capitalista, producción de productores aislados para el mercado mundial [subrayado N. K.] desconocido por ellos” (Lenin [1899b] 1957, T. 3: 37). Las contradicciones del mercado interior de la vieja Rusia (de las cuales los populistas liberales pretendían extraer como conclusión lógica la supuesta “imposibilidad” del capitalismo, mientras los marxistas legales se esforzaban por morigerar y reducir a una simple fluctuación fácilmente corregible), se profundizaban y reproducían de modo ampliado por el vínculo y los nexos de la periferia con... el mercado mundial. Unidad y escala de análisis ya abierta por Marx, que en la obra de Lenin —incluso desde su producción juvenil— permite contextualizar y comprender las especificidades de cada formación social.

Varios años antes de que, en diciembre de 1915, prologara la obra de Bujarin La economía mundial y el imperialismo (Lenin [1915], en Bujarin [1915] 1973: 23-29) y de que saliera de imprenta su propio libro sobre la teoría del imperialismo —terminado de redactar en junio de 1916 (Carta de Lenin a M. N. Pokrovski, [2/7/1916], en Lenin [1912-1922] 1960, T. 35: 227-228)—, Lenin tenía ya la mirada puesta en el mercado mundial y en la comprensión estratégica del capitalismo como sistema mundial (del cual la vieja Rusia, aún periférica y con todas sus especificidades sociales y culturales, no podía permanecer al margen).

Ya desde esa época (1899), todavía anterior al inminente cambio de siglo, las investigaciones de Lenin no se detenían en las dicotomías y antinomias de populistas liberales y marxistas legales. Al demostrar empíricamente y con numerosas estadísticas que las relaciones sociales de la Rusia tradicional estaban siendo subsumidas por el capitalismo mundial en su fase imperialista, Lenin concluye su grueso y documentado libro de 1899 reflexionando sobre... ¡la conquista de las periferias y las zonas coloniales!

Sobre esa temática fundamental para la futura teoría marxista de la dependencia, el joven Lenin escribe: “Lo importante es que el capitalismo no puede subsistir y desarrollarse sin una ampliación constante de la esfera de su dominio, sin colonizar nuevos países [subrayado N. K.] y arrastrar a los países viejos no capitalistas al torbellino de la economía mundial [subrayado N. K.]” (Lenin [1899b] 1957, T. 3: 587-588).

Esta última afirmación va acompañada, en su obra de 1899, por otra hipótesis todavía más radical. En su óptica, las contradicciones propias de las colonias y zonas periféricas retrasan y postergan el estallido de las contradicciones en las metrópolis capitalistas centrales (Lenin [1899b] 1957, T. 3: 587). Hipótesis que reaparece, mucho más pulida, ampliada y profundizada, en su reflexión de 1916 (Lenin [1916a] 1960, T. 22: 268-279; [1916b] 2009: 473-485), núcleo teórico de la estrategia antiimperialista y anticapitalista desarrollada pocos años después por la Internacional Comunista que se organiza, precisamente, cortando amarras con el “socialismo” etnocéntrico, colonialista y brutalmente euro-occidentalista de la Segunda Internacional. No cuesta demasiado trabajo encontrar el empleo y desarrollo de esta misma hipótesis en la mayoría de las obras latinoamericanas hoy ya clásicas, propias de la teoría marxista de la dependencia (como por ejemplo, las de Ruy Mauro Marini) y en la producción teórica de los partidarios de la teoría marxista de la acumulación en escala mundial (como por ejemplo, Samir Amin).

Después de Lenin, la reflexión sobre la conquista de las colonias y el mundo periférico, convertidos en “nuevos mercados” para la exportación de capitales también se hará presente en la obra El capital financiero que publicara en 1910 el marxista austríaco —reformista pero de enorme erudición— Rudolf Hilferding (Hilferding [1910] 1973: 358-359). Obra que Lenin estudió al detalle y utilizó como insumo de su propia indagación madura de 1915-1916.

Precisamente sobre esa conquista de las periferias (que, en tanto acumulación originaria renovada, reproduce periódicamente el capitalismo imperialista), es decir, sobre “el afuera” del sistema capitalista central y metropolitano, girará el principal libro teórico de Rosa Luxemburg contra el imperialismo, quien ampliará y convertirá dicha problemática, todavía colateral en Hilferding, en el nervio central de su obra La acumulación del capital (Luxemburg [1912] 1967: 266-324, particularmente 278-281).

