Relatos de un hombre casado

Текст
Из серии: Relatos de un hombre casado #3
0
Отзывы
Читать фрагмент
Отметить прочитанной
Как читать книгу после покупки
Relatos de un hombre casado
Шрифт:Меньше АаБольше Аа

Relatos de un hombre casado

“Velos caídos”

G. Narvreón

© G. Narvreón

© RELATOS DE UN HOMBRE CASADO - Velos Caídos –

ISBN papel: 978-84-686-8092-7

ISBN pdf: 978-84-686-8093-4

ISBN epub: 978-84-686-8094-1

Impreso en España

Editado por Bubok Publishing S.L

Dedicatoria

A Andrea y a todas las mujeres que comprenden la diferencia entre el amor y los deseos sexuales más primitivos de cualquier hombre.

G. Narvreón

Índice

Portada

Título

Créditos

Dedicatoria

Índice

Introducción

Capítulo I

Deseos reprimidos

Capítulo II

Lanzado a la aventura

Capítulo III

Un mundo nuevo

Capítulo IV

Fausto, un Adonis de mármol

Capítulo V

Patricio, la primera advertencia…

Capítulo VI

Facundo, un macho bien plantado

Capítulo VII

Repitiendo con Facundo

Capítulo VIII

Marianito, el abogado

Capítulo IX

Encuentro postergado

Capítulo X

Una amistad conveniente

Capítulo XI

El compañero ideal

Capítulo XII

El depredador

Capítulo XIII

Chateando con Jorge

Capítulo XIV

Jorge, un torbellino

Capítulo XV

Transitando por un terreno pantanoso

Capítulo XVI

Jugando al límite

Capítulo XVII

Una decisión inteligente

Capítulo XVIII

Bicho raro

Capítulo XIX

La persona equivocada

Capítulo XX

Velos caídos

Capítulo XXI

Un reverendo idiota

Capítulo XXII

Vox populi

Capítulo XXIII

Decisión inesperada

Capítulo XXIV

Acomodando jugadores

Introducción

“...Ya está, lo sé todo...” Fueron las gélidas, tajantes y temibles palabras que emitió Andrea cuando Gonzalo se acercó a la cocina.

Solo era cuestión de tiempo y Gonzalo lo sabía; tenía claro, que más allá de sus sentimientos por Andrea y de las múltiples ocasiones en las que había estado a punto de confesárselo, finalmente, de una u otra manera, la verdad saldría a la luz… y ese fue el día…

G. Narvreón

Capítulo I
Deseos reprimidos

Imagino que desde siempre lo supe; la atracción que me provocaban los hombres era una realidad. El intentar comprenderlo y el autosatisfacer mis deseos, hicieron que mi paso hacia la adultez resultara complicado y tortuoso.

Tal como lo hace cualquier adolescente que comienza a explorar su cuerpo, tocándose el pene para masturbarse, yo, además, comencé a explorar otras zonas que también me resultaban erógenas y luego de debutar con mi primera puñeta, comencé a jugar con mi ano y a percibir sensaciones que también me resultaban sumamente placenteras.

Lejos estaba de contar con la información a la que se puede acceder hoy, ni Internet, ni líneas telefónicas de contactos, ni videos; solo alguna revista porno gay en algún puesto de la estación Retiro, que, en algunas ocasiones, al regresar del trabajo, me animé a comprar, hasta allí se limitaban mis posibilidades de acceder a otro hombre. Solo podía ser espectador en un vestuario, antes o luego de los entrenamientos de natación, momentos en los que compartíamos las duchas y caminábamos desnudos, sin ningún tipo de prejuicio.

Viene a mi memoria un episodio que me generaría una inmensa curiosidad y una duda, que lamentablemente, jamás pude ni podré despejar.

Mi miembro siempre superó el tamaño promedio y se hacía notar. Un día, en el vestuario del club, luego de un entrenamiento, recuerdo que caminaba desnudo hacia las duchas y en sentido contrario, venía el padre de una amiga de la adolescencia; el tipo era altísimo, peludísimo, un tremendo oso; jugaba al básquet y nos enseñaba ese deporte. En el momento de cruzarnos, fue más que notorio como llevó su mirada hacia mi paquete…

Esa imagen no la olvidaría jamás, porque me dejó pensando en que quizá, a ese hombre con aspecto de macho, que estaba casado y que tenía dos hijas, le gustase la pija y que quizá, se encamase con otros hombres… ¿Por qué no?

