Los afectos religiosos

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El Amor, Resumen de la Verdadera Religión

El amor es el principal de las emociones. Cuando alguien le preguntó a Jesús cuál era el primer mandamiento, su respuesta fue: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primer y gran mandamiento. El segundo es similar: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen la ley y los profetas” (Mateo 22:37-40)

El apóstol Pablo enseñó lo mismos: “el cumplimiento de la ley es el amor” (Romanos 13:10). “Pues el propósito de este mandamiento es el amor nacido de corazón limpio” (1 Timoteo 1:5). En 1 Corintios 13, Pablo habla del amor como lo más grande que hay en el cristianismo, su alma y esencia, sin el cual el conocimiento, los dones, y las actividades más fenomenales no tienen valor alguno.

Comprobado queda, pues, que nuestras emociones son el eje de la religión auténtica. El amor no es tan solo una de las emociones, sino la mayor de ellas, y, por decirlo así, la fuente de las demás. Es del amor que surge el odio, odio por las cosas que son contrarias a aquello que amamos. De un amor vigoroso y afectuoso hacia Dios nacerán las otras emociones espirituales: odio por el pecado, temor de desagradar a Dios, gratitud a Dios por su bondad, gozo en Dios cuando experimentamos su presencia, tristeza al sentir su ausencia, esperanza de un futuro disfrute de Dios, y celo por la gloria de Dios. De la misma manera, amor por nuestro prójimo producirá en nosotros todo lo demás que debemos sentir hacia él.

David, Pablo, Juan, y Cristo como ejemplos de emoción santa

La religión de los santos más sobresalientes de las Escrituras fue una religión de emociones santas. Enfocaré en particular a tres grandes santos, y al Maestro mismo, para demostrar la verdad de lo que digo.

Primero, consideremos al rey David, ese hombre según el corazón de Dios quien nos ha dejado en los Salmos un vivo retrato de su religión. Esas canciones santas no son ni más ni menos que el derramamiento de emoción devota y santa. En ellas vemos un humilde y ferviente amor por Dios, admiración de sus gloriosas perfecciones y maravillosas obras, y deseos y añoranzas del alma hacia él. Vemos deleite y alegría en Dios, una dulce gratitud por su gran bondad, y un santo regocijo en su favor, suficiencia, y fidelidad. Vemos amor por, y deleite en, el pueblo de Dios, gran deleite en la Palabra de Dios y sus ordenanzas, tristeza por el pecado propio de David y el de los demás, y ferviente celo por Dios, en contra de sus enemigos.

Estas expresiones de emoción santa en los Salmos tienen especial relevancia para nosotros. Los Salmos no solo expresan la religión de un santo como lo fue el rey David, sino que también fueron inspirados por el Espíritu Santo para ser cantados en la adoración pública de los creyentes, tanto en esos días como en los de ahora.

En seguida, consideremos al apóstol Pablo. De acuerdo con lo que las Escrituras dicen de él, parece haber sido un hombre de una vida emocional altamente desarrollada, especialmente en lo que al amor se refiere. Sus cartas dejan ver esto claramente. Un ardiente amor por Cristo parece encenderlo y consumirlo. Se contempla a sí mismo como sobrecogido por esta santa emoción, impulsado por ella a seguir adelante en su ministerio a o por ella a seguir adelante en su ministerio a través de todas las dificultades y sufrimientos (2 Corintios 5:14-15). También sus cartas están llenas de un desbordante amor por los cristianos. Los llama sus muy amados (2Corintios12:19, Filipenses 4:1, 2 Timoteo 1:2), y habla de su tierno y afectuoso cuidado por ellos (1Tesalonicenses2:7-8).Con frecuencia habla de sus añoranzas y deseos afectivos hacia ellos (Romanos1:11, Filipenses1:8, 1Tesalonicenses2:8; 2Timoteo1:4). A menudo, Pablo expresa la emoción del gozo. Habla de regocijarse con gran gozo (Filipenses 4:10, Filemón 7), de gozarse mucho más (2 Corintios 7:13), y de regocijarse siempre (2 Corintios 6:10). También al respecto hablan: 2 Corintios 1:12, 7:7,9,16; Filipenses 1:4, 2:1-2, 3:3; Colosenses 1:24; 1 Tesalonicenses 3:9. Pablo habla de su esperanza (Filipenses 1:20), de su celo piadoso (2 Corintios11:2-3),y de sus lágrimas de tristeza(Hechos20:19,31, y 2 Corintios 2:4). Escribe del grande y continuo dolor en su corazón debido a la incredulidad de los judíos (Romanos 9:2). En cuanto a su celo espiritual, no es necesario mencionarlo, ya que es obvio a través de su vida entera como apóstol de Cristo.

