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Santiago Vizcaíno Armijos

Santiago Vizcaíno (Quito, Ecuador, 1982). Licenciado en Comunicación y Literatura por la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE). Cursó la Maestría en Estudios de la Cultura, Mención Literatura Hispanoamericana, en la Universidad Andina Simón Bolívar. Fue Becario de Fundación Carolina en la Universidad de Málaga, donde cursó un máster en Gestión del Patrimonio Literario. Es director del Centro de Publicaciones de la PUCE.

Ha publicado, en poesía, Devastación en la tarde (Ministerio de Cultura del Ecuador, Quito, 2008; Dialogos Books, New Orleans, 2015), En la penumbra (Gobierno de la Provincia de Pichincha, Quito, 2010), Hábitat del camaleón (Ruido Blanco, Quito, 2015), Canción para el hijo (Hanan Harawi, Lima, 2015) y De un solo tajo (Makinaria Ediciones, Arika, 2017). En cuento: Matar a mamá (La Caída, Buenos Aires, 2012, 2015). Y en ensayo: Decir el silencio. Aproximación a la poesía de A. Pizarnik (Ministerio de Cultura del Ecuador, Quito, 2008). Premio Nacional de Literatura en 2008, Ministerio de Cultura, y Segundo Premio Pichincha de Poesía 2010.



La embriaguez nos había lanzado a la deriva,a la búsqueda de una respuesta siniestra a la mássiniestra de las obsesiones.

GEORGE BATAILLE

El mar conoce mi paso por los suspiros. ¡Ay muchacha, muchacha, cuánto barco en el puerto de Málaga!

FEDERICO GARCÍA LORCA

I

y yo que solo quería ver el mar de málaga. tenía la peregrina idea de que desde su playa se podía mirar el áfrica. ¡qué huevón! estuve dos días en madrid y tuve miedo. miedo de esos miles de ojos que me auscultan apenas desde arriba como a un bicho raro. si no hubiera tanto jodido ecuatorianito aquí pienso sería distinto. hasta pasaría por una figura de artesanía. pero no. en madrid empieza a hacer un frío que te cagas y yo con esta leva de mierda como un ladrón culto. más bien como un ladrón de levita china. porque en ecuador todo lo que te venden por «americano» o italiano o francés es chino. incluso lo de los shoppings que es de lo peor: que no lo lave en lavadora. que no lo seque al sol directamente. que no lo planche a temperaturas altas. cómo concha e su madre paga uno 150 dólares por una levita si hasta le hace daño ponerse. a la levita y a uno. y así.

en madrid uno se siente rara avis. vale decir: como una caquita negra en la acera del palacio real. y el frío ya no es lo que en quito se decía «achachay». no. aquí se te cose la piel con una s enorme de soroche. pero el frío pase. el garbo de estos huevones es tan insoportable que uno se da cuenta cómo debe haberse sentido moctezuma frente al plomo ese de cortez. lo peor es que todo se te pega y en dos horas ya dices macho y joder y que te den por culo. o sea que ten directamente por culo como si cualquier cosa. sin embargo en madrid sigues siendo el bicho raro de levita china así como una rata muerta en una calle de caracas. allá en el callejón de la puñalada. lo que sorprende quizá es que un latino andino que debería estar limpiando mesas se vista así: una especie de dandy neobarroco. un espécimen singular que se sienta a comer lacón con patatas por veinte euros. las putas patatas que jamás hubieran comido si no se hubieran violado a mi tatarabuela. todo esto que pienso, desde luego, es subnormal: subdesarrollado subterráneo suburbano. pero las palabras se me escapan por las fauces y se lo digo a una chilena inmigrante que me mira también como si la hubiera ofendido.

