Los Hermanos Karamázov

Текст
Из серии: Colección Oro
Читать фрагмент
Отметить прочитанной
Как читать книгу после покупки
Шрифт:Меньше АаБольше Аа

—¿Qué significa ese saludo tan profundo? —murmuraba Fiódor Pávlovich visiblemente turbado, pero sin volverse hacia ninguno de los otros.

—¡Caterva de imbéciles! —exclamó Miúsov, con voz alterada—. ¡De todos modos, haré por librarme de su dañina compañía, Fiódor Pávlovich... y puede usted creerme! ¿Dónde está el monje que nos invitó a almorzar con el superior?

Precisamente en aquel momento venía el monje al encuentro de los invitados.

—Le ruego que me excuse ante el padre superior —le dijo—. Soy Miúsov. Dígale que circunstancias imprevistas me impiden tener el honor de compartir el pan con él, no obstante mi sincero deseo...

—Esa “circunstancia imprevista” soy yo —dijo rápidamente Fiódor Pávlovich—. ¿Comprende usted, padre? Es por mí, que Piótr Aleksándrovich no quiere quedarse... Mas, no tema: puede usted ir a almorzar tranquilo... ¡Buen apetito y buen provecho! Soy yo quien se marcha... ¡A casa! ¡A mi casa, sí!... Allí comeré, seguramente. Aquí no podría hacerlo, mi querido pariente.

—¡Yo no soy pariente suyo, no lo he sido nunca, no quiero serlo!

—Lo he dicho justamente para ofenderle ¡Ah! Desdeña el honor de ser pariente mío, ¿verdad? Pues no lo es menos por eso... ¡Se lo probaré! En cuanto a ti, Iván, puedes quedarte; luego te mandaré el coche. Conviene, Piótr Aleksándrovich, que se quede a almorzar aquí. Vayan a pedirle perdón por esta fuga desordenada...

—Pero, ¿es cierto que se va usted? —preguntó Miúsov.

—Sí —respondió Fiódor—. No me atrevo a presentarme ante el padre superior después de lo que ha ocurrido... Perdónenme, señores. Me avergüenzo de mí mismo. Ustedes son hombres que tienen el corazón semejante al de Alejandro de Macedonia. Otros lo tienen parecido al de los perros, a los cuales se castiga siempre. Yo temo pertenecer a estos últimos. Después de este escándalo, ¿cómo podría osar presentarme en el refectorio a gustar los alimentos de esta santa casa...? ¡No, no puedo!... ¡Excúsenme!

—¡Diablo! ¿Y si nos engaña? —pensaba Miúsov, perplejo, siguiendo con la mirada al bufón que se alejaba.

Fiódor, después de haber andado algunos pasos, se volvió, y viendo que Miúsov lo miraba, le envió un beso con la mano.

—¿Se queda usted? —preguntó Miúsov, secamente, a Iván.

—¿Por qué no? —respondió este—. Tanto más por haber sido invitado ayer, particularmente, por el padre superior.

—Desgraciadamente, creo que yo también me veré obligado a quedarme —dijo Miúsov, con amargura, sin siquiera darse cuenta de que le estaba escuchando el monje—. Nos excusamos y haremos notar que no ha sido nuestra la culpa. ¿Qué le parece?

—Sin duda —replicó Iván—. Desde luego, mi padre no estará.

—¡Maldito almuerzo...!

Todos se dirigieron a casa del superior. Este les esperaba.

Nadie dijo una palabra.

Miúsov lanzaba a Iván Fiódorovich miradas de odio mientras pensaba: “¡También es desahogado este! Se queda como si nada hubiera sucedido. Tiene el cutis de bronce y la conciencia de... Karamázov”.

Capítulo VI

Aliosha acompañó a Zossima hasta su aposento y le ayudó a sentarse sobre el lecho.

La celda era bastante reducida y estaba amueblada con verdadera humildad.

Zossima estaba realmente fatigado. En sus ojos brillaba la fiebre: respiraba con dificultad.

Luego miró a Aliosha, fijamente, como si estuviese absorto en sus pensamientos.

—Vete, hijo mío —le dijo después—. Porfirio me atenderá. Tú eres más útil allá arriba. Ve a casa del padre superior a servir el almuerzo.

—Permítame que no le abandone —dijo Aliosha con voz suplicante.