Si alguno puede considerar estos relatos escriturales de Pablo, sin ver que la religión de Pablo era una religión de emociones, debe ser que tiene la extraña capacidad de cerrar sus ojos a la luz que le brilla en toda la cara.

El apóstol Juan era un hombre cortado de la misma tela. Sus escritos ponen en claro que era una persona de una vida emocional profunda. Se dirige a los cristianos a quienes escribe de una manera realmente tierna y conmovedora. Sus cartas no respiran sino el amor más ferviente, como si él estuviera hecho de afecto dulce y santo. La única manera de comprobar esto que digo sería citar la totalidad de sus escritos.

Mayor que todos estos, Jesucristo mismo tenía un corazón asombrosamente tierno y afectuoso, a la vez que expresaba su justicia fuertemente con emociones santas. Tenía el más fuerte amor por Dios y por los hombres, el ardor y el vigor más grandes que hayan existido. Este amor santo fue el que triunfó en el Getsemaní cuando luchó con el temor y el dolor, cuando su alma estaba “muy triste, hasta la muerte” (Mateo 26:38).

Vemos que durante sus días en la tierra, Jesús tuvo una vida emocional poderosa y profunda. Leemos de su gran celo por Dios: “El celo de tu casa me consume” (Juan 2:17). Leemos de su tristeza por el pecado de los hombres: “entristecido por la dureza de sus corazones” (Marcos 3:5).

Al considerar el pecado y la miseria de la gente impía de Jerusalén, irrumpió en lágrimas: “Y cuando llegó cerca de la ciudad, al verla lloró sobre ella, diciendo: ¡Oh, si también tú conocieses, a lo menos en este tu día, lo que es para tu paz!” (Lucas 19:41-42). Con frecuencia leemos de la compasión de Jesús.(VéaseMateo9:36,14:14,15:32,18:34,Marcos6:34;Lucas 7:13.)¡Cómo se enterneció su corazón ante la muerte de Lázaro! ¡Cuán afectuosas sus palabras de despedida a sus discípulos la noche antes de ser crucificado! De todos los discursos pronunciados por labios humanos, las palabras más afectuosas, y las que más afectan, son las que dijo Cristo en los capítulos 13-16 del evangelio de Juan.

Las Emociones en el Cielo

Indudablemente tiene que existir religión verdadera en el cielo. La religión del cielo, por cierto, es absolutamente pura y perfecta. Según el cuadro que las Escrituras nos pintan del cielo, su religión consiste mayormente de amor y gozo, expresado en las alabanzas más fervientes y exaltadas. La religión de los santos en el cielo es la religión de los santos terrenales perfeccionada. La gracia que vemos en la tierra es el amanecer de la gloria venidera. Textos como

1 Corintios 13 nos lo comprueban. Así pues, si la religión del cielo es una religión de emoción, toda religión verdadera tendrá que ser una religión de emoción.

La manera de llegar a conocer la verdadera naturaleza de algo es empeñarnos en seguir su rastro hasta tanto logremos descubrirlo en su estado puro. Por lo tanto, si hemos de descubrir qué es la religión verdadera, es necesario que alcemos nuestras mentes al cielo. Todos los que verdaderamente son espirituales no son de este mundo. Son extranjeros aquí, perteneciendo más bien al cielo. Son nacidos de arriba, y el cielo es su país de origen. La naturaleza que reciben de su nacimiento celestial es también celestial. La vida de la religión verdadera en el corazón de un creyente es una semilla de la religión del cielo. Conformándonos a ella, Dios nos prepara para el cielo. Por lo tanto, si la religión del cielo es una de emoción, la nuestra aquí en la tierra también ha de serlo.

Las Emociones y Nuestros Deberes Religiosos

Vemos la importancia de las emociones espirituales en los deberes que Dios ha establecido como expresiones de culto.

