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100 Clásicos de la Literatura

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-Si se me confiara este encargo, ¡con qué infinito placer lo cumpliría! En cualquier momento estoy dispuesto a ensillar el caballo e ir a Londres. Me sería imposible describir la satisfacción que me causaría ocuparme de este encargo.

«¡Es demasiada amabilidad por su parte!», «¡Ni pensar en darle tantas molestias!», «¡Por nada del mundo consentiría en darle un encargo tan incómodo!»... Cumplidos que suscitaron la esperada repetición de nuevas insistencias y frases amables, y en pocos minutos se acordó que así se haría.

El señor Elton llevaría el cuadro a Londres, elegiría el marco y se encargaría de todo lo necesario; y Emma pensó que podía arrollar la tela de modo que pudiese llevarla sin peligro y sin que ocasionase demasiadas molestias al joven, mientras que éste parecía temeroso de que tales molestias fueran demasiado pequeñas.

-¡Qué precioso depósito! erijo suspirando tiernamente cuando le entregaron el cuadro.

-Casi es demasiado galante para estar enamorado -pensó Emma-. Por lo menos eso es lo que me parece, pero supongo que debe de haber muchas maneras distintas de estar enamorado. Es un joven excelente, y eso es lo que le conviene a Harriet; «exactamente, eso es», como él dice siempre; pero da unos suspiros, se enternece de una manera y gasta unos cumplidos tan exagerados que es más de lo que yo podría soportar en un hombre. A mí me toca una buena parte de los cumplidos, pero en segundo plano; es su gratitud por lo que hago por Harriet.

CAPÍTULO VII

El mismo día de la partida del señor Elton para Londres ofreció a Emma una nueva ocasión de prestar un servicio a su amiga. Como de costumbre, Harriet había ido a Hartfield poco después de la hora del desayuno; y al cabo de un rato había vuelto a su casa para regresar a Hartfield a la hora de la cena. Regresó antes de lo que se había acordado, y con un aire de nerviosismo y de turbación que anunciaban que le había ocurrido algo extraordinario que estaba deseando contar. No tardó ni un minuto en decirlo todo. Apenas volvió a casa de la señora Goddard, le dijeron que una hora antes había estado allí el señor Martin, y que al no encontrarla en casa y que quizás iba a tardar todavía, había dejado un paquetito para ella de parte de una de sus hermanas y se había ido; y al abrir el paquete había encontrado, junto con las dos canciones que había prestado a Elizabeth para que las copiara, una carta para ella; y esta carta era de él -del señor Martin- y contenía una proposición de matrimonio en toda regla.

-¡Quién hubiera podido pensarlo! Quedé tan sorprendida que no sabía qué hacer. Sí, sí, toda una proposición de matrimonio; y una carta muy atenta, o al menos a mí me lo parece. Me escribe como si me amara muy de veras... pero yo no sé... y por eso he venido lo antes posible para preguntarte qué tengo que hacer...

Emma casi se avergonzó de su amiga al ver que parecía tan complacida y tan dudosa.

-¡Vaya! -exclamó-. El joven está decidido a no dejarse perder nada por tiimdez. Por encima de todo quiere relacionarse bien.

-¿Quieres leer la carta? -preguntó Harriet-. Te lo ruego. Me gustaría tanto que la leyeras...

Emma no se hizo rogar mucho. Leyó la carta y quedó asombrada. La carta estaba mucho mejor redactada de lo que esperaba. No sólo no había ningún error gramatical, sino que su redacción no hubiera hecho desmerecer a ningún caballero; el lenguaje, aunque llano, era enérgico y sin artificiosidad, y la expresión de los sentimientos decía mucho en favor de quien la había escrito. Era breve, pero revelaba buen sentido, un intenso afecto, liberalidad, corrección e incluso delicadeza de sentimientos. Se demoró leyéndola, mientras Harriet la miraba ansiosamente esperando su opinión, y murmurando:

-¡Vaya, vaya!

Hasta que por fin no pudo contenerse y añadió:

-Es una carta bonita ¿no? ¿O quizá te parece demasiado corta?

