Читать книгу: «Cuando es real», страница 3

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En cuanto eso estuvo decidido, Claudia vuelve a su lista. Me pregunto cuán larga es. Miro al gran reloj blanco sobre la pared. Ya han pasado tres horas y estoy agotada.

—Volvamos a hablar de su aspecto.

—No voy a cambiar de look —digo—. Me gusta como soy.

Me gustan mis vaqueros cómodos y ajustados, mis camisetas coloridas y las Vans que W y yo que nos diseñamos en la mañana de orientación el pasado semestre. Las zapatillas están cubiertas de un montón de detalles que marcan nuestras citas favoritas. Tienen una varita mágica a lo largo de la suela izquierda, porque ambos somos fans de Harry Potter. Luego un farol, para representar el escaparate que hay en Wilshire, donde W me besó por primera vez. Donde sí que hubo lengua. Sus iniciales están en la parte de atrás de un zapato, y las mías están en la otra. Él también tiene un par igual, pero no se las pone. Dice que no quiere estropearlas.

—¿Tienes un look? —Oakley levanta las cejas.

—Sí, y es mejor que el tuyo —respondo, cansada de su actitud—. ¿Te mataría llevar pantalones que realmente se ajustaran a tu cintura? A nadie le interesa verte la ropa interior.

—Nena, todos quieren ver mi ropa interior. Me pagan cien mil dólares por cada foto que saquen los paparazzi.

—¿Nena? —me burlo.

Él se inclina y junta sus dedos, sorprendentemente elegantes.

—¿No te gusta? Entonces elige otro. Eres mi «novia» —me recuerda, también con burla.

—¿Entonces te van las niñas?

—¿Qué? —Se echa hacia atrás—. No. Vale. ¿Qué tal…

—Finge pensar y luego chasquea los dedos—… vieja?

—Genial. —Le ofrezco la más falsa de las sonrisas—. Yo te llamaré a ti… pichafloja.

—Vaughn, es asqueroso —interrumpe mi hermana.

Oakley se cubre la boca. Juro que veo una sonrisa. Espero a que responda y no me decepciona.

—No tengo ningún problema, cara cangrejo.

—Bueno, ya está bien. No hace falta que aparezca nada de eso en el contrato.

El abogado de Oakley remueve los papeles con inquietud.

Me giro de nuevo hacia Claudia. He cedido en lo de los besos, en las citas, en la ruptura organizada con mi novio en las redes sociales, pero ni de coña voy a dejarles que me cambien el aspecto físico. Tendré que luchar por algo, ¿no?

—Pensaba que queríais a una chica normal. Yo soy una chica normal. Esto es lo que llevamos las chicas normales.

Cuando Claudia y Jim intercambian una mirada, sé que esta batalla la he ganado. Están de acuerdo con mantener mi aspecto… por ahora.

—Pero cuando os hagamos fotos, al menos deja que te maquillemos. Querrás que lo hagamos —me promete Claudia.

Mmm. No me gusta como suena eso.

La negociación continúa. ¿Cuándo saldrá nuestra primera foto oficial? ¿Dónde sucederán las citas? ¿Iré a alguna gala de premios con él? ¿Y la semana de la moda de Nueva York? ¿Con qué frecuencia deberían vernos juntos? ¿Todos los días? ¿De vez en cuando?

Ah, y yo no voy a tener el número de teléfono de Oakley. Como si me importara.

Pero aun así me parece raro, porque, ¿qué chico de diecinueve años no tiene permitido darle su número a su propia novia? ¿Y cómo se comunica con sus amigos? Espera… ¿tiene siquiera amigos? ¿O son todos falsos como yo?

Lo miro de soslayo y siento un ramalazo de compasión. Ay, madre. ¿Ya estoy empezando a sentir pena de él? Creo que puede ser.

Pero entonces mi estómago gruñe y me recuerda que aún sigo enfadada. Y hambrienta.

—Nos mandarás un mensaje a Amy o a mí si quieres ponerte en contacto con Oakley —dice Claudia.

