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Esclava, Guerrera, Reina

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Из серии: De Coronas y Gloria #1
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CAPÍTULO VEINTIUNO

Esto no acabará bien, pensó Ceres mientras caminaba por la sinuosa escalera que salía de su habitación, con su sirvienta marcándole el camino. Con las manos sudorosas y el corazón que se negaba a bombear a una velocidad razonable, cada pocos segundos, paraba y casi se daba la vuelta para volver a la habitación, Allí estaba segura. Allí, Thanos no la visitaría y no se odiaría a sí misma por aceptar su invitación y por ser infiel a Rexo.

Se detuvo al final de la escalera y miró hacia el pasillo, a las docenas de columnas de mármol que estaban en fila en el pasaje, mientras la sirvienta seguía hacia delante. Los techos parecían tan altos como las cimas de las montañas, el suelo liso como un lago en un día tranquilo y las pinturas murales que cubrían las paredes representaban antiguos reyes, reinas, bestias y naturaleza.

La sirvienta, ahora a varios metros de Ceres, se dio la vuelta y le hizo una señal con la mano.

“Bien, sigamos”, dijo ella. “¿O quizás está demasiado dolorida?”

Estaba dolorida, sí, pero esa no era la razón por la que no se movía. Sin embargo, sabía que debía hacerlo, así que echó los hombros hacia atrás, respiró profundamente y fue caminando hacia delante con largos pasos.

Una vez abajo, la sirvienta llevó a Ceres fuera y la acompañó por el patio hasta el otro lado del palacio.

Llegaron a un edificio separado, la fachada de la biblioteca tenía seis columnas de mármol. Delante había una pequeña fuente con la estatua de la reina encima, la mirada de acero de la reina mirando hacia Ceres.

Incluso aquí está vigilando, pensó Ceres.

“¿Hay algo más que pueda hacer por usted antes de irme?” dijo la sirvienta con una sonrisa.

Ceres negó con la cabeza y vio que la chica se iba tranquilamente.

“¿Ceres?” escuchó detrás de ella.

Se dio la vuelta y vio allí a Thanos, con el cuerpo envuelto en una toga blanca y sus oscuros rizos peinados cuidadosamente hacia atrás. Aunque se veía más formal de lo habitual, le quedaba bien, pensó Ceres. Intentaba que no le gustara demasiado.

“Casi no te reconocía”, dijo él.

“No…parezco yo”, dijo ella, retorciendo los dedos.

“Pareces exactamente tú, solo que un poco más limpia”, dijo él, con una mirada ligeramente divertida en la cara.

Él se inclinó hacia delante e inspiró.

“Y hueles bien”, dijo.

De todas las cosas en que podía fijarse, pensó furiosa, aunque no pudo evitar que su corazón latiera un poco más rápido.

“¿Antes no lo hacía?” preguntó ella, levantando una ceja.

“No como una chica”, dijo él.

“Bueno, no te acostumbres. En la arena todavía no oleré como una chica”.

Él rió con entusiasmo y esto hizo que Ceres se enfadara todavía más con él.

“¿Vamos?” preguntó, ofreciéndole su brazo para que lo cogiera.

Sin cogerle el brazo, pasó por delante de él y subió las escaleras hacia la biblioteca. Ella escuchó que él exhalaba bruscamente detrás de ella.

Al entrar, Ceres suspiró al ver miles y miles de pergaminos amontonados en estanterías de madera por todas las pardes. Nunca había visto tantos escritos en un solo lugar –la otra biblioteca en la que había estudiado era mucho más pequeña. Oh, cómo le gustaría estar sentada en esta habitación durante días y semanas y meses y empaparse de todo el conocimiento que había allí.

La habitación era calurosa, el olor a madera y a pergamino inundaba el aire rancio y, a los lados, sobre mesas de madera, entremedio de las columnas de mármol, había estudiantes vestidos con togas, escribiendo. Hubo una silenciosa reverencia y Ceres se sintió aturdida por estar allí.

En el centro de la biblioteca había un anciano sobre una mesa de mármol, encorvado sobre un pergamino mientras leía. Su cabeza era calva, lo que pronunciaba más sus grandes orejas, y tenía unos penetrantes ojos azules que reposaban sobre una larga nariz en forma de pico.