-Sí, la verdad es que es una carta muy bonita -replicó Emma con estudiada lentitud-, tan bonita, Harriet, que, teniendo en cuenta todas las circunstancias, creo que alguna de sus hermanas ha tenido que ayudarle a escribirla. Apenas puedo concebir que el joven que vi el otro día hablando contigo se exprese tan bien sin ayuda de nadie, y sin embargo tampoco es el estilo de una mujer; no, desde luego es demasiado enérgico y conciso; no es suficientemente difuso para ser escrito por una mujer. Sin duda es un hombre de sensibilidad, y admito que pueda tener un talento natural para... Piensa de un modo enérgico y conciso... y cuando coge la pluma sabe encontrar las palabras adecuadas para expresar sus pensamientos. Eso les ocurre a ciertos hombres. Sí, ya me hago cargo de cómo es su manera de ser. Enérgico, decidido, no sin cierta sensibilidad, sin la menor grosería. Harriet -añadió devolviéndole la carta- está mejor escrita de lo que esperaba.

-Sí -dijo Harriet, que seguía aguardando algo más-. Sí... y... ¿qué tengo que hacer?

-¿Qué tienes que hacer? ¿Qué quieres decir? ¿Te refieres a esta carta? -Sí.

-Pero ¿cómo es posible que dudes? Desde luego tienes que contestarla... y además en seguida.

-Sí. Pero ¿qué le voy a decir? ¡Querida Emma, aconséjame!

-¡Oh, no, no! Es mucho mejor que la carta la escribas tú sola. Te expresarás con mucha más propiedad, estoy segura. No hay ningún peligro de-que no te hagas entender, y eso es lo más importante. Tienes que expresarte con toda claridad, sin vaguedades ni rodeos. Y estoy segura de que todas esas frases de gratitud, y de sentimiento por el dolor que le causas, y que exige la urbanidad, se te ocurrirán a ti misma. No necesitas que nadie te aconseje para escribirle lamentando la decepción que le causas.

-Entonces tú crees que tengo que rechazarle -dijo Harriet, bajando los ojos. -¿Que si tienes que rechazarle? ¡Querida Harriet!, ¿qué quieres decir con eso?

¿Es que tienes alguna duda? Yo creía... pero, en fin, te pido mil perdones porque tal vez estaba equivocada. Desde luego, si dudas acerca de lo que tienes que contestar es que yo te había comprendido mal. Yo me imaginaba que sólo me consultabas sobre la manera de redactar la contestación.

Harriet callaba. Emma, adoptando una actitud más reservada, prosiguió: -Según veo piensas darle una contestación favorable.

-No, no es eso; quiero decir, yo no quiero... ¿Qué tengo que hacer? ¿Qué me aconsejas que haga? Por favor, Emma querida, dime qué es lo que debo hacer...

-Harriet, yo no puedo darte ningún consejo. No tengo nada que ver con eso. Ésta es una cuestión que debes decidir tú sola, según tus sentimientos.

-Yo no tenía ni la menor idea de que le atrajese tanto -dijo Harriet, contemplando la carta.

Por unos momentos Emma siguió guardando silencio; pero empezó a comprender que el halago seductor de aquella carta podía llegar a ser demasiado poderoso, y pensó que era preferible intervenir:

-Harriet, para mí hay una norma general que es la siguiente: si una mujer duda si debe aceptar o no a un hombre, lo evidente es que debería rechazarle. Si puede llegar a dudar de decir «Sí», debería decir «No», sin pensárselo más. El matrimonio no es un estado en el que se pueda entrar tranquilamente con sentimientos vacilantes, sin tener una plena seguridad. Creo que es mi deber como amiga tuya, y también por tener algunos años más que tú, el decirte todo esto. Pero no creas que quiero influir en tu decisión.

