La leyenda del jinete sin cabeza y otros cuentos

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Este héroe libertino había escogido desde hacía un algún tiempo a la floreciente Katrina como objeto de sus toscas galanterías, y aunque sus juegos amorosos eran algo así como las suaves caricias y cariños de un oso, se murmuraba que ella no desalentaba por completo sus esperanzas. Por cierto, sus avances eran señales para que los candidatos rivales se retiraran, quienes no sentían ninguna inclinación por entrometerse entre un león y sus amoríos; tanto así que, cuando se veía a su caballo atado a la empalizada de Van Tassel un domingo por la noche, era una señal segura de que su amo estaba cortejando o, como se dice, "ligando", los demás pretendientes se alejaban desesperados, y llevaban su guerra a otros cuarteles.

Tal era el formidable rival con el que Ichabod Crane tuvo que enfrentarse y, considerando todas las cosas, un hombre más robusto que él se hubiera encogido ante la competencia, y un hombre más sabio hubiera perdido la esperanza. Sin embargo, él tenía una afortunada mezcla de flexibilidad y perseverancia en su naturaleza; era en cuerpo y en espíritu como un florete maleable, pero resistente; aunque se doblaba, nunca se rompía; y aunque se arqueaba bajo la más mínima presión, aun así, en el momento en que ésta se quitaba, ¡para arriba!... estaba tan erguido y llevaba la cabeza tan en alto como siempre.

Haber declarado la guerra abiertamente a su rival hubiera sido una locura; porque él no era un hombre que soportara ser contrariado en el amor, como tampoco lo fue Aquiles, aquel amante atormentado. Ichabod, por lo tanto, hacía sus avances en una manera tranquila y suavemente insinuante.

Bajo la fachada de su personaje de maestro de canto realizaba frecuentes visitas a la granja; no porque tuviera algo que ver con intromisiones de los padres, que a menudo son un obstáculo en el camino de los amantes. Balt Van Tassel era un alma fácil de indulgencia; él amaba a su hija incluso más que a su pipa, y, como un hombre razonable y un excelente padre, le permitía salirse con la suya en todo. Su notable y pequeña esposa también tenía suficiente con el trabajo doméstico y el cuidado de sus aves de corral, ya que, como ella bien había observado, los patos y los gansos son tontos, y deben ser atendidos, pero las niñas pueden cuidarse a sí mismas. Así, mientras la ocupada dama se paseaba por la casa, o movía su rueda giratoria en un extremo del pórtico, Balt se sentaba a fumar su pipa de la tarde en el otro, observando los logros de un pequeño guerrero de madera que, armado con una espada en cada mano, luchaba valientemente contra el viento en el pináculo del granero. Mientras tanto, Ichabod seguía con su cortejo a la hija al lado del manantial bajo el gran olmo, o paseando en el crepúsculo, esa hora tan favorable para la elocuencia de los amantes.

Confieso que no sé cómo se corteja y se gana el corazón de una mujer. Para mí siempre ha sido una cuestión de enigma y admiración. Algunos corazones parecen tener un solo punto vulnerable, o puerta de acceso, mientras que otros tienen mil avenidas y pueden ser capturados de mil maneras diferentes. Es una gran muestra de habilidad obtener el primero, pero es una prueba de generalato aún mayor el mantener la posesión del último, ya que el hombre debe luchar por su fortaleza en cada puerta y ventana. El que gana mil corazones comunes, por lo tanto, se gana algún renombre, pero el que mantiene una influencia indiscutible sobre el corazón de una coqueta es, de hecho, un héroe.

Ciertamente, este no fue el caso con el temible Brom Bones; y desde el momento en que Ichabod Crane hizo sus avances, los privilegios del primero evidentemente declinaron: su caballo ya no se veía atado a la empalizada los domingos por la noche, y una enemistad mortal surgió gradualmente entre él y el preceptor de Sleepy Hollow.