Alzó la vista y sonrió y Ceres supo de inmediato que le gustaría.

Thanos se puso tras ella y colocó su mano en la parte baja de su espalda y ella sintió el calor mientras la empujaba suavemente adelante hacia el anciano.

“Ceres, te presento a Cosmas”, dijo Thanos. “Es el erudito real, entre otras cosas”.

“Es un honor conocerle”, dijo Ceres asintiendo con la cabeza y con una ligera reverencia.

“El honor es mío, querida”, respondió el anciano, con una sonrisa todavía más amplia al tomar su mano.

“¿Qué otro tipo de cosas?” preguntó Ceres.

Thanos puso la mano encima del hombro de Cosmas, con los ojos llenos de ternura.

“Consejero, profesor, amigo, padre”, dijo.

El anciano soltó una risa y asintió con la cabeza.

“Padre, sí”.

Cosmas desenrolló el pergamino delante de él, pero aunque Ceres deseaba saber qué había escrito en él, no se atrevía a pedirle que lo leyera, pensando que no sería aceptable.

“Tú no tienes porque saberlo, pero deberías haber visto a Thanos cuando llegó al castillo”, dijo con una voz que parecía que iba a romperse en cualquier momento. “Era una cosita tan flacucha que uno no podía imaginar que nunca creciera para parecerse a un dios”.

Ceres rió. Thanos se puso detrás del anciano y se dio una palmadita en la oreja. Ceres asintió, entendiendo que el hombre era duro de oído.

“Thanos debe habértelo contado, pero perdió a sus padres cuando era tan solo un bebé. Eran muy buenas personas”, dijo Cosmas, negando con la cabeza, mientras sus labios se inclinaban hacia abajo.

“Siento escuchar esto”, dijo Ceres mirando a Thanos, pero Thanos no dijo nada.

El hombre cogió el pergamino, pero antes de que pudiera guardarlo, la curiosidad se apoderó de Ceres y dejó sus dudas a un lado.

“¿Puedo leerlo?” preguntó, forzando la voz para que fuera más alta de lo habitual y Cosmas pudiera oírla.

Los ojos de Thanos se abrieron completamente y tenía una mirada de incredulidad en el rostro.

“¿Qué?” preguntó Ceres, sintiéndose un poco incómoda con su mirada.

“Creo que…pensé que no sabías leer”, dijo él.

“Bueno, te equivocabas”, replicó ella. “Me encanta estudiar todo lo que cae en mis manos”.

Cosmas rió y le guiñó un ojo.

“Aunque esta no es la biblioteca más grande de Delos, es la más antigua y contiene los escritos de los más grandes filósofos y de algunos de los mejores eruditos del mundo”, dijo Cosmas. “Eres más que bienvenida a estudiar lo que sea aquí”.

“Gracias”, dijo Ceres, examinando los pergaminos. “Yo podría vivir en este lugar”.

“Un momento”, dijo Thanos estrechando los ojos, con la mirada llena de escepticismo. “¿Qué es lo que has estudiado exactamente?”

“Matemáticas, astronomía, física, geometría, geografía, fisiología y medicina, entre otras cosas”, dijo Ceres.

Thanos asintió con una mirada de asombro y quizás, vio Ceres, una mirada de orgullo en los ojos.

“Thanos, ¿por qué no le das una vuelta a la princesa por el resto de la biblioteca y estudiamos cuando volváis?” dijo Cosmas.

“¿Te gustaría verla?” preguntó Thanos.

“Por supuesto”, respondió Ceres, mientras se le formaban burbujas de emoción en el interior al pensarlo.

Thanos le ofreció de nuevo el brazo, pero igual que antes, pasó tranquilamente por delante de él sin cogerlo. Él puso los ojos en blanco.

Primero Thanos la llevó a la sala de estudio, después a una sala de conferencias y a una sala de reuniones, antes de mostrarle finalmente los jardines de la biblioteca.

Caminaron en silencio por el camino de piedra, pasaron por estatuas de dioses y diosas, arbustos muy cuidados, columnas cubiertas de enredaderas e interminables parterres de coloridas flores. Una suave brisa deleitaba su cara, el olor a rosas se arremolinaba en el aire.

