Читать книгу: «Cuando es real», страница 2

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De repente me pregunto qué dirían mis padres al escuchar la oferta si estuviesen vivos. ¿Me animarían a hacerlo o me dirían que huyese lo más rápido posible? La verdad es que no lo sé. Les gustaba explorar nuevas oportunidades y conducir por los caminos menos transitados. Era una de las cosas que más me gustaba de ellos, y echo de menos a los impulsivos y marchosos de mis padres. Los echo mucho de menos.

Dicho esto, su amor por lo espontáneo es parte de la razón por la que nos hace falta el dinero.

—Una oportunidad como esta no aparece todos los días, pero no tienes por qué decir que sí —me asegura Paisley. Sus palabras dicen una cosa; su tono tirante, otra.

—¿Cuánto tiempo tengo para pensarlo?

—Jim Tolson quiere una respuesta mañana por la mañana. En caso de ser un sí, quiere que vayas a la agencia para reunirte con él y con Oakley.

Oakley. El maldito Oakley Ford.

Esto es… de locos.

—Vale, lo pensaré. —Suelto aire—. Tendrás mi respuesta por la mañana.

Veinte mil dólares al mes, Vaughn…

Ya. Estoy bastante segura de que ambas sabemos perfectamente cuál será mi respuesta.

Capítulo 3
Ella

He dicho que sí.

Porque: 1) es mucho dinero y 2) es mucho dinero.

Supongo que eso me convierte en una especie de cazafortunas, ¿verdad? No estoy segura de que mi situación encaje con la definición exacta, pero no puedo negar sentirme como una mientras sigo a Paisley y entro en el ascensor a la mañana siguiente.

Diamond Talent Management es un edificio entero. No un par de plantas sin más, sino un edificio acristalado, con ascensor y todo un equipo de seguridad. Los guardias de seguridad, guapos pero serios y con pendientes en la oreja, me ponen los pelos de punta, pero Paisley pasa a su lado y los saluda con la mano. La imito. Ojalá no me hubiese tomado un segundo café esta mañana porque está el estómago me da vueltas como un tsunami.

Los ascensores son de brillante latón, y hay un tipo vestido de traje cuyo único trabajo parecer ser echarle productos de limpieza y secarlos con un trapito. Tiene una mandíbula que no desentonaría junto a la ladera de una montaña y un trasero lo bastante firme como para rivalizar con el de un jugador de fútbol americano.

Paisley se baja en la sexta planta, que está adornada con las letras de división musical en grande y en oro sobre un fondo de madera oscura. La recepcionista es más guapa que la mitad de actrices que aparecen en las portadas de las revistas. Intento no mirar boquiabierta sus labios perfectamente perfilados y el largo rabillo de kohl que lleva pintado en los ojos.

—Deja de mirarla así —murmura Paisley en voz baja mientras pasamos junto al mostrador de recepción.

—No puedo evitarlo. ¿Diamond solo contrata a gente que pueda actuar en sus propias películas?

—Las apariencias no lo son todo —dice con ligereza, pero yo no la creo, porque está claro que Diamond exige que los currículos incluyan foto. Hay que ser guapa para trabajar en el mundo del entretenimiento, supongo, aunque estés detrás de las cámaras.

Nos indican que entremos a una enorme sala de reuniones, donde me detengo en seco. Está llena de gente. Hay por lo menos diez personas.

Escruto rápidamente la mesa, pero no reconozco a nadie, y la única persona a la que sí podría reconocer —y el motivo de esta reunión— ni siquiera está ahí.

Un hombre alto con el pelo negro y la piel de plástico se pone en pie en el extremo de la mesa.

—Buenos días, Vaughn. Soy Jim Tolson, el representante de Oakley. Es un placer conocerte.

Estrecho la mano que me tiende con incomodidad.

—Encantada de conocerlo, señor Tolson.

—Por favor, llámame Jim. Toma asiento. Tú también, Paisley.

Al mismo tiempo que mi hermana y yo nos acomodamos en las sillas más cercanas a la suya, él rodea la mesa y empieza a hacer un montón de presentaciones de las que apenas me entero.