En ese entonces, todo me resultaba increíble; viéndolo a la distancia, me doy cuenta de que, probablemente, haya sido así…

Al ingresar a la facultad, comencé a escuchar comentarios sobre qué tal o cual docente era gay, cosa que para mí era una novedad, no porque no supiese que existieran, sino porque el hermetismo con el que yo vivía esa parte de mi ser, me había mantenido hasta entonces muy alejado de conocer en carne y hueso a un hombre con esas preferencias sexuales. Recuerdo a un docente apenas unos años mayor que yo, que se partía de lo bueno que estaba y que, aparentemente, vivía su homosexualidad con naturalidad; por cierto, muy valiente de su parte, ya que no era un tema común en ese momento y no existía el grado de permeabilidad ni la aceptación que existe hoy día en la sociedad en relación con este tema.

Allí fue donde conocí a Andrea, con quien compartiría mi vida y con quien, luego de un huracán que casi nos devastó, formaría una familia.

Transcurría el tiempo y mis hormonas y deseos reprimidos deberían de una u otra forma ser satisfechos. No me alcanzaba con masturbarme viendo alguna imagen en una revista o penetrándome con algún objeto… Necesitaba carne de verdad, necesitaba experimentar la sensación y el sentimiento me produciría al estar desnudo al lado de otro hombre y practicar sexo con él.

Finalmente, tuve el camino libre como para cruzar la frontera; solo era cuestión de animarse a hacerlo.

Capítulo II
Lanzado a la aventura

Aún vivía con mis padres, quienes, como todos los años previo al verano, en el mes de noviembre se irían unas semanas a la costa, por lo que yo me quedaría solo y con la casa a mi disposición.

Hacía un tiempo que había comenzado a encontrar en los clasificados de los diarios, anuncios de mujeres y de hombres ofreciendo servicios sexuales; esto me venía dando vueltas en la cabeza y lo veía como la única alternativa como para cruzar la línea e iniciarme en la bisexualidad.

Una noche, luego de dar vueltas y vueltas, nervioso, ansioso y temeroso, agarré el diario; leí y volví a leer un anuncio en el que se ofrecía ese tipo de servicios, por la zona de Belgrano, relativamente cerca de donde yo vivía…

Finalmente me animé y llamé, sin estar seguro sobre si me atrevería a hablar para contratar el servicio, o si cuando atendiesen, no me animaría a hablar y terminaría colgando, quedándome caliente y frustrado.

Me atendió una mujer a quien le conté lo que estaba buscando. Me comentó sobre la tarifa, que me pareció razonable y me dijo que había tres chicos disponibles, describiéndome las características de cada uno. Le dije que me interesaba el morocho peludito… Me pidió que le diese mi número de teléfono y mi dirección.

 

Fueron segundos de muchas dudas… ¿le daba los datos, me lanzaba a la aventura y finalmente cruzaba la línea, o continuaba con esa tremenda carga que, tarde o temprano, debería sacarme de encima.? Finalmente, le pasé los datos que me solicitaba y colgué.

Transcurrieron aproximadamente treinta minutos, en los que me mantuve atento, mirando por la ventana y sintiéndome realmente nervioso. Iba a ser mi debut con un tipo al que ni siquiera le había visto la cara y quien le pagaría por tener sexo. No tenía idea sobre comportamientos ni códigos, solo sabía que tendríamos sexo y no mucho más que eso.

Finalmente, vi que estacionaba un vehículo frente a casa, del que bajó un flaco. Salí para recibirlo y gratamente, me encontré con un tipo alto, linda cara, pelo negro, tez blanca; llevaba los botones superiores de la camisa desabrochados, por lo que se le podía ver el pecho bien poblado de vellos oscuros. Bastante acertada la descripción que la mina que me había atendido.

–Hola, soy Daniel –dijo.

–Hola, Daniel… Gonzalo –respondí.

–Hola, Gonza… ¿No hay problema de que deje el auto estacionado ahí? –preguntó Daniel.

–No, quédate tranquilo, no hay problema –respondí, ansioso porque entrara y para evitar que alguien pudiese vernos.

Viéndolo a la distancia, me doy cuenta de lo perseguido que estaba y de la paranoia que me aquejaba. Daniel podía haber sido un amigo como cualquier otro, solo que, como yo sabía que venía para tener sexo, imaginaba que el resto del barrio también lo sabría…

Ingresamos a mi casa y me pidió el teléfono para llamar al departamento; no existían los celulares y yo desconocía la manera en como se manejaba esta gente.

–Me tenés que abonar ahora, llamo para avisar que está todo ok y listo, nos relajamos –dijo Daniel.