En el fondo de su mente, recordaba que había algo que había planeado decirle a Thanos, pero con él aquí, parecía no recordar qué era.

“Debo confesar, que me quedé muy sorprendido cuando empezaste a enumerar todas las filosofías que habías estudiado”, dijo Thanos. “Siento no haberte creído al principio”.

“Bueno, en tu defensa, la mayoría de plebeyos no van a la escuela y la mayoría de miembros de la realeza piensan que lo saben todo sobre todo el mundo, así que ¿cómo ibas a saberlo?” dijo ella.

Él soltó una risita por la mofa.

“Seré el primero en admitir que soy ignorante en muchas cosas”, dijo él.

Ella lo miró de reojo. ¿Estaba intentando parecer humilde? No podía decirlo.

“¿Cómo aprendiste?” preguntó, agarrándose las manos detrás de su espalda mientras caminaba.

“El mejor amigo de mi padre era un erudito y el erudito me colaba en la biblioteca y leía y, a menudo, se sentaba incluso conmigo y me enseñaba”, dijo ella.

“Me alegra que haya hombres justos por ahí, que animen a las mujeres a estudiar”, dijo él.

Ceres lo miró de nuevo, intentando evaluar si estaba siendo sincero con su comentario o no, pensando que no podía ser.

“Cosmas es uno de esos hombres. Si quisieras, podría hacer que continuara enseñándote”.

Ceres no pudo contener una sonrida de oreja a oreja.

“Me gustaría. Me encantaría”, dijo ella.

Pasearon un poco más hasta llegar a un semicírculo de columnas de mármol. Thanos le pidió que se sentara en un banco de piedra y, después de que se sentara, él se sentó a su lado.

Cuando vio la ciudad y el mar más allá, suspiró, pues era muy hermoso.

“No sabía que tus padres murieron cuando eras pequeño”, dijo Ceres.

Él miraba hacia la ciudad, su nariz se arrugó un poco.

“No los recuerdo, aunque he oído algunas historias sobre ellos de Cosmas”.

Hizo una pausa y apoyó una mano al lado de la suya, sobre el banco, sus dedos rosados se tocaban.

No podía evitar notar un aleteo en el estómago.

“A menudo me pregunto cómo eran y, especialmente, cómo debe ser tener el amor de una madre”, dijo.

 

“¿Cómo murieron?” preguntó en voz baja.

“No se sabe seguro, pero Cosmas piensa que alguien los asesinó”.

“¡Qué horroroso!” excamó Ceres, colocando su manos sobre la de él sin pensárselo.

Al darse cunta de lo que había hecho estuvo a punto de apartarla, pero Thanos la agarró antes de que pudiera hacerlo y la sujetó con fuerza.

Estuvieron así sentados durante un instante que pareció alargarse hasta la eternidad, sus corazones latían fuerte, las respiraciones interrumpidas.

Ella se decía a sí misma que no lo miraría a los ojos, porque sabía que si lo hacía algo sucedería. Algo terrible. Algo maravilloso.

Le colocó una mano bajo la barbilla y la levantó, de modo que no tenía a otro lugar donde mirar que no fueran sus ojos.

Y, de repente, pareció que todo el aire había desaparecido de su alrededor y sintió calor, más calor del que jamás había sentido.

Sus oscuros ojos miraron rápidamente hacia sus labios y alguna fuerza invisible la empujó hacia él, apartándola de su decisión de manteenrse lejos, apartándola de Rexo y de todo lo que le importaba.

Con una dulce sonrisa, levantó una mano y le acarició la mejilla y Ceres no pudo, de ninguna manera, apartar la vista. Él se inclinó hacia delante, sus labios buscaban su cuello, muy suavemente.

Ella inspiró de manera entrecortada mientras sus manos se enredaban entre sus oscuros y gruesos rizos. Ella buscó sus labios, cálidos, suaves y movió los suyos por encima, lentamente, mientras notaba cosquillas por todo su ser y todo lo que siempre había sido y todo lo que era, dejó de serlo.

“¡Thanos!” escuchó Ceres, una voz femenina, que la llevaba de nuevo a la realidad.