Brom, que tenía un poco de caballerosidad brava en su naturaleza, con gusto hubiera tratado el asunto como una guerra abierta y habría establecido sus pretensiones a la dama de acuerdo con el modo de los razonadores más concisos y simples, los caballeros andantes de antaño: por combate único; pero Ichabod era demasiado consciente del poder superior de su adversario para entrar en una pelea contra él; había escuchado a Bones presumir de que "doblaría al maestro de la escuela y lo pondría de adorno en un estante de su propia escuela", y era demasiado cauteloso para darle una oportunidad. Había algo extremadamente provocador en este sistema obstinadamente pacífico. A Brom no le quedaba más remedio que echar mano del cabuleo rural y hacerle pesadas bromas a su rival. Ichabod se convirtió en el objeto de la persecución caprichosa de Bones y su pandilla de jinetes rudos. Alteraron sus hasta ahora pacíficos dominios, ahumaron su escuela de canto tapando la chimenea, irrumpieron en la escuela por la noche, a pesar de sus formidables ataduras de estacas y ventanas, y pusieron todo en tal desorden que el pobre maestro empezó a pensar que todas las brujas del país celebraban ahí sus aquelarres. Pero lo que fue aún más molesto era que Brom aprovechaba todas las oportunidades para ridiculizarlo en presencia de su amante, obtuvo un perro vagabundo a quien entrenó para que gimiera de la manera más chistosa, y se lo presentó como la competencia de Ichabod, para instruirla en salmodia. Así continuaron las cosas durante algún tiempo, sin que se produjera ningún cambio concreto en las situaciones relativas de los contendientes. En una hermosa tarde otoñal, Ichabod, en un estado de ánimo pensativo, se sentó en el banquito alto desde donde solía meditar sobre todos los asuntos de su pequeño reino literario. En su mano balanceaba una férula, ese cetro de poder despótico; la vara de la justicia que descansa sobre tres clavos detrás del trono, el terror constante de los malhechores, mientras que en el escritorio que estaba ante él se podían ver diversos artículos de contrabando y armas prohibidas, decomisadas a los ociosos escuinles, como manzanas medio mordidas, pistolas, trompos, cerbatanas y legiones enteras de pajaritos de papel. Aparentemente, había habido un terrible acto de justicia recientemente infligido, ya que sus alumnos estaban muy ocupados con sus libros o susurrando detrás de ellos con un ojo puesto en el maestro; y una especie de monótona quietud reinaba en todo el salón de clase. La calma fue repentinamente interrumpida por la presencia de un negro con una chaqueta y pantalones de arpillera y un fragmento de un sombrero de copa redonda, como el sombrero de Mercurio, montado en la parte posterior de un potro desaliñado, salvaje y flacucho, al que manejaba con una cuerda a modo de cabestro.

Llegó ruidosamente a la puerta de la escuela con una invitación a Ichabod para que asistiera a una fiesta o tertulia que se celebraría esa noche en casa de Mynheer Van Tassel; y habiendo entregado su mensaje con ese aire de importancia y esfuerzo por el buen lenguaje que un negro puede mostrar en ese tipo de insignificantes encomiendas, corrió sobre el arroyo y fue visto alejándose de Hollow a toda velocidad, revestido de la importancia y prisa que implicaba de su misión. Todo era ahora ajetreo y bullicio en la anteriormente tarde tranquila de escuela. Los alumnos fueron apresurados a través de sus lecciones sin detenerse en tonterías; los que eran ágiles se saltaron la mitad con impunidad, y los que llegaron tarde tuvieron algo de asistencia de vez en cuando, para acelerar su velocidad o ayudarlos con una palabra difícil. Los libros se dejaron a un lado sin ser colocados en los estantes, los tinteros se voltearon, los bancos quedaron tirados y todos los alumnos salieron una hora antes de la habitual, estallando como una legión de jóvenes diablillos, gritando y brincando en la hierba con alegría por su temprana liberación.