-¡Oh, no! Estoy tan segura de que me quieres demasiado para... Pero, sólo si pudieras aconsejarme qué es lo mejor que podría hacer... No, no, no quiero decir eso... Como tú dices, debería estar completamente segura... No se puede vacilar en estas cosas... Es algo demasiado serio... Quizá será más seguro decir que no; ¿crees que hago mejor diciendo que no?

-Por nada del mundo -dijo Emma sonriendo graciosamente te aconsejaría que tomaras una u otra decisión. Tienes que ser tú el mejor juez de tu propia felicidad. Si prefieres al señor Martin más que a cualquier otra persona; si te parece el hombre más agradable de todos los que has tratado, ¿por qué dudas? Te ruborizas, Harriet. ¿Es que en este momento piensas en algún otro a quien convendría mejor esta definición? Harriet, Harriet, no te engañes a ti misma; no te dejes llevar por la gratitud y la compasión. ¿En quién piensas en este momento?

Los indicios eran favorables... En vez de contestar, Harriet volvió la cabeza llena de turbación, y se quedó pensativa junto al fuego; y aunque seguía aún con la carta en la mano, la iba arrollando maquinalmente, sin mirarla. Emma esperaba el resultado con impaciencia, pero no sin grandes esperanzas. Por fin, con voz vacilante, Harriet dijo:

-Emma, ya que no quieres darme tu opinión, procuraré expresar la mía lo mejor que sepa; estoy totalmente decidida, y la verdad es que ya casi me he hecho a la idea... de rechazar al señor Martin. ¿Crees que hago bien?

-Haces muy bien, querida Harriet, te aseguro que haces muy bien; haces lo que debes. Mientras estabas vacilando, yo me reservaba mis sentimientos, pero ahora que te veo tan decidida, no tengo ningún inconveniente en aprobar tu actitud. Querida Harriet, no sabes cuánto me alegro. Me hubiera apenado mucho perder tu amistad y dejar de tratarte, y ésta hubiera sido la consecuencia de que te casaras con el señor Martin. Mientras te hubiera visto dudosa, aunque hubiera sido en lo más mínimo, no te hubiera dicho nada acerca de esta cuestión, porque no quería influirte; pero para mí hubiera significado perder a una amiga. Yo no hubiera podido visitar a la señora de Robert Martin en Abbey-Mill Farm. Ahora ya estoy segura de no perderte nunca.

A Harriet no se le había ocurrido pensar en aquel peligro, pero entonces la sola idea la dejó muy impresionada.

-¿Que no hubieras podido visitarme? -exclamó horrorizada-. No, desde luego no hubieras podido; pero nunca se me había ocurrido pensar en eso antes de ahora. Hubiera sido demasiado horrible. ¿Y eso iba a ser la solución de mi vida? Querida Emma, por nada del mundo renunciaría al placer y al honor de tu amistad.

 

-Sí, Harriet, para mí hubiera sido un golpe terrible perderte; pero hubiera tenido que ser así; tú misma te habrías apartado de toda la buena sociedad. Yo hubiera tenido que renunciar a ti.

-¡Querida! ¿Cómo hubiese podido soportarlo? ¡Sería mi muerte el no volver nunca más a Hartfield!

-¡Pobre criatura, tan cariñosa! ¡Tú, desterrada en Abbey-Mill Farm! ¡Condenada durante toda tu vida a no tratar más que a gente vulgar y sin cultura! Me pregunto cómo ese joven ha tenido la osadía de proponerte tal cosa. Debe tener lo que se dice muy buena opinión de sí mismo.

-Tampoco creo que sea un engreído -dijo Harriet, cuya conciencia se oponía a esta censura-; sea como sea, es una persona de intenciones rectas, y yo siempre le estaré muy agradecida y pensaré de él con afecto... Pero esto es una cosa, y casarse con él... Y además, aunque yo pueda atraerle, eso no quiere decir que yo vaya a... y desde luego tengo que confesar que desde que vengo aquí he conocido a personas... y si me pongo a hacer comparaciones, me refiero a la apostura y al trato, pues desde luego no hay comparación posible... aquí he conocido a caballeros tan atractivos y de trato tan agradable... Sin embargo, la verdad es que considero al señor Martin como un joven amabilísimo, y tengo muy buena opinión de él; y el que se muestre tan atraído por mí y el que me escriba una carta como ésta... Pero yo no me separaría de ti por nada del mundo.

