Читать книгу: «Raíces de Sentido», страница 6

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Hades, dios de los mundos subterráneos y de los muertos, se enamora perdidamente de Perséfone y la rapta mientras esta jugaba entre las flores de un jardín, tras lo cual se la lleva al reino de los muertos. Deméter alcanza a escuchar el grito aterrado de su hija cuando Hades se hace de ella y la rapta. Por nueve días y nueve noches Deméter la busca desesperadamente. Al verla en ese estado, Helio –dios del sol, que todo lo ve–le cuenta a Deméter que Hades se la ha llevado consigo con el consentimiento de Zeus. Deméter vaga desolada por Grecia, lamentando la ausencia de su hija.

El lamento y el llanto de Deméter terminan por conmover a Zeus, quien manda a Hermes –su dios mensajero– para negociar con Hades un acuerdo que apacigüe el dolor de su hermana. Advertida de esta gestión, Deméter opta por bajar al mundo de las tinieblas a rescatar a su hija. Hades acepta que Perséfone sea recuperada por su madre, pero antes de que abandonen su dominio Hades le hace probar a Perséfone una granada, la que ella, hambrienta, come sin saber que quien se alimenta con algún fruto del mundo de las tinieblas no podrá nunca salir de él. Al darse cuenta Deméter de la artimaña de Hades lo confronta y, luego de una fuerte discusión, acuerdan que la joven pase parte del año con él, bajo tierra, y la otra parte con ella, en el Olimpo. Durante el período en que Perséfone está ausente –en los meses de invierno–Deméter vuelve a su tristeza y no permite que crezca la vegetación.

Deméter es la diosa madre por excelencia. Su nombre se compone de dos términos: Da, que significa tierra, y Meter, que significa tanto materia como madre. El sentido de su vida está constituido por su hija. Deméter es considerada también la diosa de la agricultura y del poder generativo de la naturaleza; el ascenso de Perséfone del mundo de los muertos y su posterior retorno a él desde el mundo de la vida es una alegoría que sirve para ilustrar los ciclos anuales de la naturaleza, y en general, el carácter cíclico de la vida. Deméter era honrada a través de los misteriosos rituales que se realizaban en Eleusis, en los cuales se representaba esta historia que hemos relatado.

Tanto Deméter como su hija poseen el privilegio de estar conectadas con el mundo de la vida y de la muerte, con el mundo de la luz y de las tinieblas. Deméter ha sido frecuentemente relacionada con las experiencias de depresión frente a la vida, y de manera especial con las depresiones femeninas. El camino que nos sugiere Deméter implica descender a las regiones más sombrías del alma humana para, desde allí, lograr restablecer el sentido que pareciera faltarle a la existencia, y superar así las sensaciones de pérdida y de vacío, de manera de restaurarle a la vida su plenitud y riqueza. Consecuentemente, en latín el nombre del dios Hades será Plutón, término que alude al vocablo griego con el que se designa la riqueza (pluto): el dios de los muertos y de las tinieblas es simultáneamente el dios de la riqueza.

La bella figura de Perséfone, la “doncella” (kore), ha sido a veces utilizada para describir a la muerte, en un curioso contraste con las horribles figuras de ancianas o de tenebrosos esqueletos que se utilizaron posteriormente en Occidente para representar esta instancia. Quizás ello nos hable de la diferencia que existía en la percepción de la muerte entre el mundo griego y las tradiciones posteriores. Con todo, una vez que Perséfone desciende con Hades al mundo de las tinieblas, su personalidad cambia. Su dulzura inicial desaparece, a menudo se la presenta cubierta por un velo. Homero nos habla de ella como “la terrible Perséfone”. Perséfone deviene en una diosa especial, provista de conocimiento de los dos mundos. En su retorno a las tinieblas, la “doncella” suele acompañar a algunas almas que van en la misma dirección. Picasso nos ha dejado unos hermosos grabados (ver Suite Vollard, 1933) en los que vemos a una joven doncella que se presenta en la tierra, al parecer para conducir a su mundo a quienes les ha llegado la hora de abandonarlo.