—Repito que serás más útil allá, tendrán necesidad de ti. Si se agitan los demonios, reza; y ten presente, hijo mío (Zossima gustaba de dar este título a Aliosha), que tu porvenir no está aquí. Acuérdate de esto: ¡Apenas me haya llamado el Señor a su seno, abandona el monasterio... abandónalo!

Aliosha se estremeció.

—¿Qué te sucede? —prosiguió el monje—. Por el momento te digo que tu puesto no está aquí. Tu peregrinaje será largo todavía. Deberás casarte, será preciso. Antes de volver a este lugar, deberás haber soportado muchas cosas. Por lo demás, no dudo de ti; precisamente por eso te envío hacia el peligro. Jesucristo está contigo: sele siempre fiel. Él no te abandonará... Tendrás contratiempos, sufrirás desventuras, pero serás consolado. He aquí mi testamento: Busca tu felicidad en las lágrimas. Trabaja continuamente y no olvides lo que hoy te digo. Todavía tendré ocasión de hablarte, pero no solo están contados mis días, sino también mis horas.

El rostro de Aliosha reflejaba una emoción profunda.

Los ángulos de sus labios temblaban.

Zossima sonrió dulcemente.

—No te aflijas, hijo mío. Nosotros los religiosos nos alegramos cuando parte uno de los nuestros, y nos limitamos a rogar por él. Quédate cerca de tus hermanos... pero no de uno solo, ¿entiendes?... No, no. Cerca de los dos.

Zossima levantó la mano para bendecir al joven.

Aliosha hubiera querido preguntarle el significado de aquel profundo saludo que había hecho delante de Dmitri, pero no se atrevió. Sospechaba, no obstante, que debía tener algún significado misterioso, extraño, y tal vez terrible.

Mientras atravesaba el recinto del convento y apresuraba el paso para llegar a tiempo al departamento del superior, el joven sentía que se le oprimía el corazón.

Se detuvo un momento.

En su memoria vibraron de nuevo las palabras del anciano, relativas a su próximo fin. Una predicción tal, tan precisa, debía realizarse sin duda alguna: Aliosha lo creía ciegamente.

¿Qué sería de él, entonces?

¡Vivir sin verlo, sin oírlo!

¿Y adónde iría?

—¡Me prohíbe que llore! —murmuró—. ¡Y me ordena que abandone el monasterio! ¡Dios mío! ¡Dios mío!

Hacía mucho tiempo que Aliosha no había estado tan triste.

Apresuró el paso y llegó a un bosquecillo que separaba el monasterio, y allí, no pudiendo soportar por más tiempo sus pensamientos, se puso a considerar los árboles seculares que limitaban el sendero con el bosque. La travesía no era larga: quinientos pasos a lo sumo.

A aquella hora el camino estaba ordinariamente desierto pero, en una curva, Aliosha encontró al seminarista Rakitin.

Este parecía estar esperando a alguien.

—¿Me esperas a mí? —le preguntó Aliosha, acercándose a él.

—Precisamente —respondió Rakitin, sonriendo—. ¿Vas a casa del padre superior? Sé que hay alguien convidado a almorzar allí. Por cierto, que el día que recibió al obispo y al general Pakhatof estuvo bastante mal servida la mesa, ¿te acuerdas? Yo no voy... Oye, Aliosha, ¿qué significa el saludo que antes hizo el viejo Zossima a tu hermano Dmitri? Me han dicho que tocó el suelo con el cráneo.

—¿Con el cráneo?

—Perdona si no me expreso con el debido respeto... Dime lo que eso significa.

—No lo sé, Miguel.

—Pensaba que él te lo hubiera explicado. Sin embargo, creo que es bastante fácil de suponer.

—¿Qué supones?

—En verdad, no acierto a verlo claro; pero sospecho que eso suene a....

—¿ A qué?

—A reproche.

—¿A reproche?

—Sí.

—¿Por qué?

—Por lo mal que se comporta tu familia. En tu casa se adivina el delito...

—¿Delito de qué?

—Tampoco sabría explicártelo; pero entre tus hermanos y tu padre va a ocurrir algo por cuestión de dinero... Lo cierto es que el padre Zossima ha golpeado el suelo con su frente, y dentro de poco, si sucede algo en tu casa, dirán las gentes: “El padre Zossima lo había previsto”.