Giró la cabeza y vio que Estefanía estaba allí, apretando con fuerza los labios, con lágrimas en los ojos.

Thanos lanzó una mirada dura a Estefanía.

“El rey quiere verte”, dijo bruscamente Estefanía.

“¿No puede esperar?” preguntó Thanos.

“No, es de carácter urgente”, dijo Estefanía.

Thanos soltó una respiración lenta, con una expresión de decepción en los ojos. Se levantó e inclinó la cabeza hacia Ceres.

“Hasta la próxima vez”, dijo, y se marchó en dirección a la biblioteca.

Sintiéndose bastante incómoda, Ceres se puso de pie y, estaba a punto de marcharse, pero Estefanía se puso en su camino, echando humo por los ojos.

“Mantente lejos de Thanos, ¿me oyes? Solo porque vistas como un miembro de la realeza no significa que lo seas. No corre más que sangre de plebeya por tus venas”.

“Yo…” empezó Ceres, pero la interrumpió.

“Sé que le gustas a Thanos, pero pronto se cansará de ti, como hace con todas las plebeyas. Y una vez le hayas dado lo que quiere, te echará de palacio igual que hizo con las otras chicas”.

Ceres no creyó a Estefanía ni por un instante.

“Si tiene tantas chicas, ¿por qué quieres casarte con él?” preguntó ella.

“No tengo que dar explicaciones a una escoria como tú. Mantente lejos de mi futuro marido o encontraré un modo de hacer que desaparezcas, ¿comprendes?”

Estefanía empezó a irse hacia la biblioteca, pero entonces se giró de nuevo hacia Ceres.

“Y solo para que lo sepas”, dijo ella, “le diré a la reina todo lo que vi”.

CAPÍTULO VEINTIDÓS

Thanos caminaba nervioso de un lado a otro delante de la puerta de Ceres, con las manos sudorosas, la garganta seca, su armadura demasiado restrictiva y acalorado. Nada parecía estar bien. Nada iba bien. Aunque sabía que no le quedaba otra elección que aceptar las órdenes de su tío, sabía que Ceres no lo entendería y que se sentiría herida y posiblemente lo odiaría por ello. Y la peor parte era que estaría en todo su derecho de hacerlo. Incluso él se despreciaba a sí mismo por aceptar hacer lo que su tío había ordenado y deseaba que hubiera alguna salida a esta pesadilla de dilema.

Thanos se secó el sudor que le caía de la frente y maldijo en silencio.

Era de idiotas pasear por ahí como un estúpido borracho, lo sabía, ya que el rey le había ordenado que se marchara de inmediato, así que no quedaba tiempo. Pero Ceres merecía la verdad por su parte aunque eso causara una fisura como una montaña entre ellos. Incluso si su mayor miedo se hiciera realidad: que ella no quisiera verlo nunca más.

Nunca.

Cerró los ojos con fuerza mientras el horror de aquel pensamiento se arraigaba. Y entonces se dio cuenta de que había otra razón por la que estaba aquí. Una enorme parte de él necesitaba verla de nuevo, por si lo asesinaban.

No debía pensar en asuntos sobre los que no tenía ningún control, se regañaba a sí mismo.

Apretó los dientes y llamó a la puerta y, cuando abrió la sirvienta, entró.

Justo cuando Ceres lo vio, su cara empalideció.

“Gracias por liberar a Anka y permitirme tenerla como sirvienta”, dijo Ceres.

Él miró a la chica y asintió con la cabeza hacia Ceres.

“Por supuesto. Ceres, ¿podemos hablar?” preguntó él.

Thanos notó que los hombros de Ceres se tensaban y una mirada inquieta en sus ojos le confirmó que sabía que algo iba terriblemente mal.

“Por supuesto”, dijo Ceres.

“Quizás podríamos andar un poquito”, dijo él.

Fueron hacia el pasillo y subieron las escaleras hasta la azotea, una cálida brisa movía su pelo. Desde aquí, Thanos podía ver toda la capital, las casas construidas como si estuvieran unas encima de las otras e incluso podía escuchar las peleas en las calles.