la cosa es que en madrid está muy jodido vivir. todo mi espectáculo es el siguiente: subsuelo de un hostal en san mateo número 20 frente al museo del renacimiento. tacones altos de mujeres españolas que hablan muy rápido y pasan muy rápido también sus medias de seda. niños muy educados que dicen: que se ha manchao, madre, que se ha manchao. la puta que los parió. y yo me siento otra vez como el subdesarrollado que se cree medianamente culto pero no tiene con quién hablar ni de literatura ni de cine ni de música ni de nada. por eso ha sido tan gratificante que en la tele pusieran una porno española luego de la medianoche. ha sido la primera vez que he hecho el amor con una española. es un decir. porque el amor ya estaba hecho como dice fogwill. en ecuador puro youporn con suecas polacas rusas y rumanas. todo ese montón de rubias que deben haber salido de un mercado de pulgas pero que no importa a los fines que nos competen.

mi tío vive aquí. es un migrante. renta este sótano frío y se lo arrienda a una chilena y a una ecuatoriana que aparece tan solo dos veces por semana. es un inframundo: el de la migración. los ecuatorianos son aquí como una plaga. aunque también son utilitarios. hacen lo que todo el mundo sabe, lo que los españoles no quieren hacer. o lo hacen solo en la medida de su pobreza. un ecuatoriano aquí sufre una vital esquizofrenia. ocurre que su mente está dividida. vive de la nostalgia. pero también se ha acostumbrado a un cómodo modo de vida que le ofrece este extraño llamado primer mundo. cuando regresan a ecuador se sienten incómodos. hablan diferente. visten diferente. hasta miran sus raíces con desprecio. es una revancha. el racismo que sufren en este país lo devuelven con creces frente a los suyos. la debilidad identitaria del ecuatoriano transforma al migrante en un monstruo cultural.

mi tío es un tipo que trabaja en hostelería. sirve y lava platos en una marisquería. la gente hace colas enormes para poder entrar a ese lugar. esto me ha permitido comer cosas raras como navajas o percebes o bueyes de mar. también he comido callos a la madrileña que en ecuador llamamos guatita. pero lo mejor desde luego es el vino. eso lo saben todos. por un euro compras un vino rancio y carrasposo que en ecuador te costaría diez dólares. eso lo saben todos.

pasaré tres días aquí. sin embargo ya he podido tener una noción de este mundo. me interesa mucho más la vida de estos personajes llamados migrantes. los españoles son bastante predecibles. conservadores al extremo. aunque han sabido muy bien explotar al turista. pero ese es otro cuento. el sudamericano en general es un fenómeno más rico. su condición lo vuelve más complejo. su lengua mismo ha mutado de una forma rarísima. es risible escucharlos diciendo tío, joder, macho, que te den por culo junto a los modismos propios de su cultura. el ecuatoriano y el boliviano sobresalen en esta jungla. son bebedores violentos. los pocos espacios de reposo que tienen los dedican a beber cerveza: la más fuerte. se refugian en sus pisos con la firme convicción de destruirse. por eso las peleas son frecuentes. y también los cuernos. hay una explosión sexual que en sus países es pecaminosa. oh españa aparta de mí tu sexo.

yo no soy un migrante. no quiero ser un migrante. los miro con rabia. pero me veo obligado a disfrutar de su delirio. están los que quieren regresar y los que no. los primeros conservan una idea de sí mismos desde la nostalgia. los segundos han mutado. no saben lo que son. o sí. saben que no han de volver. esta renuncia significa españolizarse. los otros nunca lograrán acoplarse. trabajan con ahínco para enviar dinero y piensan siempre en ecuador como la tierra prometida. para ellos es una lucha. piensan en el trabajo como un sacrificio. los que renuncian viven el día y al día. quieren enterrar su pasado. normalmente son los más jóvenes. sueñan con ser incluidos. salen con españoles. visten como ellos. comen lo que ellos. generalmente miran a ecuador con desprecio. se han crecido.

los amigos de mi tío se debaten entre un extremo u otro. está uno, por ejemplo, que ha venido de uno de esos puertos ecuatorianos donde la pobreza y la violencia lastiman el día y se apoderan de la noche. vive con una boliviana en un estudio, una habitación que funge de dormitorio, sala, comedor y cocina, normalmente usada por estudiantes, en el centro de madrid. la mujer es gorda y aindiada y no para de hablar de lo triste de su trabajo con un anciano apestoso al que tiene que soportar todo el día. uno de esos españoles insoportablemente racistas. está harta, pero es buena persona.