—¿Pero tú crees que ese saludo significa una predicción?

—¡A lo menos un emblema, una alegoría!... ¡Diantre!

—Habla.

—El monje Zossima es muy particular. Acaso sería capaz de pegar al inocente y saludar al culpable.

—Entonces, ¿el culpable es Dmitri?

—¡Oh, eso es lo que yo no sé! No obstante, los caracteres como el suyo, honestos, pero sensuales, no pueden alterarse, excitarse, sin correr el riesgo de exponerse a apuñalar a su propio padre. Por otra parte, tu progenitor, y perdona que te lo diga, es un alcohólico, un disoluto desenfrenado, que no conoce límite alguno. Ni uno ni otro sabrán poner freno a sus pasiones, y ambos rodarán juntos al abismo.

—No, Miguel. Si no es más que eso, no me apuro. Las cosas no llegarán hasta ese punto.

—Sin embargo, hemos de convenir en que es cierto lo que digo. No niegues que tu hermano es violento; honesto, repito, pero violento. Después de todo, no tiene nada de particular, porque es defecto de familia. Es la característica de la casa. A mí me sorprende, ciertamente, que tú seas tan puro. ¡Al fin y al cabo eres un Karamázov! En tu ascendencia, la sensualidad es crónica. Los otros tres, tus padres y tus dos hermanos, lleva cada uno un cuchillo escondido, y el mejor día acabarán por venir a las manos... Y quién sabe si un cuarto, que eres tú, se limitará a permanecer inactivo...

—¡Yo!

—Sí, ya sabes que el motivo de todo eso son los celos...

—¡Bah! Respecto a esa mujer, Dmitri la desprecia —replicó Aliosha, estremeciéndose a pesar suyo.

—Te refieres a Grúshenka, ¿verdad? Pues bien, amiguito, eres tú el que te engañas. Dmitri no la desprecia, puesto que por ella ha dejado a su prometida. En esto, querido Aliosha, hay algo... algo que tú no alcanzas a comprender. Un hombre puede enamorarse de una parte cualquiera de la belleza corporal, de una parte solamente, del cuerpo femenino (solo los seres sensuales pueden comprender esto). En ese caso, dará por ella sus propios hijos, venderá por ella a su padre, su madre y hasta su patria. Si es honrado, robará. Si es fiel, se hará traidor. Puschkin ha cantado, ha celebrado los pies de la mujer; pero hay hombres que no son poetas y que todavía no pueden contemplar los pies de una mujer sin estremecerse, y... no solamente los pies... en este caso, el desprecio no sirve de nada. Dmitri puede despreciar a Grúshenka...

 

—Comprendo —dijo ingenuamente Aliosha.

—¿De veras? —insinuó irónicamente Rakitin—. Es una confesión preciosa, esa tuya, ya que la has hecho a tu pesar. Eso prueba que este asunto no te es desconocido, tú has reflexionado ya sobre la sensualidad... ¡Ah, el casto Aliosha!... Convengo en que eres un santito; pero el diablo sabe ya todo lo que tú has pensado, todo lo que tú conoces o adivinas... Eres puro, pero ya te has arriesgado a mirar en lo profundo del abismo desde hace tiempo. ¡Carape!... ¡Ahí no es nada un Karamázov virgen!... Sí, la selección natural entra por mucho en esto. Por parte de padre, eres sensual; por parte de madre, inocente. Pero, ¿por qué tiemblas? ¿Es, acaso, porque te he dicho la verdad? ¿Sabes una cosa...?

—¿Qué?

—Grúshenka me ha pedido que te lleve a su casa, y ha jurado que te hará colgar la sotana. ¡Y si vieses cómo insistía! “Tráemelo, tráemelo”, repetía sin tregua. ¿Qué es lo que habrá encontrado en ti de particular? ¡Te aseguro que es una mujer extraordinaria!

—Salúdala de mi parte, y dile que jamás iré yo a su casa —repuso Aliosha, riendo débilmente.