Hefaísto

Del lado de los dioses varones se encuentra también Hefaísto, uno de los hijos de Zeus y Hera. Hefaísto es un dios feo y cojo. Se dice que al verlo al nacer, Hera se sintió tan desilusionada que quiso deshacerse de él y lo lanzó al mar desde el Olimpo, de donde fue salvado y criado por la diosa Tetis. Posteriormente, Hefaísto procurará vengarse de su madre construyéndole un trono de oro del que Hera no podía levantarse sin que él la ayudara. Se cuenta que finalmente Dionisos embriaga a Hefaísto para así lograr que libere a su madre de este castigo.

Hefaísto es el dios del fuego. Se trata de un dios artesano, con destacadas competencias en el arte de la metalurgia y el manejo de la fragua. Le gusta construir armas poderosas, herramientas y joyas, con las que obsequia al resto de los dioses. Se nos dice que Hefaísto logra realizar prodigios en la confección de sus productos. La belleza de la que este dios carece se compensa con la belleza que poseen sus obras. Hefaísto diseñará la guirnalda que Dionisos le obsequia a Ariadna. Será también Hefaísto quien, a pedido de Atenea, le construya el escudo a Aquiles, principal héroe en la guerra de griegos y troyanos.

Como una forma de compensar su fealdad, Hera lo casa con la bella diosa Afrodita. Pero para desesperación de él y de su madre, Afrodita distará de serle fiel. Hefaísto se mostrará particularmente molesto y celoso por la relación amorosa que Afrodita desarrolla con su hermano Ares, y por la manera en que se comportan incluso en su presencia. Se cuenta que cuando Hefaísto sorprende a su esposa en el lecho con Ares, lanza sobre ellos una red en la que quedan atrapados en el acto del amor, y convoca al resto de los dioses para que presencien sus comportamientos. Si bien las diosas se molestan por lo que ven, los dioses masculinos no pueden contener la risa. Hermes, entre risas, declara que cualquiera de ellos hubiera querido estar en el lugar de Ares, pues Afrodita era codiciada por todos los dioses. Ello obliga a Hefaísto a dejarlos en libertad y a replegarse, humillado.

Hefaísto es el dios del ingenio práctico. Siempre sabe cómo crear el instrumento que hace falta para resolver un problema. Es un gran diseñador de objetos. Como ningún otro logra combinar la utilidad y la belleza en todo lo que produce; las más bellas joyas salen del taller de Hefaísto, como así también las armas más poderosas. Basta con indicarle cuál es la necesidad que requiere ser satisfecha para que Hefaísto obtenga en su taller el instrumento que hace falta. Hoy diríamos que Hefaísto es también el dios de los ingenieros.

Afrodita

Ya hemos hablado de Afrodita, la diosa del amor, la belleza, la fertilidad, la fuerza de la atracción sexual y del placer amoroso. Dijimos que nació de la espuma que produjeran en el mar la sangre y el semen de Urano, cuando Cronos lo castrara y arrojara a las aguas sus genitales. Homero, sin embargo, nos dice que Afrodita sería la hija de Zeus y Dione, una ninfa de los mares. Se nos dice aquí que habría nacido en Citera, pero que luego se trasladaría a Chipre, una de sus residencias habituales. En uno y otro relato se vincula a Afrodita con las aguas, en las que pareciera sentirse siempre a gusto. Se sostiene que Afrodita es quien regula las mareas.

Afrodita suele ser una diosa de los márgenes. La estrella que la representa, Venus, es la primera estrella del atardecer y la primera que nos anuncia la llegada de la noche, a la vez que es también la última estrella que desaparece en la mañana. Es la fusión del agua y el aire tanto en la espuma luminosa del mar como en el rocío del amanecer. Se mueve con facilidad entre los cuatro elementos de la naturaleza. Tanto en dioses como en mortales su presencia altera las pulsaciones del corazón y los movimientos de la respiración.

Se dice que ella proporciona a las mujeres el charis, atributo que produce atracción en los hombres y las hace irresistibles. Suele cubrirse los cabellos y el cuerpo con guirnaldas de flores, lo que le confiere a su presencia un grato perfume, por lo cual simboliza también la primavera y el florecimiento de la naturaleza. Sobre su cuerpo suele soplar Céfiro, el viento del oeste. Muchas veces se la ve vistiéndose, desvistiéndose o bañándose en el agua. Walter Otto nos dice que

“su encanto genera un mundo en el que lo amoroso se inclina hacia el deleite, y todo lo que se halla separado desea ardientemente fusionarse para lograr ser uno. En ella todas las posibilidades aparecen contenidas, desde los oscuros impulsos animales hasta la añoranza por las estrellas”.

