El Atraco Al Alfa

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El Atraco al Alfa

Índice

El Atraco al Alfa

Por Kate Rudolph

1. Capítulo Uno

2. Capítulo Dos

3. Capítulo Tres

4. Capítulo Cuatro

5. Capítulo Cinco

6. Capítulo Seis

7. Capítulo Siete

8. Capítulo Ocho

9. Capítulo Nueve

10. Capítulo Diez

11. Capítulo Once

Acerca de Kate Rudolph

También de Kate Rudolph

El Atraco al Alfa

El alfa mantiene lo que es suyo...

Nadie roba a Luke Torres. Su fortaleza es legendaria y su manada de leones es mortífera, lista para enfrentarse a cualquier amenaza. Cuando Luke conoce a Mel, ella lo deja impresionado con un beso abrasador, pero cuando se vuelven a encontrar, son captor y cautiva en un enfrentamiento mortal de gato contra gato.

El ladrón está a la altura...

Desde el momento en que Mel acepta el encargo, sabe que podría ser imposible. Pero para la principal ladrona del mundo sobrenatural, hace que lo imposible sea un reto irresistible. Especialmente cuando el pago por este trabajo la acercará a la venganza.

Cuando el trabajo se va a la mierda, se encuentra en la boca del lobo y se enfrenta al hombre más seductor que jamás haya conocido. ¿Podrá terminar el trabajo antes de que algo más resulte mal?

Por Kate Rudolph

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The Alpha Heist © Kate Rudolph 2015.

Diseño de portada por Kate Rudolph.

Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta historia puede ser utilizada, reproducida o transmitida en cualquier forma o por cualquier medio, sin el permiso por escrito del titular de los derechos de autor, excepto en el caso de breves citas mencionadas en reseñas y artículos.

Este libro es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares y eventos son producto de la imaginación de la autora o han sido utilizados de manera ficticia y no deben interpretarse como reales. Cualquier parecido con personas, vivas o muertas, situaciones actuales, lugares u organizaciones es meramente una coincidencia.

Publicado por Kate Rudolph.

www.katerudolph.net

Traducción del inglés por Elizabeth Garay

garayliz@gmail.com

Creado con Vellum

1

Capítulo Uno

El trabajo se fue a la mierda instantes después de que Mel tomó la unidad flash de la bóveda. Y bóveda era un término muy sobrevalorado para esa lamentable excusa de caja fuerte. Todo esto debería haber sido mucho más complicado. Por lo que podía decir, la empresa estaba dirigida por un grupo de científicos que no tenían ni idea acerca de seguridad real.

Tanto mejor para ella.

Aún mejor, la ridícula seguridad lo convertía en un trabajo de un solo hombre, o mujer. Más dinero para ella y menos personas propensas a estropear algo. Tal como a ella le gustaba. Mientras corría por el último pasillo del edificio, no se permitió pensar acerca de cómo Krista y Bob podrían haberle puesto las cosas un poco más fáciles. Era perfectamente capaz de trabajar sola, y lo había hecho durante un tiempo.

Los ladridos de los perros precedieron a las pisadas de los guardias de seguridad. Sin problemas, Mel podía dejar atrás a los guardias. Los perros eran otro asunto. Esperaba que no la alcanzaran. Ella tenía colmillos más afilados y garras mucho más desagradables, pero la violencia contra los inocentes nunca había sido una opción. Lo haría si fuera necesario, pero los animales no se lo merecían.

¿Qué diablos había activado esa maldita alarma?

Atravesó de golpe las puertas dobles, apenas sintiendo el impacto antes de correr a toda velocidad por el estacionamiento, con la única luz proveniente de las débiles farolas. Mel se habría estado pateando ella misma si hubiera podido ahorrar energía. Su auto estaba a casi medio kilómetro de distancia. No había motivo alguno por el que debería haber tenido que correr esa distancia. Estaba segura de que ella no había disparado ninguna alarma.

Y, sin embargo, aquí estaba, corriendo como loca para huir de la escena.