—¡Bah! Eso es una tontería... Y, ahora, si tú eres también algo sensual, piensa lo que será tu hermano Iván, que ha nacido del mismo vientre que tú. Él también es un Karamázov, esto es: un sensual y un inocente a un tiempo. Ese escribe artículos sobre la cuestión eclesiástica por divertirse, y los publica a pesar de ser ateo, como él mismo declara. Además, a la chiticallando, trata de robarle a Dmitri la prometida, y me parece que lo conseguirá, y hasta con el pensamiento de Mitia. Este le abandonará la novia para deshacerse más pronto de ella y poder ir más libremente a casa de Grúshenka. Ahí tienes unos hombres sobre los cuales pesa una verdadera fatalidad. Comprenden que sus acciones son viles y sin embargo, las cometen. Todavía hay más. Tu padre desearía que Mitia se evaporase, también él está locamente enamorado de Grúshenka. Cuando la mira se le hace la boca agua. Ella ha sido la causa del último escándalo: sobre todo, porque Miúsov la ha llamado “perdida”. ¡Oh, está el hombre más enamorado que un gato! Padre e hijo llegarán un día a las manos: eso lo ves tú bien. Grúshenka no quiere ni a uno ni a otro, se limita a reírse de los dos y a calcular cuál de ellos le será más provechoso. El padre es rico, pero no se casará con ella, y un buen día acabará por cerrar la bolsa; Dmitri tiene, pues, bajo este punto de vista, más valor. No es rico, pero puede llegar a casarse... ¡Ah!... ¡Qué horror si llegase a hacer esto! ¡Abandonar a una joven honesta, noble y rica, para casarse con la antigua amante de un mujik2 licencioso! He aquí de dónde puede nacer el delito... Eso es lo que tu hermano Iván espera. De ese modo se hará con Katerina Ivánovna, por la cual muere de amor, y con sus sesenta mil rublos de renta. Para un hombre pobre como un gusano, la cosa es sumamente tentadora, máxime cuando, lejos de ofender con ello a Dmitri, le hará un gran servicio. La semana pasada, estando Mitia borracho en una taberna, con un grupo de gitanas, decía gritando, a todo aquel que quería oírle, que él no merecía a Katerina Ivánovna, que el único hombre digno de ella era su hermano Iván. Al fin de cuentas la pobre Katerina se ve indefensa contra un seductor como Iván Fiódorovich. Ya vacila entre uno y otro. ¡Qué diantre de muchacho! ¿Ha fascinado, acaso, a todos ustedes? Yo creo que Iván se burla y se divierte a costa de ustedes.

—¿Cómo sabes todo eso? ¿Por qué me hablas así, tan brutalmente? —dijo Aliosha, ofendido.

—¿Por qué me haces esa pregunta, sabiendo, como sabes, lo que voy a responderte? —replicó Rakitin—. Admite tú mismo que estoy diciendo la verdad.

—Es que tú no amas a Iván. Mi hermano es un hombre desinteresado.

—¿De veras?... ¿Y la belleza de Katerina Ivánovna?... ¿Y los sesenta mil rublos?... ¡Me parece que estas son cosas que no deben desdeñarse!

—Iván es un hombre superior a todo eso. Ni cien millones serían capaces de tentarlo... Acaso haga un sacrificio...

—¡Vaya una salida! Ustedes, los nobles, son extraordinarios.

—¡Miguel!

—¡Bah!

—Su alma es elevada. No es dinero lo que él necesita. Tiene otro problema más grande que resolver en su mente...

—Eso es plagio, Aliosha; no has hecho sino parafrasear lo que dijo Zossima. Aquí, el único problema que existe para ustedes es el propio Iván —repuso Rakitin, con evidente malignidad—. Y un problema sin solución que es lo peor. Piensa y lo comprenderás... Su último artículo es sencillamente ridículo, no tiene sentido común... He oído bien lo que ha dicho: “Si no existe la inmortalidad, no existe la virtud: todo es fango”. Y tu hermano Dmitri exclamó: “Me acordaré de eso”. ¡Bonita teoría para los bribones! ¡Digo, para los charlatanes, o mejor, para los jactanciosos que tienen en su mente un problema que resolver!... ¡Esa teoría es innoble! La humanidad encontrará en sí misma la fuerza para rechazar el mal y vivir solo para la virtud, sin tener necesidad de creer en la inmortalidad del alma. Es el amor a la libertad donde la humanidad hallará esa fuerza...

Rakitin se exaltaba.

De pronto se interrumpió, como si se hubiese acordado de algo.

—¡Bueno, basta! —dijo—. Te ríes. Me encuentras vulgar, ¿verdad?

