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Esclava, Guerrera, Reina

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Из серии: De Coronas y Gloria #1
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Thanos asintió con la cabeza y esperó.

“Dímelo entonces”, dijo, “y me aseguraré de que se sepa que tuviste una muerte honorable”.

“Mi nombre”, dijo jadeando, “es Nesos”.

Thanos lo miró fijamente horrorizado. Nesos. El hermano de Ceres.

Y cuando Nesos cayó muerto Thanos supo que su vida nunca volvería a ser la misma.

CAPÍTULO VEINTICUATRO

Cuando Thanos entró al salón del trono notó enseguida la tensión, el rey estaba gritando al General Draco, los dignatarios discutían en sus asientos, rechinando los dientes y la reina escupía groserías a un consejero. Él vio que todo el mundo estaba allí, incluso los príncipes y las princesas que normalmente no estaban en reuniones como aquella. Y por una buena razón.

En su camino de vuelta, Thanos había visto la matanza. Las casas se habían quemado y los ciudadanos –hombres, mujeres y niños- fueron abandonados muertos en las calles, los perros callejeros comían su carne y los cuervos picoteaban los cuerpos. Unas pocas almas habían sido clavadas a los árboles, mientras otros colgaban de horcas. Pero muchos soldados del Imperio habían muerto también y los revolucionarios tampoco eran mucho más considerados, torturaban y profanaban cuerpos de maneras repugnantes e incluso los descuartizaban.

Sabía que esta era una guerra de la que no quería formar parte. Ni ahora ni nunca.

“La rebelión ha crecido más allá de lo que nadie podía imaginar que lo haría y ahora los pocos revolucionarios se han convertido en un monstruo, que si no es asesinado pronto, derrotará al Imperio”, dijo el General Draco, que estaba de pie delante del rey y la reina.

Una vez Thanos llegó a los pies de la escalera que había bajo los tronos, la sala poco a poco se quedó en silencio.

El rey no contestó al general, sino que dirigió su atención a Thanos.

“Envío a mi sobrino con un encargo”, dijo. “Un mísero encargo, ¿y qué sucede? Fracasa por completo, avergonzando a sí mismo y a toda la familia real en menos de una hora. ¿Qué tienes que decir a tu favor, Thanos?”

Thanos apretó los labios para intentar evitar decirle a su tío que había fallado a propósito.

“No solo fue él”, dijo el General Draco. “Muchos fallaron. Como le dije antes, debemos llamar a más soldados del norte. Si no, perderemos más batallas y tendremos una guerra en nuestras manos”.

Thanos se sorprendió de que el General Draco se pusiera de su parte.

“Si no continuamos perdiendo, no tendremos que traer más tropas”, dijo el rey.

“Quizás, pero esto no cambia la realidad de que estamos perdiendo más hombres de los que la rebelión está pariendo”, dijo el General Draco.

El rey pensó durante un momento, pasándose los dedos por la barba y Thanos se alegró de que la atención ya no estuviera centrada en él.

“Tengo dudas sobre llamar a las tropas del norte. Pasarán días hasta que lleguen”, dijo el rey.

“Con el debido respeto, señor, ¿qué otra cosa podemos hacer?” preguntó el General Draco.

“¿Hay alguna otra sugerencia?” preguntó el rey, una pregunta abierta a los dignatarios de la sala.

“Deberíamos envenenar los pozos de la ciudad”, dijo uno. “Y solo suministrar agua a los ciudadanos pacíficos”.

“Podría funcionar, pero los revolucionarios se pondrían todavía más furiosos”, dijo el rey. “Quizás podemos ofrecerles un trato, una señal de buena voluntad y esto calmaría su furia”.

“Abramos las bóvedas de almacenaje del rey. Démosles de comer”, dijo otro.

El rey hizo una pausa por un momento antes de asentir con la cabeza.

“Quizás”, dijo. “¿Alguna otra sugerencia?”