El galante Ichabod ahora pasó por lo menos media hora extra en su baño, cepillándose y arreglando su mejor, y de hecho su único traje negro lustroso, y arreglaba sus rizos frente a un pedazo de espejo que colgaba en la escuela. Para hacer su aparición ante su amante en el verdadero estilo de un caballero tomó prestado un caballo del granjero con el que estaba viviendo, un viejo holandés colérico del nombre de Hans Van Ripper, y así montado galantemente, partió como un caballero andante en busca de aventuras. Pero es menester que yo, fiel al verdadero espíritu de la historia romántica, dé cuenta de las apariencias y equipamientos de mi héroe y su corcel. El animal que montó era un caballo de tiro destrozado, que había sobrevivido a casi todo excepto a su ferocidad. Estaba cadavérico y exhausto, con el cuello caído y cabeza como un martillo; su vieja crin y cola estaban enredadas y con nudos; un ojo había perdido su pupila y era brillante y espectral, pero el otro tenía el resplandor de un demonio genuino en él. Aún así, debió haber tenido brío y temple en su época, si podemos juzgar por el nombre que llevaba: Pólvora. De hecho, había sido el corcel favorito de su maestro, el colérico Van Ripper, que era un arrojado jinete, y muy probablemente había infundido algo de su propio espíritu en el animal, porque, viejo y destrozado como se veía, había más del demonio al acecho en él que en cualquier joven potro en la región. Ichabod tenía la figura adecuada para tal corcel. Montó con los estribos cortos, que acercaron sus rodillas hasta el pomo de la silla; sus afilados codos sobresalían como un saltamontes; llevaba su fusta perpendicularmente en la mano, como un cetro, y mientras su caballo corría, el movimiento de sus brazos no era diferente al batir de un par de alas. Un pequeño gorro de lana descansaba en la parte superior de su nariz, porque su frente era muy escasa, y las faldas de su abrigo negro se agitaban casi hasta la cola del caballo. Tal era el aspecto de Ichabod y su corcel cuando salieron de la puerta de Hans Van Ripper que era una aparición muy difícil de encontrar a plena luz del día. Era, como he dicho, un lindo día otoñal; el cielo estaba claro y sereno, y la naturaleza vestía ese uniforme rico y dorado que siempre asociamos con la idea de la abundancia. Los bosques se habían puesto sus sobrios colores marrón y amarillo, mientras que algunos árboles más tiernos habían sido afectados por las heladas que les dieron brillantes tintes de naranja, púrpura y escarlata. Oleadas de patos silvestres comenzaron a aparecer en el aire; el gruñido de la ardilla podía escucharse desde los bosques de hayas y nueces de nogal y el monótono canto de la codorniz a intervalos en el campo de rastrojo vecino. Los pajaritos se daban sus banquetes de despedida. En la plenitud de su jolgorio, revoloteaban, gorjeando y jugueteando de arbusto en arbusto, y de árbol en árbol, veleidosos por la profusión y variedad que los rodeaba. Ahí estaba el honrado petirrojo, que es el objetivo favorito de los cazadores más jóvenes, con su canto alto y quejumbros; y los mirlos cantores formando nubes negras al volar juntos, y el pájaro carpintero de alas doradas con su cresta carmesí, su amplio cuello negro y su espléndido plumaje; y el ampelis, con sus alas de punta roja y su cola amarilla y su pequeño gorro de plumas; y el azulejo, ese ruidoso vanidoso, con su alegre abrigo azul claro y su ropa interior blanca, gritando y charlando, saludando y meneándose y haciendo reverencias, y fingiendo estar en buenos términos con todos los cantores del bosque.

 

Mientras Ichabod trotaba lentamente en su camino, su ojo, siempre abierto a todos los síntomas de la abundancia culinaria, se deleitaba con los tesoros del agradable otoño. Por todos lados vio una gran cantidad de manzanas: algunas colgando en opulencia opresiva en los árboles; algunas reunidas en cestas y barriles para ser llevadas al mercado; otras amontonadas en abundantes montones para hacer sidra. Más adelante, vio grandes campos de maíz criollo, con sus mazorcas doradas asomando por sus envolturas de hojas, que ofrecían la promesa de pasteles y budines de harina de maíz y las calabazas amarillas que yacían debajo de ellas, levantando sus bellos y redondos vientres hacia el sol, y brindando amplias perspectivas de los más exquisitos pasteles; y en seguida pasó por los fragantes campos de trigo sarraceno que infundían el olor de la colmena, y mientras los contemplaba, se abalanzaron sobre su mente las delicadas crepas, bien untadas con mantequilla y adornadas con miel o melaza, junto a la delicada y diminuta mano de Katrina Van Tassel.