—No —contestó Aliosha—. Sé que eres inteligentísimo... Mas dejemos esto... He sonreído tontamente, sin saber por qué. Veía que te exaltabas... Hasta me parece haber comprendido que...

—¿Qué? ¡Habla!

—Que tampoco a ti te es indiferente Katerina Ivánovna.

—¿Qué dices?

—¡Bah! Y si he de serte franco, te diré que hace ya tiempo que lo sospechaba. Por eso detestas a mi hermano Iván. Tienes celos de él...

—Y del dinero, ¿verdad? ¡Di eso también!

—No hablo de dinero. No quiero hacerte esa ofensa.

—Te creo, pero... que el diablo te lleve con tu hermano Iván. No es preciso que intervenga Katerina Ivánovna para que yo le deteste. ¿Debo ser su amigo, acaso? Él también me hace el honor de aborrecerme. Yo me limito a corresponderle...

—Jamás le he oído hablar de ti, ni en bien ni en mal.

—En cambio yo sé que, el otro día, ha hablado de mí en casa de Katerina... ¡Y de qué modo! Ya ves hasta qué punto se interesa por este humilde servidor. ¿Quién es el que está celoso, tu hermano o yo? Se dignó decir que si no me doy prisa en llegar a ser arcipreste, me iré seguramente a San Petersburgo, entraré en cualquier importante revista, probablemente en el batallón de los críticos, escribiré durante ocho o diez años, y después de dicho tiempo la revista será por completo mía; que la conduciré hasta el liberalismo y el ateísmo, manteniéndome, no obstante, en la reserva, siendo a un mismo tiempo del partido de unos y de otros y embaucando a los necios; que mi socialismo, sin embargo, no me impedirá saber utilizarlo a tiempo y en ocasiones para ponerlo bajo la protección de algún hombre pudiente, hasta que llegue el momento en que pueda hacerme construir una gran casa en San Petersburgo, para establecer en ella la redacción...

—¡Pero eso podría muy bien suceder, Miguel! —exclamó Aliosha, soltando una carcajada.

—¡Hola! ¿También tú te haces sarcástico, Alekséi Fiódorovich?

—No, perdóname... Bromeaba. Tengo otras cosas en que pensar... Escúchame: ¿quién te ha informado tan minuciosamente de todo eso? ¿Estabas en casa de Katerina cuando hablaba de ti Iván?

—No, yo no estaba; pero sí tu hermano Dmitri, que es quien me lo ha contado. Es decir, él no me lo ha dicho directamente a mí: lo he oído, involuntariamente estando oculto en el dormitorio de Grúshenka...

—¡Ah, sí, olvidaba que eres pariente de ella!

—¡Yo, pariente de esa mujer! ¿Estás loco?

—¿Ah, no? Pues creía...

—¿Quién ha podido decirte semejante cosa? ¡No sonrías, no! ¡Vaya, hombre!... Es verdad que tú eres noble... ¡Ah, los Karamázov...! ¡Se llenan ustedes la boca hablando de sus pergaminos y, sin embargo, todo el mundo sabe que tu padre es un bufón y un parásito! Yo soy hijo de un humilde pope, solamente, y al lado de ustedes, claro está, soy un verdadero pigmeo... No creas que me ofendo, no. También tengo yo mi honor, Alekséi Fiódorovich. Pero, lo que sí te ruego que creas, es que yo no soy pariente de una mujer pública.

A Rakitin, a pesar de su aparente calma, le temblaban nerviosamente los labios.

—¡Perdóname! ¡No quería ofenderte! —dijo Aliosha, bastante confuso—. Pero, dime: ¿Es acaso Grúshenka una mujer pública? ¿Es así, en efecto?... Me habían dicho que entre ella y tú existían ciertos vínculos de parentesco, te lo aseguro... Además, te veía ir a su casa con mucha frecuencia, y como me decías que no era tu amante... la verdad, no podía imaginarme que sintieras por ella tanto desprecio. ¿Se merece realmente una opinión tan severa?