La Oración. Al orar declaramos las perfecciones de Dios, su majestad, santidad, bondad, y absoluta suficiencia, y nuestro propio estado vacío e indigno, junto con nuestras necesidades y deseos. Pero ¿Por qué? No para informar a Dios de estas cosas, pues él ya las sabe, y de seguro no para cambiar sus propósitos y persuadirle que nos bendiga. No, declaramos estas cosas para conmover y afectar, a través de lo que expresamos, nuestros propios corazones, así preparándonos para recibir las bendiciones que pedimos.

Alabanza. El deber de cantar alabanzas a Dios parece no tener otro propósito que el de animar y expresar emociones espirituales. Solo hay una explicación que podemos dar para entender por qué Dios nos mandaría a expresarnos hacia él en poesía además de prosa, y cantando además de hablando. La explicación es esta: cuando la verdad divina se expresa en poesía y canto, tiene más tendencia a impactarnos y a conmover nuestras emociones.

El Bautismo y la Cena del Señor. Lo mismo se puede decir del bautismo y la Santa Cena. Nuestra naturaleza es tal que las cosas físicas y visibles nos influencian mucho. De aquí que Dios haya ordenado que no solamente oigamos el evangelio por su Palabra, sino que también la veamos exhibida delante de nuestros ojos en símbolos visibles para que nos afecte más. Los símbolos visibles del evangelio son el bautismo y la Cena del Señor.

La Predicación. Una gran razón por la cual Dios ha ordenado la predicación en la iglesia es para imprimir en nuestros corazones y emociones las verdades divinas. No basta con tener buenos comentarios y libros de teología. Estos pueden alumbrar nuestros entendimientos, pero no tienen el mismo poder que tienen la predicación para movilizar nuestras voluntades. Dios usa la energía de la palabra hablada para aplicar su verdad a nuestros corazones de una manera más particular y viva.

 

Las Emociones y la Dureza de Corazón

Otra prueba de que la religión verdadera se encuentra muy bien centrada en las emociones es que la Escrituras con frecuencia llaman al pecado “dureza de corazón”. Considere estos textos:

“Entonces, mirándolos alrededor con enojo, entristecido por la dureza de sus corazones,...” (Marcos 3:5). “Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestro corazón, como en Meriba, como en el día de Masah en el desierto, donde me tentaron vuestros padres, me probaron, y vieron mis obras. Cuarenta años estuve disgustado con la nación, y dije: Pueblo es que divaga de corazón, y no han conocido mis caminos” (Salmos 95:7-10) “¿Por qué, oh Jehová, nos has hecho errar de tus caminos, y endureciste nuestro corazón a tu temor?” (Isaías 63:17). “Y endureció su cerviz, y obstinó su corazón para no volverse a Jehová el Dios de Israel” (2 Crónicas 36:13)

Junto con estos textos, consideren que las Escrituras dicen que la conversión es como el quitar el corazón de piedra y dar un corazón de carne. (Ezequiel 11:19, 36:26). Un corazón duro obviamente es uno que no es fácil de mover o de impresionar con emociones espirituales. Es como la piedra--frío, insensible, y sin sentimientos hacia Dios o la santidad. Es lo opuesto de un corazón de carne el cual sí siente, y puede ser tocado y movido. Se desprende, pues, que la santidad de corazón consiste en gran parte de emociones espirituales.

¿Qué lecciones en cuanto a la emoción podemos aprender de todo esto?

a) Aprendemos que es un gran error rechazar todas las emociones espirituales como falsas. Este error puede surgir después de un avivamiento religioso. Debido a que las fuertes emociones de algunos parecen desvanecerse por completo con mucha rapidez, la gente empieza a despreciar todas las emociones espirituales, como si el cristianismo no tuviera nada que ver con ellas.

El otro extremo es el de tener a todas las fuertes emociones religiosas como señales de verdadera conversión, sin inquirir en cuanto a la naturaleza y la fuente de dichas emociones. Si las personas se ven calurosas y llenas de vocabulario espiritual, los demás concluyen que deben ser cristianos piadosos.

Satanás busca empujarnos de un extremo al otro. Cuando ve que las emociones están de moda, siembra su cizaña entre el trigo. Mezcla emociones falsas con la obra del Espíritu de Dios. De esta manera engaña y arruina eternamente a muchos, confunde a los verdaderos creyentes, y corrompe al cristianismo. No obstante, cuando las malas consecuencias de estas emociones falsas se hacen aparentes, Satanás cambia su estrategia. Ahora busca persuadir a la gente de que todas las emociones espirituales son inválidas. Así trata de cerrar nuestros corazones a todo lo espiritual, y de hacer del cristianismo un formalismo muerto.