—Esta es Claudia Hamilton, la publicista de Oakley, y su equipo. —Señala a la pelirroja de tetas grandes y, luego, a otras tres personas, dos hombres y una mujer, a su lado. Después, mueve la mano hacia tres hombres de semblante serio al otro lado de la mesa—. Nigel Bahri y sus socios. Los abogados de Oakley.

¿Abogados? Lanzo una mirada de pánico a Paisley, que me da un apretón en la mano por debajo de la mesa.

—Y, por último, mi asistente, Nina. —Asiente a la rubia menuda a su derecha—-. Y sus asistentes: Greg… —añade mientras señala al tipo afroamericano a su izquierda—… y Max. —Ahora asiente casi imperceptiblemente al hombre con sobrepeso junto a Greg.

Joder. ¿Su asistente tiene asistentes?

En cuanto las presentaciones terminan, Jim no pierde el tiempo y va directo al grano.

—Bueno, tu hermana ya te ha contado algunos detalles del trabajo, pero antes de compartirlos todos contigo, tengo unas cuantas preguntas para ti.

—Eh, vale. ¿Cuáles? —Mi voz suena extrañamente alta en esta enorme sala de reuniones. El eco parece interminable.

—¿Por qué no empiezas hablándonos un poco sobre ti?

—sugiere.

No estoy segura de saber qué quiere que diga. ¿Espera que recite la historia de mi vida? Bueno, nací en California. Vivo en El Segundo y mis padres murieron en un accidente de coche cuando tenía quince años.

¿O quizá espera que diga cosas triviales? Mi color favorito es el verde. Me dan miedo las mariposas y odio a los gatos.

La confusión debe de ser muy evidente en mi rostro, porque Jim me ofrece un poco de ayuda.

—¿Qué te gusta? ¿Qué quieres hacer cuando termines el instituto?

—Eh, ya he terminado el instituto —admito.

—¿Estás en la universidad? —Claudia, la publicista, se gira y frunce el ceño a Paisley—. Puede que tenga que perderse algunas clases. ¿Cuántos años tienes?

—Diecisiete.

—La edad de consentimiento sexual en California son los dieciocho. —Ese recordatorio proviene del final de la mesa, donde los abogados, en plural, están sentados.

Claudia le resta importancia con la mano.

—Solo van a salir. Nada más. Además, el público de Oakley está formado, en su mayoría, por chicas jóvenes. Alguien mayor no tendría el mismo impacto. —Se gira hacia mí—. ¿Qué haces ahora mismo?

—Trabajo. Me he tomado un año sabático para trabajar y ayudar a mi familia.

Ya lo he dicho muchísimas veces, pero la sola mención de la muerte de mis padres todavía hace que se me encoja el corazón.

—Los padres de Paisley y Vaughn murieron hace un par de años —explica Jim.

Paisley y yo nos encogemos de dolor cuando toda la mesa nos mira con pena, menos Claudia, que sonríe de oreja a oreja.

—Maravilloso. Una huérfana inteligente e intrépida —dice, y su voz es tan chillona que hace que me chirríen los oídos—. Esta historia se pone cada vez mejor. Es justo lo que estamos buscando.

¿Estamos? Estoy todavía más confusa si cabe. Creía que esto iba de fingir ser la novia de Oakley Ford, así que ¿por qué estoy en una sala de reuniones junto a un montón de extraños? ¿No debería estar aquí también mi futuro novio falso?

—¿Tienes pensado ir a la universidad? —pregunta Jim.

Asiento.

—Me admitieron en la Universidad del Sur de California y en la Universidad Estatal de California, pero lo he aplazado hasta el próximo año académico.

Me seco las manos sudorosas en los vaqueros mientras repito mi discurso preparado sobre experimentar lo que es la vida de verdad antes de ir a la universidad y convertirme en una profesora.

Por el rabillo del ojo, veo al «equipo» de Claudia tomar notas con empeño. La confesión de que me gusta dibujar me gana unas cuantas miradas de interés por parte de los relaciones públicas.