Como el máximo pensador y dirigente bolchevique cuestionó la confusión de niveles lógico e histórico en los argumentos de Rosa en torno a los esquemas de reproducción del libro segundo de El Capital, la literatura académica convencional pasó por alto que Lenin, varios años antes que se produjeran los debates del período 1910-1916 (donde intervienen Hilferding, Rosa Luxemburg, Otto Bauer y Bujarin, entre varios más), ya había escrito sobre la subordinación de las periferias y la conquista de colonias por parte del sistema capitalista y su mercado mundial. Esa reflexión específica sobre el desarrollo capitalista dependiente y la subordinación de las periferias será otro de los elementos fundamentales de su posterior teoría del imperialismo, particularmente en lo que atañe al “reparto del mundo” (Lenin [1916a] 1960, T. 22: 268-279; [1916b] 2009: 473-485), fuente nutricia y esencial en la que se apoyará la futura teoría marxista de la dependencia.

Siguiendo el hilo rojo de los descubrimientos y tendencias expuestas por Marx en El Capital, Lenin pudo actualizar la teoría marxista, articulando una reflexión coherente y profunda sobre el desarrollo desigual de las formaciones económico-sociales dentro de un sistema mundial capitalista ya dominado por el imperialismo y los grandes monopolios, trusts y cárteles que, motorizados por el capital financiero (fusión del capital bancario con el industrial) operan a escala global, a través de..., según sus propias palabras, una “red internacional de dependencias” [subrayado N. K.] (Lenin [1916a] 1960, T. 22: 252 y [1916b] 2009: 458).

Su papel central, hoy ya inocultable, en tanto fuente de inspiración de la teoría marxista de la dependencia, no se reduce exclusivamente a sus investigaciones sobre: (a) la comprensión del capitalismo imperialista como sistema mundial, radicalmente diferenciado de los estudios económicos convencionales sobre “el comercio internacional” entre Estados-naciones, concebidos como entidades recíprocamente autónomas; (b) la tesis del carácter asimétrico y el desarrollo desigual de las distintas formaciones económico sociales, operante a escala internacional (y dentro de cada una de las formaciones sociales); (c) la corroboración del reparto del mundo colonial, semicolonial y dependiente entre países, sociedades y empresas oligopólicas multinacionales y (d) la diferenciación topológica de países, sociedades y naciones imperialistas, coloniales, semicoloniales y dependientes.

 

Además de estas tendencias propias del capitalismo imperialista entendido como sistema mundial, comunes a la teoría del imperialismo de Lenin y a las obras clásicas de la teoría marxista de la dependencia, en sus múltiples textos encontramos también otra reflexión fundamental del principal pensador bolchevique, mayormente “descuidada” o inobservada, por parte de sus críticos, sus partidarios e incluso hasta en sus exégetas.

Se trata de (e) la hipótesis leninista que describe y denuncia la “superexplotación” o “explotación redoblada” [Lenin no utiliza explícitamente ninguna de estas dos palabras, aunque sí hace referencia al concepto teórico que aquellas designan. N. K.] de los pueblos coloniales, periféricos y dependientes, en particular, los pueblos indígenas.

Reseñando los debates del Congreso Internacional de Stuttgart [1907] sobre el capitalismo mundial y el papel fundamental de la lucha contra la política de conquista de las grandes potencias imperialistas (escandalosamente justificado por los “socialistas” colonialistas Eduard Bernstein de Alemania y Hendrick Van Kohl de Holanda, por entonces dos de los principales líderes del revisionismo a escala internacional), Lenin escribe: “La burguesía establece en las colonias un régimen de auténtica esclavitud, somete a los indígenas a escarnios y violencias sin precedentes y los «civiliza» difundiendo el alcohol y la sífilis. ¡Y se propone que, en tales condiciones, los socialistas se dediquen a pronunciar frases evasivas sobre la posibilidad de reconocer en principio la política colonial! [Lenin se refiere a las tesis de

E. Bernstein y H. Van Kohl. N. K.]. Ello equivaldría a adoptar abiertamente el punto de vista burgués. Ello significaría dar un paso decisivo hacia la supeditación del proletariado a la ideología burguesa, al imperialismo burgués, que ahora levanta la cabeza con particular altivez” (Lenin [1907] 1960, T. 13: 70). Más adelante agrega: “Tales condiciones crean en ciertos países una base material, una base económica para contaminar el chovinismo colonial al proletariado de esos países” (Lenin [1907] 1960, T. 13: 71). Y finalmente, polemizando contra la arrogancia del “socialismo” colonialista difundido en la Segunda Internacional, Lenin aporta una teorización de una importancia incalculable a los fines de este estudio. Entonces escribe: “Pues bien, la vasta política colonial ha llevado en parte [subrayado de Lenin. N. K.] al proletariado europeo a una situación por la que no [subrayado de Lenin. N. K.] es su trabajo el que mantiene a toda la sociedad, sino el trabajo de los indígenas casi totalmente sojuzgados de las colonias [subrayado de N. K.]” (Lenin [1907] 1960, T. 13: 71).