Sin embargo, para los hombres y mujeres que caen bajo su influencia, los placeres que Afrodita proporciona suelen ser pasajeros, y muchas veces pagan con desgracias su influjo.

Hera mirará a Afrodita con grandes recelos, pues Afrodita es una amenaza constante al sagrado vínculo del matrimonio. Su carácter liminal –su presencia permanente en los márgenes y su tránsito de un dominio a otro– le permite asumir identidades distintas, por lo cual es vista como un desafío a las normas éticas establecidas y seguidas por la mayoría. Afrodita es una diosa peligrosa, que conecta a quienes la observan con impulsos que los llevan a perder su habitual equilibrio. Su presencia es sentida con igual fuerza tanto en el mundo de los dioses como en el de los mortales.

Afrodita también estimula los vínculos, aunque estos puedan ser pasajeros. Pero no sólo promueve parejas, también produce triángulos a su alrededor. Suele vérsel acompañada por las tres Gracias, por las tres Horas, por las tres Moiras. En una de sus apariencias, ella es Urania, la mayor de las Moiras, relacionada con el ciclo del nacimiento, la vida y la muerte. Joanne Stroud nos señala que de una manera extraña, aunque extremadamente promiscua, ella es a la vez una suerte de virgen permanente, que entra a cada nueva experiencia amorosa como si fuera su primera vez, para luego salir de ella sin asumir compromisos aunque los demás parecieran quedar atados a ella. El amor para Afrodita es siempre un arte.

Nos hemos referido al amor de Afrodita y Ares. Uno de los cuadros más bellos de Botticelli, Venus y Marte (Afrodita y Ares, en sus nombres latinos), pinta el sueño de estos dos dioses, uno al lado del otro luego del juego y el amor. En algunos relatos se señala que del amor de Afrodita y Ares habrían nacido Eros y Armonía. Eros es un pequeño dios que, con su arco, lanza flechas con puntas de oro que, al dar en el blanco, inoculan a dioses y mortales el deseo irresistible del amor. Desde entonces entendemos que enamorarse es haber sido flechado por Eros. En otros relatos se nos señala que de este amor entre Afrodita y Ares habrían nacido también Fobus (“Miedo”) y Deimos (“Terror”), fieles hijos de su padre, dios de la guerra.

Con Hermes, Afrodita da a luz a Hermafrodito, divinidad que exhibe una doble genitalidad masculina y femenina. Cuenta el mito que ello es el resultado de que Hermafrodito rechazara los favores de la ninfa Salmacis, quien se le habría pegado a su cuerpo mientras se bañaba, y que los dioses, atendiendo a las súplicas de ella optaron por mantenerlos unidos, produciendo un ser de doble género. Con Dionisos, Afrodita procrea a Príapo, dios de la fecundidad y de una genitalidad masculina exuberante y grotesca. Famoso será el amor desgraciado de Afrodita por Adonis, amor que resultara luego de que ella, al abrazar a su hijo Eros, fuera rozada por una de sus flechas. El amor de Afrodita por Adonis le será disputado por Perséfone, quien según algunos relatos provoca la muerte de este para llevárselo consigo al mundo subterráneo, provocando con ello la desesperación de Afrodita.

Ares

Del lado opuesto –del de los dioses masculinos– encontramos a Ares, dios de quien también hemos ya hablado: como Hefaísto, Ares es hijo de Zeus y Hera, y un hijo del que su madre se siente particularmente orgullosa. Así como Hera lo consiente, muchas veces Ares saldrá a defender los intereses de su madre, con quien crea alianzas de venganza. Como dios de la guerra que es, se trata de un dios particularmente sanguinario. Se suele representar con armadura.

Además de los hijos que Ares tuviera con Afrodita referidos en los párrafos anteriores, se encuentran también Éride, que representa la Discordia, y Enio, que es la personificación directa de la Guerra. Diversos dioses serán asociados en Grecia con la guerra, pero cada uno de ellos expresa matices diferentes. Atenea, por ejemplo, expresa una guerra conducida con criterio estratégico y sabiduría, cuyo objetivo es establecer la paz y el orden. Ares, por el contrario, promueve la violencia y el despliegue visible del poder de la fuerza. Será un dios especialmente temido por su poder destructor.