“¿Puedo decir algo?” preguntó la reina, mirando con astucia a Thanos.

Todas las miradas de la sala se volvieron hacia ella.

El rey le hizo una señal con la mano, dándole permiso para hablar.

“Propongo una unión entre una plebeya y un miembro de la realeza, unas nupcias entre el pueblo y el Imperio”, dijo.

“¿Qué es lo que tienes en mente, exactamente?” preguntó el rey.

“Un matrimonio entre Thanos y Ceres”, dijo.

Se oyeron gritos ahogados por toda la sala, las expresiones de horror e incredulidad pintaron las caras de los consejeros.

Thanos también se quedó atónito ante la sugerencia de la reina. Evidentemente no tenía ningún reparo en casarse con Ceres, ¿pero con propósitos políticos y para ser una marioneta en el juego del rey y de la reina? Esta parte no le gustaba. No quería que mancharan lo más preciado de su vida.

“Creo que esta es una idea excelente”, dijo el rey. “Una unión entre una humilde plebeya y un miembro de la realeza. Al pueblo le encantará”.

“¡Thanos estaba prometido conmigo!”dijo una voz de chica que resonó en toda la sala.

Thanos se giró y muy al fondo de la sala estaba Estefanía, con el cuerpo rígido, aunque con los ojos heridos.

Estefanía se dirigió por el pasillo hacia los tronos.

“¡Mejor que no te acerques!” exclamó la reina. “Vuelve a tu asiento y cierra tus labios por lo que queda de reunión”.

Estefanía se detuvo de golpe y miró a Thanos, que vio que sus mejillas brillaban con las lágrimas.

Hasta aquel momento no había sentido pena por la princesa. Nunca había deseado casarse con ella, pero incluso ella era un peón en el juego del que no podían escapar.

Thanos hizo una señal con la cabeza a Estefanía y le echó una mirada tan empática como pudo. Quizás ahora se echaría atrás, sabiendo que no era decisión de Thanos el que se casara con otra persona. Quizás esto la liberaría por fin.

Estefanía se giró, sus pies daban pasos indecisos alejándose de Thanos. Entonces aceleró el paso y siguió hacia la puerta de bronce del fondo, corriendo, sus gemidos desaparecieron cuando las puertas se cerraron tras ella.

“Pienso que esto pondrá fin a la contienda. Al menos por ahora”, dijo el rey. “¿Estás de acuerdo, Thanos?”

El rey miró fijamente a Thanos, los ojos con un intenso poder, como si estuvieran advirtiéndole: si Thanos no aceptaba, esto supondría la mazmorra para Ceres y para él. El rey sabía que su debilidad era Ceres y Thanos estaba furioso con él mismo por haber sido tan abierto en este sentido. Debería haber escondido su cariño hacia Ceres, si hubiera sabido que el rey tarde o temprano tomaría lo más preciado por él y lo usaría en su contra.

Aquí estaba otra vez sin elección y el corazón de Thanos se retorcía desafiante cuando asintió.

“¡Entonces vamos a proclamarlo por todas las torres de vigilancia de la ciudad!” vociferó el rey. “Y por todos los dioses, esperemos que funcione”.

Thanos se quedó atónito. No pensaba que se anunciara tan pronto.

“¿No deberíamos preguntárselo a ella primero?” dijo Thanos.

Unos cuantos dignatarios soltaron una risita.

“No es una pregunta, sino una orden, pero si quieres hacérselo saber antes de que lo sepa de alguna otra manera, será mejor que te apresures”, dijo el rey.

A la vez, las campanas sonaron en toda la ciudad, en señal de un anuncio real y el sonido arrancó a Thanos a ponerse en acción.

Dio media vuelta y corrió hacia la puerta de bronce del fondo y hacia la habitación de Ceres, con la esperanza de poder decírselo antes de que fuera demasiado tarde.

¿Pero cómo iba a pedirle matrimonio cuando acababa de asesinar a su hermano?