Se detuvo en el porche y se puso delante de Ceres. Pensó que era muy hermosa, su vestido blanco volaba al viento, su rubio pelo color fresa se movía con la brisa. Pero no era su belleza lo que hacía que la adorara tanto. Era su sed por vivir y por aprender y la pasión que sentía por la gente y las cosas que amaba.

Respiró profundamente y la miró a los ojos antes de hablar.

“El Rey Claudio ha ordenado que el ejército real aniquile a la rebelión”, dijo él.

Ella apretó un poco los labios y apartó la vista de él, mirando hacia la ciudad.

“¿Es de esto de lo que iba la nota?” preguntó ella.

“Sí”.

“Y como llevas tu armadura, imagino que serás uno de los que representará las órdenes del rey”, dijo ella.

Él no quería decirlo, las palabras parecían melaza en su garganta.

“Desearía no tener que hacerlo, pero no tengo elección”, dijo él.

“Siempre se tiene elección”.

Su voz era llana, pero enormemente constreñida, podía escuchar, y sabía con certeza que lo único que quería era gritarle.

“¿Cómo puedes decir que tengo elección? No tienes ni idea de lo que es vivir bajo el rey, sus ojos siempre escudriñándote, la amenaza de la muerte siempre acechando a la vuelta de la esquina”.

“¡Mis hermanos están ahí fuera!” exclamó, mientras los ojos se le llenaban de lágrimas. “Mi amigo Rexo. ¿Los matarás si los ves? ¿Asesinarás a mis seres queridos?”

El pecho se le llenó con un ligero dolor al ver que se molestaba, cuando lo único que quería era hacerla sonreír, hacer que se sintiera segura.

“Veo que estás enfadada…” dijo él.

“¡Porque ellos son mi gente!” gritó ella. “También son tu gente, Thanos. ¿No ves que estás luchando por un rey corrupto, por la opresión? ¿Es esto lo que realmente quieres?”

Él apretó el puño y se quedó en silencio.

“¿No ves que estarás luchando exactamente en contra de lo que tú mismo estás intentando escapar?” dijo ella.

Él sabía que tenía razón, pero tenía que hacerlo o el rey no tendría escrúpulos en echarlos a los dos a la mazmorra, como había amenazado cuando Thanos intentó oponerse.

Se agarró fuerte a la baranda, apretando hasta que los nudillos se le pusieron blancos.

“Debo hacer lo que no quiero para conseguir las cosas que más deseo”.

Ella se quedó rígida como una tabla, sus hermosos ojos esmeralda se abrieron como platos y abrió la boca sorprendida.

“¿Qué podrías desear más que tu propia libertad y la de tu pueblo?” preguntó.

“¡A ti!” dijo él.

Los ojos de Ceres expresaban conlicto y los ojos se le llenaron de lágrimas. Ella sopló y miró hacia abajo, rodeándose la cintura con los brazos, como si al hacerlo estuviera protegiendo su corazón de algún modo.

“Debo irme ahora. Solo quería informarte de dónde iba antes de desaparecer”, dijo él.

“No te vayas. Por favor”, susurró ella, con los brazos caídos a los lados y las lágrimas cayéndole por las mejillas.

“Lo siento, Ceres. Tengo que hacerlo”.

“Su rostró cambió bajo doce sombras de tristeza y soltó un grito.

“Si lo haces, no te volveré a hablar”, dijo con voz temblorosa y no muy segura. “¡Es…es una promesa!”

Él vio cómo se marchaba corriendo y, aunque Thanos no deseaba nada más que correr tras ella y tomarla en sus brazos, besarla con ternura, sus pies parecían inmóviles. Se quedó quieto durante un instante, mientras la furia y la rabia corrían dentro de él.

Para salvarse, debía abandonar todo aquello que quería.

CAPÍTULO VEINTITRÉS

Thanos se dirigía hacia el General Draco, pasando tienda tras tienda, pasando decenas de miles de soldados del Imperio que cubrían las Montañas Alva y no hacía nada por esconder la hostilidad que había en sus ojos. El despreciable general representaba todo lo que no era correcto en el Imperio. De hecho, él odiaba a aquel hombre corrupto tanto como odiaba a su tío; quizás incluso más. Al fin y al cabo, se rumoreaba que el General Draco fue el que mató a los padres de Thanos.