–Ok –respondí.

Imaginé que estos tipos deberían encontrarse con gente rara, mucho loco suelto, por lo que seguían un protocolo para protegerse y tenían que informar que no existía problema alguno.

Le di el dinero, no recuerdo el monto y le indiqué donde estaba el teléfono. Llamó al departamento y mientras que lo hacía, me paré detrás de él.

Frente a la mesita donde estaba el teléfono, había un espejo en el que podía ver reflejado a Daniel; no pude resistirme más y temeroso por su reacción, extendí una mano para meterla por debajo de su camisa y la apoyé sobre su pecho peludo.

Daniel ni se inmutó y continuó hablando.

–Listo –dijo, mientras que colgaba.

Imagino que habrá percibido el temblor y el frío de mis manos; era la primera vez que tocaba el cuerpo de un tipo en un contexto sexual. Daniel tomó mis manos con las suyas y las guio, para que recorrieran lentamente todo su torso. Me sentí un adolescente principiante y en verdad, adolescente ya no era, pero principiante sí.

–¿Nos quedamos acá? –preguntó.

–No, no… vamos a mi cuarto –respondí.

Caminamos hacia mi cuarto. Finalmente estaba solo con otro hombre entre cuatro paredes y dispuesto a tener sexo.

Nuevamente comencé a franelearle el pecho firmemente, sin temor a su reacción; necesitaba experimentar y percibir que sensación me provocaba el acariciar un pecho firme y peludo.

Finalmente, el momento tan anhelado había llegado y ciertamente, me estaba gustando, me estaba calentando y mucho.

Evidentemente, Daniel estaba acostumbrado a estas situaciones y me dio el tiempo para que experimentase y para que lo tocase cuanto quisiera; después de todo, le estaba pagando por eso.

–¿Ya lo hiciste? –preguntó Daniel.

–Es mi primera vez con un hombre, ¿se nota? –pregunté.

–Solo que se te nota un poco tenso, relajate, que lo vamos a pasar bien, vas a ver que sí –respondió Daniel.

Se acercó hacia mí y me dio un tierno primer beso. Era la primera vez que mis labios tocaban los labios de otro hombre. Apoyó suavemente una mano detrás de mi nuca y comenzó a besarme más intensamente, recorriendo mi boca con su lengua.

Súbitamente, sentí que toda la sangre se me subía a la cabeza, que mis mejillas y orejas se ponían colorada y que mi pene sufría una erección espontánea. Lo abracé y nos besamos por largo rato. Comencé a recorrer su cuerpo con mis manos, bajé hacia sus nalgas, olí su cuello, sentí el roce de su barba.

Comencé a desprender los botones de su camisa, dejando su torso descubierto y me quité la remera; apoyé mi pecho sobre el suyo y pude percibir su calor. Mi miembro, completamente erecto, parecía explotar. Daniel lo notó, metió una mano por debajo de mi short y tomó mi pene fuertemente con su mano.

–¡Opa! Qué tenemos acá –dijo.

Bajó mi short y se puso en cuclillas para comenzar a mamármelo. No podía creer el tener a un macho agachado frente de mí, con mi pene dentro de su boca. Desde arriba, veía los pelos de su pecho, su barba sin afeitar, parecía tan macho y ahí lo tenía, mamándomela. Sentí que se me había puesto dura como roca.

Daniel subió y nuevamente me besó. Apoyo ambas manos por sobre mis hombros y ejerció presión, como invitándome a bajar. Me arrodillé en el piso, mientras que Daniel bajaba el cierre de su jean y dejaba salir su miembro, que era casi como el mío, carnoso, grueso y largo. Me hizo un gesto, invitándome a que se lo mamara. Cerré los ojos y lo metí en mi boca, intentando hacerlo de la mejor manera que me saliera, mientras que él desabrochaba la cintura y dejaba caer al piso su pantalón.

En medio de la exploración, metí más profundo su pene, haciendo que su glande llegase a mi campanilla… sentí una súbita arcada, por lo que me lo saqué de la boca y me incorporé, agitado, con la cara babeada y colorada. Daniel me abrazó y me invitó para que nos acostásemos. Le propuse tirar el colchón sobre el piso como para estar más cómodos.

Completamente desnudos, nos tiramos sobre el colchón.