-Gracias, muchas gracias, querida amiga; ¡eres tan cariñosa! No nos separaremos. Una mujer no tiene por qué casarse con un hombre sólo porque él se lo pida, o porque le haya inspirado un afecto, o porque él sea capaz de escribir una carta aceptable.

-¡Oh, no! Y además es una carta demasiado corta...

Emma se daba cuenta del mal sabor de boca que le había quedado a su amiga, pero quiso pasarlo por alto y siguió:

-Desde luego; y de poco consuelo te iba a servir el saber que tu marido sabe escribir bien una carta cuando puede estar poniéndote en ridículo cada momento del día, con la ordinariez de sus modales.

-¡Oh, sí! Tienes mucha razón. ¿Qué importa una carta? Lo que importa es gozar siempre de la compañía de personas agradables. Estoy totalmente decidida a rechazarle. Pero ¿cómo voy a hacerlo? ¿Qué voy a decirle?

Emma le aseguró que no había ninguna dificultad en contestar, y le aconsejó que le escribiera inmediatamente, a lo cual la muchacha accedió con la esperanza de contar con la ayuda de su amiga; y aunque Emma seguía afirmando que no necesitaba ninguna clase de ayuda, lo cierto fue que colaboró en la redacción de todas y cada una de las frases de la carta. Al releer la del señor Martin para contestarla Harriet se sintió más propensa a ablandarse, tanto que fue preciso que Emma robusteciera su decisión con unas pocas pero decisivas frases; Harriet estaba tan preocupada por la idea de hacerle desdichado, y pensaba tanto en lo que iban a pensar y decir su madre y sus hermanas, y tenía tanto miedo de que la considerasen como una ingrata, que Emma no pudo por menos de convencerse de que si el joven hubiese acertado a pasar por allí en aquel momento, a pesar de todo hubiese sido aceptado.

Sin embargo la carta fue escrita, sellada y enviada. La cuestión estaba zanjada y Harriet a salvo. Durante toda la noche la muchacha estuvo más bien deprimida, pero Emma escuchó con paciencia sus tiernas lamentaciones, y de vez en cuando intentaba levantarle el ánimo hablándole del afecto que ella le profesaba, y, a veces también, reavivando el recuerdo del señor Elton.

-Nunca más volverán a invitarme a Abbey-Mill -dijo Harriet en un tono más bien lastimero.

-Y si te invitaran, Harriet, yo nunca sabría separarme de ti. Eres demasiado necesaria en Hartfield para que te deje perder el tiempo en Abbey-Mill.

-Y estoy segura de que nunca tendré deseos de ir allí; porque el único sitio donde yo soy feliz es en Hartfield. Y al cabo de un rato, Harriet prosiguió:

-Estoy pensando que la señora Goddard se quedaría sorprendidísima si supiera todo lo que ha pasado. Y estoy segura de que la señorita Nash también... Porque la señorita Nash cree que su hermana ha hecho una gran boda, y eso que sólo se ha casado con un pañero.

-Sería penoso ver que una maestra de escuela tiene más orgullo o unos gustos más refinados. Me atrevería a decir que la señorita Nash te envidiaría una oportunidad como ésta para casarse. Incluso esta conquista sería de gran valor a sus ojos. En cuanto a algo que para ti fuera más valioso, supongo que ella no es capaz ni de imaginárselo. Dudo que las atenciones de cierta persona sean aún motivo de chismes en Highbury. Hasta ahora me imagino que tú y yo somos las únicas para quienes sus miradas y su proceder han sido suficientemente explícitos.

Harriet se ruborizó, sonrió y dijo algo acerca de su extrañeza de que hubiera quien pudiese interesarse tanto por ella. Evidentemente, le halagaba pensar en el señor Elton; pero al cabo de un rato volvía a conmoverse pensando en la negativa que había dado al señor Martin.

