Europa soy yo

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Primera edición:

Septiembre de 2019

© de los textos:

Anna Bosch y Pablo R. Suanzes

© de las ilustraciones:

Cinta Fosch

© de la presente edición:

Colectivo 5W, S.L.

www.revista5w.com

Coordinación y edición:

Agus Morales

Diseño gráfico: Laura Fabregat

Impresión: Nova Era Publications

Corrección: Arturo Muñoz

ISBN: 978-84-09-14065-7

eISBN: 978-84-12-36233-6

Depósito legal: B 21512-2019

Reservados todos los derechos. No se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright, Anna Bosch, Pablo R. Suanzes, Cinta Fosch y Colectivo 5W. La infracción de dichos derechos puede constituir un delito a la propiedad intelectual, aquí y en todo el planeta.

«Europa traiciona parte de sus principios a cambio de contener la gasolina que alimenta a la extrema derecha»

Anna Bosch

«La legitimidad de Europa no deriva de una utopía, de un sueño, de lo que va a ser. Europa no es el futuro, es el presente»

Pablo R. Suanzes

Europa sufre una crisis de identidad. ¿Cómo intentan el populismo y la extrema derecha manipular sus valores? ¿Qué caminos se abren ahora? En este diálogo de larga distancia, Anna Bosch (Barcelona, 1963) y Pablo R. Suanzes (Madrid, 1980) reflexionan sobre el brexit, el euroescepticismo, la pérdida de confianza en las instituciones y el trabajo periodístico en grandes capitales como Bruselas, Londres y Moscú.

Voces 5W es una colección de diálogos intergeneracionales, interculturales o interdisciplinares sobre el mundo. Cada obra recoge una conversación que da la vuelta al planeta.

Voces 5W

Europa soy yo

Conversación entre Anna Bosch y Pablo R. Suanzes

Ilustraciones de Cinta Fosch



Índice

Como siempre, lo contamos todo con las 5W


1.

Who. Los autores. Anna Bosch presenta a Pablo R. Suanzes y Pablo R. Suanzes presenta a Anna Bosch.


2.

What. ¿Qué es Europa? Cada país la mira desde su propia historia. Durante los últimos años Europa se ha construido en negativo. ¿Puede eso cambiar?


3.

When. Los populismos. La extrema derecha en Italia, Francia y Europa del Este. La cuestión identitaria. De la fractura Norte-Sur al cisma Este-Oeste.


4.

Where. El brexit ha sido un terremoto. ¿Cuáles son sus orígenes? En el extremo oriental, Rusia se consolida otra vez como una potencia hegemónica. ¿Rusia es Europa?


5.

Why. ¿Cómo es ser corresponsal en Bruselas o en Washington? ¿Cómo contar algo que importe y no contribuir a generar más ruido? La pasión por el periodismo es la mejor guía.


Who.

Aman Europa y no lo esconden, pero la han vivido desde diferentes lugares. Anna Bosch presenta a Pablo R. Suanzes y Pablo R. Suanzes presenta a Anna Bosch.

Pablo R. Suanzes
Anna Bosch sobre Pablo R. Suanzes

Pablo es un periodista a quien sigo, admiro y envidio. Lo sigo porque aprendo con él y lo admiro porque… ¡no sé de dónde saca el tiempo! Envidio su capacidad para tocar múltiples teclas sin desafinar. ¿Duermes, Pablo? Lo pregunto por tu actividad desenfrenada.

Empecemos por el corresponsal. Escribe y hace pedagogía sobre algo tan vasto y complejo, críptico incluso, como la Unión Europea. Y lo hace al ritmo trepidante que impone Bruselas, con una agenda multidisciplinar y sus célebres (que no celebradas) cumbres hasta bien entrada la madrugada. No solo escribe las crónicas en minutos para que estén listas para la web de El Mundo, sino que además lo hace en su activísima cuenta de Twitter.

El buen periodismo tiene retos. El primero, aunque suene a perogrullada, es que antes de contar algo el periodista tiene que entenderlo. De Perogrullo, sí, pero no se cumple siempre. Porque no es fácil. Los periodistas, como cualquier profesional, cuando nos especializamos en algunas cuestiones acabamos cayendo en la trampa de hablar con sobreentendidos sobre el contexto y la jerga. Por inercia, por pedantería o por ambas razones. Y en Bruselas andan sobrados de sobreentendidos y jerga de leyes, tratados, diplomacia… Que si opt-outs, que si backstop, que si Spitzenkandidaten, que si Maastricht, que si Lisboa, que si el Convenio de Dublín sobre asilo… (en Francia lo han convertido en verbo y hablan de migrantes dublinés, ¡«dublinados»!).