—Tengo la sensación de que necesito tener mi propio equipo. Mi equipo puede ponerse en contacto con el tuyo —bromeo.

Nadie se ríe. En cambio, Claudia parece como si realmente estuviese considerándolo, pero luego lo descarta.

—No, creo que dos adultos tuiteándose el uno al otro y comentándose en Instagram va a parecer demasiado falso. Y tu forma de expresarse, eso lo queremos conservar. Mientras que Amy lleva publicando cosas en la página de Oak un par de años.

¿Tengo una forma de expresarme?

—Como queráis. —Estoy cansada y tengo hambre. Una barrita de cereales no ha sido bastante, y mi estómago vuelve a gruñir para alertar a todo el mundo de ese hecho.

—¿Solo te has comido esa barrita de cereales en lo que llevamos de día? —pregunta Oakley.

La sorpresa me embarga. De todas las personas en esta sala, ¿Oakley ha sido el único en preguntar?

—He desayunado, pero me gusta comer como una persona normal.

Una leve sonrisa se apodera de sus labios.

—Jim, tenemos que comer.

—Oh, claro. —Jim se gira hacia Paisley—. Ve y compra uno de todo lo que haya en la cafetería que hay ahí en frente.

Veo la oportunidad de tomar aire fresco y de escapar.

—Yo también voy. —Eso sin mencionar que no quiero estar aquí sin Paisley.

—Ah, no, te necesitamos aquí —objeta Jim.

—Lo siento —le susurro a mi hermana. Ella no tiene por qué servirme.

Paisley se ríe.

—Es mi trabajo, tonta. Ahora vengo.

Sale como si estuviese feliz de salir de allí, mientras yo me quedo observándola, deseando poder ir con ella.

Al otro lado de la mesa, Oakley se echa hacia atrás, se vuelve a cruzar de brazos y pone cara de engreído, como si hubiese hecho desaparecer el hambre en el mundo.

—¿Y bien? —me incita.

—Y bien, ¿qué?

—¿No vas a darme las gracias?

—¿Por qué? Es Paisley la que va a ir a por la comida.

—No comerías de no ser por mí.

Señalo al reloj.

—Llevo cinco horas metida en esta sala de reuniones. Los prisioneros de cárceles de máxima seguridad reciben mejor trato. Si no fuese por ti, estaría en la playa releyéndome El cuento de la criada y habría comido algo. Pero, por supuesto, gracias por decirle a tu representante que mande a mi hermana a comprarme comida.

A él no le gusta mi respuesta arrogante.

—Hace demasiado frío para ir a la playa.

—No he dicho que vaya a meterme en el agua. —Hablo en el mismo tono que uso cuando les digo a mis hermanos pequeños que están actuando como dos idiotas inmaduros.

—¿Y por qué vas a la playa, entonces?

Le miro boquiabierta.

—¿Por qué va la gente a la playa? Porque mola.

—Si tú lo dices —responde, pero la petulancia que ha demostrado antes se reduce, como si las razones por las que me guste la playa fuesen importantes… o incluso interesantes. O puede que esté confundido porque no entiende por qué elegiría ir allí en vez de estar a unos cuantos metros de su santísima persona.

Pero no se lo voy a decir.

En cambio, apuro lo que me queda de Coca-Cola, la dejo sobre la mesa con más fuerza de la necesaria, luego me recuesto en la silla y rehúso a pronunciar otra palabra.

¿Es infantil?

Pues sí.

Pero me llena de satisfacción.

Capítulo 5
Él

Jim me arrastra a su oficina antes de que pueda escapar hacia los ascensores. Mis guardaespaldas, Big D y Tyrese, se quedan fuera, pero nos ven a la perfección porque su oficina es un gran cubo de cristal. No sé cómo puede trabajar con toda la planta viéndolo en todo momento.

Toda mi vida es un gran cubo de cristal. Ni siquiera soy capaz de recordar algún momento en el que haya tenido privacidad.

—No la ahuyentes. —Es lo primero que Jim me espeta.

—¿A quién?

—A Vaughn Bennett. Es la candidata perfecta para hacer de tu novia falsa. La necesitamos.