—¿Se te da bien? —pregunta Claudia de pronto.

Me encojo de hombros.

—No se me da mal, supongo. Principalmente hago bocetos a lápiz. Sobre todo de rostros.

—Está siendo modesta —habla Paisley con voz firme—. Los dibujos de Vaughn son increíbles.

Los ojos azules de Claudia brillan de emoción mientras se gira hacia su equipo y, luego, cuatro voces gritan al unísono:

¡Fan art!

—Perdona… ¿qué? —digo, patidifusa.

—Así provocaremos el primer contacto. Llevamos pensando en varios encuentros monos por ordenador, pero todos nos parecían demasiado forzados. Pero este tiene potencial. Imagínatelo: tú tuiteas un precioso boceto que has dibujado de Oakley, y él queda tan impresionado ¡que te retuitea! —La publicista de voz fuerte de Oakley empieza a hacer gestos rápidos con las manos al tiempo que se emociona cada vez más por la imagen que está pintando—. Y sus seguidores se darán cuenta, porque apenas responde a sus tuits. Oakley te dice lo mucho que tu dibujo lo ha conmovido. Que le ha hecho llorar. Os contestáis unas cuantas veces y, luego… —Hace una pausa para darle más efecto—.Te sigue.

Eso provoca varios jadeos simultáneos de sus tres asistentes.

—Sí —dice uno de ellos, asintiendo vigorosamente.

—Pero… —añade otro con vacilación—… tenemos que hablar del problema de la hermana.

—Cierto —conviene Claudia—. Mmm. Sí.

Paisley y yo intercambiamos una mirada de estupefacción. Es como si esta gente hablara en un idioma diferente.

Jim nos ve la cara y lo aclara al instante.

—El hecho de que Paisley trabaja para la agencia saldrá a la luz, sin duda. En cuanto los medios publiquen ese dato, empezarán a sacar teorías locas y dirán que su relación es una farsa planeada de antemano por el representante de Oakley…

No puedo evitar reír.

A Jim no parece hacerle tanta gracia como a mí.

—…, que resulta que está emparentado con el director de la agencia. Así que tenemos que ofrecer una razón creíble de por qué la hermana de nuestra empleada, de repente, está liada con uno de los clientes de la agencia.

—Podemos decir que es casualidad —comenta Claudia con total confianza—. Uno de los tuits de Vaughn para Oakley será el siguiente —dice, y mueve los dedos en el aire como si estuviese verbalizando un titular—: «¡Ay, Dios! ¡Acabo de darme cuenta de que mi hermana mayor trabaja en la misma agencia que te representa! ¡Cómo mola!».

Intento no poner los ojos en blanco.

—Eso podría funcionar —musita Jim, pensativo—. Y luego podemos hacer que Paisley —añade, y mira a mi hermana— dé una pequeña entrevista sobre su rol en la relación.

—¿Mi rol? —Paisley suena insegura.

Está claro que es capaz de leer la mente a Jim, porque empieza a asentir otra vez. Me sorprende que todavía tenga la cabeza unida al cuello a estas alturas.

—Sí, dirás que no te lo podías creer cuando el agente de Oakley te llamó a la oficina de su hermano y te dijo que Oakley quería el número de teléfono de tu hermana.

Paisley también empieza a asentir y yo estoy a punto de darle una colleja. ¿Por qué está alimentando la locura de toda esta gente?

—Tengo unas cuantas preguntas más para Vaughn —añade Jim—. Tu hermana dijo que sales con alguien.

No pierdo detalle de cómo Paisley frunce los labios ligeramente al recordar a W. Puf. Algún día de estos tendrá que aguantarse y aceptar que estoy enamorada de él.

—Sí. Tengo novio —respondo, incómoda—. Y, de hecho, mi Twitter e Instagram están llenos de fotos nuestras.

Jim se gira hacia Claudia, que se queda callada. Veo los engranajes de su cabeza vivaz girar y girar.