Un corresponsal en Bruselas tiene que entender todo ese léxico, estar dotado de una mente clara, ser rápido a la vez que detallista en la lectura y, después de comprender esos pesados contenidos, ser capaz de sintetizar lo esencial para el público y transmitirlo con un lenguaje claro, que no simple. De manera comprensible para el lector medio. Ni demasiado básico para el iniciado, ni demasiado enrevesado para el neófito. Y Pablo lo logra. Tiene muchísimo mérito. Por eso lo sigo y admiro.

Escribo esta presentación sin haber tenido prácticamente trato personal con Pablo, pero sé que es un tipo culto, serio y miope, y eso indefectiblemente aboca a la duda de si estamos ante un tímido o un estirado. Son dudas que se despejan con el roce o consultando a quienes tratan con él, como los otros corresponsales o excorresponsales en Bruselas. Investigación que he llevado a cabo con un resultado de consenso: Pablo está en el grupo de los tímidos.

Seguro que es algo rarito. Me explico. En el mundo de las corresponsalías hay destinos que tienen muchos/as novios/as. Nueva York y París cuentan con la lista de espera más larga, la de los aspirantes menos aguerridos, y Jerusalén y Oriente Medio, la de los más atraídos por el conflicto. Algunas raritas preferimos Washington a Nueva York. No hay mucha demanda para Extremo Oriente y África porque apenas hay oferta. Poquísimos medios tienen delegados o freelancers. A lo que vamos: ¿adivinan cuál es uno de los destinos que casi nadie pide? ¡Bingo! Bruselas. Una corresponsalía de mucha moqueta, mucho traje y poco reportaje. En una ciudad que, aunque sea mentira, tiene fama de aburrida. Y de mal tiempo; bueno, eso es cierto. Según Pablo, también, de malos desayunos. A pesar de todo eso, hay quien va y logra que el lector o el espectador siga su información como algo interesante e incluso apasionante. Pablo R. Suanzes es uno de ellos. Y encima le pone humor.

Suanzes es corresponsal de El Mundo en Bruselas desde 2014. Los ocho años anteriores se los pasó informando de economía, otro de sus fuertes, que lo ha preparado, sin duda, para vérselas con las crisis, negociaciones e informes de la UE. Pablo llegó al periodismo después de haberse sumergido académicamente en la historia, la sociología y las relaciones internacionales, lo cual demuestra tal vez despiste, pero, sobre todo, una gran curiosidad por conocer. La experiencia me ha demostrado que es ese tipo de periodista con hambre caleidoscópica, de abanico amplio, el que más me interesa y de quien más aprendo. Dato curioso, de esos que nos piden a los periodistas en las entrevistas: en su expediente académico hay un sobresaliente que, valga la redundancia, sobresale. Porque se lo puso un tocayo suyo apellidado Iglesias y que anda metido en política.

 

La avidez intelectual de Suanzes no se agota en sus estudios académicos: es un lector voraz de literatura de ficción, no solo de ensayos, y comparte sus lecturas, literarias y de prensa, en un blog que alimenta meticulosamente, y en el que deja muestra de que, a pesar de sus conocimientos sobre historia, política internacional, economía y literatura, es modesto: el contenido de la sección «Sobre mí» es minimalista.

Esperen, que hay más: si le llaman de una tele o de una radio, acude. Si un colega le traslada una duda, tiene la generosidad de compartir su conocimiento. Y más. No solo escribe sobre la UE, también escribe crónicas costumbristas de cosas belgas. Y el escándalo sigue. También encuentra un hueco en su vida para esta iniciativa encomiable que es Revista 5W. Es un empollón, currante y believer.

Llegados a este punto una se dice: no duerme, es un workaholic y una rata de biblioteca fofa. ¡Pero no! Resulta que juega a fútbol y ajedrez y que tiene un nivel profesional jugando a… ¡los bolos! Talento físico y mental. Bueno, entonces debe de ser de los que no salen por ahí con amigos o colegas, se queda encerrado en casa leyendo y escribiendo, y sobrevive a base de bocadillos o precocinados. Pues no. Según mis indagaciones, es un lujo de amigo. Se le da bien la cocina e incluso, si montas una fiesta feminista para el 8 de marzo, se te presenta con tartas y bizcochos hechos por él. Y se va, que es una fiesta de mujeres.