Thanos finalmente llegó, bajó del caballo y fue dando largos pasos por la hierba chamuscada hacia el general de cabello canoso. El hombre, de mediana edad, estaba enfrente de su tienda, su roja capa volaba al viento, una venda envolvía su musculoso hombro por encima de su armadura. Thanos había escuchado que lo habían herido ayer cuando la Plaza de la Roca Negra fue atacada por la rebelión. Ojalá aquella flecha le hubiera perforado su negro corazón.

“Ven, mi nuevo teniente”, dijo el General Draco.

Thanos no quería aquel título; el rey se lo había impuesto. Y ahora que el Imperio se interponía entre Ceres y él, provocando una profunda fisura que podía destruir cualquier oportunidad que él tuviera de estar con ella, lo detestaba todavía más. Sin embargo, él valoraba su vida y la de Ceres, por eso haría honor al título hasta que la rebelión fuera acallada.

Thanos siguió al general hasta el interior de la tienda, donde acabaron de pie alrededor de la enorme mesa de estrategias de roble que estaba en el centro de la habitación, encima de ella había un mapa de Delos con estatuillas estratégicamente colocadas.

“Tu tío habla maravillas de tus habilidades en el combate y en la estrategia, Thanos. Espero que hagas honor a tu reputación”. Dijo el general apresuradamente.

Thanos no dijo nada.

“La rebelión se nos escapa de las manos y hoy debemos reprimirla”, dijo el General Draco. “Los rebeldes atacaron la Plaza de la Fuente hoy, tal y como sospechábamos que harían, y en este mismo instante los soldados del Imperio los están sacando a la fuerza de la plaza, en dirección norte. En el momento que salgas de esta tienda, dirigirás una compañía de ciento veinte hombres hacia el lado norte de la Plaza de la Fuente, hasta aquí”.

El general señaló en el mapa.

“Capturarás o matarás a los líderes de la rebelión y los traerás al campamento vivos o muertos”.

El corazón de Thanos gemía porque sabía que cualquiera que fuera traído con vida sería torturado hasta la muerte. Sería más piadoso matarlos a todos, pensó, aunque tampoco quería hacer eso.

“Esta misión no puede fallar y, debido a la alta recomendación del rey, te pedí a ti para este trabajo”, dijo el general.

“Comprendo”, dijo Thanos.

“Y solo por si necesitas motivación, tu tío me dijo que te informara de que, si no te sale bien esta misión, hará que manden a Ceres a las mazmorras y será usada como cebo en las próximas Matanzas”.

*

Acompañado por ciento veinte soldados del Imperio y cuatro carros de armas, Thanos llegó a más de un kilómetro al norte de la Plaza de la Fuente, en la misma calle donde los soldados del Imperio dirigirían a los rebeldes. Él ordenó a sus hombres que amontonaran armas en casas abandonadas, que pusieran trampas en las calles y que llevaran ollas de cerámica a las azoteas.

Thanos subió al tejado con dos docenas de soldados del Imperio, mientras los demás se escondieron dentro de las casas tras las contraventanas para esperar a que pasaran los revolucionarios. Él se quedó allí, caminando de un lado a otro, esperando, odiándose más cada minuto que pasaba.

Apenas habían pasado cinco minutos cuando Thanos escuchó el primer grupo de pezuñas contra los adoquines. Todavía cargado con el conflicto por esta misión, detestando cómo lo estaban usando de peón en el juego del rey, encendió la punta de su flecha y esperó a que los revolucionarios vinieran galopando por la esquina. Sabía que no podía rebelarse externamente contra el rey; y aún así podía encontrar un modo de hacer el mínimo daño a los rebeldes y en especial a los más cercanos a Ceres.

 

En unos instantes, cuatro hombres a caballo pasaron a toda velocidad, sus insignias azules ondeaban en el viento. Antes de que pudieran pasar, otros soldados del Imperio les dispararon flechas y cayeron heridos en la calle.

La flecha de Thanos todavía estaba en su arco. El sudor le goteaba por la mejilla.

Rápidamente, los soldados del Imperio agarraron a los rebeldes y los arrojaron en el carro de los esclavos para llevarlos de vuelta al campo para interrogarlos.