—Anunciarás tu ruptura en las redes —decide—. Nos centraremos dos, no, tres semanas en la ruptura. Primero vendrá tu post desanimado anunciando el final de tu relación, luego documentaremos tu duelo, lo molesta y…

—Diremos que se pone los discos de Oakley Ford una y otra vez —termina una de las asistentes, animada.

Los ojos de Claudia se iluminan.

—¡Sí! —Da una palmada—. La música de Oakley te saca del oscuro abismo del desamor.

Aquello casi me provoca una arcada.

—Y eso es lo que te inspira a dibujar su rostro, que finalmente hace que entréis en contacto en redes. ¡Qué monos!

—Mira a Jim—. Todavía puede funciona.

Él parece complacido.

—Vale. ¿Y qué tal el aspecto de Vaughn? ¿Cómo lo veis?

Todos giran la cabeza en mi dirección. Sus miradas me atraviesan, me estudian como si fuese un espécimen bajo un microscopio. Se me encienden las mejillas y Paisley vuelve a apretarme la mano.

De repente, empieza la lluvia de críticas.

—Tiene el flequillo muy largo —trina Claudia—. Lo cortaremos.

—Bueno, en general necesita un buen corte. Y ese tono castaño parece demasiado falso.

—¡Es mi color natural! —protesto, pero nadie me escucha.

—Los ojos marrón miel son bonitos. Me gustan los reflejos dorados. No harán falta lentillas.

—La camiseta le queda un poco demasiado ancha. ¿Tus camisetas son siempre así de anchas, Vaughn?

—¿No nos interesaba una chica normal? —disiente alguien—. Si la ponemos guapa, entonces las fans no serán capaces de sentirse identificadas.

En mi vida me había sentido tan humillada.

—Ah, una última cosa —dice Claudia—. ¿Eres virgen?

Tacha lo último que he dicho: sí es posible pasar más vergüenza. Se oyen unas cuantas toses de otras personas sentadas a la mesa. Jim hace como que el tráfico de personas en el pasillo es fascinante, mientras que los abogados miran con una expresión firme la mesa.

—¿Tengo que responder a eso?

Lanzo una mirada lúgubre a mi hermana, que niega con la cabeza.

—Eso no importa —rebate Paisley al hombre que es más o menos su jefe.

Jim la ignora. Está claro que también quiere la respuesta a esa pregunta.

Quiero abrazarla por defenderme. Estoy bastante segura de que tengo las mejillas más rojas que el pelo de Claudia.

—Si te preocupa que algún escándalo sexual del pasado de Vaughn salga a la luz, no ocurrirá —asegura mi hermana a todos los asistentes—. Vaughn es la «chica buena» por excelencia.

No sé por qué, pero que Paisley piense eso sobre mí me duele. Es decir, sé que no soy una tía súper dura, pero tampoco soy una santa.

Claudia se encoge de hombros.

—De todos modos, lo comprobaremos.

¿Que lo comprobarán? ¿Mi estatus sexual aparecerá en el informe de alguien? Estoy a punto de estallar de la rabia cuando Jim intercede.

—Vale. Creo que todos estamos de acuerdo en que este plan promete. —Da una palmada y centra su atención en el lado de la mesa de los abogados.

—Nigel, ¿por qué no redactáis tus chicos y tú el borrador de un contrato y anotas cualquier tema que preveas que haya que negociar? Oakley llegará aquí dentro de una hora, así que podremos entrar más en detalle entonces.

Frunzo el ceño. ¿Tenemos que esperar una hora hasta que Su Majestad llegue? Y, ahora que lo pienso, ¿necesito yo un abogado? Se lo pregunto en voz baja a Paisley, que se lo pregunta a su jefe directamente.

—El contrato será muy sencillo —nos asegura Jim—. Básicamente, expondrá que has accedido a firmar un contrato de servicio que, en caso de no poder llevar a cabo tus tareas, podrás anular en cualquier momento. Todos los bienes o la cantidad de dinero recibida hasta ese momento serán tuyos.

Me muerdo el labio. Esto empieza a resultarme de lo más complicado. Pero supongo que en un trabajo donde se ganan veinte mil dólares —¡al mes!—, bien podría haber anticipado complejidad.