Pablo, vuelvo al principio: ¿cómo lo haces? A ver si el truco va a estar en que eres abstemio… Una palabra que se carga toda la mística del periodismo que varias generaciones hemos recibido. Si a mí no beber cerveza me complica la vida social en Madrid a veces, ni me puedo imaginar lo de Pablo ¡en Bélgica!

Como decía al principio, apenas he compartido con Pablo un hola y adiós en Bruselas. Agus Morales ha sido el introductor de embajadores de esta conversación y se lo agradezco enormemente. Por el encuentro y por acercarme a 5W, uno de esos proyectos que demuestran que hay periodistas que siguen creyendo en la profesión cuando algunas, a veces, sentimos desfallecer esa fe. Gracias.

Agus nos presentó como dos apasionados por Europa, pero no sé si sabe que dentro de Europa hay otra pasión que compartimos Pablo y yo: Italia. A pesar de Italia. Él se educó en el Liceo Italiano de Madrid, yo soy autodidacta por la vía de los afectos, y estoy con él en que no se puede tolerar que alguien pronuncie mal pizza. Qué Fundéu ni qué nada: pizza es piZZa.

Non vedevo l’ora di quest’incontro.

P. S.: ¡Ha sido un verdadero placer!


Anna Bosch
Pablo R. Suanzes sobre Anna Bosch

Si para calibrar el carácter y la personalidad de un periodista usáramos como indicador el número de veces que le ha colgado el teléfono a sus jefes durante una discusión encendida sobre la relevancia de una noticia, o al revés, cuántas veces esos jefes han zanjado la conversación con furia e impotencia por la terquedad del interlocutor, Anna Bosch ocuparía un lugar muy destacado en el ranking histórico de los corresponsales españoles.

Si le preguntan a ella les dirá que tiene una merecidísima fama de borde e intratable. Pero si le preguntan a sus compañeros, los que han compartido banco, equipo, micrófono o destino desde hace décadas, los adjetivos que usan son otros. Profesional, entregada, dedicada, cuidadosa, comprometida, curiosa, incansable. En el mundo en que vivimos, la ambigüedad, la equidistancia, la neutralidad o indiferencia ante la mentira, el abuso, la injerencia política o la falta de rigor es cualquier cosa salvo una virtud. El silencio es a menudo la vía más cómoda e incluso la única para la supervivencia. Por eso voces propias y potentes como la suya se han convertido en imprescindibles para mantener la esperanza.

Anna ha explicado el mundo y la actualidad desde Moscú, Washington o Londres como corresponsal para TVE y desde cientos de otros lugares como enviada especial. Estando donde hay que estar, pero sin buscar la gloria personal en cada paso. Ella sabe que para traducir lo que ocurre en lugares lejanos a espectadores no especializados hace falta un trabajo previo ingente e invisible. De documentación y contextualización. Hay que conocer el idioma, el país, la sociedad. Estar listo para cuando llegue lo imprevisto y poder reaccionar en minutos. Por eso aprendió todo lo que pudo de fútbol para contar las novedades de la Premier League cuando sus equipos se llenaron de jugadores y entrenadores españoles. Aprendió de arte para cualquier exposición que se abriera en la Tate. O de nacionalismo e imperialismo para entender y explicar lo que ocurría en Chechenia.

La han visto con una máscara de gas en medio de una manifestación en Estambul y en la frontera de las dos Irlandas para hacer visible, de forma casi dolorosa, las consecuencias del brexit. O en una mezquita perdida en medio del Brabante flamenco, donde la conocí una tarde de agosto hace unos años, tratando de averiguar algún detalle que aportara claridad al perfil de un misterioso imán implicado en los atentados de Barcelona.

En el imposible mundo de la televisión, donde tienes que contar en veinte segundos lo que otros pueden desarrollar en 2.000 palabras, se ha convertido en una institución, una referencia. Ella es el ejemplo que usan sus colegas por la habilidad que tiene para combinar el dominio de la técnica y la pedagogía. Entre saber y no aburrir, entre la preparación teórica y la entrega absoluta sobre el terreno. Millones de españoles la reconocen y tienen un vínculo como el que hace medio siglo se tenía con unos pocos rostros de intachables credenciales. Y eso, que se puede perder en un minuto, solo se logra tras lustros de esfuerzos.