Así, alimentando su mente con muchos pensamientos dulces y suposiciones azucaradas, viajó a lo largo de las laderas de una serie de colinas que contemplan algunas de las escenas más bonitas del poderoso Hudson. El sol hacía girar gradualmente su amplio disco hacia abajo en el oeste. El amplio seno del Tappan Zee yacía inmóvil y vidrioso, excepto cuando por aquí y por allá una suave ondulación ondeaba y alteraba el reflejo de la sombra azul de la montaña distante. Unas nubes color ámbar flotaban en el cielo, sin un soplo de aire que las moviera. El horizonte tenía un fino tinte dorado, cambiando gradualmente a un verde manzana puro, y luego al azul profundo del medio cielo. Un rayo permanecía en las cimas boscosas de los precipicios que sobresalían de por encima de algunas partes del río, lo que daba mayor profundidad a los grises oscuros y púrpuras de sus lados rocosos. Un velero vagaba a lo lejos, cayendo lentamente con la marea, su vela colgando inútilmente contra el mástil, y cuando el reflejo del cielo brillaba a lo largo del agua quieta, parecía como si el barco estuviera suspendido en el aire.

Fue hacia la tarde cuando Ichabod llegó al castillo de Heer Van Tassel, que estaba atestado con viejos agricultores que eran la crema y nata de los poblados adyacentes, una raza sobria de caras curtidas, con abrigos y pantalones bombachos caseros, medias azules y enormes zapatos y magníficas hebillas de pewter. Sus pequeñas esposas enérgicas y marchitas, con sus cofias ajustadas, corpiños largos de cintura alta, enaguas hechas en casa con tijeras y cojines para alfileres, y vistosos bolsillos de calicó que colgaban en el exterior. Las rollizas hijas, casi tan anticuadas como sus madres, a excepción de algún sombrero de paja, un fino listón o quizás un vestido blanco, que daban ejemplos de las innovaciones en la ciudad. Los hijos en abrigos cortos de corte cuadrado, con hileras de estupendos botones de latón y su cabello en general en una coleta a la moda de eso tiempos, especialmente si podían conseguir una piel de anguila para ese propósito, que se consideraba en todo el país como un poderoso nutriente y fortalecedor del cabello.

Brom Bones, sin embargo, fue el héroe de la escena, ya que acudió a la reunión sobre su corcel favorito, Temerario, una criatura como él, de personalidad fuerte y traviesa, y que nadie más que él mismo podía controlar. De hecho, se destacaba por preferir a los animales salvajes, dados a todo tipo de trucos que mantenían al jinete en constante riesgo de lastimarse el cuello, ya que consideraba un caballo manejable y bien domesticado como indigno de un muchacho con carácter.

Me gustaría hacer una pausa para detenerme en el mundo de los encantos que cautivaron la atónita mirada de mi héroe cuando entró en el salón principal de la mansión de Van Tassel. No los encantos del grupo de chicas rollizas, con su lujoso despliegue de rojo y blanco; sino los amplios encantos de una auténtica mesa de té holandesa, en la suntuosa época del otoño. ¡Esas bandejas llenas de tartas de diversas y casi indescriptibles clases, conocidas sólo por las amas de casa holandesas con experiencia! Había donas, su predecesor y suave olykoek, y dorados y crujientes buñuelos; pasteles dulces y bizcochos, panqués de jengibre y panqués de miel, y toda la familia de pasteles. Y luego estaban las tartas de manzana, las tartas de melocotón y las tartas de calabaza; además de lonchas de jamón y carnes ahumadas; y además deliciosos platos de ciruelas en conserva y melocotones, peras y membrillos; sin mencionar los sábalos asados y los pollos rostizados; junto con cuencos de leche y crema, todo mezclado de manera desordenada, casi como los he enumerado, con la tetera enviando sus nubes de vapor desde el medio: ¡Dios bendito! Quiero aliento y tiempo para hablar de este banquete como se merece, y estoy demasiado ansioso por continuar con mi historia. Afortunadamente, Ichabod Crane no tenía tanta prisa como su historiador, pero prestaba atención a todos los detalles.

Era una criatura amable y agradecida, cuyo corazón se dilataba mientras que todo él se sentía alegre y su espíritu se elevaba al comer, como les pasa a algunos hombres con la bebida. No podía evitar también poner los ojos en blanco mientras comía, y sonreír pensando en la posibilidad de que algún día pudiera ser él el señor en toda esta escena de lujo y esplendor casi inimaginable. Entonces, pensó, qué pronto le daría la espalda a la vieja escuela; le chasquearía los dedos a Hans Van Ripper y a todos los demás tacaños patrones, ¡y echaría fuera a cualquier pedagogo itinerante que se atreviera a llamarlo camarada!