Esto no está bien, pensó Thanos. Sabía que no tenía otra opción que matarlos.

¿O sí que la tenía? ¿Podía salvar a aquellos hombres y mujeres que les ordenaron atacar?

A continuación vino un grupo de diecinueve y, justo cuando pasaban por delante de Thanos, los soldados del Imperio que había en las azoteas inclinaron las ollas de cerámica y el aceite caliente empapó a los revolucionarios. Sus gritos perforaban el corazón de Thanos y tuvo que apartar la vista de los cuerpos que se retorcían de dolor en las calles. Cuando el aceite caliente se hubo enfriado, los diecinueve fueron arrojados al carro de esclavos para ser llevados al campamento.

Justo cuando los soldados del Imperio acabaron de limpiar las calles para esconder las pruebas del ataque, otro grupo pequeño de jinetes vino galopando hacia ellos.

“¡Rexo!” oyó Thanos que gritaba uno de los hombres.

Inmediatamente, Thanos recordó que Ceres había mencionado este nombre cuando hablaron en la azotea de palacio y buscó con la mirada entre los revolucionarios.

Un hombre rubio musculoso giró su caballo y lo dirigió hacia el lateral de la calle, mientras movía la mano.

Detrás de aquel pequeño grupo venían cabalgando un montón de revolucionarios, pero antes de que llegaran al lugar de ataque, Thanos apagó la llama de su flecha y saltó del tejado hacia un callejón a la espera de que Rexo pasara.

Antes de que Rexo se acercara lo suficiente, una multitud de soldados del Imperio salieron hechos una furia de las casas y empezaron a matar a los revolucionarios.

Thanos vio que Rexo, atónito ante el ataque sorpresa, pero más rápido de lo que la vista podía seguir, sacaba una flecha tras otra de su aljaba, disparaba a sus enemigos y mataba a todos los que disparaba.

Una vez se le agotaron las flechas, Thanos vio que Rexo saltó de su caballo y sacó su espada, atacando a soldados del Imperio a diestro y siniestro con la velocidad y precisión de un combatiente.

Thanos salió a toda velocidad del callejón y corrió tras Rexo, espada en mano, fingiendo que iba a atacar. Quería llegar hasta el joven antes de que alguien más tuviera la oportunidad de matarlo.

Se escurrió detrás de Rexo y, con mano de hierro, le rodeó el cuello con el brazo y con una mano le tapó la boca, Thanos lo arrastró hasta la penumbra del callejón.

Pero Rexo era fuerte y luchó hasta deshacerse de Thanos y desenfundó su espada.

Thanos levantó las manos delante de él y tiró su espalda al suelo.

“¡No quiero hacerte daño!” exclamó, echándose más atrás hacia las sombras, con la esperanza de que Rexo lo siguiera.

Rexo fue hacia él con una fuerza que hizo que Thanos saltara hacia atrás, con el miedo de que hubiera cometido un error y esta pudiera ser su última hora. Rexo daba espadazos y giraba, dando vueltas como un tornado ante Thanos, la espada cortaba el aire, haciendo zumbidos.

“¡Ceres me dijo que eras su amigo!” dijo Thanos. “¡Quiero ayudarte!”

Rexo se detuvo un momento y detuvo su espada.

“Esto es una trampa”, dijo.

“No. Ella estaba preocupada por ti. Sabía que yo iba a luchar y me habló de sus hermanos. Habló de ti”.

Rexo dudó.

“Quédate aquí y no te matarán”, dijo Thanos.

“¡No dejaré que mis hombres mueran allá fuera!” gruñó Rexo.

Era evidente que no lo haría, Thanos debería haberlo sabido. Pero él estaba haciendo aquello sobre la marcha, sin tiempo para planificar.

Rápido como un destello, Thanos agarró una flecha de su aljaba y disparó a Rexo en la manga, la flecha se clavó en la pared que había detrás de Rexo, limitándolo.

La confusión le dio suficiente tiempo a Thanos para ir corriendo detrás de Rexo y golpearle en la cabeza con la empuñadura de su espada.

Rexo cayó al suelo inconsciente y Thanos respiró aliviado. Sabía que quizás no podría salvar a nadie más, pero por lo menos había salvado la vida a uno de los amigos de Ceres.