—Sí, igual que yo a un enema. ¿Has visto qué boca tiene esa chica?

—Oakley, te lo advierto.

—¿Qué? —Pongo los ojos en blanco y me dejo caer en la gran silla de piel que hay tras su majestuoso escritorio.

No comenta nada respecto a que me haya sentado en su silla. No puede, porque soy el puto Oakley Ford.

—Uno —empieza Jim—. No tontees con ella…

—¿No tenemos que hacer precisamente eso? Se supone que vamos a salir juntos.

—El objetivo es rehabilitar tu imagen. Vaughn jugará un papel crucial en ello, lo que me lleva al punto número dos: nada de antagonismo.

Estoy a punto de decir «ha empezado ella», pero con ello sonaría como un niño de cinco años. Aunque es cierto. Vaughn Bennett ha sido la que se ha comportado de forma borde y contestona. Yo solo he comentado que su novio parece un idiota pretencioso. No es culpa mía que la gente no soporte las verdades.

—¿No podías haber contratado a alguien menos… quejica? —gruño.

—¿Te refieres a una chica más devota? —responde Jim, y su sonrisa cómplice me saca de quicio.

Vale, puede que me enfade la completa falta de… ¿respeto, supongo? No espero que todas las chicas que conozca se postren a mis pies y me declaren su amor incondicional, pero venga, al menos debería haber dicho que le gustaba mi música o algo. O felicitarme por mi último Grammy.

¿Qué se cree esta chica, comportándose como si me hiciera un favor por sentarse en la misma sala de reuniones que yo? Soy Oakley Ford.

—¿Entonces has cambiado de opinión sobre lo de trabajar con King? —inquiere Jim.

Le fulmino con la mirada.

—Tiene que haber otra forma. Volvamos a llamarle.

—Claro. —Jim saca su móvil y lo desliza hasta el centro del escritorio entre nosotros—. Llámalo. Es el décimo de mis números favoritos.

Parece un desafio. Cojo el teléfono y empiezo a marcar, pero me doy cuenta de que estoy en el registro de llamadas de Jim. Un quinto de las llamadas son a King. Alzo la mirada para encontrar la de Jim y lo que veo no me da buena espina. Es una mezcla de culpa y resignación.

Él agacha la cabeza.

—He intentado llamarlo. No coge mis llamadas para hablar de ti. No le interesa, no hasta que le demuestres que no eres un pequeño capullo consentido que prefiere estar de fiesta en discotecas antes que hacer buena música. Así que si tienes una idea mejor, soy todo oídos, pero como no lo secuestres, lo lleves a una cabina y te montes un «Misery», no creo que vaya a trabajar contigo.

No puedo seguir manteniendo el contacto visual porque no tengo ninguna otra idea. Me froto la garganta y me pregunto cómo he podido perder la chispa.

Si fingir que salgo con una chica que no conozco, a la que no le caigo bien, le trae de vuelta, entonces seré el mejor novio que haya tenido esta chica.

Lo cual no puede ser muy difícil si consideramos que el actual se llama W.

***

Llego a casa una hora después y veo a una pareja medio desnuda liándose en mi cama.

Permanezco en el umbral durante un segundo, intentando descubrir lo que sucede, pero la rubia delgada tumbada sobre mi colchón extra grande me ve y suelta un chillido ensordecedor.

—¡Oh! ¡Dios! ¡Mío! ¡Eres Oakley Ford!

A continuación, vestida con tan solo una minifalda y un sujetador provocativo, salta de la cama y se me lanza encima.

Tyrese aparece de la nada y le corta el paso.

La ira y la molestia se remueven en mi interior cuando miro al tío que está en la cama. Apenas lo reconozco, creo que es uno de los amigos de Luke. Pero, ¿por qué está en mi habitación?

Se pone los pantalones y sale de la cama. Está drogado, o borracho, o ambos cuando murmura:

—Oak, hermano. Has vuelto pronto. Luke dijo que no regresarías hasta dentro de un par de horas.

Como si eso le diese derecho a hacer todo tipo de cosas en mi cama.