cenamos cebiche. todo buen costeño sabe hacer un buen cebiche, dice él. cuántos años llevas aquí, pregunto. vine hace quince años y no he vuelto a ecuador, responde. allá no me quieren, ñaño. si me asomo por ahí, me matan. unos hijueputas me la tienen jurada. le metí tres tiros a un careverga que andaba culiando con mi mujer. así que aquí me quedo. no quiero problemas. estoy rehabilitado, mi bróder. mejor tómate un trago, ¿te gusta el vino? y saca una botella de marqués de cáceres que se la ha robado del restaurante donde trabaja.

así son los amigos de mi tío. todos tienen una triste historia que ocultar. han enterrado su pasado. los que se van, lo hacen por pocos meses porque ya no se acostumbran. su país, nuestro país, es precisamente una línea imaginaria, un espectro lleno de hijos y mujeres abandonadas, o, en el caso de las mujeres, de hombres abandonados. estar en españa y añorar ecuador, estar en ecuador y añorar españa. esa división mental los convierte en cabrones aculturados.

ya sé que dos o tres noches no son suficientes para percibir una forma de vida, pero ha sido mi primera sensación. mi primer contacto con lo que llamarían los «míos». como la última noche antes de partir al mediterráneo. fuimos a una discoteca al sur de madrid. era domingo. no lo podía creer. en quito los domingos dan ganas de matarse. no encuentras nada abierto. la gente huye. pero aquí es el día en que el migrante sale de marcha, porque muchos tienen el lunes libre, día bendito de resaca, de chuchaqui, de guayabo, de ratón, de cruda. el domingo en la noche se llena del olor del perfume del panchito. las mujeres salen muy maquilladas con vestidos muy ceñidos que han comprado en las rebajas. o con abrigos de imitación de piel que han pasado de moda. es como estar en los años ochenta. incluso la música que bailan tiene casi treinta años. es el vivir de la nostalgia. qué jodidos están, aunque son sumamente divertidos. ya los ves salir a bailar muy pegaditos con la pareja de turno, mientras las mesas se llenan de baldes de cerveza o de botellas de ron.

 

de pronto una salsa, luego una cumbia, después una bachata, para rematar un reguetón o un vallenato. se mueren de gusto. parece una fiesta de quince años. los hombres están siempre muy engominados, llevan zapatos de colores y camisas con flores para llamar la atención. casi siempre una cadena de oro resalta sobre su cuello desnudo. es como underground de kusturica pero con latinoamericanos. hay jóvenes y viejos. todos comparten el mismo gusto. es un consenso. aquí nadie se queja de nada a menos que le miren a la mujer. o al hombre.

la cosa es que estamos allí tres tipos sentados con todas las ganas del mundo de beber porque es mi último día en madrid. mi tío insiste en que saque a bailar a alguna chica y me la lleve por allí. aquí no te hagas problema, loco, dice, todo es muy fácil. están todas locas por culiar. me río de buena gana y le digo que espere, que tenga paciencia, que todavía no se me alborota. y brindamos por el gusto de vernos a los años. somos ya amigos, hemos rebasado la línea de la sangre. y por eso, salud. ven cuando quieras, ñaño. mi casa es humilde y es tu casa. gracias, ñaño, volveré. y así.

entonces veo que uno de los tipos que va con nosotros, ecuatoriano también, se levanta y avanza hasta otra mesa donde hay una chica sola y la invita a bailar. la pega a su cuerpo pero evidentemente no sabe seguir el ritmo. es cantinflesco. ella trata de soltarse, lo empuja un poco y él le dice algo al oído y ella se ríe. es morena, de nariz larga, lleva un vestido turquesa con una especie de flor sobre la clavícula derecha. tiene un cerquillo que le queda muy mal a media frente. es fea con ganas pero tiene un culo que le resalta. el tipo nos mira y nos guiña el ojo. reímos.

de pronto un tipo se acerca a nuestro amigo y lo empuja hasta tirarlo al piso. nuestro amigo se pone en pie y se arma la trifulca. nos levantamos de la mesa para ver qué pasa y empiezan a caer puñetes y patadas por todas partes. yo me refugio a un lado para mirar el espectáculo. veo a mi tío defendiéndose en medio de la pista con una botella de cerveza. acudo hasta él para tomarlo por la espalda y tranquilizarlo. llegan los gorilas y nos sacan a empujones de la discoteca. así de simple. la noche termina en el centro de madrid con una botella de whisky y risas. parece que todo es normal.