Pero, bueno, lo haría. La otra única posibilidad era ser capturada por idiotas humanos y sus mascotas. O, matarlos a todos. Ninguna opción la atraía, así que sería correr endemoniadamente. Dejó atrás el estacionamiento y llegó a la hierba del pequeño bosque que bordeaba la oficina. Este campo se integraba a la perfección con la naturaleza para proporcionar un hábitat más saludable a los empleados. Mel aún no había visto que un edificio corporativo lograra integrarse con éxito con la naturaleza, y esta instalación de investigación no era diferente.

Los grillos chirriaron y las criaturas nocturnas se ocultaron cuando pasó junto a ellos. Igual lo habrían hecho si ella fuera una persona normal, pero su olor se sumaba a su confusión, lo que debió haberlos asustado aún más. La media luna estaba en lo alto, brindándole una moteada luz, más que suficiente para atravesar el bosque.

Aunque ella podía ver con claridad, los guardias de seguridad no. Seguía escuchándolos, pero había desacelerado su carrera. Así también los perros. Muy bien.

Después de correr unos pocos metros más, el silencio la envolvió. El bosque tenía el mismo aspecto, pero todo el sonido se desvaneció. Mel miró detrás de ella y vio el más tenue resplandor del aire. Levantó la mano lentamente y empujó hacia adelante. El aire se resistió.

Una protección.

Podría haber empujado más; esto no estaba destinado a mantenerla prisionera. Pero su curiosidad la superó. «Muéstrate, bruja». Dejó que la amenaza se mostrara en su voz. No era un gruñido.

Una mujer salió de entre las sombras. «¿Realmente así te vas a dirigir a mí, Mellie?». Parecía tener unos cuarenta años, aunque Mel nunca se había enterado de su edad exacta. Cualquiera con magia podía lanzar un hechizo y parecer tan viejo como quisiera. Las apariencias no significaban nada cuando una persona podía tener treinta o trescientos años. La mujer vestía pantalones negros y una blusa gris oscuro, mucho mejor para adaptarse tan tarde en la noche. Su única joya era un par de sencillos aretes de diamantes casi oscurecidos por el cabello castaño que le caía por los hombros.

Algunas cosas encajaban mejor ahora. «Hola, Tina. ¿Tú activaste la alarma?». Estaba sorprendida de su propio desprecio, hacía mucho que estaba acostumbrada a las payasadas de Tina.

Tina reía, con una carcajada que habría resonado en el bosque si no fuera por la protección. «Quizás te estás volviendo descuidada».

Mel se tragó la respuesta que desesperadamente quería darle. «Si soy descuidada, ¿por qué me ofreces un trabajo?».

Tina se llevó una mano al pecho y se quedó boquiabierta: parecía la imagen de la inocencia. «Estoy dolida, querida. Tal vez solo quería hablar».

«¿En medio de un bosque con guardias persiguiéndome?». Mel se apoyó contra uno de los robustos robles, accediendo. «Bien, hablemos».

Tina se echó el cabello hacia atrás de los hombros y puso sus manos en su cintura. «La Esmeralda Escarlata».

Si Mel hubiera estado sosteniendo algo, lo habría dejado caer. Tal como estaba, apenas mantuvo su expresión neutral. «¿Qué te hace pensar que no me insulta esa sugerencia?». La Esmeralda Escarlata era legendaria entre las criaturas con forma cambiante, los cambiaformas.

Tina se burló. «Por favor, harías cualquier cosa si el precio fuera el correcto».

Ese pequeño comentario hizo que Mel quisiera rechazar por completo todo. ¿Quién diablos se creía Tina que era? Algún ladrón de poca monta que no podía ser una bruja. No una poderosa, de todos modos. Pero Mel no estaba lista para quemar ese puente. No ahora. «Quizás haya, quizás, tres personas que podrían lograrlo. Y esto es todo lo que se me ocurre». Ella levantó un dedo, «Hace dos años, Cyn fue cazada por vampiros, ella está fuera de combate. La Reina de Hielo ni siquiera lo intentaría. Eso me deja a mí. Y una vez que me descubran, habrá una recompensa por mi cabeza lo suficientemente grande como para comprar Kansas. No estoy interesada».