Me siento tan asqueado que no puedo ni contestar. Simplemente muevo la cabeza hacia Tyrese, el cual agarra con una mano el brazo de la chica y con la otra el hombro del tipo.

—Hora de irse —anuncia mi guardaespaldas con su voz de barítono.

—¡No, espera! —gimotea la rubia—. ¡Quiero una foto con Oakley! ¡Oakley, soy tu mayor fan! ¡Te quiero! ¿Puedo…?

Sus ruegos se desvanecen al tiempo que Tyrese arrastra a la pareja escaleras abajo.

Escucho el sonido de una puerta y me giro para ver a una empleada del servicio salir de una de las habitaciones de invitados.

—¿Todo bien, señor Ford? —pregunta de forma tímida.

—Todo correcto —señalo mi habitación con el pulgar—. Quema esas sábanas —ordeno bruscamente y después paso por su lado hacia el ala este, donde Luke ha estado quedándose estos últimos días.

Abro su puerta sin llamar.

—Fuera —espeto.

Luke se hallaba despatarrado en la cama viendo la televisión, pero se pone de pie y su mirada nerviosa se fija en mí.

—Oak —dice con voz débil—. Has vuelto pronto.

—Sí —contesto—. Y ya es hora de que te vayas.

—Pero… —Traga saliva—. Venga, tío, ya te lo he dicho, no tengo otro sitio en el que quedarme mientras fumigan mi casa.

—Ya no es problema mío.

—Oak…

—¿Por qué cojones hay desconocidos en mi habitación, Luke? Teníamos un acuerdo. Yo te dejaba quedarte y tú no invitabas a la gente sin consultarme primero.

—Lo sé, lo siento. Ha sido una idiotez, hermano. Pero la chica de Charlie está obsesionada contigo y es su cumpleaños, y Charlie quería enseñarle tu habitación. Ya sabes —continúa con tono débil—, como regalo de cumpleaños.

Lo miro con la boca abierta. ¿Espera que me lo crea?

—¿Cuánto y cuántas veces? —inquiero en tono monótono.

Luke vuelve a tragar saliva.

—¿Q-qué?

—¿Cuánto les cobras por la experiencia de tener sexo en la habitación de Oakley Ford, y cuántas veces lo has hecho?

Cuando las puntas de sus orejas enrojecen, sé que tengo razón. Y ahora todo el asco que siento está dirigido a mí mismo. Debería haber sabido que Luke me la jugaría antes o después. Siempre lo hacen.

Lo conocí hace un par de años en el estudio. Yo estaba ensayando con la banda de allí, él tocaba el bajo y nos caímos bien instantáneamente. Nos gustaba la misma música, los mismos videojuegos, todo. Durante un tiempo nos desatamos en las discotecas de Los Ángeles. Le invité a unirse a mi tour. Pero estos últimos meses, Luke se ha convertido en una sanguijuela. Pidiéndome dinero prestado, haciendo que firme cosas para venderlas por internet.

¿Y ahora esto? Sí. Creo que esta «amistad» se ha acabado.

—Olvídalo, no me contestes —murmuro—. Coge tus cosas y márchate.

—No seas así, tío.

No tengo paciencia.

—D —grito por encima del hombro.

Big D aparece detrás de mí. Cruza los enormes brazos que tiene sobre su gran pecho y empieza a fulminar con la mirada a Luke hasta que el bajista suspira derrotado y empieza a recoger sus cosas.

Mientras mi guardaespaldas se hace cargo de la situación, yo me voy y bajo las escaleras de dos en dos. Este día va de mal en peor, empezando por la reunión con mi nueva novia falsa, una chica con labia y resentida; y terminando con otra persona a la que consideraba un amigo y que acaba de mostrar cómo es en realidad.

Echo chispas al entrar en la sala de entretenimiento del piso principal y cojo una cerveza del frigorífico. Sí, tengo menos de veintiún años, pero he tomado alcohol y drogas, y he tenido chicas a mi disposición desde que tengo uso de razón.

Abro el botellín y me tiro al sofá de cuero. Solo son las cinco y ya tengo ganas de que se acabe el día.