En el comportamiento de muchos hombres, sentimos a menudo la presencia destructiva de Ares, su violencia, su desproporción, su falta de control para equilibrar lo que está en juego y encarar al adversario desde el reconocimiento de su dignidad. Una vez que Ares entra en la guerra lo hace con todo, dispuesto a destruir cualquier cosa que se interponga en su camino. En esos momentos deja de escuchar. Su violencia no responde a los llamados del pensamiento.

Atenea

Atenea es la hija mayor de Zeus, fruto de sus amores con Metis, hija esta de los Titanes Océano y Tetis, como recordaremos. Advertido Zeus de que engendraría con Metis una hija que daría paso a un hijo que sería más poderoso que él, opta por tragarse a Metis una vez que sabe que esta está embarazada. Al tiempo de haber hecho esto, Zeus siente unos fuertes dolores de cabeza, por lo que pide la ayuda de su hijo Hefaísto. Este le parte el cráneo y de él surge Atenea, completamente desarrollada y armada, lista para ocupar un lugar destacado entre los dioses del Olimpo.

El nacimiento de Atenea influirá en su personalidad. Habiéndose Zeus tragado a su madre, Atenea se mostrará siempre completa, autocontenida, sin necesidad de encontrar un complemento. Pareciera no tener ninguna falta. Siendo una diosa, desarrolla a la vez rasgos marcadamente masculinos y será una diosa virgen, aunque su virginidad no es algo que defienda, pues no hace falta; no será tampoco una diosa particularmente cortejada. El amor, el deseo sexual, la atracción hacia el otro sexo, no son dimensiones que en ella sean relevantes. En sus reacciones no se deja llevar por los celos, ni permite que Eros influya en ella.

De todos los hijos de Zeus, Atenea será siempre la preferida para él. Además, será su principal consejera. Atenea representa la sabiduría y el sentido de justicia. Aunque se trata de una diosa guerrera, representa el polo opuesto de Ares: Atenea entra en guerra para restablecer el equilibrio y el orden. Las luchas las realiza con todo el poder a su alcance. Atenea destaca por su heroísmo; cuando está al interior del conflicto se la describe como “la de los ojos terribles”. Pero para Atenea la guerra tiene un propósito, se hace al servicio de una causa y siempre subordinando la violencia al intelecto.

En la guerra de Troya, Atenea toma partido por los griegos. Cuando estos deciden engañar a los troyanos haciéndoles creer que se retiran y les dejan como obsequio un caballo gigante a orillas del mar con soldados griegos ocultos en su interior, Atenea no tiene problemas en permitir que los troyanos coloquen el caballo al interior del templo que estos le han construido. El templo de Atenea servirá al engaño de los griegos con su beneplácito. Sin embargo, una vez que los soldados griegos salen del caballo y derrotan a los troyanos, Atenea no les perdonará el asesinato de Príamo, rey de Troya, y su familia. Ello no era necesario y los griegos deberán pagar por este crimen, pues la justicia debe prevalecer. Como castigo, Atenea permite el asesinato en Grecia de Agamenón, rey de Micenas y líder de la expedición griega, en manos de Clitemnestra, su mujer, y de Egisto, su amante. También participa Atenea en el castigo a Ulises, impidiéndole por muchos años volver a Itaca, su ciudad, donde lo esperará Penélope, su mujer.

A diferencia de Afrodita, Atenea es una diosa bastante más recatada. Se cuenta sin embargo que el sabio Tiresias, del reino de Tebas, la habría sorprendido bañándose desnuda, y que en castigo la diosa lo hizo ciego. Atenea es simultáneamente la diosa de la paz, de la comunidad política de la polis y de las actividades espirituales. En esa calidad se convierte en la patrona de la filosofía, la poesía y la música. Como señala su gentilicio, la ciudad de Atenas la convierte en su diosa y protectora, lo cual, dada la posterior influencia de Atenas en el mundo griego, le conferirá a Atenea un papel destacado en múltiples otras ciudades. Sus atributos característicos son la serpiente, el búho y el gallo. En razón de ello, el búho ha sido considerado el símbolo de la filosofía.

Atenea es considerada finalmente como uno de los dioses guardianes del orden y la totalidad. Nace completa y busca preservar la integridad –una de sus virtudes– en lo que recibe. Para ello se apoya en el buen juicio y en el poder de la persuasión (peithos). Puede ser considerada una diosa de gran poder civilizador, lo que permite entender que Zeus se apoye frecuentemente en ella, pues ambos coinciden en los mismos objetivos finales para sus actos.