Anna dice que salió afrancesada de fábrica, que ella sola se italianizó y que luego se empapó de la cultura anglosajona. Todas y cada una de esas facetas se ven en su trabajo, en su ansia por aprender en cada conversación. En la búsqueda de referentes, en los estándares que se pone y que pone a los demás. Ha cometido errores y no lo oculta, porque es imposible no cometerlos. Tiene fans y detractores, y es imposible no tenerlos cuando peleas hasta el final por tu trabajo, por la noticia y por defender toda una cosmovisión sobre el periodismo y el servicio público.

En este oficio nuestro tan peculiar hay quienes se decantan por la noticia, quienes destacan en la búsqueda de la exclusiva. Están quienes dominan el análisis, la descripción, la entrevista o el reportaje. Anna, que lo ha hecho todo y lo hace todo ofensivamente bien, si por algo destaca es por su apetito infinito. Con su trayectoria, su fama y sus premios podría vivir de las rentas, pero pelea cada día como si fuera el primero. Porque sufre cada vez que escucha que los temas internacionales son demasiado complicados, difíciles o no interesan. Y arremete cuando le dicen que las noticias duras aburren y que hacen falta cosas más ligeras.

Hay quienes sostienen que Europa es una idea, un sueño, un proyecto. Para ella, Europa es una cuestión personal. Nació en un país sin libertad y descubrió jovencísima lo que suponía el intercambio, la diferencia, la riqueza del continente. Por eso cruzó las fronteras ya antes de cumplir la mayoría de edad, aprendió idiomas y se lanzó a la aventura. Por eso se toma más en serio que nadie los desafíos que afectan al continente, las amenazas populistas, esa retórica que aboga por retroceder a un idílico pasado que ella sabe que nunca existió. Por eso su Unión Europea no es el mercado único, no es el fin del roaming o unas elecciones (que también), sino un continente sin fronteras, con paz y libertad.

Hay periodistas natos y exploradores natos, y ella es probablemente el mejor ejemplo de ambas cosas. Ha vivido algunos de los años dorados, cuando todavía era fácil conseguir trabajos con los que se podía llegar a fin de mes. Pero a diferencia de muchos nostálgicos que viven atrapados en los recuerdos, no habla con pesar de los nuevos tiempos. Aprecia el torrente de información que hoy tenemos al alcance de las manos, las posibilidades de la tecnología y la pujanza de los nuevos proyectos. A pesar de la falta de medios, de la frivolización del clic, de que ahora cada uno de sus compañeros tiene que hacer lo que antes hacían tres, Anna vive en el presente. Se cabrea, protesta y se rebela, grita en voz alta, pero ni es fatalista ni arroja la toalla. Por eso pasa mucho más tiempo haciendo preguntas que contando batallitas.

Tras dos décadas viéndola en la pantalla, unos años leyéndola y habiendo podido escucharla en las distancias cortas, sin focos, cámaras ni espectadores, puedo decir que Anna Bosch contagia entusiasmo y desborda credibilidad. Y no creo que haya muchas más cosas que se le puedan pedir a un periodista.



What.

¿Qué es Europa? Para Bosch y Suanzes es un asunto personal y colectivo. No es una idea única, monocromática: cada país la mira desde su propia historia. La relación de la ciudadanía con sus instituciones es de una gran complejidad. Durante los últimos años Europa se ha construido en negativo. ¿Qué nuevos mensajes pueden florecer?

B.: Para mí Europa es una confirmación vital: me va en ello algo personal. Tú eres de otra generación, Pablo. ¿Para ti qué es?