—¿Qué te parece esto? —sugiere Jim—. ¿Por qué no nos sentamos con Oakley y discutimos todos los puntos del contrato? Luego podrás leer el consentimiento que el bufete de Nigel redactará y, después, ya decidiremos cómo proceder a partir de ahí.

—Vale —respondo, porque suena muy razonable a pesar de lo ridículo de la situación.

A mi lado, Paisley me guiña un ojo y me enseña el pulgar hacia arriba de un modo muy poco sutil para darme ánimos. Yo respondo con una leve sonrisa.

Tengo que recordarme por qué hago esto: para que mis hermanos vayan a la universidad, para que Paisley deje de preocuparse por cómo pagar las facturas… Si soy capaz de centrarme únicamente en todo eso, entonces a lo mejor dejaré de sentirme como si estuviese a punto de vomitar.

Capítulo 4
Ella

Tengo hambre y mi estómago lleva anunciándolo desde hace media hora. Aun así, nadie sugiere que nos tomemos un descanso para ir a comer, aunque ya casi sea mediodía y Oakley Ford no haya aparecido todavía. Han pasado dos horas. Jim y los abogados han abandonado la estancia, pero todos los demás siguen pegados a sus sillas.

—Toma una barrita de cereales y una Coca-Cola. —Paisley coloca los aperitivos en la mesa, frente a mí.

—No me extraña que te guste trabajar aquí —bromeo—. La comida del almuerzo es de lo más sofisticada.

Pero como tengo muchísima hambre, me meto media barrita en la boca… justo en el mismo momento que Oakley Ford abre la puerta.

Dos hombres corpulentos con brazos como troncos de un árbol le siguen al interior de la sala. Uno se planta junto a la entrada, mientras que el otro continúa tras del cantante. Apenas me fijo en que Jim y los abogados entran y cierran la puerta, porque estoy demasiado ocupada mirando a Oakley.

Es más alto de lo que pensaba que sería. Todos en Hollywood son bajitos. Zac Efron es un poco más alto que yo, que mido un metro sesenta y siete. Lo mismo pasa con Daniel Radcliffe. Ansel Elgort es un verdadero gigante, y solo mide uno noventa. Oakley parece ser de la talla de Elgort, pero con muchos más músculos.

Y está incluso más bueno en persona. No es su pelo rubio, de punta por delante pero corto por detrás. Ni sus ojos verde musgo. Ni su mentón esculpido. Es su aura. Se oyen un montón de cosas como esa, pero hasta que no lo vives en primera persona, no crees que realmente exista.

Pero él la tiene.

Todos en la sala se ven afectados. La gente se sienta con la espalda recta y se alisa la ropa. Apenas me doy cuenta de que Paisley se está peinando con los dedos.

Y yo soy incapaz de apartar la mirada.

Oakley lleva los vaqueros tan bajos que la marca de sus calzoncillos se ve, mientras alarga el brazo hacia el aparador para coger un botellín de agua. Los músculos de sus brazos están lo bastante definidos como para que se le noten, y yo observo con fascinación cómo flexiona el bíceps derecho cuando le quita el tapón a la botella. Esos músculos me recuerdan al reportaje de fotos que hizo para Vogue sin camiseta hace un par de meses. Las fotos rondaron por Internet, porque la revista sacó una en donde salía solo en calzoncillos, y el tamaño de su entrepierna hizo que todos especularan sobre si se había metido calcetines bajo los bóxer o no.

Me olvido de que estoy comiéndome una barrita de cereales. Me olvido de que estoy sentada en la mesa con un montón de abogados. Me olvido de mi propio nombre.

—Lo siento. Había tráfico —dice antes de acomodarse en la silla al final del todo de la mesa. Su guardaespaldas se queda justo detrás.

Me hallo asintiendo, porque el tráfico de Los Ángeles es horrible. Por supuesto que este guapísimo dios no nos haría esperar a nosotros, unos meros mortales, porque estaba haciendo otra cosa. Espera… ¿tiene el pelo mojado? ¿Se acababa de duchar? ¿Estaba subiendo la temperatura en la sala?