-A estas horas ya habrá recibido mi carta -dijo quedamente-. Me gustaría saber qué están haciendo todos... si lo saben sus hermanas... si él se siente desdichado los demás lo serán también. Confío en que esto no le afecte mucho.

-Pensemos en nuestros amigos ausentes que viven horas más felices - exclamó Emma-. En estos momentos quizás el señor Elton está enseñando tu retrato a su madre y a sus hermanas, y les está contando hasta qué punto es más hermoso el original, y después de habérselo hecho rogar cinco o seis veces consentirá en revelarles tu nombre, tu nombre tan querido para él.

-¡Mi retrato! Pero ¿no lo ha dejado en Bond Street?

-¡Es posible! Si lo ha hecho así es que yo no conozco al señor Elton. No, mi querida y modesta Harriet, puedes estar segura de que no llevará el retrato a Bond Street hasta un momento antes de montar a caballo para volver hacia aquí mañana. Durante toda esta noche será su compañero, su consuelo, su deleite. Le servirá para mostrar sus intenciones a su familia, para que te conozcan, para difundir entre los que le rodean los más gratos sentimientos de la naturaleza humana, la viva curiosidad y la calidez de una predisposición favorable. ¡Qué alegres, qué animados deben de estar! ¡Cómo deben de rebosar de fantasías las imaginaciones de todos ellos!

Harriet volvió a sonreír, y sus sonrisas se fueron acentuando.

CAPÍTULO VIII

Aquella noche Harriet durmió en Hartfield. En las últimas semanas pasaba allí casi la mitad del día, y poco a poco fue teniendo un dormitorio fijo para ella; y Emma juzgaba preferible en todos los aspectos retenerla en su casa, segura y contenta, todo el tiempo posible, por lo menos en aquellos momentos. A la mañana siguiente tuvo que ir a casa de la señora Goddard por una o dos horas, pero ya se había convenido que volvería a Hartfield para quedarse allí durante varios días.

Durante su ausencia llegó el señor Knightley y estuvo conversando con el señor Woodhouse y Emma, hasta que el señor Woodhouse, que aquella mañana se había propuesto salir a dar un paseo, se dejó convencer por su hija de que no lo aplazara, y la insistencia de ambos logró vencer los escrúpulos de su cortesía, que se resistía a dejar al señor Knightley por aquel motivo. El señor Knightley, que no tenía nada de ceremonioso, con sus respuestas concisas y rápidas ofrecía un divertido contraste con las interminables excusas y corteses vacilaciones de su interlocutor.

-Señor Knightley, permítame que me tome esta licencia; si usted quisiera excusarme, si no me considerara usted demasiado grosero, yo seguiría el consejo de Emma y saldría a dar un paseo de un cuarto de hora. Como el sol se ha puesto creo que sería mejor que diera mi paseíto antes de que refrescara demasiado. Ya ve que no hago ningún cumplido con usted, señor Knightley. Nosotros los inválidos nos consideramos con ciertos privilegios.

-Por Dios, no faltaba más, no tiene usted que tratarme como a un extraño.

-Le dejo con mi hija, que es un excelente substituto. Emma estará muy complacida de atenderle. Así que vuelvo a pedirle mil perdones, y me voy a dar mi vueltecita... mi paseo de invierno.

-Me parece muy buena idea, señor Woodhouse.

-Yo le pediría muy gustoso que tuviera a bien acompañarme señor Knightley, pero ando muy despacio, y a usted le sería muy pesado acomodarse a mi paso; y además, ya tiene usted que dar otro largo paseo para volver a Donwell Abbey.

-Muchas gracias, es usted muy amable; pero yo me voy ahora mismo; y creo que lo mejor sería que saliese usted cuanto antes. Voy a buscarle la capa larga y le abro la puerta del jardín.

Por fin el señor Woodhouse se fue; pero el señor Knightley, en vez de disponerse a salir también, volvió a sentarse como si estuviera deseoso de más conversación. Empezó hablando de Harriet y haciendo espontáneamente grandes elogios suyos, más de los que Emma había oído jamás en sus labios.