S.: Estuve hace poco en un seminario en Berlín en el que se intentaba contestar a esa pregunta. Dividían a la gente en grupos y había que lograr un consenso entre personas de diferente nacionalidad, edad y género: escoger unas palabras para definir qué era Europa para nosotros. En mi mesa había varios húngaros, italianos y británicos. Para ellos (fíjate bien en las nacionalidades) Europa era, como para ti, algo casi existencial. Un faro en medio de la oscuridad. Cuando yo les decía que Europa era algo que daba por supuesto, me replicaban sorprendidísimos: «¿Cómo que la das por supuesta? Pero si es algo que está en cuestión». «No, en España no está en cuestión en absoluto», insistí. Teníamos que consensuar una especie de respuesta y se quedaron con una frase que yo les di. El lema que pusimos en el grupo fue: «Europa somos nosotros/as». Europa no es una categoría física, no es un criterio politológico distante, no es una cuestión filosófica ni un proyecto. Bernard-Henri Lévy dice que Europa no es un lugar, sino que es una idea; para mí es algo que ha trascendido al Estado nación y al debate diario. Es mi pura identidad, no categorizada. Europa soy yo y yo no puedo ser sin Europa.

B.: Estoy de acuerdo con lo que dices, pero añadiría un matiz. Lo que apuntas es cierto en el subconsciente, pero no del todo en nuestra conciencia. Muchos británicos que viven en España, oficialmente en torno a 300.000 pero en realidad muchos más, han votado salir de la UE. Solo cuando el resultado fue el que fue, se dieron cuenta de que algunas de las cosas que les resultaban tan fáciles en España quizá ahora no lo iban a ser. A lo mejor la sanidad en el ambulatorio ya no es gratuita. Conozco a más de uno que está tramitando la nacionalidad española para seguir siendo ciudadano de la UE. ¡Quién hubiese imaginado a británicos renunciando a la nacionalidad británica por la española! Renuncian a la británica porque España no reconoce la doble nacionalidad con el Reino Unido, algo que a ellos les duele, claro. Hemos asimilado Europa, pero no somos del todo conscientes de ella. No hasta que la perdemos, hasta que es demasiado tarde. Hay una cosa que me parece preocupante, y por eso te hacía la pregunta. Hay una generación, tanto en sectores próximos a la extrema derecha como a la extrema izquierda, que es muy eurocrítica.

 

S.: Yo veo dos vertientes. Hay una inmensa mayoría de países donde se han consolidado el euroescepticismo y la eurofobia, social y parlamentariamente. Y luego hay países en los que no hay partidos de extrema derecha ni euroescépticos con apoyo significativo: Malta, Luxemburgo, Irlanda, Portugal y España hasta hace poco, con todos los matices que queramos poner. Europa no ha sido realmente cuestionada desde España, no hay un partido o un líder que la ponga en duda, que haya convertido en mantra los ataques a la UE. Europa ha sido siempre el paradigma, la ciudad sobre la colina, el lugar de destino. Pero eso es una excepción: la eurofobia en otros muchos países es también un reflejo de una crisis existencial aún más amplia que tenemos a nivel global y que pone en duda no solo a la UE, sino a la democracia y al sistema liberal.

B.: Y a la libertad de expresión.

S.: A muchas cosas que considerábamos intocables y sagradas. Las instituciones se construyen sobre un consenso que es mucho más débil de lo que pensábamos. La línea entre el orden y el caos es fina. Lo hemos visto en los últimos años en Filipinas, en Estados Unidos, en Hungría, en Polonia. Puede pasar de la noche a la mañana. Hemos dado por supuesta a Europa, aunque con experiencias diferentes según el país, pero no en el sentido de identidad, sino de sistema irrompible. Y no lo es. Para España o Portugal, Europa se ha relacionado siempre con la aspiración de democracia y libertad: sufrían dictaduras hasta la década de 1970 y la UE era la meta a la que se aspiraba. Para Francia, Europa es una reivindicación de la paz frente a la amenaza que, desde las fronteras de Alsacia y de Lorena, la invadió y derrotó una y otra vez desde 1870. Para Alemania es redención y perdón. Para el Reino Unido, un gigantesco mercado y oportunidades comerciales. Para Bélgica, la cuerda que mantiene una débil unidad. Para los países del Este es libertad y la posibilidad de formar parte de un club que durante mucho tiempo tuvo las puertas cerradas…

B.: …y alejarse de Rusia.