La respuesta correcta no es ni la de rechazar todas las emociones, ni la de aprobarlas todas, sino la de distinguir entre ellas. Debemos aprobar algunas, y rechazar otras. Debemos separar el trigo de la cizaña, el oro de las impurezas, lo precioso de lo que no vale.

b) Si la religión verdadera tiene mucho que ver con nuestras emociones, debemos valorar altamente aquello que produce en nosotros estas emociones. Debemos desear el tipo de libro, de predicación, de oración, y de canción, que profundamente afecte nuestros corazones.

No interprete mal lo anterior; estas circunstancias a veces pueden despertar las emociones de personas débiles e ignorantes sin traer provecho alguno a sus almas. Esto se debe a que es posible que estas situaciones exciten emociones que no son ni espirituales ni santas. Tiene que haber una presentación clara y un entendimiento correcto de la verdad espiritual en nuestros libros religiosos, nuestra predicación, nuestras oraciones, y nuestro canto. Siempre que sea así, entre más conmuevan nuestras emociones, mejores son.

c) Si la religión verdadera tiene mucho que ver con nuestras emociones, tenemos mucho de qué avergonzarnos al ver que las realidades espirituales nos afecten tan poco. Dios nos ha dado emociones con el mismo propósito que todas nuestras otras facultades--para que nos sirvan en aquello que es nuestro fin principal: Nuestra relación con él. Sin embargo, ¡cuán común es que las emociones humanas se ocupen con todo lo imaginable, menos con las realidades espirituales! En los intereses mundanos, los deleites externos, las reputaciones, y las relaciones naturales--en estas situaciones los deseos de la gente son fuertes, su amor vivo, y su celo ardiente.

Pero en cuanto a las cosas espirituales ¡cuán insensibles son la mayoría de las personas! Aquí su amor es frío, sus deseos flojos, y su gratitud enana. Son capaces de sentarse a escuchar del infinito amor de Dios en Jesucristo, de la agonizante muerte de Cristo por los pecadores, de su sangre que nos salva de los fuegos eternos del infierno haciéndolos aptos para los gozos inexpresables del cielo, ¡y seguir fríos, sin respuesta, y sin interés! ¿Acaso algo debe mover nuestras emociones si no estas verdades? ¿Es posible que exista algo más importante, más maravilloso, o más relevante? ¿Puede algún cristiano concebir la idea de que el glorioso evangelio de Jesucristo no despierte y excite las emociones humanas?

Dios planeó nuestra redención de tal manera que revelara las verdades más grandes de la forma más viva e impactante. La personalidad y la vida humana de Jesús revelan la gloria y la belleza de Dios en la forma más conmovedora imaginable. Así como la cruz muestra el amor de Jesús por los pecadores en la manera que más nos toca, también muestra la naturaleza odiosa de nuestros pecados en la manera más impactante, ya que vemos el terrible efecto que nuestros pecados produjeron en Jesús cuando sufrió por nosotros. En la cruz también vemos la revelación más impresionante del odio que Dios tiene por el pecado, y de su propia justicia e ira al castigarlo. A pesar de que era su propio hijo, infinitamente hermoso, quien tomaba el lugar de nuestro pecado, Dios lo aplastó hasta la muerte. ¡Cuán estricta, pues, debe ser la justicia de Dios, y cuán terrible su santa ira!

Mucho debemos avergonzarnos de que estas situaciones no nos afectan más.

PARTE SEGUNDA
SEÑALES INVALIDAS PARA COMPROBAR QUE NUESTRAS EMOCIONES SEAN PRODUCTO DE UNA VERDADERA EXPERIENCIA DE SALVACIÓN

Las emociones religiosas pueden tener un origen natural o espiritual. Pueden existir en personas que no han sido salvas, al igual que en aquellas que verdaderamente se han convertido. En esta parte del libro, voy a examinar experiencias que ni comprueban que nuestras emociones, sean espirituales, ni demuestren que no lo sean. En otras palabras, quiero que miremos experiencias que no nos dicen nada acerca de la naturaleza espiritual o no espiritual de nuestras emociones.