Tyrese asoma su cabeza afeitada por la puerta y gruñe:

—Ya nos hemos encargado de todo, Oak.

—Gracias, Ty. —Le doy un trago a la cerveza y pulso el mando.

—D se va —me dice.

Asiento. Los dos se pegan a mí como lapas durante el día, pero cuando hay gente en casa o salgo de noche solo se queda Ty. Big D tiene mujer e hijos. Ty está soltero.

—Avísame si necesitas cualquier cosa.

—Gracias.

Después de que se marche, subo el volumen y voy pasando los canales, pero nada me interesa. Veo diez minutos de un documental sobre los dragones de Komodo. Cinco de una comedia mala. Unos minutos de los titulares de deportes. Unos segundos de las noticias de las cinco, que son más que suficientes para cansarme, así que vuelvo a cambiar de canal.

Estoy a punto de apagar la televisión cuando veo una cara familiar. Están echando TMI, un programa estúpido donde dos imbéciles observan vídeos de reporteros y los comentan de forma controvertida. La pantalla muestra a una mujer alta y esbelta ataviada con unos vaqueros ceñidos y un top azul holgado saliendo del aeropuerto de Los Ángeles.

La rubia es mi madre.

—… Y no parece muy preocupada por el último escándalo de su hijo —dice el presentador.

Espera, ¿hay un último escándalo mío? Me estrujo el cerebro para pensar en lo que he hecho últimamente, pero no recuerdo nada.

Una risilla se oye a través de los altavoces. La conozco bastante bien.

—Oh, ¡bah! Mi hijo tiene diecinueve años y mucha sangre en las venas. Si es un delito que quiera morrearse con una joven guapísima, y mayor de edad, fuera de una discoteca…

Ah. Ese escándalo.

—… Entonces adelante y que encierren a la mitad de los adolescentes de la ciudad —acaba mi madre. Después se pone sus grandes gafas de sol y se mete en la limusina que la espera en la zona de recogida del aeropuerto.

—Quizá Oakley solo siga los pasos de su querida madre

—comenta la presentadora con el pelo rosa y de punta—. Porque es obvio que a Katrina Ford no le importa besuquearse fuera de las discotecas. La siguiente foto se tomó anoche en Londres.

Una foto de mi madre besándose con un tío de pelo cano aparece en la pantalla. Apago la televisión antes de que empiecen con los comentarios. Me preocupan menos los líos londinenses de mi madre que el hecho de que esté de vuelta en Los Ángeles.

Y ni siquiera se haya preocupado de llamarme.

Mierda, igual lo ha hecho, pienso un segundo despúes cuando miro el móvil y veo una llamada perdida del número de móvil de mi madre de Los Ángeles. Olvidé que había puesto el teléfono en silencio en la sala de reuniones de Diamond.

Pulso el botón de rellamada y espero al menos diez tonos antes de que la voz de mi madre me grite en el oído.

—¡Hola, cariño!

—Hola, mamá. ¿Cuándo has vuelto?

—Esta mañana. —Hay algo de ruido de fondo, como martillazos y el zumbido de un taladro—. Espera un segundo, cielo. Voy a subir porque apenas te oigo. Estoy renovando la planta baja.

¿Otra vez? Juro que esa mujer renueva su casa de la playa en Malibú cada dos meses.

—Vale, ya te oigo. Bueno, te había llamado para confirmar que vas a la gala benéfica que celebra el estudio este fin de semana.

Tenso la mandíbula. Supongo que es mucho pedir que llamase para hablar con su único hijo.

—¿Para qué es la gala? —inquiero sin emoción.

—Pues no me acuerdo. ¿Quizá para la lucha contra la crueldad animal? No, creo que es para la investigación contra el cáncer. —Mamá se detiene—. No, eso tampoco. Tiene que ver con los animales, seguro.

No voy a mentir, mi madre es una cabeza hueca.