-Yo no podría alabar su belleza tanto como usted -dijo él-, pero es una muchacha linda, y me inclino a creer que no le faltan buenas prendas. Su personalidad depende de la de los que le rodean; pero en buenas manos llegará a ser una mujer de mérito.

-Me alegra saber que piensa usted así; y confío en que no eche de menos esas buenas manos.

-¡Vaya! -dijo él-. Veo que lo que está deseando es que le haga un cumplido, de modo que le diré que gracias a usted ha mejorado mucho. Usted le ha hecho perder su risita boba de colegiala, y eso dice mucho en favor de usted.

-Muchas gracias. Confieso que me llevaría un disgusto si no pudiera creer que he servido para algo; pero no todo el mundo nos elogia cuando lo merecemos. Usted, por ejemplo, no suele abrumarme con demasiadas alabanzas.

-Decía usted que la está esperando esta mañana, ¿no?

-Sí, de un momento a otro. Por lo que dijo ya hubiera debido de estar de vuelta.

-Algo la debe de haber hecho retrasarse; tal vez alguna visita. -¡Qué gente más charlatana la de Highbury! ¡Qué fastidiosos son!

-A lo mejor Harriet no encuentra a todo el mundo tan fastidioso como usted. Emma sabía que esto era una verdad demasiado evidente para que pudiera

llevarle la contraria, y por lo tanto guardó silencio. Al cabo de un momento el señor Knightley añadió con una sonrisa:

-No pretendo fijar tiempo ni lugar, pero debo decirle que tengo buenas razones para suponer que su amiguita no tardará mucho en enterarse de algo que la alegrará.

-¿De verás? ¿De qué se trata? ¿Qué clase de noticia será ésta? -¡Oh, una noticia muy importante, se lo aseguro! -dijo aún sonriendo.

-¿Muy importante? Sólo puede ser una cosa. ¿Quién está enamorado de ella? ¿Quién le ha hecho confidencias?

Emma estaba casi segura de que había sido el señor Elton quien le había hecho alguna insinuación. El señor Knightley era un poco el amigo y el consejero de todo el mundo, y ella sabía que el señor Elton le consideraba mucho.

-Tengo razones para suponer -replicó- que Harriet Smith no tardará en recibir una proposición de matrimonio procedente de una persona realmente intachable. Se trata de Robert Martin. Parece ser que la visita de Harriet a Abbey-Mill el verano pasado ha surtido sus efectos. Está locamente enamorado y quiere casarse con ella.

-Es muy de agradecer por su parte -dijo Emma-; pero ¿está seguro de que Harriet querrá aceptarlo?

-Bueno, bueno, ésa ya es otra cuestión; de momento quiere proponérselo. ¿Conseguirá lo que se propone? Hace dos noches vino a verme a la Abadía para consultar el caso conmigo. Sabe que tengo un gran aprecio por él y por toda su familia, y creo que me considera como uno de sus mejores amigos. Vino a consultarme si me parecía oportuno que se casara tan joven; si no la consideraba a ella demasiado niña; en resumidas cuentas, si aprobaba su decisión; tenía cierto miedo de que se la considerase (sobre todo desde que usted tiene tanto trato con ella) como perteneciente a una clase social superior a la suya. Me gustó mucho todo lo que dijo. Nunca había oído hablar a nadie con más sentido común. Habla siempre de un modo muy atinado; es franco, no se anda por las ramas y no tiene nada de tonto. Me lo contó todo; su situación y sus proyectos, todo lo que se proponían hacer en caso de que él se casara. Es un joven excelente, buen hijo y buen hermano. Yo no vacilé en aconsejarle que se casara. Me demostró que estaba en situación de poder hacerlo, y en este caso me convencí de que no podía hacer nada mejor. Le hice también elogios de su amada, y se fue de mi casa alegre y feliz. Suponiendo que antes no hubiera tenido en mucho mi opinión, a partir de entonces se hubiera hecho de mí la idea más favorable; y me atrevería a decir que salió de mi casa considerándome como el mejor amigo y consejero que jamás tuvo hombre alguno. Eso ocurrió anteanoche. Ahora bien, como es fácil de suponer, no querrá dejar pasar mucho tiempo antes de hablar con ella, y como parece ser que ayer no le habló, no es improbable que hoy se haya presentado en casa de la señora Goddard; y por lo tanto Harriet puede haberse visto retenida por una visita que le aseguro que no va a considerar precisamente como fastidiosa.