—Si voy a su casa es porque tengo mis razones para hacerlo... Conténtate con esta explicación... En cuanto al parentesco, y sin que yo diga estas palabras con ánimo de ofenderte, me parece que serás tú más pronto quien lo tendrás con ella por parte de tu padre o de tu hermano... ¡Ea, ya hemos llegado! Ve a la cocina, ve... ¡Eh! ¿Qué es eso?... ¿Qué pasa? ¿Llegamos, acaso, demasiado tarde? ¡No es posible que hayan podido almorzar en tan poco tiempo! ¡Mientras no sea que los Karamázov hayan hecho alguna de las suyas! Eso es lo más probable... ¡Hola! ¡Ahí tienes a tu padre con Iván, ambos salen de casa del superior, y allí está el padre Lezzisof que les habla desde la ventana! Y tu padre grita y agita los brazos... Escándalo tenemos. Allá va, también, Miúsov... ¡Mira! ¡Se va en su coche!... ¡Hasta el pomietschik escapa!... Evidentemente, el almuerzo no ha tenido lugar. ¡A ver si le han zurrado la badana al padre superior! Lo más seguro es que se la hayan zurrado entre ellos mismos...

Capítulo VII

Cuando Miúsov e Iván entraron en casa del padre superior, el primero se había ya casi calmado por completo.

Según él, los monjes, claro está, no tenían culpa alguna. Esta era toda de Fiódor Pávlovich...

El padre de Nikolái era, o parecía ser, de origen noble.

¿Por qué no comportarse con esta gente como aconsejaba la más estricta cortesía?

Además, Miúsov quería dar a entender a todos, hacerles ver que él no tenía nada de común con aquel Esopo, con aquel bufón, con aquel payaso llamado Fiódor.

Y todavía Miúsov encontraba necesaria aquella entrevista para afianzar su amistad con los religiosos, después de cierto pleito que con ellos sostuvo, o sostenía aún, y que, a decir verdad, en el supuesto de que lo ganase, los resultados, esto es, los beneficios, habían de ser casi nulos.

El departamento del padre superior se componía de dos habitaciones, algo más amplias que las de Zossima.

El mobiliario era también modesto y fuera de moda... No obstante, como en la otra parte, se notaba una limpieza exquisita... Algunas flores raras ornaban la ventana...

Todo el lujo estaba concentrado en la mesa, la cual se hallaba servida con elegancia... una elegancia relativa, naturalmente... Blanquísimo mantel, brillantes cubiertos, tres panes bien dorados, dos botellas de vino, otras dos de un líquido que se fabricaba en el monasterio, una gran garrafa llena de agua, y otra llena de kvas, de mucho renombre, en la región.

El almuerzo, según había dicho Rakitin, debía componerse de cinco platos: Una sopa de esturión, un guiso de pescado preparado de un modo especial, picadillo de peces rojos, helados, pasteles y fruta.

Como se ve, el pescado era lo que predominaba.

Rakitin no había sido advertido para asistir a la fiesta.

Estaban invitados el padre Jossif, el padre Paissi y otro monje.

Estos tres religiosos esperaban ya cuando Miúsov, Kalganov e Iván entraron.

El pomiestchik Maximof se mantenía apartado.

El padre superior salió al encuentro de sus invitados.

Era un viejo de alta estatura, todavía robusto, con cabellos negros, entre los cuales se veían ya abundantes hilos plateados... Su rostro era largo, imponente...

Saludó silenciosamente y los invitados se acercaron para que les bendijese.

Miúsov intentó también besarle la mano, pero el superior la retiró.

 

—Debemos presentar nuestras excusas ante su reverencia —comenzó diciendo Miúsov con tono amable, importante y respetuoso a un tiempo—. Fiódor Pávlovich no puede corresponder a su galante invitación; se ha visto precisado a declinar este honor por razones de importancia... En la celda del padre Zossima ha pronunciado algunas palabras inconvenientes, exaltado, a causa de una discusión habida entre él y su hijo... Tal vez su reverencia estará ya enterado... —añadió, lanzando una furtiva mirada a los otros religiosos—. Fiódor ha comprendido su error, ha tenido vergüenza, y, juzgándose indigno de presentarse ante usted, nos ha encargado a su hijo Iván y a mí que le excusemos... No obstante, pide perdón para sus culpas, y desea que se lo otorgue usted, junto con su bendición.

Al pronunciar este pequeño discurso se había olvidado de su anterior enfado, se encontraba contento, y por tanto amaba a toda la humanidad.