El viejo Baltus Van Tassel se movía entre sus invitados con el rostro pleno de contento y buen humor, alegre y redondo como la luna de la cosecha. Sus atenciones hospitalarias eran breves, pero expresivas, se limitaban a un apretón de manos, una palmada en el hombro, una carcajada y una invitación urgente a "servirse y empezar a comer".

Y ahora el sonido de la música de la sala común, o salón, invitaba al baile. El músico era un viejo negro de cabeza gris, que había sido la orquesta itinerante del barrio durante más de medio siglo. Su instrumento estaba tan viejo y estropeado como él mismo. La mayor parte del tiempo rasgaba dos o tres cuerdas, acompañando cada movimiento del arco con un movimiento de la cabeza, inclinándose casi hasta el suelo y golpeando con el pie cada vez que una nueva pareja iba a empezar a bailar.

Ichabod se enorgullecía de su baile tanto como de sus poderes vocales. Ni una extremidad, ni una fibra en él quedaba quieta; y al ver su cuerpo libre en pleno movimiento y traqueteando por la habitación, habrías pensado que el mismo San Vito en persona, el bendito patrón del baile, estaba danzando frente a ti. Fue la admiración de todos los negros, quienes, de todas las edades y tamaños, llegados de la granja y del vecindario, formaron una pirámide de rostros negros brillantes en cada puerta y ventana, mirando con deleite la escena, girando sus blancos ojos y mostrando hileras de marfil sonrientes de oreja a oreja. ¿Cómo podía aquel azotador de niños sentirse de otra manera que animado y alegre? La dama de su corazón era su compañera en el baile y sonreía graciosamente en respuesta a sus coqueteos; mientras Brom Bones, profundamente herido por el amor y los celos, se sentaba cabizbajo en un rincón.

Cuando finalizó el baile, Ichabod se sintió atraído por un grupo de personas sabias que, con el viejo Van Tassel, estaban fumando en un extremo de la veranda, charlando sobre los tiempos pasados y contando largas historias sobre la guerra. Este poblado, en el momento del cual estoy hablando, era uno de esos lugares altamente favorecidos en los que abundan los cronistas y grandes hombres. Las líneas británicas y estadounidenses se habían establecido cerca de él durante la guerra y, por lo tanto, había sido escenario de merodeadores y había estado infestado de refugiados, vaqueros y todo tipo de caballeros de la frontera. Había transcurrido justo el tiempo suficiente para permitir que cada narrador arreglara su historia con un poco de fantasía, y, ante la falta de claridad de los recuerdos, se convirtiera en el héroe de cada hazaña.

Ahí estaba la historia de Doffue Martling, un gran holandés de barba azul, que casi había tomado una fragata británica con un viejo cañón de hierro de nueve libras desde una trinchera de lodo, sólo que su arma explotó en la sexta descarga. Y había un viejo caballero de quien no diré su nombre, por ser un señor holandés demasiado rico para ser mencionado a la ligera, quien, en la batalla de White Plains, como era un excelente maestro en la defensa, paró una bola de mosquete con una espada pequeña a tal punto que pudo escuchar el zumbido del proyectil y, mientras lo platicaba, miró a la empuñadura, como prueba de que estaba listo en cualquier momento para mostrar la espada, con el mango un poco doblado. Hubo varios más que habían sido igual de buenos en el campo, todos convencidos de que habían participado para llevar la guerra a un final feliz.

Pero todo esto no era nada en comparación con los cuentos de fantasmas y apariciones que trascendieron. El barrio es rico en tesoros legendarios de ese tipo. Los cuentos y supersticiones locales prosperan mejor en estos refugios resguardados y establecidos, pero son pisoteados por los gentíos cambiantes que conforman las poblaciones de la mayoría de los lugares de nuestro país.

Además, no hay estímulo para los fantasmas en la mayoría de nuestras aldeas, ya que apenas han tenido tiempo de terminar su primera siesta y volver a sus tumbas, cuando sus amigos sobrevivientes ya se han alejado del vecindario, de modo que, cuando salen por la noche para caminar en sus rondas, no tienen ningún amigo a quien llamar. Ésta es quizás la razón por la que rara vez oímos hablar de fantasmas, excepto en nuestras comunidades holandesas que tienen ya mucho tiempo establecidas .