S.: Para los países bálticos, Europa es la defensa frente a Moscú. Para cada uno de los Estados miembro, Europa es algo diferente, pero con el tiempo esa sensación, ese espíritu, esa aspiración, van coincidiendo y tomando una forma común. Yo no soy nativo comunitario, nací en 1980 y España no entra en la UE hasta 1986. Todos los nacidos en la década de 1990, de una manera u otra, empiezan a ser nativos. A pesar de la crisis, las nuevas generaciones, las que nacen ahora, son nativas europeas como las nativas digitales: no han conocido otra cosa y no van a conocer con suerte otra cosa. Son lazos bastante sólidos, pero no irrompibles, porque la UE es tan fuerte como el más débil de sus elementos. En 2015 el elemento más débil era Grecia, y la crisis que vivimos casi hizo que todo saltara por los aires, o al menos el euro. En los últimos años, pese a su solidez histórica, el eslabón más débil ha sido el Reino Unido. Allí es donde la sensación de pertenencia a la UE era y es más débil. Hemos tenido durante más de seis décadas una construcción lenta pero constante. No es un proyecto, no es una utopía futura, es una realidad con peso en sí misma a pesar de que en sitios como el Reino Unido no se tenga esa sensación. Pero es evidente que la UE no es irrompible. Un país ha decidido irse voluntariamente. Ha habido una crisis política brutal por la gestión de solicitantes de asilo y eso estuvo muy cerca de cargarse Schengen, el espacio de libre circulación. Vemos lo que se dice en Budapest o Varsovia. Europa es más que un experimento político: solo lo que ha conseguido manteniendo la paz ya sería un logro como pocos en la historia, pero sigue teniendo debilidades.

B.: Para los padres fundadores, para los seis países fundadores, Europa es la paz. Para Portugal, España, Grecia y los países bálticos es grosso modo la democracia. Para el Reino Unido es solo el mercado. Quizá no somos nativos comunitarios, pero nuestras vidas adultas sí lo son. Yo entro en la vida adulta a la vez que España camina hacia Europa y el club europeo va progresando. Mi progreso como persona va en paralelo: por eso digo que, para mí, es una cuestión vital. Yo viví de pequeña la sensación y la conciencia de ser ciudadana europea de segunda clase.

S.: Pero ¿eso lo piensas ahora, mirando hacia atrás, o lo percibías entonces?

B.: No, no, yo lo notaba perfectamente, estaba acomplejada. Además, siendo de Barcelona, teniendo tan cerca la frontera, Francia era Europa. Al menos para los que vivíamos en Cataluña. A mí de pequeña me marcan los versos de Salvador Espriu: «I com m’agradaria allunyar-me’n, / nord enllà, / on diuen que la gent és neta i noble, culta, rica, lliure, / desvetllada i feliç!» [¡Y cómo me gustaría alejarme, allende el norte, donde dicen que la gente es limpia y noble, culta, rica, libre, despierta y feliz!]. Él decía que de todas formas se quedaba, pero por aquel entonces, yo no. Más allá de los Pirineos estaban la democracia y los trenes puntuales. Querías ser como ellos. Con el tiempo España y otros países entraron en el club, que cada vez se ha hecho más palpable y cotidiano. Todo ese proceso ha ido en paralelo a mi crecimiento como persona: mi pubertad, mi adolescencia… Y ahora, cuando estoy en la edad madura, ¿cómo que media vuelta hacia atrás? Yo lo vivo también como si fuera, ¡ay!, el fin de un trayecto vital. Por eso digo que Europa va más allá de la ideología y de la teoría, Europa es una sensación que experimento físicamente. Es algo casi biológico. Me molesta mucho cuando todavía políticos y periodistas seguimos refiriéndonos a Europa como algo excluyente. «Oh, es que esto lo manda Europa», «Oh, es que esto lo dice Europa…». Perdón, pero Europa somos nosotros. ¿La información que sale de Bruselas es información internacional? No, será información de la sección de Sociedad, de Economía, de Política, pero no es información internacional. También se tiene una imagen de que la UE es una serie de instituciones y de que nunca podremos distinguir unas de otras.

S.: Ahora comento eso…

B.: La Comisión Europea, el Consejo Europeo, el Tribunal de Justicia de la UE… Una reflexión: ¿acaso todo el mundo sabe qué competencias en España son del ayuntamiento, del Gobierno autonómico, central o europeo? Me temo que no. Lo vimos con las quejas a la exalcaldesa Manuela Carmena por el funcionamiento del metro de Madrid, que no depende del Ayuntamiento, sino de la Comunidad de Madrid… Y ahora el profesor Suanzes nos introducirá en el marasmo de sopa de letras y terminología bruselense.