¿Sería capaz de mantener el secreto?

CAPÍTULO VEINTICINCO

Horrorizada, Ceres estaba junto a la ventana de su habitación mirando desde arriba hacia Delos, el horizonte estaba lleno de un putrefacto humo negro que salía de las casas en llamas. Los clamores llenos de un tremendo dolor llegaban hasta la torre y las familias con sus pequeños corrían por la calle allá abajo, sus caras nubladas por el pánico.

Durante la última hora no había hecho otra cosa que llorar –llorar por su pueblo, llorar por sus amigos, llorar por sus hermanos, pues podían estar muertos. ¿Y Rexo? Era más de lo que podía soportar pensar.

Incapaz de observar el horror que se desplegaba ante ella por más tiempo, se dirigió hacia la cama y se sentó, pero juso un instante después tuvo que volver a la ventana, pensando que si no se quedaba allí, estaba traicionando a su pueblo de algún modo.

¿Esto? ¿Esto es por lo que estaba luchando Thanos? Todavía estaba tan furiosa con él como cuando se fue. De alguna manera le había llegado, había encontrado el camino hasta su corazón, había hecho que le importara. Ella había tenido esperanzas de que fuera diferente a todos los demás miembros de la realeza codiciosos y hambrientos de poder, pero en el momento de la verdad, fue igual y escogió luchar por la desigualdad y la injusticia que maldecían aquella isla.

Se escuchó un golpe en la puerta y Anka la abrió.

Para sorpresa de Ceres, y para gran enfado, entró Thanos.

“¿Podemos hablar en privado?” preguntó.

“No podemos”, dijo Ceres, mirando de nuevo por la ventana.

“Por favor. Es de máxima importancia”, dijo.

Después de unos instantes de duda, Ceres hizo una señal con la cabeza a Anka y la chica se fue, cerrando la puerta tras ella.

Ceres se quedó inamovible junto a la ventana, con la mirada todavía puesta en la calle allá abajo.

“Ceres”, dijo Thanos.

Sin querer mirarlo, continuó mirando por la ventana.

“¿Qué quieres?” preguntó.

“Sé que estás enfadada conmigo por marcharme y recuerdo que dijiste que no querías volver a hablarme jamás. Pero ¿podemos dejar nuestras diferencias a un lado por unos minutos?” dijo.

Ella le echó una mirada, reflexionando sobre su comentario.

“Tengo que hablar de algo importante contigo”, dijo. “Lo que tengo que decirte puede salvar muchas vidas”.

“De acuerdo”, dijo ella.

Fue hasta la silla que estaba delante de la chimenea y se sentó y él la siguió y tomó asiento justo delante de ella.

Ella vio que estaba inquieto, sus ojos se movían nerviosos como si estuviera pensando meticulosamente qué decir, pero esto no contribuía a que estuviera menos enfadada con él; simplemente no podía olvidar que, cuando se marchó a luchar, la dejó destrozada y destruyó toda la confianza que habían construido.

 

“¿Y bien?” dijo ella tras un tiempo en el que él no había dicho nada.

“Necesito que me escuches con la mente abierta”, dijo. “Y con el corazón”.

Ella lo miró fijamente.

“Vengo de una reunión con el rey y la reina y ellos piensan que existe un modo de acabar con toda esta lucha”.

Ahora se le había despertado el interés, aunque no bajaba para nada la guardia.

“Sugirieron un matrimonio entre una plebeya y un miembro de la realeza”, dijo él.

Ceres hizo una señal con la cabeza.

“Veo que esto podría funcionar”, dijo ella.

Los hombros de Thanos se relajaron un poco y su cara se iluminó.

“¿Ah, sí?”

“Si hay una unión entre los plebeyos y un miembro de la realeza, quizás el pueblo pensará que pueda haber un cambio”.

Ceres lo miró a los ojos y, aunque estaba tan enojada con él como jamás lo había estado con nadie, y quería retorcerle el cuello en una lucha a puñetazos, también quería estar más cerca de él, para que él acortara la distancia entre ellos y la besara en el cuello como había hecho antes.