La causa inmediata, sin embargo, de la prevalencia de historias sobrenaturales en estas partes, fue sin duda debido a la proximidad de Sleepy Hollow. Había un contagio en el aire que soplaba desde esa región encantada; exhalaba una atmósfera de sueños y fantasías que infectaban toda la tierra. Varias de las personas de Sleepy Hollow estuvieron presentes en casa de Van Tassel y, como de costumbre, estaban compartiendo sus leyendas salvajes y maravillosas. Se contaron muchas lúgubres historias sobre cortejos funerarios y quejidos y lamentos vistos y escuchados cerca del gran árbol que se encontraba en el vecindario y donde fue capturado el infortunado mayor Andre.

También se mencionaba a la mujer vestida de blanco, que se aparecía en la oscura cañada en Raven Rock, y que se escuchaba a menudo gritar en las noches de invierno antes de una tormenta, ya que había muerto allí en la nieve. Sin embargo, la parte principal de las historias se centraba en el espectro favorito de Sleepy Hollow, el jinete sin cabeza, que se había escuchado varias veces en los últimos tiempos, patrullando la región; y se decía que ataba su caballo cada noche entre las tumbas del cementerio.

La aislada localización de esta iglesia parece haberla hecho siempre un lugar predilecto para los espíritus atormentados. Se encuentra en una loma, rodeada de acacias y altísimos olmos, entre los cuales brillan modestamente sus paredes decentes y encaladas, como pureza cristiana que irradia a través de las sombras del retiro. Una suave pendiente desciende desde allí hasta una lámina de agua plateada, bordeada por árboles altos, entre los cuales se puede echar un vistazo a las colinas azules del Hudson. Al observar su jardín de hierba, donde los rayos de sol parecen dormir tan silenciosamente, uno podría pensar que ahí al menos los muertos podían descansar en paz. A un lado de la iglesia se extendía un amplio valle boscoso, a lo largo del cual se escuchaba un gran arroyo que corría entre rocas rotas y troncos de árboles caídos. Sobre una parte negra y profunda del arroyo, no lejos de la iglesia, antiguamente se alzaba un puente de madera; el camino que conducía a él, y el puente en sí, estaban densamente sombreados por los árboles que sobresalían, lo que arrojaba una penumbra a su alrededor, incluso durante el día, pero producía una terrible oscuridad en la noche. Tal era uno de los lugares favoritos de jinete sin cabeza y donde se le encontraba con mayor frecuencia. Se contó la historia del viejo Brouwer, un hombre profano que no creía en fantasmas y cómo se encontró con el Jinete que regresaba de su incursión a Sleepy Hollow y se vio obligado seguirlo; cómo galoparon sobre arbustos y matorrales, sobre colinas y pantanos, hasta que llegaron al puente, donde el Jinete se convirtió repentinamente en un esqueleto, arrojó al viejo Brouwer al arroyo y saltó sobre las copas de los árboles con el estallido de un trueno.

 

Esta historia fue empatada de inmediato con una aventura el triple de maravillosa de Brom Bones, quien le quitó importancia al hessiano galopante como un jinete absoluto. Afirmó que, al regresar una noche de la aldea vecina de Sing Sing, este soldado de medianoche lo había rebasado, que se había ofrecido a competir con él por un tazón de ponche, y que debería haberlo ganado también, ya que Temerario venció al caballo fantasma contundentemente, pero justo cuando llegaron al puente de la iglesia, el hessiano escapó y desapareció en una repentina llamarada.

Todos estos cuentos, contados en ese tono de voz baja y tranquila con el que los hombres hablan en la oscuridad; los semblantes de los oyentes que sólo de vez en cuando recibían un destello casual del resplandor de una pipa, se hundieron profundamente en la mente de Ichabod. Los recompensó con grandes extractos de su invaluable autor, Cotton Mather, y agregó muchos eventos maravillosos que habían tenido lugar en su estado natal de Connecticut, y las temibles vistiones que había tenido en sus paseos nocturnos por Sleepy Hollow.