El que nuestras emociones sean vivas y fuertes no comprueba que sean o no sean espirituales

Algunas personas condenan toda emoción fuerte. Albergan prejuiciosencontradetodoelquetengasentimientospoderososyvivosacercadeDiosylascosasespirituales.Instantáneamente asumen que tales personas sufren de algún engaño. Sin embargo, si, como acabo de comprobar, la religión verdadera tiene mucho que ver con nuestras emociones, se desprende que la abundancia de la verdadera religión en la vida de una persona resultará en plenitud de emoción.

El amor es una emoción. ¿Dirá algún cristiano que no debemos amar abundantemente a Dios o a Jesucristo? ¿O dirá alguno que no debemos sentir gran odio y dolor por el pecado? ¿O que no nos compete sentir un alto grado de gratitud a Dios por su misericordia? ¿O que no nos es necesario desear con intensidad a Dios y su santidad? Hay algún cristiano que pueda decir, “Estoy bien satisfecho con el grado de amor y gratitud que siento hacia Dios, y con el grado de odio y tristeza que siento hacia el pecado. No tengo necesidad de orar pidiendo una experiencia más profunda de estas cosas.”?

1 Pedro 1:8 Habla de emociones vivas y fuertes cuando dice: “os alegráis con gozo inefable y glorioso.” De hecho, las Escrituras suelen requerir de nosotros profundidad en el sentir. En el primer y gran mandamiento, agotan el alcance del lenguaje para expresarnos el grado hasta el cual debemos amar a Dios: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, y con todas tus fuerzas” (Marcos 12:30). Las Escrituras también nos mandan a sentir fuerte gozo: “Alégrese Israel en su Hacedor; ... Regocíjense los santos por su gloria, y canten aun sobre sus camas” (Salmos 149:3,5). Además, con frecuencia nos exhortan a estar agradecidos con Dios por sus misericordias.

De los creyentes cuyas experiencias se nos narran en las Escrituras, los más sobresalientes expresan a menudo emociones fuertes. Por ejemplo, veamos al salmista: Él menciona su amor como si fuera indecible: “!Oh cuánto amo yo tu ley!” (Salmos 119:97). Su deseo espiritual lo sobrecoge: “Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía” (Salmos 42:1). Habla de inmensa tristeza por sus propios pecados y los pecados de los demás: “Porque mis iniquidades se han agravado sobre mi cabeza; como carga pesada se han agravado sobre mí” (Salmos 38:4). “Ríos de agua descendieron de mis ojos, porque no guardaban tu ley” (Salmos 119:136). Expresa también ferviente gozo y alabanza espiritual: “Porque mejor es tu misericordia que la vida; mis labios te alabarán. Así te bendeciré en mi vida; en tu nombre alzaré mis manos... Porque has sido mi socorro, y así en la sombra de tus alas me regocijaré” (Salmos 63:3-4, 7).

Esto, pues, demuestra que la existencia de fuertes emociones religiosas no es necesariamente una señal de fanatismo. Erramos gravemente si condenamos a la gente de exaltada simplemente porque sus emociones son fuertes e intensas.

Por el otro lado, el hecho de que nuestras emociones sean fuertes e intensas tampoco comprueba que su naturaleza sea verdaderamente espiritual. Las Escrituras nos muestran que las personas se pueden emocionar mucho en cuanto a la religión sin llegar a ser verdaderamente salvas. En el Antiguo Testamento, por ejemplo, la misericordia de Dios en el éxodo conmovió grandemente a los israelitas, y cantaron sus alabanzas--Éxodo 15:1-21. Sin embargo, pronto olvidaron sus obras. La entrega de la Ley en el Sinaí los animó de nuevo; parecían estar llenos de santo entusiasmo, afirmando, “Todo lo que Jehová ha dicho, haremos” (Éxodo19:8). Al poco tiempo ¡los vemos adorando al becerro de oro!.

En el Nuevo Testamento, las multitudes de Jerusalén profesaban admirar grandemente a Cristo, y lo alababan. “¡Hosana al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosana en las alturas!” (Mateo21:9). Pero cuán pocos de estos eran verdaderos discípulos de Cristo. Muy pronto las mismas multitudes estarían gritando, “¡Crucifícale! ¡Crucifícale!” (Marcos 15:13-14).

Todos los teólogos ortodoxos están de acuerdo en que pueden existir sentimientos muy vivos en cuanto al cristianismo sin que haya una genuina experiencia salvadora.

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