Apolo

Dijimos que Apolo, junto con su hermana gemela Artemisa, eran hijos de Zeus y la bella Leto, hija de los Titanes Ceos y Febe. Aunque Apolo es uno de los dioses del Olimpo, tiene también residencia en Delfos –no muy lejos de Atenas–, en el monte Parnaso, donde se encuentra el principal santuario del mundo griego dedicado a este dios. En muchas otras ciudades se construirán también templos dedicados a Apolo.

Para instalar su santuario en Delfos, Apolo debe primero enfrentar y matar a Pitón, un enorme dragón que cuidaba esas tierras y aterrorizaba sus alrededores. Apolo extermina a Pitón con su arco, y deja el lugar al cuidado de una sacerdotisa, la Pitia, que lo administra en su nombre. A Apolo se le otorgó el don de la profecía, y Delfos se convierte en el principal oráculo del mundo griego, donde acuden peregrinos de muy distintas ciudades para obtener de la Pitia respuestas a sus múltiples preguntas. Los mortales acuden frecuentemente a Apolo para saber qué les cabe esperar de los nuevos acontecimientos. A través de la Pitia se escucha la voz del dios Apolo. Ella transmite su palabra. Y las palabras de Apolo son consideradas como flechas que el dios lanza hacia adelante en el tiempo, con su arco. Apolo, por lo tanto, es considerado el dios que tiene el don de predecir el futuro, el dios de la profecía y el arte de la adivinación.

Consecuentemente, este dios puede otorgar el don de la profecía a algunos mortales, como lo hará con Casandra, la bella hija del rey Príamo de Troya, de quien Apolo se enamorara. Cuando Casandra lo rechaza y rehúsa entregarse a él, Apolo la castiga. Aunque ya no puede retirarle el don de la profecía que le había obsequiado, la priva en cambio del poder de convencer a los demás de sus predicciones. Ello tendrá serias consecuencias para Casandra. Cuando Troya es derrotada por los griegos, Agamenón –rey de Micenas y jefe de la expedición griega– se enamora de Casandra y se la lleva consigo de vuelta a su tierra, como rehén y amante. Casandra sabe que ello tendrá consecuencias catastróficas, pero Agamenón se niega a creerla. Una vez en Grecia, Agamenón y Casandra son asesinados por Clitemnestra, esposa de Agamenón, y por su amante Egisto, eterno aspirante al trono de Micenas. Electra, la hija predilecta de Agamenón, convence a su hermano Orestes para que en venganza mate a Egisto y Clitemnestra. Este relato será recurrente en grandes tragedias, tanto en las de Esquilo como en las de Sófocles y Eurípides.

Junto con Artemisa, su hermana, Apolo es un dios preocupado de preservar el honor de su madre. Se cuenta que con sus flechas acabó con el gigante Ticio, que quiso violar a Leto. De la misma forma abatió a los hijos de Níobe luego que esta se hubiera considerado superior a Leto por haber tenido una prole mucho mayor. No obstante estas reacciones, Apolo es por sobre todo el dios de la armonía y del orden; su deber es restablecerlo, cada vez que este se ve amenazado. Muy a menudo se le asocia y asimila con el dios sol, de allí el epíteto de phoibos (“brillante, resplandeciente”) con el que se le describe. Se trata quizás del más esplendoroso y noble de los dioses griegos.

A pesar de su inmensa belleza, los amores de Apolo son normalmente desdichados, y muchos de ellos terminan incluso en desgracia. Carl Kerényi nos señala que el amor de Apolo es peligroso. Ya hablamos del rechazo que Apolo sufre de parte de Casandra. Se enamora también de Corónide, hija del rey de Tesalia, quien a pesar de estar embarazada de Apolo ama al mortal Isquis, lo que conduce a Apolo a matarla, luego de salvar al hijo de esta. Apolo se enamora también de la ninfa Dafne. Sin embargo esta, que había sido alcanzada por una flecha de plomo de Eros, rechaza toda posibilidad de una relación amorosa con el dios. Al insistir Apolo, Dafne escapa de él y, al percibir que el dios está por alcanzarla, le ruega a Peneo –su padre y dios del río– que la ayude. Peneo la transforma en un laurel. Desde entonces, Apolo hace del laurel (Dafne) su símbolo preferido.