«¿Le tienes miedo a ese gatito?». El desdén brotaba de la voz de la mujer mayor. «Torres, a pesar de su castillo, no podría mantenerte fuera si lo intentara».

 

Luke Torres, el alfa de un pequeño clan de gatos, era el actual propietario de la Esmeralda Escarlata. Todos lo sabían. Sin investigación, Mel no sabría mucho más. Obviamente, podía soportar cualquier cosa en una pelea, y su seguridad tenía que ser de primera categoría. Pero ella podía vencerlo.

Aunque no iba a hacerlo, ya que eso incluía una sentencia de muerte.

«¿Ni siquiera quieres conocer el precio?», Tina arqueó una ceja. Con un destello de sus manos, colgó un diamante puro suspendido en un colgante de platino. «Por las molestias».

Inconscientemente y con el corazón acelerado, Mel lo alcanzó. Pero Tina se lo arrebató de nuevo. «¿Es de Ava?», preguntó Mel. El odio burbujeaba en su garganta y podía sentir cómo sus garras arañaban debajo de su piel, listas para arrancarla en el momento adecuado.

Tina sonrió, «Sí. Digno de un presagio».

Aceptar el trabajo sería un suicidio. Haría que la mataran, y ​​probablemente también a su equipo. «¿Cuál es el límite de tiempo?». Ella solo quería contar con más información, sin comprometerse.

«Tres semanas».

Doble suicidio. No tendría tiempo para prepararse antes de tener que llevarlo a cabo. «Déjame sostener la gema por un minuto».

Tina la arrojó y Mel la atrapó fácilmente en el aire. Era un diamante largo y delgado, engastado en platino que se retorcía en la parte superior. La cadena era lo suficientemente larga como para llevarla entre los senos de una mujer y la gema era casi transparente. Mel la rodeó con la mano. Podía imaginarse a Ava usándolo, con una gota de sangre adherida a la punta.

El diamante opuso un poco de resistencia a su mano. Mel lo soltó y lo devolvió a Tina, quien dijo «dile a Krista que le mando saludos». Sonrió y se marchó, sin esperar a que Mel confirmara que aceptaría el trabajo.

Ambas sabían que lo haría desde el momento en que tocó la piedra.

Había peores formas de morir.

2

Capítulo Dos

Una semana más tarde

Eagle Creek, Colorado, contaba con dos lúgubres moteles y un restaurante en el que Mel se sentía lo suficientemente segura para comer. No le preocupaba la clientela, sino la comida. Y había sido conocida por alimentarse de las sangrientas muertes que cometía cuando corría como un gato. Pero una mujer con piel humana debía tener ciertas normas. Krista y Bob ya se encontraban en su mesa. La que estaba en la esquina más alejada, en el lado opuesto del salón, tanto del bar como del baño.

El ‘Eagle Creek Bar and Grille’, la segunda E, por supuesto, hacía que el lugar fuera elegante, aunque pequeño. Quizás veinte mesas y una barra robusta equipada con una docena de taburetes. Podría acomodar bien a los residentes del pueblo, pero los campistas que pasaban por allí en su camino hacia las montañas, probablemente no apreciarían el encanto. Mel tampoco lo hacía, pero era mejor que el ramen de microondas de la gasolinera.

A las siete de la noche de un martes, el lugar estaba abarrotado. Todas las mesas, menos una, estaban llenas y las meseras se movían de un lado a otro, sirviendo bebidas y comida como si nada. Iban y venían con los clientes, y todas esas meseras llevaban trabajando aquí algún tiempo, y muchos de los clientes ya eran habituales. En un pueblo de ese tamaño, tenían que serlo.