Me tiré sobre Daniel y lo abracé, lo besé y comenzamos a revolcarnos, quedando alternadamente yo sobre él y él sobre mí. Sí que se sentía lindo, pecho contra pecho, el calor de otro cuerpo de hombre pegado al mío, los dos penes erectos apretados entre nuestras panzas. Necesitaba que me cojieran, quería sentir un pene real penetrándome y haciéndome vibrar, no aguantaba más.

–¡Cojeme! –dije, casi como ordenándoselo.

–Dale, claro que sí, me va a encantar hacerlo y ser el primero –respondió Daniel.

Me incorporé para agarrar una caja de preservativos que había comprado esperando esta ocasión y le alcancé uno para que se lo colocara.

–Se me baja con forrito –dijo.

Su comentario me sorprendió y me inquietó. No por el hecho de que se le bajara, cosa que a muchos hombres les sucedía; de hecho, a veces a mí también me sucedía, sino que me sorprendía e inquietaba el hecho de que, en una época en el que el HIV estaba en plena expansión y muy poco conocía la ciencia y la medicina sobre cómo controlarlo o combatirlo, este tipo que se dedicaba a brindar servicios sexuales, me estuviese diciendo que quería cojer, pero sin utilizar protección; todo una locura.

–Bueno flaco, pero sin forro, ni en pedo –dije.

A pesar de que Daniel parecía una persona súper tranquila, accesible, un tipo común, y educado, sentí cierta incomodidad, porque le había pagado por cojer y eso es lo que quería hacer; si se le paraba o no al ponerse un forro era un problema suyo.

Daniel comenzó a calzar el preservativo en su pene y a pajearse para lograr una buena erección. Lo que estaba presenciando, era mucho más de lo que hasta entonces había hecho; tener tirado sobre el colchón a un flaco alto y peludo, dándole a su pija con la mano, sí que estaba bueno.

Permanecí mirándolo un rato, hasta que sus palabras me sacaron de la especie de trance en el que me había metido, producto del espectáculo que me estaba brindando.

–¿Preferís subirte? –preguntó.

Había esperado largo tiempo por ese momento y aún no tenía preferencias en cuanto a las posiciones… solo quería sentirlo dentro de mí.

Tomé un tubo de lubricante, esparcí el frío gel a lo largo de su miembro y en mi ano y me posicioné en cuclillas, a la altura de su pelvis. Mientras que Daniel sostenía su pene con una mano, comencé a descender, hasta apoyar su glande en mi ano. Me mantuve en esa posición por unos instantes y continué descendiendo, sintiendo como mi esfínter cedía a la presión y por fin, el miembro de Daniel se introducía entero dentro de mí.

Mi ano no era virgen, no obstante, era mi desvirgue con un hombre de carne y hueso; finalmente tenía una pija adentro, que latía, que se percibía tibia y que se sentía hermosa.

Comencé a subir y a bajar, concentrándome en sentir cada estímulo, cada roce. Cada nueva penetración, generaba una reacción inmediata en mi pene; la presión de esa pija apretando mi próstata, el calor de su cuerpo, el estímulo visual de tener a un tipo tirado boca arriba, yo sentado sobre él, con su pene dentro de mi ano, me generaba un torbellino de sensaciones, que, hasta ese momento, solo había podido imaginar. La realidad, estaba superando a todo lo esperado.

Extrañamente, percibí que una gota de líquido pre seminal asomaba por mi glande, nada común en mí. No quería acabar y si estaba pagando, pretendía un servicio completo.

Me incorporé y sentí como el pene de Daniel salía de mi ano.

–Te la quiero poner –dije.

Daniel se quitó el preservativo, apoyó ambos brazos sobre el colchón, dejando su torso semi incorporado.

–Mirá, la verdad es que no lo hablamos, pero no me va mucho que me la pongan –contestó.

–Es verdad, no pregunté, solo supuse que pagaba por un servicio completo –repliqué.

Daniel se arrodilló, tomó mi nuca con una mano y me besó.

–Me caíste bien y me gustás; voy a hacer una excepción –dijo, poniéndose directamente en posición de perrito.

Uf… Muy fuerte para mí el tener a un macho entregándose de esa manera. Sentí que mi pija explotaba. Me puse un preservativo, unté mi pene y su ano con lubricante y me posicioné por detrás de él. Lo tomé de las caderas y sentí como mi miembro se deslizaba entre sus nalgas.

–Pará, pará… tenés la pija grande y un ano no es una concha… quédate quieto y déjame a mí –ordenó Daniel.

Obedecí y me quedé inmóvil, sintiendo mi glande apoyado en su ano y con mis manos aun tomando sus caderas.