Como sucede a menudo con los dioses griegos, sus amores no se limitan al sexo opuesto. Se cuenta que Apolo tuvo una bella relación amorosa con Jacinto, hijo del rey de Esparta, amor que despertó los celos de Céfiro, dios del viento del oeste. Cuando Apolo y Jacinto practicaban el lanzamiento del disco, Céfiro desvía el disco lanzado por Apolo y lo hace golpear en la cabeza de su amado, matándolo. Posteriormente, Apolo pierde a su amante Cipáriso cuando este por error mata al ciervo domesticado que siempre lo acompañaba. En su tristeza, Cipáriso le ruega a Apolo que lo convierta en un ciprés.

Apolo representa la encarnación de la belleza, el autocontrol, la proporción en justa medida y la armonía. Se opone al mal, a la injusticia, a lo ilícito, al mundo de las tinieblas, a las enfermedades, a todo lo que expresa disonancia y amenaza el orden. Por ello se le asocia normalmente con la música, la poesía, la medicina, el arte de la arquería. Su tuición sobre la medicina luego será asumida por Asclepio, hijo suyo con la joven Corónide. Apolo expresa la tensión adecuada y necesaria para mantener la armonía, tensión que está presente en dos de sus instrumentos favoritos: la lira y el arco.

Artemisa

En el lado opuesto del Consejo Olímpico se encuentra Artemisa, la hermana gemela de Apolo e hija, como este, de Zeus y Leto. Artemisa es la diosa virgen por excelencia, atributo que sin embargo comparte tanto con Atenea como con Hestia. Pero en Artemisa la virginidad representa uno de los atributos más relevantes. Se la identifica como la diosa de la caza y se la representa habitualmente con un arco y un cesto de flechas, como su hermano Apolo, caminando junto a animales, muchas veces un ciervo o un oso. Es la más joven de los dioses olímpicos.

Muchas veces se concibe a Artemisa como diosa de la fertilidad. En Éfeso se le construye un templo que llegará a ser una de las grandes maravillas del mundo antiguo, al interior del cual destaca una estatua de la diosa en donde esta aparece forrada por un manto con figuras de forma de huevos. No se sabe que pueden haber significado estos objetos; muchos han sostenido que representan senos, otros señalan que se trata de escrotos de toros, animales que le eran sacrificados a la diosa. De todas formas, ellos serían formas representativas de la fertilidad.

Así como se asociaba a su hermano Apolo con el sol, a Artemisa se la asocia con la luna. Se considera que Artemisa protege a los recién nacidos, y que vela por los partos felices. Si una mujer muere durante el parto, se responsabiliza también a Artemisa por haberlo permitido o provocado. Por otro lado, se considera que la diosa tiene el poder de proporcionarles a los humanos una muerte buena, una muerte rápida, sin largos sufrimientos. Ese es el poder de sus flechas. Artemisa, por lo tanto, es una diosa que está presente en los dos grandes tránsitos de la vida, el nacimiento y la muerte, los cuales fijan el inicio y el término de la existencia no sólo de los humanos, sino también de los animales. Las plantas, por el contrario, luego de que fallecen vuelven a renacer, y este ciclo es regulado por Deméter.

Muchas jóvenes se encomendaban durante su adolescencia a la diosa Artemisa, y hacían votos de virginidad en su nombre. Se la consideraba por esto la patrona de las jóvenes, quienes a menudo se recluían en su templo para servir a la diosa. Se la representa con un séquito de ninfas vírgenes a su alrededor, alejadas por completo de las relaciones amorosas y del sexo. En este sentido, Artemisa es vista frecuentemente como símbolo de la autodisciplina y de una vida encarada desde el ascetismo. Se trata de una diosa muy sensible al hecho de que, habiéndose alguien entregado a ella y comprometido con el estilo de vida que esto requiere, luego no mantenga su promesa. Cuando ello sucede, Artemisa suele imponer severos castigos. Pero de la misma forma cabe esperar su incondicional protección cuando se le es fiel.