 

-Perdone, señor Knightley -dijo Emma, que no había dejado de sonreír mientras él hablaba-, pero ¿cómo sabe usted que el señor Martin no le habló ayer?

-Cierto -replicó él, sorprendido-, la verdad es que no sé absolutamente nada de ello, pero lo he supuesto. ¿Es que ayer Harriet no estuvo todo el día con usted?

-Verá -dijo ella-, en justa correspondencia a lo que usted me ha contado, yo voy a contarle a mi vez algo que usted no sabía. El señor Martin habló ayer con Harriet, es decir, le escribió, y fue rechazado.

Emma se vio obligada a repetirlo para que su interlocutor lo creyese; y al momento el señor Knightley se ruborizó de sorpresa y de contrariedad, y se puso de pie indignado diciendo:

-Entonces es que esta muchacha es mucho más boba de lo que yo creía. Pero ¿qué le ocurre a esa infeliz?

-¡Oh, ya me hago cargo! -exclamó Emma-. A un hombre siempre le resulta incomprensible que una mujer rechace una proposición de matrimonio. Un hombre siempre imagina que una mujer siempre está dispuesta a aceptar al primero que pida su mano.

-¡Ni muchísimo menos! A ningún hombre se le ocurre tal cosa. Pero ¿qué significa todo eso? ¡Harriet Smith rechazando a Robert Martin! ¡Si es verdad es una locura! Pero confío en que estará usted mal informada.

-Yo misma vi la contestación a su carta, no hay error posible.

-¿De modo que usted vio la contestación de Harriet? Y la escribió también, ¿no? Emma, esto es obra suya. Usted la convenció para que le rechazara.

-Y si lo hubiera hecho (lo cual, sin embargo, estoy muy lejos de reconocer), no creería haber hecho nada malo. El señor Martin es un joven muy honorable, pero no puedo admitir que se le considere a la misma altura de Harriet; y la verdad es que más bien me asombra que se haya atrevido a dirigirse a ella. Por lo que usted cuenta parece haber tenido algunos escrúpulos. Y es una lástima que se desembarazara de ellos.

-¿Que no está a la misma altura de Harriet? -exclamó el señor Knightley, levantando la voz y acalorándose; y unos momentos después añadió más calmado, pero con aspereza-: No, la verdad es que no está a su altura, porque él es muy superior en criterio y en posición social. Emma, usted está cegada por la pasión que siente por esa muchacha. ¿Es que Harriet Smith puede aspirar por su nacimiento, por su inteligencia o por su educación a casarse con alguien mejor que Robert Martin? Harriet es la hija natural de un desconocido que probablemente no tenía la menor posición, y sin duda ninguna relación más o menos respetable. No es más que una pensionista de una escuela pública. Es una muchacha que carece de sensibilidad y de toda instrucción. No le han enseñado nada útil, y es demasiado joven y demasiado obtusa como para haber aprendido algo por sí misma. A su edad no puede tener ninguna experiencia, y con sus cortas luces no es fácil que jamás llegue a tener una experiencia que le sirva para algo. Es agraciada y tiene buen carácter, eso es todo. El único escrúpulo que tuve para dar mi opinión favorable a esta boda fue por ella, porque creo que el señor Martin merece algo mejor, y no es muy buen partido para él. Por lo que se refiere a la cuestión económica, también me parece que él tiene todas las probabilidades de hacer un matrimonio mucho más ventajoso; y en cuanto a tener a su lado a una mujer comprensiva y sensata que le ayude, creo que no podía haber elegido peor. Pero yo no podía razonar de ese modo con un enamorado, y me incliné a confiar en que no habiendo en ella nada fundamentalmente malo, poseía ciertas disposiciones que, en manos como las suyas, podían encauzarse bien con facilidad y dar excelentes resultados. En mi opinión, quien realmente salía beneficiada en este matrimonio era ella; y no tenía ni la menor duda (ni ahora la tengo) de que la opinión general sería la que Harriet había tenido mucha suerte. Incluso estaba seguro de que usted estaría satisfecha. Inmediatamente se me ocurrió pensar que no lamentaría usted separarse de su amiga viéndola tan bien casada. Recuerdo que me dije a mí mismo: «Incluso Emma, con toda su parcialidad por Harriet, convendrá en que hace una buena boda.»