Daniel comenzó a moverse lentamente, haciendo que mi glande se moviese de un lado hacia el otro entorno a su ano, ejerciendo un poco de presión y retirándose. Mi inexperiencia hizo que me mantuviese quieto, tal como él lo había indicado.

Continuó con ese juego, buscando su dilatación, y percibí que, lentamente, mi glande comenzaba a desaparecer dentro suyo.

–Dale –dijo Daniel.

No me lo debería decir dos veces. Afirmé mis rodillas e hice un movimiento con mi pelvis, logrando que mi pene se enterrase completo dentro de él. Daniel emitió una exclamación. La situación completa me elevó a un nivel de calentura nunca antes experimentado. Sentí que un irrefrenable orgasmo me invadía y en dos o tres movimientos, la carga de mis bolas comenzaba a llenar el preservativo. Pegué un grito de placer, que liberaba el inmenso peso provocada por años de represión.

Se la saqué, me quité el preservativo y me tiré boca arriba sobre el colchón. Comencé a tocarme el pene, haciendo que aparecieran las últimas gotas de semen. Daniel se incorporó, se paró a la altura de mis caderas, apoyando cada pie al lado de mi cuerpo, mirándome de frente y comenzó a masturbarse.

En segundos, su esperma quedaba depositado sobre mi panza y sobre mi pecho, enredándose entre mis pelos. Realmente fuerte la imagen de un tipo parado frente de mí y eyaculando sobre mi torso.

–¿Te gustó?, ¿estuve a la altura de tus expectativas? –preguntó Daniel.

–Lindo, linda experiencia –contesté.

 

No tenía ningún parámetro desde donde poder comparar. Salvo por la autoexploración y por el disfrute con una mujer, era mi primera vez con un hombre. A la distancia y comparado con todo lo que más tarde experimentaría, esta primera vez, seguramente no superaba una puntuación de cinco en una escala del uno al diez.

–Me permitís ir al baño –preguntó Daniel.

–Sí, claro, si te querés duchar, hacelo, no hay problemas –dije.

Me incorporé y lo acompañé, le alcancé un toallón, tomé papel higiénico, limpie mi torso, tire el papel en el inodoro y regresé a mi cuarto, subí el colchón a la cama y me puse el short y la remera.

Escuché que Daniel cerraba los grifos de la ducha y en minutos ingresaba al dormitorio, con el pelo mojado y con el toallón atado en su cintura; lo dejó caer y comenzó a cambiarse. Se puso el bóxer, el jean y la camisa. Se sentó en la cama para ponerse las zapatillas.

–Gonza, la verdad es que muy buena onda la tuya, ¿te vendrías el próximo fin de semana a una fiestita con amigos míos? De onda te lo digo, me refiero a que sin dinero de por medio, mis amigos estarían felices al ver ese pedazo –dijo Daniel.

Su comentario sí que me tomó por sorpresa. ¡Era mi primera vez con un macho, por el que incluso había pagado y de repente me estaba invitando a una fiesta sexual con amigos!

Si bien su propuesta me resultaba halagadora y me daba la pauta de que, de animarme a salir a en busca de hombres, no me resultaría complicado conseguir con quien tener sexo, su invitación superaba ampliamente los límites que yo estaba dispuesto a cruzar en ese momento y aun, de haberme animado, la reticencia inicial por parte de Daniel para usar preservativos, me hizo sospechar que no se cuidaba responsablemente, por lo que difícilmente lo hicieran sus amigos. Esto, definitivamente puso freno a cualquier tentación como para aceptar su oferta.

–Gracias, pero paso –respondí.

–Bueno, si cambias de opinión, simplemente llamá a donde llamaste hoy y pedís por mí –dijo Daniel.

–Dale, ok –respondí.

Lo acompañé hasta la calle, nos saludamos y jamás nos volvimos a ver.

Muchas veces pienso en él, e incluso, me pregunto si seguirá vivo; suena medio tétrico decirlo de esa manera, pero sí que eran épocas complicadas como para no cuidarse.

Luego de mi primera experiencia con Daniel, tuve algunas otras en las que pagué por sexo y que resultaron mediocres.

Afortunadamente, en poco tiempo, surgiría Internet, que traería un mundo nuevo de posibilidades para ser exploradas.

Купите 3 книги одновременно и выберите четвёртую в подарок!

Чтобы воспользоваться акцией, добавьте нужные книги в корзину. Сделать это можно на странице каждой книги, либо в общем списке:

  1. Нажмите на многоточие
    рядом с книгой
  2. Выберите пункт
    «Добавить в корзину»