Ella apartó la vista. Aquellos pensamientos, aquellos sentimientos –los aplastaría con cada fibra de su ser hasta que ya no pudiera recordar que alguna vez habían estado allí.

“¿Tienen a alguien en mente?” preguntó, pensando quizás en Anka, ya que acababa de llegar de la rebelión.

“Sí”, dijo él.

Se puso de pie y dio dos pasos largos, venciendo la distancia que había entre ellos. Se arrodilló ante ella y ella se quedó perpleja de por qué haría una cosa tan tonta.

“Tengo algo para ti”, dijo.

De una pequeña bolsa de piel que llevaba colgada al cuello sacó un brazalete de oro con un amuleto en forma de cisne. Se lo entregó sonriendo tiernamente.

“Era de mi madre”, dijo.

A pesar de lo furiosa que estaba, no quería ofenderle y rechazar el regalo que le acababa de ofrecer –era quizás lo más valioso que tenía. ¿Pero esperaba que lo perdonara porque le daba un regalo? ¿Tan superficial pensaba que era? ¿Pensaba que renunciaba a sus principios tan fácilmente? No la compraría, jamás.

Abrió la boca para hablar, pero él habló primero.

“Ceres, sugirireon que seamos tú y yo”.

Ella lo miró fiajmente, helada.

“Sería un honor para mí tomar tu mano en matrimonio”, añadió.

Ella no podía hablar, pues de repente se le hizo un nudo en la garganta. No iba a llorar, no, no lo haría. Él podría pensar que sus lágrimas eran de alegría, cuando eran únicamente lágrimas de tristeza y resentimiento, de confianza perdida y de amistad perdida. Sabía que no había un modo en el que pudiera decir que sí.

Pensaba en Rexo, luchando por la libertad, arriesgando su vida día tras día con la esperanza de ofrecer la libertad a todos. Thanos, él luchaba contra todo aquello y ella no podía querer o casarse con alguien así. Y aquí estaba Thanos proponiéndole matrimonio porque el rey pensaba que podía tranquilizar a los ciudadanos y hacerles pensar que aquello podría llevar a la igualdad. Ella sabía que no sería así.

“No es bajo circunstancias ideales, pero tienes que saber que antes de que lo sugirieran, yo ya me había enamorado de ti”, dijo él. “Lo que te dije en la azotea era cierto. Por encima de cualquier cosa, te quiero a ti”.

Ella apartó la mirada, todavía herida e incapaz de abrir su corazón para perdonar.

“Salí a luchar, Ceres, pero cuando lo hice, no me vi capaz de matar a los revolucionarios”.

Ella le echó una mirada, la noticia derritió parte de su furia.

“Vi a Rexo. Lo llevé hasta un callejón conmigo y le golpeé en la cabeza para que no lo mataran los soldados del Imperio”, dijo Thanos.

“¿De verdad?” preguntó ella.

Él asintió.

“Pero hay más”.

Ceres asintió, ahora deseaba escuchar, se sentía avergonzada de haber sido tan dura con él.

“Vi a tu hermano Nesos”.

Ella buscó su mano y él la tomó.

“¿En serio?” preguntó ella, mientras el pecho se le llenaba de esperanza.

“Luchamos en una azotea. Yo no sabía que era él. Yo no…”

“¿Qué pasó?” preguntó ella.

Thanos hizo una pausa y la miró con lágrimas en los ojos y ella lo supo. Conocía aquella mirada, la mirada de esconder información horrible a un ser querido. La mirada de dolor antes de compartirla.

“Cayó sobre su espada y se la clavó en el abdomen. Le dije que no quería hacerle daño, pero él…”

Se pusó tan rápido de pie que la silla crujió contra el suelo. Simplemente no había un lugar en el que pudiera poner el dolor que la abrumaba, ningún lugar donde guardar algo tan poderoso, ningún lugar donde esconderlo o guardarlo. Estaba por todas partes a la vez.