El rudo hombre detrás de la barra era un cambiaformas, probablemente un gato. Y si Mel tenía que adivinar, también lo era la familia de cuatro de la mesa más cercana a la ventana. Pero ambos niños eran precambiaformas. Casi ningún cambiaformas se veía afectado por el cambio hasta bien entrada la adolescencia. Pero los padres no eran pareja. No es que fuera una indicación que los ojos del padre se mantenían pegados a los senos de ella.

Todos los demás eran humanos. Ella podía decirlo con tan solo mirarlos. Con el perfume que usaba, era imposible distinguirlos por el olor. Una desventaja, pero valía la pena, ya que a la manada le resultaría difícil saber que ella era una cambiaformas. A la caja registradora al frente, y a la caja fuerte probablemente asegurada en la parte trasera, tal vez atornillada al piso si eran inteligentes, les podía sacar unos cuantos miles en cuestión de minutos, pero no valía la pena. No mientras estuvieran en el pueblo por unas semanas, además de contar con mucho dinero en efectivo para gastar.

Vio que Krista resoplaba con impaciencia, con los brazos cruzados frente a ella. La mujer encarnaba la palabra duende. Con apenas un metro y medio de altura, cabello castaño corto y puntiagudo y piel que prácticamente brillaba como el bronce, parecía una especie de ninfa punk del bosque. Y al saber exactamente lo fuerte que podía golpear, Mel sabía que nunca le mencionaría eso a la mujer.

Por otro lado, Bob era ... Bob. Habían laborado juntos en un par de trabajos antes de que ella se fuera por su cuenta, y él había sido la primera llamada que hizo, una vez que necesitó conformar un equipo para ella. Pero si alguien le pedía que lo describiera, incluso mientras lo miraba directamente, no podía hacerlo. Era un hombre de cabello castaño, o era negro, tal vez rubio, y ojos ... los ojos estaban donde debían estar, junto con la nariz y la boca. Ella pensaba que su piel era oscura, pero no podía describir el tono. Tenía que ser un hechizo de percepción, pero nunca sentía ese pinchazo de magia que emitía cualquier bruja normal. Y cuando se trataba de eso, siempre sabía que él era Bob y que estaba allí para ella. No se necesitaba nada más.

Se deslizó en el reservado frente a sus compañeros. Al asentir, Krista activó una protección de desvío de sonido. Esta distorsionaría todo lo que dijeran para que nadie a su alrededor pudiera entender la esencia de su conversación, pero aún así escucharían el murmullo de sus voces. Nadie lo cuestionaba nunca y la magia era tan sutil que ni siquiera Mel, con sus sentidos altamente afinados, podía fijarse en ello.

«Y bueno, ¿para qué nos citaste aquí?», preguntó Krista. «Pensé que el trabajo en equipo ya no era para ti». Había algo de tensión en su voz y Mel sabía que estaba justificado.

«Tina me ofreció un trabajo». Las cejas de Krista se dispararon incluso cuando su labio se curvó, así que Mel continuó. «Y no hay forma en el infierno de que pueda hacerlo sola. No confío en nadie más que ustedes dos para ayudarme a hacer esto».

«¿La Esmeralda Escarlata?», preguntó Bob con su voz tan uniforme como siempre. «¿Crees que deseo morir, ‘Gatita’?».

La mano de Mel se cerró en un puño ante el apodo. Debía estar realmente enojado. «Sí. Y como pago puedes tener cualquier artículo de mi colección que quieras. Uno para cada uno». Dividiría su alijo por la mitad y lo regalaría todo para tener una oportunidad con Ava. Pero no era necesario llegar a eso.

«¿Y tuviste que traernos a territorio de los cambiaformas para hacernos la oferta?», Krista no parecía satisfecha. «¡Probablemente los dos rompimos tres acuerdos tan solo para volar hasta aquí, además de estar sentados en un bar a más de veinte kilómetros del castillo del Rey Gato!». Si no fuera por la necesidad de ser discretos en el lugar, la joven habría golpeado la mesa con el puño. «Esto es una mierda manipuladora, Mellie, no me engañas. Si me quieres para un trabajo, tan solo pídelo».