El superior le escuchó con gravedad, bajó luego la cabeza y dijo:

—Lamento hondamente lo sucedido. Tal vez durante el almuerzo hubiese Fiódor Pávlovich podido tranquilizarse y volver a su buen juicio... Tengan, pues, señores, la amabilidad de sentarse.

El superior dijo una breve oración y los demás inclinaron respetuosamente la cabeza.

Fue en aquel preciso momento cuando se presentó Fiódor Pávlovich.

Al principio, pensó realmente en marcharse, no porque estuviese avergonzado ni tuviese conciencia de la indignidad que había cometido, no, estaba bien lejos de eso; únicamente pensó que no era conveniente exponerse a que el padre superior le reconviniese lo que había hecho y dicho...

Pero, apenas había montado en su carruaje, cambió de parecer.

—Ya que he empezado —murmuró, sonriendo malignamente—, debo proseguir.

Fiódor retrataba en estas palabras todo su ser.

Hacía el mal por gusto de odiar.

Un día se le preguntó por qué detestaba a cierto individuo, y respondió: “Le odio porque le he insultado. Él no me había hecho nada, pero como yo le insulté, quiero tener el gusto de seguir odiándolo.”

Mandó a su cochero que diese vuelta, descendió de nuevo junto al monasterio, y se dirigió apresuradamente al departamento que al otro lado del bosquecillo ocupaba el padre superior.

En realidad, no se daba cuenta exacta de lo que hacía, pero sí sabía que en aquellos momentos no era dueño de sus acciones.

Dijimos que estaban todos los invitados a punto de sentarse a la mesa cuando él entró.

Mejor dicho, se detuvo en la puerta, miró a los comensales y soltó una carcajada.

—¿Pensaban ustedes que me había marchado? —dijo—. Pues no ha sido así... ¡Aquí me tienen!

Hubo un momento de estupor.

Todos presintieron que iba a desarrollarse otra escena repugnante.

Piótr Aleksándrovich se puso más taciturno que nunca: sus adormecidos rencores se despertaron bruscamente.

—¡No! ¡No! —gritó—. ¡Esto no puede soportarse en modo alguno! ¡Imposible! ¡Imposible en absoluto!

La sangre afluyó a su rostro...

Quiso seguir protestando, y no encontró palabras para hacerlo.

De pronto tomó su sombrero.

—¡Cómo!... ¿Usted no puede soportarme absolutamente? —exclamó Fiódor—. ¿Puedo o no puedo entrar, santo padre? —añadió, dirigiéndose al superior—. ¿Me acepta como convidado?

—Sí... de todo corazón —respondió el superior—. Señores, les suplico que olviden sus discordias; que no turben la paz de esta reunión.

—¡No! ¡No! ¡Eso nunca! —exclamó Miúsov, fuera de sí—. Yo no puedo...

—Si Piótr Aleksándrovich no puede, yo tampoco —repuso Fiódor—. Entonces no me quedaré. He venido precisamente por él. Si él se queda, me quedaré yo también. ¿No te parece bien así, Von Zohn? —añadió, mirando al pomiestchik.

—¿Es a mí a quien habla? —dijo este, extrañado.

—¡A ti, ciertamente! ¿No se llama Von Zohn, padre superior?

—Yo me llamo Maximof.

—No, tú eres Von Zhon. ¿No saben ustedes quién es Von Zohn? ¿No se acuerdan de aquel célebre proceso criminal? A Von Zohn lo mataron en un lugar non sancto... ¿No es así como llaman a los prostíbulos? Pues sí; le mataron, a pesar de su edad avanzada, o metieron en una caja, lo mandaron de San Petersburgo a Moscú... Mientras lo ataban, las pescadoras cantaban acompañándose con el arma y el piano... ¡Y Von Zohn está aquí otra vez! ¡Ha resucitado! ¿No es cierto, Von Zohn?

—Pero, ¿qué dice este hombre? —exclamó un monje, estupefacto—. ¿A qué viene ese discurso?

—¡Salgamos de aquí! —gritó Miúsov, volviéndose hacia Kalganov.