Este es Oakley Ford y sí que escuché su disco una y otra vez cuando tenía quince años. Y vale, puede que estuviese un poco encaprichada de él, que fue exactamente la razón por la que me enfadé tanto cuando engañó a su novia. Su novia de mentira.

Que es lo mismo que yo voy a ser.

De mentira.

No me gusta mentir, pero se me da bien. Bueno, fingir cosas.

Paisley me da un pequeño empujón con el hombro.

—¿Qué? —Luego me percato de que todavía tengo la mitad de la barrita de cereales colgando de la boca.

Echo un rápido vistazo a la sala y veo que todos se han fijado en ese detalle. Claudia me mira con preocupación. Jim se resigna. No quiero mirar a Oakley, pero lo hago igualmente. Su expresión es una mezcla de horror y fascinación. La mirada que le lanza a su representante dice claramente «espero que estés de broma».

Lo único que hago es actuar como si no me importara. Muerdo la barrita y empiezo a masticar. La barrita energética, que no era muy atrayente en un principio, sabe a cartón. Todos me observan, y yo mastico incluso más despacio. Luego le doy un gran sorbo a mi Coca-Cola antes de limpiarme la boca con la servilleta que Paisley hace aparecer de forma milagrosa. Estoy segura de que estoy más roja que los labios de la recepcionista, pero hago como que no es para tanto. ¿Ves lo buena que soy haciendo como que todo va perfectamente?

—Así que, ¿esta es ella? —Oakley hace un gesto con la mano en mi dirección. Ya le he oído hablar antes en entrevistas, pero su voz suena incluso mejor en persona. Profunda, ronca e hipnotizadora.

Jim vacila y luego baja la mirada a su teléfono. Sea lo que sea que ve en la pantalla, reafirma su determinación. Baja el teléfono.

—Oakley Ford, esta es Vaughn Bennett. Vaughn, Oakley.

Empiezo a ponerme de pie y extiendo una mano, pero me detengo a medio camino al ver a Oakley echarse hacia atrás y llevarse las manos a la nuca.

Pues vale.

De pronto, todos mis nervios y la vergüenza desaparecen. El alivio los reemplaza. Le doy otro sorbo a mi Coca-Cola. Sorpresa, sorpresa… el señor Famoso es un completo idiota.

Por un momento, sentí como si estuviese en peligro de caer presa por su magnetismo. Me olvidaría de W, del dinero, de April Showers, de las supermodelos brasileñas y quedaría atrapada en su campo de fuerza. ¿Pero un tío que se burla de mí porque he tenido el coraje de comerme una barrita de cereales mientras todos esperábamos a que el señorito tardón llegara? ¿Que no tiene la cortesía ni de estrecharme la mano?

Ni de coña me enamoraría de un tío así.

Miro de soslayo a Paisley, que está sonriendo ligeramente. Debe de haber tenido la misma preocupación.

—Bueno, ¿vamos a hablar de los términos? Como, ¿cuál es mi horario de trabajo? —pregunto con frialdad, acunando la lata de refresco entre mis manos.

—¿Horario de trabajo? —repite Claudia, con el ceño fruncido.

—Sí, porque es mi trabajo.

Se ríe con nerviosismo.

—No es un trabajo, sino más bien un…

—¿Papel? —ofrece una de sus asistentes.

—Sí. Un papel en una película larga y romántica. Y vosotros dos sois los protagonistas.

Siento la bilis subir por mi garganta.

Oakley gruñe de impaciencia.

—Empecemos.

Sin preámbulos, Claudia explica nuestro primer contacto con el dibujo y todo lo demás de Twitter. Cuando termina, Oakley bosteza.

—Vale. Me da igual. ¿Vas a hacerlo tú, no?

—Bueno, yo no, sino Amy. —Claudia ladea la cabeza hacia la mujer morena a su derecha.

Amy levanta el teléfono a modo de saludo.

—Genial. —Golpea las dos manos sobre la mesa—. ¿Entonces ya hemos acabado?