-No puedo por menos de extrañarme de que conozca usted tan poco a Emma como para decir semejante cosa. ¡Por Dios! ¡Pensar que un granjero (porque, con todo su sentido común y todos sus méritos el señor Martin no es nada más que eso) podría ser un buen partido para mi amiga íntima! ¡Que no lamentaría el que se separara de mí para casarse con un hombre al que yo nunca podría admitir entre mis amistades! Me maravilla el que creyera usted posible el que yo pensara de este modo. Le aseguro que mi actitud no puede ser más distinta. Y debo confesarle que su planteamiento de la cuestión no me parece nada justo. Es usted demasiado severo cuando habla de las posibles aspiraciones de Harriet. Otras personas estarían de acuerdo conmigo en ver el caso de un modo muy diferente; el señor Martin quizá sea el más rico de los dos, pero sin ninguna duda es inferior a ella en calidad social. Los ambientes en que ella se desenvuelve están muy por encima de los de este joven. Esta boda rebajaría a Harriet.

-Pero ¿le llama usted rebajarse a que una muchacha que tiene orígenes ilegítimos y que es una ignorante se case con un propietario rural honorable e inteligente?

-En cuanto a las circunstancias de su nacimiento, aunque ante la ley podría considerársele como hija de nadie, ésta es una postura que para una persona con un poco de sentido común es inadmisible. Ella no tiene por qué pagar las culpas de otros, como ocurre si la situamos en un nivel inferior al de las personas con las que ha sido educada. No cabe duda alguna de que su padre es un caballero... y un caballero de fortuna... La pensión que recibe es muy generosa; nunca se ha escatimado nada para mejorar su educación o rodearse de más comodidades. Para mí, el que sea hija de un caballero es algo indudable. Que se trata con hijas de caballeros supongo que nadie puede negarlo. Por lo tanto su clase social es superior a la del señor Robert Martin.

-Sean quienes sean sus padres -dijo el señor Knightley-, sean quienes sean las personas que se han ocupado de ella hasta ahora, no hay nada que permita suponer que tenían la intención de introducirla en lo que usted llamaría la buena sociedad. Después de haberle dado una educación muy mediana, la confiaron a la señora Goddard para que se las compusiera como pudiese... Es decir, para que viviera en el ambiente de la señora Goddard y se relacionara con las amistades de la señora Goddard. Evidentemente, sus amigos juzgaron que eso le bastaba; y en realidad le bastaba. Ella misma no deseaba nada mejor. Antes de que usted decidiese hacerla su amiga no se sentía desplazada en su ambiente, no ambicionaba nada más. El verano pasado con los Martins se sentía completamente feliz. Entonces no se creía superior a ellos. Y si ahora cree esto es porque usted la ha hecho cambiar. No ha sido usted una buena amiga para Harriet Smith, Emma. Robert Martin nunca hubiera llegado tan lejos si no hubiera estado convencido de que ella no le miraba con indiferencia. Le conozco bien. Es demasiado realista para declararse a una mujer al azar de un afecto que no sabe correspondido. Y en cuanto a que sea vanidoso, es la última persona que conozco de la que pensaría tal cosa. Puede usted estar segura de que ella le alentó.

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