Bob no dijo nada, pero asintió.

Mel se tomó un momento y trató de liberar la tensión de sus hombros. «¿Me ayudarían a robar la Esmeralda Escarlata? No puedo hacerlo sin ustedes». Ni siquiera dolió decirlo, no a Bob y Krista. Eso sí que era una sorpresa.

Sus compañeros compartieron una sonrisa. «¿Ese diamante que es tan grande como el puño de Bob?».

Mel sabía exactamente de qué estaba hablando. Se habían necesitado seis meses de planificación para robarlo. «Es tuyo». Ella miró a Bob.

Él se encogió de hombros, «Seguro que pensaré en algo». Lo haría, siempre lo hacía.

Ella se inclinó hacia adelante, con los codos sobre la mesa. Casi podía oír la voz de su madre gritándole que los retirara. «Va a ser complicado. No hay planos en los registros, no se cuenta con detalles del sistema de seguridad. Y son cambiaformas, lo que significa que son veinte veces más difíciles de robar que cualquier otra persona, excepto tal vez en un recinto protegido por un aquelarre».

Krista se erizó ante esa declaración. «Intenta robar en un aquelarre sin que alguien rompa las protecciones».

«¿No hay nada en los archivos del condado?», preguntó Bob.

Mel sonrió, «Según los registros, el Sr. Torres vive en una casa de dos pisos de 130 metros cuadrados con tres dormitorios y dos baños». Sacó una carpeta de su bolso y colocó las fotos en la mesa frente a ellos.

Pero, un castillo no era el término correcto para el complejo de Torres. Era demasiado moderno. Todo eran líneas rectas y cemento, ventanas pequeñas al nivel del suelo y un poco más grandes a partir del cuarto piso. Todo se elevaba tan alto como los árboles que lo rodeaban y, con suerte, los árboles llegaban casi hasta el límite del edificio. Desde una perspectiva defensiva, era una decisión estúpida, pero un gato no podía resistir la llamada del bosque.

«Está claro, el condado ha falsificado los registros». Miró a Krista. «¿Cómo puedes hacerme entrar?».

Si bien Krista golpearía a cualquiera que la mirara mal, su verdadero talento era el reconocimiento y la magia táctica. «Tengo algo. Necesitaré dos horas, debería poder conseguir un interior aceptable».

Perfecto. «¿Cuándo puedes empezar?».

Krista sonrió. «Esta noche. Llevo meses queriendo usar este bebé». A Krista le encantaba crear dispositivos mágicos que pudieran infiltrarse incluso en los lugares más seguros.

Mel se estremeció y miró a su alrededor. Un hombre con chaqueta de cuero acababa de cruzar la puerta. Cuando lo miró, sintió como si un cable vivo tocara justo en su pecho, entre otros lugares. La sola fuerza de él era primitiva. Ella echó la cabeza hacia atrás. «Parece que el grandulón está aquí. ¿Puedes moverte ahora? Te daré algo de tiempo para que te prepares». Con el alfa fuera, el peligro de encubrir el lugar sería mínimo. Si alguien podía hacerlo, Krista y Bob eran los indicados.

Sus cómplices compartieron una mirada y mantuvieron una conversación silenciosa, las expresiones parpadeaban tan rápidamente que Mel no pudo determinar su significado. No era telepático, simplemente habían trabajado juntos durante tanto tiempo que algunas conversaciones no necesitaban realizarse en voz alta. Finalmente, Bob asintió. Krista dijo: «Danos todo el tiempo que puedas, pero mantenlo aquí durante al menos veinte minutos. Nos reuniremos en la cabaña en tres horas». Mel asintió. Había alquilado una bonita cabaña de vacaciones durante un mes en las afueras de la ciudad, un poco más allá del límite del condado del territorio de Luke Torres. Si preguntaba a las personas adecuadas sobre el atraco, terminaría averiguando quién lo había hecho, pero ella no quería hacerlo tan fácil como revisar el libro mayor de los dos moteles de la ciudad.