La fiesta se fue terminando gradualmente. Los viejos granjeros reunieron a sus familias en sus carros y se les escuchó durante un tiempo traquetear a lo largo de los caminos vacíos por las colinas distantes. Algunas de las doncellas se sentaban en los asientos atrás de sus pretendientes, y sus risas alegres, mezclándose con el ruido de los cascos, resonaban a lo largo de los silenciosos bosques, sonando cada vez más débiles, hasta que desaparecieron gradualmente, y la anterior escena de ruido y jolgorio estaba en silencio y desierta. Ichabod sólo se quedó un rato, según la costumbre de los amantes del campo, para tener una conversación en privado con la heredera, totalmente convencido de que ahora estaba en el buen camino hacia el éxito. Qué pasó en esta plática no pretendo decirlo, porque de hecho no lo sé. Algo, sin embargo, me temo, debe haber salido mal, ya que sin duda se despidió, después de un rato no muy largo, con un aire bastante desolado y descorazonado. ¡Oh, estas mujeres! ¡Estas mujeres! ¿Podría esa chica haber estado jugando alguno de sus coquetos trucos? ¿Alentó al pobre pedagogo sólo como una farsa para asegurar su conquista de su rival? Sólo el cielo lo sabe, ¡yo no! Basta con decir que Ichabod se fue sigilosamente con el aire de alguien que había estado saqueando un gallinero, en lugar de al corazón de una bella dama. Sin mirar a la derecha ni a la izquierda para fijarse en la escena de la riqueza rural, con la que tan a menudo se había relamido, fue directo al establo, y con varios y fuertes puñetazos y patadas sacó a su corcel del cómodo alojamiento en el que se encontraba durmiendo profundamente, soñando con montañas de maíz y avena, y valles enteros de pasto Timothy y trébol.

Era la misma hora de la brujas en la noche en que Ichabod, apesadumbrado y cabizbajo, emprendió su viaje hacia el hogar, a lo largo de las colinas elevadas que se alzaban sobre Tarry Town, y que había recorrido tan alegremente por la tarde. La noche era tan deprimente como él mismo. Muy por debajo de él, el Tappan Zee extendía su oscuro y poco definido sobrante de aguas, con algunos alto mástiles de veleros, que se meneaban silenciosamente anclados en tierra. En el silencio de la medianoche, incluso podía escuchar los ladridos del perro guardián desde la orilla opuesta del Hudson; pero era tan vago y débil que solo daba una idea de lo lejos que estaba de este fiel compañero del hombre. De vez en cuando, también, el largo canto de un gallo, despertado accidentalmente, sonaba a la distancia, desde alguna granja a lo lejos entre las colinas, pero era como un sonido de ensueño en su oído. No había signos de vida cerca de él, sólo en ocasiones el melancólico chirrido de un grillo, o tal vez el bramido gutural de una rana toro en un pantano vecino, como si estuviera durmiendo incómodamente y se girara repentinamente en su cama.

Todas las historias de fantasmas y duendes que había oído por la tarde ahora se agolpaban en su memoria. La noche se hizo más y más oscura; las estrellas parecían hundirse más en el cielo y las nubes que pasaban ocasionalmente las ocultaban de su vista. Nunca se había sentido tan solo y deprimido. Además, se estaba acercando al mismo lugar donde se habían situado muchas de las escenas de las historias de fantasmas. En el centro de la carretera había un enorme tulipero, que se elevaba como un gigante sobre todos los demás árboles del vecindario, y se había convertido en referencia. Sus ramas eran nudosas y exorbitantes, lo suficientemente grandes como los troncos de árboles comunes; se retorcían casi hasta la tierra y se elevaban nuevamente en el aire. Estaba relacionado con la trágica historia del desafortunado André, que había sido tomado capturado ahí cerca, y era universalmente conocido como el árbol del mayor André. La gente común lo miraba con una mezcla de respeto y superstición, en parte por simpatía por el destino de su tocayo malhadado y en parte por las historias de visiones extrañas y tristes lamentaciones, conque se le relacionaba.

Mientras Ichabod se acercaba a este temible árbol, comenzó a silbar, pensó que su chiflido había sido respondido pero sólo era una repentina y fuerte ráfaga entre las ramas secas. Cuando se acercó un poco más creyó ver algo blanco colgando en medio del árbol: se detuvo y dejó de silbar, pero al mirar más estrechamente percibió que era un lugar donde el árbol había sido golpeado por un rayo y la madera blanca quedó al descubierto. De repente, oyó un gemido: le castañeteaban los dientes y sus rodillas se pegaban contra la silla de montar: no era más que el roce de una enorme rama sobre la otra, cuando la brisa los mecía. Pasó el árbol con seguridad, pero nuevos peligros se cernían sobre él.

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