No es tonta ni nada por el estilo. Es capaz de memorizar un guion de cien páginas en un día. Y cuando le apasiona algo, se entrega en cuerpo y alma a ello. Pero… le apasionan chorradas. Zapatos. Redecorar la casa multimillonaria que consiguió en el divorcio. La dieta de moda.

Katrina Ford fue la reina de las comedias románticas, una mujer vivaracha y hermosa, pero la verdad es que no tiene mucha sustancia. Tampoco va a ganar ningún premio a la mejor madre del año, pero ya estoy acostumbrado a vivir en un segundo plano para ella.

Aunque tampoco es que mi padre sea mucho mejor. Al menos mi madre se acuerda de llamarme. A veces. Dustin Ford está tan ocupado siendo un gran actor de renombre que ni se acuerda de que tiene un hijo.

—Y cielo, no traigas a nadie —dice mamá—. Si apareces con alguna chica colgada del brazo, toda la atención recaerá en eso y no en la obra benéfica para la que tratamos de recaudar dinero.

La obra benéfica cuyo nombre y objetivo ni siquiera recuerda.

—Le diré a Bitsy que te mande un mensaje con los detalles. Espero que le dediques como mínimo una hora de tu tiempo.

—Claro, lo que quieras, mamá.

—Ese es mi chico. —Vuelve a detenerse—. ¿Has hablado con tu padre últimamente?

—No desde hace meses —admito—. Lo último que sé es que estaba en Hawái con Chloe.

—¿Cuál de ellas es Chloe? ¿La de la operación de pecho o la del bótox estropeado?

—La verdad es que no me acuerdo.

Desde el divorcio de mis padres hace dos años, la vida sentimental de mi padre ha sido un hervidero de mujeres operadas. Qué demonios, su vida también era así antes del divorcio.

De ahí el divorcio.

—Bueno, cuando hables con él, dile que hay una caja con sus cosas que lleva en el armario de la entrada casi un año, y que si él o alguien de su gente no la recoge pronto la quemaré en el brasero de la parte de atrás.

—¿Por qué no se lo dices tú misma? —gruño.

—Oh, cariño, sabes que tú padre y yo solo nos hablamos a través de los abogados, y el mío se encuentra ahora mismo fuera de la ciudad. Así que sé un buen chico, Oak, y dale el mensaje a Dusty. —Su voz suena amortiguada durante un momento—. ¡Claro que no! —Le dice a alguien que no soy yo—. ¡Los paneles se quedan! —La voz de mamá vuelve a oírse bien—. Oakley, cariño, tengo que dejarte. ¡Estos contratistas intentan destruirme la casa! Te veré este fin de semana.

Cuelga sin decir adiós.

El silencio en la casa hace que me pique la piel. Sin Luke y su banda de sanguijuelas, este sitio parece un museo. Vuelvo a encender la televisión y subo el volumen.

Genial. Ahora finjo no estar solo subiéndole el volumen a la televisión. Sin prestar atención realmente, veo un montón de programas de tunear coches hasta que soy incapaz de soportar lo falsos que son. Supongo que me resulta demasiado familiar. Cojo mi móvil y mis dedos vacilan sobre la pantalla. Podría pedirle a Tyrese que llamase a una de esas chicas que solo quieren tocar a Oakley Ford. Con eso bastaría para una hora o dos. Podría hacerme un porro. Beber hasta perder la consciencia. O simplemente irme a la cama. Porque si voy a cambiar, como le he prometido a Jim, ninguna de esas opciones son válidas.

Apago la televisión. En el salón, Tyrese se encuentra sentado en el sillón enorme mirando algo en su móvil.

—Me voy a la cama.

—¿Sí? —Alza la mirada, sorprendido. Apenas son las diez—. ¿Solo?

—Sí. Se supone que ahora soy un buen chico. No puedo traer a chicas cuando estoy a punto de enamorar a una, ¿sabes?

Tyrese se encoge de hombros.

—Supongo que no. Pero el padre de familia es Big D, no yo.

Y ambos sabemos dónde está Big D ahora mismo. No en una discoteca eligiendo una tía al azar precisamente.

—Te veo mañana.

—Hasta mañana, hermano.

—Buenas noches.

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