—¡No! ¡Permítame! —interrumpió Fiódor, dando un paso hacia adelante—. Déjeme acabar. Se ha dicho que yo me había conducido irrespetuosamente en la celda de Zossima... El señor Miúsov, mi queridísimo pariente, prefiere la diplomacia a la sinceridad... Pues bien, yo le escupo en la cara a la diplomacia... ¿No es cierto, Von Zohn?... Permítame, padre superior, que sea yo un bufón, o que me presente como tal. Al fin y al cabo, no por eso soy menos caballero, mientras que Miúsov no tiene otra cosa que un poco de amor propio ofendido y nada más... Ante usted, santo padre, el que cae, ¿no tiene derecho a levantarse de nuevo? Yo me levantaré... Mas, venerable padre, hay algo que me disgusta... ¡La confesión!... Comprendo que es una cosa sagrada, ante la cual me inclino y estoy pronto a arrodillarme; pero en estas celdas se confiesan en voz alta. ¿Está, pues, permitido que se confiese en voz alta? Los santos han establecido que la confesión se haga secretamente: en esto consiste la esencia del sacramento, fin primordial de la institución... Oportunamente someteré este asunto al Santo Sínodo; pero, entretanto, sacaré de aquí a mi hijo Aliosha.

Digamos, de paso, que Fiódor Pávlovich había oído decir algo en este sentido pero, en realidad, no sabía de qué se trataba.

Se habían propagado mil calumnias acerca de la forma en que el monje Zossima solía recibir a sus penitentes, calumnias que, desde luego, habían caído tan pronto como se alzaron.

—¡Esto no se puede tolerar! —exclamó Piótr Aleksándrovich.

—Excúseme —dijo de improviso el padre superior—. Se ha dicho: “Te insultarán, te calumniarán: escucha y piensa que es una prueba que Dios te manda para humillar tu orgullo”. Por tanto, mi querido huésped —añadió mirando a Fiódor—, nosotros le damos las gracias, humildemente.

Y saludó con respeto a Fiódor Pávlovich.

—¡Ta, ta, ta! ¡Marrullerías! ¡Frases viejas y sin sentido! ¡Vieja comedia! ¡Ya conozco de sobra esos saludos hasta tocar el suelo!... Sí, ¡besar en la boca mientras se clava el puñal en el corazón... como en Los Bergantes, de Schiller! Yo detesto ese fingimiento. Quiero que todos los hombres sean francos. La verdad... la verdad solo se encuentra en el fondo de los vasos llenos de licor. ¿Por qué ayudan ustedes, los monjes? ¿Por qué sufren algunas otras privaciones, o al menos aparentan sufrirlas? Porque piensan que serán recompensadas en el Cielo... Por semejante premio yo también ayunaría... No, santos varones, sean virtuosos durante su vida; útiles a la sociedad en vez de encerrarse en un monasterio en el cual comen un pan que ustedes no han amasado. No cuenten con las recompensas celestiales... ¡Ah! Entonces será más difícil vivir a gusto... Yo también sé hablar bien, padre... ¡Vea! ¿Qué tienen preparado aquí? —añadió acercándose a la mesa—. Vino añejo de Oporto, del Medoc... ¡Oh, padres míos! Esto se aviene muy mal con su humildad, y sobre todo con el ayuno... ¡Cuántas botellas! ¿De dónde las han sacado? ¿Quién se las ha dado?... ¡Ah, sí! Los mujiks, los campesinos... esos trabajan para ustedes, ¿verdad?, y les traen hasta el último kopek, el producto que extraen de la tierra con sus manos callosas, en perjuicio de sus respectivas familias y de la patria... ¡Ustedes esquilman al pueblo!

—¡Esto es intolerable! —repitió el padre Jossif detrás de Miúsov.

El padre Paissi permanecía silencioso...

Miúsov salió de la estancia y Kalganov lo siguió.

—¡Está bien! —prosiguió Fiódor—. Seguiré a Piótr Aleksándrovich, y no teman que vuelva a poner los pies en esta casa. ¡Aunque me lo pidieran de rodillas no volvería! Si me hacen todavía buena cara, es por los mil rublos que les he dado... ¡Sí, sí!... ¡Ya estoy cansado de ustedes! ¡Ya estoy de padres hasta la coronilla! Estamos, amigos míos, en el siglo del vapor y de los ferrocarriles...

Купите 3 книги одновременно и выберите четвёртую в подарок!

Чтобы воспользоваться акцией, добавьте нужные книги в корзину. Сделать это можно на странице каждой книги, либо в общем списке:

  1. Нажмите на многоточие
    рядом с книгой
  2. Выберите пункт
    «Добавить в корзину»