“¡ASESINO!” chilló, incapaz de dejar de llorar. “¡MI HERMANO!”

Él se quedó allí, parecía aturdido.

“¡Te odio y detesto todo lo que representas!” exclamó.

Sus ojos se encogieron e hizo un suspiro de derrota, la mano que sujetaba el brazalete cayó sobre su regazo.

“¡Ahora vete!” dijo ella.

“Ceres, por favor, no lo hagas”, suplicó él.

“¡Sal!” exclamó ella. “Dije que no quería volver a verte ¡e iba en serio!”

Su pecho se tensó, su garganta se cerró. Ella se había enamorado de él también, pero su corazón era ingenuo y aquello lo había demostrado más que cualquier otra cosa.

Se puso de pie y se quedó inmóvil por un momento, la pena cubría su rostro.

“Lo siento, Ceres”.

Se marchó, dejando la puerta abierta tras él.

Ella volvió hacia la ventana y lloró. Nesos. Su hermano. Se había ido para siempre. El dolor apenas la dejaba respirar.

Cuando apenas había recuperado el aliento, escuchó un ruido tras ella. Se dio la vuelta, pensando que Thanos había regresado, preparada a gritarle que se fuera –pero se quedó atónita al ver quién era.

La reina.

La miraba fijamente con aires de superioridad y una malvada sonrisa en la cara.

“Hola, Ceres”, dijo la reina, entrando por la puerta, los ojos moviéndose amenazadores. “¿Cómo fue la proposición?”

Sonrió mientras se acercaba más.

“Como futura esposa de Thanos, tu vida pertenece a la monarquía. Es mi responsabilidad como tu reina vigilar que estés protegida. Para empezar, no saldrás de esta habitación a no ser que se te permita y, por ahora, lo prohibo”.

La reina de repente se dio la vuelta, salió y cerró la puerta de golpe. Ceres escuchó que introducía una llave en el cerrojo.

Furiosa, fue hacia ella y agarró con manos agitadas el pomo de la puerta, tirando de él con todas sus fuerzas.

Pero era demasiado tarde. Había cerrado la puerta y vio que no podía hacer nada salvo abandonar.

Cayó sobre sus rodillas y lloró incontrolablemente, golpeando con sus puños el grueso roble, mientras el nombre de Nesos se le escapaba de los labios.

Y aún así, entre lloros, sin darse cuenta, a veces confundía su nombre con el de Thanos.

CAPÍTULO VEINTISÉIS

Ceres no sabía exactamente cuánto tiempo había estado sentada en el suelo de su habitación –podían haber sido minutos, u horas- lágrima tras lágrima caía por su mejilla. Fuera todo estaba escalofriantemente tranquilo, las peleas habían terminado. Probablemente, la noticia del anuncio del matrimonio entre ella y Thanos estaba tranquilizando a los líderes de la rebelión. Ella dudaba que durara mucho.

Oh, cómo deseaba odiar a Thanos; y, sin embargo, su corazón era malvado, traicionaba todo lo que siempre había querido. La tristeza la embargaba y apretó sus rodillas contra el pecho y lloró en silencio durante un instante.

Esto es lo que me merezco, pensó mientras se incorporaba y se secaba la humedad de las mejillas, manchando las mangas de seda. Se dio cuenta de que no había jugado bien sus cartas en aquel real juego de poder e intriga. Y cada vez resultaba más claro que si tenía que quedarse en palacio y casarse con Thanos, tendría que aprender a derrotar a la realeza en su propio juego.

¿Había escogido la opción correcta al rechazar a Thanos? Ella pensaba que sí, pero ¿por qué entonces siempre que pensaba en su cara de desolación cuando lo rechazó le parecía que se había equivocado?