Krista bajó la guardia y el olor de los gatos que acababan de entrar casi la abrumó, pero mantuvo su expresión neutral. Bob y Krista salieron y Mel no los vio irse. Sus ojos se volvieron hacia el alfa.

Tenía trabajo que hacer.


Algo andaba mal en Eagle Creek (EC). Luke lo sintió en el momento en que entró al lugar. A primera vista, todo parecía normal. Casi todos en el lugar vivían en el pueblo, aunque en su camino a través de las montañas se había percatado de la pequeña familia que se alojaba en el Motel de Sid. Pero estaban bien, eran completamente humanos e inconscientes de que a su alrededor había personas que no lo eran.

Golpeó la barra donde Sinclair limpiaba la superficie brillante. «¿Alguna noticia?».

La barba del hombre cubría la mitad de su rostro y le colgaba varios centímetros. Ocultaba un desagradable lío de cicatrices y oscurecía su mandíbula lo suficiente como para ocultar el hecho de que una vez le habían golpeado la cara. También le hacía parecer más cercano a los sesenta que a los treinta, pero eso era asunto suyo. «Vince y los demás están afuera fumando un cigarrillo. Tienen una mesa. No han empezado nada desde que llegaron».

 

Justo el grupo que necesitaba ver. Vince Hardy y compañía eran exactamente el tipo de pequeñas mierdas con las que no quería lidiar en este momento. «¿Y nuestros invitados?».

La barba de Sinclair se movió mientras sonreía, «¿Quiénes?».

Eso hizo que Luke se detuviera. Alguien debe haber llegado a la ciudad después de recibir su actualización. Tan loco como pareciera, con la Cumbre que se acercaba en dos semanas, necesitaba que la seguridad estuviera a raya. No había extraños en la ciudad que él no conociera, nada de sorpresas. «Sé sobre esa familia».

Sinclair asintió hacia el reservado en el fondo del salón. «Tres personas. Pienso que son humanos, pero no tengo claridad en una buena lectura. Deben estar de paso. No alquilaron habitación».

Luke miró hacia donde apuntaba el hombre. Una diminuta mujer estaba sentada junto a un hombre imponente, y ambos se encontraban sentados frente a una pelirroja. Lo único que podía ver eran sus mechones rizados. Incluso entonces, solo verlos fue un puñetazo en el estómago. Apretó el puño y respiró hondo. Claro, había pasado un tiempo, pero la visión de su cabello no debería haberlo puesto nervioso.

Sus amigos se levantaron y se fueron antes de que él pudiera siquiera considerar escuchar lo que estaban diciendo. Ella se quedó atrás. Vio a los otros dos salir por la salida principal, y parecía que la pelirroja no planeaba seguirlos. Se volvió hacia Sinclair. «¿Cuándo entraron?».

El cantinero se encogió de hombros. «¿Hace media hora, quizás una hora? Ordenaron bebidas, pero sin comida. Solo han estado hablando. Envié a Lucy a su mesa, pero ella dijo que no decían nada sospechoso. Estaré atento».

«Hazlo».

Vince y sus amigos regresaron y Luke casi se atraganta por el olor a tabaco. Lo desconcertaba cómo un hombre gato podía fumar cigarrillos. La más mínima bocanada lo hacía sentir como si le ardieran las fosas nasales. Pero los chicos idiotas siempre serían idiotas. Vince Hardy era uno de esos chicos de la mala vida a los que se les había dado todo y habían decidido no hacer nada al respecto. Se había gastado su fondo fiduciario en alcohol y cosas lujosas y no había ahorrado nada para salvar su vida. Pero Luke no podía echarlo de la manada por ser un niño estúpido. Aunque se sintió un poco más satisfecho con su castigo de lo que debería.