II

ese ruido inmenso de la noche ha alimentado mi goce efímero. también bebí mucha de su cerveza para sentirme valiente. muy mala por cierto: agua con alcohol y una pizca de gluten. recuerdo que la cerveza más puerca de la habana —por poner un ejemplo— era tres mil veces mejor que esta levadura insalubre que ahora bebo en málaga porque no puedo dormir. es por el jet lag me dijo un alemán que se las daba de sabroso también el muy hijo de puta. ya que estamos.

y ahora en málaga la cuestión se ha puesto peor. hay muchos miserables borrachos como yo de buen vestir. claro que estoy en la zona turística, todo pagado en una residencia de mierda y no me puedo quejar. esta es mi forma de quejarme. vine por una beca y empiezo un cuento del resentimiento, del complejo, un afán mediocre de superación al que le faltan sus comas —sus silencios cortos—. lo bueno es que no lo saben. lo más probable es que nunca lo sepan. qué van a saber estos insepultos que se solazan con esos hermosos rostros. las malagueñas son tan guapas que parece que no necesitaran hacer la deposición como la gente normal. es decir como los mestizos. y si lo hacen uno se pregunta cómo se limpiarán ese hermoso culo.

las mujeres malagueñas tienen el rostro de la misericordia de dios. miran siempre a un frente disoluto, encierran su veneno en oscuras minifaldas. el pelo les cae como una muchedumbre de querubines barnizados. por fuerza rubias, unas, entre el espanto de sus ojos negros. por fuerza pelirrojas, otras, entre el espanto de su carne aceitunada. en las noches se las ve acorraladas por hombres recios en los portales de antiguas guaridas románticas. las discotecas se pueblan del aroma embotellado de su sexualidad. las mujeres malagueñas se maquillan con la arena de un mar que no las baña. da miedo tocarlas, ensuciar su blusita que trasluce su pálido esternón. ¿adónde van las mujeres malagueñas cuando se han tropezado con el filo de su propio tacón esbelto? y cuando hablan, ah, cuando hablan, parece que un vampiro va a chuparte la sangre, a devorar la aorta hinchada de la excitación. cortan las palabras para no desbocarse. las mujeres malagueñas copulan consigo mismas y tienen orgasmos a rabiar sobre la alfombra del abismo. entre ellas se odian y se aman como dos abejas reinas. pero nunca, nunca, oídme, han de delatar la enfermiza pasión que las devora frente al espejo.

yo solo quería mirar el áfrica desde la costa de málaga y he terminado muy borracho y compungido. inmensas son las ganas de sufrir pero me he puesto a reír al darme cuenta de mi pequeñez. vivo en la calle duque de la victoria número 9 piso cuarto frente a un hospital. a veces miro en la mañana unas mujeres en la ventana de enfrente que dan de mamar a sus hijos recién nacidos, blancos como michael jackson pienso y me río. aquí las mujeres me miran ya no como un bicho raro sino como un animal exótico. algo ha cambiado. capaz miraron alguna vez una película sobre la conquista y piensan que soy unos de esos actores que hacían de cacique inca. y les doy gusto. me pavoneo con mi bufanda larga. miro sus tetas lechosas y se me ilumina una escena porno tan genial que el mismo henry miller se pondría cachondo pero de vergüenza. no les hablo desde luego. apenas coqueteo con una decencia enorme que no sé de dónde me ha salido. ha de ser algún actor o pintor naif o bailarín de música folclórica han de pensar. esa es mi ilusión. porque la mirada también puede ser de soslayo o de impresión como ya he dicho. esto que soy da vergüenza ajena.