Si observamos detenidamente su razonamiento, resulta que, en el capitalismo imperialista comprendido como sistema mundial, no sería el trabajo de las clases obreras europeas y occidentales —aquellas que operarían con mayor nivel de “productividad” y tecnología— el que mantendría a toda la sociedad, permitiendo su reproducción social, sino... “el trabajo de los indígenas casi totalmente sojuzgados de las colonias” (sic).

Esta reflexión de Lenin, quien jamás escribe “a vuelapluma” ni formula juicios de manera puramente retórica, sino precisando y puliendo de manera obsesiva cada uno de sus conceptos, hipótesis y categorías, plantea la tesis según la cual la explotación de “los indígenas” (es altamente probable que mediante este término el líder bolchevique no se esté refiriendo exclusivamente a los pueblos originarios, tal como los entendemos hoy en día [2022], sino a todos los pueblos explotados de las sociedades coloniales y dependientes) permite reproducir no solo el capitalismo colonial, semicolonial y dependiente, sino también... a las sociedades metropolitanas, occidentales y “civilizadas” del capitalismo imperialista.

En el conjunto de su obra, Lenin no profundiza ni desarrolla con lujo de detalle esta hipótesis suya, de altísimo valor teórico y político para los estudios contemporáneos, formulados desde el Sur Global. Se concentra prioritariamente en el análisis, la crítica y la denuncia de las empresas, sociedades y naciones imperialistas. Pero evidentemente tenía muy en claro el papel fundamental de esta explotación de “los pueblos indígenas” por parte de sus burguesías nativas y del régimen imperialista, en tanto sistema mundial, al punto que llega a afirmar que ese trabajo indígena... brutalmente sojuzgado... es el que “mantiene a toda la sociedad” (¡sic!).

Semejante hipótesis de 1907, aún sin desarrollar al detalle, está presente en sus planteos sobre el derecho de las naciones oprimidas a la autodeterminación (de 1914) y, sobre todo, en la política radicalmente antiimperialista y anticolonialista que adoptará la Internacional Comunista bajo su liderazgo, en sus primeros congresos (Schlesinger [1967] 1977: 46-48).

Aun sin haber empleado la palabra textual “superexplotación” ni haber recurrido a la expresión “explotación redoblada”, resulta innegable que dicho concepto teórico explicativo se encuentra en su teoría crítica y en la denuncia económica y política que Lenin hace del imperialismo. Aproximadamente seis décadas antes de que lo empleara y desarrollara Ruy Mauro Marini como una de sus categorías centrales en la teoría marxista de la dependencia.

Habiendo entonces superado y dejado atrás aquellos antiguos debates y polémicas contra populistas liberales y marxistas legales de la última década del siglo XIX, a inicios del siglo XX, Lenin se introduce de lleno en nuevas controversias de largo aliento y alto nivel teórico. Ahora centradas en la presunta teoría del “derrumbe” automático del capitalismo, que algunos quisieron encontrar en El Capital para cuestionar a Marx y su proyecto revolucionario, tratando de derivar el socialismo, no de la teoría de la crisis capitalista y la organización revolucionaria imprescindible para intervenir políticamente en el campo de probabilidades que abren sus contradicciones antagónicas sino a partir del... ¡iluminismo de la ética kantiana!

A varios kilómetros de distancia de ese reformismo revisionista, Lenin nunca se desbarrancó por la pendiente de las unilateralidades de quienes creyeron toparse en los estudios de Marx con una consoladora teoría del “derrumbe”, ineluctable y automático, del sistema capitalista (sea por sus desproporcionalidades endógenas, propias de la acumulación capitalista; sea por el subconsumo, correspondiente a las dificultades de la circulación y la realización del plusvalor); así como tampoco cayó seducido ante los cantos de sirena de un supuesto mandato ético y su correspondiente “imperativo categórico” absoluto, acrítico y falsamente universal.

Derrumbe ineluctable y depresión crónica, por un lado, mandato ético e imperativo categórico, por el otro. Una típica “antinomia del pensamiento burgués”, según explicó Lukács (Lukács [1923] 1982: 120). Antinomia que Lenin impugnó al mismo tiempo por constituir dos caras de la misma moneda reformista, manteniendo la brújula del marxismo revolucionario en medio de “revisionistas” y “ortodoxos”, ambos bandos enfrentados dentro de un mismo paradigma hegemónico en tiempos de la Segunda Internacional, que Lenin enfrentó con su teoría del imperialismo y su reflexión sobre la crisis capitalista y la emergencia de las “situaciones revolucionarias”.

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