Se escuchó el traqueteo de unas llaves al otro lado de la puerta y, entonces, alguien introdujo una llave en el cerrojo. Esperando que se tratara de la reina o de un soldado del Imperio, se alejó rápidamente de la puerta sobre sus manos y rodillas y se secó las lágrimas.

Cuando se abrió la puerta, Anka apareció en la entrada. Entró dando largos pasos a la habitación y cerró la puerta tras ella.

Ceres se puso de pie de un salto, una sensación de euforia corrió por su interior. Corrió hacia Anka y se lanzó a sus brazos, apretándola con fuerza.

“Tienes que salir de aquí antes de que nos descubran”, dijo Anka. “Ve a buscar a Rexo. El nuevo cuartel general de la rebelión está en la bahía del pescador, dentro de la Cueva del Puerto”.

Ceres conocía bien la cueva, había jugado muchas veces allí con sus hermanos en su infancia. Miró a Anka, tan pequeña y hermosa, y no podía soportar dejar a su amiga aquí, en medio de lobos.

“Ven conmigo”, dijo Ceres, agarrándole la mano.

“No puedo. Debo quedarme aquí hasta completar mi misión”, dijo Anka. “Pero toma, llévate esto”.

Anka se quitó su capa gris con capucha y la colocó sobre los hombros de Ceres.

“¿Cómo podré pagártelo?” dijo Ceres, abrazando de nuevo a Anka.

“No me debes nada”, dijo Anka con una sonrisa.

Ceres asintió, recordando haber dicho aquellas mismas palabras cuando rescató a Anka del carro del mercader.

“Pensándolo bien”, dijo Anka con una sonrisa de superioridad, “únete a la rebelión y hazles pagar por todas las personas a las que obligaron a ser esclavas”.

“Lo haré”, dijo Ceres.

Antes de marcharse, Ceres cogió su espada de debajo de la cama y se abrochó la vaina alrededor de la cintura. Se puso la capucha por encima de la cabeza y salió corriendo hacia las escaleras, emocioanda de unirse a la rebelión por fin desde dentro, de estar al lado de Rexo en la lucha por la libertad.

Corrió por el pasillo, con los ojos bien abiertos, los oídos en alerta, el corazón galopándole. Sabía exactamente donde vigilaban los guardas y, mientras maniobraba por el palacio, se aseguró de evitar aquellas áreas. Moviéndose con rapidez, silenciosamente y, sobre todo, entre las sombras, se hizo invisible. Llegó a la cocina y se coló por entre cajas de comida y pasó por delante de los cocineros y los sirvientes que estaban ocupados preparando la siguiente comida de la realeza.

Al llegar al patio, se escabulló entre cajones de vino y carros de comida, pasando por esclavos y soldados del imperio que tenían la atención en alguna otra cosa.

Justo al salir por las puertas laterales, vio a un soldado del Imperio que sujetaba un pergamino, hablando desde la plataforma que había justo delante de palacio, docenas de ciudadanos se reunieron alededor.

“Se ha declarado que el Príncipe Thanos se case con la plebeya, Ceres. Debido a esta unión, el Rey Claudio y la rebelión se han puesto de acuerdo sobre una tregua. Se ordena a todos los ciudadanos por la presente a detener y a abandonar cualquier y toda opsición al Imperio, lo que incluye…”

Su voz se desvaneció cuando ella rodeó la esquina de un edificio.

Durante unos instantes, Ceres se quedó sin aliento, paralizada, su corazón resonaba en su garganta. El matrimonio se había anunciado públicamente aunque ella no había aceptado.

Ceres corría lo más rápido que podía, iba a toda velocidad calle abajo. Respirando con dificultad, con los pulmones ardiendo, voló entre la carnicería y los restos en dirección al sur, hacia el mar, la brisa contra su cuerpo. Siguió con cuidado los caminos de atrás que llevaban hasta la bahía.