¿En serio? ¿He esperado más de dos horas, y solo me he podido comer una barrita de cereales y una ración extra de humillación, por estos cinco minutos en los que Oakley Ford ha demostrado que no va a participar en esta farsa? Sino que voy a flirtear de mentira con una asistente de su equipo de publicidad.

Me giro hacia Paisley, que se encoge levemente de hombros con arrepentimiento.

—No. No hemos acabado —ladra Jim desde el otro lado de la mesa. Los dos intercambian una mirada envenenada, pero sea cual sea el poder que tenga Jim sobre Oakley, es suficiente para hacer que la joven estrella se vuelva a acomodar en la silla.

—Oigamos el resto, entonces. —Hace un gesto de cansancio hacia Claudia.

Ella coge su libretita.

—Necesitaremos una primera cita. No creo que debáis tener ningún contacto físico hasta después de la tercera… —Mira a sus asistentes y luego a Jim—… ¿de la cuarta cita? Es decir, estamos intentando vender esto como un romance sano.

Todos empiezan a lanzar ideas sobre cuándo y cómo sucederá ese contacto físico. Alguien dice que debería besarme en la frente. Otra persona sugiere que coloque la mano en mi zona lumbar. Y hay otro voto para que nos cojamos de la mano.

Sigo asimilando el concepto del contacto físico cuando Paisley, la traidora, pregunta:

—¿Cuándo empezaste a cogerte de la mano con W?

Antes de responder, Oakley interviene riéndose por lo bajo.

—¿Has salido con un tío que se llama W?

—¿Y qué? —Guau. ¿Sus primeras palabras hacia mí son para burlarse del nombre de mi novio? Es como si Oakley estuviese intentando hacer que no me gustase.

—Parece un idiota pretencioso. —Se recuesta sobre el respaldo de la silla de cuero y se cruza de brazos. Ese gesto hace que sus bíceps vuelvan a flexionarse.

Aparto la mirada.

—Vale, señor Titulo-mis-discos-con-mi-nombre Ford.

Alguien al otro lado de la mesa ahoga un grito al oír mi audacia, pero Oakley se queda impertérrito ante el insulto.

—Hasta Madonna tiene uno con su nombre deletreado.

—W no es pretencioso.

—Si tú lo dices —sonríe con suficiencia.

—Pues sí. Es increíble. Y muy dulce.

—¿Entonces por qué rompiste con él?

—No lo he hecho —respondo, indignada.

Arquea las cejas.

—¿Rompió él contigo, pues? —Suena… confundido. Como si lo que acabara de decir no tuviera mucho sentido para él.

—¡No!

Oakley se gira hacia Claudia.

—Vaya, ¿mi novia normal, corriente y centrada es infiel?

—Vuelve a arquear las cejas—. Esto va a salir muy bien.

—Ah, te refieres a la ruptura de mentira —digo. Por un momento, se me había olvidado.

Parece como si quisiese poner los ojos en blanco, pero se contiene.

—Él romperá con ella mañana. Cuanto antes, mejor. Esperaremos aproximadamente dos semanas tras la ruptura, y luego ella publicará en Twitter tu dibujo. Luego habrá diversas citas, pero sin nada de contacto físico. —Claudia se gira hacia mí—. ¿Cuándo fue tu primer beso?

—¿El primero, primero? —Me doy cuenta de que es una pregunta estúpida, pero mi mente sigue dándole vueltas a lo de romper con W. No he asimilado todo este asunto. Me he centrado tanto en el dinero y en que vamos a poder pagar la hipoteca y la matrícula de la universidad de los gemelos, además de que Paisley va a poder dormir mejor por las noches, que no había procesado realmente los detalles importantes de cómo va a suceder todo esto.

—Sí, el primero de todos —dice Oakley, y esta vez sí que pone los ojos en blanco.

Estas preguntas personales son un asco.

—¿Y el tuyo? —contraataco, aun pensando en lo de W. Últimamente ha estado más distante. Dice que es culpa mía. Que no actúo como una persona adulta sobre nuestra relación porque sigo negándome a tener sexo con él.