S.: La UE es muy complicada, pero tiene que ser complicada, porque las sociedades modernas lo son. No puedes organizar algo que tiene 500 millones de habitantes de manera simple. Hay un discurso euroescéptico que defiende que la UE era algo sencillo antes: solo era «el mercado» y luego la han ido corrompiendo «los burócratas»… Uno de los primeros que habló de hacer unos Estados Unidos de Europa fue Winston Churchill, no un oscuro burócrata de Luxemburgo. ¿Por qué? Porque la esencia de su nacimiento fue la paz. El excanciller alemán Helmut Kohl dijo una frase mítica: «Dudo que los espíritus malvados del pasado de Europa, bajo los cuales hemos sufrido mucho en este siglo, hayan sido desterrados para siempre». No lo han sido, y eso lo vimos en los Balcanes y lo percibimos cada día. Esa idea de la lucha contra el nacionalismo y la guerra es lo que imprime sentido y dota a todo el proyecto de un aparato intelectual. Es la…

B.: …la foto de Douaumont de Kohl y François Mitterrand…

S.: …dándose la mano frente a coronas de flores y escuchando sus himnos.

B.: En el 75.º aniversario del desembarco de Normandía, Angela Merkel estaba allí. Estaba la canciller, la jefa de Gobierno de Alemania. El titular que se recordaba en esos actos era «Hemos derrotado a Alemania», y allí estaba la figura política que representa el poder en Alemania: y eso en apenas sesenta años. Clinton y Obama lo dijeron: no hay ningún experimento en la historia que haya tenido el éxito de la UE. Gente que se ha estado matando durante siglos ahora simplemente se pelea por unas subvenciones, por unas palabras en una ley: eso es un avance brutal y se ha hecho en una generación. Es el mayor periodo de paz en Europa occidental. Pero no hay que olvidar que dentro de la UE de hoy hay países que hace veinticinco años estaban en guerra, con unas matanzas salvajes: Croacia y Eslovenia. Serbia acabará entrando. Para ellos la UE también es paz y estabilidad. Cuando la gente hace un crucero por Croacia o va a las montañas de Eslovenia, debe saber que hay personas en la calle de más de treinta años que tienen memoria viva, personal, de la guerra. Esas personas saben en carne propia qué es la guerra, el exilio, que les quemen la casa, las violen o que asesinen a un familiar. No se puede frivolizar con eso.

S.: Tenemos un debate ahora mismo en Europa muy impregnado por la crisis. Fue una década que hizo muchísimo daño, no solo en lo económico. Se generó escepticismo. La UE se convirtió en algo tóxico: países que siempre la habían mirado como un faro la empezaron a ver como un problema, porque la asociaban a la austeridad, a los programas de recortes…

B.: Este invento no es lo que creíamos.

S.: Exacto. Decían: «Esto no puede ser, esta no es nuestra idea de Europa; la austeridad que nos quieren imponer la está destrozando». Ningún país, de norte a sur, prácticamente sin excepción, quería tocarla ni con un palo. Esto te lo dicen primeros ministros de todos los países: no podían hablar de la UE, porque al mencionarla el público se les echaba encima. Se ha usado una y otra vez como chivo expiatorio. Es muy cómodo para un Gobierno local, autonómico o nacional culpar a Bruselas: se nacionalizan los éxitos y se externalizan los fracasos. Obama hizo en 2016 un discurso maravilloso sobre la UE en Hannover. Estábamos a las puertas del referéndum británico. Lanzó tres ideas que siguen vigentes. La primera es que la UE no es solo una unión económica, un mercado: es mucho más y ha unido a la ciudadanía como nada lo ha hecho antes. La segunda es que los europeos deben ser conscientes de que viven en el mejor mundo posible. Pese a la crisis y su devastación, nunca ha habido niveles más altos de educación, menos muertes violentas, menos pobreza… La tesis, en definitiva, del libro Factfulness de Hans Rosling. Hay muchos indicadores que deberían generar optimismo, pero no complacencia. Y ese era el tercer mensaje de Obama: no os podéis relajar, tenéis que luchar. Era un mensaje de alerta sobre la fragilidad y las amenazas que se ciernen sobre el continente. Cerró su discurso con unos versos del poema de Yeats «La segunda venida»: «Los mejores carecen de toda convicción y los peores están cargados de apasionada intensidad». La UE es todo menos apasionada intensidad. Durante mucho tiempo, nadie enarbolaba la bandera europea, pero ahora se ha empezado a hacer.

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