Era difícil maniobrar por la rocosa orilla, pero Ceres iba lo más deprisa que podía hacia la cueva de Rexo. Seguía corriendo, saltando por grandes peñascos, pisando piedras pequeñas, el sol era un globo de fuego sobre su cabeza, haciéndola sudar. Incluso cuando sus piernas le pedían que parara y su boca estaba seca, continuó pasando por delante de pescadores y barcas, las gaviotas planeaban por el cielo azul.

Descansaré cuando llegue a la cueva, se dijo a sí misma, y a cada paso largo, crecía la emoción en su pecho. Mucho había cambiado desde que vio por última vez a Rexo y, aunque solo habían pasado unos días, parecía que habían sido meses. ¿Estarían igual las cosas? Necesitaba compartir el dolor por su hermano con alguien, alguien que la comprendiera.

 

Cuando llegó a la cueva el sol había empezado a esconderse y la caverna de la ladera era un enorme agujero negro detrás de enredaderas y musgo lodoso. Aparte de un puñado de vigilantes escondidos en los acantilados tras los arbustos, obsevándola, el exterior parecía abandonado.

A Ceres la detuvieron flechas encendidas que fueron disparadas al suelo justo delante de sus pies. Ella alzó la vista, furiosa porque no la reconocían.

“Estoy aquí por Rexo. ¡Nesos y Sartes son mis hermanos! ¡Estoy con la rebelión!” exclamó.

Dos vigilantes bajaron por la ladera, con flechas preparadas en sus arcos, acercándose a Ceres.

“Debo comprobar tus armas”, dijo uno.

“Tengo una espada, pero no me la quitarás”, insisitió, abriendo la capa, dejando al descubierto la espada de su padre.

“Entonces no te dejaremos entrar”, dijo.

¿No la habían escuchado?

“Me llamo Ceres y mis hermanos, Nesos y Sartes, están con la rebelión”, dijo con voz furiosa. “Yo estoy con la rebelión. Rexo me envió en una misión a palacio y estoy aquí para informar. Preguntadle. Él responderá por mí”.

“Tú eres la chica que se supone que se casará con el Príncipe Thanos”, dijo el otro vigilante, mofándose.

Ella no quería perder el tiempo explicandóselo, no, no se iba a casar con Thanos y lo había rechazado. Rexo respondería por ella una vez estuviera dentro.

“Ve a decirle a Rexo que estoy aquí para informar”, dijo con voz seria.

Uno de los vigilantes se dirigió hacia dentro, mientras el otro la mantenía a punta de flecha. Después de unos minutos, el vigilante volvió.

“Rexo no te verá. Me dijo que te dijera que vayas a casarte con tu príncipe encantador y que te mantengas alejada de la rebelión”, dijo.

Ella soltó un grito ahogado, estallidos de dolor pero también de ira la apretaban por dentro. ¿No la iba a ver? ¿Pensaba que había aceptado casarse con el Príncipe Thanos?

“¡Pido verlo de inmediato!”gritó con el cuerpo rígido.

“Piérdete”, dijo uno de los vigilantes, dándole empujoncitos con la punta de su flecha.

Ceres se dio cuenta de que quedarse allí discutiendo no cambiaría nada.

Se dio la vuelta, golpeando ligeramente los pies de uno de los vigilantes desde debajo, de manera que cayó sobre las rocas dando un buen golpe y, antes de que el otro vigilante pudiera reaccionar, ella ya había reaccionado y lo había golpeado con la empuñadura, dejándolo inconsciente.

Sin un segundo que perder, empezaron a llover flechas sobre ella y ella corrió a toda velocidad hacia la cueva. Pasó por oscuras paredes brillantes, los ojos fijos en las antorchas encendidas en la distancia, sus manos intentando torpemente guardar la espada en la vaina de nuevo.

“¡Detente!”

Detrás de ella se escuchaban gritos, pero ella no se detenía. Ella vería a Rexo y, tan pronto como tuviera oportunidad de explicarse, él comprendería que lo quería y ella sabría que él también la quería. Más que Thanos. Más que nadie.