—¿Con lengua? Creo que a los once. Fue con Donna Foster, la hija de la amante de mi padre.

Pongo los ojos como platos. ¿Su primer beso con lengua fue a los once? Yo todavía creía que los niños seguían teniendo piojos a esa edad. Oakley se mearía de la risa si se enterase de que soy virgen.

—¿Y tú? —me la devuelve.

—Eh… —Jope, ahora estoy hasta más avergonzada, pero por otra razón muy distinta—. A los dieciséis —murmuro.

—Oh, los dulce dieciséis. Qué adorable.

Aprieto los puños. Si el equipo de Claudia no estuviese sentado entre los dos, puede que me hubiese lanzado hasta él para borrarle a la fuerza esa sonrisa de creído que tiene en la cara.

Paisley me coge de la mano; un gesto mudo para que recupere la compostura.

Hasta Claudia debe de percibir que mi paciencia está a punto de agotarse. Rápidamente, dice:

—Hagamos lo de cogeros de la mano en la tercera cita, y luego el beso en la cuarta. Las dos primeras las mantendremos en secreto, pero filtraremos las últimas a los paparazzi.

—Espera, ¿nos vamos a besar? Yo tengo novio —les recuerdo—. Nadie había dicho nada de besos.

—¿Vamos a tener una relación de un año y no nos vamos a besar? ¿Por qué no anunciamos que es una farsa desde el principio? —se burla Oakley.

—Pero…, pero…

Sí, definitivamente no he procesado todo esto. Me giro enseguida hacia Paisley en busca de ayuda.

Ella pone una mueca.

—Tienen razón. Nadie va a creerse que Oakley y tú no os hayáis besado. No si vais en serio. —Su tono de voz es de disculpa, pero sus palabras no me ofrecen ningún consuelo.

—No esperaréis que… —dejo caer, sin ser capaz de decir las palabras en voz alta.

—Por supuesto que no —interrumpe Jim con brusquedad—. No somos ese tipo de agencia.

Intenta decirlo como si fuese una broma, pero, eh… en realidad, sí lo son. Le están contratando a este muchacho una novia y esperan que nos besemos.

¿Cómo le voy a explicar esto a W? Lo siento, cariño, no estoy dispuesta a acostarme contigo todavía, pero voy a besarme con otro tío. En público.

Sí, la conversación irá de lujo.

Claudia se inclina hacia adelante.

—No es diferente a como si estuvieses actuando en una serie de televisión. Recuerda, eres la protagonista de una gran historia de amor.

Su aplomo tampoco me ayuda. Puede que no sepa lo que quiero en la vida. Puede que le diga a todos que quiero ser profesora porque es más fácil que admitir que no tengo ni idea de cuál va a ser mi futuro y que preferiría esconderme en un bar, como camarera, durante los próximos cinco años. Pero sí sé que la industria del cine y de la música no me interesa.

Paisley me vuelve a dar un apretón en la mano, probablemente para recordarme por qué estoy haciendo esto. Al hacerme pasar por novia, voy a poder quitarle una gran carga de encima a mi hermana mayor y voy a poder mantener a mis hermanos. No es como si estuviese vendiendo toda mi vida. Es solo un año.

—¿Qué tengo que hacer? —pregunto con resignación.

—Solo os tenéis que dar unos cuantos besos, cogeros de la mano en ciertas ocasiones. No es nada, de verdad. —Claudia mueve la mano con frivolidad—. Y no hace falta que incluyamos en el contrato más que algunos términos generales sobre el contacto físico cuando sea necesario.

—¿Es necesario que aparezca en el contrato? —pregunta Oakley, molesto.

—Estoy de acuerdo. Si alguna vez sale todo esto a la luz, sería horrible para la imagen de Oak —puntualiza Jim.

—Los términos han de ser específicos para que la chica pueda atenerse a ellos —contesta uno de los hombres trajeados. Luego él y Jim se enzarzan en una discusión en voz baja hasta que el abogado cierra la boca con clara derrota, aunque a regañadientes—. Vale, pueden ser generales, pues. Un contrato genérico de servicios.

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