Thanos subió de nuevo a la azotea y miró hacia abajo a la calle. Habían caído muchos soldados del Imperio –muchos más de los que él pensaba que lo harían. Él vio la ocasión de salvar a los revolucionarios, haciendo que pareciera que era la mejor decisión para sus propios hombres. Nadie lo culparía por retirarse si él valoraba que sus hombres estaban siendo masacrados, perdiendo sensiblemente.

“¡Soldados del Imperio retiraos!” gritó. “¡Retiraos inmediatamente!”

Unos cuantos soldados del Imperio alzaron la vista y lo interrogaron con la mirada, pero Thanos sabía que seguirían sus órdenes. Los soldados del Imperio estaban entrenados para obedecer sin importar cuál fuera la orden.

Los soldados que había en las azoteas empezaron a bajar uno tras otro, dirigiéndose hacia los carros y los soldados que luchaban con los revolucionarios en las calles y dentro de las casas se retiraron hacia los carros mientras ahuyentaban al enemigo.

Al ver que sus hombres estaban seguros, Thanos se disponía a unirse a ellos, pero un débil ruido detrás de él le llamó la atención. Miró hacia atrás y vio a un joven revolucionario, con una espada en una mano y una lanza en la otra.

Thanos desenfundó la espada y dio un paso hacia el chico.

“No deseo hacerte daño”, dijo.

Gritando, el joven fue hacia Thanos y apuntó con la punta de la lanza directo al corazón de Thanos.

Thanos giró rápidamente y de un golpe tiró la lanza de la mano de su adversario. El joven atacó pero falló y, antes de que el joven pudiera retirar la mano, Thanos se la cortó de un tajo.

“¡No deseo matarte!” dijo Thanos de nuevo, dando un cuidadoso paso hacia atrás. “Márchate y vivirás”.

“¡Cualquier cosa que salga de la boca de un soldado del Imperio es mentira!” dijo el joven.

El joven soltó un grito y su mandíbula se tensó y en un momento estaba de nuevo sobre Thanos golpeándolo.

“¡Sé que eres el Príncipe Thanos!” dijo el joven, dirigiendo la espada hacia él.

“Correcto. ¿Y tú quién eres?” preguntó Thanos, parando el golpe.

“Esto te lo diré cuando te haya atravesado con mi espada”, dijo el joven.

“Debo advertirte que todavía es hora de que pierda un duelo”.

El joven levantó las cejas, no había ni rastro de miedo en su cara.

“¡Siempre debe haber una primera vez!” exclamó.

El joven fue a toda velocidad hacia Thanos, sus espadas chocaron, era una lucha de poder, espada contra espada. Empujando con un rugido, Thanos lo apartó, pero el joven se dirigió a él de nuevo. Thanos se dio cuenta de que era potente, la rabia, la furia y la pasión por su causa probablemente alimentaban su fuerza.

El joven fue con la espada contra Thanos pero falló, pues Thanos se apartó del camino.

Thanos no quería matarle, pero parecía que el joven no iba a parar hasta que uno de los dos estuviera muerto. En un abrir y cerrar de ojos, Thanos decidió que intentaría escapar de él.

Sin embargo, antes de que Thanos pudiera retirarse del duelo, el joven se dirigió hacia el corazón de Thanos, pero Thanos se movió y el joven tropezó hacia delante.

Al hacerlo cayó y la espada acabó hundida en su propio abdomen.

El joven cayó de la azotea con un gruñido y, al quitarse la espada del estómago, gritó.

Thanos dio unos cuantos pasos hacia su enemigo.

“Mátame!”, dijo el joven con una nota de miedo en los ojos.

Thanos observó al joven durante unos momentos, un sentimiento de tristeza lo embargaba. Guardó su espada de nuevo en la vaina y se giró para marcharse.

“Estoy muriendo”, gruñó el joven.

Thanos se sentía sobrecogido de tristeza por él. Negó con la cabeza.

“Sí”, dijo al ver lo grave que era la herida y darse cuenta de que no se podía hacer nada por él.

“No te he dicho mi nombre”, dijo el joven con la voz entrecortada.

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