Se paró en la barra y esperó a que Vince lo viera. El niño ocupaba todo el espacio que podía. Casi se inclinó hacia el reservado de la pelirroja para mirar por debajo de su falda. El color de su polo verde lima molestaba los ojos de Luke, y tuvo que haber pasado media hora recogiéndose el cabello rubio lo suficiente para que pareciera despeinado. Vince se veía exactamente como debería verse un idiota con dinero, y eso solo lo hacía más popular.

Después de más de dos minutos de pasear sin sentido, Vince finalmente comenzó a prestar atención a su entorno y vio a su alfa apoyado casualmente contra la barra. Su rostro palideció y dos manchas rojas puntearon sus mejillas. Luke tuvo que contener una sonrisa. El chico sabía que la había cagado si Luke estaba ahí para hablar con él el mismo día del incidente.

Mantuvo el contacto visual durante varios segundos antes de darse la vuelta y salir del bar. Vince y sus amigos lo siguieron. Conocían las reglas.

Luke no esperó en el estacionamiento. Había demasiada gente normal en el pueblo sin tener ni idea de los monstruos que vivían entre ellos. Caminó alrededor del costado del pequeño edificio de ladrillos y esperó más allá de la alta cerca de madera que separaba la parte trasera del restaurante, de la vista de la carretera. En el verano, colocaban sillas y mesas para que los vacacionistas disfrutaran del hermoso clima de Colorado. Pero ahora que el otoño se estaba acercando, las mesas estaban apiladas a un lado y solo se colocaban bajo pedido especial. Lo volvía el lugar perfecto para reuniones como esta.

Vince se escabulló primero, con la cabeza gacha y los hombros caídos. Se apoyó contra la valla y no dijo nada. Luke solo esperó. Pasó casi un minuto antes de que Henry y Mick se les unieran. Los tres chicos esperaron a que el alfa hablara. En silencio, Luke se mantuvo durante varios minutos para que realmente se preocuparan. Les estaba jodiendo la vida y no le importaba facilitarles las cosas.

Solo después de que vio una gota de sudor formarse en la frente de Vince, habló. «¿Tienen alguna explicación?».

Si era posible, los hombros de Vince se hundieron aún más. Un poco más y estaría completamente inclinado hacia adelante. «Ella no la usaba», murmuró.

Luke hizo un movimiento de barrido con la mano. «¿Ves algo de nieve en el suelo?». No levantó la voz. «No tenía que hacerlo».

Vince tragó fuerte y sus amigos se estremecieron. «No, señor».

«¿Escuchaste sonidos de angustia desde el interior del garaje de Rinna? ¿Quizás un cachorro asustado?». Se inclinó, acercándose a pocos centímetros de la cara del chico.

«No, señor».

«Entonces, ¿te importaría explicarme por qué robaste la moto de nieve de una mujer e intentaste conducirla por la calle, causando miles de dólares en daños?». Terminó con el más mínimo gruñido y quedó satisfecho cuando Vince gimió, el sonido apenas escapó de la garganta del chico.

Tanto Henry como Mick mantuvieron la cabeza baja, negándose a hacer contacto visual o a defender a su amigo. Vince no dijo nada en su propia defensa.

«Todos van a ir a la escuela y regresarán a casa. Si tienen trabajo, lo harán. Cada uno de ustedes le pagará a Rinna $ 500 para cubrir los daños y trabajarán en su propiedad todos los fines de semana hasta Navidad. Si quieren hacer algo más, pregúntenme primero. Si los sorprendo desobedeciendo, será confinamiento en mi casa cada vez que no estén en el trabajo, en la escuela o durmiendo. ¿Entendido?». Era posible que estos tres se acercaran a la edad adulta, pero seguían contando como niños en la manada. Tenían suerte: si alguno de ellos hubiera tenido un año más, el castigo podría haber sido mucho peor. Y ahora, para que quedara claro, «¿Alguno de ustedes sabe lo que sucederá en un par de semanas?». Dejó la pregunta en suspenso, observando a los chicos.

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