ahora han puesto al polaco goyeneche en una radio local. mi alegría no se puede creer. me siento más latinoamericano que nunca. porque nunca había escrito tanto y vuelvo a beber esta cerveza cojuda y me asomo al balcón para mirar la cúpula de la catedral y abajo el mar de una borrachera envidiable de la que no puedo participar porque no soy de este mundo. traigo una novelita de bolaño que pesa como una biblia. traigo en mi mente una noche inmensa del siglo XVI que me parece que la hubiera vivido. traigo en una bolsa unas chanclas para pisar la arena de málaga como una jaiba y mirar la costa de áfrica. no se sabe si esta suerte de zombi se convertirá en alguien. si alguien podrá leer a ese otro que se contempla con asombro y asco. aceptarme sería como volver a una suerte de normalidad que no existe. aceptarse es el premio que uno no quiere encontrar para apagar la voz penetrante de su conciencia. aceptarse es permitir que el rostro de lo otro sea lo que uno quiere y uno nunca será lo que uno quiere. porque lo que uno quiere ya se ha ido cuando uno quiere.

tengo tantas citas que revolotean en mi cabeza que ahora alguien me ha dicho que no se puede creer que un ecuatoriano haya leído tanto. yo me río de rabia porque en mi país hay un montón de giles que han leído mucho más que yo y se creen la crema y nata de la literatura. una vez conocí a un escritor. bueno, había leído unos cuantos cuentos suyos no muy malos en mi época universitaria. pero no lo había visto en persona. y así habría sido mejor. uno de esos tipos que se creen el nabokov de la literatura ecuatoriana. uno de esos tipos gordos. sí, aquellos de saquito gris. aquellos que llaman a los periodistas para «concederles» una entrevista. esos que tienen detrás un séquito de escritores mediocres que lamen la solapa de su traje oblongo como él mismo. a veces es mejor no conocer al tipo detrás de la cubierta. casi siempre es mejor. en suma, estábamos en caracas, en un encuentro de escritores organizado por el estado venezolano. en una de esas noches, yo había ido a tomar un trago en el bar del hotel. me senté en una de las mesas para admirar el paisaje deforme de los intelectuales. había de todo: arañas, topos, sanguijuelas, dinosaurios…

uno de aquellos tipos que rendían pleitesía al gordo loco me reconoció y me pidió que me sentara con ellos, dado que estaba solo —como si estarlo fuese una condición paupérrima—. y yo cometí la estupidez de seguirlo. en efecto, nos sentamos alrededor de una mesa como lo hace todo el mundo, excepto por una realidad espantosa: ese nabokob trucho estaba justo frente a mí.

y vos qué, me dijo.

qué de qué, le respondí.

¿qué haces, a qué te dedicas, qué haces aquí?

nada. yo bebo, aseveré.

ah, otro chumadito que se cree escritor, sentenció.

yo me quedé en silencio, con ganas, eso sí, de escupirle en el vaso que, justamente, le empezaban a servir. el mesero dio vuelta a la mesa mientras regaba tiernos chorros de ron sobre el hielo frío, muy frío, dentro del vaso.

no pensarás que esto es gratis, me dijo. aquí nadie chupa al remo.

entonces, en un impulso criminal, tomé el vaso, derramé el ron sobre su cara de busto, y me fui. uno de sus vasallos, el que me conocía, me insultó, pero ya su voz se golpeó con la imagen de mi dedo medio de la mano derecha eréctil, triunfal, como un pene.

importante es que ría la vendedora de aguacates en el mercado como mi abuela. importante es que goce el cargador que suspira cuando piensa en el cuerpo de esa prostituta colombiana a la que le ha podido pegar un polvo.

no se sabe si podré bailar pegado de una malagueña porque a estas huevonas no se les para un pelo si saben que van bien vestidas, como ya he dicho. la cerveza, por lo pronto, da vueltas alrededor del pozo turbio del olvido. todo lo que he dejado, todo lo que se ha quedado marchito en el fango de la memoria ahora es un desierto o quizá mejor un nevado frío y taciturno. quiero enterrar la imagen de mí mismo pero ahora viene y se me muestra desde un espejo trizado y me miro allí con la cara cortada, con la boca deforme de quien no puede decir su propio nombre. así son las cosas.

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