“¡Rexo!” gritó, resbalando por las rocas lodosas.

Llegó al final del estrechamiento y, cuando entró a un espacio más grande, centenares de ojos se posaron sobre ella, las miradas amenazadores hacían que quisiera encoger.

“¡Agarradla!” exclamó alguien.

“¡Necesito hablar con Rexo!” exclamó ella.

Una multitud de hombres se reunieron a su alrededor, agarrándola por los brazos. Uno cogió su espada y desapareció entre la multitud de hombres y mujeres.

“¡Rexo!” exclamó ella.

Luchando, consiguió liberarse de sus captores y se lanzó contra su firme pecho, abrazándolo muy fuerte, él protestó.

Después de unos instantes, se dio cuenta de que sus brazos estaban todavía a los lados, flácidos, sin corresponderla con un abrazo. Ella se apartó un poco y miró hacia su bella cara. Era dura y fría como el hielo.

“No te mandé en una misión para casarte con el Príncipe Thanos. Te envié para ganarte la confianza de la realeza”, dijo, con los ojos ardiendo por el odio.

“Yo rechacé casarme con el Príncipe Thanos, ¡pero la reina lo tiró adelante de todas formas!” dijo Ceres.

“¿Qué hizo pensar al príncipe que aceptarías, para empezar? ¿Le habías dado esperanzas?”

La multitud se quedó en silencio, a la espera de la respuesta.

“¿Podemos ir a hablar a un sitio tranquilo, por favor?” preguntó Ceres.

“No. Quiero que todo el mundo sea testigo de esto”.

“Rexo, tú me conoces. ¡Hace años que me conoces! ¿Por qué estás haciendo esto?” preguntó ella.

“Debe existir alguna razón por la que él pensara que debía pedírtelo”.

“¿Qué? ¡Rexo, lo rechacé!” exclamó Ceres.

“De todas las personas que podrían traicionarme, nunca pensé que fueras tú”.

“Pero yo…” empezó Ceres.

“Una de las princesas de palacio me buscó y me contó que os había visto a ti y a Thanos en los jardines de la biblioteca, besándoos”, dijo Rexo.

“¿Estefanía?” preguntó Ceres.

Los ojos de Rexo brillaron un poco, después se suavizaron y ella esperaba que finalmente escuchara.

“¿O sea que no es verdad?” preguntó, con una mirada de ligero alivio en su cara.

“Estefanía iba a casarse con Thanos, pero cuando el rey y la reina vieron su oportunidad de crear la paz en el Imperio, rompieron su compromiso y…”

“Primero, contesta mi pregunta. ¿Le besaste?” insistió él.

No podía mentirle, pero podía explicarse. O, por lo menos, intentarlo.

“Sí. Pero…”

“¿Y fue bajo tu libre voluntad y elección?” continuó él.

No podía responder a aquello. Simplemente no podía, por muchas razones.

Rexo asintió con la cabeza, lo vio claro, sus fosas nasales se ensancharon, su expresión se endureció de nuevo.

“¿Entonces cómo voy a creer que rechazaste su proposición de matrimonio? Podrías haber sido enviada aquí como espía incluso”, dijo él.

“¡No!”

“Lleváosla de aquí. ¡Y que todos los revolucionarios sepan que Ceres tiene prohibido unirse a la rebelión para siempre!” dijo Rexo.

Se dio la vuelta, pero se detuvo y miró a Ceres una vez más, su expresión era perturbada.

“Y pensé que debías saberlo. Nesos resisitió hasta el final. Dio su vida por la rebelión mientras su hermana estaba por ahí coqueteando con el enemigo”.

Ella se desplomó sobre el suelo, su dolor destrozaba tanto su corazón que no podía respirar, no podía ver, sus ojos estaban inundados por las lágrimas.

Mientras los revolucionarios la arrastraban fuera de la cueva, ella gritaba el nombre de su hermano una y otra vez. Ahora había perdido todo lo que tenía.

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