Como ya señalamos, a diferencia de Atenea, la virginidad de Artemisa tiene otro carácter. Cuando alguien la corteja y la diosa percibe que su virginidad no es respetada, su respuesta suele ser extremadamente violenta. Ejemplo de ello es lo que acontece con Acteón, hijo de Aristaos y Autónoe, hermana esta de Semele, la madre de Dionisos. La historia nos las relata Kerényi:

“Acteón, formado como cazador por Quirón, sorprendió a Artemisa mientras esta se bañaba. La diosa lo castigó convirtiéndolo en un ciervo, animal que por lo general era el favorito de la diosa pero que en esta ocasión fue su víctima. Los perros de caza de Acteón se lanzaron encima de su amo así metamorfoseado y lo descuartizaron; Autónoe debió asumir la dolorosa tarea de tener que juntar los huesos de su hijo”.

Pero Artemisa no sólo representa la virginidad en el dominio de la sexualidad. Su sentido es mucho más amplio, y abarca todo aquello que resulta inexplorado y no penetrado por los mortales. Se trata también de una diosa de la naturaleza virgen, de los bosques y las tierras intocadas, de una diosa que guarda esos secretos. En ese sentido, Artemisa es la diosa de aquello que la naturaleza tiene de misterioso. De la misma forma, Artemisa apunta a las dimensiones vírgenes de nuestra propia naturaleza, a aquellos lugares de nuestra alma que se han mantenido alejados de nosotros, los que no hemos descubierto.

Artemisa es una diosa cazadora, que gusta de caminar acompañada tan solo de sus animales favoritos, entre los que destaca el ciervo. Artemisa valora la independencia. Los animales son tanto sus acompañantes predilectos como las presas que busca en sus actividades de caza. Hábil como pocos en el uso del arco, se trata de una diosa que disfruta con las actividades de conquista. Su imagen puede confundirse a menudo con la de una Amazona, esas mujeres guerreras que solían arrancarse su pecho derecho para facilitar el uso del arco.

Hermes

El último de los dioses oficiales del Consejo Olímpico es Hermes. Se trata del hijo de Zeus y de la ninfa Maya, término que significa “partera”, a partir del cual Sócrates acuña el vocablo mayéutica y del que se deriva también la designación del mes de mayo. Maya era la mayor y más bella de entre las siete Pléyades, ninfas hijas de Atlas y Pleione, quien era a su vez hija de los Titanes Océano y Tetis. Hermes mantendrá siempre una relación muy estrecha con las ninfas, a las que gusta de visitar. Hermes es un dios pícaro, que gusta del engaño y de la elocuencia. Aunque tiene asegurado un sillón en el Olimpo, Hermes se encuentra frecuentemente viajando de un lugar a otro; se trata de un dios fundamentalmente itinerante.

Se cuenta que, a poco de nacer, Hermes se libera de sus pañales y mata una tortuga, con cuyo caparazón construye una lira. Luego sale al campo y le roba a Apolo cincuenta vacas que este tenía pastando en un valle cercano. Descubierto por Apolo, Hermes busca hacer las paces con él, le devuelve las vacas y le regala la lira que había construido. Apolo acepta, lo perdona y en retribución le obsequia un bastón mágico con dos serpientes enrolladas (el kerykeion, en griego, o caduceo, en latín) que Hermes portará siempre consigo. Hermes será considerado el dios de los pastores, quienes se encomiendan a él para no perder sus rebaños.

Hay algo muy especial en este dios. El término Hermes proviene de la palabra que en griego designaba a ciertas piedras que se colocaban en los caminos para guiar a los caminantes (hermaion). Estas piedras eran además colocadas como señales de demarcación de terrenos, o como figuras protectoras de las moradas: Hermes es el señor de los caminos.

Lo curioso de Hermes, sin embargo, es el hecho de que mientras expresa un límite, un borde, simultáneamente expresa la capacidad de conexión de aquello que se delimita con aquello que está más allá de ese mismo límite. En otras palabras, Hermes es por excelencia el dios de la conectividad, del paso de un territorio a otro. Rafael López-Pedraza nos indica, que

“Hermes conecta a los dioses y las diosas entre sí y con el hombre; es un hacedor de conexiones”.

Se trata del dios que traza puentes, que comunica, que favorece las actividades de intercambio a través de las cuales entran en relación ciudades diferentes. El límite que Hermes identifica no está allí para separar, sino para conectar. No está allí para detener, sino para traspasar. No está allí para impedir, sino para desafiar. No está allí para prohibir, sino para propiciar la transgresión. Todos estos son aspectos que Hermes encarnará. Y lo hará de muy distintas maneras.

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